Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

101

Arimany, Miquel, «Fantasia i realitat en l'obra de Pere Calders», Pont Blau, núms. 47-48 (septiembre-octubre 1956), págs. 297-298. Flores, Ángel, «El realismo mágico en la ficción narrativa hispanoamericana», México, Et Caetera, núms. 23-25, 1957, pág. 189.

 

102

Antología del humor español, Madrid, Taurus, 1957. Entre otros podemos encontrar a Mihura, Álvaro de la Iglesia, Mercedes Ballesteros, J. Vte. Puente, J. M. Álvarez Blázquez.

 

103

Fogwill, Los Pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea, Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (1.ª edic., 1983). La escritura de la novela aparece fechada entre el 11 y el 17 de junio de 1982. Citamos al autor exclusivamente por su apellido ya que así consta en la edición que manejamos. Si bien en sus primeros libros aparecen nombre y apellido del autor, Rodolfo E. Fogwill ha optado finalmente por hacer constar en sus obras solamente su apellido.

 

104

La figura de Rodolfo Enrique Fogwill aparece en el texto, como indicamos, bajo la marca de autor del libro Música Japonesa (ver Los pichiciegos, págs. 119 y 143). En el marco de dicha convención, la del «testimonio», la novela se juega entre los límites de un «creer» y un «saber», en los que se debaten narrador-transcriptor (el autor de Música Japonesa) y voz testimonial («Quiquito»), apuntando asimismo un sentido: «aunque la historia que le cuentan a uno no alcance a impresionar y aunque uno no la crea, impresiona sentir la impresión que trae el que la cuenta por el solo hecho de contarla» (Los pichiciegos, pág. 81).

 

105

Sarlo, Beatriz, «No olvidar la guerra de Malvinas. Sobre cine, literatura e historia», Punto de Vista [Buenos Aires], núm. 49, agosto 1994, págs. 11-15. Las citas corresponden a la pág. 12. La cursiva pertenece al texto.

 

106

Fogwill, Los pichiciegos, pág. 70.

 

107

Sarlo, B., art. cit., pág. 13.

 

108

Ibidem, pág. 12.

 

109

Ya que «Si hay algo peor que la mierda de uno o de los otros, es el dolor. El dolor de los otros. Eso no lo aguantaba ningún pichi. Que no tendrían heridos, se había decidido en tiempos del Sargento. Sin médico, sin alguien que sepa medicina ahí abajo, era inútil guardar los heridos. Lo sabían los pichis: herido es muerto». (Fogwill, Los pichiciegos, págs. 92-93).

 

110

«Y todos entendían: como ni el Turco ni los otros Magos los iban a dejar volver para que no contasen dónde estaba el lugar de los pichis, si alguien ensuciaba adentro, mientras no hubiera polvo químico, lo harían matar y aunque nadie sabía si los Magos eran capaces de matar o no a un pichi, o a uno que había sido pichi, por las dudas no lo iban a probar: obedecían». (Fogwill, Los pichiciegos, págs. 36-37).