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Martín de Riquer en su estudio sobre el topónimo California señala el carácter insular que caracteriza al territorio de las amazonas, y cómo la península se creyó isla y el mar recibió el bíblico nombre de Mar Bermejo: «Es de suponer, que como sabían que textos de distinta índole y documentos cartográficos situaban a Femenía en las proximidades del Mar Rojo, que separa África de Asia, dieron a la tierra descubierta el nombre de California, ya que este nombre es debido exclusivamente a que, quien bautizó así aquella tierra, tenía noticia de la isla California, feudo de la reina Calafia, de la que se habla con cierta extensión en Las sergas de Esplandián de Garci Rodríguez de Montalvo, libro impreso por primera vez en Sevilla en 1510» (Riquer, 598).

 

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Cieza de León al ocuparse del origen de los indios de Chincha, menciona a los pigmeos, ya desaparecidos: «adonde hallaron mucha gente, y todos de tan pequeños cuerpos, que el mayor tenía poco más que dos codos; y que mostrándose esforzados, y estos naturales cobardes y tímidos, los tomaron y ganaron su señorío» (Cieza, 423).

 

763

«El P. Christóbal de Acuña, hablando de la Nación de los Trepinambas, que ocupan en el Río de las Amazonas una grande isla, pone estas palabras, y de otras más inferiores dice, la una es de los Enanos que hemos referido; la otra es de una gente que todos ellos tienen los pies al revés. De suerte que quien no conociéndolos quisiese seguir sus huellas caminaría siempre al contrario de ellos» (León Pinelo, II, 13).

 

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Las amazonas de Tirso son también antropófagas. Como dice Carvajal, si la reina no se hubiera enamorado de Gonzalo Pizarro, «por Dios que nos desvalijan / de las almas, y que, hambrientas / o nos asan o nos guisan; / porque comen carne humana / mejor que nosotros guindas» (Tirso de Molina, 354).

 

765

Según Juan Gil, «un único corolario se desprende de la obra y es que en el corazón del caudaloso río se encierran riquezas inefables; pero su conquista la ha de emprender no un cualquiera, sino un capitán del fuste de Gonzalo Pizarro, el único ante quien se rindieron los arcos de las amazonas» (Gil, 239).

 

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Así, leemos sobre la isla de Jamaica: «Aquella apartada y escondida parte del mundo, en la cual Dios, creador de todas las cosas, creemos que sacó del barro de la tierra al primer hombre, los sabios de la antigua ley mosaica y los héroes de la nuestra la llaman Paraíso terrenal. Así es la isla de Jamaica porque no hay ninguna o casi ninguna diferencia del día y la noche en todo el año, ni horrible verano, ni riguroso invierno; el aire es saludable, las fuentes cristalinas, los ríos de agua clara: con todos estos adornos ha decorado a esta mi esposa la benigna madre naturaleza. Hay allí abundancia de varios árboles frutales a más de los llevados de acá, que gozan de perpetua primavera y perpetuo otoño; tienen a la vez la frondosidad y flores los árboles todo el año, y crían frutas, y las tienen a un mismo tiempo verdes unas y otras maduras. Allí siempre tiene hierba la tierra, siempre están floridos los prados, no hay otra tierra alguna de más favorable y benigno clima, y así mi esposa Jamaica es la más dichosa de todas» (Mártir de Anglería, 493).

 

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Revesa: «Vaya usted norabuena, / que nosotras nos partimos / a Indias, donde nos esperan / las más grandiosas comidas, / las ollas más reverendas / que se han visto, porque son / los carneros de oro y seda, / la vaca de cañamazo, / de plata las pollas tiernas, / las libres de azul y oro, / y de aljófar la menestra.» [...] Salpullida: «porque las calles se empiedran / todas de yemas de huevos / con azúcar y canela. / Los árboles dan buñuelos, / en cuyos pies están puestas / fuentes de miel, que en cayendo buñuelos dan en ellas» (Quiñones de Benavente, 77).

 

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«Si en los ojos se le pone / un hombre, mira edificios / llenos de balcones de oro, / diamantes, perlas, jacintos; / árboles que en vez de frutas / llevan jamones cocidos, / bellas perdices asadas / y empanados palominos. / Son las hojas de la parra / hojaldres, y los racimos / buñuelos, la flor de almíbar, / y los sarmientos pestiños. / Vense unas fuentes de leche / con bizcochos, y de vino / otras, y por margen tienen / mil tazas de oro y de vidrio. / Vense frescas alamedas, / y mil ninfas en los sitios / más ocultos» (Vega, 150).

 

769

«Est-ce sous l'influence de ces répresentations indigènes que l'image mythique de Jauja s'est précisée, que la vallée c'est transformée en une île dans l'imagination des Espagnols, que la Chacona est devenue sur un texte évoquant le Pays de cocagne, cette danse frénetique et sensuelle qu'ont dénoncée tous les moralistes, que la Tierra de Piripao et venue s'ajouter à la serie des paradis alimentaires» (Delpech, 1980, págs. 96-97).

 

770

Curtius, E.R.: Literatura europea y Edad Media latina, vol. 2, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, págs. 564-565.