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Esta cita pertenece a la entrevista que Miguel Russo y Daniel Riera le hicieran a Bioy en La Maga. Cfr. Homenaje a Bioy, Edición Especial de Colección, Número 19, abril de 1996, pág. 4.

 

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A propósito, Blas Matamoro realiza un recorrido sumamente interesante por las «muchas islas del mundo de la fábula» hasta llegar a la de Morel. Cfr. Matamoro, Blas, «Archipiélago» en Adolfo Bioy Casares, Premio «Miguel Cervantes» 1990, Barcelona, Editorial Anthropos/Ministerio de Cultura, 1991, págs. 81 a 95.

 

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Sergio Cueto analiza con acierto los rasgos del malentendido que «acaso constituye el secreto de la relación amorosa» y que funcionan alegóricamente en la novela de Bioy. El axioma quevediano de «amor constante más allá de la muerte» se resemantiza en la máquina de Morel: «Por eso al final el narrador se filma, lleva su amor hasta la muerte, hasta más allá de la muerte, como si en esa transgresión se abriera la infinitud de amar». Cfr. Sergio Cueto «Discurso sobre el amor (al margen de La invención de Morel)», Paradoxa, Año X, núm. 8, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1996, págs. 7 a 12.

 

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La teoría de los nudos blancos es una teoría sobre el lenguaje que Piglia desarrolla en otro de los relatos de La ciudad ausente. Dice el Dr. Arana: «Hay que actuar sobre la memoria -dijo Arana-. Existen zonas de condensación, nudos blancos, es posible desatarlos, abrirlos. Son como mitos -dijo- definen la gramática de la experiencia. Todo lo que los lingüistas nos han enseñado sobre el lenguaje está también en el corazón de la materia viviente. El código genético y el código verbal presentan las mismas características. A eso lo llamamos los nudos blancos». Este relato también aparece publicado en Cuentos morales de forma independiente. Cfr. Piglia, Ricardo, Cuentos morales, Buenos Aires, Planeta, 1997, pág. 22.

 

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Completamos la cita: «...no hay campo propio de la ficción. De hecho todo se puede ficcionalizar. La ficción trabaja con la creencia y en este sentido conduce a la ideología, a los modelos convencionales de realidad». Cfr. «La lectura de la ficción», en Crítica y ficción, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1993, pág. 15.

 

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«Si llega a captarse así y si llega a fundamentar lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real, surgirá en el mundo algo que a todos nos ha brillado ante los ojos en la infancia, pero donde nadie ha estado todavía: patria». Esta afirmación, a un tiempo utópica y poética, no es de la novela de Piglia, pero podría serlo. Se trata de Ernst Bloch que postula su utopía social (El principio esperanza, t. I-II, Madrid, Aguilar, 1977).

 

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Ernst Bloch, op. cit., pág. 122.

 

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Citemos y luego comentemos: «Ahora bien, he pensado hoy: ¿Qué es la utopía? ¿El lugar perfecto? No se trata de eso. Antes que nada, para mí el exilio es la utopía. No hay tal lugar», dice Osorio. Y más adelante aclara: «La utopía de un soñador moderno debe diferenciarse de las reglas clásicas del género en un punto esencial: negarse a reconstruir un espacio inexistente». Osorio decide colocar la utopía en el tiempo porque como hombre del siglo XIX desecha la alternativa en el espacio para apostar al desafío del tiempo futuro. Lo sabemos, «las utopías tienen horarios» (Bloch). Lo sabe Piglia que en La ciudad ausente retoma la idea que descarta Osorio y construye la isla. Cfr. Respiración Artificial, Buenos Aires, Seix Barral, 1994, págs. 77-79.

 

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Pierre-François Moreau en La utopía. Derecho natural y novela del Estado (Buenos Aires, Hachette 1986, págs. 55-56) señala que Gabriel de Foigny en su Tierra Austral el lenguaje que inventa es «solamente uno de los tres sistemas de comunicación [...]. Su lengua no es solamente extraña; también es simple y bien hecha, y tan bien hecha que revela mejor que la nuestra la naturaleza de las cosas. Lo extraño, es, pues, signo de superioridad». En la extrañeza de ese lenguaje reside también la crítica política de la utopía a los modos de representación de una sociedad.

 

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Dice Piglia: «Los espías y los poetas escriben en una lengua cifrada. El más complejo de los sistemas de cifrado trabaja con permutaciones lineales del alfabeto (en lugar de A pone B, en lugar de C pone D). A menudo, sin embargo, estas modificaciones son arbitrarias». En esta frase resume la ficción de la isla y deja ver su política acerca de la literatura. Cfr. «La cita privada», Crítica y ficción, op. cit., pág. 76.