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11

Ibidem, p. 538.

 

12

Un día «le dio a un soldado mal de corazón (de que adolecía), cayó al agua y casi se ahoga, mas lo sacaron luego y soplándole otro por las narices humo de cigarros de sólo papel, volvió», URIARTE, op. cit., pp. 538-539.

 

13

P. CHANTRE, Historia de las Misiones de la Compañía de Jesús en el Marañón español, lib. 12, c. 4, p. 685.

 

14

«Lo que nos daba especial compasión era el trabajo ímprobo de los pobres indios remeros, en el trato verdaderamente cruel que les daban y era ya costumbre en los portugueses. Habían de ir remando sin parar, y el descanso sólo era pasar después de un par de horas, de un lado al otro del barco, para que descansara algo la mano que tenía el remo hacia el agua, donde tenía más fuerza; porque no eran los remos como en Europa, sino como en nuestra Misión, pero la palanca más ancha y larga y ésta iba metida en el agua hasta el cabo, hacia abajo, casi pegada al barco con los cuerpos, que hacía continuo movimiento hacia el agua. Eran los remos de más de seis cuartas; de día los miserables iban sudando a chorros, y las cabezas y los cuerpos a un ardentísimo sol, sólo con unos pequeños sombreros y a veces nada en la cabeza. ¿Y qué comían? Cuando nosotros; ellos un puñado de harina de mandioca, que echaban en un calabazo y llenaban de agua. Esto era comida y bebida, y alguna otra vez entre el día, sin dejar de andar, dando unos y remando los otros. Ni podíamos ni un bocado de lo que nos ponían en comida y cena repartirles, así por no poder tratar con ellos, como porque los soldados estaban como camaleones con las bocas abiertas a lo que sobraba. Pero lo más riguroso era la noche: remaban toda ella, sin parar los barcos un instante, ni comer, ni apenas dormir, pues no tenían otro reposo que arrimar por turno dos, uno por cada lado, las cabezas, sentados como estaban, al barco; y pasado un rato, ya el soldado, con un revenque, lo despertaba diciendo: ¡Levántante, can! Y porque quede dicho de antemano, por este trato tan inicuo, y por más que estaban los soldados alerta con sus armas, en el decurso del viaje se les huyeron diversos, echándose al agua y nadando metidas las cabezas, cuando sabían había cerca algún pueblo (y sabe Dios si se ahogaban desesperados)», URIARTE, op. cit., pp. 539-540.

 

15

La comida consistía por lo común en «arroz, carne y frijoles y su trago (y después se recibió socorro del Pará en un barco que traía hasta lámparas, platos, cucharas, y tenedores muy decentes). Comimos fideos, bizcocho y no sé qué otra cosa que habían enviado de Europa. Además de esto, el buen Capitán había mandado en los pueblecitos previniesen aves, y como se pasaba por algunos, metían las caponeras provistas de pollos y gallinas». Ibidem, p. 538.

 

16

Ibidem, p. 543.

 

17

Ibidem, p. 546.

 

18

Sobre el comportamiento de estos militares portugueses el Diario del P. Uriarte recoge la despedida, cincuenta días después, al embarcarse rumbo a Lisboa, con estas palabras: «Se despidieron los tenientes enternecidos y les dimos mil gracias. Ya que no supe los nombres de estos dos buenos caballeros, pongo algunas señas para eterno reconocimiento. El teniente Coronel, me parecía de sus cuarenta y cinco años; hombre alto, y bien hecho; sabía latín, y algunas veces nos saludaba: valete, Patres mei; nunca nos faltó en su ministerio de servirnos a la mesa, y en otras cosas, que se ofrecían, como el más humilde religioso. El Teniente Capitán era de mediana estatura, galán de rostro, y su edad representaba de veinticinco años; éste, que trataba más inmediatamente con nosotros, lo hizo con tal grado y constancia, que nos pasmó. Ambos, sin podernos hablar más que lo preciso, mostraban lo que estimaban a la Compañía, su buena crianza y ferviente caridad, que sit in benedictione». Ibidem, p. 553.

 

19

Aunque al principio el sacar «los servicios» se hacía mañana y tarde, después sólo al anochecer.

 

20

URIARTE, op. cit., p. 548.

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