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La «conciencia de cultura» en Mariano Picón-Salas

Luis Ricardo Dávila






Un poco de historia

... teníamos ideas antes que realidades, aquellas naturalmente obtenidas por préstamo, importación y herencia... La Cultura no ha existido por sí misma, sino siempre en función, en servicio de algún tótem político.


Mariano Picón-Salas (Hispano América, posición crítica, noviembre, 1930)                


Si la generación del novecientos en Venezuela, como en casi toda la América Hispana, fue apolítica, en el sentido de mostrarse aislada del movimiento social, la generación que irrumpe en la escena pública durante la década de 1920 se caracterizó por su alta preocupación acerca del destino político y social no sólo del país sino también del continente. Por todas partes, se observa reagrupación de fuerzas. Pronto empiezan algunos a entender que la política no era un juego para dejarlo en manos de los dictadores o amanuenses de turno. Surge así, una generación sumamente preocupada en romper la torre de marfil a favor de una actitud más militante y comprometida con el movimiento de la sociedad. La mayoría se unió a la organización de partidos de izquierda; otros fueron al exilio dadas las dificultades políticas encontradas o simplemente porque no hallaron otro espacio donde desplegar su actividad intelectual. Pero, quienes se ausentaban del país lo hacían con la firme voluntad de regresar. La hora había llegado de hacer algo por sí mismos. Todos lo entendían, todos lo sabían. En el ámbito nacional se comenzaba a vislumbrar una práctica política de nuevo cuño. En el país o en el exilio se asistía a un renacer de la conciencia nacional. La necesidad de comunicación entre los intelectuales y entre éstos y la sociedad era cada vez mayor. Picón-Salas volverá al país luego de trece años de fructífera estadía en Chile. Hasta 1936, año del regreso, luego de la muerte del viejo dictador Juan Vicente Gómez, el signo de la «errancia», no sólo geográfica sino también, y en primer orden, espiritual y cultural, fue junto a muchos otros intelectuales latinoamericanos su característica vital. El variado contacto con países y culturas semejantes dentro de su diferencia fue de gran importancia para la generación de 1920. Picón-Salas no será ajeno a este signo: «Los países como las personas sólo prueban su valor y significación en contacto, contraste y analogía con los demás»1.




Intelectuales y unidad nacional

Contra la unidad nacional que hubiera podido convertirse en unidad y vertebración de la función educativa, conspiraban una serie de causas como el propio sistema federal con su caciquismo aldeano...


Mariano Picón-Salas, «Notas sobre el problema de nuestra cultura», 1940                


La violencia, el fatalismo, el caos y la anarquía habían regido en Venezuela durante el corto trecho de su historia republicana. Y estos males del organismo social no sólo regían para nuestros caudillos y caciques decimonónicos, sino también para aquellos intelectuales, hombres inteligentes todos, que tuvieron funciones en el Estado no como equipo, escudados en la teoría y la doctrina política, en un programa estructurado en torno a la nación y sus intereses, sino como servidores individuales, amigos personales del mandatario de turno; esto es, en función o al servicio de algún tótem político. De allí que fuese sano el deslinde con este tipo de servidores públicos: «Se escribe sobre la Patria en extrema tensión y apremio; acosado por los problemas y como una forma de deber cívico más que de arte gratuito» (Comprensión..., p. 23).

Contra la unidad y conciencia nacional atentaban la falta de articulación que había impuesto el sistema federal con las prebendas de los «jefes», las trampas de las «causas» (fuese el «legalismo», la «regeneración liberal», la «restauración» o la «rehabilitación») y las actitudes aldeanas de sus caciques. En tales condiciones, el país quedaba inexorablemente dividido, desarticulado, esto es, sin un discurso capaz de conciliar disímiles voluntades. Nunca prácticas políticas semejantes fueron más opuestas y antagónicas a la idea de la unidad nacional.

Si bien el Estado venezolano honraba a su manera a los héroes de forma de tener fresca una cierta cohesión nacional, sus medios eran precarios: 1.- La retórica carente de toda noción de presente y futuro y 2.- El «culto» al héroe máximo que terminó por crear una solemne confusión entre conciencia heroica y conciencia nacional. Estructuras simbólicas como la Patria, la República y la Nación quedaron reducidas a la identificación con el héroe y su gesta. Y con semejante tejido de malentendidos y distorsiones se fue creando la forma y el fondo de la «conciencia nacional»2.




«El período fraseológico de la cultura venezolana»

El legado de ese Estado cultivador del culto heroico y de la retórica envolvente, es decir, de la palabra distanciada de los hechos, no se caracterizó ni por la paz ni por la unidad, sino por la guerra y la disgregación. Su producto fue aquella «sociedad postrada» a que se refirió Fermín Toro en 18633. La nación propiamente dicha en Venezuela, iría a ser producto de la consolidación de la República y del Estado. Y esto no ocurriría sino bien entrado el siglo XX, precisamente cuando irrumpe en la arena pública esta generación de 1920.

No deja de ser significativo que el discurso de las élites políticas en la última parte del siglo XIX y comienzos del XX estuviese impregnada de los vocablos «patria» y «patriotismo». La gramática de la nación y el nacionalismo vendrían luego. Es que el contenido sentimental de los primeros tendría mayor efectividad simbólica que el resto. Hablar de nación y nacionalismo obligaba a vislumbrar y organizar ciertos intereses nacionales, creaba las condiciones para un cierto saber decir. Y esto habría de estar articulado por novedosas corrientes ideológicas y posturas intelectuales, permeables a las nuevas teorías políticas y sociales, así como al avance de la cultura. Se daría fin a lo que Picón-Salas llamó «el período fraseológico de la cultura venezolana»:

Y se impone por ello a las generaciones nuevas que quieren comprender y definir su país, entrar en él como derribando un inmenso muro de frases: frases de los discursos académicos, de los documentos oficiales... frases de los partidos y los grupos políticos de ayer cuyos apetitos y pasiones se enredaban en las más culteranas formas4.


El final del período fraseológico habría de coincidir con la revalorización de la nación y de su ideología inherente, el nacionalismo:

El nacionalismo eficaz no es el de aquellos que suponen que un misterioso numen nativo, la voz de una Sibila aborigen ha de soplarles porque cruzaron el Orinoco en curiara o les azotó la ventisca del páramo de Mucuchies, sino de quienes saben comparar y traer a la tierra otras formas de visión, técnicas que les aclaren la circunstancia en que están sumidos.


(Comprensión..., p. 23)                


Con estas posiciones puestas por delante, realizar un recorrido minucioso a través de los textos producidos por algunos de aquellos intelectuales provistos de «otras formas de visión», representantes de estas «generaciones nuevas», aporta las claves para comprender la estrategia utilizada en la construcción de nuevas identidades políticas y sociales, y el papel que la cultura ocuparía en ello. Tomemos, por ejemplo, algunos de los principales textos del grupo ARDI5 -«la izquierda moderada» venezolana a la que perteneció Picón-Salas y con la que contribuyó desde Chile- entre 1931 y 1935. El discurso subyacente nos revela que aparte de toda la discusión teórica y estratégica concerniente a la práctica política, existía una preocupación fundamental por la construcción de un nuevo tipo de venezolano, de una conciencia nacional, de una nueva cultura que constituyera nuevos sujetos con posiciones concordantes con las doctrinas y necesidades del momento. No sería posible ni desarticular el caudillismo, ni resistir al imperialismo y ni siquiera dar nueva orientación a las luchas políticas y sociales con un hombre venezolano adormecido en los parámetros y convenciones del siglo XIX.

En el presente artículo nos proponemos analizar la relación del despertar de una conciencia nacional con la constitución de nuevas identidades a través del uso de un lenguaje articulador, tal como lo planteó Picón-Salas a través del concepto de «conciencia de cultura», es decir, conciencia de realidad.




El despertar de los «pueblos de biografía»

En el plano concreto, el Plan de Barranquilla (1931) vino a ser el texto programático del grupo ARDI. Organización que fue bastante menos que un partido y mucho más un núcleo que, una vez liberado el país de Gómez, se daría a la tarea de contribuir a fundar una verdadera organización partidista que aclarase y condujese las nuevas circunstancias de la Nación. De hecho, la mención a ARDI, como cuerpo políticamente activo, desaparecerá de la correspondencia cruzada entre Betancourt y el resto del grupo desde fines de 1932. Sin embargo, tanto ARDI como el Plan de Barranquilla serán un punto de referencia fundamental en la evolución política posterior de la corriente llamada «izquierda moderada», y no por su disolución cesará el debate ideológico entre los integrantes del grupo en el exilio.

Uno de sus integrantes era Mariano Picón-Salas, «intelectual de trabajada cultura» -como lo definiera el propio Betancourt- y en quien los problemas de la nación y del nacionalismo hispanoamericano, en relación con la cultura de los distintos países y con la penetración extranjera, encontrarían tratamiento original. Al igual que el resto del grupo, las posiciones discursivas de Picón-Salas (más filosóficas que políticas por su nivel de abstracción y por interesarle menos una relación concreta con el poder que la reflexión sobre la historia y la cultura de las sociedades hispanoamericanas) en torno al problema nacional hacían énfasis en dos de sus componentes principales: el caudillismo y el imperialismo. El primero era un fenómeno inspirado desde el siglo XIX por un «doctrinarismo precoz» (e. g., el federalismo norteamericano) cuyo resultado sería un «caudillismo impenitente» como el que sufría Venezuela bajo Gómez. El sistema de gobierno derivado de este fenómeno habría dado demasiado énfasis a la función de autoridad del Estado, convirtiéndola en su función política esencial e impidiendo que éste «expresara adecuadamente a la Nación: es decir, donde la conciencia nacional está en germen o en decadencia»6.

Como el Estado en Hispanoamérica se personalizó al servicio del «Jefe», el caudillo de turno, éste vino a encarnar la ley, la norma y los principios políticos; los grandes problemas nacionales quedaban, en consecuencia, sometidos al espacio de poder del caudillo. Esto se tradujo en políticas paternalistas, en fidelidades y en una ausencia de cultura en su más amplio sentido nacional. Así se produjeron trastornos y traslados de fórmulas y etiquetas importadas que no servían sino para nombrar, carecían de contenido acorde con las realidades nacionales, «porque no supimos remontarnos de los intereses pequeños y eventuales que personifica el caudillo, a la política que perfora el porvenir y va creando la realidad del futuro». Y esta realidad era la existencia de verdaderas naciones y, junto a ellas, de «conciencia de cultura, firme conciencia de realidad» (Hispano América, posición..., p. 89). Las consecuencias históricas de tales carencias no se harían esperar: la interpretación de la historia de estas naciones en tanto «fuerza social nos es muy abstracta»: en su lugar se prefería entender la historia en función de personalidades: «somos pueblos de biografía más que de historia» (Ibíd., p. 81).




La nación como «conciencia de cultura» y el imperialismo

En cuanto al segundo componente, el imperialismo, éste era de fecha más reciente. Sin embargo, ponía de manifiesto una posición política paradójica de parte del caudillo: «la bárbara energía que despliega en sus relaciones con los nacionales, se toma por contraste, en ciega sumisión cuando entra en contacto con la fuerza externa más poderosa» (Ibíd., p. 75). Según Picón-Salas, se establecía una suerte de tácito contrato mutuo entre CAUDILLO e IMPERIALISMO, «el jefe de la horda se transforma... en dócil administrador de la penetración imperialista». Se teje, de esta manera, una lógica de equivalencia y amistad con el caudillo y de juegos de intereses externos con las respectivas repercusiones sobre el cuadro político, económico y social de la nación.

El punto de partida -argumentado por Picón-Salas- para lograr la dislocación de esta sedimentada tradición era la creación de cultura. No precisamente en el sentido de la Ilustración Europea, producto de «esa superficial filosofía de las luces», con su idea de progreso y el optimismo puesto en una razón universal, sino extraída y elaborada de la propia existencia histórica de «cada pueblo, de cada raza». Y si bien no se podrían desconocer las raíces occidentales de nuestro árbol cultural, al plantar éste sobre suelo americano recibiría «la cualidad diferenciadora». El problema de la nación derivado de esta argumentación era una conjunción entre el «ser» y el «estar» -«estos son los dos primeros verbos históricos», expresaba inteligentemente Picón-Salas (Ibíd., p. 82)- de su tensión surgiría una fuerza dinámica: el nacionalismo. El cual sería reforzado con una conciencia de cultura, «Los pueblos, como los hombres, se introspeccionan; deben como el artista, descubrir su temperamento, fijar de una manera consciente, y sobre todo posible, su relación con el mundo» (Ibíd., p. 80).

Esta «relación con el mundo» es muy importante en el pensamiento de Picón-Salas, pues él está muy lejos de proponer un nacionalismo cultural aislado del contexto internacional, como negación y rechazo al imperialismo europeo. Por el contrario, continúa argumentando, no podemos desprendernos de Europa porque a través de ella nos dimos las formas políticas, sociales y administrativas que América desconocía; y ni siquiera se trataba de crear un método americano opuesto en esencia al europeo. Si Hispanoamérica estuvo, está y estará en la «ruta de la civilización occidental», la proposición sería: «cargar ese método de nuestra propia sustancia: hacerlo nuestro expresando nuestro contenido» (Ibíd., p. 87).

De esta manera se resolvería el dilema de construir la identidad de la nación en relación con su «otro», el dilema de construir la nación y su cultura en forma diferenciadora pero conciliadora con el principio del «supranacionalismo cultural». Europa es irremplazable en estas nuevas naciones -insiste Picón-Salas- porque, entre otras cosas, no se ha creado nada con qué reemplazarla. De manera que será en su relación con el extranjero como se definan las naciones de Hispanoamérica. Previendo el futuro y conservando su propia conciencia histórica construirán signos equivalentes de identidad y de madurez que, al mismo tiempo, las diferenciarán del resto del mundo, «Las naciones sólo son naciones cuando entran en el activo juego de la concurrencia universal. El nacionalismo no es una fuerza estática. La cultura como la economía tiende a ser universal» (Ibíd., p. 88).

Tres años después, en 1933, le imprimirá Picón-Salas nueva forma, más que nueva sustancia, a su pensamiento sobre la nación, el nacionalismo hispanoamericano y su cultura inherente. Se trataba de descubrir, de trazar, de explorar sus fundamentos, lo cual es expresado utilizando la metáfora de la necesidad de crear «una conciencia de perduración que nos eleve del estado de Naturaleza al estado de Cultura»7. De Rousseau, la gimnasia filosófica de Picón-Salas saltará a Hegel y como para no dejar dudas sobre su supranacionalismo cultural, resumirá en estricta dialéctica hegeliana sus posiciones discursivas:

Primero debemos unir en una voluntad nacional los miembros dispersos de un mismo grupo (tesis); oponernos a las fuerzas que la obstaculicen (antítesis), y podremos convivir con ellas cuando cada grupo actúe en pie de igualdad dentro de una común y más vasta proyección universal (síntesis). Latino-Americanismo, Anti-Imperialismo, Americanismo Integral son las obligadas etapas de esa concepción dialéctica de nuestra Historia.


(Prólogo y..., 1933 p. 11)                


En países como Venezuela y el resto de aquéllos del Continente, la «existencia nacional» no se afirmaba sobre un sólido suelo de cultura e historia, y el peligro de pueblos así es que transiten sin metas verdaderas, sin caminos trazados, sino que se pierdan por sendas oscuras. De allí que Picón-Salas exija conciencia de cultura y de historia para cimentar una verdadera «existencia nacional» y esto sólo se lograría mediante la construcción de formas diferenciadoras de organización y mediante la demarcación de objetivos. De lo contrario no se saldría del caos caudillista, de la sociedad disgregada y bárbara, de la confusión y la amenaza imperialista. Con estos enunciados y su respectiva discusión en distintos medios intelectuales se van preparando las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un discurso en estos años -pero con mucho más fuerza luego de 1936- sobre la necesidad de construir la NACIÓN y el ESTADO en Venezuela.




Definiendo las fronteras de la «cuestión venezolana»8

Es posible observar dos tendencias principales dominando el escenario discursivo de los venezolanos anti-gomecistas en el exilio: los marxistas-leninistas o, como prefería llamarlos Betancourt en aquel momento, los «ultra-radicales», y la propia tendencia que éste liderizaba, menos radical pero «siempre en la izquierda» («izquierda moderada»)9. A partir del Plan de Barranquilla (1931), se generó una importante polémica ideológica entre ambas tendencias que iría deslindando criterios y posiciones en relación a las consideradas como «grandes cuestiones nacionales»: la necesidad de un partido político moderno (la discusión se centró en torno al punto: qué tipo de partido), el análisis clasista de la sociedad y las posibles alianzas, el anti-caudillismo, el anti-imperialismo, la necesidad de formar una conciencia nacional, el contenido del programa mínimo («democrático-burgués») y del programa máximo («revolución socialista»), el «nacionalismo como fuerza decisiva» para la realización de la nación. Resulta de interés, para el análisis de los mecanismos discursivos que intervienen en la construcción de las fronteras políticas, seguir esta polémica porque contribuyó de manera decisiva a perfilar y decantar ciertas líneas de una teoría y una práctica política que se pondrían a prueba una vez llegado el momento de regresar al país en 1936 y con el auge de masas que seguirá inmediatamente a la muerte de Gómez (17 diciembre 1935).

Y justamente de esta teoría y praxis se derivarían muchas de las estrategias discursivas dirigidas a formar las nuevas identidades políticas que definen la modernidad venezolana. Sin embargo, para no desbordar el tema, no insistiremos exhaustivamente en cada uno de los tópicos de la polémica, conformémonos con nombrar tres:

  1. La cuestión del partido político.
  2. El problema de las clases sociales en su relación con el nacionalismo.
  3. Los mecanismos discursivos discutidos para la formación de una conciencia nacional.

Todas las observaciones de Betancourt y del resto del grupo, sobre el enfoque de la situación nacional en términos de raza o de clases produjeron respuesta amistosa de parte de Picón-Salas. En relación con el problema racial de Venezuela, éste insiste en que es imposible negar -sin exagerar- «la heterogeneidad racial de la vida venezolana» que va a ser fuente de rasgos culturales variados de acuerdo a las distintas regiones del país. Y esto será de la mayor importancia a la hora de esgrimir la tesis de la «construcción de la nación», pues tal «heterogeneidad» se expresará, en una de sus vertientes, como «la falta de una educación común» que justamente será óbice para «preparar un alma nacional»10. Además, Picón-Salas recuerda que la consideración abstracta del problema económico, es decir, el análisis clasista de las sociedades, «no debe hacernos olvidar el problema de psicología social» (Ídem).

En general, ni «los blancos, los latifundistas» ni las «masas rurales»... poseen ningún sentido de clase. Los primeros, «van formando una híbrida burguesía analfabeta, carente de toda doctrina y espiritualidad. Esto marca el carácter caótico, inestructurado del alma venezolana» (Ídem). En el sentido de los anteriores enunciados, Picón-Salas va tejiendo su discurso en torno a la nación desde un punto de vista cultural, mientras que Betancourt usa referentes conceptuales que le conducen a un punto de vista político («... solucionable sólo clasísticamente, revolucionariamente»). A pesar de lo que pudiera ser visto como enfoques divergentes y hasta excluyentes, Picón-Salas insiste en que «el problema clasista que Ud. estudia no choca... con el problema cultural que yo insinúo» (Ídem), pues el punto de llegada, el objetivo final, sería el mismo para ambos; construir la nación venezolana, latinoamericana en general, sobre bases de «organización» y de «justicia» y esto sólo se lograría «cuando se despierte en ellas una conciencia de clases» (Ídem).

Además del aspecto cultural («crear conciencia de cultura») y del histórico («crear conciencia histórica») que analizáramos anteriormente en relación con el discurso de Picón-Salas, sus argumentaciones y prácticas generales van siempre a girar sobre el punto de «construir la nación» y este acto era visto -con una cierta influencia de Nietzsche- como parte de la construcción de una «voluntad de poder»11. La ausencia de ambas cosas (nación y voluntad de poder) eran producto de un «complejo de inferioridad», de ese turbio sentimiento que privaba en la vida colectiva de las sociedades hispanoamericanas, marchitando «todo impulso creador». Pero a pesar de ser turbio, sus causas eran muy claras y específicas y podían encontrarse en la historia de esas sociedades: «nos sentimos inferiores porque en nuestra economía y en nuestra sociedad contradictoria ha faltado la decisión organizada de superar el atraso; porque los viejos intereses inmóviles de las clases que nos gobernaron no nos han permitido construir la Nación»12.

¿Cómo superar estos obstáculos? ¿De cuáles materiales valerse para volcarse a tal construcción? ¿Qué significado tiene en estos enunciados la idea de nación? En primer lugar, señala Picón-Salas: abandonar el viejo faccionalismo de la vida política, «no estamos con el conservador ni con el liberal, porque estamos con la nación». En segundo lugar, el principal material para su construcción sería la organización del pueblo «para vivir una vida histórica». Finalmente, la nación significa, «creación del alma colectiva», superación «en un designio histórico más alto, del conflicto de los intereses y de las clases»13. Toda esta labor creadora, activa, vital, se diferenciaría -según Picón-Salas- del «patriotismo», «puramente ornamental que exhibía la bandera mientras entregaba al extranjero las fuentes de energía, y mientras dejaba al margen de la vida jurídica a enormes masas de población» (Ídem). El sentimiento y las prácticas que le eran afines serían el «nacionalismo [...] que busca en el pueblo la unidad de la nación» (Ídem).

Y cuando Picón-Salas refería la palabra «pueblo» para las sociedades latinoamericanas, hacía una distinción crucial: lo que se había gestado durante su existencia histórica era una «plebe» y en ningún caso un «pueblo»; porque mientras el primero significaba anarquía y atraso social este último exigía, entre otras cosas, «vida histórica, correspondencia de destino nacional». Y crear las condiciones de posibilidad de esto último sería la tarea de una nueva política nacionalista en la América Latina. En sus propias palabras, se expresaría de la siguiente manera: «vencer todo lo que encuentre de miseria y fatalismo de "plebe" para crear la unidad y el ámbito del pueblo [...] y sólo ayudando a crear esta unidad del pueblo, tendremos naciones»14.

A esta altura de nuestro análisis, debe ser señalado que en tanto exilado en Chile, Picón-Salas se revela altamente influenciado por el ambiente político de esta parte del continente, más emparentado con el socialismo democrático, al estilo de la II Internacional, que con el comunismo de la III internacional, de allí el sentido moderado y autóctono de sus posiciones discursivas. «En Sudamérica -le señala a Betancourt- no podemos saltar las etapas del proceso histórico. La idea nacional me parece previa a la idea revolucionaria marxista»15. En consecuencia, los medios de la transformación nacional no tenían por qué inspirarse en el marxismo -doctrina que de paso sea dicho, Picón-Salas consideraba «en retroceso en todo el mundo»- sino, aparte de lo ya analizado, en la incorporación de las mayorías nacionales al Estado. A tal fin la única estrategia sería articular, organizar «aquellas masas que viven al margen de la nacionalidad» (Ídem). A la vía revolucionaria propuesta por Betancourt, Picón-Salas contraproponía la vía nacionalista como mecanismo de articulación y construcción de las identidades políticas modernas, «... el nacionalismo, el patriotismo en países débiles y explotados como los nuestros pueden ser una fuerza decisiva. Hay que darle eso sí otra proyección, otro contenido» (Ídem).

Por lo general, Betancourt no polemiza -hasta donde se puede observar- con Picón-Salas en torno a estos asuntos, más bien podría decirse, sin temor a equivocaciones, que el contexto de la discusión entre ambos intelectuales es común. Como se lo señaló Betancourt para excusar un largo silencio epistolar, «... en realidad, yo sentía que con usted tenía que discutir poco. En las cuestiones esenciales estábamos identificados»16. Estas «cuestiones esenciales» eran el anti-imperialismo, la realización de la idea nacional, la organización de las masas, su articulación al Estado, la fundación de un partido político, el anti-caudillismo. Quizás la única diferencia de fondo, tocada sin mucho tono polémico, se refería a la negativa de Picón-Salas a interpretar la realidad venezolana, y latinoamericana en general, según el esquema clasista tan próximo a Betancourt en estos años, lo cual neutralizaba haciendo énfasis en la cuestión nacional, «Ante un caso histórico tan lamentable como el de Hispano América y Venezuela en el momento presente, yo no vacilo en responder: La idea de la nación está antes que la idea de clases»17.




El despertar de la «conciencia nacional»

De las posiciones presentes entre los miembros del grupo ARDI se deriva, entonces, una estrategia de la mayor importancia (a la hora de la constitución de las identidades políticas, culturales e históricas de la nación) en relación con el problema planteado por Picón-Salas en términos de «conciencia de cultura» y de «conciencia de historia»: Era necesario construir discursivamente estos estados de conciencia colectiva («despertar la conciencia del país», dirá Betancourt)18. Este no será el caso de los comunistas ortodoxos, para quienes las identidades de sus sujetos no son planteadas en términos de la cultura, la nación o la historia sino en términos de clases, con su lógica inherente de reduccionismo económico. Al sujeto clase social no era necesario construirlo en tanto tal, este ya vendría pre-constituido como sujeto con una conciencia y unos intereses dados (producto de la experiencia de las luchas internacionales, argumento que se encuentra, por ejemplo, en Salvador de la Plaza) y vendrían, además, pre-fijados desde el exterior de sus propias posiciones políticas y sociales (por la Internacional Comunista). Su estructura como sujeto se desarrollaría con relación a -y como consecuencia de- las leyes de la acumulación de capital, las cuales serían seguidas como la sombra sigue al cuerpo. Esto es, el proceso de su conciencia se derivaba, en último análisis, de las condiciones económicas de la sociedad.




Lenguaje y conciencia nacional

Ya desde el panfleto En las huellas de la pezuña (1929), sus autores planteaban la tragedia de la «Venezuela intelectual decente» como la permanencia aislada en el «reducto orgulloso de su silencio». A esta generación no le había sido posible salir libremente a la luz del día por la amenaza que sobre sus cabezas y cuerpos representaban los gobernantes «irreconciliables enemigos de la idea». Estas afirmaciones no eran sólo ejercicio retórico, ese bloqueo a la palabra, a la obra cultural e intelectual habría repercutido hondamente sobre la formación de la «conciencia social». Al estar ésta «obstruida por una rígida censura», permanecía «... adscrita a sus viejas creencias, devota de dogmas seculares, arremansada en una quietud y en una inmovilidad que son atraso, estancamiento, muerte». En estas condiciones de silencio («rígida censura») la posibilidad de la palabra sería la única vía posible de renovación de la adormecida conciencia social19. Y las condiciones para esta posibilidad las habría producido el movimiento estudiantil de 1928. El pueblo que no era «masa activa» y, además, sin conciencia popular, resuelto al sacrificio, comenzaba a mostrar admiración por el estudiantado, «en las calles a cada momento, nos hacían detener... mientras se nos dirigían palabras de lealtad: estamos a la orden... para lo que ustedes hagan... Y todos veíamos en el fondo de las miradas francas, indicios de una resolución suprema» (Ibíd., p. 364).

Si con este movimiento, y sus consecuencias para la construcción de una conciencia popular-nacional, el primer paso estaba dado, lo que seguiría era la construcción de un lenguaje, y, más importante aún, su difusión. A partir de marzo de 1931, con la publicación del Plan de Barranquilla, otro importante paso también estaría dado: la definición como grupo y la fijación de posiciones ideológicas en cuanto tendencia política autocalificados como «izquierda moderada». La labor que seguiría, considerada como urgente, era: «... meternos en el alma de la masa»20. Y, ¿qué manera de meterse en el alma de la masa, sino a través del uso del lenguaje? Acá es donde el uso del discurso, del lenguaje en cuanto práctica social, en cuanto elemento constituyente de una conciencia nacional, colectiva, muestra su efectividad. Al lado de estos enunciados, hacía Betancourt un diagnóstico del estado físico y moral de esa masa en los términos siguientes: «... ese pobre pueblo analfabeta, alcoholizado, enfermo de todas las taras físicas y morales, enfermo sobre todo de ignorancia»21.

A ese pueblo, a esa masa, en esas condiciones, era al que había que elevar, «por la prédica constante y doctrinaria, a la concepción justa y revolucionaria...» de que su enemigo era «la clase capitalista nacional... la clase capitalista imperialista yanqui» (Ídem). Por su parte, Picón-Salas, quien en Chile estaba consagrado al estudio de los problemas educativos, partía de una misma perspectiva en relación con las mayorías venezolanas y veía como uno de los problemas más apremiantes, en esa coyuntura de «revolución y cambio de estructura económica», el modelamiento de un nuevo hombre. En carta a Betancourt señalaba: «hay que crear allá un nuevo tipo de hombre», el existente es romántico, tomador, en definitiva: «es un ser sin defensa alguna contra el imperialismo»22. ¿Cuál sería el sentido de una labor semejante? Tal creación implicaba más bien la transformación de la personalidad humana lo cual refería a problemas de orden práctico, solucionables -según Picón-Salas- a través de un nuevo esquema educativo: nueva enseñanza de la historia, suprimir el patriotismo romántico tomando sólo «lo que pueda tener de estimulante...». Incluso al «mito patriótico» en torno a Bolívar y demás héroes de la Independencia, añadía, «allá tan arraigado, se le puede dar una nueva orientación [...] futurista». Aprovechaba Picón-Salas la oportunidad para deslindarse de la enseñanza comunista y de su lenguaje: «sería una tontería predicarles a gente tan arraigada al suelo y de imaginación tan concreta, la abstracción comunista, esa especie de álgebra espiritual que ellos no pueden entender» (Ibíd., p. 328). Por el contrario, cuando este intelectual ofrece el servicio de su pluma para difundir propaganda sobre los problemas educacionales en el país, «integrado al ideario social común», lo hace con la promesa de que su lenguaje será muy simple tanto a nivel escrito como a nivel oral; lo último a través de «todo un ciclo de conferencias sobre estos problemas con los que se podría recorrer el país moviendo opinión»23.

Además del grupo de intelectuales organizados en torno a ARDI, ¿quiénes serían los agentes de esta movilización de opinión pública? La respuesta de Picón-Salas indica que era necesaria su creación. Imposible que estos agentes existiesen en las condiciones de atraso intelectual y de precaria cultura política imperantes en el país. La propagación del socialismo estaría a cargo de una «nueva clase por formarse [...] además del obrero de la Universidad Popular [...] puede ser el profesor primario y el profesor de escuela rural. Hay que crearlos urgentemente en Venezuela» (Ídem). La obra no sería tan rápida, mucho menos cuando quienes la proponían ni siquiera se encontraban en el país, pero era impostergable. Queda claro en estos enunciados que Picón-Salas, consecuente con sus anteriores planteamientos, entiende la educación («sobre bases de economía e historia modernas») como un vehículo de propaganda ideológica que sería vital a la hora de construir la conciencia nacional. Para rematar señalando el objetivo final: «nuestro problema es hacer un país moderno de esa tierra de doctorcitos, malos poetas e historiadores epopéyicos» (Ídem). En el mismo sentido, Betancourt se diferenciará de la gramática empleada por los comunistas, calificándola como «... ese lenguaje pedantesco en que se expresan, de iniciados más que de popularizadores de una doctrina»24. Incluso a nivel de sus tácticas y propaganda, Betancourt verá en ellas -e. g., en materia de anti-imperialismo- enormes peligros, «porque no compensa la alarma que produce con los resultados positivos que de ella se deriva para la definitiva emancipación de los trabajadores»25. En lugar de este tipo de comunicación con las masas, en verbo «académico y frío» (la referencia en concreto es al periódico del PCV, «El Martillo»), Betancourt propone un «lenguaje popular, arengativo, vehemente», incluso aquel utilizado para plantear cuestiones teóricas debía expresarse con «sencillez, claridad, poca extensión»26. De cualquier cosa podría acusarse a Picón-Salas y a Betancourt, pero jamás de ser incomprendidos por el uso de un lenguaje abstracto, turbio, de iniciados, práctica verbal en que sí incurrían a menudo los «radicales». «Yo creo que nosotros debemos ajustar nuestro lenguaje a nuestros problemas», y como para reforzar el argumento, Betancourt se hace eco de aquel paradigmático para algunos -execrable para otros- concepto de Mariátegui: «nuestro socialismo no puede ser calco-copia; tiene que ser creación heroica y nutrirse de nuestra propia realidad y expresarse en nuestro propio lenguaje».




Epílogo: nación, conciencia de cultura y voluntad de poder

Aparte de esta relación entre la conciencia de cultura, el despertar de una conciencia nacional y el uso de un nuevo lenguaje político, que hemos analizado, se encuentra en los textos producidos por esta intelligentsia una conciencia de sí misma, de estar sus miembros llamados a ser los protagonistas de la nueva obra. Es decir, existe una sorprendente claridad en la mente de los más conspicuos de estos jóvenes de que ellos representaban una ruptura intelectual con la intelligentsia del pasado (e. g., César Zumeta, Rufino Blanco Fombona, Gil Fortoul, Vallenilla Lanz). Para autocalificarse usaban expresiones como la «Venezuela intelectual decente», la «Venezuela joven»; en cuanto grupo se sentían «mejor preparado que ninguna otra colectividad social, por primordial factor de juventud y por otros igualmente valiosos: capacidad, decoro, intransigente noción de Patria...»27. En carta de Betancourt a Picón-Salas le hablaba de «los nuevos de Venezuela» (Gómez, p. 333). A su vez Picón-Salas se refería a que «estamos en nuestros mejores años y nos corresponde empeñosamente plasmar el porvenir» (Ibíd., p. 350). Sus lenguajes revelan claramente una tenacidad vital para situarse en la coyuntura del momento y sentirse los protagonistas del futuro. Entre la conciencia de cultura, es decir, conciencia de realidad, esta conciencia de ser protagonistas y su voluntad de poder sólo habría un paso. Y este lo daría enérgicamente el hombre de letras, por él se salvaría la patria y se construiría la nación. Así lo hace claro Picón-Salas:

Como Historia y como Conciencia la patria subsistió porque venturosamente siempre produjimos junto al caudillo, que en las guerras civiles del siglo XIX invadía la ciudad con sus mesnadas vindicadoras, el hombre de letras, el humanista o el historiador que soñando en una nación más perfecta, dábase a adiestrar generaciones enteras...28.







 
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