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ArribaAbajoVI. Ercilla en el Perú

Llega Ercilla a Lima, donde encuentra a algunos de sus camaradas de Europa y Chile.- Mal recibimiento que le dispensa el Virrey.- Escribe a Felipe II remitiéndole una información de sus servicios, para pedir le que le diese algún repartimiento de indios.- Acoge el monarca benignamente esa solicitud.- Nómbrale el Virrey gentilhombre lanza.- Sus ocupaciones en ese puesto.- Obtiene licencia del virrey Conde de Nieva para permanecer dos años ausente del Perú.- Deseoso de tomar parte en una expedición contra Lope de Aguirre, se embarca para Panamá.- Lance que allí le ocurre con el Licenciado Ramírez de Cartagena.- Parte para España y permanece largo tiempo detenido en Cartagena por una enfermedad larga y extraña.- Arriba por fin a Sevilla.


Hizo el viaje en «un grueso barcón, bajel de trato», que impulsado por los vientos favorables del sur que soplan en esa época del año, siguiendo, de ordinario, la costa y, a veces, engolfado, sin contraste alguno, ni rebato de naves enemigas, llegó al Callao posiblemente en los últimos días de febrero231.

En Lima se encontró Ercilla con algunos de sus amigos de Europa y Chile, con don Francisco de Andía e Irarrázabal, partido poco antes que él de la Imperial, con Julián de Bastida, Gregorio de Castañeda, Vasco Juárez de Ávila, con Pedro de Villagra, de todos los cuales se había de acordar en su Araucana, y con Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra, los dos capitanes más prominentes de su tiempo en este país, desterrados qué se hallaban allí como él por Hurtado de Mendoza, y de cuyos labios pudo oír, sobre todo de los del último, la relación de algunos de los sucesos de la conquista232. Casi podría afirmarse, por esto, que allí en Lima escribiera la parte de su poema destinada a contar los episodios más importantes que se verificaron después de la muerte de Pedro de Valdivia, y especialmente la batalla de Marigueñu y el asalto al fuerte de Mataquito, en que tan conspicua actuación le cupo a Villagra. Soldados y nada más que soldados fueron, pues, los que pudo comunicar allí en ese entonces; los hombres de letras aparecieron en aquella ciudad, -que con encomio no sin fundamento, se llegó a apodar la Atenas del Nuevo Mundo,- muchos lustros más tarde, cuando del todo apaciguados los intentos de revueltas civiles, desarrolladas las Órdenes religiosas y fundada la de los Jesuitas, la Universidad de San Marcos abría sus puertas a los estudiantes de todo el virreinato y se había establecido la Imprenta.

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