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531

Bobbio, Norberto, Diccionario de política, 1986, págs. 1457-58.

 

532

Pérez-Maricevich, Francisco, La poesía y la narrativa en el Paraguay, Asunción, Centenario, 1969, pág. 57. También en la obra del mismo autor Panorama del cuento paraguayo, Asunción, Tiempo, 1988, pág. 8.

 

533

Ainsa, Fernando, «La Nueva Narrativa Histórica Hispanoamericana», Les Cahiers de Criar, Actes du Colloque de Rouen, 1991. También en Plural, 240, septiembre 1991, págs. 82-85; y en Cuadernos Americanos, núm. 28, julio-agosto 1991, págs. 13-31.

 

534

Al hablar de una conferencia del historiador Charles Standifer, Ricardo Caballero Aquino (Caballero Aquino, Ricardo, «Historia Paraguaya Q. E. P. D.», ABC Color, 14-6-1992) explicaba que Standifer [...] al estado actual [de la historia en Paraguay] llamó «masacre». Y los grandes contribuyentes a ello eran la enseñanza en las escuelas, colegios y facultades así como la propia Academia Nacional de la Historia. [...] Standifer más adelante [...] dijo: «Sin transición no hay historia y sin historia no se llega a la democracia». Se explicó diciendo que la dictadura le teme siempre a la historia y por ello la tergiversa, creando héroes máximos por decreto y villanos por discursos oficiales [...] Standifer lamentó que ocurrida la caída del tirano, el papel de la historia siguió siendo tristemente pobre. No hay ninguna carrera que pueda llevar ese nombre, la bibliografía local está obsoleta [...] Y en esas condiciones -Standifer dixit- el futuro de la transición es realmente dudoso.

 

535

Rivarola Matto, Juan Bautista, «La literatura paraguaya existe», Hoy, 31-3-1982, pág. 8. Este fragmento forma parte de una polémica surgida en 1982, a raíz de las declaraciones de Roa Bastos en el III Encuentro Internacional de Escritores (México). Las declaraciones de Roa negaban la existencia de la literatura paraguaya. En aquella ocasión, Ricardo Caballero Aquino (7-3-1982), Juan Bautista Rivarola Matto (26-3-1992; 31-3-1982) y Roa Bastos (10-4-1982) polemizaron sobre ese tema en el diario Hoy (Asunción).

Siete años más tarde, el debate volvió a avivarse en las páginas del mismo periódico. Se trataba entonces de dilucidar si la literatura paraguaya tenía un corpus suficiente de obras para ser considerada como tal. En esa ocasión, los enfrentados fueron Carlos Villagra Marsal (10-9-1989; 22-10-1989; 19-10-1989; 5-11-1989) y Augusto Roa Bastos (16-10-1989; 17-10-1989; 18, 19 y 20-10-1989; y 17-12-1989), quienes intercambiaron argumentos y acusaciones personales. Para Roa, Villagra exageraba al considerar que la tradición paraguaya estaba formada por obras locales y por los grandes hitos de la literatura universal, y erraba al detenerse en una enumeración de libros publicados en las últimas décadas sin emitir un juicio cualitativo. Para Villagra, las opiniones de Roa carecían de base, ya que Roa había alcanzado la fama publicando fuera del país (sin conocer, por tanto, las dificultades de edición y difusión de los autores que viven en Paraguay), y había declarado no leer ni conocer nada de la producción paraguaya. La polémica terminó con una amistad labrada durante años, y abonó un clima, que todavía pervive, en el que los escritores se escindieron en dos grupos: pro-Roa y anti-Roa.

 

536

Menéndez Pelayo, Marcelino, Historias de la literatura hispanoamericana, Santander, Aldus, 1948, tomo 2.

 

537

Se considera que primer poeta en Paraguay fue Luis de Miranda de Villafaña (1500?-1575?), cuyas coplas de pie quebrado narraban hechos de la conquista. Pero el más citado de los exponentes de esta «prehistoria» literaria es Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata. Argentina (Lisboa, 1602), de Martín Barco de Centenera (1544-1605). La Argentina es un poema épico novelable compuesto por 28 cantos en octavas reales que, además, testimonia la existencia de teatro colonial al recoger una farsa política.

En 1567, el bávaro Ulrich Schmidl escribió Viaje al Río de la Plata y Paraguay, obra que contiene elementos propios de la narrativa de ficción, y que se considera la primera crónica sobre la conquista de la zona.

Hay un texto en prosa, de 1612, que también es conocido con el título de La Argentina. Se trata de Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, escrito por el primer autor en prosa paraguayo de nacimiento: Ruy Díaz de Guzmán (1560-1629). La obra, que narra la conquista y colonización del Río de la Plata, incluye tres leyendas: «La Maldonada», «Las Amazonas» y «Lucía Miranda».

En 1639, aparecieron en Madrid La conquista espiritual en las provincias del Paraguay y Tesoro de la lengua guaraní, del misionero jesuita Antonio Ruiz de Montoya. La conquista espiritual relata la historia de los guaraníes entre 1612 y 1638, inscribiéndose así en la doble tradición de la narrativa documental de las cruzadas y de la novela de caballerías.

Respecto al siglo XVIII, el tema de la lucha y la muerte de líder de la Revolución de los Comuneros, José de Antequera y Castro, generó poemas populares. Él mismo escribió un soneto, el único conocido escrito por un autor paraguayo en ese siglo. Destaca, además, la labor del jesuita Pedro Lozano (1698-1752) con obras como Descripción chorographica del terreno, ríos, árboles, animales de las dilatadísimas provincias del Gran Chaco (1733), Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay (1754-55), Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán (1773), e Historia de las revoluciones del Paraguay (inédito hasta 1905).

Ya en el siglo XIX, es importante la obra científica de Félix de Azara (1742-1821), Geografía física y esotérica del Paraguay (1809).

 

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La Aurora acogió el nacimiento del romanticismo paraguayo y los primeros textos narrativos publicados por autores del país. A los textos de su fundador, el gaditano Ildefonso Antonio Bermejo, se unieron los de los alumnos del Aula de Filosofía, como Mariano del Rosario Aguiar, Gumersindo Benítez, José Mateo Collar y Natalicio de María Talavera, éste último considerado «el gran cantor de las glorias nacionales» durante la Guerra de la Triple Alianza (1865-70).

 

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Cabichuí es el nombre de una avispa negra de pequeño tamaño. La portada del primer número (13-6-1867) contiene un dibujo en el que un buen número de dichas avispas atacan a un brasileño, y un texto (probablemente de su director, Juan Crisóstomo Centurión) en el que se aclaran sus intenciones:

«El Cabichuí vuela a asirse a la bandera de los libres, a esa bandera que siempre ha conducido a la victoria, que siempre ha simbolizado la justicia [...] quiere tener el orgullo de combatir en el mismo campo y al mismo lado del bravo soldado paraguayo contra las viles y esclavas legiones que han venido con la espada del exterminio a desolar el tranquilo hogar del pacífico y laborioso republicado.

 

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El Centinela (abril 1867-julio 1868), Cabichuí (mayo 1867-julio 1868), y La Estrella (febrero 1869-agosto 1869) contenían textos en español y guaraní. Cacique Lambaré (julio 1867-setiembre 1868) era una publicación exclusivamente en guaraní. Hemos de tener en cuenta que, desde el tiempo de las misiones jesuíticas, esas son las primeras publicaciones que usan el guaraní.