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La lengua y la literatura

Amado Nervo






ArribaAbajoPrimera parte


ArribaAbajo- I -

Del florecimiento de la poesía lírica en Italia, Portugal y España


El Liberal ha abierto una nueva sección, entre las muy interesantes que lo integran. Llámase «Poetas del día, auto-semblanzas y retratos», y me hace la honra de iniciarla con mi fotografía y unos versos más o menos personalistas que tuvo la gentileza de pedirme. Pero no es esta circunstancia la que me mueve a hablar de tal sección, sino los conceptos que el importante diario expresa en ella, a guisa de proemio, y que me parece muy oportuno copiar, por que encierran afirmaciones categóricas y llenas de optimismo, relativas al actual movimiento literario y poético:

«El Liberal -dice el mismo- rechaza esos juicios, tan extendidos como chabacanos, que han sentenciado a muerte a la actual poesía española. Tiene, al revés, el meditado convencimiento de que la lírica española entra en los bellos días de su renacimiento y esplendor.

»Como Portugal y como Italia, los dos países que hoy se honran con mejor y mayor número de poetas, España cuenta hoy día con una lucidísima generación de poetas jóvenes.

»Tampoco El Liberal admite esa creencia baja y torpe de que en España nadie lee versos. Por el contrario, piensa que hoy más que nunca, es cuando se leen versos en España.

»Y para comprobar el segundo extremo, esto es, que en España hay bastantes devotos de la poesía, El Liberal prepara una colaboración de poetas, en la seguridad de que ha de ser muy del gusto de los lectores».

*  *  *

Varias afirmaciones, en efecto, contienen los párrafos anteriores, y quisiera yo recoger y glosar algunas, ampliándolas con juicios propios, por hallar que ésta es materia idónea y harto interesante para mi Informe.

¿Es cierto que Italia y Portugal son los dos países que se honran en la actualidad con mejor y mayor número de poetas?

De Italia, qué duda cabe que atraviesa por un floreciente período poético! Bastaría Gabriel d'Annunzio, con su alta y fecunda labor para glorificar a la tierra de Leopardi y de Carducci.

Su Nave recorrerá en breve tiempo el mundo, dejando la más lujosa estela de triunfos. Desde el monarca italiano hasta las turbas romanas, todos han sabido comprender esa pieza que exaltando el viejo poderío marítimo del Lacio, señala también a un pueblo ansioso de supremacías el camino del porvenir.

«El Rey Víctor Manuel -decía una reciente noticia-, después de asistir a varias representaciones de La Nave, de D'Annunzio, obra por la cual siente profunda admiración, ha donado a la empresa del teatro Argentina diez mil liras en prueba de la satisfacción con que ve el rumbo que sigue su dirección artística, para bien de la dramática nacional.

»Hay que tener en cuenta que al fundarse la compañía Stábile, que explota el teatro, el monarca, la subvencionó espontáneamente, al conocer su programa, con veinte mil liras.

»La Nave sigue triunfando diariamente. Ha producido ya un beneficio líquido de ochenta mil liras». Cito hasta el fin esta noticia para que se aquilate mi afirmación anterior respecto de cómo en Italia las masas están, al par del Rey, identificadas con su gran poeta. Bastaría tan admirable indicio para concluir que hay en ese país un verdadero florecimiento poético y literario.

A él ayudan, por otra parte, circunstancias diversas; dos especialmente: el firme propósito que con fruto tan alentador está mostrando Italia de reconquistar su categoría mental de primer orden en el mundo, y el carácter tan personal y tan individual de la literatura y de la poesía italiana.

Respecto de esta segunda circunstancia, recordaremos aún las palabras pronunciadas no ha mucho en Francia por Matilde Serao en una interview: «Al contrario de la literatura francesa -dijo-, la nuestra no tiene escuela, y como nuestro país está en cierto modo desmenuzado en provincias, cada una sigue sus tendencias, sus tradiciones, sus orígenes; en una palabra: cada una se queda en su concha. Quizá esta situación tiene sus defectos, pero también tiene sus cualidades, porque asegura a la literatura italiana más variedad y más color local.

»Sin embargo, hay una tendencia de concentración, cuyo foco es Roma, pero el movimiento puede considerarse aún como embrionario. No madurará sino dentro de veinte o veinticinco años».

Por lo demás, no es sólo literariamente como Italia progresa, en opinión de la señora Serao (opinión que habrán de compartir todos los que sigan con atención el movimiento mental de la Península), sino en Historia, en crítica y, sobre todo, en Sociología, de la cual hay una importante escuela, el creador de la cual es Enrico Ferri, jefe del partido socialista, a cuyo claro nombre fuerza es añadir, no por analogía de tendencias, sino por paralelismo de mérito, el del gran historiador Ferrero, autor de trabajos importantísimos sobre la grandeza y la decadencia de Roma.

*  *  *

En cuanto a Portugal, la afirmación del diario español citada al principio de este informe, es igualmente exacta. En el reino lusitano, probado en estos momentos por tan grandes infortunios, hay un vigorosísimo y substancioso movimiento poético y literario.

De él me he ocupado ya en alguno de mis informes, aunque muy someramente, y recuerdo por cierto que hablaba de esa vaga filosofía, de esa tristeza céltica que flota sobre la lírica portuguesa, toda trémula de saudades y nostalgias.

Justamente después de la afirmación mía, un crítico español muy versado en todo lo que atañe al arte y a la mentalidad lusitanos, decía: «Los portugueses son poco dados a las disciplinas metafísicas. La filosofía sistemática de escuela no es planta que arraigue en el Portugal contemporáneo; a cambio de esto, por la poesía de nuestros vecinos vaga una filosofía nómada, vaporosa, sentimental. Su lirismo, esencialmente amatorio, se enamora algunas veces con apasionados transportes y casi siempre con melancólica ternura; se enamora de las mujeres y de las ideas. De las ideas, como si fuesen mujeres. Y estas apariciones femeninas son figuras de plásticos encantos o sombras misteriosas. Son flores o nada más que fragancia de flores. Ensueños panteístas de diferente clase, según que animen a la naturaleza o según que la espiritualicen».

Que Portugal se honra, según la afirmación de El Liberal que venimos glosando, con mejor y mayor

uacute;mero de poetas, lo comprobará simplemente esta enumeración que voy a haceros:

Entre los líricos figuran y pueden ser considerados, sin hipérbole, como grandes poetas, Eugenio de Castro, Guerra Junqueiro, Correa d'Oliveira y Augusto Gil

Entre los dramáticos, con el mismo calificativo de grandes, están Julio Dantas, autor de Céia dos cardeaes, Rosas de todo o anno, Palacio de Veiros, Mater Dolorosa, y de tantos otros primores; López de Mendoça, y Lacerda. Si retrocedemos un poco, nos encontramos con temperamentos tan privilegiados como Castilho, Joas de Lemos, Loares de Passos, Méndez Leal, Preira da Cunha, Limoes Díaz, Tomás Ribeiro y Gonçalves Crespo.

Me he entretenido, para dar más autoridad a este informe, en preguntar a dos literatos españoles, muy versados en letras portuguesas, cuáles eran sus poetas preferidos.

Nombela y Campos, el primer interrogado, me respondió: Joao de Deus, Anthero de Quental y Antonio Nobre son los verdaderos maestros de la poesía portuguesa y tres poetas que pueden hombrearse con los mejores de otros países.

Francisco Villaespesa, el segundo interrogado, me respondió ampliamente en estos términos:

«Para mí el más grande de los poetas portugueses es Eugenio de Castro, porque ha sabido fundir, mejor que ningún otro poeta, todos los elementos e innovaciones de la poética moderna, con el carácter de su pueblo y de su raza. Creo más: que fuera de D'Annunzio y Maeterlinck, es el primer poeta de la raza latina.

Señor del ritmo y de la imagen, sabe prodigarlos con la sobriedad y la elegancia de un ateniense del siglo de Pericles. Aun en aquellas de sus poesías más simbolistas, las imágenes son claros prismas tallados, griegas siempre, y el ritmo musical sin retorceduras, sin rechinamientos. Además, en todas ellas se ve al poeta portugués un poco melancólico y lleno de una íntima religiosidad por la naturaleza. Sagramor es uno de los más grandes poemas humanos que se han escrito, desde el Fausto. Constanza es toda el alma portuguesa simbolizada en aquella mujer engañada, que al morir perdona. Sus líricos son admirables y aun en aquellos de sus primeros versos, influídos por las recientes escuelas, se ve una gran nobleza de emoción y de estilo y se nota al gran poeta. Su influencia es enorme en la literatura portuguesa. Con Antonio Nobre, un poeta muerto en plena juventud, cuyo único libro So es lo más portugués, a pesar de todas las innovaciones métricas y rítmicas que se han escrito desde los admirables sonetos de Camoens, Eugenio de Castro constituye toda la poesía nueva de Portugal.

Hasta en Guerra Junqueiro se ve esta influencia, notada ya por críticos tan expertos como el novelista Abel Bothello. Guerra Junqueiro es el poeta más popular de su país, el de más prestigio; su obra es una evolución continua. A los veintidós años publicó La muerte de Don Juan y La vejez del Padre Eterno, dos libros demoledores, terribles, en los cuales parecía resonar aún la gran trompa del Hugo de los Castigos. Después, La Patria, un panfleto espantoso, formidable, el mayor éxito de la poesía en Portugal, a raíz del ultimátum inglés. Luego dejó todos estos embates y escribió La Musa y Los simples, este último un gran libro, el más bello de todos, sencillo, lleno de amor y de paz, y sobre todo de naturaleza.

Por último, su panteísmo filosófico se tradujo en su oración al pan y en la oración a la luz, libros de gran exaltación imaginativa. Otro gran poeta portugués es Gómez Leal, el más querido acaso de la juventud. Su primer libro Claridades de Sal es una maravilla. Poeta interno, algo diabolista, ha publicado más tarde libros terribles, como La mujer de Luto, y unas divinas estrofas a la muerte de Jesús. Desarreglado, poeta de saltos y de lagunas, es, sin embargo, el más genial de todos.

Después de estos tres grandes poetas universalmente consignados, vienen los jóvenes, los de nuestra edad, es decir, de veinticinco a treinta y cinco años: Alfonso López Vieira, cuyos libros El encubierto, Ar livre y El poeta Saudade, son de un lirismo, verdaderamente portugués. Poeta del mar, de las viejas leyendas, pero modernizándolas al subjetivarlas, es para mí el que mejor sigue la tradición de Antonio Nobre. Antonio Patricio, poeta también del mar, y de las íntimas complejidades de la vida moderna, el más atormentado, el más inquieto, el que acaso refleja mejor el estado de su época, y al decir época me refiero solamente a la época vista a través de un temperamento de poeta y no a lo que de social pueda significar. Patricio es un aristócrata nitzscheano, cincelador de joyerías raras y complicadas, pero fuerte e intenso. Su libro Océano fue un acontecimiento. Otros dos grandes poetas que dentro de los modernos procedimientos siguen la tradición sentimental y popular de la poesía portuguesa, son: Antonio Correia d'Oliveira (de quien hablo ya al principio de este informe) y Riveiro de Carvalho, más delicado, más sutil el primero, pero más fuerte y más intenso el segundo. El primero ha cantado el campo, con una sencillez virgiliana. Aparte de éstos, un gran poeta popular, autor de cuadros (coplas) para todos, Augusto Gil. Y ese admirable poeta íntimo, el más subjetivo de todos, que se llama Fausto Guedes Texeira, el más amado de las mujeres y de todos los sentimientos. Su Mocedad perdida es un bello libro. Este poeta no tiene filiación con ninguno de los de su época; es el más original y su poesía psicológica es quizás única en Europa. Joao Lucio es un poeta de color y medio día. Es del Algarve y refleja su país como ningún otro. Aparte de éstos, que son los principales, existen multitud de «poetas verdaderamente notables sin contar a los grandes muertos».

*  *  *

Queda por tratar el capítulo relativo a España:

¿Es cierto que cuenta con una delicadísima generación de poetas jóvenes?

Es cierto, siempre que se mencione entre ellos, como, por lo demás, lo hace El Liberal, a nuestros líricos hispanoamericanos, que son poetas de lengua y de cultura española o en todo caso latinos.

Entiendo, en efecto, que puede sentirse honrada la nación, raza o lengua que cuenta, en número y calidad, con poetas como Rubén Darío, uno de los más indiscutibles príncipes de la lira moderna: ágil, singular, vario, culto y maestro indiscutible de la técnica; Salvador Díaz Mirón, altísimo en sus dos formas: la de brioso epicismo y la tersa y refinada forma actual; Leopoldo Lugones, el más original y personal de los poetas jóvenes de habla castellana; Antonio Machado, el más alto poeta lírico de la España joven.

Francisco Villaespesa, el más humano, el que más cerca está de la inquieta y melancólica alma contemporánea.

Luis G. Urbina, el más noble retoño de la poesía romántica en América, con un sentimentalismo de buena y bella cepa y una hondura de pensamiento notable: un cerebral completo.

Ramón del Valle Inclán, que no ha necesitado escribir sus versos para ser considerado con justicia como uno de los grandes poetas españoles de ahora.

Jesús E. Valenzuela, de una personalidad tan sugestiva e intensa.

Guillermo Valencia, pensador y artista incomparable.

Manuel Machado, cuyo último libro ha hecho exclamar a Unamuno: «Manuel Machado consigue no pocas veces dejar de ser el hombre que es en la vida ordinaria -esta pobre vida que no debe ser sino pretexto para la otra- para convertirse en una cosa ligera, alada y sagrada, en un intérprete de la divinidad. Ocasiones hay en que le cuadra el viejo y ya tan gastado símil de abeja ática; ocasiones hay en que es clásico en el más estricto sentido».

José Santos Chocano, en cuya desbordante lírica hay todas las pompas y todas las frescuras de América.

Ricardo Jaimes Freire, cuya Castalia Bárbara fue una verdadera revelación en América.

José Juan Tablada, que ha logrado ser siempre raro y precioso.

Balbino Dávalos, cuya cultura es tan grande como su buen gusto, musa aristocrática y exquisita, parca, pero diamantina en la labor.

Antonio de Zayas, que ha acertado revivir en el duradero esmalte de sus versos serenos, las más nobles figuras de la historia de España.

Francisco M. de Olaguíbel, que supo en Oro y Negro dar una nota tan singular y tan bella.

Salvador Rueda, cuyo numen es como un lujoso surtidor irisado.

Efrén Rebolledo, el más artista y culto de los poetas del último barco... Y otros aún que alargarían esta enumeración más de lo debido.

Concluyamos, pues, afirmando que El Liberal está en lo justo y que la lírica española entra en los bellos días de su renacimiento y esplendor.



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