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21

Ibíd., p. 176. Alarcón recorre los lugares más característicos y populares de Madrid, con sus manolos y manolas de andares chulapones. El Madrid del Barquillo y Lavapiés, el barrio de Maravillas, el engarce de sus tipos en el cuadro mediante una serie de episodios de clara filiación costumbrista. El frío Madrid navideño en el que los villancicos cantados por ciegos, la generosidad de quienes los escuchan y las copiosas viandas adquiridas por los madrileños para la celebración de la Navidad, configuran una escena costumbrista en donde se da primacía a la descripción de ambientes en detrimento de la acción.

 

22

«Dos retratos» apareció en El Museo Universal, I (1857), pp. 34-35. «El rey se divierte» se publicó en el Semanario Pintoresco Español (1855), pp. 333-334, aunque con anterioridad El Eco de Occidente lo incluyó en sus páginas en el año 1854, pp. 153-154.

 

23

Historia de mis libros, op. cit., p. 10.

 

24

«El rey se divierte», en op. cit., pp. 155-156.

 

25

Al referirse a la intención del libro Cosas que fueron, relacionándolo con sus novelas cortas, incide, una vez más, sobre la pena capital: «[...] añadiré (por ser cosa que cierto periódico puso en duda hace poco tiempo), que hoy, día de la fecha, treinta años después de haber escrito el artículo titulado "Lo que se ve con un anteojo", soy tan enemigo de la pena de muerte como entonces, y como lo seré el resto de mi vida. Es decir, que si mañana o el otro en unas Cortes de que yo formara parte, se legislase sobre esta materia, mi voto sería contrario a la pena capital. Del propio modo, si hoy fuera magistrado o ministro, cumpliría o haría cumplir las actuales leyes de mi patria, por mucho que me doliese la aplicación de las que, como ésta, repugnan a mi personal criterio», Cosas que fueron, op. cit., p. 11.

 

26

«Lo que se ve por un anteojo», en op. cit., p. 1608.

 

27

«Si yo tuviera cien millones», en op. cit., p. 1690.

 

28

«La princesa y el granuja», junto con «Celín» y «Tropiquillos» forman parte del corpus cuentístico denominado fantástico. En el primero, un maniquí provoca la admiración de un niño, Pacorrito Migajas, despertando su sentimiento amoroso hasta tal punto que llega a enamorarse de él. Al final, el maniquí cobra vida y se convierte en una princesa. En su deliquio amoroso no duda en ceder a la petición de su heroína: transformarse en un muñeco para poder así celebrar su desposorio con la dama-maniquí. De esta forma, Pacorrito Migajas se convierte en un objeto decorativo, objeto que al exponerse más tarde en un escaparate será contemplado por los viandantes y admirado por su perfección.

 

29

Alarcón introduce diálogos para dar una mayor movilidad al cuadro, como en el siguiente párrafo: «Las sillas de Vitoria que asistieron a la boda de tal banquero, cuando era aguador, hablan pestes de las butacas en que se sienta hoy. El becerro de oro finge no conocerlas, y aprieta el paso. Y las sillas de Vitoria se quedan diciendo, como si lo oyera: -¡Anda!... ¡anda!... La verdad es que no eres tan feliz como cuando te sentabas en nuestras rodillas [...] Aquí un espejo reconoce a su primitiva propietaria, que ya es vieja y fea, y le dice con ferocidad: -¡Ya me quisieras ahora, infame! Yo te hallé siempre pura y hermosa; pero tú me abandonaste por otros espejos más dorados que marchitaron tu pereza y hermosura [...]», Ibíd., p. 1680.

 

30

«Un maestro de antaño», en op. cit., pp. 1741-1742.