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La Colegiata de Toro



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Por esa Dirección general de Instrucción pública se pidió informe á esta Real Academia acerca del valor histórico de la Colegiata de Toro, con objeto de resolver el expediente incoado á petición del Rdo. Obispo de Zamora sobre que sea aquella declarada monumento nacional.

Ya la Real Academia de San Fernando, al informar en 1.º de Diciembre último sobre este mismo monumento religioso, haciéndose cargo de su carácter artístico, tocó, aunque de pasada, la interesantísima cuestión histórica de la progenie á que debió la España del siglo XII la tres joyas arquitectónicas gemelas que llevan los nombres de Catedral Vieja de Salamanca, Catedral de Zamora y Colegiata de Toro. La idea, brevemente desenvuelta en aquel informe, de que estas tres preciosas iglesias, de planta genuina neogriega, deben su sér á una subitánea invasión del estilo aquitano-bizantino ocurrida á fines de la undécima centuria en la cuenca del Tormes y del Duero, lleva ya en sí no escaso interés histórico por las importantes figuras que intervienen en la realización de tan notable acontecimiento. El rey Alfonso VI, su   —434→   esposa Doña Constanza, Doña Urraca y Dona Elvira, señora aquella de Zamora, ésta de Toro por muy poco tiempo, el conde Raimundo de Borgoña y su mujer Doña Urraca, Rodrigo Díaz de Vivar, el arzobispo de Toledo D. Bernardo y otros varios prelados aquitanos, son entre los personajes principales los más conocidos: no hay quien no esté familiarizado con sus gestas. Pero otra figura, la mas influyente entre las principales para el suceso de que vamos á tratar, se nos presenta borrosa y de contornos apenas definidos; y es la de aquel bizarro abad D. Jerónimo, que á la luz de nuestros antiguos cantares y romances, viene á ser como un héroe fabuloso ó fantástico que se aparece en la hueste del Cid sobre Valencia sin que se sepa de dónde procede; á quien el Campeador hace su obispo en medio del estruendo de las armas; que ora celebra el santo sacrificio ante el ejército sitiador, ora toma parte en la sangrienta refriega arrancando vidas de moros con su lanza y su espada para ponerse luego muy tranquilo, ministro del Dios de paz, á absolver de sus culpas al Cid, á su esposa Jimena y á sus hijas.

Oigamos acerca de este singular personaje al autor del poema anónimo:


De parte de Orient vino un coronado,
el obispo Don Iherónimo so nombre es lammado;
entendido es de letras e mucho acordado,
de pie e de cauallo mucho era areziado.
Las puertas de Myo Cid andava demandando.
[...]
Quando lo oyo Myo Cid de aquesto fue pagado,
Oyd, Minaya Alvar Fanez, por Aquel que está en alto:
quando Dios prestar-nos quiere, nos bien lo agradescamos;
en tierras de Valencia fer quiero obispado
e dar-gelo a este buen cristiano.



Prepárase luego el combate: celebra misa el obispo D. Jerónimo ante la hueste cristiana, y síguese la escaramuza, en que huye cobardemente uno de los infantes de Carrión.


Afeuos el obispo Don Iherónimo muy bien armado:
parauas delant al Campeador siempre con la buen auçe:
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oy uos dix la missa de Sancta Trinidade:
por esso salí de mi tierra e vine uos buscar,
por sabor que auía de algun moro matar.
Mi orden e mis manos querría-los ondrar,
e a estas feridas yo quiero ir delant.
Pendon trayo de croçes e armas de sennal,
si ploguiesse a Dios, querría-las ensayar:
myo coraçon que podiesse folgar
e uos, Myo Cid, de mi más uos pagar.
Si este amor non feches, yo de uos me quiero quitar.
Essora dixo Myo Cid: lo que uos queredes plasme:
afe los moros a oio, yd-los ensayar.
Nos daquent veremos commo lidia el abbat.
El obispo Don Iherónimo priso a espolonada
e yua-los ferir a cabo de la albergada.
Por la su ventura e Dios quel amana
a los primeros colpes dos moros mataua de la lanza:
el astil ha quebrado e metio mano al espada:
ensayauas el obispo, Dios que bien lidiaua!
Dos mató con lança e V con l'espada.
Los moros son muchos, derredor le cercauan,
dauanle grandes colpes, mas nol falssan las armas.



Tal nos le pinta la poesía popular. La historia, recogiendo datos dispersos y documentos aislados, ha venido tanteando la resurrección de este importante sujeto sepultado en el olvido: hasta muy cerca de nuestros días, los no versados en los escritos del arzobispo D. Rodrigo tuvieron por gran descubrimiento la identificación del D. Jerónimo del poema del Cid con el obispo del mismo nombre, fundador de la Catedral Vieja de Salamanca; pero á la vista del erudito Flórez este propio hallazgo resultó fraccionado, porque creyó ver un obispo Jerónimo de Salamanca y otro obispo Jerónimo de Zamora. Más afortunado el perspicaz autor de las monografías de estas provincias en la obra de España y sus monumentos, aún no terminada, ha logrado la conjunción estereoscópica de ambas figuras, demostrando su identidad con documentos irrefutables; y gracias á este generoso empeño, se ha llegado ha formar una respetable y única personalidad de aquel héroe legendario, á punto de poder consignar con sólido fundamento   —436→   que ese obispo D. Jerónimo, á quien vulgarmente se ha llamado D. Jerónimo Visquio, por errónea interpretación de una antigua memoria sepulcral, fué un abad benedictino natural del Perigord, compañero del primer arzobispo de Toledo D. Bernardo, también francés, que probablemente vino á España cuando Alfonso VI pidió á Hugo, el abad de Cluny, un hombre sabio y virtuoso capaz de regir con santidad y prudencia la comunidad de San Pedro de Cardeña. Tiénese también por probado que siguió al héroe burgalés en su famosa expedición á la ciudad del Turia; que allí estableció su silla, como dice Quadrado, «á la sombra de los laureles del vencedor, que con su muerte se secaron», y que perdida en el mismo año 1102 en que la ciudad fué expugnada, la conquista del formidable paladín castellano, halló su paternal solicitud vasto empleo en las sillas de Salamanca y Zamora, restauradas por la solicitud del conde Raimundo de Borgoña. Consta asimismo que este obispo D. Jerónimo acompañó el cadáver del Cid desde Valencia á Cardeña, donde le dió honrosa sepultura, y que al terminar la larga carrera de su vida en 1120, sus restos mortales fueron depositados, no como él había dispuesto en su testamento, en San Pedro de Cardeña, al lado de los del Cid, sino al abrigo de la naciente basílica salmantina, á la cual había legado el curioso crucifijo que lleva el nombre tradicional de Cristo de las batallas. En cuanto al apellido Visquio que irreflexivamente se le ha dado, entendemos que el yerro proviene de no haber comprendido el significado de esta palabra, que debe leerse visquió, es decir, vivió, según el modo de conjugar antiguo, bien manifiesto en aquellos versos que pone el poema del Cid en boca de los infantes de Carrión:


Vayamos pora Carrión, aquí mucho detardamos:
los aueres que tenemos grandes son é sobeianos,
mientras que visquiéremos despender no los podemos.



Esto escriben ya del buen prelado perigordino los historiadores más reservados y discretos; pero hay además memorias auténticas que directamente conciernen á la tesis que en este momento sostiene la Academia que es la progenie aquitano-bizantina de las tres iglesias de Salamanca, Zamora y Toro. Son estas memorias   —437→   el instrumento en que se consigna la donación hecha al obispo Jerónimo por los regios consortes D. Raimundo y Doña Urraca, otorgada en 1102, y que se conserva en el archivo de la catedral de Salamanca, donde la copió el diligente Sr. Quadrado; y la escritura de confirmación que, muerto el conde Raimundo, otorgó a su suegro Alfonso VI en 1107, existente en el propio archivo, en la cual se leen estas importantes frases, como fragmento de otra escritura intercalada, en forma narrativa: Ex omnibus itaque pensionibus atque redditibus hujus urbis, consilio et auctoritate imperatoris sancte memorie Andefonsi, prefatus comes pro restauratione ecclesie ejusdem civitatis, eadem Ieronimo episcopo imprimis tertiam partem contulit... cujus piam intentionem prelatus imperator prospiciens... urbem Zamoram... et universa que... in eadem urbe ad ipso episcopo obtinenda possideri videbantur, cum campo de Tauro his subsequentibus terminis concessit. Véanse aún más luminosos datos en el tomo XIV de nuestro BOLETÍN, pág. 459.

Tenemos ya, pues, bien limpia y determinada en la corte del conde Raimundo de Borgoña, la persona de aquel héroe cuya borrosa silueta se nos presentaba al lado de la gran figura del Cid con contornos indecisos y como embrión de un aventurero medio fraile y medio soldado, tan expedito para adobar conversiones y endilgar almas camino del cielo, como para rebanar cabezas de moros; y le tenemos nada menos que en posesión de restaurar las sillas salmanticense y zamorana y de erigir un nuevo templos abacial, con honores de catedral, en tierra de Toro, in campo de Tauro. Y aunque su anhelo por realizar tan costosas empresas había de verse atajado por la muerte, que sólo le consentía levantar la airosa mole hoy gloria arqueológica del Tormes, bien se echa de ver en la planta y alzado de estos tres templos que es uno el pensamiento artístico que á todos informa, si bien de tiempos inmediatamente posteriores en construcción. Consta, en efecto, que la catedral de Zamora fué erigida hacia el 1151 por el obispo Esteban, sucesor de un Bernardo, prelado benedictino francés, quien la dejó trazada en 1149; y que la Colegiata de Toro, primitivamente abadía, fué construída en tiempo de D. Alfonso VII. Nada más nos dice la historia. Pero la arqueología suple el silencio   —438→   de los pergaminos, y nos da á conocer toda la importancia que en la historia del arte debe atribuirse á aquel buen prelado como iniciador de un género de construcción enteramente nuevo en la comarca que bañan el Tormes y el Duero, en una de las épocas más fecundas de la reconquista.

La Real Academia de San Fernando en su precitado informe ha señalado con toda lucidez, como materia de su competencia los caracteres de este estilo que con fundamento ha denominado aquitano-bizantino, diferenciándole del románico que con él suelen confundir los mismos que se precian de entendidos en estilos arquitectónicos; y ha hecho ver cómo este linaje de construcción, tan diverso del que se empleaba en Castilla y León en los siglos XI y XII bajo el influjo de los arquitectos borgoñones, provino, por causas puramente excepcionales y de transcendencia circunscrita á las referidas comarcas, de la venida á la Península de los abades y obispos aquitanos que acompañaron á los dos condes franceses, yernos de Alfonso VI.

Después de marcar las diferencias fundamentales de las dos arquitecturas, -la bizantina de cúpulas sobre planta cuadrada y la románica de bóvedas de medio-cañón ó por arista, aquella de sobrio ornato sin figuras de seres animados y ésta de ornato profuso y de gran relieve y abundante en alegorías iconísticas-, explica de un modo satisfactorio cómo la arquitectura bizantina de los templos de Salamanca, Zamora y Toro, es derivación directa de la que se empleó en el siglo XI por los constructores venecianos y griegos del Bajo Imperio en la región que limitan el Loira y el Garona al erigir la abadía, hoy catedral, de Saint Front de Périgueux, copia fiel en planta y dimensiones de San Marcos de Venecia, su coetánea. ¡Singular fenómeno histórico el de esta derivación! Viene la semilla bizantina en las naves venecianas que traen á Europa las mercaderías del Oriente y las depositan en Marsella ó Narbona, para que subiendo por tierra á la gran factoría establecida en Limoges, se difundan desde aquel vasto depósito por toda la Francia central, y luego por los puertos de La Rochela y Nantes vayan á iluminar con la luz del arte las nebulosas poblaciones de Bretaña, Irlanda y Escocia; y esa semilla bizantina florece en la reina del Adriático, y prende luego en la   —439→   orilla del Isla, se esparce por el ducado de Aquitania, atraviesa el Pirineo, y germina por último en tierra de León. Álzanse primero las cúpulas de San Marcos de Venecia: hacia el mismo tiempo, á ocho años de distancia tan sólo, destácanse sobre el cielo de la antigua Vesunna las cúpulas escamosas de Saint Front; elévanse finalmente las cúpulas, festoneadas también, que engalanan las riberas del Tormes y del Duero, ostentando la misma forma oriental. Supónese que los que llevan la simiente de Bizancio á Venecia son artistas griegos; con fundamento se conjetura que estos mismos artistas, acompañados de otros venecianos, la llevan á Vesunna y á otras 30 ó 40 poblaciones del Perigord, y consta finalmente por los documentos que hemos citado, que la trajo á Salamanca, Zamora y Toro, la falange de abades y prelados aquitanos á cuyo frente figuran D. Bernardo y D. Jerónimo. Que éste quiso perpetuar en Salamanca y Zamora el recuerdo de la arquitectura religiosa de su país natal, y del santo patrono á quien estaba consagrada la famosa abadía bajo cuyas bóvedas transcurrieron quizá los años floridos de su juventud, claramente lo atestiguan la arquitectura de la Catedral vieja, donde fué inhumado, y el arrabal de San Frontis que levantó enfrente de Zamora en la orilla opuesta del Duero, en cuya iglesia yacen sepultados algunos compatriotas del buen obispo que con él vinieron á España.

Pero nótese esta particularidad: la cúpula bizantina, ni se propaga en Francia fuera del ducado de Aquitania, ni se difunde en España fuera de la mencionada comarca del antiguo reino de León, y eso que la arquitectura de los árabes nos había traído ya desde el octavo siglo la cúpula oriental sobre trompas. Y, ¿por que? Porque otro sistema de construcción, otra arquitectura, producto genuino y espontáneo del genio de Occidente, cual era la románica, practicada en Francia en las grandes abadías cluniacenses de Tolosa y de Borgoña, de Normandía y del Dominio Real, y traida á España por los repobladores de nuestras asoladas ciudades y villas castellanas y leonesas, llena de vida y de savia, se propagaba rápidamente por obra de la activa milicia benedictina, sofocando y anulando todo germen de arte exótico é importado por pura fantasía. Sabemos lo que representaba la abadía de   —440→   Cluny en tiempo de Alfonso VI, que tanto había contribuido á la magnificencia, de su fábrica, y hasta dónde llegaba su prestigio: su abad San Hugo no era solo el celoso promovedor del engrandecimiento de la abadía matriz y el mantenedor de sus inmensos privilegios é inmunidades, era además un gran personaje que intervenía en todos los acontecimientos importantes de su tiempo; los reyes y príncipes le hacían árbitro de sus diferencias personales y de sus políticas contiendas; Alfonso VI de Castilla le encomendaba la fundación de monasterios en sus Estados; Guillermo el Conquistador le rogaba que tomase el gobierno y dirección de los negocios eclesiásticos en Inglaterra; multitud de abadías exentas se hicieron dependientes de Cluny en vida de San Hugo. Era aquella célebre casa, en suma, un verdadero reino; su dominación, dice el autor del precioso «Ensayo sobre la historia monetaria de la Abadía de Cluny (Mr. Anatole Barthélemy)», se extendía á 314 monasterios é iglesias, el abad general era un príncipe temporal que en lo espiritual no reconocía otro superior que la Santa Sede; batía moneda en el territorio mismo de Cluny, como el rey de Francia en su real ciudad de París. ¿Cómo había de disputar á la arquitectura cluniacense románica su ascendiente la arquitectura bizantina, cuando le faltara el apoyo personal del obispo Jerónimo y de sus sucesores Bernardo y Esteban?

Ahora bien, esa misma arquitectura bizantina, que según sus cánones genuinos no reconoce más ornamentación que la pintada ó polícroma, desprovista en nuestro país de bellos mosaicos, pinturas murales ó incrustaciones de vistosos mármoles, hubiera parecido harto indigente á los ojos de las corporaciones monásticas, tan pagadas del lujo exterior de la estatuaria y de los caprichosos relieves, y para implantarla en León y Castilla y que obtuviese carta de naturaleza en nuestras restauradas poblaciones, había tenido que transigir con la gala escultórica del estilo románico; y esta es la causa porqué en las tres iglesias de Salamanca, Zamora y Toro, singularmente en la última, observamos unida á la planta y disposición cupular bizantina, la riqueza de imaginería de gran relieve importada de las escuelas de Vezelay, de Dijon y de Souvigny, de Charité-sur Loire y de Charlieu, que tanto realce daba á las construcciones borgoñonas y que ha sido, juntamente   —441→   con los arcos apuntados, motivo de confusión y dudas para críticos tan eminentes como Quadrado y Jorge Edmundo Street, los cuales han creído ver templos románicos rayanos del estilo ojival primario en las tres fábricas gemelas tan interesantes y singulares á que se refiere este sumario informe.

Aparece de lo expuesto, hasta qué punto los sucesos históricos, políticos y religiosos, ejercen su influencia en las mutaciones de los estilos artísticos, y cómo para explicar la extraña aparición de los tres templos bizantinos en el antiguo reino de León, en medio de la multitud de iglesias románicas que los constructores franceses levantan en aquella comarca y en toda Castilla, es menester acudir á la momentánea preponderancia en la corte de D. Raimundo de Borgoña, de aquel héroe singular que, émulo de los Dulcidios y Sisnandos, conquista laureles de soldado en el Turia para concluir en el Duero y en el Tormes empuñando el báculo pastoral en vez de la lanza, y sustituyendo la mitra al férreo capacete.

Si la curiosa historia de la irrupción de la arquitectura aquitano-bizantina en España, á que debe su origen la Colegiata de Toro, no bastara á justificar el interés que debe despertar este precioso monumento en todo amante de la cultura patria, aún podría la Academia alegar otros títulos, fundados en memorias más particulares y concretas, para recomendarlo á la solicitud del Gobierno excitando al Sr. Ministro de Fomento á conservarlo como monumento nacional y á restaurarlo con todo esmero. Porque á las bellezas artísticas que encierra, señaladas por el docto prelado que solicita tal declaración, y puestas aún más de relieve bajo el concepto de la historia del arte por la Real Academia de San Fernando, hay que agregar que en esta Colegiata tiene su panteón desde fines del siglo XV el belicoso obispo de Avila D. Alonso de Fonseca, que después lo fué de Cuenca y de Osma, denodado adalid de los Reyes Católicos en la batalla y asalto de Toro, su patria, y Pedro de Fonseca, no menos señalado en el servicio de dichos monarcas, juntamente con su mujer Doña María Manuel.

Y termina esta Academia llamando especialmente la atención de V. I., como lo ha hecho la Real de San Fernando, sobre la   —442→   necesidad de quitarle á esa Colegiata el feísimo tejado que oculta su cúpula, devolviéndole la coronación bizantina que primitivamente la hermoseó.





Madrid, 9 de Marzo de 1892.



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