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391

Es obvio que indirectamente está aludiendo a Fidel Castro.

 

392

El autor ha definido el mundo del caribe como La isla que se repite, «...porque el Caribe escribe Benítez Rojo no es un archipiélago común, sino un meta-archipiélago... y como tal tiene la virtud de carecer de límites y de centro... el Caribe desborda con creces su propio mar...» y «solo puede ser intuido a través de lo poético, puesto que siempre presenta una zona de caos». (V. la Introducción a La isla que se repite...).

 

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El texto citado continúa: «El poema y la novela del Caribe no son sólo proyectos para ironizar un conjunto de valores tenidos por universales, son también proyectos que comunican su propia turbulencia, su propio choque y vacío, el arremolinamiento y black hole de violencia social producido por la encomienda, la plantación, la servidumbre del coolie y del hindú; esto es su propia Otredad, su asimetría periférica con respecto a Occidente». Benítez Rojo, Introducción a su citado ensayo La isla que se repite.

 

394

Puede leerse al respecto el discurso de su padre el día de su abdicación: «Conservad celosamente esa unión vuestra que nunca habéis abandonado [...] no permitáis que os invadan las herejías...» (pág. 29).

 

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En realidad la isla del poder, o centro del sistema, aunque en la novela básicamente se sitúa en El Escorial (lugar del presente histórico de la narración) tiene otro espacio significante, que podríamos visualizar en el otro extremo del diámetro del propio círculo del poder: de la abdicación del emperador Carlos a la muerte de su hijo Felipe, es decir, del salón del palacio de Bruselas a la cámara privada de El Escorial. Espacios que como casi todo en la novela se presentan fuertemente contrastados, teniendo en cuenta que en la ceremonia situada en el primero, es decir, en un medio hostil compuesto por burgueses flamencos que no le quieren, se traspasa un poder todavía sin fisuras de un Rey (vivo) a otro, en la confianza de que quien lo recibe sabrá defender el ideario Imperial. Mientras en la cámara de El Escorial un monarca moribundo, escondido en el último reducto de su espacio vital, rodeado de su familia y de sus más fieles, se muestra renuente a entregar el poder a un hijo que sabe incapacitado para afrontar el arduo trabajo de controlar el vasto Imperio, que a pesar de su esfuerzo comienza a presentar indicios de desintegración.

 

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Dentro de ese espacio la narración va accediendo a otros, como en ese juego de las cajas chinas o muñecas rusas: de la galería, por una pesada puerta que apenas entreabre una hendija, a las habitaciones del rey, y de éstas al lugar en que ocupa la cama, desde la cual la vista del Rey solo puede acceder al altar mayor de la Basílica, espacio que se abre hacia territorios ultraterrenos y en el que confluyen, despreocupado de todo lo demás, sus intereses en ese definitivo instante de la muerte.

 

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Este tipo de procedimientos que «visualiza» los espacios como islas, se repite en cada secuencia: desde la mención a ciudades amuralladas y fuertes, a la habitación de la torre de la casa de Adeje, o el espacio en que caen «encerrados» los franceses en La Florida.

 

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Como si de un homenaje se tratara, al hilo de las secuencias descubridoras y colonizadoras se van mencionando prácticamente todos los espacios caribeños, en un alarde geográfico e histórico en el que sorprende la puesta al día de los conocimientos, teniendo en cuenta que son las investigaciones del profesor Manzano, publicadas en 1976 (v. El secreto de Colón) las que sostienen la llegada del Almirante a Tierra Firme en su segundo viaje y da cuenta del asunto de las perlas en Margarita, descubrimiento que Colón habría ocultado a los Reyes y que parece ser una de las razones de la pérdida de confianza que tan lamentables consecuencias tuvo para el Descubridor.

 

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Xavier Villaurrutia, «La poesía de los jóvenes en México», Obras, México, FCE, 1974, pág. 828.

 

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«Grupo de soledades» aparece en «Cuadro de la poesía mexicana», Contemporáneos. Notas de crítica, México, Herrero, 1928, pág. 41, y «agrupación de forajidos» en «Encuesta sobre la poesía mexicana. Carta a Ortiz de Montellano», Obras, vol. II, México, Ediciones del Equilibrista, 1994, pág. 243.