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Sobejano indica en el prólogo a su edición de Dulce y sabrosa que Picón: «[...] gustaba sin duda de los espirituales españoles, y no es insólito encontrar en su obra referencias a los dos Luises, de León y de Granada» (Sobejano, 1982: 21).

 

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Los vocablos pichona o paloma con los que Fernando se dirige a su esposa, sus vulgares gustos en cuanto a ropa interior femenina y su atracción hacia mujeres de mal vivir y de clase social inferior, son cuestiones de las que Plácida se ha dado cuenta después de casarse.

 

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En otros momentos del hilo narrativo si recoge escenas violentas: «Pendiente de la cintura y sujeto por una cadenilla de níquel llevaba Plácida un abanico grande, de los llamados pericos: Fernando se lo arrancó de un tirón, lo agarró por la parte ancha de las guías, y alzándolo con furia la golpeó en la cabeza, en el rostro, en el cuello, en los hombros, donde pudo, hasta que con el hierro del clavillo la hirió en la frente. Plácida, vencida del agudo dolor, dio un grito y se tambaleó» (1890: 200).

 

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El último y más violento episodio no se narra, sino que hablan sobre él Perico y Plácida cuando esta ya ha abandonado del hogar familiar.

 

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Tampoco se dibuja la morbosa concentración de la protagonista en los golpes recibidos, que trata de mostrar a través de un vestido: «Era escotado, todo blanco, de gasa recogida en menudísimos pliegues y adornado con prendidos de llores de acacia primorosamente contrahechas. Después se atusó el pelo, procurando que no se la cayera la compresa de árnica, y miró al espejo. Merced al escote se veían perfectamente las señales de los golpes, algunas de las cuales comenzaban a acardenalarse, sombreando la blanca piel con manchas violáceas y oscuras» (1890: 323). Esta misma detención morbosa en el dolor, aunque en este caso infringido por ella misma en un delirio místico, aparece en la novela Marta y María de Armando Palacio Valdés.