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La «metáfora continuada» en un poema de Miguel Hernández

María del Carmen Bobes Naves

Universidad de Oviedo

El estudio de la metáfora ha cambiado bastante a lo largo del tiempo siguiendo los cambios de la teoría lingüística y paralelamente las interpretaciones que ha propuesto la teoría de la literatura a propósito de la lengua literaria.

El proceso metafórico fue considerado como un fenómeno fundamentalmente léxico, en el que un término es sustituido por otro; fue visto también como un hecho de relación entre dos términos de una frase y situado, por tanto, en el nivel sintáctico de la lengua; y, por último, fue interpretado como un proceso semántico en el que dos términos, en relaciones sintácticas diversas (predicaciones, aposiciones, calificaciones) condicionan respectivamente sus sentidos, es decir, la forma en que actualizan sus valores semánticos.

Efectivamente, los tres enfoques más destacados hasta ahora en el estudio de la metáfora son el sustitutivo, el comparativo y el interactivo que se corresponden con las unidades, las relaciones y los valores léxicos, sintácticos y semánticos respectivamente en los que sitúan la explicación de la metáfora las diferentes teorías sobre ella formuladas.

El enfoque sustitutivo de la metáfora atiende fundamentalmente al aspecto léxico del fenómeno y se encuentra ya en la definición aristotélica («la metáfora consiste en aplicar a una cosa una palabra que pertenece a algo distinto»), Los presupuestos que este enfoque implica son varios, por ejemplo, el reconocimiento de un «uso propio» y un «uso figurado» de los términos del lenguaje, o el concepto de «adorno» para diferenciar la lengua literaria de la lengua estándar, de modo que aquella buscaría el ornato y esta la información como fines respectivos. La metáfora sería, pues, la sustitución de un término propio por otro figurado que, ofreciendo la misma información, fuese más literario, porque cumple mejor la finalidad de la lengua literaria, que es el adorno.

Así entendida, la metáfora se limita a un intercambio de unidades léxicas con una finalidad literaria.

Sin embargo, en la mayor parte de los usos metafóricos no hay propiamente un proceso de sustitución, ya que los dos términos de la metáfora se mantienen en la expresión, y solo en la llamada «metáfora pura» o metáfora in absentia, se puede hablar de sustitución. En todo caso, el término sustituido podría ser el nexo, es decir, la nota de significación común a los dos términos de la metáfora, el metafórico y el metaforizado, y esto significa que se admite la existencia de un tercer elemento en la estructura mínima de la metáfora, que permanecería latente.

Y partiendo de este supuesto, surge una segunda posible explicación de la metáfora en el llamado enfoque comparativo, que encontramos ya en la definición de Quintiliano («la metáfora es una comparación abreviada»).

Desde este enfoque, la metáfora se considera como un proceso en el que dos términos se ponen en relación a través de un nexo común, que podría predicarse de ambos, pero que se omite en la expresión: «el hombre es cruel» / «el lobo es cruel» - «el hombre es un lobo». Y precisamente porque se elimina de la expresión al nexo se ha denominado a este enfoque reductivo.

Como es lógico, desde esta perspectiva, la metáfora se considera un fenómeno sintáctico, pues resulta ser una construcción que afecta a las posibilidades de expresión, distribución y relación de las unidades léxicas en su aspecto sintagmático, es decir, de combinación, e implica conceptos sintácticos como «latencia», «predicación», «adjetivación», etc.

La relación comparativa sería la estructura profunda de la metáfora y esta podría explicarse como una comparación cuyo nexo permanece latente. También en el nivel sintáctico caben las teorías que intentan explicar la metáfora como una «predicación impertinente» y que pueden referirse tanto a las metáforas nominales como a las verbales.

El tercer enfoque, el interactivo, sitúa la metáfora entre los procesos semánticos, y se apoya hoy en los análisis componenciales del significado, aunque podemos encontrar antecedentes en el estructuralismo. La gramática transformacional propuso nuevos esquemas en el estudio y análisis de los valores semánticos y, concretamente, concibió las unidades léxicas como una unidad semántica compleja formada por un conjunto de unidades mínimas (semas o rasgos semánticos mínimos) que forman el indicador semántico del lexema.

Un término, un lexema, es la unidad mínima de uso libre en las relaciones sintácticas e interviene en ellas actualizando de modos muy diversos el conjunto de sus rasgos de significación posibles. A esta concreción del significado virtual en el uso suele denominarse «sentido»; por tanto, a pesar de que la forma sea la misma en todos los usos de un lexema, y a pesar de que las relaciones sintácticas puedan ser las mismas en varios usos, el sentido puede ser diferente, puesto que los rasgos virtuales de significación se actualizan de modos diferentes en cada uso, según lo permitan las relaciones de los demás lexemas de la frase o del texto en su conjunto. La semántica léxica analiza los valores significativos de los lexemas como unidades en serie de un lexicón; la semántica sintáctica estudia cómo esas unidades se combinan entre sí para crear el sentido que alcanzan en el texto. Y precisamente en este lugar se sitúa el estudio de la metáfora como un hecho que afecta a los lexemas no en su forma, no en sus relaciones, sino en las variaciones de sentido que puede sufrir por relación a otros lexemas del texto, es decir, como un proceso semántico. Vamos a ver cómo se fue perfilando este enfoque interactivo y luego pasaremos a analizar el aspecto pragmático de la metáfora con el que parece que se completarán sus posibilidades de estudio.

I. A. Richards (Philosophy of Rethoric, 1936) afirma que «cuando empleamos la metáfora, aun en la formulación más sencilla, tenemos dos ideas de cosas diferentes que actúan al mismo tiempo y que van contenidas en una sola palabra... cuya significación es el resultado de una interacción». Una idea original (tenor) se pone en relación con una idea secundaria (vehículo) que la expresa, y resulta así una metáfora. La relación no es solo de lexemas, es decir, entre unidades lingüísticas determinadas, sino de conceptos, de ideas, entre las que se ve una analogía y se establece una relación semántica.

La idea fundamental aportada por Richards, la de que la metáfora se establece mediante una relación semántica entre los dos términos que la constituyen, se complementa con la idea de que esto lleva a una alteración de la organización sémica de las unidades léxicas. Le Guern (Sémantique de la métaphore et de la métonimie, 1973) considera la metáfora como la expresión de una analogía basada en un «atributo dominante»; lo que implica ya una concepción dinámica de la significación de los términos.

M. Black (Models and metaphors, 1962) propone como salida a alguno de los problemas que planteaban el enfoque sustitutivo y el comparativo, y después de revisarlos con detalle, un nuevo enfoque, el interactivo, que tiene en cuenta las nuevas teorías semánticas formuladas por lingüistas y por lógicos del lenguaje.

La metáfora es un fenómeno lingüístico que afecta a dos términos, pero no en su forma o en sus relaciones semánticas, sino en su estructura semántica. Ahora bien, el contenido semántico de un término no es algo nítidamente delimitado. Una palabra no es una etiqueta objetivamente determinable para señalar un contenido -denotatum- perfectamente acabado. Este, el contenido, o valor semántico, es, como ya hemos adelantado, un conjunto de rasgos mínimos de significación que tienen un carácter virtual y se actualizan en los usos concretos, según las relaciones sintagmáticas que puedan mantener en el texto.

La metáfora, al poner en relación dos términos, obliga a organizar desde uno de ellos el conjunto de los rasgos del otro: el lector está obligado a «leer» un término desde la perspectiva que le da el otro. La metáfora es un hecho textual que exige, por consiguiente, y desde esta interpretación semántica, una competencia por parte del lector, al que obliga a entender el conjunto de rasgos semánticos virtuales del término metaforizado, a través de la visión que le permite el conjunto de semas del término metafórico: el dolor cobra su sentido en el poema de M. Hernández desde el sentido de cuchillo o ave, y así es «carnívoro», «homicida», «picotea», «hace un nido», etc.

La metáfora obliga al lector a realizar una selección de los rasgos virtuales de un término desde las posibilidades que le permite otro, y obliga a una reorganización de su indicador semántico.

El lexema, además del conjunto de rasgos semánticos virtuales, dispone de otras significaciones secundarias o añadidas, de tipo connotativo, que en ningún caso quedan al margen del proceso metafórico, sino que participan activamente en él.

La metáfora no parece tan simple que pueda ser explicada como una simple sustitución de un término por otro, ni tampoco como una relación comparativa con el nexo latente; tampoco puede ser explicada la metáfora como una relación semántica de analogía entre dos términos limitada a un «atributo dominante» o rasgo común. Estas explicaciones simplifican excesivamente el fenómeno, muy complejo, de la metáfora: la interacción semántica entre dos términos parece acercarse más a la naturaleza del proceso que se realiza al metaforizar.

Hemos de aclarar que la explicación interactiva no excluye los enfoques anteriores, simplemente trata de completarlos en aquellos aspectos en los que presentaban problemas que resultaban irresolubles. La metáfora se ve como un fenómeno lingüístico que afecta a los lexemas y a su distribución en la frase (sintáctica literaria), que se basa en una relación semántica interactiva (semántica literaria), y que exige una forma de recepción específica por parte del lector al que impone una selección de rasgos virtuales de significación y una reorganización de los valores sémicos (pragmática literaria).

El carácter pragmático de la metáfora no deriva solamente de la actividad que exige al receptor; está también en intensa relación con otro aspecto que destaca M. Black referente a las valoraciones sociales del significado. Además de las notas intensivas, o sernas, que constituyen su indicador semántico, y además de las significaciones secundarias o connotaciones que puede tener un término, es indudable que en los grupos sociales se utilizan las palabras con valores especiales.

La metáfora «el hombre es un lobo» pone en relación semántica el término «hombre» y el término «lobo», y obliga al lector a «leer» hombre desde lobo, del que selecciona algunas de sus notas virtuales de significación para darle el sentido que es compatible con el del sujeto. Ahora bien, «lobo», como unidad del léxico español tiene una definición que debe recoger los semas de su microestructura semántica, y tiene además unas posibilidades de predicación (macroestructura semántica) que están constituidas por todos los adjetivos que dentro de determinadas categorías pueden referirse al término, por ejemplo, de lobo puede predicarse «color» (que se concretará en el uso como «pardo», «cano»), «tamaño» (que se concretará en el uso como «grande», «pequeño»), etc.; al concretar una de estas opciones se da información sobre el sujeto, cosa que no ocurre si se predica uno de los rasgos mínimos: «lobo cuadrúpedo».

La metáfora (excepto en la que llamamos continuada) no suele aludir a los semas de la microestructura semántica (tampoco se usan en la lengua estándar), ni tampoco a los semas referenciales que añaden información, una vez que se ha establecido la interacción «hombre»-«lobo». El lector hace la adaptación correspondiente y puede llegar hasta donde su propia competencia y los límites de los dos términos le señalen. Y en esa adaptación suele tener un enorme peso lo que Black denomina «tópico semántico», que configura el uso social, y para «lobo» es crueldad. El sistema de tópicos añade a los términos una valoración social, que no queda incluida en el indicador semántico, pero que actúa de forma inmediata sobre la selección y organización de sentido de los términos de la metáfora.

En general podemos suponer que cuando actúan los tópicos sociales se abre el camino para la lexicalización de las metáforas, ya que orientan el sentido siempre en la misma dirección, y el término metafórico se identifica con el tópico: acero: dureza, ciprés: tristeza, coral: rojo.

Basándonos en las ideas que hemos expuesto, aunque someramente, hasta ahora, vamos a analizar en Un carnívoro cuchillo un tipo de metáfora, la que los franceses denominan métaphore filée, y que algunos han identificado con la alegoría, pero que no es propiamente alegoría, sino la metáfora continuada. En ese poema de Miguel Hernández, el primero de los que forman el libro El rayo que no cesa, la metáfora continuada que se prolonga en varias estrofas da unidad al marco que envuelve el tema del dolor, y se prolonga en algunos versos de otros poemas, a los que aludiremos también.

No identificamos la metáfora continuada con la alegoría, porque semánticamente son diferentes. La alegoría se desarrolla haciendo una correspondencia entre las partes de una realidad y las partes de una construcción imaginaria, como hace Berceo en la Introducción a los Milagros: el Paraíso (plano imaginario) se describe como un prado con árboles, fuentes, etc. (plano real). La metáfora continuada consiste fundamentalmente en proponer una metáfora inicial y expresar en el texto los semas del indicador semántico del término metafórico como predicaciones, aposiciones, adjetivaciones, etc., del término metaforizado, es decir, desarrollando la interacción semántica textualmente.

El texto adquiere así gran coherencia interna y una cerrada unidad. Es necesario advertir, sin embargo, que la expresión de los rasgos semánticos en el texto no aproxima la metáfora continuada a la comparación: el nexo limita las relaciones entre los dos términos de la comparación cuantitativa (Pedro es tan alto como Juan) o cualitativamente (Pedro es tan rico como Juan); la interacción metafórica deja campo abierto a la interacción semántica, de modo que todos los valores sémicos: notas intensivas, connotaciones, tópicos sociales, etc., pueden intervenir en esas relaciones y el lector puede extenderlas hasta donde su competencia le permita. La expresión textual de alguno de los rasgos virtuales de significación de los términos de la metáfora no excluye a los demás y el lector puede tenerlos en cuenta, como vamos a comprobar.

Un carnívoro cuchillo es un poema de nueve estrofas de cuatro versos octosílabos que se distribuyen temáticamente en un marco (dos estrofas al principio, dos al final) y un tema central (cinco estrofas). El tema es el dolor, expresado en forma directa («el dolor / me hará a mi pesar eterno»), o en una isotopía con términos indirectos («corazón con canas», «tristezas», «infierno», etc.). Las cuatro estrofas del marco adquieren unidad por el desarrollo en ella de una metáfora continuada entre los términos «ave» y «cuchillo», que, a su vez, son términos metafóricos de dolor.

La construcción imaginaria del poema puede identificarse con un esquema que tuviese un centro del que parten dos procesos metafóricos: dolor = ave y dolor = cuchillo. Una vez admitida esta relación, el término real (dolor) pasa a una situación de latencia en las estrofas-marco, dejando en la expresión a los dos elementos metafóricos que, a su vez, inician un nuevo proceso metafórico: ave-cuchillo, y se continúa mediante semas de «ave» que se aplican acuchillo y semas de «rayo» que se aplican a cuchillo. La metáfora no solo resulta continuada, sino también recíproca.

La metáfora, tanto en los términos centrales, como en los semas que la continúan en el texto, establece además relaciones con las estrofas del centro temático al repetir algún lexema: «mi costado = mi corazón», «rayo de metal crispado + sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida - el rayo que me rodea», con lo que el marco y el tema mantienen una conexión formal y establecen una coherencia temática.

Ph. Dubois («La métaphore filée et le fonctionement du texte», Le français moderne, 43, 1975) explica la metáfora continuada como una relación establecida entre dos conjuntos de constituyentes con una intersección de rasgos de significación no jerarquizados, es decir, ninguno de los cuales pasa a ser «rasgo dominante».

Sin embargo, según esta tesis, la metáfora continuada se limitaría a los semas de la intersección, con lo cual se aproximaría a la metáfora lexicalizada y a la comparación. Dubois cree que el estudio de la metáfora continuada debe orientarse hacia la gramática del texto, lógicamente; pero nos parece oportuno insistir en las vinculaciones pragmáticas de la metáfora continuada para lomar partido en este punto.

El lector de Un carnívoro cuchillo sabe que este poema forma parte de un conjunto cuyo título, El rayo que no cesa, es semánticamente decisivo. El autor sigue unas estrategias literarias (M. Rifaterre, Essays de Stilistique structurale, 1971) que disponen al lector para una recepción condicionada, o, al menos, orientada, y, desde luego, literaria. Sin salirse del texto, el lector se encuentra con un conjunto de poemas que, bajo temas y anécdotas variadas, van a tratar de un motivo único, el dolor, que se verá en metáforas simultáneas y concurrentes como un rayo, o un cuchillo o un ave carnívora en el primero de los poemas.

Los versos que ponen en relación cuchillo y ave pertenecen a un conjunto más amplio sintetizado en el rayo incesante, el dolor. En este caso no se puede hablar de un término real (ave) y un término metafórico (cuchillo), sino de un término real (dolor) y una serie de términos metafóricos (ave, cuchillo, rayo).

La unidad semántica establecida por el proceso metafórico (cuchillo = ave) se encuadra en la más amplia (dolor = rayo = cuchillo = ave) y será posible intercambiar en forma continuada las predicaciones: el cuchillo será carnívoro, sostiene un vuelo, tiene un ala, picotea en el costado, hace un nido, y en las estrofas finales sigue volando; el cuchillo comparte predicaciones con rayo: es homicida, sostiene un brillo, es metal crispado, cae fulgentemente. No aparecen usos recíprocos con «ave», es decir, que los semas de la macroestructura semántica de cuchillo o rayo, se prediquen de ave.

Las estrofas finales mantienen las referencias que se iniciaron metafóricamente en las primeras: ave y rayo / cuchillo que vuela y hiere / rayo que no cesa = ave y rayo secular / volando, hiriendo.

La interpretación que se sigue de este análisis y de esas equivalencias se confirma en frases de otros poemas, por ejemplo, el segundo de El rayo que no cesa: «¿no cesará este rayo que me habita / el corazón de exasperadas fieras / y de fraguas coléricas y herreras...?» / «este rayo ni cesa ni se agota». La imagen del cuchillo está presente en relación con el dolor en las fraguas; el ave carnívora en las exasperadas fieras que habitan el corazón del poeta y picotean en sus entrañas como el buitre en Prometeo.

El poeta parte de una metáfora que se hace compleja en expresiones textuales que amplían la interacción semántica entre los rasgos de todos los términos que se citan, y que van abriéndose como las luces de los fuegos de artificio, con connotaciones, tópicos sociales, asociaciones subjetivas, etc., todas ellas seleccionadas y organizadas en la lectura de cada receptor.

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