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ArribaAbajo- XIV -

El castellano y la escuela de Salónica


Los israelitas y el judeoespañol


El Comité Central de la Alianza Israelita de París ha rehusado la admisión de un profesor de español para la Escuela de Salónica. A lo que parece, la proposición emanaba de la misma España, que varias veces ha insistido en su natural pretensión.

En la Escuela Normal israelita de Auteuil la asignatura de la Lengua castellana es, según leo, facultativa, y de ella está encargado un español. Son muy pocos los judíos que cursan castellano, en virtud de que en una sola de las numerosas escuelas de la Alianza -en la de Tetuán-, existe cátedra de español; ¿quiere decir esto que nuestro idioma va a ser derrotado por el italiano y el francés en Oriente? Bien lo quisieran franceses e italianos, que hacen laudables esfuerzos por imponer sus idiomas respectivos, pero no es ni puede ser así.

Los israelitas no estudian el castellano... pero en cambio lo saben. Es todavía una de sus dos lenguas vernáculas. Quien lo dude, que consulte los diversos estudios que a tan sugestivo asunto ha consagrado don Ángel Pulido Fernández, especialmente el que intitula «Intereses nacionales: Los israelitas españoles y el idioma castellano».

«El viajero español que recorre la mayoría de las naciones de Europa -dice Pulido- y más señaladamente las de Oriente, suele hallarse sorprendido de modo agradable cuando se entera, de que en el tren, en el vapor, en las tiendas de comercio correspondientes a pueblos y ciudades cuyos naturales idiomas se diferencian radicalmente del suyo, encuentra, con frecuencia extraordinaria, individuos que primero escuchan con interés su expresión española, y luego con simpática espontaneidad, entablan conversación y hablando un castellano rarísimo y en grado desigual, pero muy desigualmente inteligible, se le presentan con marcada satisfacción como compatriotas de Oriente, y mantienen regocijados y afectuosos un largo coloquio sobre motivos de raza, de historia y de nacionalidad. Estos individuos son representantes de la muy extendida raza de judíos españoles, cuya existencia y conocimiento miramos torpemente con la mayor indiferencia todos en nuestro país, siempre imprevisor y ligero, desde los gobiernos a los sabios y desde los historiadores a los comerciantes y publicistas».

Habrá quien imagine que este castellano rarísimo de que habla Pulido es alguna jerga ininteligible y que nos forjamos hartas ilusiones con los israelitas españoles de Europa, África y Asia; pero a quien tal piense, le bastará, para convencerse de lo contrario, leer algunas cartas de las muchas que entusiastas judíos romanos, turcos, austriacos, etc., han dirigido al expresado autor, cuando éste llamó la atención del Senado español sobre la necesidad de cultivar la expansión del idioma y con ella las del comercio e industria entre los judíos de abolengo castellano.

He aquí dos de estas cartas, en las que el curioso lector advertirá formas de lenguaje a veces de un arcaísmo encantador, a veces bárbaras; pero siempre pintorescas.

La primera es de don Lázaro Ascher, de Bucarest, y dice: «Como Amador de la Idioma española heredada de mis padres y abuelos y que ainda la hablamos en mi familia, vengo a pedir a usted de tener la bondad dejarme enviar los diarios ande apareció la dicha interpelación por leerla en original.

»Mucho lo siento que a visitar Su Merced nuestra Ciudad no estuviese aquí por dejar ver a Usted los niños de nuestra escuela de 7 años para arriba que hablan esta linda lengua, como a justa razón se dice: 'es lengua con cuala se habla a Dios'3.

»Todos los libros de oración, rogación. Biblia y otros semejantes, los tienen nuestros correligionarios trasladados en Lengua español. Sería muy venturoso si la ocasión se presenta por darle a Usted prueba de mi grande gratitud y reconocimiento».

La otra carta, mucho más enrevesada, es de M. Gañy, residente en Rosiori (Rumania), que posee una vasta agencia y almacén de géneros varios, en sociedad con otro compatriota suyo. Dice así:

«Los españoles ke nos topamos aky meldimos a con grande plaser la demanda ke su osted izu en el Senado español.

»Ablamos la lingua spañola y sabemos muy boeno ke noestros padres si traban de los ebreos alongados agora 400 años.

»Guadrimos la lingua y muchos uzos, man non podemos saber nada de la Literatura Spañola.

»Seguramente en Madrid hay algún Jurnal imparcial, lyterar y me tomo la libertad de rogar a su osted ke aga mandar aky a mi adressa un numero siendo mi kero suscrir.

»Vos presanto mis sinceras salutaciones».

¿No os parece admirable, conmovedora por todo extremo, esta persistencia en guardar, en hablar, en acariciar en la intimidad del hogar una lengua que de padre a hijo se ha ido trasmitiendo en el destierro, durante cuatro siglos, a pesar de todas las tormentas y de todos los...?

Esta lengua contrahecha por las vicisitudes es el tesoro por excelencia del judío español, quien piensa acaso que mientras no la pierda no ha perdido del todo su patria, que mientras la lleve consigo, consigo lleva a España.

Don Enrique Bejarano, sabio director de la Escuela israelita española de Bucarest, tiene, al dirigirse al senador señor Pulido, palabras más hondas y conmovedoras que las citadas.

«Dotado -dice- de un alma pura, de un corazón generoso, usted, como otros amigos de España, desea entretener relaciones estrechas con mis hermanos exilados injustamente de aquel país dulce, de aquel cielo bienhechor, hacen más de cuatro siglos.

»Desde veinte años que yo correspondo literariamente con ciertos señores doctos de España, los cuales deseaban desarrollar esas relaciones buscaban borrar la mancha comitada de sus abuelos de haber desterrado de sus nidos un pueblo tan pacífico, sometido, dulce y inociente; solamente por la ambición de hombres sin ley y sen fey.


»Dios, que lee los secretos y conoce la verdad, nos es testigo si tal nos conservamos o guardamos rencor, o alguna malquerencia siquiera: pero nosotros lloramos las tristes consecuencias: Exilo desolante y recuerdo dolorioso de aquellos ilustres sabios que en el seno de España brillaban como un sol e enviaban rayos de sus ciencias por todo el universo, formaban su gloria y la del pueblo de Israel. ¡Todo desapareció por una sentencia: Sea oscuridad!...

»Hoy en día se siente en silencio el dolorioso refren lleno de sospiro:


    «Yo sufro, Señor,
Yo sufro tu saña,
Perdí mi amor,
Mi cara España!».




«La mayor parte de esos judíos hablan el español con un idioma más o menos suave. Conservan aún el carácter del antiguo país natal; el aire de hidalgo; la pureza y el calmo natural; la mirada penetrante; el donaire español o portugués; en fin, las costumbres heredados de sus abuelos que os creiaron allá con tanto cuidado, y añademos a dicir, una solidaridad y una afección reciproca.

»Esos desheredados de la fortuna; hermanos de ley y de fey; hermanos de dolor, llegando en los países hospitalarios, sobre todo en el Imperio Otomano, donde por orden Imperial de su Magestad Sultan Bajazet se les acordo la excelente acogida4 ellos parece haber jurado una amistad santa de ayudarsen reciprocamente y de espartir entre ellos el bien y el mal, el gozo y el dolor».

*  *  *

¿Es posible que habiendo quien conserve, siquiera sea de esta suerte, el amor a la vieja tierra, la tradición de la lengua castellana, España se desentienda de reforzar este amor, esta tradición y de purificar el idioma, que puede ser vehículo de intereses considerables?

No por cierto, y de allí las gestiones del Gobierno español cerca de la Alianza israelita, de que hablaba yo al principio. Sólo que tales gestiones, en concepto de algunos conocedores, no son apropiadas.

Oigamos a tal propósito lo que dice uno de ellos, Saturnino Jiménez, de Salónica, en carta reciente, que se refiere a los israelitas orientales.

«Ya dije en mi anterior que en este asunto el Gobierno español había errado el camino. A pesar de los tres desaires (que yo sepa) recibidos, va a insistirse aún cerca del Comité local de la Alianza en Salónica. Y las gentes ríense de nosotros al ver cómo nos complacemos en enredar lo que tan sencillo es, considerado bajo su verdadero aspecto. Nuestros diplomáticos, convertidos en pedagogos, obstínanse en que el español se enseñe a los judíos, como si para éstos fuese aquél un idioma extranjero. Es un contrasentido colocar en las escuelas israelitas de Salónica la enseñanza del español sobre el mismo pie que la del francés, del italiano o del alemán. Hay que tener en cuenta que los alumnos de esas escuelas ya saben el español, como lo saben en este país todos los individuos pertenecientes a la raza de Israel. Con esta afirmación, la cuestión se plantea por sí sola. Para consolidar el uso de nuestra habla moderna en Salónica y en todo el Oriente, basta con la centésima parte de los esfuerzos llevados a cabo por Francia y por Italia para lograr que algunos centenares de mozalbetes y algunas familias charlen en un francés o en un italiano de relativa pureza.

En mi anterior carta hablé de la facilidad con que podría introducirse el castellano moderno en el uso vulgar y de los medios que a este fin serían conducentes. Voy a ir aún más lejos. La clave del problema consistirá, simplemente, en enseñar a las clases populares el alfabeto latino.

Yo llevo hecha la experiencia. Todo individuo del pueblo conocedor de los caracteres latinos dase con gusto a la lectura de nuestros periódicos y de nuestros libros; insensiblemente aprende nuevas voces, nuevas frases y su judeo-español se moderniza. El sentido de las palabras que no le son usuales, lo adivina; sin el menor esfuerzo intelectual, su léxico se enriquece, y con que oiga hablar algunas veces el español, tal como se habla en España, corrígese su pronunciación.

El precedente, gran rabino de Salónica tuvo la idea de que en las escuelas populares del Talmud Tora, donde la instrucción se da en judeo-español, fuesen empleados los caracteres latinos. Muerto aquel gran rabino, la idea no prosperó. El actual director de la escuela de la Alianza Israelita en Salónica, señor Benhgiat, hombre de vasta cultura y de clarísimo entendimiento, es de parecer que a los alumnos que pasan rápidamente por la escuela para volver después al trabajo manual, con el que ganan su sustento, se les debiera administrar en su propia lengua es decir en judeo-español, los conocimientos generales que alumnos de otra condición social adquieren en francés.

La necesidad de una escuela española es reconocida, tácita o explícitamente, hasta por los más caracterizados enemigos nuestros. ¡Cuán pronto, si esta escuela existiese, las demás que darían relegadas al último lugar! El Gobierno español haría muy bien en preocuparse seriamente de esta cuestión».

*  *  *

En cuanto al senador Pulido, supracitado, entiende que los testimonios flamantes y autorizados (como las cartas reproducidas) de israelitas que expresan el estado actual de esta cuestión en Turquía, Rumania y Austria Hungría, es decir, en tres núcleos principales del pueblo hebreo español, sugieren los importantes hechos siguientes:

1.º Que el pueblo judío español, diseminado por Europa, África y Asia Menor, siente los efectos de esa concurrencia poderosa que en todas partes se manifiesta ahora activísima, por acreditar el valor de ciertos idiomas y establecer su predominio.

(De allí que la Alianza israelita universal, que tiene la Junta directiva en París, esté fundando escuelas en todas partes y les imponga la enseñanza del francés.)

2.º Que los Judíos españoles se han convencido de que su castellano familiar no es muy perfecto y no responde cumplidamente a las exigencias de la vida pública internacional y nacional.

3.º Que, a consecuencia de esta inferioridad, los elementos más intelectuales de la raza plantean en términos persuasivos la necesidad imperiosa de reformar su lenguaje, dotándole de todas las bellezas, recursos y ventajas de un idioma enteramente desarrollado y excelente, como es el español contemporáneo, o de abandonarle sustituyéndole con otro.

4.º Que los israelitas españoles, saliendo de la obscuridad y de la modestia a que han venido contrayendo su cometido social durante el largo éxodo de cuatro siglos, acuden ahora a la lucha por la vida en los sendos países de su residencia, asaltando las Universidades y Academias, invadiendo las profesiones liberales y los cargos más distinguidos, y disputando a las capacidades de las demás razas sus puestos en todas las esferas y Ministerios, armas, ciencias, política, etc.

5.º Que por virtud de esta más amplia educación se están creando en muchos pueblos escuelas israelitas, cada día más perfectas, donde la enseñanza del español se contrasta con la enseñanza de otras lenguas, además de la que sea propiamente nacional en el respectivo paraje; y

6.º Que en esta enseñanza las escuelas israelitas no reciben inspiración, ayuda ni elemento alguno de su antigua madre patria, y solamente beben sus conocimientos en los manantiales revueltos y defectuosos, impuros y pobres, de los antiguos libros judaicos, romances, cantigas, consejas, biblias, exégesis, leyendas..., los cuales no sirven para depurar las naturales adulteraciones de su idioma familiar, ni para favorecerle en su natural evolución biológica.

*  *  *

Mas, preguntaréis acaso: ¿son tantos los israelitas españoles, que valga la pena de procurar con empeño la expansión entre ellos del idioma y de los intereses que de él se derivan?

A esto se ha de contestar con números, que es aquí la mejor respuesta.

No hay una estadística propiamente dicha de la población judío-española del mundo, pero se puede juzgar de la densidad de ella por los siguientes datos de diversas fuentes:

Kayserling, citado por Pulido, dice en el prólogo de su «Diccionario bibliográfico de autores judíos españoles y portugueses» publicado en Strasburgo (1890), que los fugitivos desterrados de la península Ibérica por los Reyes de España y Portugal, doña Isabel y don Manuel, se refugiaron en Italia, en Francia, en las diversas provincias que formaban el Imperio turco, en los Países Bajos, en Inglaterra, en Hamburgo y en Viena. Por todas partes llevaron consigo la lengua materna. «Llevaron de acá -decía Gonzalo de Illescas en el siglo XVI- nuestra lengua, y todavía la guardan y usan de ella de buena gana; y es cierto que en las ciudades de Salónica, Constantinopla, Alejandría y el Cairo y en otras ciudades de contratación y en Venecia, no compran, ni venden, ni negocian en otra lengua sino en español. Y yo conocí en Venecia hartos judíos de Salónica que hablaban el castellano (con ser bien mozos) tan bien o mejor que yo».

Don Antonio de Zayas, en una Memoria que escribió en Constantinopla, con referencia a los hebreos residentes en el imperio otomano, reino de Rumania y principado de Bulgaria, estimaba en 52.000 los judíos que hablan español en Constantinopla. Según él, había además 50.000 en Salónica, 22.000 en Esmirna y núcleos menores en otras muchas poblaciones.

El doctor Psaltoff afirma por su parte, en carta que escribe al señor Pulido, que en Esmirna hay 25.000 israelitas que hablan español, en Salónica 60.000, en Constantinopla 40.000 y, según noticias, lo hablan todos los israelitas de la Turquía Europea y del Asia Menor. Don Enrique Bejarano, ya citado, afirma que el número de judíos españoles que hay actualmente en Oriente puede llegar a 471.900, los cuales se hallan esparcidos en Turquía de Asia y de Europa, Bulgaria, Servia, Rumania, Grecia y, en menos cantidad, en Austria, Inglaterra y Francia.

En Bosnia, según otros datos, hay 10.000 judíos cuya mayoría habla español; en Servia, unos 8.000; en Sofía, unos 10.000, y en toda Bulgaria de 30 a 35.000.

La colonia más numerosa de todas es la de Salónica, al grado de que, antes de ir a ella, los comerciantes aprenden el castellano.

En suma, debe calcularse en medio millón el número de judíos españoles que hay en Europa y en la Turquía Asiática actualmente.

Por donde se ve que tiene más el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece, y que ya quisieran Francia e Italia esos quinientos mil parladores de sus lenguas, que España posee, a pesar de todo, maguer el gran yerro de los Reyes Católicos y cuatro siglos de olvido.

Pero la responsabilidad para España es grande por lo mismo. ¿Va a dejar que, en la dura competencia entablada, Italia y Francia sustituyan en Salónica, en Constantinopla, en Rumania, en Servia, en Austria, su propia lengua al hereditario castellano?

¿Va a permitir que éste se extinga por fin entre las familias judías, cuando ellas mismas ansían hablarlo siempre, y cuando es tan fácil hacer que lo ejerciten y purifiquen, mediante la activa difusión de impresos y la labor de profesores entusiastas?

Trátase de un punto de honor, y es de esperar que la madre Patria lo tendrá en cuenta y se decidirá a luchar denodadamente por la conservación de esa herencia preciosa, de ese medio millón de españoles, rancios de cuatro siglos, que, cultivados con cariño, crecerán en proporciones enormes y harán la propaganda más simpática a los intereses ibéricos en las naciones en que vivan; porque, como decía a don Rafael Altamira un argentino práctico, a medida que en su nación se despertaba el amor a España... ¡había más demanda de aceites españoles!

Se empieza siempre, en efecto, por cambiar afectos y se acaba por un intercambio más práctico y de opimos resultados económicos.