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La influencia de Metge sobre Martorell: la sombra de «Lo somni» sobre el «Tirant lo Blanch»

Júlia Butiñá Jiménez





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Los pasajes iniciales del IV libro de Lo somni de Bernat Metge aparecen reproducidos en el inicio de las aventuras africanas del héroe del Tirant lo Blanch. Para su análisis y función dentro de la novela hay, pues, que remontarse a Metge.

Tengo que advertir que esta comunicación es punto y seguido de la que expuse en el anterior Congreso de esta Asociación, en Granada (Butiñá 1995a), donde presenté fuentes del diálogo metgiano que daban pie a una nueva lectura. Lectura que he ido asentando, a la luz de nuevas fuentes, en una serie de trabajos que se indican en esta bibliografía.

Si nos atenemos a la principal intertextualidad, cuyo reflejo en el Tirant ya era conocido, apreciamos que en aquel punto concreto es donde Metge arranca su rechazo respecto a la filosofía de Petrarca acerca de la Fortuna, lo cual parece confirmarse con una intertextualidad posterior del De remediis (Butiñá 1994a)1. Aquel punto de partida tiene lugar tras el enfrentamiento que se ha dado entre los libros III de Lo somni y del Secretum (Butiñá 1995b) en materia de filosofía moral y tras la dura versión del Corbaccio boccaccesco, que produce en el notario barcelonés una fuerte decepción.

Nos hallamos, pues, ante un Metge que disiente del misoginismo de Boccaccio, así como de la renuncia al amor humano por parte del mentor del nuevo movimiento2; porque los italianos se expresan a través del adivino Tirèsias, su oponente y con quien discute agriamente.

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Pero el IV libro catalán revela además una injusticia o infelicidad, que __a mi entender__ no se había planteado antes, al menos en las letras peninsulares. Pues Metge se aferra al amor humano __como bien muestra la defensa de su amante o su deleite en oír a Orfeo3, lo cual defiende como una actitud razonable y buena; ahora bien, reconoce una insatisfacción y, tras la condena del infalible Tirèsias, el autor queda sumido en una sensación terriblemente amarga.

Dado que esta es la coyuntura temática del enclave textual a contrastar, aquí nos situaremos para observar cuál es la sombra que Metge proyecta sobre Martorell. Y un rasgo que, precisamente, destaca en común entre ambas obras es que sus protagonistas constatan que la Fortuna es enemiga del que quiere obrar rectamente, en lo cual radica el drama de ambos. Dice Metge que, dado que no es Fortuna la culpable de su infelicidad,

__tant com poré me esforsaré a sostenir e deffendra la mia elecció ésser rahonable e bona, e per consegüent no haver errat (p. 322, 5-7).

__O fortuna, enemiga de tots aquells qui rectament en lo món viure desigen!4


Las principales intertextualidades que afectan al pasaje metgiano, son las siguientes5:

__Axí us ne pren com fa al laurador com vol segar lo blat, que sega la espiga buyda. E no us deveu clamar de fortuna, mas de vós mateix, car no us ha forçat fortuna de amar ne de avorrir, car no és ofici seu ne té senyoria neguna en coses que stan en libertat del franch arbitre. Voleu saber què us ha forçat? lo vostre poch saber, qui ha dexada la rahó per seguir lo desordenat voler. Riqueses, potències e dignitats e semblants coses dóna la fortuna, mas elecció de amar o de avorrir, obrar bé o mal, voler o no voler, en lo franch arbitre stà, e cascú ne pot usar a sa voluntat


(constituye todo el capítulo 298 del Tirant, pp. 631-632, vol. II)6.                


__e si fortuna tingués la culpa, yo no tinguera cura d'escusar aquella, car mal n'estich   —383→   content per moltes desplasents coses que m'ha procurat


(cap. 309, pp. 652, 33-36, vol. II)7.                


En la obra de Martorell, las interferencias metgianas aparecen salpicadas desde el comienzo de las desventuras a causa del desgraciado engaño que le ha tendido la malvada Viuda Reposada al pretender desengañarle de Carmesina. A su vez, el principal texto de Lo somni recogido por Martorell se refiere al sinsabor de Metge por la decepción sufrida tras la cruel intervención de Tirèsias a fin de desengañarle de su amante. Existen, pues, puntos de contacto ya en la temática.

La proyección del pasaje metgiano sobre la obra de Martorell nos lleva a plantearnos cuestiones semánticas, ya que hay que considerar que aquel plagio pudiera tener una carga ideológica además de la estética. Porque dado que el contenido de Metge incide sobre el tema amoroso y el de la injusticia, capitales en el Tirant, cabe que no fueran sólo unas bellas frases aprovechadas sino que nos halláramos ante un germen conceptual que el valenciano glosara en su novela. En consecuencia, algunos rasgos de la modernidad de Martorell puede que tengamos que atribuírselos ya a Metge.

Enfocaremos el tratamiento acerca de la Fortuna desde una doble ruptura, que es constituyente del Tirant y clave en el texto metgiano:

a) observemos la disyunción de placer y pecado en la defensa del amor deshonesto que hace Metge, a la vez que mantiene la rectitud de conciencia, y que supone un ataque frontal a la ideología tradicional;

b) asimismo, la disyunción de culpa y castigo, que se opone a la mentalidad medieval y provoca una sensación de injusticia ante la Fortuna.

El primer punto nos lleva a observar los contactos de ambos autores en cuanto a la recepción de Ovidio, autor al que se adhiere Metge y que según Tirèsias es veneno para él8. Tras la defensa de su irreal y terrorífica amante (Butiñá 1993b), hay que reconocer la moralidad ovidiana, que podríamos simplificar en la equivalencia de amor y ética. Así, Metge en cuanto a su amante es inocente, no tiene conciencia de culpabilidad y se esfuerza en sostener que su elección ha sido «rahonable e bona» (p. 322, 6; en el mismo párrafo de la segunda influencia observada). Amor y placer son saludables de por sí, al margen de la bondad intrínseca del objeto amado.

Hay que preguntarse, por tanto, si la utilización del párrafo que expresa este concepto puede ayudar a explicar la inocencia (Badia 1993b) de personajes y actuaciones que de otro modo extrañaban como inmorales en el Tirant lo Blanch. Aquel precedente de   —384→   filosofía ovidiana hay que tenerlo muy en cuenta para la interpretación de la «novel·la de jocs d'amor i d'alegria» (Riquer 1990), cuando en ésta Ovidio es una presencia constante, asumida en múltiples aspecto9.

Por lo tanto, si «A través de Corella o per altra via, apareix també Ovidi al Tirant lo Blanc» (Badia 1993b), habría que tener en cuenta como vía a Metge, y en concreto aquellos pasajes; ya que la adscripción de Metge respecto al mito ovidiano se da sobre todo en el plano ético (Butiñá 1994a, b).

Nos hallamos en los primeros momentos del humanismo, ante la inquietud por la renovación de las virtudes, ante la preocupación por su formulación, ante la necesidad de establecer nuevos ejemplos bajo la égida de la Antigüedad. Se renovaban el concepto del amor y de la caballería, de lo cual también es reflejo la otra novela caballeresca, el Curial. Los viejos modelos de la tradición al autor, __y según pretende Martorell, al lector__, le hacen reír. Ya han pasado los tiempos en que a los enamorados les bastaba un cabello de la doncella; ahora piden más, como dice Ypòlit (cap. 251)10.

Según el novelista atestigua, la virtud amorosa, ligada a la caballeresca, ha cambiado y, coherentemente, el viejo rey Artús dice que ha empeorado (Miralles 1977-78). La modernidad de la novela incluye el discurso sobre esta virtud (Miralles 1980).

La atávica raya de la honestidad se ha borrado. Pero no se trata sólo de la valoración del erotismo, sino que alcanza a todo un rescate moral. Tras la polémica acerca de las mujeres malas/mujeres buenas/amante horrenda, Metge defiende como positiva la actitud por sí misma, aun a sabiendas de estar en un error respecto al objeto amado. Lo cual __a través del texto que va plagiando del Secretum__ supone extender al plano humano la noble actitud que Cicerón aplicara a la inmortalidad en De senectute. Hay que recordar que el latino finalizaba esta obra manteniendo su actitud como positiva, aunque no fuera cierta. Para Metge, es algo racional y bueno, aunque el objeto amado sea horrible; como lo era su amante11.

En paralelo con el libro I, en que aplicaba igual parámetro a la idea de la inmortalidad, Metge alega la misma frase ciceroniana en el IV: «ab aquesta oppinió vull morir» (214, 5, y 370, 6-7). Se trata de una actitud que desplaza a la medieval y que rescata de autores clásicos.

Veamos cómo instruye Tirant al rey Scariano en el cristianismo acerca del mayor bien. Repasa filósofos y antiguos, y, en una sintomática alienación literaria con Boccaccio, dice:

Altres volgueren dir que lo major bé de aquest món era amor, car per amor és l'om alegre e joyós, dels quals fon Ovidi, qui féu libres de amor, e micer Johan Bocaci... (cap. 328, p. 689, 27-29).

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Y Tirant define el amor como virtud, dentro de una muy completa explicación filosófico-religiosa:

Virtut no pot ésser adquerida ne l'ome pot ésser virtuós sens amor


(cap. 378, p. 765, 34-35).                


No está lejos la extrañeza que genera el comportamiento ambivalente de algunos personajes del Tirant y la que produce el ver a Metge enarbolar como modélicas algunas reinas vivientes de conducta un tanto irregular. Con culpa de asesinato, por ejemplo. ¿No eran también culpables de cargos semejantes las heroínas romanas que Metge ensalzaba con texto de Petrarca? La suya, pues, era una actitud consecuente y no reverencialista hacia la Antigüedad.

El humanista catalán cambia el concepto de virtud, concepto que ya no es geométricamente exacto como antes, según el fácil trazado de la casuística escolástica. Implica ya otros componen tes: autenticidad y rectitud de conciencia, energía moral. Los mismos valores que se ensalzan en el suicidio de Càmar, la figura virtuosa por antonomasia del Curial; valores que sin embargo fra Antoni Canals, en el prólogo de Scipió e Aníbal, en el suicidio de éste condenaba. Metge, en la línea ciceroniana, contempla la virtud como un estado del ánimo, pero no como una ordenación fijada por la sociedad; por ello, más que defender una moral determinada, o incluso una moral natural, estos autores fundamentalmente se oponen a la moral establecida.

Ahora bien, aquel estado de ánimo debe conducir a la felicidad y ello no se cumple. Lo cual nos introduce en la segunda ruptura enunciada, más ajustada al tema de la Fortuna. Cabe avanzar que este aspecto nos abrirá la posibilidad de atribuir a la influencia de Metge el rasgo tan característico de la novela caballeresca acerca de la injusticia del mundo.

Aunque Martorell deja asentada la idea providencial como rectora de los hechos, «és innegable que ella, unida amb els fats, serà un dels protagonistes més importants del llibre. Ho és també en les narracions corellianes, on els fats, com els déus, són implacables» (Hauf 1993b).

La brecha que abría Metge truncaba también la facilidad medieval en la interpretación de la vida. Para ilustrar este cambio voy a recurrir a un ejemplo del Recull d'eximplis, gestes e faules e altres llegendes ordenades per ABC:

un ffrare se clamà a son abat de una injúria que li havia feta altre ffrare. E l'abat respòs-li: __No·t féu injúria aquell ffrare que tu dius, mas los teus peccats, car en tota cosa de mal que l'hom te faça no deus imaginar que·l faça l'om, mas que·t ve per tos peccats


(ejemplo 544; Ysem 1994).                


La vieja relación causa-efecto, que atribuye los males a los propios vicios y establece una simple regla de tres en la culpabilidad, se hace patente. Petrarca da una vuelta de tuerca al situar la solución en la razón; el hombre que __como mantenía Cicerón__ domina racionalmente los hechos domina su propia fortuna. Pero Metge interrumpe el proceso al mantener que en él mismo se da lo contrario: ha actuado bien y se siente insatisfecho. Estamos ante un verdadero rompimiento.

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Desplacémonos a Martorell. Es sabido que cuanto más literarios son los ejemplos menos ejemplares son __lo que se cumple vistosamente con Boccaccio__, pero la gran novedad del valenciano es que su ejemplo, desde muchos puntos de vista, no sólo no se consideraría muy ejemplar para mentes rancias, sino que además tiene un mal e insólito final. Y curiosamente, su renovadora actitud se adecúa exactamente a lo que decía Metge: a un bien obrar se sigue una decepción. Tirant es ejemplar y bueno, pero su fortuna es adversa; se han trastocado el concepto de culpa y de pecado, abriendo un abismo en la correlación lógica de la mentalidad medieval. No se trata de falta de conciencia sino de una muy aguda conciencia de la libertad.

Tirant es virtuoso e inocente __según insiste su autor__, al igual que defiende Metge de su conducta; pero los dos cosechan infelicidad. El problema de la justicia bajaba potente desde Llull y recorre «De la Faula al Tirant, passant pel Llibre de Fortuna i Prudència» (Badia 1993b); al recoger intensamente el pensamiento del filósofo catalán, tanto Martorell como Metge (Butiñá 1995c), no extraña que este tema bulla en ambos.

El equilibrio antiguo se trunca al considerar como inmoral el mismo espectáculo de la vida, ya que la armonía universal, que refleja paradigmáticamente la Divina Comedia, desaparece. El pesimismo intrínseco del triunfo de los malos __que preocupaba a Llull (Llibre de meravelles) y a Metge (Llibre de Fortuna e Prudència; Butiñá 1993c)__, hace que este último contradiga a Petrarca: no se da una relación lógica, ni la superación de los infortunios se logra con una conducta racional; lo cual hunde la filosofía del De remediis.

Es sabido que la novela consiste en esta constante, que yo llamaría «ley Tirant». Y en mi opinión éste es el realismo que apreció Cervantes, por encima de la burla-parodia respecto a la caballería o incluso del realismo literario.

El buen caballero Tirant, virtuoso en amor y caballería, fallece inesperadamente de un infarto (Alemany 1994), por lo que el Imperio acabará en manos del antihéroe, el frívolo y egoistón Ypòlit, quien triunfa en la novela junto con la lasciva y depravada Emperatriz. Nadie piensa que Martorell establezca la corrupción, sino que refleja la misma vida.

Ya en el Llibre de Fortuna e Prudència Metge había indicado que el mundo es injusto y que la mentalidad tradicional es un engaño (Butiñá 1989-90), mientras que para la ideología petrarquesca __sede de la tradicional y la ciceroniana__ el engaño radicaba en las perturbaciones del alma (Butiñá 1994a); al notario, pues, habrá que remitirse ante posturas que revelen el tema del desengaño propio de la modernidad. Sobre todo si usan el párrafo de Lo somni en que lo petrifica.

En el Tirant, después de las tan arduas como inútiles gestas del buen caballero, las cuales preludiaba el plagio de Los dotze treballs d'Hèrcules en la dedicatoria y donde ya se aludía a la superación de «les adversitats de la movible fortuna, qui no donen repòs a la mia pensa» (Riquer 1990); o tras la expresión repetida del criterio petrarquesco acerca de la Fortuna, que supone la afirmación de la voluntad y dignidad humanas frente a la diosa del azar, no nos cabe más que el desconcierto. ¿Qué nos dicen Martorell y su héroe, después de tantos trabajos y mérito que desaparecen tan fulminantemente?

Martorell constata con ojos estupefactos el curso de los acontecimientos, que conocemos como la dura realidad. Porque no poder oponerse al viejo movimiento   —387→   rotatorio de la Fortuna implica el reconocimiento de la intrínseca limitación humana, la imposibilidad de realizar grandes ideales __la mejor lección de esta novela caballeresca (Badia 1993b)__; es decir, que los grandes héroes mueren en sus camas (Riquer 1990). Así pues, al realismo literario cervantino bebido en Martorell, hay que añadirle el realismo profundo de la misma existencia. Que, si referido al bien y al mal, se ha atribuido a ascendencia luliana, respecto al amor y a la Fortuna, vendría de Metge.

Si hacemos un cotejo con la otra novela que plasma el cambio de los tiempos con un ejemplo precisamente de otro caballero, Curial, observamos que éste participa de la correlación Virtud-Premio __que baja desde los clásicos, pasando por Petrarca__, ya que se cierra precisamente con el pasaje que la encarna por excelencia del Somnium Scipionis y se abría con el De remediis (Butiñá -1994a).

Martorell, sin embargo, manifiesta que aquella mentalidad no tiene vigencia en la realidad; que, aunque se conquiste un Imperio, en un segundo todo se acaba y se beneficia el que no tiene mérito, por lo que no hay proporción entre inocencia/culpa y premio/castigo. La idea insistente de que la Fortuna es enemiga de la rectitud __en oposición al Curial__ nos encarrila hacia el nonsense del hombre moderno. Así como a nuevos valores corresponden nuevas virtudes, según vimos al referirnos a la problemática amorosa, el argumento de la ficción también había de corresponderse con esta otra constatación. Y si el optimismo metafísico que denota la Fortuna en el Curial se encuentra en las antípodas del Tirant lo Blanch, también es lógico que el enfoque amoroso disienta.

El tema de la Fortuna en el Curial se resuelve felizmente, después de difíciles avatares, en consonancia con la idea petrarquesca con la que se iniciaba la novela, porque responde a una mentalidad que ve la realidad bajo la perspectiva sobrenatural (Butiñá 1993a). Metge y Martorell no planteaban así el tema; aunque ello no quiere decir que no tuvieran fe religiosa. Pero ven la vida humana desde un ángulo racional, donde aquel esquema fracasa. El testimonio realista es diferente en cada novela caballeresca, porque se miran las cosas desde una panorámica distinta. Y la adscripción en temas morales a Ovidio o a Petrarca, a los que se mostraba favorable o no Metge, es en ambas novelas un detonante.

Recordemos ahora el angustioso final de Lo somni, que revela la impotencia y el mal sabor del autor ante el inútil diálogo con Tirèsias. Disgusto que también revelan los argumentos de Tirant sobre la justicia, que, al final del libro, se derrumban por sí solos estrepitosamente:

Viu és Tirant perquè Déu no permet que los mèrits resten sens guardó ni los treballs sens repòs, ni les penes sens delits. E axí permetrà lo meu prosperar perquè la nostra tristícia en sobreabundant goig mudar puga. Aprés la nit ve lo dia e, après lo núvol, lo bell sol


(cap. 380, p. 768, 1-5).                


O también:

E amor ab treball venç les iniquitats e impietats de fortuna e saviesa senyoreja los enganosos aguayts de aquella e, ab confiança segura, aparta de l'enteniment tota ira e tristes cogitacions e folles e inútils fantasies e dóna repòs a aquell


(cap. 374, p. 762, 5 8).                


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Martorell ha destacado bien las tintas a fin de resaltar el contraste final. Estos manifiestos proclaman que Tirant no recibe el premio merecido. El desenlace es injusto pero real; si Martorell fuera tan profundo como Metge, podríamos decir que ha entendido las epístolas que enmarcan su Griselda (Butiñá 19946). Pero posiblemente no lo sea, así como tampoco parece responder a una elaboración tan estricta como el Curial12. A establecer esta precisión quizás pueda contribuir la perspectiva ovidiano-metgiana señalada. Es decir, puede ser una pieza más que ayude a entender el desengaño-pesimismo-realismo de Martorell, característico de su talante moderno. Y que tuvo que captar Cervantes.

Esta línea de infiltración paganizante o laica puede además enlazar con otras para reconstruir el diseño y perfil significativo de la obra; así, quizás sirva para descifrar la relación Corella-Martorell, íntimamente vinculada a esta temática. Porque en la ruptura con el concepto tradicional de mérito y pago, como insuficiente para explicar la complejidad de las acciones humanas, «trobem infiltrats temes provinents d'una mentalitat més aviat clàssica i pagana... Alguns d'aquests temes són evidentment presos de l'obra de Corella» (Hauf 1993b). Así como pueda quizás ajustar la línea de los contenidos entre Metge y las dos novelas caballerescas, dado que el Curial __tan similar al Tirant__ cumple, sin embargo, el De remediis al pie de la letra.

Por lo tanto, en conjugación con otros factores, Lo somni, puede haber determinado profundamente los aspectos eróticos y trágicos del Tirant. Que se reconocerían en la defensa por parte de Martorell del amor ovidiano, al margen de la honestidad tradicional y del concepto pecaminoso, y en la escisión de la causalidad entre culpa y castigo (Butiñá 1993b).

Si la incoherencia del final había llevado a la solución fácil de dos autores (Alemany 1994; Hauf y Lázaro Carreter 1993) y ello parece haber quedado excluido a la luz de los últimos descubrimientos documentales (Riquer 1992), la obra y su final se leen armónicos bajo la influencia metgiana.

Se tiende a considerar recientemente que hay en el Tirant un mensaje pesimista sobre la caballería, pero me permitiría hacer una delicada distinción. Porque, por un lado, como testimonio del cambio sociológico experimentado, inicia el gesto que rematará Cervantes13; pero, por otro, desde el plano filosófico o mental, Martorell va más allá de la temática caballeresca. Pues refleja una evolución más profunda, la que afecta a la interpretación de la vida; ahora ya no se alinean los contrarios __como hiciera Llull bajo la aplastante y necesaria idea de justicia__ a fin de entender el mundo, pues se constata que el hombre mismo __como decía Roís de Corella__ está «de contraris compost.»

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Con lo cual, más que pensar en una diferenciación simple, según el talante admirativo o desengañado, a que nos invitaba la posibilidad de otra autoría o mano __la de Galba__, habría que bucear en el mismo complejo Martorell, que __como un hombre moderno__ mantiene una ideología, ve complicado el aplicarla, se le derrumban unos esquemas, se acerca más o menos a otros, pero al fin y al cabo no tiene las cosas totalmente claras, porque advierte que no todo es matemático, en expresión del notario14. Actitud en que había precedido este humanista. Metge había roto ya con la lógica existencial: en el pasaje que reproduce el Tirant se muestra inocente, pero Tirèsias se le burla y lo condena; él, tras haber sembrado según su conciencia, recoge el fracaso. Creo, pues, que, junto con el pasaje en cuestión, Martorell se hace eco de este desajuste y creo que ello ayuda a explicar el Tirant.

Parece que se hace evidente que hemos de excluir el azar ante el hecho que desde que comienzan las desventuras del héroe, ejemplar en virtud amorosa, se hayan detectado reflejos del pasaje de Metge en que defendía acérrimamente esta virtud y trataba de la responsabilidad humana ante la desventura.

Así como también creo que, aunque la epístola de Petrarca a la emperatriz Ana sea punto de referencia para las defensas eruditas de la mujer en la época, no podemos pensar que sea un tópico socorrido en el Tirant, habiendo sido esta misma Epístola familiar (21, 8) la que utilizaba Metge para hacer frente a la moral agustiniano petrarquesca.

Hay que concluir que la ideología eminentemente revolucionaria y liberadora que sustenta Martorell derivaría de un gran pensador y filósofo de la corriente humanista (Batllori 1987)15. Por tanto, la reflexión sobre los pasajes de Lo somni en el Tirant presenta un efecto ambivalente, con interés hacia la fuente y hacia la influencia; esto es, que se entendiera así al secretario real, a unos 50 años de su muerte, y que la novela caballeresca fuera testigo de esta lectura metgiana, repercute con doble alcance: no sólo hay que leer el Tirant lo Blanch bajo aquel candil16, sino que tenemos un testimonio de la interpretación humanista de Metge. Ello me lleva a considerar esta comunicación como eminentemente abierta, pues si enlazaba con la expuesta en el Congreso anterior, invita a futuras aplicaciones sobre otros autores. Dado que la profundidad de Lo somni hace que su sombra pueda ser muy alargada.

Para cerrar, propongo una sugerencia: ver a Tirant como un nuevo Orfeo, el modelo amoroso que ensalza Metge en Lo somni. Observemos que en ambos el comportamiento vital viene determinado por la actitud amorosa y ambos cometen ingenuamente un error que les perjudica; los dos reciben una paga-castigo-muerte inmerecida. Y recordemos el planto de Carmesina:

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Muyra yo e iré als regnes de Plutó: de tanta dolor portant embaxada, faré que Ovidi del meu Tirant digníssims versos smalte!


(cap. 472, p. 898, 32-34).                


Es decir, la muerte de Tirant la cantará Ovidio. Quien cantó el mito de Orfeo, que tan bien reprodujo Metge. Martorell, que ha leído bien a Metge, parece recrear aquel mito17.






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