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ArribaAbajoAvel·lí Artís i Balaguer

Nada define mejor la figura de Avel·lí Artís que su pasión por el libro impreso; una pasión que concretó de muy variadas formas a lo largo de su vida (la creación dramática, entre ellas) y que, en los años de exilio, le llevaron a impulsar cuatro actividades relacionadas con él: una imprenta, una editorial, una librería y la revista La família. Ligada a estas, Glòria Casals señala otra, muy común a todos los hombres de su generación: la tertulia, a través de la cual Artís formó una especie de «núcleo intelectual» en la ciudad de México suficientemente reconocido:

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«Con todo y los años -mis 'pocos años', podrá decir él- no decae, no se detiene, no se desanima, no se deja rebasar, y llega a ser en el exilio uno de los más sagaces y activos animadores de la literatura y el pensamiento catalán»108.

Artís, en efecto, montó una empresa editorial en catalán, Catalònia; se encargó de diversos talleres tipográficos (algunos de su propiedad); creó la Compañía Impresora y Distribuidora de Ediciones bajo cuya denominación se editaron obras como La vida provisional de Víctor Alba, y en 1949 fundó la librería homónima situada en la avenida Insurgentes 70, donde se organizaba una de las tertulias literarias más conocidas entre la comunidad catalana, concurrida tanto por políticos como por escritores en ciernes109. Con dedicación y empeño mantuvo una de las publicaciones más destacadas del destierro republicano, La Nostra Revista:

Editar y dirigir una revista está al alcance de cualquier iniciado en el periodismo. Y si yo ya tenía algunas nociones del oficio, acabé de aprenderlo en los siete u ocho años de práctica en la añorada «Publi» de Barcelona, cuando Lluís Nicolau d'Olwer hacía de almirante, y Ramon Peypoch, de capitán. Sostenerla económicamente está al alcance de cualquier potentado... o de cualquier soñador como yo, si se siente predispuesto a renunciar a todas aquellas cosas que -dicen- hacen agradable la vida, e invierte en imprenta, en papel, en grabado -y épocas hubo en que en colaboraciones- el efectivo que otros disponen en obtención de casa, automóvil, refrigerador, slacks para la señora y camisas Truman para ellos, para poder presumir los fines de semana en Cuernavaca o en Tequesquitengo110.




ArribaAbajoLos primeros pasos en México

Con el bagaje que le daba la experiencia adquirida en el mundo editorial barcelonés, nada más llegar a México Artís empezó a trabajar como cajista, pero pronto, su capacidad lo llevó a la dirección de una imprenta. La oportunidad, según explica Riera Llorca111, le llegó de la mano de una escritora mexicana, la señora Henríquez de Rivera, que le propuso asociarse con ella para montar un taller donde imprimirían sus propios libros y una revista. Así se inició A. Artís,   —61→   impresor, S. de R. L., una empresa ubicada en la calle Durango 290, que dio trabajo a muchos operarios refugiados, un buen número de ellos de origen catalán112: Marià Martínez Cuenca, prensista; Joan Margelí, linotipista; Joan Falcó, minervista; Miquel Fustagueres, cajista; Lluís Branzuela, administrador; Elvira Tella y Lucrècia Ivan, encuadernadoras; Bartomeu Rosique y Lois -antiguo cónsul de España en Lyon-, cajistas; Pere Matalonga y, más tarde, Vicenç Riera Llorca, correctores de pruebas, etc. El encargado del taller era, al principio, Marian Roca -quien había aprendido el oficio antes de la guerra, en su antiguo taller de Reus-; y, más adelante, el tipógrafo madrileño José Castillo, «buen conocedor del oficio, activo y enérgico»113. La mayor parte de estos hombres permanecieron siempre con Artís y le acompañaron en muchas de las imprentas donde trabajó posteriormente.

La empresa, muy próspera, llegó a tener tanto trabajo que tuvo que establecer turnos para que se laborara de noche114. El negocio, sin embargo, acabó cuando Avel·lí Artís se enemistó con su socia. Entonces, él y una buena parte de su gente (Marian Roca, Joan B. Climent, Vicenç Riera Llorca, etc.) pasaron a los talleres gráficos de Ediciones Minerva, propiedad de los catalanes desterrados Miquel A. Marín, Ricard Mestre y Ramon Pla Armengol. Paralelamente a su labor como jefe de la imprenta, donde preparó numerosos libros en catalán, Artís dio inicio a una nueva en las calles de Pánuco y Río de la Plata: la Impresora Insurgentes, donde editó una parte de los volúmenes de Edicions Catalònia.

En todas estas empresas, como en aquellas en las que participaría más adelante, la calidad se convirtió en su rasgo distintivo:

no en vano era hijo de un tiempo en que pasar de aprendiz a mozo y de mozo a maestro-impresor requería muchos años y era como una carrera; una carrera que no podía salir bien si faltaba la vocación y la suprema característica de los buenos artesanos: el gusto por el trabajo bien hecho, dejo de los gremios y de las tradiciones del Renacimiento115.



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Artís siempre ponía gran esmero en el cuidado de los textos impresos116 y, muchas veces, él mismo realizaba las labores más delicadas. Resulta significativa, en este sentido, la distinción que Artís realiza entre algunos pies de imprenta: mientras que conferencias, memorias y algunas novelas fuera de colección tienen el nombre «A. Artís, impresor», otros libros de bibliófilo llevan la firma del «Obrador d'Avel·lí Artís»117.




ArribaAbajoLa Col·lecció Catalònia

Hacia 1943, Artís creó la Compañía Impresora y Distribuidora de Ediciones que, como antes señalaba, tuvo después su librería homónima en Insurgentes 70. Dentro de ella, en 1944, Inició la Col·lecció Catalònia, cuyo nombre evocaba aquella emblemática Llibreria Catalònia barcelonesa de tanta importancia en la edición catalana de los años veinte, con la voluntad de ser útil a Cataluña al presentar una serie de libros elaborados con gran rigor editorial, sin ningún afán de ganancia económica y destinados a «atenuar en aquello que sea posible, los efectos del colapso que sufre nuestra bibliografía en sus múltiples y diversos aspectos»118. La colección comenzó a imprimirse en los talleres Minerva donde trabajaba Artís y, más adelante, se realizó en las prensas de Impresora Insurgentes. El precio de cada volumen oscilaba entre los dos pesos del Adrià Gual i la seva obra y los quince de De la pau i del combat de J. Pous i Pagès, aunque los suscriptores de la colección recibían los libros en su domicilio, con un descuento de 20% sobre el precio establecido para la venta.

La muy crítica revista Quaderns de l'Exili -y poco antes de un rompimiento que llevó a Sales y Ferran de Pol a firmar una carta conjunta donde pedían a Artís que retirase de su catálogo dos obras de ellos, previstas para su   —63→   edición119- calificó a Catalònia como una empresa eminentemente patriótica120, donde se advertía la continuación del trabajo editorial iniciado en Barcelona años atrás, una labor que se había destacado siempre por su cuidada tipografía, heredera de las prensas de L'Avenç. La editorial, que desde el decimosegundo libro adoptó el nombre de Edicions Catalònia, obtuvo bastante resonancia entre la comunidad catalana, fue muy alabada por su cuidada presentación121, y llegó a publicar 18 libros de los más diversos géneros: narración, biografía, historia, viajes y ensayos, más otros pocos libros propiamente fuera de colección. No pudieron aparecer todos los volúmenes previstos -como por ejemplo Retalls de vida de Josep Pijoan, Ramon Pintó de Vicenç Bernades, L'obscur deixeble de Xavier Benguerel, L'erm ampulós de Ferran de Pol, Minyonia del bon rei Jaume de Abelard Tona o Antoni Puig-Blanch de J. M. Miquel i Vergés- ni tampoco se editó la ambiciosa cifra de un libro por mes prevista un tanto ingenuamente por Artís. La impronta dejada, pese a esto, cumplió con suficiencia el propósito combativo inicial: a Artís «no le interesaba hacerse rico, sino lanzar unos libros en catalán cuando en muchas partes del mundo no se hacían, y mucho menos que en parte alguna, en Cataluña. No quería otra popularidad que la de hombre tozudo, magníficamente tozudo hasta parecer de mal talante, entregado a su obra y descuidando por ella sus negocios materiales»122.

Consciente de que la empresa no le reportaría beneficios -esta, en realidad, subsistió gracias a las pocas subscripciones y buena parte de las ganancias   —64→   que le proporcionaban la imprenta y la editorial Fronda, de libros en español-123, Artís se propuso ofrecer un catálogo variado, riguroso y de gran calidad tanto en el contenido como en la forma, símbolo de la continuidad de la cultura catalana y testimonio de su vitalidad. Artís alternó reediciones de los autores más consagrados con obras recientes, dirigiéndose a los gustos más diversos, pero valorando ante todo la calidad de los originales «que no ofrecieran el único interés de estar escritos en catalán, sino que fueran interesantes de verdad»124.

Pese a este propósito, no aplicó un criterio muy estricto en cuanto a la temática o los géneros; hecho que explica la heterogeneidad de materiales, desde novelas como Solitud de Víctor Català, Temperatura de Francesc Trabal, 556. Brigada mixta de Avel·lí Artís-Gener o Tots tres surten per l'Ozama de Vicenç Riera Llorca; hasta el conjunto de obras que, a medio camino entre el recuerdo histórico, el libro de viajes y la autobiografía, forman el grupo más importante numéricamente de la producción exiliada: Benissanet de Artur Bladé, Miquel Servet de Jaume Aiguader, La novel·la del besavi de August Pi i Sunyer, Retrats literaris de Domènec Guansé, entre otros. Sólo en dos ocasiones, Artís intentó iniciar otras líneas editoriales en catalán con la creación, en 1947, de la colección Verdaguer y el proyecto de una Col·lecció Almirall, dedicada a temas históricos, viajes, economía, política, biografía, derecho y sociología, que no llegó nunca a concretarse. La Col·lecció Verdaguer se presentaba como un homenaje al «orfebre de la moderna lengua literaria de Cataluña, además del más grande poeta catalán del siglo XIX», e iba destinada a publicar exclusivamente poesía, tanto de autores consagrados como de nuevos valores. Desafortunadamente, la Col·lecció Catalònia se cerró con el mismo libro que le dio inicio: La collita tardana, de Antoni Rovira i Virgili125, dejando sin publicar una antología poética preparada por Rafael Tasis que se anunciaba en La Nostra Revista126.

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Avel·lí Artís, Adrià Gual i la seva obra

Avel·lí Artís, Adrià Gual i la seva obra. México: Col·lecció Catalònia, 1944.

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La Col·leció Catalònia arranca en 1944 y edita su último libro en 1953, un año antes de la muerte de Avel·lí Artís. La curva de publicaciones asciende durante los tres primeros años (tres libros, en 1944; cuatro, en 1945; y cinco, en 1946), y comienza a bajar desde 1947: a partir de entonces sólo se editan siete títulos en total: cuatro en 1947 y sólo uno en cada año de 1948, 1950 y 1953. Esta reducción la ocasionan en gran parte los inconvenientes de mantener dos empresas tan poco lucrativas como la colección de libros en catalán y La Nostra Revista; las dificultades propias de la industria mexicana del libro, y, también, la tímida apertura de la censura en Cataluña, que permitió reiniciar la edición en catalán en la Península127. De todas formas, por encima de estas razones, pesa más el hecho de que el «sentimiento» de miembro de la comunidad exiliada se va sustituyendo, para muchos lectores, por el de emigrado convencional: ya no se responde como antes a ciertas demandas participativas, sobre todo desde el punto de vista económico. El texto firmado por Edicions Catalònia con que Artís señalaba las dificultades prácticas de publicar Tres de Rafael Tasis (finalmente editada muchos años después en la Biblioteca Catalana), pone en evidencia esta situación:

En el exilio no hay, no ha habido nunca, ninguna masa de lectores en ninguno de los idiomas desterrados, si no son los mismos de los países donde los desterrados se acogen. Ni hay, entre la mayoría de los exiliados, aquella comunión activa y constante de la que brota el calor que crea y reaviva las reputaciones literarias; no ya las que puedan surgir en los reducidos círculos de los propios emigrados, ni tan siquiera aquellas que después del respectivo desplazamiento surgen en los países que un día abandonaron, de grado o a la fuerza. Por estas y muchas otras razones que se nos ocurren, y que si las refiriéramos harían interminables estas líneas, las ediciones en lengua catalana fuera de Cataluña no tienen más explicación que la inquietud de quienes lo darían todo y todo lo sacrificarían con tal de mantener vivo el fuego sagrado que los aviva en la hora de su formación y de su entrada en el mundo del espíritu. Sí: todavía supervivencias románticas. Nada más opuesto, por tanto, a toda esperanza de sacar el más mínimo provecho material128.





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ArribaAbajoUna (re)visión de su catálogo

El primer libro publicado fue La novel·la del besavi de August Pi i Sunyer, unas memorias noveladas de familia que ofrecen un amplio panorama de las postrimerías del siglo XIX y del primer tercio del XX. La publicación de la obra de Pi i Sunyer -al cuidado del entonces linotipista de la imprenta Minerva, Joan Sales, quien había intentado ya editarla previamente129- resultó todo un éxito de ventas: en los Quaderns de l'Exili se hablaba de su aceptación en la Feria del Libro mexicana de 1944130; más adelante, en la misma revista, Joan Sales señalaba cómo en unos pocos meses se habían vendido más de 500 ejemplares de La novel·la del besavi. La cifra, «muy considerable en el exilio»131, muestra la resonancia de los inicios editoriales de un hombre tan reconocido dentro de la comunidad catalana como Artís. De todas formas, la novedad y los buenos propósitos de apoyar su iniciativa se mantuvieron durante relativamente poco tiempo y muchos de los originales en espera de publicación nunca salieron a la luz en Catalònia132 por razones económicas.

La segunda obra de la Col·lecció Catalònia, Adrià Gual i la seva època, ampliaba el texto de una conferencia leída en el Orfeó Català el 18 de marzo de 1944, en homenaje al dramaturgo Gual, muerto en Barcelona el año anterior133. Estas dos primeras obras, como las siguientes, plantean una tendencia común: el propósito reivindicador de la República, sus antecedentes y su pervivencia. En libros sucesivos, Pi i Sunyer reelabora la historia de Cataluña de las últimas décadas, como Jaume Roig en El darrer dels Tubaus, obra definida desde las páginas de La Nostra Revista, como «la novela más lograda y vigorosa que ha producido el exilio»134. La misma vindicación se repite con Els supervivents de Víctor   —68→   Alba (que reinició en 1950, sin mucho éxito, una nueva etapa de las Edicions Catalònia), 556. Brigada mixta de Avel·lí Artís-Gener, y Tots tres surten per l'Ozama de Vicenç Riera Llorca.

Desde la mirada intencionalmente más objetiva del historiador, se imprime un libro de Ferran Soldevila y Pere Bosch-Gimpera, Història de Catalunya, publicado bajo el patrocinio de la Fundació Ramon Llull. Su visión de los hechos más recientes -las causas de la guerra civil, ante todo- despertó una agria polémica, no sólo entre un sector de la comunidad catalana que no aceptaba muchas de las interpretaciones allí expuestas, sino también por parte de los mismos autores: Soldevila expresó reiteradamente su desacuerdo con la versión publicada, al parecer demasiado modificada por el encargado de la edición, Joan Sales. No obstante, tuvo cierto eco entre el público catalán en México, en tanto fue el manual de historia de Cataluña más completo publicado en el exilio135.

El estudio citado de Adrià Gual, uno de los dramaturgos renovadores de la escena teatral catalana, como apuntaba más arriba, parte de una revisión específicamente literaria de la tradición cultural y se centra en un periodo especialmente interesante para Artís, el modernismo artístico catalán. Su lección la recoge con acierto Joan Roura-Parella, en las palabras finales de su «Impressió d'un oient» con que encabeza el libro:

El poder mágico de la palabra de Avel·lí Artís convocó el espíritu de Gual sobre aquella comunidad de catalanes, haciéndonos sentir que a un pueblo no sólo pertenecen los vivos, sino también los muertos que supiesen abrir caminos en nuestra vida. Y quien cree en el futuro, recibe no poca fuerza de los espíritus de ayer para luchar por la plena realización de nuestro genio, único e inimitable en la totalidad del mundo136.



Esta relectura de la tradición la continuarán también las reediciones actualizadas ortográficamente de monumentos de la literatura catalana como Solitud de Víctor Català o L'Atlàntida de Jacint Verdaguer -el único libro de poesía de la colección, al cuidado de Joan Sales137-, así como la edición de estudios   —69→   críticos de estos u otros autores, a quienes se pretende convertir en guías. Así, encontramos, por ejemplo, la biografía reivindicativa Mossèn Cinto (1944) de Joan Moles i Ormella, uno de los cuatro albaceas de Verdaguer, que ha sido descrita como «la primera contribución del editor a la utilización simbólica que el exilio hizo de Verdaguer»138.

Al mismo tiempo, esta relectura de los clásicos se alterna con el estudio de autores coetáneos, a quienes de igual manera se pretende convertir en punto de referencia de las nuevas generaciones; tal es el caso de Retrats literaris de Domènec Guansé, un trabajo crítico-biográfico en torno a 28 escritores, muchos de ellos vivos e integrantes de la generación literaria de 1910-1930139. Un estudio que, vale la pena recordarlo, parte de la visión que ya tenía el autor antes de la guerra civil y que reivindica a los autores «retratados» insertándolos en el contexto cultural de la Cataluña de preguerra:

No he releído a ningún autor durante mi trabajo, ni siquiera he intentado reencontrar, hojeando algunas páginas, el estilo de sus autores. Lo he hecho así, en primer lugar, porque no tengo al alcance a casi ninguno de los más importantes y significativos y también por el temor de que el simple hecho de iniciar la relectura me hubiera obligado a variar considerablemente la tabla de valores.



Aunque no se dan más pistas sobre el sentido de este análisis, la misma elaboración del texto se encarga de otorgar muchos de los argumentos que convertirían el concepto «tradición» en un proyecto de futuro:

Es así que estas páginas inspiradas por la añoranza, si miran al pasado, quieren proyectarse en el futuro. Los que vendrán después podrán hacer, sin duda, de todos estos personajes, revisiones y revalorizaciones más serias. ¿Pero sabrán, tan bien como nosotros, cómo han sido?... Constituye un arduo problema, siempre discutido y nunca solucionado, averiguar si un escritor o un artista es más comprendido por la propia que por las futuras generaciones140.



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La posición adoptada resulta un signo de la necesaria relectura de la tradición, pero ahora con pretensiones de objetividad sobre todo en su propósito de no hacer distinciones por la orientación ideológica de los autores o su posición respecto a la dictadura franquista:

Seguramente conviene, para una acción política concreta, amputar los miembros gangrenados de nuestra sociedad. Pero no conviene semejante actitud al hacer historia o trazar un simple panorama de un momento. Si nos encarnizarnos en podar, por razones a veces dudosas, nuestro árbol solariego y lo dejamos con las ramas demasiado despejadas, ofreceremos una imagen poco real de él y seguramente mucho menos bella de lo que es. Cataluña es Cataluña, hasta con sus traidores. ¿Y sabemos siquiera con exactitud quiénes son los que han traicionado, los que han pecado y pecan más contra Cataluña?... Los criterios, al considerarlo, ni entre los exiliados mismos son unánimes. Sin embargo, la actitud de no mutilar la historia... estimula la libertad de examinar y de formular juicios serenamente. En todo caso, lo que menos he deseado es componer un libro destinado a atizar las llamas de la guerra civil. Pues no deseo que la guerra civil se prolongue, al menos más allá de donde sea necesaria141.



La prosa no ficcional, donde se mezclan recuerdos históricos con la mitificación del país perdido o la evocación del paisaje catalán y su gente, entra al catálogo de Artís de la mano de una reedición de un libro de 1928: El pont de la mar blava de Lluís Nicolau d'Olwer, que, a pesar de haber sido escrito muchos años antes, es también un libro de exilio, tal como apunta el propio autor en el prólogo que lo encabeza.

Continuarán esta tendencia memorialista De la pau i del combat de Josep Pous i Pagès y el último libro de la colección de obras en catalán, el decimoctavo: Benissanet, de Artur Bladé, impreso en la Imprenta de la L. Laredo, en l953142. Para Rafael Tasis, en una elogiosa reseña en Pont Blau publicada el año 1955, al texto «la nostalgia le ha dado su temblor lírico que hace de este completo tratado de geografía humana una de las obras literarias más emotivas que ha dictado la tierra catalana a uno de sus hijos»143. Presentada como la reanudación de las Ediciones Catalònia, Benissanet marcó en realidad su final144.

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Otras obras dan fe de diversas tendencias exploradas por los autores del exilio, especialmente las que merecieron un galardón en los premios literarios de la emigración. Este es el caso de Ramon Vinyes y su colección de cuentos A la boca dels núvols, que había recibido el Premio Concepció Rabell en los Jocs Florals celebrados en París en 1950, y 556. Brigada mixta, Premio de Prosa Copa artística en los de La Habana (1943).

La labor de Artís no se limitó a la Col·lecció Catalònia o a la frustrada Verdaguer, sino que también promovió muchas otras ediciones de obras en catalán, desde los inicios de su imprenta en la calle Durango. Por citar sólo algunos de estos títulos, aparecieron en 1942 Retorn y De Barcelona a l'Havana... passant per Darnius de Josep Maria Poblet, pagados por el mismo autor145; Present i futur de Catalunya (conferencia leída el 6 de junio de 1942 en el Orfeó, bajo los auspicios de la Comunitat Catalana) de Josep Andreu Abelló; más adelante se editó L'esperit de Catalunya de Josep Trueta, subvencionado por la Institució de Cultura Catalana. Hasta el final de su vida, Artís se dedicó al libro, continuando, como lo describía con mucha gracia Domènec Guansé,

allá, en México, en mangas de camisa, como si estuviéramos en verano en una imprenta o redacción de Barcelona, abismando los ojos, de mirada clara, encima de la mesa donde se amontonan las galeradas, embriones de libros con la tinta fresca que exhala un incitador olor de santo, o, encaramándose en el propio cuerpo, el pecho de pollo, la crisma encrestada, ordenando, gritando, empujando, peleándose, incluso haciendo corro, y en el fondo, queriendo a todos; y más que a ninguno, a aquellos con quienes acaba de pelearse, si, como él mismo, hacen cosas para servir a Cataluña146.



El final de las Edicions Catalònia, tal y como lo relata Tísner, el hijo de Artís, ejemplifica el individualismo de muchas de estas editoriales de origen catalán, mismas que, por una u otra razón, perecieron con su creador. A causa de la enemistad entre toda la familia de Artís y su última mujer, Dolors Peris, esta vendió como papel usado los fondos de la editorial.





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ArribaAbajoMiquel Ferrer y su Club del Llibre Català

En 1944 apareció en la ciudad de México la primera de una serie de obras que llevaban como pie de imprenta el nombre de Club del Llibre Català, impulsado a raíz de una de las sucesivas ediciones de la Feria del Libro organizadas en la capital mexicana. La idea original iba ligada al Orfeó Català, sobre todo a su Institució de Cultura Catalana147, y proponía

la unión de los amigos de las letras catalanas, convertidos en cooperadores con vistas a la publicación normal de textos catalanes. La publicación de obras señaladas, tanto de las producidas en todas las tierras del exilio como en otras, conocidas y consagradas en nuestra historia literaria, a las cuales convenga dar particular difusión en este Continente. La difusión gratuita, en universidades, bibliotecas, publicaciones y centros culturales de las naciones libres, de ediciones en las que se manifieste y propague el genio y el espíritu de Cataluña148.



Su consejo directivo estaba integrado por Josep Carner, presidente; Miquel Ferrer, secretario; Josep M. Jufresa, tesorero; A. Artís-Gener, Agustí Bartra, Joan Rossinyol, Joan Roura-Parella, Josep Roure-Torent y Jaume Terrades, vocales149. De entre todos ellos, no obstante, quien dirigió realmente el Club del Llibre Català fue Miquel Ferrer.

Ferrer había estado fuertemente ligado al mundo del sindicalismo en Cataluña, donde colaboró en la fundación de las Joventuts d'Acció Catalana y, más adelante, del Partit Socialista Unificat de Catalunya (1936), además de ser secretario general de la UGT (Unión General de Trabajadores) catalana en los años de la guerra civil. Colaborador habitual en publicaciones como L'Hora, La Batalla, Front y Treball bajo el pseudónimo de Ramon Fuster mantenido en el exilio, había publicado durante la guerra un par de estudios sobre el mundo obrero (Els agrupaments industrials i comercials y La UGT i la municipalització dels serveis). En México continuó escribiendo trabajos sobre economía y política: Projecte de bases econòmiques i socials sobre la reconstrucció de Catalunya, Informe sobre el problema de les institucions de la Catalunya autònoma   —73→   y Enric Prat de la Riba i l'Assemblea de Parlamentaris del 1917150. Ferrer participó activamente en las políticas del exilio, durante el cual fue presidente de la Comunitat Catalana de Mèxic, creador del Partit Socialista Català, además de miembro distinguido del Consell Nacional, el Moviment d'Emancipació Social i Política de Catalunya, la Conferència Nacional Catalana, la Institució de Cultura Catalana y el Consell Català de Cultura. Se distinguió, además, como destacado promotor cultural, ligado sobre todo al mundo de la edición.

La pasión por el libro le venía de antes: en Barcelona había sido el fundador de la importante Llibreria Italiana. A su llegada a México continuó con este trabajo de librero en Porrúa, Misrachi y la Central de Publicaciones; se encargó de la publicación El Bibliófilo Mexicano, de las Ediciones del Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación, de la Compañía General Editora junto con un impresor asturiano151, y de Ediciones Minerva. Además, coordinó diversas colecciones literarias efímeras como la Biblioteca Infantil Cervantes y la colección La Cigarra, de poesía152, y apoyó publicaciones como la pionera Revista dels Catalans d'Amèrica, iniciada en 1939, de tan sólo cuatro entregas, la última doble.

Cuando Ferrer se propuso impulsar la edición catalana en América, obtuvo la ayuda económica de un viejo residente catalán, Joan Linares Delhom. Esta aportación, junto con las suscripciones, permitieron la subsistencia del Club del Llibre Català durante casi veinte años (el último volumen apareció en 1963). Su existencia se mantuvo, pese a ello, muy irregular, y después de una primera curva ascendente que culmina en 1948, no apareció ningún otro libro hasta 1956, año en que la Institució de Cultura Catalana revivió el sello editorial con un libro de Roure-Torent, L'alè de la sirena i altres contes, del que se encargaron Pere Calders y Agustí Bartra, un homenaje al secretario-fundador,   —74→   muerto un año antes. En esta segunda etapa, la más prolífica en realidad, se vuelven a editar casi cada año uno o dos libritos, de menor extensión que los anteriores.

Buena parte de los dieciséis libros de la colección salieron en ediciones numeradas y reducidas, firmadas por el autor, todas ilustradas por artistas catalanes -muchos de ellos del exilio, como por ejemplo Joan Junyer, Francesc Domingo, Avel·lí Artís-Gener o Josep Narro-. Los volúmenes del Club se caracterizaron por su cuidada tipografía e impresión, y unos precios asequibles, alrededor de los doce pesos. Se encargó de ellos, sobre todo, la familia Boldó, que estaba a cargo de los talleres gráficos de la Editorial Fournier -excepción hecha de los primeros volúmenes, impresos en los Talleres Gráficos de Cvltvra y en los Talleres Gráficos Editorial de la Intercontinental-. La participación de Carner dio a los primeros volúmenes del Club del Llibre Català una vocación universalista, de difusión de la cultura catalana y a la vez de inclusión de esta en el ámbito de la universal. Vocación muy claramente expresada en los prólogos que él mismo escribió para los libros de Jaume Serra Hunter, El pensament i la vida. Estímuls per a filosofar (1945), y de J. Roure-Torent, Contes d'Eivissa:

El hombre universal. Me place repetir este concepto, paladeándolo por entero, en el umbral de un libro de relatos populares. Y no es ninguna paradoja que yo lo tome aquí como signo. La primera cultura fue de relatos viajeros y hay pocas cosas que, de tanto viajar, sean hoy más generales y comunes de la humanidad que el cuento de la Cenicienta, de la que encontramos, en estas páginas, naturalmente, una nueva versión... estos cuentos han sido contados hace siglos por dos tipos de misioneros de la imaginación, los marineros y los camelleros, y venidos de Oriente, inmortal hogar de prestigios fabulosos, se han infiltrado nuevamente coloreado en la memoria de grandes extensiones de linajes. Por donde, con sus imágenes y sus enseñanzas, con sus tumbos de sorpresa, de angustia, de malicia y de risa, han fortalecido, como si dijéramos en estampas, en una especie de alfabeto generalizado, la base sentimental de la unidad humana153.



El Club del Llibre Català dedicó una parte muy importante de su catálogo a la publicación de poesía, género de gran producción en el exilio, pero muy limitado en cuanto a su público y las posibilidades reales de edición. Sus líneas editoriales resultaron muy diversas, tanto en sus argumentos, como en el aspecto formal, y se dio la oportunidad a algunos jóvenes para que dieran a conocer sus manuscritos primerizos, no siempre considerados en las colecciones de mayor difusión.   —[75]→     —76→   Son muy diferentes, por tanto, el primer libro impreso en el Club (con una carta-prólogo escrita por Josep Carner), el poemario Músiques d'oboè de Jaume Terrades (1948); la prosa de tono elegiaco Cant a la ciutat obrera de Salvador Sarrà i Serravinyals, concluido en Chile el 19 de julio de 1956, pero no impreso hasta 1959; los versos tradicionales del primer libro de Josep Ribera, Sense paraules, que prologa Pere Calders, o la Antologia poètica de Martí Soler i Vinyes, también su primera obra, que inició la frustrada Petita Col·lecció Literària (1959)154.

Josep Roure-Torent, Contes d'Eivissa

Josep Roure-Torent, Contes d'Eivissa. México: Club del Llibre Català, 1948.

[Página 75]

El cuento resultaba especialmente atractivo para los lectores de la diáspora y, recogiendo estos intereses, la oferta del Club del Llibre Català combinó las narraciones populares, recuerdo de la tierra perdida, de Contes d'Eivissa (1948)155, con otros textos basados en leyendas mexicanas, como L'alè de la sirena i altres contes (1956). Ambos libros, de Josep Roure-Torent, muestran una evolución interesante: la que va del recuerdo constante de la patria añorada a la sorpresa, la seducción y, finalmente, la comprensión de México. De todas formas, este cambio de perspectiva, que hoy ofrece un tema de estudio muy sugerente, tan sólo se apunta, sin acabar de concretarse. El Club se interrumpió, dejando una pequeña muestra de la gran producción literaria del destierro catalán en México y, en todo caso, sin editar aquel la gran novela que el Primer Concurso del Club del Llibre Català proponía.

Con el tiempo y el cambio de las circunstancias que rodeaban al exilio, el Club revivió, convirtiéndose en un espacio de resistencia donde se imprimían breves obras que la censura impedía editar en Cataluña. La labor de los desterrados, sin embargo, ya no se limitaba a la propia comunidad, ni siquiera al país receptor: los libros aparecían con la intención de ser difundidos en la Península. Los últimos seis títulos editados entre 1960 y 1963 bajo el nombre genérico de Estudis i Documents, son folletos de divulgación histórica-política-económica, donde se tratan temas tan diversos como el Estatut d'Autonomia de 1932 o la reorganización de la industria algodonera catalana. Pese a que el último de los folletos, Els metges catalans emigrats de Antoni Peyrí (1963), recoge un   —77→   testimonio destinado a no olvidar la labor de un grupo de desterrados; esta última etapa del Club muestra cómo los propósitos políticos y culturales de la edición catalana en el exilio habían variado sensiblemente y, en cambio, se usaban las facilidades prácticas de un país americano para apoyar la resistencia al franquismo que se llevaba a cabo en España.