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1011

De sobremesa, ed. de la Biblioteca Familiar de Presidencia, cit., pág. 184.

 

1012

Benjamin, W., «París, capital del siglo XIX», en op. cit., pág. 183.

 

1013

Gutiérrez Girardot, R., «La transformación de la literatura por la ciudad», en op. cit., pág. 293.

 

1014

«De Sobremesa: el artista en la sociedad burguesa moderna», en José Asunción Silva, vida y creación, op. cit., págs. 445-455, reproducido en su libro Modernismo, Barcelona, Montesinos, 1983, y «José Fernández Andrade: un artista colombiano finisecular ante la sociedad burguesa», en O. C., ed. de H. Orjuela, cit., pág. 623-635.

 

1015

Silva, J. A., De Sobremesa, ed. cit. pág. 105. Veánse las observaciones de Engels sobre el Londres de la época en «Las grandes ciudades», La situación de la clase trabajadora en Inglaterra, op. cit., págs. 55-107.

 

1016

Huidobro, Vicente, Vientos contrarios, en Obras Completas de Vicente Huidobro, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, vol I, 1976, pág. 839. La cita debe fecharse alrededor de 1928, año en que se publicó la primera edición del libro que la incluye (Santiago, Editorial Nascimiento). Por ese tiempo, el escritor se distanciaba del comunismo. Huidobro reconoce que empezó a leer los textos fundamentales del proyecto comunista cuando apenas contaba diecinueve años; que llegó a sentirse más próximo al modelo bakuniano; y que siempre ha guardado memoria de ese aprendizaje (fragmento de la entrevista mantenida en París con F. Chauvet, en 1932: Poesía, Madrid, núms. 30 al 32, 1984, pág. 302).

 

1017

Ya en unos primeros apuntes autobiográficos («Yo», Pasando y pasando, Santiago, Imprenta de Chile, 1914), Huidobro se enfrentaba a los intelectuales de su país, acusándolos de provincianismo, de mantener actitudes interesadas y de dudosa capacidad crítica. Así daba oportuna réplica a ciertas agresiones ajenas que tendían a descalificarlo en el orden social y en los círculos literarios. Ante ellos esgrime las armas de la libertad de actos, proclamando su independencia de pensamiento.

 

1018

Vientos contrarios, ed. cit., pág. 837. Una vez más, el escritor muestra su respeto por una tradición cultural que posee modelos valiosos, aunque no reconozca magisterios ni deudas exagerados. Cualquier referencia al respecto, mantiene una constante: el carácter aventurero de unas figuras que poseen dimensión heroica, encajando en cualquiera de los tipos que se reconocen.

 

1019

Larrea, Juan, Poesía, ed. cit., pág. 302. Este mismo dato lo recoge Volodia Teitelboim en su biografía literaria de Vicente Huidobro (Huidobro, la marcha infinita, Santiago de Chile, Ediciones Prat, 1993, pág. 157). Reuniendo ambos testimonios no sólo se confirma la anécdota sino que se descubren quienes participaron en ella, aunque no se dejaran convencer por Huidobro; también se facilitan las referencias que habrán de servir al escritor para componer su pieza. Entre los primeros, destacan Jacques Lipchitz, Tristán Tzara, Hans Arp, Lucho Vargas Rosas, Juan Emar, Pito Yáñez y el mismo Larrea, sin olvidar a Roberto Suáres, amigo al que se dedica La próxima. De las segundas cabe mencionar las lecturas bíblicas, el conocimiento de los textos clásicos, los registros épicos y las ciertas fantasías novelescas. Tampoco se extraña lo aprendido en relatos utópicos, las huellas de Saint Simon y de Fourier y el recuerdo de la colonia chilena de Tolstoi, sin dejar al margen a un Rimbaud peregrino.

 

1020

Sería reiterativo mencionar de nuevo la importancia de los modelos románticos, simbolistas, modernistas o de la próxima vanguardia en la obra de Huidobro; también considerar los rasgos bíblicos y la aplicación épica en sus trabajos, más acusada en Adán y en Mío Cid Campeador. Menos atención se ha prestado a los paralelismos entre Altazor y el Diablo Mundo; de La próxima y el Quijote cervantino. Sea como fuere, ninguna de esas coincidencias, a todas luces voluntarias, permitirían denunciar hábiles manierismos, cómodas deudas o fáciles parodias; rebasan esas consideraciones para reconocer un estilo propio, adecuado a su tiempo y a su entorno, comprendido dentro de un proceso literario y a propósito de unos criterios estéticos determinados. Bajo esta perspectiva se justifica la evolución de los registros huidobrianos -del libro de poemas, en sus diferentes fases, al largo discurso poético, con sus fórmulas; de estos últimos al discurrir narrativo, acorde con sus registros; y a su definitivo regreso a la poesía-, siempre identificando al autor con sus representaciones.