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La fiesta de la novela: el Premio Nadal y su función como antecedente del sistema español de certámenes literarios

Blanca Ripoll Sintes


Profesor Serra Húnter - Universitat de Barcelona



No podemos entender la creación del decano de todos los premios literarios surgidos en España después de la guerra civil si no acudimos al origen de la revista que alumbró una editorial con su mismo nombre y el Premio Eugenio Nadal de Novela: el semanario, primero burgalés y después barcelonés, Destino.

Nacida como Boletín de Falange en el Burgos nacional de 1937, en el seno de la Delegación de Prensa y Propaganda de la Territorial de Cataluña dirigida por el poeta y orador Dionisio Ridruejo, la revista Destino aparece con las intenciones de aglutinar a su alrededor a todos los catalanes que se habían pasado a la zona sublevada (Geli y Huertas Clavería, 1991: 20-21), de llevar a cabo una misión propagandística (que se bifurca, habitualmente, en la voluntad de generar una moral de victoria y de reafirmar la adhesión de los propios, y en el deseo de minar la moral del enemigo) y, en tercer lugar, de desarrollar una estrategia ideológica para luchar contra el anticatalanismo existente en la España «nacional» durante la guerra civil (Thomàs, 1992: 304).

El Destino de Burgos, fundado por Josep Maria Fontana y Xavier de Salas, ofreció firmas como las de Ignasi Agustí (su director a partir del número 35). Josep Vergés (futuro alma mater del Destino de Barcelona), Juan Ramón Masoliver, Martí de Riquer, Cecilio Benítez de Castro, Eugeni d'Ors, Carmen de Icaza, Pedro Laín Entralgo, Juan Ramón Masoliver, Gonzalo Torrente Ballester, Carles Sentís, Pere Pruna, Álvaro Cunqueiro o Juan Beneyto, entre otros. Los cien primeros números de la revista burgalesa terminaron con la guerra civil y Destino renació, con el número 101, en el mes de junio de 1939 en la ciudad de Barcelona.

El final de la guerra civil no solo supuso un enorme retroceso en cuanto a los derechos conseguidos por la modernidad republicana, sino que conllevó el inicio de un período de grandes carestías, que empezaron a paliarse, relativamente, hacia la década de los años cincuenta. Sin duda alguna, 1939 fue un pésimo año para el sector periodístico y editorial en Cataluña. De los diecinueve diarios existentes antes de la contienda, quedaron cuatro (Guillamet, 1996: 15-39) y otro tanto sucedió con las empresas editoras, muchas de ellas nacionalizadas durante la guerra. A este vacío (junto con la muerte o exilio de numerosas figuras fundamentales de ambos sectores culturales), debemos sumar el factor de la precariedad económica y dos de sus consecuencias: el racionamiento de papel y las continuas restricciones eléctricas; así como el factor de la vigilancia gubernamental: al inicio de la dictadura militar de Francisco Franco se prosiguió con la misma ley marcial de Prensa y Propaganda gestada en 1938, en plena guerra civil, por Ramón Serrano Súñer. Y esta Ley establecía la perenne vigilancia del órgano de la censura (previa tanto de periódicos y revistas, como de libros, películas y obras teatrales), así como la designación por parte del gobierno de los directores de periódicos1.

A pesar de esta arriesgada situación para cualquier negocio cultural, dos de los miembros del Destino burgalés, Ignasi Agustí y Josep Vergés, decidieron reabrir la revista, cuyo primer número (del 24 de junio de 1939) todavía se publicaría como Boletín de la FET y de las JONS, si bien por continuos desacuerdos entre Agustí y Vergés y los miembros de Falange, la revista acabará conformándose como empresa privada2. El Destino de la primera etapa (que coincide, aproximadamente, con la primera década del Franquismo, 1939-1949) duda, va y viene, entre dos extremos: la opción de servir al régimen y la de servir a la clase media catalana, lector potencial de la revista. Tanto por los movimientos internos del semanario y el desplazamiento gradual de las cotas de poder fáctico (de Agustí a Vergés), como por la evolución de las circunstancias históricas (será fundamental la deriva aliadófila durante la II Guerra Mundial; 1945 marcará un hito en ese sentido), Destino acabará apostando por acercarse al pensamiento liberal burgués, de signo europeísta y cosmopolita, de sus lectores; decisión que está en la base de su longevidad como publicación barcelonesa (1939-1980).

Para satisfacer la nostalgia de la efervescente vida cultural que la clase media barcelonesa había disfrutado antes de la guerra y que, de golpe, había desaparecido por completo, Destino se mirará en el espejo de una publicación fundamental de los años veinte y treinta en la Ciudad Condal: el semanario Mirador de Amadeo Hurtado (Sanz, 2010). Y en esa línea, diseñaron una revista que ofreciera a su público información política nacional e internacional, información económica, deportiva y social, si bien destacarían, por su cantidad y profundidad, las secciones dedicadas a la información cultural: religión y filosofía, literatura, bellas artes, teatro, cine, música... La nómina de firmas que aparecería en el Destino barcelonés mantendría la mayor parte de nombres propios de la revista burgalesa y añadiría otros importantes: Masoliver, Sentís, Ruiz Manent, el dibujante Valentí Castanys, Joan Teixidor, Guillermo Díaz-Plaja, José Martínez Ruiz «Azorín», Eugenio y Santiago Nadal, Manuel Brunet «Romano», Antonio Espina (y sus numerosas máscaras), Andreu Avel·lí Artís «Sempronio», Jaume Vicens Vives, Xavier Montsalvatge, Sebastià Gasch y el gran fichaje de Destino, su buque insignia, el escritor ampurdanés Josep Pla. Paulatinamente se incorporaría la voz joven y crítica de Néstor Luján, así como el representante del grupo en Madrid, Rafael Vázquez Zamora (y ya en los cincuenta, el gran crítico literario y profesor, Antonio Vilanova, y un joven redactor, Josep Maria Espinàs).

De particular interés serán las páginas literarias, primero denominadas «Arte y Letras» (en homenaje a la hermosa revista barcelonesa del mismo nombre, publicada entre 1882 y 1883) y después «Panorama de Arte y Letras», así como la presencia de colaboraciones literarias de muy diversos autores tanto nacionales, como extranjeros (traducidos a veces por colaboradores de Destino como Rafael Vázquez Zamora - Ripoll Sintes, 2013). Su importancia estriba en la relación a tres bandas que se gesta con dos pilares más del proyecto cultural que Josep Vergés acabaría gestando en torno al semanario Destino: la fundación en 1939 de Ediciones Destino (copropiedad de Josep Vergés y Joan Teixidor) y la primera convocatoria, en agosto de 1944, del Premio Eugenio Nadal de novela, en memoria del recientemente fallecido jefe de redacción de la revista.

Ediciones Destino aprovecharía las prensas de la publicación homónima y vería, en 1942, el nacimiento de la exitosa y longeva colección Áncora y Delfín. El tándem Vergés-Teixidor funcionó con gran eficacia al frente de la editorial. Vergés, hombre culto, sensible, de gran habilidad social y evidente mentalidad empresarial, condujo económica y públicamente tanto Ediciones Destino, como la revista, ya apartado Agustí de su dirección. Y por su parte, Joan Teixidor, poeta, crítico, editor, licenciado en Filosofía y Letras, y con una gran cantidad de contactos en el mundo cultural barcelonés de preguerra, dotó de conexiones a la revista y a la editorial, así como de un gusto exquisito para la selección de autores, tipografías y formatos (Ripoll Sintes, 2014: 83-84).

A Teixidor se debe el emblema del ancla y el delfín, serigrafiado en los famosos tomos de la colección de libros de bolsillo encuadernados en tela azul; emblema dedicado a quien se considera el inventor de los libros de bolsillo, transportables, el editor humanista Aldo Manucio. El primer volumen de «Áncora y Delfín» sería una obra del colaborador mejor pagado de Destino: Cavilar y contar, de José Martínez Ruiz «Azorín» (1942). La colección de Ediciones Destino ofrecería a los lectores españoles a los nombres propios más importantes de la literatura española de posguerra, pues fue el cauce idóneo para la publicación de las obras ganadoras del Premio Eugenio Nadal de Novela, tercer puntal del proyecto liderado por Josep Vergés.

La plataforma de difusión que la revista Destino proporcionaba al galardón era inmejorable: las novelas premiadas y las finalistas que merecían la distinción de la publicación eran objeto de críticas literarias en las páginas «Panorama de Arte y Letras» del semanario y sus autores eran invitados, además, a colaborar con relatos o fragmentos de sus novelas en las páginas destinadas a la creación literaria. Es innegable que el auge de la narrativa española de posguerra, con nombres como el de Carmen Laforet, Miguel Delibes, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo y tantos otros, debe gran parte de su éxito a la popularidad y al prestigio del Premio Eugenio Nadal de Novela y de la revista barcelonesa Destino. Apuntan Geli y Huertas Clavería: «El galardón sirvió también al semanario para consolidarse más en su línea de publicación barcelonesa y cultural por excelencia, que reforzaría cada vez más con la guerra mundial ya acabada» (Geli y Huertas Clavería, 1991: 83).

Se han comentado ya las importantes dificultades materiales, humanas e ideológicas que protagonizaban los primeros años de la década de los cuarenta en España. Aun así, Vergés y Agustí gestan el proyecto del semanario Destino, que progresivamente va afianzándose como publicación y aumentando su cantidad de lectores3, y Vergés y Teixidor arriesgan todavía más con un negocio editorial. ¿Qué circunstancias conducirían al grupo de Destino a lanzarse a una tercera aventura, la convocatoria de un premio literario privado?

El 30 de mayo de 1940 se dibujaba en ABC la configuración del sistema de galardones institucionales con la primera convocatoria en que los Premios Nacionales Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, originalmente destinados a textos periodísticos, se otorgarían también a textos de creación literaria: «El Premio "Francisco Franco" de literatura recaerá un año en libros de historia y otros de ensayos, y el de "José Antonio Primo de Rivera" uno, en novela, y otro, en poesía» (Redacción, 1940: 10). Dotados con 10.000 pesetas cada uno, se ofrecían, por tanto, cuatro premios anuales: un premio Francisco Franco de periodismo y otro de historia (u otros temas ensayísticos, en convocatorias sucesivas); y un premio José Antonio Primo de Rivera de periodismo y otro para novela o poesía. En el anuncio periodístico de 1940 se explicaba la composición del jurado de dichos certámenes: el ministro de Gobernación, Eugenio Montes, Manuel Halcón, Vicente Gállego, Rafael Sánchez Mazas, José María Pemán y el subsecretario de Prensa y Propaganda como secretario del jurado.

Aunque sea una obviedad, la nómina de personas encargadas de otorgar los premios institucionales del primer Franquismo nos brinda la primera característica esencial de estos galardones: su sesgo ideológico y su parcialidad política. Los Premios José Antonio Primo de Rivera, tanto de novela como de poesía, se concedían únicamente a escritores afines a la Dictadura, que, además, transmitieran los valores e ideales del régimen en las obras premiadas4. Por otro lado, en la nota de prensa se apunta una segunda y esencial cuestión: «En esta primera convocatoria de los premios de literatura, la fecha de edición de los libros que se publiquen deberá ser posterior a 1º de octubre de 1939» (Redacción, 1940: 10). Con esta premisa no solo se contribuía a borrar la cultura escrita durante la época republicana, sino que se definía un sistema de premios que recaían sobre libros ya publicados (la mayoría de premios occidentales, como el Goncourt en Francia, funcionaban y siguen funcionando todavía así) y que, por tanto, habían pasado el filtro ideológico del sistema editorial y de la censura gubernamental. Esta última característica, que en países regidos por un sistema democrático simplemente definía un premio literario como una estrategia de reconocimiento y prestigio a un libro respaldado por la crítica y el público, en la España franquista configuraba un universo de galardones literarios limitado política e ideológicamente.

Sin embargo, muy rápidamente el lector español se cansó de leer literatura propagandística (la única auspiciada por el régimen), como tan gráficamente describe el profesor Martínez Cachero a propósito de las novelas ambientadas en la guerra civil:

La gente española alta y baja, sufrida y de aparente buen humor, se ha cansado ya de la antaño obligada recordación de nuestra guerra y el «no me cuente usted su caso» es frase que se populariza frente a quienes todavía parecen dispuestos a asombrar y a edificar con sus pasadas peripecias; baja por eso sensiblemente, aunque no llegue a desaparecer de la circulación [...], el número de relatos bélicos, mientras que otros temas y preocupaciones hacen su entrada


(Martínez Cachero, 1985: 51-52).                


El hartazgo social respecto de la propaganda franquista chocaba frontalmente con la carestía de un modelo narrativo que combinara la suficiencia estética, la calidad literaria y el deseo de acercarse al lector medio (no olvidemos que la primera posguerra es también la época de gran auge de ventas de la novela popular, con editoriales como Bruguera, Molino o Clíper; novela que solía ambientarse en países exóticos, extranjeros, o en épocas históricas lejanas, para favorecer la evasión del lector). Y la ausencia de una novela realista, bien escrita, capaz de atraer a diferentes públicos, se debía a causas diversas: la muerte y exilio de muchos de los mejores escritores; la obligatoriedad de circunscribirse a los estrechos márgenes de la censura; y la escasez de plataformas de difusión (bien fueran publicaciones periódicas, bien editoriales) que apostaran por escritores jóvenes o bien desconocidos.

En estas precisas circunstancias, el director de Destino Ignasi Agustí, que había iniciado su trayectoria creativa antes de la guerra civil como poeta en catalán (con El veler, de 1932) y que tras el 39 había ensayado ya la técnica narrativa con la poemática novela Los surcos (1942), obtuvo un éxito inimaginable con su obra de 1944 Mariona Rebull. Novela-río que recorre la historia de la ciudad de Barcelona a través de la vida íntima de una familia (la Rius-Rebull), esta novela publicada en el primer semestre de 1944 conectaría de inmediato con una gran masa de lectores que recuperaron un motivo ausente en la literatura del momento: la realidad cotidiana, vivida, como materia novelable. A Mariona Rebull seguirían las obras El viudo Rius (1945), Desiderio (1957), Diecinueve de julio (1965) y Guerra civil (1972), que configurarían el ciclo novelesco La ceniza fue árbol. Y de hecho, sería tal el éxito de las dos primeras novelas que, en 1946, Sáenz de Heredia transformaría en película cinematográfica el argumento de Mariona Rebull y El viudo Rius.

Ignacio Agustí se atribuye en sus memorias Ganas de hablar la paternidad exclusiva del Premio Eugenio Nadal de Novela y argumenta que fue, precisamente, la gran acogida de Mariona Rebull lo que le empujó a plantearse la necesidad de un galardón:

Probablemente habría en España muchos escritores que no sabían que lo eran y que tenían ya su novela en trance de aflorar. ¿Podríamos despertar docenas de novelistas dormidos en los rincones anónimos del país?

Yo acababa de publicar una novela de la que en pocos meses se habían vendido millares de ejemplares. Había, pues, un público ávido de leer verdaderas narraciones de un tono autóctono y cercano. Estaba decidido: debíamos convocar un premio de novela para sacar a la luz todas esas posibilidades


(Agustí, 1974: 168).                


De este modo, nacía el certamen no como reconocimiento literario, sino como acicate para la creación y, por lo tanto, destinado a novelas inéditas; y se pensó en el nombre del jefe de redacción, Eugenio Nadal, prematuramente fallecido en 1944, como homenaje póstumo, como apunta el profesor Antonio Vilanova:

Instituido con la básica finalidad de galardonar anualmente una novela inédita en lengua castellana y, al propio tiempo, honrar la memoria de un compañero prematuramente desaparecido, su primordial objetivo fue, ante todo, propiciar el descubrimiento de nuevos valores en el yermo y desolado paisaje de la novelística española de posguerra


(Vilanova, 1994: 13).                


Agustí, en su particular crónica de los hechos, se otorga un protagonismo mayor del que probablemente tuvo. Pero, de todas formas, y asumiendo que la idea original fuera suya (es el único testimonio escrito con que contamos), la configuración y organización del galardón barcelonés tuvo que pasar por un cónclave a tres bandas, entre Agustí, Vergés y Teixidor. Las bases de la primera convocatoria del Premio no dejan lugar a dudas: son un evidente contrato editorial. Publicadas en Destino en el mes de agosto de 1944, debajo de la famosa y elogiosa crítica que «Azorín» dedicó a Mariona Rebull de Ignasi Agustí, las bases apuntaban como principal propósito «estimular la creación novelística española» y desgranaban los siguientes requisitos:

1. Podrán optar al Premio «Eugenio Nadal» las novelas inéditas escritas en lengua castellana.

2. La extensión de las obras no puede ser inferior a la de 200 cuartillas dobles mecanografiadas a doble espacio.

3. La cuantía del premio anual será de 5.000 pesetas (cinco mil), las cuales, al propio tiempo, son conceptuadas como adjudicativas de la propiedad de la primera edición de la obra premiada, que llevará a cabo «Ediciones Destino, S. L.» en el curso del año de la concesión del premio.

4. El premio será otorgado por votación de un jurado de cinco miembros nombrado por «Ediciones Destino, S. L.».

5. Para la concesión del premio «Eugenio Nadal» será utilizado el procedimiento de eliminación a base de cinco votaciones secretas. Cada uno de los miembros del jurado podrá elegir, en la primera de ellas, cinco obras. En la segunda votación cada uno de los miembros elegirá cuatro entre las cinco vencedoras en la eliminatoria efectuada después de la primera votación. Y así, sucesivamente, por la eliminación a cada votación de una de las obras, se llegará, en la quinta vuelta, a la adjudicación del premio. Serán efectuadas las votaciones secundarias pertinentes al desempate de las obras que obtuviesen en las votaciones igual número de votos. En el acta de concesión, que se hará pública en las páginas de Destino, serán detalladas las incidencias de la votación.

6. En ningún caso el premio podrá ser distribuido entre dos o más novelas, debiendo ser concedido íntegro a una sola obra.

7. «Ediciones Destino, S. L.» tendrá una opción preferente para la adquisición de los derechos de alguna de las obras presentadas no premiadas que considere de su interés, previo acuerdo con los respectivos autores.

8. Los originales deben ser presentados mecanografiados por triplicado, perfectamente legibles sin fatiga, y firmados con el nombre del autor. En caso de seudónimo literario, el autor debe hacerlo seguir de un paréntesis con su nombre y apellido. Los originales que sean presentados sin la reunión de estas condiciones, no podrán optar al concurso.

9. El plazo de admisión de originales termina el 1º de diciembre de cada año, otorgándose el premio el 6 de enero siguiente a la convocatoria. Los originales deben ser enviados a nombre de «Ediciones Destino, S. L.», Pelayo, 28, principal, Barcelona, con la indicación: «Para el Premio Eugenio Nadal». Será extendido recibo de recepción, si el autor lo solicita.

10. Adjudicado el premio, los autores no premiados podrán retirar sus originales en la redacción de Destino, previa presentación del recibo


(Redacción, 1944: 13).                


Las cuestiones relativas a los derechos de autor están puntillosamente definidas (en especial, en los puntos 3 y 7), y es igualmente sintomático que sea la editorial, no la revista, quien designe los miembros del jurado (punto 4), que en esta primera convocatoria quedaría conformado por Ignasi Agustí, Joan Teixidor, Josep Vergés, Juan Ramón Masoliver y Rafael Vázquez Zamora (quien actuaría como secretario del Nadal hasta, prácticamente, su muerte en 1972).

Por otro lado, otra cuestión polémica ampliamente descrita en las bases sería su sistema de votación (punto 5), que consistía en elegir cinco finalistas cada uno de los cuales era propuesto por un miembro del jurado, en la primera ronda; cuatro en la segunda y así sucesivamente a lo largo de cinco rondas eliminatorias, hasta obtener un ganador -como es evidente, cuando el número de miembros del jurado aumentó con los años, aumentaba así el número de finalistas y el número de rondas necesarias para hallar al escritor ganador del concurso-. El sistema de votación fue motivo de controversia en numerosas ocasiones, por lo cual cada mes de enero algún miembro de la redacción de Destino debía saltar a la palestra para defender el procedimiento, heredero del sistema de votación del Premi Crexells.

En ese sentido, Agustí especificaría en sus memorias, defendiéndose de las críticas externas que consideraron el Nadal como un plagio del Prix Goncourt francés, que él había redactado las bases fijándose en las que habían valido para los premios Crexells y Folguera de la década de los 30 (Agustí, 1974: 170-171). Vilanova confirma el parentesco entre el Crexells, instaurado por el Ateneo Barcelonés en memoria del malogrado humanista Joan Crexells, y el Nadal, si bien el primero se concedía a la mejor novela ya publicada y el segundo, a una obra inédita.

Debates aparte, uno de los factores característicos del premio barcelonés que sentaría precedente para otros galardones literarios posteriores sería la esmerada atención dedicada a aspectos propios de la sociabilidad literaria. Convertir el fallo del certamen en un acto ritual dotaría al Nadal de un éxito sin precedentes que el editor Lara imitaría y potenciaría con el Premio Planeta. Por un lado, esta teatralización del galardón narrativo llamará la atención de los medios de comunicación; y por otro, se erigirá en un hito sociocultural indiscutible del calendario barcelonés, con lo que se logrará visibilidad social. Explican Carles Geli y Josep Maria Huertas: «El premio despertó expectación, porque el panorama cultural de los años 40 era misérrimo y suponía una iniciativa de la vapuleada sociedad civil, y no un galardón más entregado desde las alturas políticas, que habitualmente inspiraban poca confianza literaria» (Geli y Huertas Clavería, 1991: 81). Una sociedad, la barcelonesa, que había olvidado el esplendor cultural de las décadas anteriores a la guerra civil y que creyó recuperarlos en los actos de celebración del Premio Nadal de novela.

Una de las características que contribuya a la espectacularidad del fallo del Nadal será la elección de la fecha de celebración: la noche del día de reyes. Agustí sigue otorgándose la idea de celebrarlo en fecha tan señalada y cabe decir, tanto si es verdad como si no, que fue una gran decisión: el Premio Nadal, gracias a sus sucesivos éxitos -como el descubrimiento de Laforet, de Miguel Delibes y tantos otros novelistas-, se constituyó no sólo como un referente literario, sino también como un auténtico evento social.

Con todo, la primera celebración del certamen fue muy discreta (el seis de enero de 1945, en el café Suizo de las Ramblas) y aun así, la novela seleccionada, Nada de Carmen Laforet obtuvo un insospechado éxito de crítica y público, debido, a juicio de Vilanova, a «la calidad excepcional de la novela ganadora» (Vilanova, 1994: 18) pero también al hecho indiscutible de que la opera prima de Laforet brindaba a los lectores españoles la realidad cotidiana, áspera y gris, de la España de la época; recuperó la realidad cercana como materia novelable.

La teatralidad espacial del fallo iría aumentando a medida que se engrosaba la lista de comensales: del Suizo, se pasará al Restaurante Glaciar en 1949; en 1950 se celebrará en el Hotel Oriente y ocho años más tarde se instaurará definitivamente el enclave que se ha mantenido hasta hoy para la celebración del Nadal, los fastuosos salones del Hotel Ritz.

A continuación, el siguiente factor que incrementaba, año tras año, la intriga y el interés colectivo por el premio consistía en el mismo sistema de votaciones, que se llevaba a cabo durante la cena de celebración. A cada ronda, se informaba a los asistentes de los finalistas, hasta que Rafael Vázquez Zamora, secretario del jurado, sentenciaba oficialmente el resultado del galardón.

La atención de los medios de comunicación incrementó exponencialmente con el paso de los años y de la presencia en periódicos y revistas, se pasó a la crónica radiofónica de la noche del fallo (son muchos los escritores que recuerdan los nervios al otro lado del aparato de radio, escuchando con tensión la entrega del Nadal5) y a la aparición en el NO-DO de Televisión Española6.

Otro aspecto de interés general era la dotación del premio. La cuantía económica -sucinta, si la comparamos con otros galardones- revelará al pasar de los años que el Nadal de novela importaba por su prestigio literario, por su impacto sociocultural y por la apertura al mundo editorial que supondría para un escritor novel. La convocatoria de 1944 establece una cantidad más que relevante para los tiempos de la primera posguerra: 5000 pesetas en concepto de derechos de autor (punto 3 de las bases del concurso). La dotación se triplica en 1946 (15.000 pesetas) y en 1948 ya asciende a 25.000 pesetas.

Que el Nadal sea más conocido por su aura de prestigio que por una cifra astronómica (aspecto que, por ejemplo, sí definirá la trayectoria del Premio Planeta) nos lleva a recordar el origen de la fama de imparcialidad e independencia de un galardón privado, con una revista de origen falangista y una editorial con intereses claramente económicos detrás, en una época tan compleja como el segundo lustro de los años cuarenta, en plena dictadura franquista.

La condición de ecuanimidad y rigor de los críticos literarios de Destino que, a su vez, integraban el jurado del Premio Nadal de novela se hizo patente en el primer fallo, concedido a una novela de una escritora joven y desconocida (frente al autor de trayectoria ya conocida que era César González Ruano, quien daba por descontado que su novela, La terraza de los Palau, se haría con el galardón7). Que fuera Carmen Laforet, con su primera novela Nada, quien ganara el premio probó, además, el objetivo principal del Nadal: descubrir nuevos talentos novelísticos.

Este propósito de constituirse en acicate de la creación literaria española se confirmó no solo con el descubrimiento de importantes nombres propios que han configurado el canon de la novela española de posguerra, sino también con la publicación de las obras finalistas que el jurado había considerado merecedoras de tal oportunidad. Así, por cierto, ocurrió con Los Abel de Ana María Matute, en la convocatoria de 1947 (que ganó La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes) o con Juegos de manos de Juan Goytisolo en 1953 (concedido a Luisa Forrellad, por Siempre en capilla).

Debemos apuntar, a modo de aclaración, que el premio se subtitulaba con el año en que se publicaba la convocatoria (así, el primero es el «Nadal 1944» y el segundo, el «Nadal 1945»), si bien se celebraba el fallo del jurado al año siguiente (el primero, en enero de 1945; el segundo, en enero de 1946), año en que también se publicaba la obra ganadora -y algunas de las finalistas-. Este desfase de un año se mantiene durante las dos primeras décadas y se actualiza en fechas más próximas, de modo que en las primeras convocatorias puede generarse cierta confusión con las fechas.

Sería demasiado extenso, y absurdo por otra parte, consignar aquí una nómina completa de los ganadores y finalistas del Premio Nadal de novela, desde su primera convocatoria en 1944 hasta la actualidad. Sí juzgamos de cierto interés brindar una relación somera de los hallazgos y de las sombras a lo largo de la trayectoria del concurso barcelonés en sus dos primeras décadas de historia, los años cuarenta y cincuenta, etapa en la que el Nadal conservará su hegemonía como el más deseado certamen literario en España (la fecha de concesión del primer premio Biblioteca Breve de novela en 1958 marcará el final de nuestro cotejo, por razones que se explicarán al final de este trabajo).

Después del «Nadal 1944», concedido a Nada de Carmen Laforet -y cuyo primer finalista fue el gallego José María Álvarez Blázquez, con En el pueblo hay caras nuevas-, contamos con dos convocatorias cuyos ganadores no pueden considerarse en verdad hallazgos literarios: José Félix Tapia obtiene el «Nadal 1945», gracias a su poemática novela La luna ha entrado en casa, y el «Nadal 1946» recae en el catalán Josep Maria Gironella, hombre cercano al grupo Destino, con la barojiana novela de formación Un hombre (obra de evidentes deficiencias narrativas que, no obstante, fue el primer eslabón de la trayectoria novelesca de Gironella, que culminaría en 1953 con Los cipreses no creen en Dios). En la convocatoria de 1945, quedaron como segundo y tercer finalistas Francisco García Pavón, con Cerca de Oviedo, y Mercedes Ballesteros, con la novela inédita Todo llega después; y en la de 1946, Eulalia Galvarriato, con Cinco sombras y Luis Manteiga con Un hombre a la deriva, junto a Eugenia Serrano, entre otros muchos concursantes.

El segundo gran descubrimiento -que sería un fichaje inalterable y sempiterno de Josep Vergés, como se prueba en su correspondencia (Delibes y Vergés, 2002)- fue el ganador del «Nadal 1947», Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada. Que Ana María Matute, con Los Abel, quedara como finalista es una muestra evidente de la elevada calidad de las novelas presentadas aquel año al concurso. Otros finalistas de aquella convocatoria fueron Manuel Pombo Angulo, con Hospital general, y Rosa María Cajal, con Juan Risco.

Si hasta entonces parecía una tónica general del premio concederlo a escritores noveles, la convocatoria de 1948 se desvió de la norma y concedió el Nadal -creemos que a modo de homenaje, reconocimiento o de ayuda material- al ya conocido escritor del Ebro, Sebastià Juan Arbó, por su novela urbana Sobre las piedras grises. Dirá Antonio Vilanova a propósito de este hecho:

Excepcionalmente, figuró entre ellos [entre los ganadores del Nadal] algún escritor ya consagrado, como Sebastián Juan Arbó, cuya novela Sobre las piedras grises, galardonada en 1948, evidentemente no pretendía dar a conocer el nombre de su autor, sino más bien promocionar entre los lectores españoles una carrera literaria iniciada antes de la guerra civil, que contaba ya con una valiosa producción novelesca en lengua catalana


(Vilanova, 1994: 23).                


Escritor anclado en el viejo realismo costumbrista-naturalista más propio de Blasco Ibáñez que de Pérez Galdós, Arbó obtendría un notable éxito con sus novelas en esta primera posguerra, en especial con la traducción al español de su novela de preguerra Tierras del Ebro (1939), si bien su Nadal solo se explica por la relación personal que había trabado en los años veinte y treinta con Ignasi Agustí. Sebastià Juan Arbó conoció en la Barcelona de la preguerra a Joan Estelrich, junto con las grandes figuras de la intelectualidad catalana del momento -Eugeni d'Ors, Guillermo Díaz-Plaja, Josep Maria de Sagarra- y coincidió en la redacción de diversas publicaciones de la época con el joven Ignacio Agustí y con Joan Teixidor. Todo ello le llevó a vincularse fuertemente con el núcleo de Destino durante la posguerra, tal y como explica en su obra testimonial -y poco fiable en algunos aspectos-: «No hace falta señalar la importancia que adquirió Destino; fue la primera revista literaria de la nueva España, y el Premio Nadal, el primer gran premio literario» (Juan Arbó, 1982: 205).

Los finalistas del «Nadal 1948» sí serían dos jóvenes noveles: Manuel Mur Oti, con la novela Destino negro, y Antonio Rodríguez Huéscar, con Vida de una diosa.

Y mientras, en España se publicaban obras de tema existencialista, como Lázaro calla del poeta Gabriel Celaya o como las finalistas del siguiente Nadal (convocado en 1949), Las últimas horas, de José Suárez Carreño, el vencedor; Buhardilla, de Enrique Nácher; o No sé, de Eusebio García Luengo.

Apenas seis convocatorias después del primer Premio Eugenio Nadal de Novela, una multitud de nombres habían saltado desde el anonimato hasta los escaparates de las librerías españolas: habían protagonizado críticas en numerosos publicaciones de prensa y, lo más importante, habían entrado en multitud de hogares del país. No es exagerado afirmar que el concurso creado desde el semanario Destino y la editorial homónima contribuyó en gran medida a «normalizar» la circunstancia literaria en la posguerra española y, atendiendo a la novela -que es el tema que nos ocupa aquí-, ayudó enormemente a restaurar el género narrativo cuando la tradición novelística española no tenía un paradigma cercano en el que mirarse.

El primer premio convocado en la década de los cincuenta volvió a recaer -por primera vez después de Laforet- en una escritora: Elena Quiroga, por su pardobazaniano Viento del Norte. Llegados a este punto, conviene señalar un fenómeno particularmente vinculado al Nadal de novela: la incorporación de numerosas escritoras, mujeres, al panorama novelístico español durante los años cuarenta y cincuenta; hecho que solo puede comprenderse después de la garantía de imparcialidad y de la visibilización femenina (Cabello García, 2011: 63-66) acaecidas después de la concesión del premio barcelonés a Nada, de Carmen Laforet. Escritoras como Ana María Matute, Elena Quiroga, Dolores Medio o Carmen Martín Gaite, entre otras (Galdona Pérez, 2002: 101) que nunca hubieran decidido lanzarse a la aventura de mandar una obra a un concurso literario sin el éxito de su predecesora, como bien anota la autora de Entre visillos:

Con la publicación en 1944 de Nada, la primera novela ganadora del recién creado premio Eugenio Nadal, se inicia un fenómeno relativamente nuevo en las letras españolas: el salto a la palestra de una serie de mujeres novelistas en cuya obra, desarrollada a lo largo de cuarenta años, pueden descubrirse hoy algunas características comunes


(Martín Gaite, 1999: 101).                


Serían finalistas de aquella convocatoria de 1950 Francisco Moreno Calvache con El mar está solo, Rafael Leblic con La Casa del Pintor y Ramón Ledesma Miranda, con La Casa de la Fama.

El que sería el octavo premio «Nadal 1951» descubriría un nuevo autor, muy vinculado al proyecto Destino -tanto al semanario como a la editorial homónima-: Luis Romero, con la novela La noria8. El primer finalista sería el cuñado de Josep Vergés, Tomás Salvador, con Historias de Valcanillo; y le seguirían José María Jove con su obra Mientras llueve en la tierra, Octavio Aparicio con Siendo imposible, un jovencísimo Antonio Rabinad con Los contactos furtivos, y J. A. Giménez Arnau, con la novela De pantalón largo.

La tercera mujer en llegar al primer puesto del Nadal fue Dolores Medio, en la convocatoria de 1952, con la novela -clariniana y autobiográfica a partes iguales- Nosotros los Rivero. Severiano Fernández Nicolás, con La ciudad sin horizontes, Jesús Fernández Santos con Los bravos, el veterano Vicente Risco con La puerta de paja, Enrique Nácher con Promoción, o Mario Lacruz, con La tarde, figuraron entre sus principales finalistas.

Otra joven y desconocida escritora ganó el «Nadal 1953» con Siempre en capilla: Luisa Forrellad9. Alejandro Núñez Alonso, con La gota de mercurio, la hermosa novela Juegos de manos del joven Juan Goytisolo, Con la muerte al hombro de José-Luis Castillo Puche o, nuevamente, Jesús Fernández Santos con En la hoguera, quedaron entre la brillante nómina de finalistas de aquel año.

En la convocatoria siguiente, un nombre de poco recorrido, Francisco José Alcántara, conseguiría el Nadal con la sátira La muerte le sienta bien a Villalobos, y se hallarían entre los finalistas de aquella convocatoria Ángel Oliver, con Días turbulentos; Fernando Calatayud, con Historia de un reincidente; Paulina Crusat con Historia de un viaje; Francisco García Pavón, con El pájaro en el pecho; o La burla negra de José María Castroviejo.

El «Nadal 1955» iba a convertirse en uno de los hitos fundacionales de la novela de los años cincuenta: El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio no sólo fue un Nadal escogido por unanimidad del jurado, sino la puesta en escena de una serie de técnicas narrativas que, si bien habían sido anticipadas por La Colmena, eran ensayadas, a un nivel tan extremo, por primera vez en España. Finalistas de aquel año fueron Héctor Vázquez con Víbora, José Vicente Torrente con la novela En el Cielo nos veremos, José Antonio Muñoz Rojas, con La rama oscura, el escritor mallorquín Llorenç Villalonga con la gran novela Bearn o la sala de las muñecas -novela que adquiriría mayor notoriedad cuando fue vertida al catalán-, o Carlos Rojas con De barro y esperanza.

El reverendo José Luis Martín Descalzo alcanzaría el «Nadal 1956» con la novela «neocatólica» La frontera de Dios. Un claro expediente de la corriente incipiente entonces del «realismo social», Central eléctrica, de Jesús López Pacheco, sería el primer finalista. Le seguirían Los clarines del miedo, de Ángel María de Lera, la curiosa y experimental novela Las horas, de Jorge Cela Trulock, Pedro Espinosa con Sociedad Anónima, Pedro de Escalante con Singladura, u otros grandes representantes del realismo social: Juan García Hortelano con Barrio de Argüelles, y Antonio Ferres con La balandra.

El «Nadal 1957» recaería en otro brillante fichaje para Ediciones Destino: Carmen Martín Gaite, con Entre visillos. Lauro Olmo sería el primer finalista, con Ayer, 27 de octubre, como serían también finalistas destacados Manuel V. Peña, con La ruta, o Antonio Ferres, con Los vencidos.

En la convocatoria perteneciente a 1958, el jurado del Nadal apostaría por una obra ajena al «realismo social»: una novela cuya acción transcurre en el terreno de la moral, de la conciencia humana, No era de los nuestros, de José Vidal Cadellans. Una obra protagonizada por un dictadorzuelo hispanoamericano -que recuperaba la tradición valleinclaniana y anticipaba todas las novelas que iban a saltar a la palestra durante los años sesenta-, El carnaval de los gigantes, de Claudio Bassols Jacas, iba a quedar como primer finalista. Novelistas que ya empiezan a ser familiares en la tradición del Nadal quedarían entre los autores destacados de aquel año: Antonio Ferres con La piqueta, Mercedes Ballesteros con Las manos vacías, Ángel María de Lera con La boda, o Mercedes Salisachs con La sinfonía de las moscas.

El último Nadal de esta década recaería en una escritora que se había dado a conocer, precisamente, en el concurso de novelas convocado por Ediciones Destino: Ana María Matute, con Primera memoria (Sotelo Vázquez, 1999: 171-178). Finalistas serían Armando López Salinas con La mina y Alfonso Grosso con Un cielo difícilmente azul, entre otros.

Podemos concluir, en primer término, que la condición reveladora de nuevos talentos que el Nadal demostró en numerosas convocatorias -y, especialmente, gracias al fogonazo de Nada- contribuyó enormemente a la expectación suscitada cada 6 de enero, ante la concesión del galardón. Un efecto sorpresa que, junto a la calidad de la mayoría de novelas premiadas, fue la base de su éxito.

No obstante, otro pilar importante de su notoriedad fue la ausencia de galardones literarios independientes, extra-gubernamentales, en la primera posguerra española. Paulatinamente, la hegemonía del Premio Nadal tuvo que ser repartida entre otras iniciativas de diversas editoriales que, viendo el éxito de Ediciones Destino, quisieron emularlo.

El primero en intentarlo fue Josep Janés, director de la editorial homónima, quien crearía en 1946 el Premio Internacional de Novela José Janés, con un jurado que en aquella primera convocatoria presidiría William Somerset Maugham, la estrella de las traducciones, precisamente, de la editorial de José Janés, junto a Walter Starkie, José María de Cossío y Eugenio d'Ors.

En 1952, José Manuel Lara establece el Premio Planeta, dotado en su primera convocatoria con la elevada suma de 40.000 pesetas. Cabe destacar, en este sentido, la parquedad informativa con que se trató al Premio Planeta desde Destino. Es conocida la mala relación entre Vergés y Lara pero todavía será más evidente si observamos el único intercambio de cartas y artículos que se dio en la revista barcelonesa, a propósito de la sospechosa imparcialidad del jurado del Premio Planeta. No es objeto de estas páginas y lo sería más de un estudio de sociología literaria, pero debemos constatar el agrio intercambio de opiniones entre Néstor Luján, el editor Lara y un supuesto lector «Francisco Corominas» desde diciembre de 1953 hasta febrero de 1954 en el semanario barcelonés. Asimismo, en la correspondencia entre Josep Vergés y Miguel Delibes el lector podrá observar numerosos comentarios que son indicativos de la relación entre ambos editores10.

No obstante, ninguno de estos galardones logró hacer sombra al Eugenio Nadal de novela en cuanto a eficaz suma de notoriedad social y calidad y prestigio literarios, con lo que ostentó la hegemonía de los premios literarios hasta la primera convocatoria, en 1958, del Premio Biblioteca Breve de novela, fundado por el lúcido editor Carlos Barral, desde la casa editorial Seix Barral, en la que había configurado, además, una colección de novela precisamente titulada «Biblioteca Breve»:

La Biblioteca Breve, a la que parece que tanto deben los intelectuales y hasta los políticos más jóvenes, estaba realmente planeada como una revista de pensamiento y de la creación literaria. Se trataba de un instrumento de exploración de otras culturas vivas y, finalmente, de provocación de las propias. Y de esa cuestión recurrente de la unificación del mercado de autor en el ámbito lingüístico


(Barral, 2001: 571).                


Es decir, tenía la intención de ofrecer a los lectores españoles las últimas novedades ensayísticas y literarias tanto nacionales como procedentes del extranjero. Ligado sólo nominalmente a esa colección, se creó el Premio Biblioteca Breve, galardón que, en palabras de Barral, se reorientó -después de Las afueras de Luis Goytisolo, que ganó el concurso a finales de 1958- «de modo decidido hacia el húmedo ultramar, hacia la prosa de Indias» (Barral, 2001: 571).

En las mismas bases del premio (Redacción, 1957: 39), el sello editorial Seix Barral establecía las condiciones que iban a ofrecer un producto diferenciado del Nadal -el premio consolidado en aquellos años- a sus lectores: la condición de originalidad, de novedad, fue trasladada a los criterios del jurado del Premio Biblioteca Breve de novela, que primaría, además de la calidad intrínseca de la obra, la aportación técnica, estilística o temática que se hiciera al panorama ya existente de novela en castellano. De este modo, Barral se erigió en símbolo de renovación, de ruptura, frente al supuesto convencionalismo del galardón de Ediciones Destino -confrontación solo en parte cierta y que respondió a una evidente estrategia de posicionamiento cultural, puesto que el Nadal recogió muestras de prácticamente todas las apuestas estéticas de su época-. Por otra parte, la función del galardón Biblioteca Breve en la configuración del fenómeno literario y editorial que fue el boom de la novela hispanoamericana fue clave, como muestran los profesores Jesús Ferrer y Carmen Sanclemente (2004: 83-106). 

Con sus luces y sus sombras, es indiscutible señalar el Premio Eugenio Nadal de Novela como primer antecedente de la actual configuración del sistema de premios literarios de España; sistema cuya singularidad (galardonar novelas inéditas) en contraste con certámenes de otros países nace del deseo de generar dinámicas creativas suficientes como para despertar a los talentos narrativos de un país adormecido tras la guerra civil y atemorizado por la vigilancia dictatorial. En segundo lugar, las dos primeras décadas del premio barcelonés dieron visibilidad a una importante nómina de escritores que configurarían el canon actual de la novela española de posguerra (Laforet, Delibes, Matute, Sánchez Ferlosio o Martín Gaite), autores que encabezarían la restauración del realismo como cauce expresivo para la literatura española de los años cuarenta y cincuenta y que recuperarían la realidad cotidiana como materia novelable. En este sentido, la revista Destino, la editorial homónima y el certamen literario harían emerger a la luz un modelo de novela que hallaría, muy rápidamente, un lector potencial muy amplio en la España de la época. Y en tercer y último término, debemos destacar cómo la gente de Destino logró convertir un hecho perteneciente al campo editorial y crítico en un evento sociocultural que marcaría el compás de la vida barcelonesa: la fiesta de la novela que se celebraba cada 6 de enero, el fallo del premio más deseado, el Nadal de novela.






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