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Dentro del país, los escritores carecían de la libertad de los que publicaban fuera, y los avances narrativos fueron menores. Sin destacar especialmente por su voluntad renovadora, nos interesa señalar la obra de María Concepción Leyes de Chaves, quien ya en Tava'í, además de reflejar mitos y costumbres paraguayas, había introducido el personaje histórico del hijo del general Molas. En 1951, publicó Río Lunado; y en 1957 una de las primeras biografías noveladas: la novela histórica Elisa Lynch, donde narró, desde un punto de vista romántico, la vida de la compañera del mariscal López.

 

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Los protagonistas de La Babosa no son los héroes patrios de un país idílico, sino antihéroes que viven en un pueblecito opresivo y desprovisto de lirismo (Areguá, a orillas del mitificado lago de Ypacaraí). Con La Babosa apareció por primera vez en la literatura paraguaya el uso continuado del monólogo interior, y la vocación de crear un mundo narrativo en el que analizar (con marcado pesimismo) la condición humana. A partir de La Babosa, la narrativa comenzó a criticar la situación social del país. Así lo hicieron, por ejemplo, Carlos Garcete (La muerte tiene color, 1958) y Reinaldo Martínez (Juan Bareiro, 1958), cuyas obras se inscriben en la órbita del realismo social. En los años setenta, apareció la novela de Casaccia Los herederos (Madrid, 1975), cuya acción vuelve a situarse en Areguá, «que encarna más que nunca a una patria infeliz, seguida ardientemente en su desventura» (Bellini, Giuseppe, Nueva historia de la literatura hispanoamericana, Madrid, Castalia, 1997, pág. 494).

 

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Sáinz de Medrano, Luis, Historia de la Literatura Hispanoamericana (Desde el Modernismo), Madrid, Taurus, 1989, pág. 330.

 

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En los años sesenta, Roa Bastos publicó los volúmenes de cuentos El baldío (Buenos Aires, Losada, 1966), Los pies sobre el agua (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967), Madera quemada (Santiago de Chile, Edición Universitaria, 1967) y Moriencia (Caracas, Monte Ávila, 1969).

 

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Centurión, Juan Crisóstomo, Memorias, Asunción, El Lector, 1997, Vol. 1, pág. 117.

 

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En la misma década, Jorge Ritter (El pecho y la espalda, 1961) denunció la situación del campesino; Carlos Villagra (Mancuello y la perdiz, 1965) insertó elementos populares en el relato y afrontó el problema del «bilingüismo»; José Luis Appleyard (Imágenes sin tierra, 1965) utilizó el tema del exilio, y la hija de M.ª Concepción Leyes, Ana Iris Chaves de Ferreiro, tuvo presente el recuerdo de la Guerra de la Triple Alianza en Crónica de una familia (1966), donde rastreó los orígenes de la riqueza de una familia «lopista», mostrando la evolución del pensamiento de los paraguayos desde 1870 hasta 1950. Además, Gabriel Casaccia publicó una edición aumentada de El Pozo (1967), y sus novelas La llaga (1964) y Los exiliados (1966). Sobre ellas, Bellini afirma: «En La llaga, Gabriel Casaccia ataca de una manera aún más implacable los males estructurales del país, entre ellos la prolongada dictadura, con las violencias físicas y morales que implica, la subversión de todos los principios en personajes minuciosamente estudiados a la luz de Freud [...]. Los exiliados es un examen igualmente amargo de una situación que no tiene salida: la de los exiliados, precisamente, aniquilados por el tiempo de la espera en los confines de una patria inalcanzable». (Bellini, Giuseppe, Historia de la Literatura Hispanoamericana, Madrid, Castalia, 1985, pág. 556).

 

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Shaw, Donald L., Nueva narrativa hispanoamericana, Madrid, Cátedra, 1983, pág. 136.

 

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Según Bellini (ibidem, pág. 554), Yo, el Supremo se aleja visiblemente de la tradición, presenta interesantes novedades en su montaje, en el desarrollo de una aguda investigación sobre la dictadura, estigmatizada en su significado negativo por la propia alucinación del Supremo, por su verborrea y grafomanía, ya que dicta continuamente y escribe, reduciendo a su propio secretario [...] a un simple autómata. En un enorme cúmulo de confesiones, diálogos, monólogos, dictados y escrituras [...] toma cuerpo un universo dominado por el terror, víctima de una idea alucinada del poder, del orden y del estado, del cual el Supremo se siente encarnación única y sagrada.

Conviene aclarar que la aparición de la «nueva narrativa histórica» en Paraguay no supuso la desaparición de la narrativa histórica de tipo tradicional. Por ejemplo, el poeta testimonial Gilberto Ramírez Santacruz (Ava-í, 1959) es autor de la novela Esa hierba que nunca muere (1989), y de algunos cuentos de tema histórico, publicados en 1995 en su volumen de relatos Relatorios.

 

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Además, tampoco el golpe de Rodríguez acabó con la censura a la crítica del mariscal López. Aunque finalmente Rodríguez cedió, el 3 de febrero de 1989, durante el gobierno de éste, se prohibió el estreno de San Fernando, de Alcibiades González Delvalle, obra que no había podido ser representada durante la dictadura de Stroessner, por poner en escena la represión del mariscal López en los procesos de San Fernando.

 

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Por ejemplo, Rebelión después, de Lincoln Silva (Barrero Grande, Paraguarí, 1945) fue escrita en el exilio, y publicada en Buenos Aires en 1970 (año del centenario de la muerte de López). Aunque la obra critica la dictadura de Stroessner, el nombre del protagonista de la novela, Lázaro López, nos recuerda, según palabras de José Vicente Peiró, que el mariscal López es «como un Lázaro resucitado de la tumba para pervivir a lo largo del tiempo en la memoria popular». Además, Lincoln Silva es autor de General, general (1975) y de poemas y cuentos publicados en ABC y la revista Ne Engatú. (La cita de José Vicente Peiró ha sido extraída de su Tesis, que será defendida el presente curso en la UNED. Aprovechamos para manifestar nuestro agradecimiento al autor por facilitarnos ese extenso trabajo, algunas obras paraguayas, y sus fichas biobibliográficas sobre los autores del país).