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ArribaAbajo- VII -

Los concursos de poesía del Odeón


Dos hombres de mérito: Charles Morice, cuyo sólo nombre es un elogio, y A. Antoine, el famoso creador del Teatro Libre, han hecho, en los comienzos de este año, dos buenas obras que les valdrán el reconocimiento más simpático de los jóvenes poetas de Francia. Reinauguraron en primer lugar en el Odeón, del cual Antoine es el actual director, aquellas hermosas sesiones de recitación que tan interesentes son en Francia, y que Sarah Bernhardt hizo célebres en su teatro, y no sólo las reinauguraron, sino que les dieron nueva forma y significación: y crearon un concurso anual de poesía.

Respecto de las recitaciones líricas es indecible el favor que les ha dispensado el público francés en estos últimos años y lo que ha contribuido a difundir el amor a la nobleza de la expresión.

Nadie que a ellas haya asistido olvidará las bellas sabatinas del teatro de Sarah Bernhardt, en que la voz de oro de la gran trágica desgranaba los más intensos versos de Musset, de Baudelaire y de Verlaine, asesorada por los mejores recitadores de París, que nos decían impecablemente lo mejor de los grandes maestros. La moda cundió fácilmente, y las sesiones de recitación se multiplicaron en la gran ciudad. Las del Odeón han sido de las más saboreadas, por el espíritu de novedad y de gracia con que se organizan.

Por lo que respecta al concurso, apenas iniciada la idea, el éxito fue sorprendente. En cuanto se publicó el anuncio, de todos los rincones de París y de Francia entera llovieron manuscritos hasta ascender a la respetable suma de ¡mil quinientos!

Refiriéndose a ellos, dice el mismo Antoine con pintoresco estilo, «cada manuscrito tiene su fisonomía, su alma: antes de abrirlos, como viejo conocedor que soy, siento que éste o aquél traen algo imprevisto, algo nuevo, algo en fin; ante el rimero de papel que nos revelaba tantas fuerzas dormidas, comprendimos el interesante esfuerzo que constituía el sacar a plena, luz la obra aquella, poniendo a su servicio un hermoso instrumento de consagración pública, tal cual es el teatro del Odeón».

Mas no era esto todo. Había que buscar el concurso de un Jurado serio que diese las garantías deseables de imparcialidad y de eclecticismo, y este Jurado se encontró, y bastará citar nombres para que se aprecie el valor de sus juicios.

He aquí esos nombres: Condesa Mathieu de Noailles, Daniel Lesueur, vicepresidente de la sociedad «Gente de letras»; Paul Bourget, de la Academia Francesa: Antoine, director del Odeón; Adrien Bernheim, comisario del Gobierno en los teatros subvencionados; Gaston Deschamps, León Dierf (el príncipe de los poetas), Paul Fort, Louis Ganderax, director de la Revue de Paris ; Gustave Kalin, Jean Moréas, Charles Morice, Henri de Régnier, Vallete, director del Mercurio de Francia: un areópago, en fin, digno por todos conceptos de respeto, y que concienzudamente púsose a seleccionar hasta escoger definitivamente determinado número de poemas.

Hay que advertir, empero, que, al revés de otros concursos, en éste no decide simplemente el Jurado. En último término se apela al juicio del público, ante el cual se recitan esos poemas, escogidos por un Tribunal en el que están personificadas todas las tendencias, como se ve leyendo simplemente los nombres citados, y que ni siquiera se sabe de quién son, pues los sobres en que se hallan los nombres no se abren sino después de recitadas las composiciones.

Pero no bastaba, en concepto de Antoine, asegurar a los laureados los honores de una audición pública salpicada de «bravos». Los poetas y los artistas, a pesar de todo, tienen necesidad de dinero. Antoine echóse, pues, a buscarlo, y gracias a su actividad ha podido formarse la siguiente lista de premios:

1.º Premio del Odeón, francos 1.000 y un objeto de Sèvres, ofrecido por el subsecretario de Bellas Artes.

2.º Primer premio del Matin francos 1.000.

3.º Segundo premio del Matin, 500.

4.º Tercer premio del Matin, 250.

5.º Premio Beethoven, 200.

6.º Premio del Temps, 200.

7.º Premio del Mercurio de Francia, 250.

8.º Premio del Intransigente, 100.

9.º Premio de Henry Rothschild 500.

10.º Premio de Je sáis tout, 250, y otro que veremos después.

Hay que hacer de pasada un elogio de la liberalidad del gran diario Le Matin, siempre dispuesto a solidarizarse con cuanto puede contribuir a la excelencia del pensamiento francés.

Por último, a quien se preguntase quién o quiénes iban a recitar los versos escogidos por el Jurado ante la élite que llenase el Odeón, hubiera habido que responderle con los siguientes nombres, que suenan ya a triunfo: Berhe Bady, Guilda Darthy, Laparcerie Richepin, Marthe Mellot, Ventura... mujeres todas de un arte supremo en los matices de la recitación, y de una suprema elegancia; y entre los hombres, Max. Desjardins, Bernard, D'Ines y Joubé.

«Como sabéis -decía Antoine, refiriéndose a los premios que apuntó arriba-, todo este dinero va a ser puesto entre las manos del público. Es él quien va a distribuirlo, según sus preferencias, y al final de esa bella tarde de Junio (en que se celebrará la gran fiesta) habrá diez poetas, que espero y quiero soñar jóvenes, que saldrán del Odeón aturdidos por los bravos, embriagados de gloria y llevando en el bolsillo tres hermosos meses de vida campestre, que transcurrirá para ellos sin cuidados, y de la cual nos volverán con la cabeza llena de bellas cosas que les habrán dicho el cielo, el mar o el bosque».

*  *  *

Y así fue, en efecto; y el día 2 de Junio actual, este torneo que os anunciaba arriba, se efectuó con un entusiasmo imponderable. El Jurado, entre unos dos mil poemas enviados, escogió veintiuno. La multitud, por un sistema sui géneris de voto, según dije, debía ser el juez y distribuir trece de estos premios. Para ello bastaba hacer poco más o menos lo siguiente: los títulos de los veintiún poemas elegidos, en pequeños paquetes de volantes, se distribuirían a los espectadores. Estos poemas serían recitados durante la velada por los prestigiosos artistas que cité. Cada espectador, por su parte, iría apuntando el volante correspondiente al poema que le agradase, y los escogidos los echaría al fin en una caja especial; el escrutinio vendría después, en la forma ordinaria en que se lleva siempre a efecto, y los trece poemas favorecidos por mayor número de votos irían saliendo por su orden.

Así aconteció. Hízose el escrutinio en el foro, a la vista de todos, y después el director del Odeón fue abriendo los sobres con los nombres de los poetas premiados y los premios en cuestión, en esta forma:

Premio del Odeón (La entrada misma de la matinée.) El autor se empeñó en guardar el incógnito, y el dinero de su premio está destinado al monumento de Paul Verlaine.

Primer premio del Matin (1.000 francos): El Árbol, de Carlos Dormier: «Como fiel guardián en el umbral de la morada -extiende sus negros brazos y yergue su pilar. -Su sombra, girando sobre el suelo, marca la hora -y acaricia los muros con gesto familiar.

»Como pastor vestido de un manto de verdura -por la mañana espía la partida del rebaño- y su masa se despliega cual sombría cabellera-cuando el adiós de la tarde palidece en las colinas.

»Raqueta de trenzado verde, recibe o envía -el vuelo entrecruzado de gorriones sin fin- o bien aventando la luz del sol, cuyos rayos lo espolvorean; derrama piezas de oro a oleadas sobre el césped.

»Su móvil cortinaje velando perspectivas -nos finge más cercana y grande nuestra casa. -Y los astros, por la noche, parecen suspendidos de sus hojas- como frutos de oro de todas las estaciones.

»La sombra de nuestros abuelos -está mezclada con su sombra. -Y mucho tiempo nuestros hijos- a su vez en ella jugarán...

»Y cuando venga para él la hora de la vejez -su madera muerta servirá de nuevo a los hombres. -Será acaso la gran puerta -o el sostén de los techos- o la cuna del niño, o trocaráse en pan!

»Se le despojará de su costra rugosa- pero será su entraña la mesa de labor familiar- o el gran lecho en que se nace, se ama y se muere.

«Y cuando ya nosotros mismos cerremos los ojos a la luz -sus tablas recibirán nuestro cuerpo, vueltas, ataúd -e iremos juntos a reposar bajo la tierra- y estaremos en la sombra bajo su sombra aún...».

Ideas todas nobles, aunque no todas nuevas, e imágenes tiernas y luminosas.

Segundo premio del Matin (500 francos). A la foule qui et ici de Jules Romains recibida, sobre todo por las damas de la concurrencia, con gentil entusiasmo:


«Deja a todo mi soplo que te crea
pasar como un gran viento sobre el mar...».



Premio Leconte de Lisle (500 francos). Ofrecidos por Jean Dornis y otorgado a una poetisa, la señora Basset-Dauriac, por su composición Los Pierrots:


«Mártires lamentables de parradas, de ferias,
fantasmas desolados de desesperación...».



Premio Henri de Rothschild (500 francos). Lo obtuvo Paul Isnard, por su composición La ballade du Potager.


Diré en verso y en prosa
que no hay mejor cosa
que un huerto de hortaliza...».



Se trata de, un poeta vegetariano por lo visto.

Premio Beethoven (271 francos 50). Ofrecidos por René Fauchwis, lo obtuvo Andrés Salmón, con su poesía Tzigane.

«Como mi oso del Asia quisiera yo haber muerto...» (un vorrei morire poco interesante).

Tercer premio del Matin (250 francos). Le Malfaisant espoir, de Ami Chantre:


    «Dame, Dios mío, pues la dicha es vana,
la cordura de no esperar ninguna
como el viejo, que no desea nada
porque sabe que nada llega nunca».



Premio del Fígaro (250 francos). Los bueyes, de Pierre Durón.

«A veces, como obsesionados por la angustia de un sueño, la vida se duerme en sus ojos lánguidos, y los bueyes, resignados, inclinan la cabeza, renunciando a la esperanza de acordarse...».

Premio del Mercurio de Francia (250 francos). La tierra maternal, de Hubert-Fillay, de Blois.


«La tierra es mi rescate y el aire mi alegría».



Premio del «Je sáis tout» (250 francos). Retour, de Paul Tort:


    «La hora teje sobre nosotros
su tul de sombra gris, mira:
¿no encuentras que la luna
es visible y en nada se parece
a la de otro tiempo?
Nos forjamos la ilusión de esperar el regreso
de alguien que no ha de venir...».



Premio de la Turquie nouvelle (150 francos). In Memoriam, de Lamille Dubois:


    «Digo tu nombre como se dice una plegaria
y desde que partiste te contemplo mejor...».



Premio del Intransigente (100 francos). Les petits bateaux, cuyo autor quiso guardar el incógnito.

*  *  *

Después de haber leído (con la natural sorpresa que produce la incurable mediocridad de casi todas), estas vagas palabras más o menos rimadas, os preguntaréis, quizá por dónde anda la poesía francesa del siglo XX. Ella misma no lo sabe; como a la poesía latina en general, el período industrial la ha desorientado un poco, y se suele refugiar hasta en las hortalizas...

Consten, empero, porque es de justicia, varias cosas: Primero, que se trata de concursos anuales para poetas nuevos, y no para celebridades, y que por algo hay que empezar; segundo, que el público, lleno de acierto, hizo su elección, en la cual no se trataba de premiar obras magistrales -¡ay! demasiado raras en todos los países y en todas las épocas-, sino las más aceptables entre las 21 designadas por el areópago de poetas y literatos; tercero, que a pesar de la endeblez de la producción que se advierte en los poetas jóvenes de Francia, y en general de todos los países latinos (pues en los países sajones acontece lo contrario), debemos recoger una nota consoladora, nacida del entusiasmo del torneo: que el amor a la poesía no muere en la tierra admirable de Francia. El entusiasmo que reinó durante esta velada, la oficiosidad amable con que el público se prestó al escrutinio, los aplausos verdaderamente entusiastas con que fueron acogidos los títulos de las composiciones premiadas, la atención intensa y conmovida o risueña con que se oyeron los poemas que lo merecían; lo que, en fin, precedió, acompañó y siguió a esta velada, muestra de sobra que el imperio de las bellas rimas y las bellas ideas, al cual debe el idioma francés su admirable desarrollo y su hegemonía, está lejos de acabar en la vieja Galia, felizmente para el alma vigorosa y lírica, ágil y ardiente, de la Gran República.