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ArribaAbajoCapítulo III

El Parnaso poético femenino


Las musas inspiraron generosamente a las mujeres en el género poético, en el que hallamos representantes en las distintas modalidades líricas que estuvieron de moda a lo largo del siglo. Aquí encontramos ya algunas escritoras con personalidad propia, que pueden convivir dignamente junto a los poetas varones. No las olvida la conocida antología de Poetas líricos del siglo XVIII del marqués de Valmar en la que se recogen versos de María Gertrudis Hore. En el largo prólogo introductorio, algo anticuado ya de información, da cuenta de la existencia del Parnaso femenino en los siguientes términos:

No debemos dar por terminado el cuadro histórico de la poesía castellana del siglo XVIII, sin recordar que las damas, con su dulce y civilizadora influencia, y no pocas veces con su ejemplo, alentaron las artes y las letras, contribuyendo así al desarrollo de estas fuerzas de la cultura humana345.



Las selecciones modernas se comportan de manera desigual: las incluye John H. R. Polt en Poesía del siglo XVIII346, mientras que no menciona a ninguna mujer Rogelio Reyes en su Poesía española del siglo XVIII347. Disponemos además de dos colecciones dedicadas expresamente a recoger composiciones de mujeres de todos los tiempos: la más antigua, con ajustadas notas estimativas sobre nuestras escritoras, realizada por el experto Serrano y Sanz bajo el título de Antología de poetisas líricas (1915)348, y la más reciente de Poetisas españolas de Luzmaría Jiménez Faro (1996)349. En ambas se recoge una muestra suficiente de poetisas del Setecientos, que da fe de la importancia de este fenómeno literario.

La nómina de escritoras aumenta de manera ostensible según progresa el siglo, paralela al crecimiento de las ideas ilustradas que imponen un nuevo concepto de mujer350. A finales de la centuria hay un abundante grupo que practica la poesía, aunque son menos las que ofrecen una obra consolidada y de calidad. En la promoción de la lírica femenina tuvieron gran importancia, como se dijo, las tertulias literarias y la prensa. Dispersos en los periódicos aparecen numerosos nombres de mujer que publicaron algunos poemas sueltos, de muchas de las cuales no se conocen otras creaciones ni colecciones más extensas. En algunos momentos se convirtió en una moda a la que animaron incluso los editores. En enero de 1791 el Diario de las Musas, que pertenecía al dramaturgo de tendencia popular Luciano Francisco Comella, incluía la siguiente advertencia: «Habiéndonos entregado una letrilla satírica de una señorita de esta corte, apasionada a las Musas, la insertamos por parecemos bastante regular y por estímulo de otras, a fin de que aprovechen, si gustan, el tiempo ocioso, en esta manera, distrayéndose por este medio de la senda del error»351. Idéntica generosidad manifestaba el editor del Diario de Madrid, atento siempre a la marcha de la cultura patria, cuando en octubre de 1796 propone a Rosa Mazaorini como modelo poético con motivo de la publicación de algunos de sus poemas:

Demasiada humildad tiene Madama Rosa para ser mujer que hace excelentes versos; en verdad que no mostramos ni un átomo de esta virtud los varones, aunque los hagamos detestables. Esta prenda y la delicadeza de la octava del día 11 me convencen de que realmente es hembra hecha y derecha, sobre lo cual hasta ahora había tenido mis dudas; y el soneto, tan bien conducido como graciosamente rematado, puede servir de modelo a los soneteros que crean no tiene más dificultad un soneto que el rimar catorce versos352.



El clérigo salmantino fray Diego González, amigo de Meléndez, alababa de manera emocionada a Antonia Araujo y Cid en una «Oda a Liseno, en elogio de doña Antonia Araujo y Cid, poetisa extremeña, residente en Toledo», autora de quien no queda constancia de su reconocida actividad poética353.

El Índice de las poesías publicadas en los periódicos españoles del siglo XVIII de Francisco Aguilar Piñal354 aporta una abultada nómina de poetisas cuyas composiciones aparecen dispersas en la prensa periódica: Madama Abello, Antonia Araujo Cid, Joaquina Arteaga, María Gertrudis Hore, María Rosa Gálvez, Leonor Lazombert, María Josefa Rivadeneira, Isidra Rubio, la fabulista Rafaela Hermida («señora más distinguida por sus talentos y por sus luces que por su jerarquía», según el Semanario Erudito y Curioso de Salamanca), Magdalena Ricci de Rumier que compitió con los varones con sus ingeniosas letrillas, Rosa Mazaorini de Llerós, poetisa más delicada, autora de décimas, romancillos, odas y sonetos. Junto a ellas se mencionan otras varias en clave de siglas, seudónimos o nombres poéticos que ocultan su verdadera identidad como Amarilis, Clara Dolores, María Luisa, Justa la curiosa, La madama de la X, La pastora del Jarama, La observadora, La principianta355, La sensible, La ninfa del Segre, Una poetisa cantábrica, si no son coartadas burlescas de autores masculinos.

Ya Serrano y Sanz advirtió la importancia que en la promoción de la misma tuvieron algunas escritoras nacidas en familias de origen extranjero: María G. Hore y Margarita Hickey. Fueron las voces más originales y también las más reivindicativas en la defensa de la condición femenina. Las dificultades personales en la biografía de otras facilitó que la poesía se convirtiera en un refugio de sus penas y en espacio de reflexión interior o social.

Para que podamos comprender con mayor exactitud la creación de nuestras poetisas es necesario que tracemos un cuadro sobre la poesía española en el siglo XVIII indicando, aunque sea de manera esquemática, las tendencias estéticas y su evolución a lo largo de la centuria. La crítica moderna no acaba de ponerse de acuerdo en los criterios para la delimitación de los períodos, de los distintos estilos y de las escuelas poéticas356. Podríamos agrupar las varias generaciones de poetas en torno a las diversas sensibilidades nacidas al calor de similares estímulos sociales y culturales: a) Primera mitad de siglo: reinado de Felipe V (1700-1746); b) Escritores que escribieron y publicaron en torno a medio siglo: reinados de Fernando VI (1746-1759) y principios del de Carlos III (1759-1788); c) Poetas de la Ilustración: desde, aproximadamente, 1770 hasta principios del XIX, época que corresponde a la plenitud del reinado de Carlos III y al de Carlos IV (1788-1808). Sin embargo, resulta difícil establecer un orden cronológico entre escuelas o tendencias poéticas, ya que viven en confusa algarabía, y las estudiamos aparte precisando sus señas de identidad temáticas y formales: Posbarroco, Rococó, Neoclasicismo, poesía de la Ilustración y lírica de sensibilidad prerromántica.

El final del XVII, a pesar de que estuvo apoyado por un cambio de dinastía, no supuso una transformación social en profundidad ni la concreción de una nueva estética. La situación de decadencia heredada no fue favorable a la cultura que, después de los grandes genios del Barroco, vivía un estado de incuria y abandono. La poesía del XVII, que llegó a cotas relevantes en las plumas de Lope, Quevedo y Góngora, se continuó a lo largo de un cierto período del siglo XVIII, perdiendo esta poesía posbarroca la profundidad ideológica y manteniendo de ella sólo sus aspectos más superficiales. Practican nuestros poetas un barroquismo intrascendente, recargado e inútil, en el que se acumulan violentas metáforas, hipérbatos disparatados, juegos de palabras. Entre los autores que escriben por estos años los hay con conciencia de poetas cultos, y quienes dirigen sus versos a un público más iletrado. Estos últimos cultivan una poesía popular que trataba asuntos del momento, generalmente pobre de estilo. Estaría formada por romances sobre temas varios (historias de santos, amores trágicos, asuntos contemporáneos, bandoleros...), villancicos, divertidas coplas de carácter satírico, burlesco, erótico, crítico... Tiene un gran arraigo en el pueblo e incluso mereció la publicación en pliegos de cordel. La nómina de poetas es abundante: Esteban Cabrera, Gabriel de León y Luna, Ignacio de Loyola Oyanguren, fray Pedro Reinoso, el padre José Antonio Butrón, José Joaquín Benegasi... Su temática novelesca los había convertido en pasto favorito del lector menos instruido, e incluso llegaban al receptor analfabeto gracias a la habitual colaboración de los ciegos que recitaban estos versos en plazas y calles. Hasta los niños los utilizaban en las escuelas como cartillas de lectura, dado que a lo atractivo de los relatos se unía la baratura del producto literario. Las autoridades ilustradas mostraron un desprecio total hacia esta literatura de masas, como demuestran las reservas de Campomanes, y, sobre todo, el informe forense de Meléndez Valdés, intitulado «Discurso sobre la necesidad de prohibir la impresión y venta de las jácaras y romances vulgares por dañosos a las costumbres públicas», escrito en 1798, en el que hace una censura radical de los mismos, que no fue suficiente para amenguar el interés del receptor popular ya que estas creaciones entraron con fuerza en el XIX.

Frente a esta poesía popular aparecieron las creaciones de vates más selectos, medidores de la palabra, idealizados en sus temas, que evitaban cualquier contagio con estos productos vulgares. Amantes del hecho poético en sí, practicaban un neo-conceptismo o un neo-gongorismo, según los modelos imitados, cuyos destinatarios eran ellos mismos y su grupo social y cultural. Cultivaban estos poetas temas y géneros conocidos en el Barroco: poesía amorosa, heroica, mitológica... Pero se notaba un interés peculiar por asuntos de política e historia actuales, de crítica social, de religión y vidas de santos, de temas insignificantes que presagian detalles pintorescos del rococó o simplemente versos burlescos con aliento de grandes poemas o de coplas inocentes. Figuras destacadas fueron Gabriel Álvarez de Toledo, Juan Bautista Porcel, Eugenio Gerardo Lobo y Diego de Torres Villarroel.

Las reacciones críticas contra el Barroco llegan a concretarse en 1737 con la publicación de la Poética de Luzán, prontuario general de principios clásicos. Sus ideas venían preparadas por la labor crítica del padre Feijoo, más moderada en los aspectos estéticos que en los ideológicos, y se vieron favorecidas por la defensa del Diario de los literatos y la famosa Sátira contra los malos escritores de este siglo de Jorge Pitillas, publicada en 1742. Tuvo un primer efecto purificador de lo barroco y fue de marcado carácter cortesano. La mencionada Academia del Buen Gusto fue un lugar de cruce de estas tendencias en los inicios de la reforma literaria. De esta renovación estética que va afianzándose paulatinamente en el mundo literario español surgen dos estilos, ambos clasicistas: Rococó y Neoclasicismo.

La manifestación más temprana fue la poesía rococó como la del benedictino Feijoo o la del propio Luzán, pero que no alcanzaría su plenitud hasta la década de los 70 en poetas como el Cadalso ce los Ocios de mi juventud (1773), y en especial en Meléndez Valdés. La anacreóntica es la composición preferida, de raíces clásicas, Anacreonte revitalizado en los renacentistas Villegas y Cetina. En el cauce de esta forma literaria vierten también sus aguas reminiscencias de Ovidio, Tibulo y, sobre todo, Catulo, entre los antiguos; y las modernas recreaciones de los franceses Parny y Rousseau. La anacreóntica es poesía juvenil que versa sobre las circunstancias del amor y los tópicos registrados en el poeta de Teos. Canta a Venus y a Baco, la alegría de vivir, los amores gozosos, los placenteros banquetes, los bailes y las danzas en ambiente pastoril. Traza un leve fondo de paisaje que rememora el locus amoenus clásico (murmurantes fuentes, riachuelos cantarines, verdes prados esmaltados de flores, árboles que se agitan al viento...), aunque esta idealización espacial contrasta, no pocas veces, con detalles de carácter naturalista. De la Antigüedad clásica proceden también muchos de los símbolos empleados en la expresión de la experiencia amorosa: las mariposas cómplices, los vistosos ruiseñores, las blancas palomas, las abejas que liban... En ella cabe el detalle gracioso (el rizo, el lunar...), la escena caprichosa (el pequeño perro, el abanico, el espejo donde se reflejan los ojos enamorados de la amada...), que conviven con cultas referencias mitológicas. Las relaciones entre zagales y zagales están sazonadas con cierta dosis de picardía, que denota la libertad de costumbres de la época.

Tal tipo de poesía emplea una métrica ágil y prefiere una adjetivación colorista, sensual y expresiva. El epíteto, el diminutivo y una leve decoración mitológica son sus señas de identidad formales. Este estilo se extiende por igual a otras especies de composiciones como las letrillas, los idilios, los romances, e incluso a otros géneros poéticos más serios, que adquieren ocasionalmente el mismo tono vistoso y preciosista. En cierta medida los temas de la anacreóntica, que no su estilo, emparentaban a esta poesía con la tradición clásica, aunque modernizada. Sin embargo, encontramos otras composiciones que reflejan con mayor claridad los modelos antiguos y renacentistas, tenidos como fuentes de inspiración de esta poesía neoclásica. Es una corriente que se inicia a mediados de los 70, y que en realidad va a tener vigencia, con fortuna varia, hasta principios del Ochocientos.

Abundando en el movimiento anterior, y casi simultáneo en su origen aunque no en su evolución, la poesía neoclásica aspira a una pureza más clasicista en formas y temas. El poeta domina su imaginación y somete el texto a la regularidad, lo cual implica mitigar el ornato poético, emplear los recursos literarios sin excesos. Busca, a través de la naturalidad, en imitación de la naturaleza, la sencillez y la armonía expresiva. Es, además, una poesía sujeta a normas, que pretende siempre la adecuación natural y preceptiva entre lenguaje y contenido, métrica y temas, dando a cada composición el tono conveniente. En este sentido esta producción no puede ser muy innovadora. En cuanto a los conceptos, los poetas rehuyen asuntos intrascendentes y chabacanos. Vuelven a repetirse, como asuntos centrales, los grandes motivos del Renacimiento, aunque se ven aspectos novedosos que nos hablan de ideas, moral y modos de vivir distintos. Entre sus manifestaciones más frecuentes hallamos: la poesía mitológica cuyos temas paganos habían vuelto a resurgir después de unos años de depreciación; la poesía amorosa que hundía sus raíces en los motivos de la tradición Petrarca-Garcilaso, sin olvidar la armonía de tipo renacentista, como observamos en N. Fernández de Moratín, Iriarte, Jovellanos y, sobre todo, en Meléndez Valdés; la poesía épica que abordaba argumentos de carácter histórico, y generalmente escritos en romance o en octavas reales como muestran algunas composiciones de Nicolás Fernández de Moratín, García de la Huerta, Vaca de Guzmán (Las naves de Cortés destruidas, 1779), y Montengón; la poesía pastoril que tuvo un amplio cultivo, organizándose los grupos al modo extranjero en Arcadias poéticas en las que vates y amadas se disfrazaban bajo nombres pastoriles. Se repite en ellas la afición clásica por la vida campestre, que se va impregnando del nuevo pensamiento ilustrado, sobre todo de las ideas de Rousseau que alaba la vida primitiva de campesinos y pastores o se busca en la naturaleza un refugio de las penas. La bucólica dieciochesca toma dos direcciones representadas en la égloga y el idilio, según se valoren los modelos clásicos (Virgilio-Garcilaso) o modernos (Gessner). Figuras destacadas de este tipo de poesía son Iriarte y Meléndez Valdés.

La famosa carta de Jovellanos a sus amigos de Salamanca en 1776 es el punto de partida hacia la poesía ilustrada que muestra una preocupación por lo civil, filosófico y didáctico, aunque ya en fechas anteriores podemos encontrar algunos poemas dentro de este estilo. El poeta ilustrado desprecia la poesía inútil, de temas gastados y triviales, mientras que quiere conferirle una misión educativa y doctrinal. El tono lírico se rebaja y la poesía pasa de la belleza a la utilidad, con una proyección social. El vulgar prosaísmo, que algunos críticos recusan, puede ser para sus cultivadores su principal virtud. Esta poesía adopta un cierto tono peculiar en su expresión dentro del clasicismo: desnudez poética, rigor expresivo, claridad de ideas y la presencia de un vocabulario peculiar, que comunica las nuevas conquistas y proyectos de la Ilustración. La poesía filosófica utiliza temas en los que se desarrollan ideas relacionadas con el mundo, el hombre, la libertad... Iniciada por Cándido M. Trigueros (El poeta filósofo o Poesías filosóficas en verso pentámetro), fue seguida por Diego T. González (Las edades) Meléndez Valdés (Odas filosóficas y sagradas), Forner (Discursos filosóficos sobre el hombre), Cadalso, Jovellanos... La poesía político-social extiende las ideas del despotismo ilustrado (desarrollo de la cultura, valoración del trabajo, protección de la agricultura...) al mismo tiempo que critica la sociedad. Recordaremos aquí algunas composiciones de Cadalso, Forner y, sobre todo, las de Meléndez Valdés y Jovellanos. Otro grupo recoge asuntos religioso-morales que, aunque no son tan frecuentes por ser éste un período laico, por lo menos en la intelectualidad que propicia el cambio, hallamos algunos versos fervorosos por parte de clérigos como Diego T. González o Iglesias de la Casa, aunque es raro encontrarlos en otros escritores.

También pertenece al ámbito de la creación ilustrada la poesía didascálica: la disposición en forma métrica para un mejor aprendizaje de cualquier tema fue hábito común en el siglo XVIII. La acomodación en largas tiradas de versos tuvo como consecuencia la superficialidad en la exposición y la falta de precisión por exigencias de ritmo y métrica. Fueron poetas didascálicos Nicolás Fernández de Moratín (La Diana o Arte de la caza), Iriarte (La música), entre otros. El género fabulístico entronca con la añeja tradición de los bestiarios, la fisiognomía y la emblemática, renovando ciertos mensajes caducos que le eran propios desde la tradición medieval. Aunque nunca había cesado la reedición de los fabulistas clásicos, Esopo y Fedro, la fábula se convirtió en un género español de la mano del alavés Félix María de Samaniego, quien publicó en 1781 sus Fábulas en verso castellano. El éxito de estas amenas historietas fue instantáneo, completando su colección con un nuevo tomo tres años después. Le acompañaron en este peculiar Parnaso, poblado de animales sabios y decidores, Tomás de Iriarte, Ibáñez de Rentería y una larga pléyade de aplicados discípulos de Esopo que se convirtió en una fabulamanía que algunos circunspectos críticos rechazaron. Era un género adecuado para la enseñanza al combinar con cuidado el breve argumento con la sesuda moraleja a través de la cual se acrisolaron principios morales, sociales, literarios, políticos. Contra lo que suele creerse, no es la fábula literatura infantil, sino más bien destinada a un público de adultos reflexivos, incluidos los doctos, según recordó Samaniego.

Próxima a la misma es la que se emplea para hacer crítica literaria. Habiéndose tomado la literatura como uno de los medios de corrección de la sociedad, era preciso purificar primero la expresión poética existente para hacerla útil. Esto provocó ingentes polémicas, que tuvieron con frecuencia el verso como vehículo de expresión. Pocos escritores quedaron al margen de esta literatura, pero destacaron Forner, Iriarte y Leandro Fernández de Moratín. De menor peso específico, pero no menos habitual, es la poesía de circunstancias. El orgullo del hombre ilustrado, la promoción de obras culturales y sociales, la vida cortesana, los actos públicos... quedaron recogidos en poemas de tono elevado para la posteridad. Casi todos los poetas la practicaron. Frecuente fue también la que abordó asuntos realistas, propio de la literatura burguesa, aunque debido a la seriedad de los ilustrados, estuvo marginada de las manifestaciones más o menos oficiales. Debemos señalar dos corrientes ligadas al realismo: la erótica, cultivada por N. Fernández de Moratín (Arte de las putas), Samaniego (El jardín de Venus), Meléndez Valdés (Los besos de amor)...; y la poesía costumbrista, que nos presenta aspectos curiosos de la sociedad como el mundo taurino (N. Fernández de Moratín), la gente a la moda (Forner)...

En la última década de siglo, con el fracaso de los ideales ilustrados, por la política regresiva de los gobiernos de Carlos IV tras la Revolución Francesa, trajo notas tristes a la poesía de los escritores que más se habían significado en el proyecto reformista. Muchos de ellos acabarían en el destierro y aún en el exilio, como Jovellanos o Meléndez Valdés. La poesía de la Ilustración empezó a tomar otros caracteres, a hacerse más reflexiva, a personalizar los problemas, a cargarse de sensibilidad. Se revaloriza la figura del Quevedo perseguido y ejerce una influencia espiritual Horacio y fray Luis de León. Esta poesía de lamentos y tristeza encontró su cauce expresivo en el lenguaje del Romanticismo europeo e inicia la senda de la poesía prerromántica española.


Poetisas posbarrocas

Comenzamos la revisión del Parnaso femenino con el estudio de las poetisas que escribieron dentro de la línea tradicional posbarroca, fenómeno que sobre todo afecta a la primera mitad del siglo, aunque algunas de «ellas siguieron esta tendencia fuera de su espacio natural. No desdeñaron la pluma lírica ni vates de ascendencia popular ni damas de alta nobleza. En la primera mitad de siglo frecuentaron la amistad del poeta y militar toledaño Eugenio Gerardo Lobo copleras como Ana Fuentes357 o María de Camporredondo358. Ésta, natural y vecina de Almagro, fue autora de un curiosísimo Tratado filosófico-poético escótico compuesto en seguidillas (1758)359, escrito según ella refiere en su juventud y publicado tardíamente. «Mujeres grandes han escrito en nuestra España, dando muy bien a entender con sus admirables obras la solícita aplicación a los estudios, y la despejada claridad de sus entendimientos», afirma en la Dedicatoria a Fernando de Espínola y Colonia, duque de Sexto. Curiosidad máxima resultaba escribir en seguidillas sobre tales asuntos, pretendiendo hacer accesibles los preceptos de la filosofía «a hombres, mujeres y niños», aunque sean estos últimos los principales destinatarios. Sostiene que la musicalidad castiza de este metro servirá de ayuda para memorizar con comodidad los principios básicos de esta ciencia abstracta:


En puras seguidillas,
con energía,
sabrás bien de memoria
filosofía.
Y si lo entiendes,
filósofo perfecto
dirás que eres360.



La autora va explicando de manera gradual la filosofía del pensador inglés Duns Escoto, el doctor sutil, profesor en Oxford y en la Sorbona de París a caballo entre los siglos XIII y XIV, autor de ensayos de ascética y de filosofía que tuvieron una buena acogida en la enseñanza católica tradicional. Así desgrana los principios básicos de la teoría escótica: el entendimiento, la equivalencia, las modales, la reducción, la razón y la lógica, la identidad, los universales, los predicamentos, de manera un tanto pedestre, definiendo términos abstrusos, incluidos los latinajos al uso, con explicaciones aparentemente claras. Éstas harían reír a los expertos, pero acaso agradarían a los no doctos que intentaran acceder a este tipo de conocimientos. Mayor interés debió tener la segunda parte «Noticia breve de los ocho libros de los Físicos de Aristóteles, según Escotto». Entre la abundante producción del franciscano inglés hallamos los tratados en los que comentó varios libros de Aristóteles (De Anima, Metafísica, Quodlibet), entre los que estaban igualmente éstos de Física. La explicación de conceptos como naturaleza, el movimiento, el vacío, la generación y la corrupción, el alma, y en particular sobre los meteoros que pudieron tener una mejor acogida para el lector moderno (vapor, cometas, truenos, relámpagos, rayo, constelación, fuegos fatuos, nubes, hielo, nieve, granizo, rocío, niebla, vientos, terremotos, metales, azúcar), incluidos algunos fenómenos de la física paranormal como «la cabra saltante» o «el dragón volante».

A pesar de los didácticos cuadros esquemáticos aclaratorios, el libro de la vecina de Almagro no pasará a la historia de la filosofía, y tal vez tampoco a la de la poesía porque los versos son mediocres, poco ágiles, un simple ejercicio de versificación en el que se premiaba la dificultad vencida. Acaba su atrevimiento literario demandando perdón al lector:


Concluyo mi trabajo,
fuga del ocio,
el que dedico el gusto
de los curiosos.
Y de los yerros
a todos perdón pido
con rendimiento361.



Mayor resonancia consiguió Teresa Guerra, andaluza residente en Cádiz, cuyas Obras poéticas (1725) fueron muy conocidas en su tiempo362. La escritura temprana de estos poemas, arropados por el ambiente de una tertulia gaditana, y la aceptación ciudadana como «poetisa», nombre que utiliza habitualmente para definir su oficio, le llenan de inseguridades, mostrando una continua necesidad de autojustificación. Ya en la Dedicatoria, en la que pone su libro bajo la protección de una noble dama, leemos:

Venciendo mi natural debida resistencia, me faltará aliento para dar a la estampa la que siento (efecto de mis ocios) tan pequeña obra, es ya la mayor causa de mi fatiga, si no fuera considerando que asegura su breve compendio en manos de V. E. lo digno, que no pudo conferirle mi mano, por defecto del arte y del ingenio.



Y en el Prólogo al lector, añade disculpando su osadía:

Nunca fue mi intención manifestar al público lo que por tantas razones debí dar al silencio; pero las repetidas, corteses instancias de una atención política me obligaron a declarar por fuerza, lo que a tu parecer no tendrá gracia [...] Mas si por ventura, su breve contenido, por ser de una mujer, adecua con tu gusto, con la misma razón no puede serte grato, si no niegas la pasión de nuestro sexo.



Excelente le pareció a Torres Villarroel que firmaba la Aprobación: «No he conocido poesías más sanas que las que dicta esta Décima Musa», y hablaba de «dulzura» y de «versos bien humorados»; como al censor Francisco López, abogado de los Reales Consejos, que la aprobaba sin recelos alabando «la hermosura de esta obra, cuya admirable artificiosa variedad adquiere de justicia la pulcritud, une a esta perfección lo excelso de sus poesías, la de su inimitable erudición, por lo que merece ser colocado su metro sobre las alas de aquel generoso Penacho [...]».

Cultiva temas hagiográficos («Al martirio de San Justo y San Pastor») y religiosos («A una imagen de Cristo crucificado»), pero donde mejor se desenvuelve es en los asuntos circunstanciales («Un día que llovía», «A una señora su amiga en ocasión de cumplir años») o cosas curiosas de la vida, «gentiles niñerías» dice, desviando, en ocasiones, su interés hacia motivos chuscos y aun groseros. Escribe sin ninguna pretensión de trascendencia, incluso en los asuntos más serios. Emplea un tono gracioso y desenfadado, inusual en la literatura femenina de este tipo, pero que agradaba a los autores de coplas populares como Eugenio Gerardo Lobo o Torres Villarroel. Es una rimadora fácil de romances, décimas y sonetos, con una musicalidad unas veces en exceso violenta y otras poco acertada. Practica un denso estilo barroco, en el que caben los juegos de palabras, los calambures, una cierta oscuridad en consonancia con sus venerados Góngora y Quevedo363. Rigurosamente prosaica en sus composiciones más narrativas, rebaja entonces la categoría lírica de sus versos.

Amiga del catedrático de Salamanca fue también Catalina Maldonado y Ormaza que nació en Salamanca y casó con Baltasar de Portocarrero y Prado, marqués de Castrillo364. Inició su actividad poética en los ambientes culturales de la ciudad del Tormes con el poema heroico Las glorias de Salamanca, que no terminó y que hoy está perdido, y autora de un «Romance endecasílabo en respuesta de otro de D. José de Torres y Villarroel, catedrático de Prima de matemáticas en la universidad de Salamanca»365, en el que el profesor salmantino había elogiado en grado sumo sus habilidades.

Pero fue particularmente conocida, una vez que trasladó su residencia a Madrid, por su participación en la mentada tertulia de la Academia del Buen Gusto en la que leyó algunas composiciones originales366. En ella fue encomiada por algunos de los tertulianos como el castizo José de Villarroel que compuso para la marquesa un romance endecasílabo que lleva por título «Dictamen sobre un romance endecasílabo que escribió mi señora la marquesa de Castrillo», en el que hacía una ponderada defensa de sus habilidades literarias:


Bellísima deidad, ¡con qué armonía
impone tu concepto peregrino
en dulzura, en asombro, en suavidades,
ley a Urania, al Sol luz, honor al Pindo!
¡Con qué privilegiada inteligencia
introdujo tu numen exquisito
a pesar del obstáculo del sexo
al arte vuelo, alma al ser y regla al tiro!367.



La marquesa debió de morir, joven, por las mismas fechas en las que participaba en la Academia del Buen Gusto, ya que José Antonio Porcel le dedicó un soneto titulado «La nunca bastantemente celebrada musa de mi señora la marquesa de Castrillo».

Entre los miembros de la nobleza que se acercaron al Parnaso hemos de mencionar a María Egual y Miguel (1698-1735)368. Casó en Valencia con Juan Crisóstomo Peris, marqués de Castellfort, y moró en esta ciudad hasta el final de sus días. Dama erudita y de amena conversación, compuso gran cantidad de poemas, varias obras dramáticas y alguna narración para entretener la soledad causada por una enfermedad grave que le recluía fatalmente en casa. Muchos de estos escritos fueron pasto de las llamas para cumplir su voluntad testamentaria. Según confesión de uno de sus coetáneos «sus versos ocupaban un arca», aunque no se nos ha conservado más que una exigua colección de Poesías369, que dejó inédita.

Las composiciones poéticas agrupadas en este manuscrito se adscriben a dos vertientes contrapuestas: unas versan sobre asuntos amorosos y de circunstancias, otras son severas reflexiones de tipo religioso y moral. A las primeras pertenecen varias relaciones o sea «aquel romance de algún suceso o historia, que cantan y venden los ciegos en las calles», según aclara el Diccionario de Autoridades. Dos son de «Relación de mujer», con protagonista femenino, en las que se narran apasionadas aventuras amorosas y otras dos de hombre con protagonistas masculinos, pero con relatos muy parecidos. Tiene todas las características propias del estilo popular, pero no me consta que se editaran en forma de pliegos. Más graciosa es una «Jácara al nacimiento con variedad de tonos», en romance. No pocos son poemas que describen intrascendentes asuntos de circunstancias: «Letras de nacimiento», «Un retrato burlesco», «A una señora que estaba en un jardín junto a una fuente», «A una señora que dio una flor de jazmín»...

La parte más abundante del manuscrito recoge versos con intención religiosa: varias llevan el título «Letra para dúo a lo divino», que seguramente se cantarían en las celebraciones festivas de su palacio; diversos romances morales como el titulado «De lo que es el hombre y su vida», de tono triste y pesimista; las endechas en las que «El autor manifiesta sus trabajos y pide alivio de ellos a una imagen de nuestro Señor que tiene muy devota», que casi convierte en piadosa oración. La obra poética de María Egual es de insuficiente calidad, poco pulida, y escasamente lírica, por su inclinación hacia lo narrativo.

Teresa Enríquez de Cabrera, marquesa del Carpio, fue autora de unas Coplas que se conservan manuscritas, que no he podido consultar370. Se recuerda la precocidad de Mariana Alderete, marquesa de Rosa del Monte, que a los trece años ya componía idilios pastoriles371; o de la sevillana Ana María Espinosa y Tello, hija del conde del Águila, autora de poesías amatorias cuyos aficionados publicaron póstumas con el título de Poesías (Sevilla, 1837)372.

Entre las autoras populares de finales de siglo se han citado varias que se asoman a la prensa comercial entre las que debemos mencionar los nombres de Rosa Mazaorini de Llerós, que editaba sus versos en el Diario Curioso de Madrid, que fueron recibidos con halago373; y Magdalena Ricci de Rumier, autora no carente de sensibilidad en sus poemas de circunstancias o de tono reflexivo y a quien puso como ejemplo literario el impresor León Félix de Amarita:


Y si en vez de tantas modas
que en el día van saliendo,
imitando a la señora
Ricci, saliese de nuevo
la moda de hacer letrillas
tañendo en sonoro plectro
loores discretos a Dios,
o a algún otro digno objeto374.






La nueva lírica: las escritoras neoclásicas

El grupo más significativo de poetisas estuvo adscrito a la nueva estética neoclásica375. Manifestaban, en general, inquietudes ilustradas, ya que algunas de ellas se encontraban en círculos próximos al poder. La Academia del Buen Gusto que tan hábilmente presidía la marquesa de Sarria, descrita en páginas anteriores, fue un espacio cargado de desencuentros entre la débil tendencia clasicista que defendían Luzán y sus partidarios frente a los que seguían los viejos modelos estéticos. Estas novedades comenzaron a hacerse más palpables en la década de los 60 gracias a la acción reformista del conde se Aranda, pero no madurarán hasta fechas posteriores. Las líricas innovadoras desarrollan, pues, su creación poética en las últimas décadas de siglo.

Las poetisas del siglo XVIII también escriben sobre temas amorosos. Cultivan la retórica del amor con sus tópicos tradicionales en los sonetos y otros metros con un lirismo frío y convencional, que no tiene nada que ver con la sensualidad y compromiso personal de nuestras medievales poetisas árabes. El mismo convencionalismo de motivos y sensibilidad hallamos en la anacreóntica rococó, tan de moda en la segunda mitad del siglo. Donde encontramos las voces más personales, a veces agresivamente personales, es en las composiciones poéticas de María Gertrudis Hore, Margarita Hickey o Rosa María Gálvez, también dramaturga, cuyas vivencias personales dieron una orientación diferente a sus versos. Ellas son las poetisas más destacadas de la centuria ilustrada. Incluso es posible encontrar alguna escritora que cultivó la poesía más obscena. Serrano y Sanz menciona a una Sor Mariana Alcaforado, «la Eloísa del siglo XVIII cuyas cartas han sido objeto de tanta admiración como de tanto escándalo», cuya identidad ignoro. Pero es de suponer que en las tertulias donde se presentaron tales composiciones, aunque los asistentes y cultivadores de la misma eran generalmente varones, también ellas harían sus aportaciones a la moda futrosófica. Se le atribuyeron, sin fundamento, poemas eróticos a la Gálvez de Cabrera y a la condesa de Montijo y su círculo, asunto que fue rechazado de plano por su biógrafa Paula de Demerson.


María Gertrudis Hore

María Gertrudis Hore Ley376 es quizá una de las poetisas más delicadas del siglo XVIII, y acaso la única que la tradición ha situado en plan de igualdad junto a los varones poetas377. Bien es cierto que esta percepción está alimentada por unos hechos biográficos muy particulares que dieron pie a una leyenda, casi romántica, recogida en el relato «La Hija del Sol» de Fernán Caballero378. Nacida en Cádiz en 1742, destacó por su belleza y por su juvenil afición a los versos, llamándose por lo mismo la Hija del Sol. Siendo una muchacha, casó con el comerciante Esteban Fleming (1762), originario de Puerto de Santa María, el cual pasaba largas temporadas en La Habana. Era mujer bien vista en la sociedad del Cádiz de su tiempo, según este retrato que hace una fuente casi coetánea:

Era hermosísima, de mucha gracia y viveza, de un talento despejadísimo, y lo empleaba de continuo leyendo obras selectas y eruditas. Vestía con la mayor elegancia, riqueza y fino gusto, sobre un gentil talle. Llamábanla comúnmente la Hija del Sol, para significar con este renombre cuánto brillaba entre las otras damas por su dulcísima voz y hechiceros encantos y melifluos versos y ostentación en su persona y casa. Estas tan halagüeñas prendas arrastraban tras sí las voluntades de los hombres379.



Según cuenta la tradición, se enamoró perdidamente y tuvo amores con el joven militar Ricardo de las Navas, quien al parecer murió en su casa durante una visita nocturna. El escándalo se arregló, con la aquiescencia del esposo y de la autoridad religiosa del obispo, ingresando ella, arrepentida, en el convento de monjas Descalzas de la Purísima Concepción de Cádiz (1778), donde profesó el 14 de febrero de 1780. Este soneto escrito para tal circunstancia sirve de definitiva ruptura con su vida anterior:



Ya en sacro velo esconde la hermosura,
y en sayal tosco el garbo y gentileza,
la Hija del Sol, a quien, por su belleza
así llamó del mundo la locura.

Entra humilde y alegre en la clausura,
huella la mundanal falaz grandeza;
triunfadora de sí, sube a la alteza
de la Santa Sión, mansión segura.

Nada pueden con ella el triste encanto
del mundo, su ilusión y su malicia;
antes lo mira con horror y espanto.

Recibe el parabién, feliz novicia,
y recibe también el nombre santo
de hija amada del que es Sol de la Justicia380.



En el convento siguió la monja con sus aficiones poéticas, escribiendo ahora versos de sincero arrepentimiento. Murió el 9 de agosto de 1801 a la edad de cincuenta y nueve años. Su fama poética se acrecentó con la aparición de algunos poemas suyos en el Diario y en el Correo de Madrid y en varios periódicos de provincias.

La producción poética de Hore debió de ser abundante, aunque quedó cercenada por su decisión de dar al fuego purificador gran parte de la misma. Hoy sólo se conserva muy parcialmente en un par de manuscritos de la Biblioteca Nacional: Poesías varias381 y Poesías382. Sus escritos se dividen, al hilo de los episodios de su vida, en poesía civil y poesía religiosa383. La primera describe el esplendor de su gozosa relación amorosa, y está formada especialmente por anacreónticas y odas cuyo tema central es el amor sentido de una manera personal, propia de quien escribe libremente, guiada por una necesidad interior y sin pensar en la publicación de los versos. Esta «Octava acróstica forzada» refleja a la perfección su entrega de enamorada sin límites:


Mi tierno amor a tu lealtad confío
y sólo en ti reposa mi cuidado.
Rigores abandona el pecho mío,
todo a tu dulce afecto dedicado.
En tu poder entrego mi albedrío,
ostento el mando que mi fe te ha dado,
mis caprichos se rinden a tu ruego,
ya en mí no hay voluntad, pues te la entrego384.



El gran mérito de Hore es que fuera autora temprana de anacreónticas, casi a la par que los intentos de Cadalso, gaditano que no vivía en la ciudad, aunque pudo tener contactos con él, y en las que fue gran maestro el dulce Meléndez Valdés385. Trata con habilidad los tópicos del género: amor sensual, el pajarillo preso en la red del amor, bailes festivos, zagales enamorados, finezas, sentimiento dolorido, dulces cupidos, lugares amenos y deleitables. Son versos suaves, imaginativos, y escritos con suma corrección. Pertenecen al llamado estilo rococó con su agitado ritmo musical, su lenguaje vitalista, sus recursos formales característicos (adjetivación, diminutivo, ornamentación mitológica; verso breve). Los viejos modelos de Anacreonte, la retórica de Ad passerem Lesbiae de Catulo, con significados inocentes o más densamente eróticos, toman cuerpo en estos versos juveniles de la poetisa de Cádiz. Idéntico sentir enamorado desgranan algunas delicadas endechas:


Zagal el más bello
de cuantos zagales
esparcen iguales
al aire el cabello:
En mi verso amante
aún más celebrado
que el barquero amado
de Safo constante
por benigna estrella,
de mí tan querido
cual lo fue Cupido
de su Psiquis bella386.



A esta primera época pertenecen otros poemas que fueron conocidos en el Cádiz comercial de su tiempo, donde tenía excelente audiencia por sus habilidades poéticas: anacreónticas más convencionales, idilios, poemas de circunstancias, versos de sociedad, o los que compuso para la tertulia en la que desarrolló su creación, según se desprende del poema «Despedida de las damas de la tertulia de Don Antonio Ulloa». Otras composiciones adoptan un tono de mayor seriedad, casi reflexivo, acogiéndose a las formas de la oda («Oda a Gerarda»), del soneto o del endecasílabo («Meditación»). En esta línea hubiera crecido, próxima a las corrientes neoclásicas e ilustradas camino que quedó bruscamente cortado por los avatares biográficos. Estos estilos pertenecen, pues, a la estética innovadora del Dieciocho y no tienen nada que ver con la sensibilidad romántica como suponen Sebold o Lewis.

Los versos posteriores a su ingreso en religión cambian por completo de signo, aunque no siempre de formas, como se observa en los recogidos en el volumen de Poesías, que pertenece a esta época. El amor se convierte en desengaño y su sentir poético se llena de notas de reflexión, soledad y amor a Dios. «Sus poesías, subraya Serrano y Sanz, llenas de vida, [...] como salidas de lo más hondo del alma, y sin otra retórica que la aprendida en las falacias del desengaño y en los desengaños de ilícitos amores, dulces al principio como la miel, pero luego más amargos que la hiel y el ajenjo»387. Escribe ahora avisos morales, poemas religiosos y sacros388. Sin embargo, sus creaciones poéticas más reiteradas en este momento son versiones a lo divino de sus propias anacreónticas, mientras redacta otras nuevas con intención religiosa, siguiendo este género una andadura opuesta a su gozosa naturaleza íntima389. Cambian las claves de la reflexión amorosa por otras donde se desprecian las tentaciones de la carne, las frivolidades, los placeres de Baco y Venus, para colocar sobre estos bienes perdurables los inmortales: salvar el alma. Los símbolos de la poesía anacreóntica se utilizan con nuevos significados: la rosa no es goce del amor, sino flor marchita («Verás caer marchitas / esas rosas de Venus / y perder la fragancia / que antes fue tu embeleso»), Venus se transforma en la Virgen María, el sexo es enemigo del hombre, el amor al prójimo como fin del alma devota390 y, por supuesto, el sentido amor a Dios objeto fundamental del alma. Hallamos en estos versos una decisión irremediable, profundamente sentida, de mujer con un pasado pecaminoso, que mira al futuro con nueva luz. No hay en esto ninguna novedad, pues las versiones a lo divino son tan antiguas como la poesía civil, y la poesía amorosa tiene ejemplos maestros en las versiones a lo divino de Garcilaso y en la propia poesía mística del Siglo de Oro. Salvo las peculiaridades que imponen el cambio de temas, hay un tratamiento idéntico del material poético. La misma versificación (odas, romancillos, endechas...), la misma musicalidad fácil y risueña de los versos, la adjetivación lujosa, el brillo de las imágenes, las referencias mitológicas. La poesía religiosa se expresa en otras ocasiones por medio de décimas, sonetos, glosas, endecasílabos con paráfrasis de Salmos... Algunas composiciones relatan sucesos del convento, de las monjas («Décimas a la madre superiora»), descripción del comedor... María Gertrudis Hore tenía suma habilidad para ordenar el discurso poético con ingenio, y fue una poetisa que escribió con la misma calidad que los varones más conocidos, y cuya labor no desentona si la colocamos a su altura a pesar de las circunstancias biográficas y de lo parcial de los poemas conservados.

Serrano y Sanz menciona dos folletos con composiciones sobre temas religiosos que no he podido consultar: Deprecación que a su Purísima Madre María Santísima hacen las amantes hijas las religiosas de Santa María (Cádiz, 1793), y Traducción del himno «Stabat Mater», glosado (Cádiz, s. f.), relación que podemos completar con algunos otros escritos de poesía sacra olvidados391.




Margarita M. Hickey

No muy lejos de la calidad de la gaditana se encuentra la creación literaria de Margarita María Hickey y Polizzoni392. Su producción poética resulta un caso insólito en la literatura del siglo XVIII, y tal vez de la poesía femenina española de todos los tiempos. No sabríamos si definirla como feminista o como tenaz militante contra el varón, actitud que ha provocado un oscuro silencio de la crítica hasta olvidarla casi por completo. Como la poetisa gaditana María Gertrudis Hore, la Hija del Sol, es personaje de ascendencia extranjera, y también como ella tuvo una biografía difícil, aunque con una solución vital diferente. Hija de Domingo Hickey, militar irlandés (de Dublín) al servicio de la corte española, y de Ana Polizzoni nacida en Milán, cantante de ópera italiana cuyo apellido familiar sonaba todavía a finales de siglo en el coliseo de los Caños del Peral, nació en Palma de Mallorca hacia 1740393. Todavía niña de pocos años, la familia se trasladó a vivir a Madrid, ciudad en la que residirá hasta el final de sus días. Conocemos poco de su formación y vivencias juveniles, pero era todavía muy muchacha cuando contrajo matrimonio con el maduro Juan Antonio de Aguirre394, militar retirado de ascendencia navarra próximo a la corte. Por documento notarial fechado en 1763 sabemos «que nos damos el uno al otro recíprocamente todo nuestro poder cumplido». Por el testamento que hizo la autora antes de morir recuperamos algunos detalles desconocidos de su biografía, como que tuvieron un hijo que murió:

Que del matrimonio que tuve con mi difunto marido don Juan Antonio de Aguirre tuvimos y procreamos un hijo que ha fallecido, y con tal motivo y para que sirviera de consuelo determinamos traer a nuestra casa y compañía a una niña de muy tierna edad, que ya está casada y se llama María Teresa, a quien por haberla adoptado por hija estimamos de un acuerdo mi difunto y yo el que estará como una de nuestros apellidos395.



Sabemos que perteneció al círculo de Montiano y Luyando en momentos difíciles de la política española con las peleas soterradas entre los reformistas y el conservador partido ensenadista, que explotarían de manera definitiva en el famoso Motín de Esquilache (1766). Quizá en la tertulia literaria que aquél organizaba en su casa, conoció e inició una amistad íntima con el poeta Vicente García de la Huerta, recién separado de su mujer. Con él se siguió relacionando durante su etapa de exilio en París a causa de su auxilio a la sublevación. Por este motivo se le inició un Informe Fiscal, en el que consta que también fue interrogada nuestra escritora, con quien se había estado carteando durante estos años396. El vate extremeño, abandonado en el presente por su antiguo protector el duque de Alba, hubo de permanecer extrañado hasta 1777. A la vuelta, intentó retomar su antiguo trabajo en la Biblioteca Real, participar en las reuniones de las Academias y seguir con sus actividades literarias publicando unas Obras poéticas (Madrid, 1778, 2 vols.). Dentro de las mismas se encuentran unos sonetos amorosos dirigidos al nombre poético de una tal Lisi, que Deacon identifica acertadamente con nuestra poetisa397. Escritos siguiendo los tópicos de la tradición petrarquista, serán recogidos con ligeras variantes en la obra de nuestra bella enamorada atribuidos «a un anónimo caballero». Otros versos galantes de Huerta compuestos por estas fechas debieron tener idéntica destinataria («Tristes expresiones de un desconsolado»)398.

Margarita Hickey enviudó siendo joven, en todo caso antes de 1779. Serrano y Sanz, que desconocía su relación con Huerta, afirma sin demasiado fundamento: «Debió entonces, ser galanteada y corresponder con entusiasmo, cual suelen las mujeres que en la flor de su juventud sólo han conocido el invierno del amor, representado en un marido viejo»399. No tenemos constancia de que esto fuera así, sino que al parecer hubo una reorientación de su vida dedicándose la literata al cuidado de su hija adoptiva María Teresa y a un cultivo más sosegado de las letras, un interés por los temas geográficos. Siguiendo esta nueva vocación escribió una Descripción geográfica e histórica de todo orbe conocido hasta ahora (1790), en versos octosílabos claros e inteligibles que, a pesar de que uno de los revisores supuso «que puede ser muy útil por lo muy conducente que es a facilitar esta ciencia tan importante», acabó siendo desautorizada por la censura400. El 3 de agosto de 1801 hizo testamento, estando ya muy enferma. En el mismo fijaba ser enterrada «de secreto» en la iglesia de san Lorenzo de la corte de la que había sido feligresa, hacía heredera universal a su hija adoptiva María Teresa de Aguirre y Hickey, «esto no obstante de los sentimientos que me ha ocasionado, poca subordinación que conmigo ha tenido y otros motivos que en mí reservo»401. El mismo documento nos aclara que los últimos cinco años había sido asistida por su sobrina Josefa Morfi, «que en dicho tiempo me había servido y consolado en mis aflicciones y enfermedades», a la que deja algunos muebles, ropa y una alhaja. También, al margen de las fórmulas piadosas que solían tener estos documentos, manifiesta por estas fechas una notable sensibilidad religiosa. Murió, por lo tanto, después de este año una vez iniciado el nuevo siglo.

Quiero dejar constancia de que Margarita Hickey es una poetisa con cierta calidad en su creación literaria. Editó un abultado libro titulado Poesías varias sagradas, morales y profanas o amorosas en la Imprenta Real en 1789402, que se anunciaba como primer tomo que luego no tuvo continuidad. Iba precedido de un meditado Prólogo en el que exponía sus ideas ilustradas sobre el teatro, destacando su valor moral y educativo, que estudiaremos más adelante. Lo concluía con esta afirmación:

Con la traducción de la Andrómaca, presento al público algunas Poesías líricas, en cuya composición he divertido a veces mi genio y ociosidad, a falta de ocupaciones y diversiones adaptadas a mi gusto: no he pretendido herir a nadie en ellas, y solamente la variedad de casos y de sucesos que me ha hecho ver, conocer y presenciar el trato y comunicación del mundo y de las gentes, han dado motivo y ocasión a los diferentes asuntos y especies que en ellas se tocan403.



En realidad, estas composiciones poéticas rondaban por la censura desde 1779 a nombre de Doña Antonia de la Oliva, por lo que hubo de justificarse la escritora con una carta dirigida al Consejo: «La causa de llevar estas octavas al fin de ellas otro nombre supuesto y no el verdadero de la que las ha compuesto, es que por natural y debida modestia, su autora desea publicarlas en nombre que no sea el suyo propio, por cuya razón tiene pedido el permiso o licencia del Consejo de imprimirlas en el insinuado que está al pie de las octavas. [...] Pero si esto puede ser estorbo para que no pueda lograr el gusto que desea, de dedicarla a Su Majestad, desde luego mudará de intento por lograrle, y pondrá su nombre, aunque sea a costa de lo que en eso debe padecer su debida modestia»404. En realidad sabía que sus composiciones rehuían lo convencional para convertirse en expresión de una experiencia personal, negativa según se deduce de los versos, y por lo tanto necesitaba enmascarar su personalidad. También se ocultó con el anónimo Una dama de esta corte, apenas disimulado luego en las siglas M. H405. Sin embargo, todos los informes censores que precedieron a su publicación, que aporta Serrano y Sanz, son positivos, incluso el de Nicolás Fernández de Moratín que escribe: «Las Poesías de doña Antonia de la Oliva, además de no incluir cosas contra la fe ni las leyes, tienen suficiente mérito para que V. A. conceda la licencia». Y la reseña que publicó el Memorial Literario sólo sirve para hacer glosa de la instrucción de las mujeres sin entrar a analizar los temas como era su costumbre406.

En este libro recogía la autora creaciones poéticas que pertenecían a distintas épocas y propósitos. Las referencias internas nos permiten aseverar que se refieren a un amplio arco temporal de más de veinticinco años. Los distintos informes que se van sucediendo en el Consejo de Castilla para su publicación hacen referencia a varias fechas, en las que ella presentó su libro a censura, ampliándolo cada vez con alguna producción nueva. El volumen está dividido orgánicamente en tres partes, aunque no se enumeren las mismas materialmente. La primera recoge la traslación de la Andrómaca de Racine, cuyo estudio acometeremos en su lugar correspondiente. Viene a continuación una segunda sección que incluye el poema épico titulado «Diálogo entre la España y Neptuno»407, que debió de tener una aprobación independiente. Va precedido de un Prólogo en el que refiere su intención de agasajar al militar heroico y unas Aprobaciones, en las que los censores valoran este tipo de poemas «tanto más en las señoras de la clase de usted» que ha demostrado «gran juicio y talento». Desconfía en la introducción si tendrá fuerzas suficientes para llevar adelante su proyecto que «aunque no toda, ni tan dignamente como sus grandes méritos lo requerían, dejando el desempeño de esta empresa a las plumas varoniles, que son a las que principalmente corresponde y no a las mujeriles y débiles como la mía», como efectivamente llevarían a cabo las voces patrióticas de Moratín, Trigueros, o Gregorio de Salas. El trabajo y la entrega, sigue con el mismo tono de modestia, suplirán «mi poca habilidad y suficiencia». Y aprovecha para señalar su manera de proceder como escritora y constatar los problemas inherentes a su condición femenina:

Prevengo y confieso ingenuamente que no he querido sujetar esta mi obrita al juicio y corrección de nadie; y que solamente me he dejado llevar en ella para disponerla del modo que está de mi gusto, genio o capricho, y de las tales cuales luces que ha podido comunicarme la afición que siempre he tenido a leer buenos libros en prosa y en verso; conozco, trato y comunico algunos sujetos a cuya inteligencia y buen juicio pudiera, y debiera acaso, haberla sujetado; pero unos por haberlos contemplado muy afectos, otros por poco, y a los más por suponerlos llenos de preocupación contra obras de mujeres, en las que nunca quieren éstos hallar mérito alguno, aunque esté en ellas rebosando, he desconfiado de la crítica de todos, y he escogido por mi único juez al público, el que sin embargo y a pesar de la ceguedad e ignorancia que se le atribuye, hace, como el tiempo, tarde o temprano justicia a todos408.



El «Diálogo entre la España y Neptuno» se abre con una explicación del contenido argumental en los siguientes términos: «Llora España la pérdida de Ceballos, y Neptuno movido de sus lamentos sale de las aguas a preguntarle la causa». Se trata, en efecto, de una composición en elogio al capitán general Pedro de Ceballos con motivo de su fallecimiento, suceso que ocurrió en Córdoba el 26 de diciembre de 1778. El «valor, notorio celo y señalada conducta» del egregio militar al servicio de la patria le inclinaron a su escritura para recordar su amplio y valeroso servicio a los dos últimos monarcas Fernando VI y Carlos III, y en «testimonio de la buena voluntad que tuve siempre a sus relevantes prendas y recomendaciones particulares y personales»409. Está compuesto por cincuenta y cinco octavas reales, versificación que es la adecuada a los poemas épicos neoclásicos según recomendaban las poéticas, por más que haya tenido que superar con valentía algunos problemas métricos, como explica en la introducción. A pesar de estar dialogado, el poema no tiene un carácter teatral ya que se desarrolla por medio de largos parlamentos monólogos, salvo el final de la fábula que se anima algo más. Ha probado la autora hacer un ejercicio literario en el que quiere demostrar el dominio de este género y de esta estrofa métrica, del empleo de un lenguaje artístico, siguiendo de lejos varios modelos que ha repasado para inspirarse (Lope de Vega, Rufo, Ercilla). El uso armonioso del lenguaje, la escasez de imágenes, la decoración mitológica le acercan a las experiencias neoclásicas, salvo en la utilización del diálogo. También hace gala de un acendrado espíritu patriótico, haciendo una alabanza sostenida de la figura de Carlos III, sobre quien dirige esta pregunta retórica:


¿Carlos, cuyas virtudes, cuyas glorias,
lo justiciero uniendo a lo piadoso,
será materia digna a las historias?



La tercera parte del libro comienza bajo el título genérico de «Poesías varias de una dama de esta corte, dalas a luz doña M. H.», que recoge composiciones de distinta índole. El primer poema «Novela pastoril, puesta en verso», parece de escritura más antigua. Compuesta en romances agudos, es una aportación de la autora a la bucólica clasicista, de tono menor al no ser una égloga, pero interesante por su denso contenido argumental.

La relación con el poeta extremeño, insuficientemente conocida todavía, podía ser la clave para la interpretación de la poesía de Margarita Hickey. Podemos suponer el resto de las composiciones como si formaran parte de un Cancionero, al estilo de Petrarca o del Renacimiento, en el que se describieran las vicisitudes del proceso amoroso: un loco enamoramiento y mutua correspondencia, en situación complicada por estar ambos casados, que se alimenta de manera ideal en el exilio; el fracaso de la historia amorosa, con explicaciones insuficientes («por un motivo frívolo»); la sorda venganza por un amor mal correspondido, con el consiguiente desprecio y aun odio no sólo a su amigo, sino a los hombres en general (el soneto «A la venganza de un amor mal correspondido»); el arrepentimiento por el pecado cometido que da paso a la poesía religiosa y moral.

La aventura amorosa se inicia con el poema «Definiendo el amor o sus contrariedades», texto de gran calidad que descubre los problemas de su enamoramiento clandestino, como reflejan estas sentidas paradojas:


Borrasca disfrazada en la bonanza,
engañoso deleite de un sentido,
dulzura amarga, daño apetecido,
alterada quietud, vana esperanza410.



Utiliza el soneto renacentista para expresar el tema amoroso dentro de los cánones neoclásicos. Esta misma estrofa da cuerpo a «Ocho sonetos» que vienen a continuación, los que antes mencionaba Deacon, que le «fueron remitidos por un caballero a una dama», en realidad por García de la Huerta a la propia autora. Muchos de estos poemas se deben leer en clave autobiográfica por más que estén puestos en boca de otros personajes poéticos (Nise, Clori, Fénix, Amarilis, Clori, Fenisa, Celaura, Isabela...), ¿sus otras voces? Sincera autoconfesión deben ser las «Endechas expresando las contradicciones, dudas, y confusiones de una inclinación en sus principios y el plausible deseo de poder amar y ser amada sin delito», dirigidas a Favio. Tampoco son ficciones amatorias algunos de los poemas dedicados a Lelio o Clelio (como en las melancólicas «Endechas a la ausencia de un amante»), que pudieron tener al mismo destinatario extremeño si no olvidamos que en su correspondencia parisina Huerta utilizaba el seudónimo de don Francisco Lelio Barriga. Esta misma relación explican «Las octavas a la muerte de la actriz Josefa Huertas» ya que la cómica era amiga de entrambos pues fue la protagonista femenina en el estreno de la Raquel.

Los poemas eróticos rechazan, por propia voluntad, lo deshonesto y ovidiano, frente a lo que confiesa una cierta integridad moral como se lee en el romance «Elogios y encomios al amor verdadero, decente, lícito y honesto». Presenta el amor con una gama muy variada de matices temáticos: el hecho amoroso, dudas y contradicciones del amor, desconfianzas, «juguetes amorosos», esquiveces, desengaños, celos, volubilidad del amor, inconsciencia de ciertas enamoradas... En todo caso siempre es poesía femenina, es decir el amor está visto desde la mujer, con inquietudes y matices femeninos, con sensibilidad de dama, como se manifiesta en las doloridas «Endechas respondiendo una amada a las satisfacciones que su amante quería darla de haberla nombrado por equivocación con el nombre de otra Dama, a quien antes había querido, estando en conversación con ella».

Desconocemos la fecha y las causas explícitas de la ruptura sentimental de la pareja, que sin embargo dejó en este supuesto cancionero algunos poemas significativos de este doloroso suceso: «Soneto a la venganza de un amor mal correspondido», «Romance a la despedida de un amante que ya disfrutaba», entre otros. Lo cierto es que al gozo siguió el desengaño y a éste un resquemor profundo del que hizo profesión poética. A partir de este momento la producción lírica de la escritora afincada en Madrid se torna radicalmente feminista, con maduro raciocinio. De manera positiva, porque defiende sin desmayo a la mujer y su integración social, acorde con las propuestas ilustradas; y de manera negativa, porque recrimina con severidad al hombre acusándole de las relaciones dominantes e injustas con la mujer. En otro lugar se ha hecho notar su defensa del acceso de la mujer a la creación literaria y a la cultura. Y apoya el raciocinio femenino, de la misma manera que censura a las mujeres insustanciales y frívolas.

Muestra, en primer término, su desacuerdo con los tópicos amorosos de la poesía varonil. No es el hombre quien sufre de amor, sino la mujer quien tiene que soportar abandonos, altiveces, ausencias, celos, maledicencias, atrevimientos, engaños e inconstancia. En las «Seguidillas en que una dama da las razones porque no gustaba o no le habían gustado los hombres en general», la discreta Esmaradga desgrana todos sus defectos, sin encontrar a ningún varón que sea digno de aprecio. Es menester, pues, dar la vuelta a las tradicionales palabras de amor de los hombres. Ella misma rectifica a Góngora, «dulce plectro cordobés», y donde el poeta barroco ponía


Guarda corderos zagala,
zagala no guardes fe,
que quien te hizo pastora
no te excusó de mujer,



ella corrige con nuevos criterios:


Guarda corderos zagala,
zagala no guardes fe,
que los hombres comúnmente
no lo saben merecer411.



La poesía de Margarita Hickey se convierte en aviso de mareantes en el mar del amor. Haciendo gala de una experiencia en estos asuntos, mostrando un sagaz conocimiento de la sicología y de la sensibilidad femenina, les adereza a las mujeres oportunos consejos: previene a las jóvenes para que no entren «en la carrera del amor»412, desaconseja el matrimonio («a nadie tu fe destina, / conserva libre tu mano, / huye del loco inhumano, / que el amante más rendido / es, transformado en marido / un insufrible tirano»), recomienda a una monja que quiere casarse que se mantenga en religión, desengaña a las féminas de los falsos e inconstantes amantes... Se mantiene firme en su defensa de las mujeres, en la nueva valoración de sus virtudes humanas y sociales, superiores intelectualmente a los hombres. Leemos en una «Décima definiendo la infeliz constitución de las mujeres en general»:


De bienes destituidas,
víctimas del pundonor,
censuradas con amor
y sin él desatendidas:
sin cariño pretendidas,
por apetito buscadas,
conseguidas ultrajadas,
sin aplausos la virtud,
sin lauros la juventud,
y en la vejez despreciadas413.



Y como la mejor defensa es un buen ataque no se reprime en recriminar a los varones una inacabable retahíla de defectos: falsos, inconstantes, incapaces de amar verdaderamente, orgullosos, de torpes deseos, fingidores, ambiciosos... En las «Seguidillas al desengaño de una enamorada» no sale muy bien parado el amigo de Amarilis:


Amarilis hermosa
vio que su amante
era falso, engañoso,
vario y mudable;
y que quería,
no amándola, alevoso,
fingir caricias414.



Los zahiere con sus propias armas, es decir con las que habitualmente emplean para menospreciar a las damas, y los desnuda sin piedad de sus vicios más íntimos. Coloca a los hombres insustanciales al mismo nivel que a las mujeres frívolas que censuran los de su sexo, ya que no ejercen demasiado la inteligencia y se entretienen con banalidades de modas y peinados. Les advierte de que no se hagan demasiadas ilusiones en las relaciones amorosas porque la mujer también puede despreciarle, abandonarle: «recela cuerdo, / mudanzas de la suerte, / envidia o celos». O desconfía de la sinceridad de ciertos enamoramientos que se basan en lo meramente físico, «el amor y el apetito», sin que exista una sensibilidad auténtica y profunda. Leemos en una «Décima en la que respondiendo a una amiga que le pedía porfiadamente la hiciese una definición de los hombres, en punto al género y manera de su querer cuando aman o dicen que aman» lo siguiente:



Son monstruos inconsecuentes,
altaneros y abatidos,
humildes si aborrecidos,
si amados, irreverentes,
con el favor insolentes.

Desean pero no aman,
en las tibiezas se inflaman:
sirven para dominar,
se rinden para triunfar,
y a la que los honra infaman415.



Y en otro lugar, al trazar una «Definición moral del hombre», escribe este soneto:



Es el hombre, entre todos los vivientes,
el que mayor malignidad alcanza,
excediendo en fiereza y en venganza
a los tigres, leones y serpientes.

Son sus torpes deseos tan impacientes,
de él la simulación y la mudanza,
la traición, el engaño, la asechanza,
que no se halla en las fieras más rugientes.

De él la loca ambición con que quisiera
vejar y avasallar a sus antojos
todos sus semejantes, si pudiera.

Éste es el hombre: mira sin enojos,
si es que puedes, mortal, tanta quimera,
y para tu gobierno abre los ojos416.



El largo romance «Dedicado a las damas de Madrid, y generalmente a todas las del mundo» está plagado de sentidas alabanzas a las mujeres, y también de graves reservas al comportamiento de los varones:


Altas y nobles beldades,
discretas y hermosas damas,
que al humilde Manzanares
ilustráis con vuestras gracias;
cuyo sazonado chiste,
cuyo garbo, cuya gala,
cuya viveza, donaire
y disposición bizarra,
os han hecho tan famosas
en las regiones extrañas,
que entre todas las del mundo
sois mantuanas celebradas.
Sexo hermoso, combatido
sin piedad, con furia tanta,
a pesar y sin embargo
de creer vuestras fuerzas flacas,
por continuos enemigos
que con soberbia arrogancia
y aun cobardes, pues que
lidian con tan desiguales armas,
continuamente os acechan
y, suponiéndoos incautas,
de la buena fe abusando
os sitian, cercan y asaltan417.



No conozco otra literata que escriba con tanta dureza contra el varón, actitud que parece nacer no de un simple desengaño sino de un resentimiento profundo. Pero este camino acaba bruscamente, dando paso a una actitud de sincero arrepentimiento. Como si la autora hubiera tomado conciencia de su situación de pecado, la poesía amorosa es reemplazada por composiciones religiosas y morales. Sirvan de ejemplo las endechas endecasílabas tituladas «Afectos del alma al amor divino, y desengaño y reconocimiento de la fealdad del amor profano», que suena a devota oración después de una confesión general:


Divino Jesús mío,
quien a conocer llega
lo que vuestro amor vale,
¿cómo hay otro ninguno que apetezca?
¿Qué finezas igualan
vuestras grandes finezas,
ni dónde hay en el mundo
ternura y voluntad como la vuestra?
Por liberarme amante
de la justa sentencia,
que por mi grave culpa
fulminó contra mí la ley suprema,
os miro amartelado
con una cruz a cuestas,
cargado de baldones,
de oprobios, de calumnias y de afrentas,
llevando amante y tierno
por mí las duras penas,
que yo por mi delito
padecer y sufrir debería acerbas.
Tres veces el cruel peso
de mis graves ofensas,
en cruz simbolizadas
os abatió hasta el suelo de flaqueza418.



El arrepentimiento da fin a unos intensos años de su biografía personal: retorno a una vida privada, escritura de otras composiciones menos comprometidas. Aquí caben también los poemas morales de reflexión sobre la vida, la formación, la sociedad, las virtudes morales, la sensibilidad religiosa e incluso piadosa. Muy curioso el largo «Romance moral joco-serio, en elogio de la indiferencia, con cuyo motivo se reprehenden y motejan algunos vicios y defectos en general, con el buen fin solamente de corregirlos y de no satirizar a nadie en particular»: avarientos, jugadores, ambiciosos, codiciosos, viejos, petimetres metidos en olor, coquetos, falsos sabios419. En esta nueva etapa el amor divino queda claramente por encima del humano420.

Una de las piezas más acertadas de este nuevo tipo de obra religiosa son unos «Villancicos»421 que le encargaron a la autora para celebrar la Navidad, y que presenta dramatizados. Una nota advierte que, discutiendo en una tertulia sobre la futilidad de muchos villancicos navideños según ya había señalado el padre Feijoo en un ensayo, pretendía dar mayor categoría intelectual a unos textos, personajes y temas que provenían de la tradición. Casi se trata de una breve pieza dramática de Navidad, una especie de auto de Navidad, para cuya escritura ha podido utilizar un texto tradicional de los que se escenificaban en las iglesias. La Voz es el discurso del narrador ordenando la representación. Las personas dramáticas son Gil y Pascuala, que alternan sus palabras para describir plásticamente una escena navideña con su portal, con sus pastores, con el tipismo propio de estas composiciones de Navidad, dialogando también con la Voz. La acción se entrevera con el villancico cantado en varias ocasiones, que sirve para cerrar también el pequeño auto de Navidad:


Bendito sea el que vino
en el nombre del Señor,
mil veces sea bendito,
bendita sea su Madre,
bendito el Padre y el Hijo,
bendito con ellos
sea el Espíritu Divino422.



El orden del apartado «Poemas varios», aunque no sea rigurosamente cronológico, refleja a la perfección las distintas etapas de la biografía íntima de la autora en relación con su experiencia amorosa. Esta interpretación queda confirmada en el poema que cierra el volumen «Remitiendo a un conocido estas Poesías», que bien pudiera haberse situado al principio por su intención de explicar su obra como si fuera un prólogo. Estas producciones, que «tímida publica», pretenden ser un alegato contra el amor profano, una guía para ayudar a las enamoradas a conducirse en el mundo del amor, una versión desengañada por el mismo. También hace referencia a su profesión de escritora, mencionando la República Literaria de Saavedra Fajardo, a su genio «siempre discursivo», a su estilo personal:


Que en mis poesías,
su esencia o estilo
hallares acaso,
enmiendes prolijo.
Déjalas que corran
conforme han salido
de mis flacas manos,
y débiles bríos
que si ellas lo valen
sus defectos mismos
les darán realce
sin más requisito.
[...]
Con todas las faltas
y los desatinos
que en mis versos se hallen,
ciertos o fingidos,
que agraden a algunos
yo no desconfío,
pues que hay, por ser siempre
los gustos distintos423.



Espera no haber cometido ningún delito ni contra el lenguaje, ni contra la versificación. Toma sus precauciones contra la crítica adversa que pueda tener su libro, puesto que lo observarán con mayor celo por provenir de las manos de una mujer:


No dudo, Danteo,
persuadida vivo,
que los Aristarcos
y Momos del siglo,
hincarán el diente
con audacia y brío,
diciendo arrogantes,
tanto como altivos:
¿Que quién me ha inspirado
o quién me ha metido,
no habiendo las aulas
cursado, ni visto,
ni haber saludado
acaso el distrito
de la docta Atenas,
y culto latino,
en hablar de cosas,
materias y estilos,
de mi sexo ajenas?
Y ya enfurecidos,
en un Dracon fiero
cada uno erigido,
la vulgar sentencia
intimarme inicuos,
de que de mi estado
los propios oficios
son la rueca, el uso,
la aguja y el hilo424.



Desde el punto de vista de la forma, domina bien los metros y los ritmos: romances, octavas, endechas, sonetos (algunos hábilmente trazados), redondillas, décimas, y aun la popular seguidilla. Es poetisa de escritura fácil y estilo natural, enemiga de pulir los versos demasiado. «Me salieron así naturalmente de la pluma, y sin trabajo alguno conceptuosos y corrientes», confiesa en algún sitio. Desprecia la artificiosidad, y a veces peca de expresión excesivamente llana y prosaica. Utiliza un lenguaje rico, y tiene tendencia a usar sin temor términos nuevos, que justifica, y creaciones poéticas novedosas. Sobre esto opina que los límites del idioma son «el buen juicio» que se concreta en la precisión del término, en que sea claro y comprensivo, que resulte sonoro. Margarita Hickey es una poetisa original: si en ocasiones no mantiene la tensión lírica, siempre manifiesta el tono y el ánimo inflamado especialmente para defender a la mujer con conciencia de grupo y de sexo.

A pesar de que estaba autorizada la publicación de los dos tomos previstos al principio, sólo apareció el primero. Podemos sospechar que este proyecto no salió adelante debido a la conjunción de varias razones. Acaso se desató un movimiento en contra de la autora por sus agresivas ideas feministas, que parecían excesivas en una persona próxima a la corte que había publicado el libro en la Imprenta Real, aunque no he hallado ninguna referencia expresa sobre el mismo. La vieja amistad con el perseguido García de la Huerta, por más que hubiera concluido ya la relación, tampoco debió favorecer el nuevo intento editor. Por otra parte, el arrepentimiento personal debió cortar la trayectoria poética iniciada por aquel libro. Otra causa que no debemos olvidar es que el año 1789 estalló la Revolución Francesa, y se tendió un cordón ideológico para amortiguar la influencia ideológica del país vecino. Se prohibió de manera tajante la edición de obras francesas, como la traducción de Voltaire que la escritora preparaba para el siguiente volumen, autor que estaba rigurosamente vetado.




María Rosa Gálvez

El Parnaso neoclásico fue visitado por otra escritora de gran personalidad como fue María Rosa Gálvez de Cabrera, aunque ejerciera más de dramaturga que de poetisa425. Vino al mundo en Málaga el año de 1768, de ascendencia desconocida pero «de ilustres de distinguida nobleza», por lo que estuvo un tiempo acogida en la casa de expósitos de Ronda. Fue adoptada y educada por Antonio de Gálvez, de quien se sospechaba que era el padre verdadero, y Mariana Ramírez de Velasco, los cuales, como carecían de descendencia, la trataron como si fuera hija. Emparentaba de este modo con los famosos Gálvez, ya que don Antonio era hermano de José de Gálvez, marqués de Sonora y futuro ministro de Indias. En julio de 1789 casó en su ciudad natal con José Cabrera y Ramírez, teniente de infantería y primo suyo. En 1793 nació una hija que debió morir a temprana edad, según confiesa en una carta en la que ella reconocía «una angustiosa y contradictoria existencia de hija sin madre y madre sin hija»426. El fallecimiento de sus padres adoptivos le procuraron en herencia la mitad de sus posesiones en Málaga, Vélez y Puerto Real, con cláusula de sustitución a favor de su prima María Teresa, hija del citado marqués. El legado dio lugar a varios pleitos entre el matrimonio Cabrera y sus primos que concluyeron con la venta y embargo de parte de los inmuebles y la prisión, a finales de 1794, de su marido José Cabrera por amenazar a una persona «con armas prohibidas». La situación familiar se deterioró gravemente, según ha estudiado Bordiga Grinstein, obligada la joven esposa a pleitear y casi arruinada por los gastos del juicio y las deudas del marido quien, por otra parte, no retornó al hogar una vez liberado de la cárcel. Con suma valentía solicitó la disolución del vínculo matrimonial, separación legal que no era factible ya que no existía una ley de divorcio, por lo que tales situaciones sólo admitían dos soluciones: o se reconciliaban los esposos o ingresaba la mujer en un convento. Se arregló el problema con la reconciliación «como es conducente a todo buen matrimonio» y, quizá aconsejados por la autoridad para evitar mayores escándalos en la ciudad, el 2 de diciembre de 1796 fijaron su residencia familiar en Cádiz.

En 1800 pasó María Rosa Gálvez a vivir a Madrid, donde residía en la calle Francos. Basándose en fuentes poco fidedignas y a la postre erróneas427, Serrano y Sanz popularizó la imagen de una mujer a quien hizo salir de Málaga a causa de su mala conducta moral, y ahora mantener relación íntima con Manuel Godoy, si bien se veía obligado a matizar «que en este punto la maledicencia ha exagerado notablemente los hechos, hasta afirmar que la poetisa recreaba al Ministro, no sólo con sus caricias, sino que, prostituyendo la poesía, le distraía de graves ocupaciones con la lectura de versos en extremo lozanos y verdes»428. No parece razonable que, estando relacionada la joven con familia tan bien considerada socialmente como los Gálvez, pudiera estar su conducta en boca de todos. También es posible como mantiene R. Andioc, que su personalidad se haya confundido con la de otra mujer que llevaba el mismo apellido429. R. Foulché-Delbosc editó un manuscrito coetáneo intitulado Los vicios de Madrid (1807)430, escrito como otros muchos que se publicaron en la época en descrédito del Príncipe de la Paz, en el que de forma dialogada se hacía referencia a personajes del mundo cortesano de la época: así menciona a María Rosa, de la que no dice nada despectivo, junto a una tal Matilde Gálvez. Esta debió de ser dama de vida alegre según se refiere en el mismo escrito: «Es una de las mujeres más bonitas que se han conocido en España. No hay uno que no la cobre amor apenas la ve. De suerte que le han dado el nombre de la divina Matilde».Y uno de los interlocutores matiza sin reservas más adelante: que «era doncella, y el Príncipe de la Paz determinó por buena providencia que no lo fuese. No sólo hizo ese favor, sino que la dejó embarazada y, por ocultarlo, la casó con un tal Minutulo, a quien hicieron coronel de Farnesio». Otros muchos personajes de la corte gozaron de los favores de la coronela, cuyo marido era en realidad el brigadier Raymundo Capeche de Minutolo. Andioc identifica a la divina Matilde con una hija de Bernardo de Gálvez, conque de Gálvez, gobernador en Luisiana y Cuba y luego virrey de México, al parecer aficionada a las letras, cómica ocasional en funciones privadas, y que acabaría desterrada en Badajoz. Entre las amigas de la joven se menciona a la duquesa de Aliaga, que se entendía con Diego Godoy, hermano del primer ministro.

Pasado un tiempo, vino a Madrid José Cabrera sin que llegara a convivir con su esposa ya que moraba en otro domicilio. Aprovechó su conocimiento de idiomas para solicitar (1803) un puesto en una embajada. Por recomendación de Godoy consiguió un destino en «un ministerio de Estados Unidos», en realidad ayudante de embajada con un sueldo de 12.000 reales anuales, mientras se le ascendía a capitán graduado. Su marcha a Estados Unidos le apartó para siempre de la compañía de su todavía esposa, pero no de las dificultades pues llevó una vida desarreglada, cometió varios delitos económicos por los que fue enjuiciado y condenado a diez años de «trabajos públicos». Por este motivo en 1804 perdió su puesto en la embajada, consiguió salir de ese país y fue encerrado en el castillo del Morro de La Habana, para retornar a su patria en agosto de 1806.

La relación de la escritora con Manuel Godoy, sin necesidad ya de que hiciera competencia a la reina María Luisa de quien también se le suponía amante, debió de situar a la poetisa malagueña en el entorno de las intrigas palaciegas que, en su intento de moderar la Ilustración para reducir el impacto de las ideas revolucionarias, arrastró a la cárcel o al destierro a conocidos prohombres de las letras (Jovellanos, Meléndez Valdés...), que después oscurecieron el poder del Príncipe de la Paz. Cuando su estrella política decayó, tal vez quedó en entredicho la corte cultural que le rodeaba y la Gálvez debió de sufrir las consecuencias de esta política. Algún estudioso la supone Bachiller en filosofía; los más, creen que fue escritora de formación autodidacta, aunque estaba bien informada y al tanto de las modas literarias europeas y españolas.

No parece probable que José Cabrera volviera a encontrase de nuevo con su mujer quien, «enferma en cama», había hecho testamento el 30 de septiembre de 1806, con el ritual propio de estas piezas legales431. Por el mismo sabemos que vivía en su casa al cuidado de una criada llamada Francisca de Casas, a la que deja un sueldo vitalicio de seis reales, muebles, ropa y menaje «excepto las alhajas de plata, oro y pedrería, y los libros y papeles». Falleció el 2 de octubre siguiente, se le «enterró de secreto», y sólo llegó su óbito al conocimiento público cuando un poeta anónimo cantaba con la redondilla titulada «A la muerte de doña Rosa Gálvez, insigne y sola española poetisa del tiempo presente» aparecida en el Diario de Madrid del 14 de octubre:


A llanto y dolor nos mueve
la muerte de aquella sola
discreta Musa española,
que valía por las nueve432.



La mayor parte de su producción literaria quedó recogida en los tres volúmenes de Obras poéticas (1804)433, que publicó en la Imprenta Real a instancias de Godoy, después de solicitar la pertinente ayuda ya que «se halla imposibilitada de dar a luz dichas obras, por no tener con qué costear los gastos de impresión, y defraudada por consecuencia de la compensación a que no deja de ser acreedora su aplicación. A esto puede agregarse el deseo de hacer público un trabajo que ninguna otra mujer, ni en nación alguna tiene ejemplar, puesto que las más celebradas francesas se han limitado a traducir o cuanto más han dado a luz una composición dramática»434. No es de extrañar que remitiera un ejemplar de la obra en agradecimiento al Príncipe de la Paz, junto a otros dos para la reina, «que tales como son carecen de ejemplares en su sexo, no sólo en España sino en toda Europa». Tampoco había puesto ningún inconveniente la censura de don Santos Díez González que «son fruto no despreciable del ingenio de una mujer». Manuel José Quintana las recibió de manera positiva en una reseña que hizo de la edición:

Lo que más luce en ella es un estilo claro y puro y una versificación fácil y fluida. Estas dotes unidas a imágenes agradables y a pensamientos, si no siempre fuertes y escogidos, por lo menos generalmente dulces, recomiendan las poesías líricas de esta colección435.



Sólo una tercera parte del primer tomo recoge composiciones poéticas, incluyendo a continuación la ópera lírica Bion y las comedias El egoísta y Los figurones literarios, aunque estén redactadas las tres en verso436. En una «Advertencia» que las precede aclara la autora las circunstancias de su escritura:

Las poesías líricas impresas en este tomo son por la mayor parte hijas de las circunstancias; y sólo las presento como una prueba de lo que he podido adelantar en este género. Tales cuales sean unas y otras, confieso ingenuamente que no es mi ánimo entrar en competencias literarias con los que corren como poetas entre nosotros. Conozco la diferencia que hay entre unos talentos mejorados por el estudio, y una imaginación guiada sólo por la naturaleza. Por tanto, espero que, leídas estas obras sin prevención, logren la indulgencia del público437.



La reflexión de la escritora resulta pertinente para aclarar que como autora no quiere entrar en competencia con nadie, que su creación nace de la estética neoclásica, y que el contenido de sus poemas son «temas de circunstancias». Los versos han nacido en el espacio cortesano en el que vive la poetisa, escritos en este ambiente, leídos en las tertulias de la corte, y están marcados por circunstancias políticas concretas. «La campaña de Portugal», compuesta en silvas, debe referirse a los episodios bélicos librados con el país vecino en la denominada Guerra de las Naranjas (1801), que terminó en junio del mismo año con el Tratado de Badajoz. Más que la descripción de los episodios bélicos importa especificar la situación política de manera general manejando los tópicos oportunos: valentía de los soldados, los datos fundamentales de la guerra, la paz que cierra el episodio militar. Y concluye el poema con el recuerdo del Príncipe de la Paz a quien va dirigido:


Y ¿a quién mejor que a ti la musa hispana
deberá celebrar, pues generoso
proteges de las artes las tareas;
pues tu influjo piadoso
en su prosperidad benigno empleas?
Yo a tu valor la dulce poesía
reverente consagro, ella te ofrece
la gloria de tu patria, que deseas,
y en tu canto aparece
de tu campaña el triunfo, que en la historia
hará inmortal tu nombre y mi memoria438.



Referencias históricas hallamos igualmente en la oda titulada «Las campañas de Bonaparte en Italia», que refleja a las claras las componendas políticas del gobierno español con el francés: «seguiré tus hazañas por doquiera, / defensor de tu patria». La poetisa áulica encuentra otras veces su inspiración en el retrato de los lugares por los que pasea la corte en las distintas estaciones: «La descripción de la fuente de la Espina en el Real Sitio de Aranjuez», romance endecasílabo agrupado en cuartetas que hace una pintura de algunos jardines y fuentes de palacio sumamente vistosa; la «Despedida del Real Sitio de Aranjuez», en octavas, de resonancias garcilasianas. Mayores valores literarios hallamos en la «Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso», que dedica a su amigo el joven poeta Manuel J. Quintana, con recuerdos de la reflexión moral de fray Luis que aborrece del orgullo de la ambición, para buscar la soledad, la intimidad, la reflexión («aquí, alma mía, / respira libremente»), como en esta estrofa en la que se pintan las fuentes del Real Sitio:


Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros
el obsequio gozar, no merecido,
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo439.



Esta composición nos desvela una personalidad diferente a la cortesana en la que la poetisa desnuda su alma oculta y reflexiva, como se manifiesta en algunas composiciones de tono filosófico y moral. «La vanidad de los placeres», casa mal con las celebraciones festivas de la corte, pero trae a la superficie la realidad de sus problemas personales: el lujo, los placeres, el amor, sin olvidar «ingratitud, traiciones», los celos, la caza, los bailes, los puestos políticos, todo son placeres pasajeros, sometidos a la voluble fortuna, sólo la virtud es perdurable. En «A Licio. Silva moral» aconseja a un anciano fortaleza espiritual para combatir contra la maledicencia, el rencor, la envidia. Mayor calado ideológico hallamos en la oda «La beneficencia», dedicada a la condesa de Castro Terreno, en realidad su prima María Teresa de Gálvez, para conmemorar el discurso que pronunció en la Real Junta de Damas de la Económica Matritense en elogio de la reina. Presenta a la Beneficencia, uno de los temas más apreciados de la política de la Ilustración, como una diosa que desciende del Olimpo «para aliviar a los mortales». Busca en la tierra al corazón «noble y piadoso» que sea capaz de aliviar con su bondad natural las necesidades de los pobres, que agradecen estas generosas ayudas. Amira, nombre poético de la autora, desea recibir este don para que pueda ayudar a los necesitados, a los humildes artesanos, a los agricultores, a los hospicianos, a los asilados:


Y vosotros, viciados corazones,
con el lujo engreídos,
de la beneficencia ver el fruto.
Y cuando no podáis enternecidos
pagar a sus bondades el tributo
de la santa virtud, volved los ojos
del tiempo de impiedad a los despojos440.



De asuntos de circunstancias, en este caso de tema literario, versan los titulados «En los días de un amigo de la autora», que con el nombre poético de Sabino parece tratarse de un escritor; los versos sáficos «A don Manuel Quintana en elogio de su Oda al Océano»441, sincero amigo de la autora que le ayudaba a superar las dificultades («sensible y sabio, de amistad movido»); «En elogio de la representación de la opereta intitulada El delirio», versión realizada por Dionisio Solís de una opereta de Révéroni Saint-Cyr, puesta en escena en el coliseo del Príncipe el 9 de diciembre de 1801 con música de B. Gil, en el que valora la capacidad de enajenación del teatro que te introduce en la fábula, sus valores sociales y morales («las bellas artes combaten la maldad»), la habilidad escénica del cómico que la representó:


Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto
coronad al actor que, despreciando
el negro vicio y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
Porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo442.



Me ha interesado de manera particular el poema metaliterario «La poesía, oda a un amante de las artes de imitación», en el que desgrana sus opiniones sobre el arte poética. Amira, «anagrama del nombre de la autora» se lee en una nota a pie de página, solicita a las musas inspiración para practicar «el arte imitadora». Repasa las materias que pueden ser motivo de inspiración, ligadas a los modelos que aportaba la tradición clásica, con indicación de las enseñanzas que de ellas devienen: El saber de la musa Helicona que canta el heroísmo siguiendo «el arte del divino Homero», «el sublime Virgilio», Tasso; el de Melpómene, el drama trágico, con recuerdo de los autores griegos (contra los que se alzaron «los genios de la Italia su barbarie, / y los hijos del Támesis undoso, / rivales de la España, / emprendieron también igual hazaña»), y de los renombrados autores modernos como Corneille, Racine, Voltaire, Crébillon; el de Euterpe, la lírica, con la mención de los maestros clásicos (Horacio, Ovidio, Catulo, Propercio Tibulo) y entre los modernos «el tierno Metastasio», al suave y armonioso Gessner, poeta, pintor y grabador suizo autor de los Idilios (1756 y 1772) que alcanzó un gran predicamento entre nosotros. No podía olvidar en este recuento histórico a las escritoras que habían accedido al Parnaso clásico:


También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar. Celebra Atenas
a la dulce Corina,
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado,
que el mérito fue siempre desgraciado443.



Aproxima luego su memoria a escritoras más recientes mentando a la «sensible» Deshoulières, imitadora de Gessner en Francia, en realidad la lírica francesa Antonieta Teresa Deshoulières (1662-1718), editora de las obras de su madre Antonieta de Ligier de la Garde, la «décima musa», autora de un importante legado literario de sabor neoclásico de tragedias, comedias, composiciones poéticas (elegías, églogas, madrigales, odas) publicadas en 1695 y reeditadas en París en 1747. Todas ellas han sido su ejemplo y su modelo de inspiración, por lo cual las ensalza sin límite:


Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará y, arrebatada,
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales444.



Espera ascender con ellas a la cumbre del Parnaso, a pesar de las envidias de los contrarios a la creación femenina:


Así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama.
Tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce
que le sirve de basa, el justo elogio
que te consagro se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida445.



Concluyo el repaso del apartado lírico de las Obras poéticas de María Rosa Gálvez con la mención de la composición «La noche», que subtitula «canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio». Se trata de un poema elegíaco en recuerdo del fallecimiento de esta amiga, con lenguaje muy bien sostenido, y que comienza así:


Tinieblas gratas de la oscura noche,
a un corazón sensible, que desea
vivir para pensar vuestro silencio,
la calma anuncia; las veloces sombras,
cayendo de los montes a los valles,
cubren la tierra; el pardo jilguerillo
los últimos cantares repitiendo
al nido vuela, y el pastor conduce
al redil su rebaño numeroso446.



Silencio, «dulce melancolía», para ensimismarse en el dolor, en la constatación de la ausencia, en un escenario nocturno, mientras reflejan en las aguas del Tajo «su incierta luz las sombras de los bosques». La noche, que es un fenómeno astral, pero también significa soledad y sentimiento, espacio de reflexión donde la escritora siente que «todo, todo nace para morir».

La lectura de estos poemas me permiten reinterpretar de manera distinta a esta poetisa que había tenido hasta el presente muy mala prensa. Ni es tan frívola como se suponía, ni sus versos tratan todos asuntos políticos o de circunstancias. Se trata de una autora con dos caras distintas y aun contrarias: en una brilla la escritora cortesana, en la otra se explaya la persona que ha sufrido amargamente los hachazos de la vida, que tiene motivos para la reflexión desengañada, incluso para el dolor y el llanto. Por otra parte, estamos ante una autora con conciencia de su condición femenina, por más que ella lo tuviera más fácil al pertenecer al ámbito cortesano. Practica un estilo neoclásico: los subgéneros pertenecen a esta estética; su lenguaje poético modera la adjetivación, utiliza las usuales referencias mitológicas; la métrica emplea las estrofas habituales entre los modernos (silva octava, versos sáficos, romance endecasílabo).

Apenas si publicó la escritora malagueña, olvidado el teatro que Se estudiará más adelante, algún otro trabajo al margen de sus Obras poéticas. En la revista quincenal Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, fundada en 1803 y dirigida por su amigo M. J. Quintana encontramos un «Viaje al Teide»447, firmada por MRG. Y una oda de tono ilustrado «En elogio a las fumigaciones de Morvo», vio la luz en Minerva o el Revisor General, periódico creado por Pedro María Olivé448. Lo último que publicó fue un folleto poético intitulado Oda en elogio de la marina española449, composición patriótica en línea con otros poemas de circunstancias que había recogido en su colección de Obras poéticas, elogiosamente recibido por el autor de una reseña aparecida en la Minerva:

No es poco lauro para las armas españolas el que entre tantos ilustres poetas como han cantado su honor y gloria, se halle una poetisa conocida ya en el Parnaso español por otras muchas composiciones en los géneros más sublimes de la poesía.

Sea cual fuese el lugar que esta ilustre dama debe ocupar entre los demás poetas de la nación, no se la podrá privar del mérito de dar a su sexo un grande ejemplo, cultivando las nobles artes, y de ser, si no la única poetisa española, a lo menos la principal y más fecunda; todos convendrán también, a lo menos así nos parece, en que reúne a un talento naturalmente poético, fuego, facilidad, gracia y a veces armonía450.






Otras poetisas

Cerramos el círculo de escritoras modernas con dos poetisas que desempeñaron su creación literaria lejos de los círculos cortesanos más propensos a las novedades. El género de la fábula iniciado con el libro de Samaniego realizó una andadura exitosa ya que era una fórmula que se adaptaba perfectamente a la voluntaria intención utilitaria de los ilustrados. En seguida pasó del volumen a la prensa, al ser un tipo de composición que se acomodaba con decoro a este medio, al ofrecer un divertido relato, completado luego por la consiguiente moraleja educativa. Algún periódico llegó censurar este abuso: «No parece sino que la joroba de Esopo ha esperado a reventar en nuestra nación y en nuestro siglo, y que de ella ha salido una carnada de Esopillos, para llenarnos de apólogos y no dejar sentencia moral, política ni literaria que no tenga su fábula al canto», señalaba un despreciativo Sancho Azpeitia451. No resulta extraño, por lo tanto, que alguna mujer se apuntara a esta moda literaria generosamente acogida en los periódicos progresistas. Tal ocurre con las que publicó Rafaela Hermida Jurquetes en el Semanario Erudito y Curioso de Salamanca, hebdomadario cercano a los grupos reformistas de la universidad452. Dos fábulas nacidas de su pluma vieron la luz en sus prestigiosas páginas tituladas «El Milano y las Aves» y «El Alano y el Conejero»453. La primera venía precedida de una carta firmada por un tal Deliso a la dirección, confirmando la originalidad del relato, destacando su enseñanza, mientras recordaba que la «emulación ha sido la que incitó a componer una fábula a una señora más distinguida por sus talentos y por sus luces, que por su jerarquía, y más distante de la envidia que del amor de la gloria». No conocemos otros textos de esta ocasional escritora, la cual no realiza mal su oficio de fabulista.

Fuera de los circuitos habituales de la creación poética se encuentra la obra de María Joaquina de Viera y Clavijo, hermana del conocido escritor ilustrado canario José de Viera454. Teníamos noticia de su existencia a través de la Bio-bibliografía de escritores de las Islas Canarias de Agustín Millares Carlo455, aclarada con mayor precisión en sendos artículos de Fraga González y de la profesora Victoria Galván González456. Nació en La Orotava (Puerto de la Cruz, Tenerife) en 1737. Dado que su padre había sido trasladado a La Laguna y al morir su madre se mudó a vivir con su progenitor, conviviendo con los grupos ilustrados de la ciudad. Entretuvo su tiempo en la escultura, como discípula del imaginero J. Rodríguez de la Oliva, y en la literatura componiendo versos, que se conservan inéditos en un archivo privado. Siguiendo a su maestro pasó a Las Palmas de Gran Canaria, donde su labor artística quedó en segundo plano al no poder promocionarse por razones de su sexo, reduciéndose finalmente a una actividad casi familiar. Crece a la par su interés por las letras, participando en las tertulias literarias, por más que la puesta al día de la mujer se desarrollaba en las Islas en medio de grandes dificultades, ya que la educación femenina sufría un gran retraso. Mantuvo la soltería toda su vida y se dedicó a cuidar a sus hermanos hasta su muerte en Las Palmas de Gran Canaria en 1819. Sus Poesías fueron, parcialmente, publicadas en 1880 por J. A. Álvarez Rixo457, y en otras revistas del XIX. No he tenido la oportunidad de conocer los poemas impresos ni por supuesto tampoco los manuscritos, y por lo tanto sólo puedo ofrecer informaciones indirectas de la misma. Escribió sobre temas variados: costumbristas, religiosos, circunstanciales, para inmortalizar los asuntos festivos en relación con los sucesos políticos (cumpleaños reales, recepciones). Crítica social hace en las endechas tituladas «Vejamen a las presumidas modistas», donde censura con gracia distintos tipos de mujer moderna, las modas (las tapadas frente a las elegantes, partidarias de las novedades extranjeras en el vestir), con una descalificación radical de las mujeres desenfadadas y liberales. En la crítica a la «marcialidad» adopta unos austeros criterios morales que brotan de su sensibilidad cristiana, poco moderna:


Pero sólo meditan
en las modas más raras,
en el lujo, en la pompa,
en la inmodestia infausta458.



Y se lamenta de que incluso asistan de esta guisa a las funciones sagradas de la iglesia. La misma razón le lleva a cultivar una abundante poesía religiosa, escrita no desde la perspectiva del jansenismo, sino con una actitud moralizante que convierte muchos de sus versos en oración piadosa, recordando sus estudios en el convento de Santo Domingo. Incluye temas sacados de la Biblia, asuntos sobre el calendario eclesiástico, motivos marianos. En resumidas cuentas, a pesar de que su hermano fue un escritor netamente ilustrado, el compromiso de María Joaquina no acaba de madurar por completo. Ahogado tal vez por una educación tradicionalista, no acabó por encontrar un ambiente lo suficientemente reformista que le ayudara a superar estas limitaciones de su formación. Su discurso progresista en otras cosas se mezcla sin pudor con la defensa de los valores más castizos del sacrificio, la pureza. Sólo algunos poemas recuerdan a ciertas autoridades eclesiásticas de la Isla como el obispo Tavira, jansenista confeso. La métrica prefiere estructuras estróficas usadas en ambientes clasicistas: soneto, lira, quintilla, endecha real, por más que se utilizan con asuntos impropios.

Poco estudiada es la personalidad de María Francisca de Isla y Losada, hermanastra del famoso padre Isla, jesuita expulso. A partir de los datos que proporciona Serrano y Sanz sabemos que nació en Santiago de Compostela hacia 1735459. Casó en 1754 con Nicolás de Ayala. Persona instruida y atenta a la cultura, tuvo una relación fraterna e intelectual con su hermano, el cual le consultaba algunos problemas sobre sus proyectos, según prueba la correspondencia que se conserva: «Hija, hermana y señora mía: hija, porque te saqué de pila; hermana, porque tuvimos un mismo padre, aunque con grande distancia de años, y señora mía, por el respeto que se debe a tu sexo sin ofensa del fraternal amor ni de la más avanzada ancianidad»460. La fama de la gallega llegó en 1773 al viejo Mercurio Histórico y Político que descubrió al público madrileño su habilidad para redactar cartas, sin olvidar «la facilidad del estilo, la coordinación en los pensamientos y la diversidad de los asuntos»461. Mantuvo relaciones con intelectuales locales de la talla del cura de Fruime, y con el arzobispo de Santiago Francisco Alejandro Bocanegra, que le consultaba en asuntos mundanos. Fue apoyo de su hermano José Francisco durante su exilio de Bolonia, para convertirse después en activa propagandista de su obra, editando algunos textos que habían quedado inéditos tras su muerte en 1781, solventando con acierto algunos problemas con la censura, y promotora de algunos textos apologéticos en defensa de su memoria. A Las cartas familiares (1785-86, 4 vols.) añadió María Francisca un prólogo, y editó Compendio histórico de la vida, carácter moral y literario del célebre padre José Francisco Isla (Madrid, 1803) de José Ignacio de Salas, en cuya composición había participado ella misma. Pero he puesto en este lugar a nuestra autora porque además fue poetisa aunque parece que gran parte de su producción fue quemada por ella misma antes de su muerte. Una persona que las conoció las describe: «eran cuartetas, décimas y otros poemillas sobre asuntos insignificantes» que define como frías y mal rimadas. No puedo evaluarlas porque no las conozco, ni tampoco he tenido tiempo para leer un poema que se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacional titulado «Despedida de Lida y Armido, canto heroico»462.





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