La horrible empresa, el espantable efecto |
de la sangrienta Alecto administrado, |
canto, de los dos bandos encontrados: |
el uno de los gatos infieles |
y el otro de los perros animosos |
5 |
y leales, y cómo fueron muertos |
y vengados los gatos de su ofensa |
de haber muerto a la gata Muracinda. |
Oh musa, a quien le toca este cuidado |
no te desdeñes del sujeto humilde, |
10 |
pues ya cantó de ranas y ratones |
el smírneo poeta, y la sagrada |
lira de Mantua, en números divinos |
nos dejó la memoria de un moxquito. |
Tú (oh celeste Can) que entre los astros |
15 |
tienes tu asiento, envía tu socorro |
en favor de tus canes, que la Muerte |
los tiene condenados a que mueran, |
por el orden fatal que iré contando. |
Tomares, es un agradable pueblo |
20 |
principio del riquísimo Ajarafe |
puesto en la altura de una ecelsa cumbre, |
famoso por los frutos de que abunda |
y por su ilustre fuente esclarecido. |
Este fértil lugar de Baco y Palas |
25 |
por la parte del Euro que le espira |
y la Aurora le da la luz primera, |
mira a la sacra Hispalis y al Betis |
cómo ciñe la vega de Triana, |
fértil de vides y árboles frutales; |
30 |
de aquí se ve, volviendo el rostro al Bóreas |
de la rica Triana el llano asiento, |
do está el Tribunal sacro que defiende |
la verdadera fe contra Lutero; |
desde aquí, atravesando el pueblo ilustre, |
35 |
que dos millas está nuestro Tomares, |
donde esta historia su principio tuvo, |
que fue éste su origen verdadero: |
En los tiempos pasados tuvo un cura |
de gran dotrina y de virtud ejemplo, |
40 |
que a todo aquel lugar administraba |
los divinos oficios, enseñando |
las cosas de la Fe a la rudeza |
del vulgo agreste que tenía a su cargo. |
Un día sucedió, que entró en su casa |
45 |
cuando el Sol puesto en su mayor altura, |
hería la tierra con derechos rayos; |
ocupó el padre cura, silla y mesa, |
bastecida de frutas y viandas |
con moderada cantidad en todo, |
50 |
que la mesa templada desta suerte |
huye con menosprecio, y abandona |
la gulosa abundancia, que promete |
dar de comer a cien epicúreos |
y osa a Fabricio convidar en ella; |
55 |
prosiguió su comida, y tomó un hueso |
(en que el Hado encerró la dura muerte |
que lo había de ser de tantas vidas) |
y echóselo a la gata Muracinda |
a quien él regalaba con estremo. |
60 |
Desto se ofendió mucho Tribugena, |
una podenca dél tenida en mucho |
porque en su ministerio era ecelente; |
gimió entre sí, dudando qué haría, |
con mil bascas airada, vacilando, |
65 |
dio tres aullidos y escarbó la tierra |
de la ira instigada en que vía arderse; |
temiendo al cura estaba suspendida, |
viendo el agravio, ardía en furor y rabia. |
Al fin rompió el enojo la templanza; |
70 |
sin poder más de sí, dejó las dudas |
que tan perpleja la tenían dudando, |
llena de horror sin recelar ya nada |
llegó a la gata, acometió a quitalle |
por fuerza el hueso; ella lo defiende |
75 |
con boca y manos, erizado el pelo. |
Tribugena en quitárselo porfía, |
y ambos asidos dél, la Muracinda |
largó la presa y aprestó las uñas |
aferrando la cara a la podenca, |
80 |
que toda se la aró de un cabo a otro |
que le obligó a dejar el factal hueso; |
sentida del dolor y del agravio, |
de los lomos le hizo fuerte presa |
saleándola a una y otra parte |
85 |
sin largalla jamás de entre sus dientes, |
rindió el vital espíritu a la Muerte. |
Cuando el cura su gata vido muerta |
desvía la silla y la mesa arroja, |
dando crecidas voces sin concierto |
90 |
maldiciendo la perra y quien la trujo |
a su poder. Echando por los ojos |
fuego, de la congoja y el enojo, |
arremetió con ella, y con un cabo |
de una hacha, le dio inhumanos golpes, |
95 |
que la tendió en el suelo, echando sangre |
por la boca, los ojos, y narices; |
y queriendo acabar con ella, un lazo |
corredizo le puso a la garganta, |
mandando a dos criados, que en comiendo |
100 |
la llevasen al campo y la ahorcasen. |
Amarróla a una reja que tenía |
en el zaguán, y vuelve a ver su gata, |
que cercada de gatas y de gatos |
estaba, que Mardux, un gato amigo |
105 |
como la vido muerta, en los tejados |
se subió maullando y dando aviso |
del desastrado fin de Muracinda. |
Al lloroso maullar, por los tejados, |
por las calles, las puertas, y ventanas, |
110 |
por las bardas, vallados y portillos |
acudió tanto número de deudos, |
conocidos, amigos, y obligados, |
sin que en el pueblo y toda su comarca |
quedase por venir un solo gato, |
115 |
que llenaron la casa de alto a bajo. |
Un gato que servía a un hortelano, |
llamado Tusicol, de mucha fama, |
que había hecho muchos desafíos |
y muerto muchos gatos en campaña, |
120 |
era un gato montés, de grande cuerpo, |
de cervix gruesa, y de tendidos pechos, |
de fuertes brazos, y leoninas garras, |
llegó airado con feroz denuedo, |
alta la cola y erizado el pelo; |
125 |
los ojos, que del caxco le saltaban, |
un grueso troncho de una llanta al hombro |
con tres o cuatro clavos a la punta |
queriendo así imitar la hercúlea clava, |
cubierto el cuerpo de la piel de un perro |
130 |
(que su amo ahorcó de una higuera) |
cual de la piel nemea el gran tebano, |
diciendo que por éstas sus insignias |
habían de conocello como Alcides |
por las suyas, pues le era igual en hechos. |
135 |
Muchos reían de la insignia loca, |
otros, de temor dél, se la aprobaban, |
que la fuerza tiránica compele |
a hacer voluntades a su gusto. |
Lo primero, en llegando, miró al cura |
140 |
haciéndole una grande cortesía |
y sin aguardar más, se puso en medio |
del concurso de todos, enclavando |
los ojos en la muerta, aulló dos veces |
que a todos hizo estremecer de miedo, |
145 |
y más cuando esta voz dellos fue oída: |
«¿Dónde puedes estar, oh Muracinda, |
que no te pueda yo volver al Mundo |
sin que el trabajo ni el temor me rinda |
ni cuantas fuerzas hay en el profundo? |
150 |
Si estás allá, verás cómo deslinda |
mi brazo, que desvuelta al Sol jocundo, |
que, por la Estigie y sus ardientes fuegos |
te sacaré, sin música ni ruegos.» |
Prosiguiera adelante en sus razones |
155 |
Tusicol, si un clamor no le estorbara |
que entre todos los gatos y las gatas |
se levantó, pidiéndole que un riesgo |
tan notorio evitase a su persona. |
Sosegóse el escándalo, sentóse |
160 |
entre todos, bajando el grueso troncho. |
El rumor que había oído Capirote, |
el perro perdiguero del vecino, |
lo llevó a la casa conocida |
de donde conoció que había salido; |
165 |
entró, y en el zaguán halló amarrada |
a Tribugena, en sangre y tierra envuelta; |
levantó el pelo en alto de horror lleno; |
gimiendo amargamente le pregunta: |
«¡Querida mía! ¡Tribugena mía! |
170 |
¿Qué es esto? ¿Quién te ha puesto desta suerte? |
¿Quién ha tenido manos ni osadía? |
¿Quién si te conoció pudo ofenderte? |
Dime, ¿qué es esto? Que el pavor me enfría |
la sangre de las venas y la muerte |
175 |
está comigo ya. ¿Por qué difieres |
de contarme tu mal? o, ¿de qué mueres?» |
Levantó la cabeza Tribugena |
gimiendo y basqueando con su daño |
y esta razón, envuelta en tristes ansias, |
180 |
dejó salir de la sangrienta boca: |
«Qué quieres que te diga Capirote, |
si me ves con la soga a la garganta, |
aguardando que tuerzan el garrote |
o me suspenda la primera planta.» |
185 |
«No te fatigue tanto ni alborote |
eso, que tanto con razón te espanta |
-respondió el perdiguero-, ten esfuerzo |
que tú verás como su intento tuerzo. |
No es tiempo -dice- que hablemos tanto, |
190 |
sino acudir con presta diligencia |
a remediar tu vida y tu quebranto, |
con deshacer tan áspera sentencia. |
Libre te verás luego, deja el llanto, |
y advierte que procedas con prudencia |
195 |
en tu huida, y a tu tío Lautaro |
vayas, que te asegure y dé su amparo.» |
Esto diciendo, con presteza coge |
la dura cuerda entre sus fuertes dientes |
y empiézala a roer con tal instancia |
200 |
que la tronchó, y el lazo aflojó luego |
dejando la garganta que apretaba. |
Libre de su congoja Tribugena, |
guiándola su amigo Capirote, |
dejan la casa y toman el camino |
205 |
de Sevilla, do espera su seguro. |
El perdiguero, habiéndola dejado |
en Triana, que ya quedaba en salvo, |
subió la cuesta y torció el camino |
escondiéndose siempre por las viñas |
210 |
y yermos eriazos encubiertos, |
porque nadie pudiese dar noticia |
que lo vio en el camino y fuese indicio |
para que se aclarase su secreto, |
en que fue tal su arte y tal su astucia |
215 |
que de nadie entendido entró en su casa, |
que parece que le iban ayudando |
todas las cosas a su buena obra. |
Habiendo los dos mozos satisfecho |
con Baco y Ceres su enojosa hambre, |
220 |
contentos sus estómagos, dejaron |
la mesa, y a cumplir la letal suerte |
que les mandó su amo en Tribugena |
salieron, y llegaron a la reja |
donde su amo la dejó amarrada; |
225 |
hallan el lazo roto, sin la perra, |
admíranse y no saben qué hacerse, |
quedándose mirando el uno al otro; |
pavorosos del caso, dieron voces |
llamando a su señor a grande priesa, |
230 |
que no con menos diligencia vino, |
y viendo la ocasión a que lo llaman |
de furor lleno, así habló con ellos: |
«Decí, desmesurados, ¿no os afrenta |
que lo que encomendé a vuestro cuidado |
235 |
con tal descuido y con tan poca cuenta |
lo hayáis con menosprecio mío olvidado? |
¿Qué hombre habrá que desto no se sienta? |
¿Qué hombre habrá que evite el ser vengado? |
¿Qué prudencia hay que temple un justo enojo? |
240 |
¿Qué razones de un blando desenojo? |
Quiero enfrenar la cólora, y dejaros, |
que no faltará tiempo ni ocasiones, |
pues me dais tantas que podré pagaros |
con obras, como ahora con razones; |
245 |
id por todo el lugar, sin ocuparos |
en más que en dar alivio a mis pasiones, |
con buscarme, y traerme aquí arrastrando |
aquella infernal perra que os demando.» |
No dijo más, y vuelve las espaldas, |
250 |
llevado de su enojo, a su aposento; |
los criados tomaron el camino |
a cumplir lo que el amo les mandaba. |
Oyendo estaba este despacho Nusco, |
un admirable gato que tenía |
255 |
vividos más de cuatrocientos años |
con aromas y cosas preparadas |
ocultas a los hombres, que él sabía |
de los celestes astros e influencias. |
Este, viendo el escándalo que daba |
260 |
la fuga de la perra, en medio puesto |
de los llorosos gatos, así dice, |
en Tusicol los ojos enclavando: |
«Toda la admiración que así os altera, |
el escándalo ciego que os conturba, |
265 |
corregid, y los ánimos quietaldos |
lanzando el miedo si en alguno reina. |
La perra que huyó, que tanto aflige |
al señor de la casa, y a vosotros, |
está en Sevilla, convocando perros, |
270 |
con favor de Lautaro, un tío suyo, |
que cruda guerra nos promete a todos.» |
Levantóse un clamor entre los gatos, |
que no se oía razón, diciendo que ellos, |
siendo en cuerpos y fuerzas desiguales |
275 |
con los perros, pues uno solo dellos |
a cuatro gatos los haría pedazos; |
otros de mejor ánimo pedían |
la guerra a voces; otros toman armas |
y se salen al campo; otros sosiegan |
280 |
el confuso alboroto con decilles |
que ellos no saben más de lo que Nusco |
dijo: que despachasen una espía |
o al mismo Nusco, y con acuerdo en esto, |
Tusicol, puesto en pie, a Nusco dice: |
285 |
«Esta empresa a ti solo es a quien llama, |
que nadie sino tú puede emprendella; |
acude a tu gloriosa y clara fama |
que nos ilustra el vivo esplendor della. |
Mira el temor que en todos se derrama |
290 |
y antes de ver la guerra veo temella; |
por eso, amigo, ve, y de ti entendamos |
qué es esto, qué hay en esto, o, qué esperamos.» |
Puso fin Tusicol a sus razones, |
y Nusco, al punto en una nube envuelto |
295 |
se metió en un revuelto remolino, |
de la vista de todos desviándose, |
que no los dejó poco pavorosos. |
Llenos de frío temor quedaron todos, |
del horrible espetáculo tremiendo |
300 |
de ver a Nusco ir midiendo el aire |
y aguardar el suceso de la guerra |
que les había declarado a todos, |
trayendo a la memoria aquel desastre |
antiguo, do murieron tantos gatos |
305 |
yendo a aquella conquista desdichada. |
Dice Panusco, escritor de pauta, |
(de novecientos años a esta parte |
corriendo del Era de Bambino) |
que hubo un gato real en estas partes, |
310 |
de grande esfuerzo, y de mayores hechos; |
fue toda su privanza un gato armenio, |
que supo más que el sabio Zoroastes |
en los secretos de la oculta mágica, |
y que también Demócrito sabía |
315 |
todas las maravillas que dél cuentan |
de un libro que dejó en su lengua escrito, |
y que se la enseñó una gata vieja |
en cinco años que le oyó leciones. |
Dicen, que estando un día los dos solos, |
320 |
el rey le preguntó al gato armenio |
le dijese si el reino de los simios |
podía su potencia conquistallo; |
y que le dio el armenio por respuesta |
que suyo lo vería en breve tiempo, |
325 |
y al rey Monululi, vasallo suyo. |
Esto le encendió el ánimo sediento |
de guerras, y sin más difirir punto, |
tocó cajas, enarboló banderas, |
señaló oficiales y ministros, |
330 |
pregonando la guerra a sangre y fuego |
contra los simios, descuidados desto. |
Juntó la más florida soldadesca |
que jamás en el mundo se vio junta, |
pagada por dos años, desde el día |
335 |
que la flota a la vela se hiciese, |
Aderezó gran suma de bajeles |
que al mar debajo lo tenían sujeto; |
cargáronlos de jarcia y municiones |
con variedad de todas vituallas |
340 |
y bastimentos para muchos días. |
Aderezado todo, el rey dio a Gonco |
de general de la aprestada flota |
la conduta, que usando al punto della |
levar anclas mandó, largar escotas, |
345 |
tender al viento las cogidas velas |
que un fresco cierzo las levantó luego. |
Dejaron las riberas conocidas |
y por el ancho reino de Anfitrite |
con proas herradas las cerúleas ondas |
350 |
rompiendo, las cubrían de blanca espuma; |
navegaron dos lunas sin ver tierra |
y al cabo descubrieron a Gambico, |
a Gonguz, Manitaya, Cayolinga, |
fértil de cañashejas y algarrobas, |
355 |
que parecían un alto promontorio. |
Viraron a la diestra, y dieron fondo |
en Vayaco, do son los simios verdes, |
con lana que le arrastra por el suelo. |
De aquí, torcieron el timón a Lula, |
360 |
huyendo de un hedor de escarabajos |
de que infestados se morían los simios; |
rayendo tus arenas, Bolicoya, |
entre tus altos chopos escondida, |
pasó la fuerte armada, y tú, Oliminda, |
365 |
desde tus altas cumbres la mirabas. |
Por entre Blinda y Sirna dieron vista |
a Nirva, copiosísima de hongos, |
tan grandes como está la luna llena, |
que en ella menguan, y en menguante crecen. |
370 |
Todas estas provincias conquistaron |
con gran valor los animosos gatos. |
Llegaron a Cocumba, donde el llado |
les guardaba su fin; aquí se dijo |
que era Cocumba el Leteo de gatos. |
375 |
Tiene Cocumba, que la cerca en torno, |
un fértil prado de agradable vista |
todo de espesos árboles compuesto, |
y una peña de cuatro rodeada |
que defienden al sol que no caliente |
380 |
una fuente de vino que corría |
por el prado, los árboles regando. |
Los gatos, conociendo el fértil puesto |
hicieron alto, basteciendo mesas |
de viandas y vasos del copioso |
385 |
vino, a que todos luego se aplicaron |
con libre destemplanza, de tal modo |
que iban cayendo todos, uno a uno, |
sin que quedase gato en todo el campo |
a quien el vino no rindió y el sueño. |
390 |
Los simios, todos puestos en celada, |
viendo que no podían resistillos, |
salieron de repente dando en ellos, |
y fue con tal hervor y tal fiereza |
que a pocas vueltas, no dejaron gato |
395 |
que no fuese despojos de la Muerte. |
Desto hacían memoria algunos gatos, |
y lloraban con tierno sentimiento |
de la presente guerra, que escuchando |
estaba Nusco entre los perros puesto, |
400 |
en su nube revuelto sin ser visto; |
vía la multitud que se juntaba |
en el cerro que ciñe el matadero |
que llaman vulgarmente el Terremoto. |
En esta altura puesto el gran Lautaro |
405 |
aulló tres veces, y ladró otras tantas; |
gimió, escarbó la tierra, miró al cielo |
(que el cuidado es estímulo pungiente |
y da poco sosiego donde asiste, |
cual en Lautaro la ocasión sangrienta), |
410 |
y dejando salir la voz horrible, |
así habló con denodado aspecto: |
«No es tiempo ya que punto difiramos |
la ejecución de la venganza nuestra, |
oh leales amigos, si estimamos |
415 |
el claro honor, que en vos su esplendor muestra. |
Este rostro de sangre que miramos |
de mi sobrina, a todos nos adiestra |
a quitar tantas vidas cuantas gotas |
han dejado salir sus venas rotas. |
420 |
Un agravio de honor no se perdona |
ni satisface sin letal castigo, |
éste pide mi ofensa, éste baldona |
mi nombre, en que esté vivo mi enemigo; |
la guerra a voces mi furor pregona, |
425 |
la guerra acabe el justo fin que sigo; |
ea, amigos, al arma, al arma mueran, |
que ésta ha de ser la redención que esperan. |
Vamos, y nuestro campo alojaremos |
en Guadaira, y cuando esté dispuesto, |
430 |
y todo junto, el orden tomaremos |
que más convenga que se haga en esto; |
síganme todos, vamos, ocupemos |
aquel ameno y deleitoso puesto, |
de donde ha de salir la fiera muerte |
435 |
a los que nos provocan desta suerte.» |
Levantó en alto la enroscada cola; |
todos al mismo punto lo imitaron |
con un clamor horrible, de la suerte |
que los fieros Gigantes cuando andaban |
440 |
en su mayor ardor contra el gran Jove, |
de su asiento los montes arrancando, |
y con ellos hiriendo el alto cielo. |
Dejándose bajar del cerro al llano |
pasan el fértil llano del glorioso |
445 |
San Sebastián; dejándolo a la diestra |
entran en la dehesa de Tablada, |
tan abundante en pasto, que sustenta |
cien mil reses, y más, en todo tiempo. |
En su demanda, los valientes canes |
450 |
llegan a Guadaira y por sus llanos |
y espaciosa ribera se alojaron. |
En su revuelta nube estaba Nusco, |
mirando todo lo que había pasado, |
maravillado del furor y rabia |
455 |
en que todos estaban encendidos, |
tan conformes al gusto de Lautaro. |
Levantó su vapor, dándole aliento |
un blando soplo que lo puso en medio |
de los amigos, y dejando verse, |
460 |
con tal razón propone su embajada: |
«Obedeciendo el justo acuerdo vuestro, |
oh valientes guerreros, vengo a daros |
cunta de lo que vi al contrario nuestro |
que al can trifauce jura de acabaros; |
465 |
a sola su arrogancia y brazo diestro |
remite el destruiros y asolaros |
Lautaro, sin pensar que hay otra suerte |
más poderosa que su brazo fuerte. |
Allí tiene consigo a Tribugena, |
470 |
mostrándoles a todos las heridas |
que le dio el cura, a quien también condena |
con los demás que han de perder las vidas. |
Resuelto en esto, en la ribera amena |
de Guadaira, tiene recogidas |
475 |
sus fuerzas, con mil fuertes compañeros |
con que os piensa asaltar y deshaceros.» |
Levantóse un clamor tan espantable |
a la postrer razón que a Nusco oyeron |
que en grande espacio no se oyó otra cosa |
480 |
que llorosos maullidos y confusos |
llantos, que el aire suspendía con ellos, |
cual en la gran Cartago el postrer día |
que dio el severo cónsul por respuesta |
que la ciudad le diesen, para dalla |
485 |
al fuego, que encendiéndose en clamores, |
desesperados de ningún remedio, |
a las armas los llantos remitieron |
Así los gatos, viéndose perdidos |
y amenazados, cual les dijo Nusco, |
490 |
dejaron el lloroso sentimiento |
y al rabioso furor se entregaron todos |
tomando armas, demandando a voces |
que abuscar fuesen luego a su enemigo. |
Tusicol, viendo el súbito alboroto |
495 |
puesto en medio, esta plática les hace: |
«Amigos míos, ese ardor y saña |
no importa ahora, sino ver primero |
quién nos da su favor, o quién nos daña, |
qué nos promete o niega el justo agüero. |
500 |
Estar nuestro enemigo en la campaña, |
amenazarnos el desnudo acero |
de poco sirve, si la suerte nuestra |
nos asegura con fortuna diestra. |
Désta nos has de dar, Nusco ecelente, |
505 |
verdadera noticia, consultando |
con aquella deidad que te consiente |
que rostro a rostro, tú le estés hablando. |
Esto ha de ser con priesa diligente, |
pues ves el riesgo que nos va apretando, |
510 |
y por tu voz nos sea revelada |
la salud, de ti solo confiada.» |
Nusco, sin replicar, se puso en medio |
del conmovido pueblo, y miró a Oriente |
con sesga vista y con semblante fijo; |
515 |
esto hizo tres veces, y a la última |
en el suelo tendió el anciano cuerpo; |
volviese a levantar, arañó el suelo |
y en los mesmos araños rechinase; |
gimió, y dando un maullido se levanta, |
520 |
y comenzó la tierra a estremecerse, |
con no poco terror de los presentes; |
desquebrajóse aquella sola parte |
donde Nusco hincó las corvas uñas, |
abrió una boca, y della salió un gato |
525 |
de grande cuerpo y espantable aspecto, |
la piel negra, los ojos relucientes, |
que dos ascuas de fuego parecían; |
púsose en pie, maullando con voz ronca, |
deste modo habló generalmente: |
530 |
«Venceréis, morirán vuestros contrarios |
si el consejo seguís de una raposa, |
no deis en esto pareceres varios |
que no falta la suerte gloriosa.» |
Tres veces los miró con eficacia |
535 |
y otras tantas volvió a mirar la tierra; |
dio un gran maullido, enclavijó las manos, |
y por donde salió dejó calarse |
juntándose la tierra dividida. |
Quedaron todos del estraño caso |
540 |
llenos de admiración y pavorosos, |
suspensos, con turbado encogimiento, |
mirándose los unos a los otros |
sin color ni semblantes de estar vivos. |
Este silencio les rompió Murina, |
545 |
gata noble, querida de Lugato, |
que del frío temor le dio un desmayo |
que la derribó en tierra amortecida. |
Movió del mismo espanto Murilega |
tres hijos, parecidos a su padre |
550 |
Brusco, de ruedas negras en piel parda, |
A ti, oh grave Lisco, te alcanzara |
mayor parte, si Nusco no acudiera |
a tu querida hija Galatina |
viéndola desmayar, con una poma |
555 |
de aromas de Pancaya, que la tuvo |
en su entero valor y todo esfuerzo, |
corrigiendo la fuerza del desmayo |
con que se fue, huyendo aquel peligro, |
que visto por Birlonco en el que estaban, |
560 |
y el desmayo que a todos descaecía, |
vibrando un asta de acerada punta, |
puesto en medio de todos, dice a todos: |
«¿Qué es esto? ¿En todos hay tanta flaqueza |
que os amedriente un gato de esa suerte? |
565 |
Oh amigos, ¿dónde está la fortaleza |
con que menospreciábades la muerte? |
¿No oístes el seguro y la certeza |
que os dio?: que venceréis el bando fuerte |
del enemigo, si al acuerdo diestro |
570 |
de una raposa remitís el vuestro. |
Esto en voz clara lo espresó, y le oístes |
que dejéis de seguir acuerdos varios, |
que no temáis la suerte que temistes, |
que condena a morir vuestros contrarios. |
575 |
Dejad pues el temor y el estar tristes, |
seguídme, y mueran nuestros adversarios, |
pues claramente nos revela el cielo |
nuestra vitoria y su lloroso duelo. |
Mi fuerte brazo os asegura el hecho, |
580 |
no dudéis, ni os encoja el torpe miedo, |
tomad las armas, defendé el derecho |
de las vidas y honor que yo os concedo. |
Ea, leones, dad el satisfecho |
de vos, y de mí entiendan lo que puedo, |
585 |
que este brazo es cuchillo de la muerte |
que asolará del mundo lo más fuerte.» |
Cansado Tusicol de oír las vanas |
y soberbias razones de Birlonco, |
empuñado a su troncho en pie se puso |
590 |
demudado el color, con feroz cuño |
acercándose a él, así le dice: |
«¿No entiendes que hay aquí tan buenas manos |
como las tuyas? Y a decir mejores |
no me alargara con desgarros vanos, |
595 |
como los tuyos son de habladores.» |
«Ponte a ti esos títulos livianos |
que usurpas de los dioses los honores», |
-Birlonco respondió-, y terció su lanza. |
Tusicol fue sobre él con gran pujanza. |
600 |
Cual llenos de furor dos fuertes toros |
criados en las yermas soledades |
del carrizal, furiosos se arremeten |
el uno contra el otro procurando |
quitalle a su enemigo la vitoria, |
605 |
así Birlonco y Tusicol valiente, |
el uno contra el otro se embistieron |
con golpes y lanzadas rigurosas; |
ajustáronse el uno contra el otro |
en proporción, midiendo la distancia, |
610 |
y Birlonco le dio un bote en los pechos |
a Tusicol, que le pasó al soslayo |
porque se perfiló en el movimiento; |
al mismo tiempo, Tusicol descarga |
un golpe sobre el hombro de Birlonco |
615 |
que le arrancó la lanza de la mano |
y sin sentido lo tendió en el suelo |
regándolo de roja sangre y huesos. |
Indináronse todos de tal suerte |
que contra Tusicol vuelven las armas, |
620 |
y él contra todos con su grueso troncho |
los desviaba, y unos sobre otros |
iban cayendo sin poder valerse. |
Lanisco quiso con veloz presteza |
gozar del regulado movimiento |
625 |
y ganalle la maza en levantando; |
mas Tusicol, desgraduando un paso, |
le dio entre las dos cejas, que los ojos |
de su lugar al punto se cayeron |
y el cuerpo se tendió en el duro suelo; |
630 |
tres veces dijo ¡lam!, cuando espiraba; |
«vaya contigo ¡lam!, que no te entiendo |
o quede con tus deudos a vengarte», |
dijo el valiente Tusicol burlando. |
El atrevido Escaramujo, viendo |
635 |
la muerte de Lanisco, su pariente, |
tomó del suelo una rolliza piedra |
y puesto cara a cara, se la tira; |
Tusicol la recoge, de la suerte |
que el diestro jugador de la pelota, |
640 |
y atrás volviendo el vigoroso brazo |
se la volvió a tirar con más pujanza |
y en mitad de la boca se la encaja, |
que al punto las quijadas, hechas piezas, |
dientes, muelas, y ojos, y él, cayeron. |
645 |
Aquí llegó el Furor, libres las manos |
del acerado nudo, que en el templo, |
en tiempo de la paz le tuvo atado, |
y en el revuelto campo se abalanza |
con su mortal deseo de que acabe; |
650 |
mas Nusco, de los astros inspirado, |
que la fatal raposa se acercaba, |
quiso dar fin al áspero combate |
que Tusicol lo dio, con dar la vida |
cayendo entre los pies de sus contrarios |
655 |
a la Muerte entregada su braveza, |
hecho pedazos todo de heridas. |
Los gatos, viendo muerto a su enemigo |
Tusicol, arrastrándolo lo llevan |
y con dientes, con uñas, y con armas |
660 |
menudas piezas lo hicieron todo, |
por el campo esparciendo los pedazos. |
Habiendo dado a su furor sosiego |
con la debida muerte a su enemigo, |
todos los gatos, en alegres danzas |
665 |
se juntaron, el orden aguardando |
de la sangrienta guerra que esperaban. |
Estando desta suerte, un estupendo |
trueno se oyó de donde viene el día |
y respondió en el último occidente, |
670 |
que era de donde por el aire vino |
la raposa; y en medio dellos puesta |
con rostro alegre, esta razón pronuncia: |
«Llegado ha el tiempo, en que veréis cumplido |
cuanto se os prometió, sin faltar cosa, |
675 |
vuestro enemigo muerto y destruido, |
y por vos, la vitoria rigurosa; |
conviene al punto ser aquí traído |
el cuero muracindo, y en la airosa |
punta désta mi lanza lo clavemos, |
680 |
y por insignia y por guión llevemos. |
El cuerpo sin la piel, meté en la tierra, |
que le sirva de honrada sepoltura, |
y cuando deis la vuelta de la guerra |
dad a la humilde huesa más altura; |
685 |
y porque el claro sol su luz encierra, |
dando lugar a la tiniebla oscura |
que cobije las plantas y animales, |
en silencio dejando los mortales. |
En este punto, habemos de ir siguiendo, |
690 |
de la tiniebla oscura rodeados, |
a Nusco, que una luz llevará ardiendo |
que os será norte para ser guiados. |
Las armas todos id apercibiendo, |
que ya de la ocasión os veis llamados, |
695 |
y cuando en ella estéis, invocá el nombre |
de Cogolula, que al contrario asombre.» |
Así habló la prodigiosa zorra, |
y todos muy alegres acudieron |
a prevenir las cosas importantes. |
700 |
Quitáronle la piel a Muracinda, |
pusiéronla en la punta de la lanza, |
dieron el desollado cuerpo al hoyo |
que de la propia tierra fue cubierto |
levantando las márgenes en alto; |
705 |
juntaron cuanto convenía al viaje |
con hervorosa y diligente priesa, |
porque ya el carro del luciente Día |
a bañarse en Tartesio declinaba, |
y luego que la luz faltase al mundo, |
710 |
habían de ponerse en el camino |
que Nusco estaba lineando a priesa |
con una vara, en que tenía revuelta |
una horrible culebra verdinegra |
de ardientes ojos y vibrantes lenguas. |
715 |
Ya a este punto, con oscura sombra |
la fría Noche acompañando el Sueño, |
cercada de humidades cubría el mundo, |
a las cosas poniendo nuevas formas; |
largó Nusco la vara, y la culebra, |
720 |
dando silbos, el cuello levantado, |
vibrando sus tres lenguas, fue arrastrándose |
por el camino en que se puso Nusco |
que había de ser por donde fuesen todos, |
que viéndolos dispuestos al efeto, |
725 |
prevenidos de todo, así les habla: |
«Con gran silencio mis pisadas sigan |
todos, sin desviarse un solo paso, |
que el fin veréis de aquellos que os fatigan |
antes que el sol nos deje y baje a ocaso. |
730 |
A creer lo que digo, en fe os obligan |
oráculos más ciertos que en Parnaso, |
que habéis oído que faltar no pueden |
o faltarán los que a la edad preceden.» |
Con la razón postrera dio principio |
735 |
al secreto viaje el sabio Nusco |
yendo con la encendida luz delante |
que le servía al ejército de guía; |
detrás de todos iba la raposa, |
enarbolada la vibrante lanza |
740 |
en que iba la piel de Muracinda. |
Por este orden, caminando todos, |
bajaron el altura de Tomares |
y tomaron los llanos de la Vega; |
desviándose siempre de poblado |
745 |
llegaron a la falda del famoso |
Asnalfarache, margen del gran Betis, |
que llegando a sus húmidos cristales |
sobre la diestra mano se apartaron, |
que en pequeña distancia era el opuesto |
750 |
del enemigo ejército que buscan. |
Entró en el Betis Nusco y salió fuera |
diciendo a los amigos congregados: |
«El paso que venimos procurando |
por las líquidas ondas se os ofrece; |
755 |
pasar podemos sin estar dudando, |
que el líquido cristal se os endurece. |
Seguidme por do veis que os voy guiando, |
despedid el temor si os entorpece, |
que la seguridad os acompaña, |
760 |
y mi fe, que ni os miente ni os engaña.» |
Todos, sin aguardar, se arrojan juntos |
y caminan por cima de las ondas |
como si caminaran por la tierra. |
Con no menos firmeza ni seguro, |
765 |
instados de la priesa que llevaban, |
llegaron a las márgenes cubiertas |
de arenas de oro, y estampando en ellas, |
con alegre placer los pies y manos. |
Viendo Nusco que en tierra estaban todos, |
770 |
fuese del Betis desviando un poco, |
y acercándose más al enemigo |
que teniéndolo ya a la vista, y cerca, |
hizo alto, y formó en orden su campo. |
Lo primero, hincaron en la tierra |
775 |
el asta con la piel de Muracinda |
a la vista del campo del contrario; |
y con silencio, se aprestaron todos |
aguardando la luz del nuevo día |
con algún descontento, aunque animados |
780 |
con las grandes promesas que traían. |
En varios ejercicios se ocupaban. |
Unos, en prevenir mortales armas |
y tenellas dispuestas en sus puestos |
teniendo cierto que vendría el contrario |
785 |
a dar sobre ellos, luego que el Oriente |
al mundo diese los primeros rayos; |
otros hacían trincheras, levantando |
la tierra; otros, llenaban de fajina |
los vacíos, de piedra y blando lodo. |
790 |
Ellos en esto, la hermosa Aurora, |
coronada de rosas, dio principio |
en su dorado carro al claro día, |
restituyendo al mundo la belleza |
que la oscura tiniebla le usurpaba. |
795 |
Al punto que de luz se llenó el aire, |
los canes vieron el contrario campo; |
sobresaltados del horror, ladrando, |
escavando la tierra, dando aullidos, |
a dar noticia fueron a Lautaro |
800 |
del caso, y el primero fue Corrusco, |
un lebrel islandés de grande estima, |
que lleno de furor, así le dice: |
«Paréceme, Lautaro, que entregamos |
al descuidado sueño nuestras cosas, |
805 |
y cuando al enemigo procuramos |
son nuestras diligencias perezosas; |
ayer, a dura muerte condenamos |
de los gatos las fuerzas temerosas, |
mas hoy, con menosprecio nos procuran |
810 |
y poco de amenazas nuestras curan. |
Mira un formado ejército, que viene |
buscándonos, y enfrente se te ha puesto; |
mira en qué estima y mira en qué nos tiene, |
pues nos busca y se pone por opuesto. |
815 |
No hay que aguardar, ni sé qué nos detiene |
en embestillos; vamos, que no es presto |
ir luego, pues su vida difirimos |
un punto desde el punto que los vimos.» |
Bufó Lautaro, y dio un ladrido, horrible |
820 |
que a todos puso en pavoroso espanto, |
aunque indinados y de rabia llenos, |
entorno dél, al punto se pusieron |
pidiéndole que fuesen asaltados |
antes que les viniesen nuevas fuerzas. |
825 |
Mas Lautaro, en voz alta, así responde: |
«Ir, y hacer pedazos esos gatos, |
y otros tantos diez veces, ¿qué hacemos? |
Deshacelles sus locos aparatos |
sólo con que con ira los miremos; |
830 |
es a nosotros propios ser ingratos |
y no darnos la gloria que debemos, |
si nos ven, que las armas levantamos |
y con tan vil canalla peleamos. |
Quiéroos decir, que un hecho tan oscuro |
835 |
lo remitamos a la noche oscura; |
no ofendamos con él el aire puro, |
ni del día la eterna hermosura. |
Apercebíos, que ante todos juro |
que esta noche ha de ser su sepoltura, |
840 |
la diligencia y el secreto encargo, |
y en dar más advertencias no me alargo.» |
Llenos de orgullo y ufanez quedaron |
dando de gozo saltos y ladridos, |
juzgando ya por suya la vitoria; |
845 |
y entre todos, Corrusco se la aplica |
con más seguridad y confianza, |
y queriendo mostrar su grande esfuerzo |
una cosa haciendo señalada, |
que fuese vista de uno y otro campo, |
850 |
a Lautaro llegó con tal demanda: |
«No me parece cosa conveniente |
al honor nuestro, que el contrario tenga |
levantada bandera, y puesta enfrente |
de ti y de tu campo, la mantenga. |
855 |
Y así, si tu grandeza me consiente |
que arrastrándola aquí con ella venga, |
irétela a traer, y voy, no entienda |
que hay quien te la defienda y nos ofenda.» |
Luego, en diciendo esto, con fiereza, |
860 |
precipitado de un furor rabioso, |
su camino siguió, dando ladridos |
que en el real contrario los oyeron; |
y así, se apercibieron y aguardaron |
qué podía ser, y puesto enfrente, |
865 |
junto al guión, con alta voz les dijo: |
«Oíd gatos, oíd, si no os ha muerto |
el temor de mi vista, que es la muerte |
para vosotros; y tened por cierto |
que ésta ha de ser vuestra segura suerte.» |
870 |
Nusco le respondió: «tu desconcierto |
nos ha dado ocasión a responderte: |
di que vivos estamos y te oímos, |
no muertos cual dijiste, aunque te vimos. |
Hablá con más prudencia, y menos fieros, |
875 |
llevarás la respuesta que pidieres, |
y entiende, que hemos visto perros fieros |
y no tan insolentes cual tú eres.» |
«Gatillo, ¿contra mí muestras aceros?» |
Corrusco replicó. «Sé quién quisíeres, |
880 |
perrón», respondió Nusco, «y no hablemos |
tanto, pues ocasión y armas tenemos.» |
«Oh triste gato, ¿contra mí te muestras |
con tanto brío? Pues escucha atento |
a lo que vengo, y ocupad las diestras |
885 |
de armas, en no dándome contento. |
Esta bandera y las insignias vuestras |
que están en ella abatiré al momento, |
porque la tengo de llevar comigo, |
que lo manda Lautaro, y yo lo digo.» |
890 |
Riose Nusco y dijo: «a tu demanda |
respondo. Escucha atento la respuesta: |
dile a Lautaro, que eso que te manda |
que nos digas, oímos con gran fiesta; |
que muy errado, y sin acuerdo anda |
895 |
en pedir la bandera que está puesta |
por blasón nuestro; y que tenga cierto |
que antes que allá la vea, estará muerto.» |
«Yo tengo de llevalla si el profundo |
todo junto se pone a defendella», |
900 |
le respondió Corrusco, «y esto fundo |
en que es mi voluntad, y he de hacella.» |
«Tu voluntad, y la de todo el mundo, |
con su defensa puedo deshacella, |
que cuatro gatos tiene que la guardan |
905 |
que de diez como tú, no se acobardan.» |
De oír esta razón se airó Corrusco, |
y sin responder cosa, asió del asta; |
al punto Nusco se le asió a los lomos, |
y otros tres juntos, levantando el pelo, |
910 |
cara a cara con él arremetieron. |
El asió al uno, y los demás le asieron |
de los ojos, y luego largó al gato |
por acudir a su defensa, dando |
fuertes gemidos, sin poder valerse, |
915 |
que Nusco le iba abriendo por los lomos |
y los demás los ojos le arrancaban; |
y ya de todo punto estaba ciego, |
ambos ojos sacados de sus cuencas |
y todo lo demás hecho pedazos, |
920 |
vertiendo tanta sangre, que sin fuerzas, |
con un pesado golpe vino al suelo, |
el cuerpo, de la vida ya desierto. |
Viendo Nusco sin vida a su contrario |
mandó que doce gatos lo llevasen |
925 |
arrastrando, y lo echasen en su campo, |
que habiendo visto el áspero suceso |
llenaban todo el aire con aullidos, |
y más cuando tan cerca lo hallaron |
tan otro del que fue, creció el ruido |
930 |
con mayor alboroto y más escándalo. |
Lautaro, porque no le enflaqueciesen |
a los demás los ánimos, él propio |
hizo hacer un hoyo y enterrallo, |
por quitárselo a todos de la vista, |
935 |
y juntando a consejo, mandó a todos |
que se aprestasen con secreto apriesa |
sin que el contrario oyese un solo aullido. |
Con esto, quedó todo en un profundo |
silencio, y luego la factal raposa, |
940 |
viendo ya la ocasión a que venía, |
apartándose a solas ella y Nusco, |
deste modo razona sobre el caso: |
«Nusco, a gran priesa el Hado me espolea |
que vaya a dar principio a la vitoria |
945 |
de nuestros gatos, y que el mundo vea |
el triunfo suyo de inmortal memoria; |
dispón, cual ya te he dicho, a la pelea |
a todos, y asegúrales la gloria |
de la batalla, y con esto, amigo, |
950 |
vete, que yo la suerte factal sigo.» |
Diéronse entrambos un estrecho abrazo; |
Nusco se fue al ejército, y la zorra |
el camino derecho de Tablada |
entró por él, ufana de contento |
955 |
de ver tan agradable y fértil sitio, |
donde tan grande número de reses |
cual vía que por él se apacentaba, |
que, admirada, iba a trechos deteniéndose, |
sin saber a cuál fuese a dalle cuenta |
960 |
del negocio importante a que venía. |
Yendo así, llegó junto a donde estaba |
un novillo paciendo, al cual pregunta: |
«Dime, así tengas favorable al cielo, |
gallarda y bella res: ¿a quién respeta |
965 |
todo el ganado deste fértil suelo? |
o, ¿quién por fuerza o fuero lo sujeta? |
Yo vengo a él en un penoso duelo |
que con amarga sujeción me aprieta, |
a suplicalle que su brazo fuerte |
970 |
a un tirano deshaga y le dé muerte. |
Ponme con él y séme buen tercero, |
así jamás el yugo trabajoso |
oprima tu cervix, ni tu vaquero |
a ensangrentar tu piel sea poderoso; |
975 |
así jamás te llague el duro acero |
encerrado en el coso riguroso, |
y en pasto abundes siempre y agua clara, |
y seas señor de la deidad avara.» |
Admiróse el novillo, y puso en ella |
980 |
(dejando el pasto) la ligera vista, |
y condolido de su tierno llanto, |
a su razón esta razón responde: |
«La novedad del caso me suspende |
y la estrañeza de animal tan nuevo |
985 |
a mis ojos, y cierto que me ofende |
no poder acudir a lo que debo; |
ir a quien me demandas, que pretende |
tu estrecho menester, yo te lo apruebo |
por parecer discreto, en quien sin falta |
990 |
hallarás el remedio que te falta. |
Al invencible Carrizal procuras, |
que es el más fuerte toro deste prado, |
y en la braveza tal, que no hay seguras |
fuerzas, ni fue con ellas sojusgado; |
995 |
a éste contarás tus desventuras |
y no dudes que veas remediado |
tu afán, si en contra el mundo se opusiere, |
porque con él no hay más de lo que él quiere.» |
Así dijo el novillo a la raposa, |
1000 |
poniéndose en camino entrambos juntos, |
por el yerboso prado, procurando |
al fuerte Carrizal, que a pocos pasos |
llegaron donde estaba, y el novillo |
a la raposa dice desta suerte: |
1005 |
«En la presencia estás del poderoso |
y no vencido Carrizal, que es éste; |
despide el sobresalto pavoroso, |
que no te ayuda, ni hay de qué te preste |
Llega, y dile tu estado congojoso, |
1010 |
y entiende dél, que sin que afán te cueste |
negociarás con él, luego que entienda |
que buscas su favor que te defienda.» |
Maravillóse la prudente zorra |
de la fuerte grandeza y del hermoso |
1015 |
color bayo y de la piel lustrosa, |
de la gruesa cerviz y torva frente |
cubierta en torno de crecido pelo |
(que a modo de corona la ceñía), |
que en cualquier movimiento le ondeaba |
1020 |
del recogido rostro y cortos cuernos, |
en igual proporción las corvas vueltas, |
no desigual en la hermosa vista |
que el otro toro robador de Europa. |
Estando así suspensa, cobró esfuerzo, |
1025 |
porque el novillo se lo puso enfrente, |
y poniendo en el suelo ambas rodillas, |
con esta humilde voz hirió su oído: |
«Si da tu permisión a mi bajeza, |
gran Carrizal, de ilustre y clara fama, |
1030 |
licencia, que refiera la braveza |
del afecto inhumano que me llama; |
éste me corta, y tiene en tal flaqueza, |
que con ser tal el ansia que me inflama, |
me pavorece imaginar que tengo |
1035 |
de mirarte y pedirte a lo que vengo.» |
El fiero Carrizal alzó a este punto |
la barba, de tusar la fresca yerba, |
y viéndola postrada en su presencia |
mandóla levantar, y que dijese |
1040 |
la causa de venillo procurando; |
sin que le anude el frío temor la lengua, |
ella, con nuevo espíritu, propone: |
«Fácil cosa me fuera darte cuenta |
(habida tu licencia), del estraño |
1045 |
caso, que tantos daños representa |
nacidos todos de un altivo daño; |
éste desplace al cielo, y descontenta |
a la tierra, y le ofende el falso engaño |
de un arrogante can, que ardiendo en ira, |
1050 |
tiene formado un campo en Guadaira. |
Su horrible intento es a dar la muerte |
al hidalgo linaje de los gatos, |
confiado que no hay potencia fuerte |
que no rindan sus grandes aparatos. |
1055 |
Los gatos, recelosos desta suerte, |
teniendo en todo los agüeros gratos, |
juntaron su poder, y a procurallos |
vinieron, a morir o refrenallos. |
Esto ha de ser mediante el favor tuyo, |
1060 |
oh fuerte capitán, dando tu amparo |
a los gatos, que ven el poder suyo |
a la dispusión del gran Lautaro; |
de la memoria de quién es rehúyo, |
porque en braveza y en esfuerzo es raro, |
1065 |
de tal suerte, que dice altivamente |
que su ladrido rinde al más valiente. |
Este loco blasón, y otros tan fieros |
dice, y con los afetos satisface, |
pues no hay en todo lo que ves vaqueros |
1070 |
que al río lleguen, que esto y más no hace. |
Ayer hizo pedazos mil carneros, |
lo propio hace en tus reses si le place, |
que hoy mató tres novillos que llegaron |
al agua, y dos huyendo se ahogaron. |
1075 |
Suplícante por mí, que tu grandeza |
muestres en deshacer este tirano, |
porque, en faltando al día la belleza |
que le da Apolo, y baje al mar oceano, |
ejecutando su bestial crueza |
1080 |
sobre nosotros con armada mano |
ha de venir a dar, y deste intento |
vendrá nuestro total asolamiento.» |
Puso las manos, y arrasó los ojos |
de ardiente agua, dando mil suspiros, |
1085 |
mirando al fuerte Carrizal al rostro, |
a sus pies se tendió de largo a largo, |
que lleno de furor dio un gran bramido |
cavando el suelo con entrambos brazos, |
echándose la tierra por los lomos; |
1090 |
no quedó res, oyendo que bramaba, |
que al bramido espantoso no acudiese, |
y, en torno dél, aguardan qué les manda; |
y volviendo a bramar, mirando a todos, |
mandó a la zorra levantarse, y dice: |
1095 |
«Aparejaos, amigos, y asolemos |
un fuerte can que nos ofende y daña, |
y en menosprecio nuestro lo tenemos |
con un formado ejército en campaña. |
Seguídrne, apriesa, apriesa, no aguardemos, |
1100 |
que probar quiero su braveza estraña, |
alabada de tantos, y temida |
más que la muerte y por su igual tenida.» |
Diciendo esto, le mandó a la zorra |
que se fuese, y dijese en nombre suyo |
1105 |
a los suyos, que el miedo desechasen, |
que él iba de socorro a socorrellos |
con toda aquella fuerte compañía. |
Mandóle a Tarascón, el bravo toro, |
a quien dio Guadiana el primer pasto, |
1110 |
y a Rayo, el ferocísimo novillo |
(bisnieto delfamoso Caldereta, |
que en la plaza del Duque de Medina |
en Sevilla, dio muerte a tantos hombres, |
sin podello encerrar para corrello), |
1115 |
fuesen con ella, y libre de peligro |
la pusiesen en salvo con los suyos. |
La zorra, con humilde reverencia, |
se despidió de Carrizal, y en medio |
la cogieron los dos que la guardaban; |
1120 |
dando alegre principio a su camino |
iban el fértil prado atravesando, |
por donde andaba un oledor zorrero |
tras de su agudo aliento rastreando; |
diole el de la raposa, y al momento |
1125 |
vino a dar donde estaba, y junto a ella |
con arrogancia dijo estas razones: |
«Esta vez, madre zorra, iréis comigo |
sin que os libren de mí vuestros engaños, |
aparejaos, seguid la vía que sigo |
1130 |
si no queréis probar mayores daños.» |
La zorra se rió, y le dijo: «amigo, |
¿ha que nos conocemos muchos años? |
Ese comedimiento le agradesca |
Lautaro, o a quien más que a mí apetesca.» |
1135 |
Enmudeció de cólora el zorrero |
y furioso arremetió a la zorra, |
mas el fuerte novillo, enfurecido |
bajó la barba y levantó la frente |
y cogiéndolo en medio de los cuernos |
1140 |
una gran pica y más lo arrojó en alto; |
quiso dalle otro bote, y desvióse |
por que en el duro suelo se estrellase, |
donde quedó tendido como muerto, |
echando roja sangre por la boca. |
1145 |
Rió la zorra, y con sus fuertes guardas |
a proseguir volvieron su camino, |
con tal cuidado, que a la presta vuelta |
con presurosa priesa los instaba |
y la honrosa ocasión les daba voces. |
1150 |
Llegaron al real de los amigos, |
que no poco cuidosos aguardaban |
la vuelta de su amiga la raposa, |
y viéndola venir entre los toros |
llenos de admiración se suspendieron |
1155 |
mirándose y mirándolos turbados. |
La zorra, conociendo el pavoroso |
espanto en que vía a todos, puesta en medio, |
larga cuenta les dio de su suceso, |
refiriendo por orden las razones |
1160 |
de Carrizal, y la promesa suya |
de venir en socorro, y destruille |
su mortal enemigo. Aquí alentaron |
los descaecidos ánimos, alzando |
con alegre placer confusas voces; |
1165 |
mas el discreto Nusco, en medio puesto, |
sosegar hizo el alboroto, y dijo: |
«Leales y magnánimos amigos |
enviados de aquel caudillo fuerte |
a corregir los fieros enemigos |
1170 |
que nos conturban y desean la muerte. |
¿A quién puedo hacer, si a vos testigos |
del bien que por vos canto en nuestra suerte, |
levantando la voz en vuestra gloria |
que haré eterna en la inmortal historia?» |
1175 |
Oyendo esto, levantaron todos |
tan gran clamor, que el aire suspendían |
diciendo: «viva Carrizal, y sea |
entre los signos celestiales puesto.» |
Con alegres semblantes, los dos toros |
1180 |
en oyendo estas últimas razones, |
agradecidos dellas, demandaron |
licencia, y despidiéndose de todos, |
a buscar su caudillo dieron vuelta, |
quedando todos disponiendo cosas |
1185 |
a la ocasión que aguardan convenientes. |
Ya del golpe mortal volvió en su acuerdo |
el zorrero, y cayendo y levantando, |
y a veces arrastrando por el suelo, |
poco a poco a su campo se acercaba, |
1190 |
cuando marchando vio venir en orden |
a Carrizal, con toda su potencia, |
encaminando al campo de Lautaro; |
aquí con nueva turbación se yela, |
y como mejor pudo, aunque sin fuerzas, |
1195 |
por el amigo campo a grandes voces |
entró diciendo: «alarma, alarma, amigos, |
que nos viene buscando un gran contrario.» |
Llenos de alteración, acuden todos |
a un ladrido que dio Lautaro, en viendo |
1200 |
el copioso ejército de toros |
que en orden circular venían cercándolo. |
Vino el valiente Tártaro el primero, |
dando ardientes gemidos de coraje, |
Charrazgo el islandés siguió sus pasos, |
1205 |
y tú, oh Canastel, no detuviste |
el presuroso curso a tu venida; |
Turco y Trabuco no tardaron punto, |
imitando a Galfarro y a Celucho, |
que a toda priesa fueron tras Moloso. |
1210 |
Nabuco y Tiburón, como dos sacres |
en ligereza, llegan a Lautaro, |
que como iban llegando, los ponía |
en la vanguardia, y ya teniendo juntos |
de los perros de presa los famosos, |
1215 |
y aquella parte dellos reforzada, |
con el resto, cerró la retaguardia, |
cogiendo en medio lo de menos fuerza, |
y así dispuesto a Carrizal aguarda, |
que con medidos pasos se le acerca |
1220 |
hecho todo su campo media luna; |
ya que podían hablarse, el atrevido |
Baruquel rompió el orden, y saliendo |
de su hilera a donde el fuerte toro |
Tarifa estaba, llega y dice fiero: |
1225 |
«¿Qué nos queréis? ¿Qué nos venís buscando? |
¿Qué designos traéis contra nosotros? |
¿Qué guerra nos venís representando |
sin otra causa que querer vosotros? |
Volvéos, no queráis volver llorando, |
1230 |
y esto no lo hiciéramos con otros; |
y si no lo hacéis como os lo digo |
no tenéis que aguardar sino el castigo.» |
Tarifa, ardiendo en vergonzosa ira |
de la loca arrogancia, dio un bramido, |
1235 |
y tras él, arremete con tal furia |
que cogiendo al can loco entre los cuernos, |
entre sus canes lo arrojó sin vida, |
dando con él a Tártaro tal golpe |
que sin sentido lo tendió en el suelo; |
1240 |
levantóse turbado, y como pudo |
arremetió a Chamorro, un toro hosco |
de los campos de Andévalo traído |
por el oculto Hado a dar la muerte |
a Tártaro, que asiéndole la parte |
1245 |
que le cubre la boca, el feroz toro |
se mejoró, cogiéndolo en un cuerno |
por la mitad del vientre, abriendo puerta |
a las rojas entrañas y a la muerte, |
que entró al mesmo punto que salieron. |
1250 |
Aquí Lautaro arremetió al novillo, |
que lo halló tan cerca que no pudo |
dejar de asirse dél, y forcejando, |
él por tenello, el toro por soltarse, |
ambos cayeron en el suelo juntos |
1255 |
sin largar de la presa el fuerte perro. |
Vuélvense a levantar, y dando vueltas |
a un cabo y otro el bético novillo |
lo despidió de sí, dándole un golpe |
que le rompió un ijar, aunque al soslayo. |
1260 |
A Carrizal le acometió Nabuco |
y hallólo tan cerca, que le pudo |
alcanzar con un brazo un solo golpe |
que le hizo pedazos la cabeza |
y lo tendió sin más poder moverse. |
1265 |
Turco venía asido de Bayoso, |
y Tarascón, asido como estaba, |
lo arrancó de la presa, atravesado |
por los pechos, rendido ya a la Muerte. |
Los gatos, viendo ya la lid revuelta |
1270 |
acuden, y en los lomos de los toros |
se subían, y allí con pies y manos |
se agarraban hincándoles las uñas, |
que con aquel estímulo incitados |
en rabioso furor, hacían gran daño, |
1275 |
sin poder la contraria resistencia |
enfrenar su furor desenfrenado. |
Aquí rendiste, oh Canastel, la vida, |
entre los fuertes cuernos de Bayoso, |
y tú, Almanzor, en los del gran Jarama; |
1280 |
no te valió, brioso Mandricardo, |
tu ardiente orgullo ni tu fuerte presa, |
que en poder de Durango acabó todo; |
ni a ti, Zambo, valió ser diestro en armas, |
que Tarifa deshizo tu destreza |
1285 |
de un solo golpe que te dio en los pechos, |
por donde abrió que entrase en ti la Muerte. |
Viendo Lautaro el gran destrozo y daño |
(que sin contraste) padecían los suyos, |
aulló y gimió tras esta voz llorosa: |
1290 |
«A ti, gran can, que el reino tenebroso |
donde preside el justo Radamanto |
atruenas con ladrido temeroso |
y suspendes las almas en su llanto; |
a ti suplico en paso tan forzoso, |
1295 |
a ti en tan triste y mísero quebranto |
invocan mis gemidos si valieren |
contigo, y sus afetos te movieren. |
Ay triste, que deliro en ver mis males, |
pues voy tan ciegamente procurando |
1300 |
remedio a mi valor entre infernales, |
y al Cancerbero piedad demando. |
Lautaro: ¿qué es de ti?, ¿cuatro animales |
te van de esfuerzo y de valor privando? |
Vuelve sobre ellos, vuelve, y cuando mueras |
1305 |
no mueres, pues perpetuo nombre esperas.» |
No dijo más, y lleno de fiereza, |
dando aullidos y saltos de coraje |
con que a los suyos a lo propio incita, |
que no menos briosos aguardaban |
1310 |
que la ardiente batalla se rompiese, |
puestos en sus lugares sin moverse, |
Lautaro, andaba requiriendo a todos |
y llegó a la vanguardia y reforzóla. |
Andando requiriendo las hileras, |
1315 |
poniendo a unos y quitando a otros, |
el novillo lo vio, y rompiendo el orden, |
dando bramidos lo venía llamando |
a la lid que dejaron comenzada. |
No rehusó Lautaro la pelea, |
1320 |
ni se detuvo punto en embestille |
por la siniestra parte, y el novillo |
con gran presteza revolvió la frente |
dándole un golpe, y otro, que no pudo |
hacer Lautaro presa, mas dio vuelta |
1325 |
al mismo instante por la diestra banda |
y quedóse colgado de la oreja; |
el fuerte Rayo revolvió furioso |
sobre aquel lado, y por mitad del vientre, |
por entre los redaños y asadura |
1330 |
rasgándoselo todo sin defensa, |
hasta la frente le escondió el un cuerno; |
volvióselo a sacar, y tras él junto |
salió el vital espíritu bramando, |
lleno de horror, envuelto con el aire, |
1335 |
desamparando el natural albergue; |
entregado quedó a la fría muerte |
tendido entre los pies de su contrario |
que teniéndolo allí, dijo en voz alta: |
«Pagado has tu arrogante desatino, |
1340 |
tu loco orgullo y tu atrevido intento; |
ya tienes el castigo justo y dino |
a tu vano y altivo pensamiento; |
puédeste gloriar, que fuiste dino |
que te privase yo el vital aliento, |
1345 |
que es el mayor honor que pudo darte |
tu suerte, cuando más quisiera honrarte.» |
Dijo el valiente Rayo, y dio la vuelta. |
Los canes, viendo a su Lautaro muerto |
un espantable aullido levantaron, |
1350 |
y a sus contrarios arremeten fieros, |
dispuestos a vengallo o morir todos. |
Carrizal envió a que se juntasen |
las dos puntas, y en medio los cogiesen |
para romper de hecho la batalla. |
1355 |
Ya la ligera Fama había esparcido |
la nueva de la muerte de Lautaro, |
y llegado con ella a donde estaba |
recogida con guarda Tribugena, |
que en oyéndola, dando mil aullidos |
1360 |
sale despavorida a procurallo |
muerto, y junto con él, rendir la vida. |
Como la vieron ir los que en su guarda |
mandados por Lautaro habían estado, |
certificados de su cierta muerte, |
1365 |
recelando la suya por su falta, |
Turco, un fiero mastín, así les dice: |
«Faltando el fuerte defensor Lautaro, |
que era nuestro gobierno y nuestro muro, |
nuestras fuerzas acaban sin reparo, |
1370 |
y de nosotros perro no hay seguro. |
Paréceme en un riesgo que es tan claro |
(que a todos nos condena a un fin oscuro) |
no aguardemos, pues no hay a qué aguardemos |
muerto Lautaro, y muertos los que vemos. |
1375 |
Nosotros no venimos procurando |
guerra con tan valientes animales |
que nos van destruyendo y apocando, |
sin hallar fuerzas que les sean iguales. |
La casta Muracinda y su vil bando |
1380 |
nos trujo a ejecutar sangrientos males |
en cuantos fuesen della, y pues la suerte |
se nos trocó, huigamos de la muerte.» |
De todos fue aprobado el buen consejo |
que les dio Turco, y con veloz carrera, |
1385 |
como si a cada uno le pegaran |
un ardiente cohete, así huyeron |
por el abierto llano de Tablada. |
Tribugena, entre muertos y contrarios |
buscando andaba a su querido tío, |
1390 |
hecha otra Guacolda en procurallo |
sin dar reposo a la mortal fatiga |
ni a su cuidado hervoroso, espacio, |
acompañado de mortales ansias |
que la traían sin tomar aliento; |
1395 |
mil vueltas dando en torno por el campo, |
la diligencia le cumplió el deseo |
y la puso con él, donde en llegando |
se arrojó sobre el cuerpo dando aullidos |
envueltos en gemidos mal formados |
1400 |
y con el muerto se quedó abrazada, |
traspuesta del ardiente sentimiento. |
Ya a este punto los airados canes |
revueltos con los toros animosos, |
trabados todos en cruel batalla, |
1405 |
andaban en sosiego unos y otros. |
Murcilo vido estar a Tribugena |
gimiendo encima de su muerto tío; |
llamó a Granifo, a Tinelario, y Nicus, |
a Turil, Perindongo, y Marramao, |
1410 |
que decendiesen de las reses todos |
y la prendiesen, y al real llevasen |
por el trofeo de mayor estima |
que podían llevar de sus contrarios. |
Al punto que fue dellos acordado, |
1415 |
al mesmo lo pusieron en efeto, |
y todos juntos se agarraron della, |
y sin dalle lugar, ni oír voz suya, |
sobre sus hombros sin tocar al suelo |
la llevaron a Nusco y la raposa, |
1420 |
que luego la amarraron fuertemente, |
y a la cola la ataron de un becerro, |
que Perindongo le saltó en los lomos, |
que lastimado de las fuertes uñas |
disparó berreando, dando saltos, |
1425 |
a la cola llevando a Tribugena |
que a pocos pasos hecha fue pedazos, |
que sembrándolos iba por el campo |
entre los canes y los fuertes toros |
que en su batalla andaban encendidos. |
1430 |
Ya se habían juntado las dos puntas |
como les fue de Carrizal mandado, |
encerrando en un círculo los canes, |
que en viéndose en aquel estrecho apremio |
aullaron todos, conociendo claro |
1435 |
su perdición, si no rompían por ellos, |
abriendo el paso estrecho que los cierra, |
vuelven la retaguardia y arremeten. |
Grifo el primero fue que embistió a Búcar |
y le asió de la cuenca del un ojo, |
1440 |
dejándole lugar para alcanzalle |
un golpe que le abrió todos los pechos, |
y entre sus pies pisándolo, dio el alma. |
El confuso escuadrón viene gritando |
apriesa, unos a otros impeliendo |
1445 |
embisten con los toros, y ellos, fieros, |
dan en ellos haciendo gran matanza. |
Aquí, oh Burón, te despojó de vida |
el fiero Algaba, y tú, Vaivén, dejaste |
entre los cuernos de Zaudín la tuya; |
1450 |
aquí acabó, Lobuno, tu braveza, |
y la tuya, Africano, y tú, Maluco |
sin poder defenderte de Montano |
hecho pedazos de sus cuernos fuiste. |
Por todas partes el clamor resuena |
1455 |
mayor que tempestad de terremoto; |
unos gimiendo, que las vidas dejan, |
otros bramando, que las vidas quitan. |
Oyendo Carrizal los espantosos |
bramidos de los suyos, y los flacos |
1460 |
aullidos de los canes, dio un bramido |
diciendo: «amigos, la sazón es esta |
de romper estos flacos enemigos. |
¡A ellos!». Y rompió por la vanguardia |
desbaratando el orden que tenía. |
1465 |
Acudieron sobre él a resistillo |
gran número de canes animosos, |
que con rabioso ardor lo amenazaban; |
no pudiendo sufrillos ni aguardallos |
en medio dellos se abalanza fiero, |
1470 |
y del golpe primero en ambos cuernos |
se levantó a Melampo y a Turindo, |
al uno atravesado por los pechos |
y al otro por mitad de los ijares; |
fue dando en ellos y arrojando canes |
1475 |
que volando los vían por el aire |
tan altos, que llegaban casi a verse |
con el celeste Can que está en la Esfera, |
y algunos del calor volvían quemados. |
Esparcía a los unos y a los otros, |
1480 |
de la suerte que en Misia revolviendo |
la seca parva, el labrador levanta |
la paja, que del grano aparta el viento; |
no de otra suerte, el invencible toro |
iba esparciendo por el aire canes, |
1485 |
que temerosos ya no le aguardaban |
y aullando se le iban retrayendo, |
derribadas las colas de desmayo |
entre las piernas, evidencia clara |
del temor que rendidos los tenía. |
1490 |
Tarifa, por un lado dio tras ellos, |
por él, dando a los suyos libre paso. |
Furor, desbarató una gruesa escuadra |
que para resistillo la formaron. |
Carrizal, derribando y dando muertes, |
1495 |
por cima de los muertos y heridos |
sin defensa llegó a la retaguardia |
seguido de los suyos, y en llegando, |
a los pocos contrarios que quedaban |
acabaron, cantando la vitoria |
1500 |
por el valiente Carrizal a voces, |
que las estremidades las volvían, |
de Carrizal el nombre repitiendo. |
Sus amigos, ante él arrodillados |
celebrando el alegre vencimiento, |
1505 |
al fuerte capitán y a todo el campo |
daban las gracias con clamores altos. |
Nusco llegó con la factal raposa, |
y habiéndose humillado en su presencia |
se levantaron, y en la llana frente |
1510 |
una bella guirnalda le aplicaron |
que por entrambos cuernos la ciñeron. |
Deste honor, Carrizal, agradecido |
lo sinifica con semblante alegre |
y se lo alaba con razones graves. |
1515 |
Pusieron fin a tantos cumplimientos, |
demandando licencia para irse; |
los unos de los otros se despiden. |
Carrizal, con los suyos, se fue al prado. |
Los vitoriosos gatos, donde estaban |
1520 |
sus muertos enemigos, a quitalles |
los bélicos despojos que tuviesen; |
hallaron adornados de collares |
algunos, y quitándolos a todos, |
manifestaban su vitoria en ellos. |
1525 |
Cortáronle a Lautaro la cabeza, |
pusiéronla en un asta por trofeo |
y un collar de veneras que traía. |
Con esto dieron tras de Nusco vuelta |
para pasar el Betis, que ya estaba |
1530 |
congelado, de modo que pudieron |
a las faldas llegar de Asnalfarache, |
de donde comenzaron su camino |
la Vega atravesando y a Triana. |
Llegaron a la cumbre de Tornares, |
1535 |
donde el sepulcro hecho a Muracinda |
levantaron, cercándolo de astas, |
en sus puntas poniendo los collares. |