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La edad de la crítica

Ricardo Gullón





Alguna vez hemos destacado en esta sección la importancia de la crítica literaria norteamericana actual. El poeta -y crítico- Randall Jarrell publica en el último número de la Partisan Review de Nueva York (marzo-abril, 1952) un ensayo polémico que titula La Edad de la Crítica. Este es, dice, un tiempo venturoso para la crítica, al menos en los Estados Unidos, donde los importantes «quaterlies», las revistas universitarias y casi todas las literarias dedican tres cuartas partes de cada número a los trabajos críticos.

Constata Jarrell el hecho de que la inmensa mayoría de los jóvenes que intentan dedicarse a las letras, se consagran desde el comienzo, sin tantear otra cosa, a la crítica. ¿Cómo puede ser así? Cierto escritor a quien formuló esta pregunta le respondió sin vacilaciones, mostrándole una importante publicación, de cuyas 148 páginas, 134 estaban reservadas a la crítica, y solamente 13 1/2 a la creación, 11 para una narración y 2 l/2 para la poesía. «Siendo crítico -le dijo- los "magazines" necesitan que uno escriba para ellos y solicitan nuestra colaboración. ¿Y qué oportunidad tendría yo de ver mis cosas de otro carácter impresas en esas 13 1/2 páginas?»

Se lee demasiado crítica en los Estados -continúa Jarrell- y pocas obras de creación (alude a las minorías cultivadas, no al gran público, solicitado casi exclusivamente por lecturas de ínfima calidad: best-sellers, ficciones científicas, novelas policíacas, rosas e historietas de monigotes). Es frecuente que obras considerables de la literatura universal se conozcan y juzguen a través de lecturas hechas en los años de enseñanza secundaria o en los de Universidad. Un crítico famoso basó sus juicios acerca de Jane Austen sobre una lectura de Orgullo y Prejuicio realizada treinta y cinco años antes.

El riesgo de que los ensayos críticos suplanten a las obras de creación es alarmante, mas, desde este lado del Atlántico aun aparece, ciertamente, remoto. No así otro de los apuntados por Jarrell: la transformación de la crítica literaria, que abandona la aspiración a ser parte del arte de escribir, arte en sí misma, para convertirse en ciencia. Es curioso notar que el escritor norteamericano considera los «literary quaterlies» y publicaciones análogas como órganos de una clase -los intelectuales- desdeñada y oprimida en aquel país; clase que para mostrar su superioridad se refugia en tipos de escritura inaccesibles a la mayoría de sus conciudadanos.





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