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La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente

Tomo I

Nuestra actualidad

Pedro Dávalos y Lissón



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ArribaAbajoIntroducción

SUMARIO

Importancia de la fecha centenaria que vamos a conmemorar.- Vínculo que nos une a las pasadas generaciones.- Ley misteriosa que hace depender nuestro destino de las acciones remotas.- Momento de meditación, de crítica, de patriótico análisis.- Liquidación moral y material de nuestro pasado.- ¿Por qué fuimos los primeros ayer?, ¿por qué estamos tan abajo ahora?.- Lima superior a Nueva York en 1776, a Montreal en 1830 y a Buenos Aires en 1879.- Necesidad de saber lo que somos en relación con nosotros mismos y en relación con los demás.- Dos libros: uno que se ocupe de lo que somos al presente y otro de las causas que han originado nuestro atraso.


Ninguna fecha en los anales del Perú tiene la importancia suprema de la que pronto vamos a conmemorar. Un guerrero audaz echó nuestra suerte el año 1821, y del sacudimiento prodigioso que conmovió entonces el viejo edificio colonial, apenas perdura el recuerdo. Sembrado de ruinas quedó el campo de nuestros libertadores, y sobre ellas conviene meditar, porque esas ruinas demuestran cuan carcomidos estaban sus cimientos y sobre que bases se edificaron las nuevas instituciones políticas.

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La consagración de ciertas fechas solemnes en la historia de un pueblo, es el vínculo que une las pasadas generaciones con la presente. Viene a ser la aceptación de una herencia irrenunciable; la prueba plena de que comprendemos y sentimos la solidaridad que nos liga a nuestros predecesores, y la evidencia de que nos hallamos dispuestos a recoger los frutos dulces o acerbos de su ardua y tenaz labor.

Sondeando las profundidades de la historia se nos hace más perceptible et peso abrumador de lo acontecido, y sus días de luto nos impresionan el espíritu con cierta suspensión temerosa. La gran responsabilidad de los vivos para con los muertos que han preparado las actuales condiciones de existencia toma forma más visible; y la ley misteriosa que hace depender así nuestro destino de las acciones remotas de nuestros antepasados se nos revela en toda su trágica inflexibilidad.

Los precursores y mártires de nuestra independencia cumplieron una tarea de valentía física y de sacrificio moral. Los herederos de su obra acometieron otra labor menos deslumbrante pero más difícil y austera; sin embargo, les faltó civismo y perseverancia, y sus resultados fueron incompletos.

Dejando estas consideraciones para la parte histórica de este trabajo, y deseando partir desde un punto que sea estratégico, escojamos para emprender el vuelo el momento presente, momento de meditación, de estudio, de crítica, de patriótico análisis. Así como el rendido peregrino durante su obligado reposo, en alas del recuerdo recorre su pasada vida, así también el alma nacional rendida hoy por el desastre, agobiada por la lucha, presa de intensa congoja, necesita   —7→   mirar hacia atrás, hacer historia patria y encontrar en las causas físicas y económicas y en los acontecimientos nacionales, la explicación de nuestro malestar y atraso en todo orden de cosas.

No es un libro sino varios los que será necesario escribir para hacer la liquidación moral y material de nuestro pasado; y si son los guarismos los que muestran las ganancias y pérdidas en un negocio mercantil, los hechos nacionales, favorables o adversos, respectivamente, serán los que constituyan el activo y pasivo de nuestra vida centenaria.

Si con orgullo los peruanos de ayer dieron hospedaje en su capital a los argentinos, chilenos y colombianos que a órdenes de San Martín y después de Bolívar vinieron a su suelo a darles libertad, siendo entonces Lima la primera ciudad de la América Meridional; con cuanta humildad, sus nietos, recibirán en 1921 a los embajadores de los mismos pueblos, habiendo la ciudad descendido tanto en el rol de las capitales americanas. ¿Por qué fuimos los primeros entonces?; ¿por qué estamos abajo ahora?

Todo esto lo sabremos si a estudiar nos dedicamos con sobrado tiempo, con paciencia, con elevación de espíritu, con buen criterio, con la mente sana y con muchísima actividad, porque todo en el Perú está escrito y la dificultad no está en leerlo sino en buscarlo y hallarlo.

Según planos que existen en los museos de historia de Nueva York y de Montreal, Lima era superior como población a la primera en 1776, fecha en la cual los Estados Unidos de Norteamérica proclamaron su independencia. Respecto a la segunda, todavía en 1830 el plano de Montreal revela menor tamaño al de nuestra capital en aquella fecha.   —8→   Buenos Aires era inferior a Lima en todo respecto, habiendo durado esta inferioridad hasta 1879 en que principió la guerra del Pacífico. Hoy Nueva York es la segunda ciudad del mundo. Montreal tiene 800.000 habitantes, habiendo Buenos Aires pasado el millón. ¿Y Lima?

Antes de manifestar las causas que han colocado al Perú en la situación en que se encuentra, se hace necesario exponerla, conocer nuestra actualidad, saber lo que somos en relación con los demás. Estudiar el pasado sin analizar primero el presente es hacer un trabajo incompleto. ¿Cómo es posible afirmar que el origen de nuestros infortunios está en tales o cuales hechos, si antes no decimos en qué consisten esos infortunios, si con toda claridad, sin pasión y dominados por un espíritu analítico imparcial no se da a conocer lo que es hoy el Perú?

Estado tan complejo exige dividir este trabajo en dos partes: una que tenga por objeto exponer nuestra actualidad y otra que responda por las causas que la han originado. En la primera se expondrá lo que somos al presente, lo que hemos conseguido en el orden moral y en el terreno material en los cien años trascurridos; en la segunda, los motivos físicos, políticos y económicos que han retrasado nuestro crecimiento y que a la hora de la liquidación centenaria nos presentan inferiores a Brasil, a la Argentina, a Chile y a México, habiendo sido superiores a todos ellos, con excepción del último, que nos igualaba en riquezas y en cultura.

Si el cuadro que retrate el presente resulta lleno de luz, de colorido y de verdad, y más claro y cierto aún el que enfoque las causas originarias, fácil será orientarse y más   —9→   fácil todavía destruir el caos de opiniones en que vivimos, y la anarquía de conceptos que entorpece el cumplimiento del programa de regeneración y de crecimiento. Si cada uno piensa de diversa manera, si unos atribuyen nuestro atraso a la diversidad de razas que pueblan el Perú, si otros a los inconvenientes del territorio, los que menos a la constitución y leyes que nos hemos dado, y no pocos a la apatía nacional y a falta de verdaderos ideales, imposible es encontrar remedios para nuestros males. Todo rumbo que no esté basado en la observación, en la verdad y en la ciencia, volverá a desviar el concepto de nuestras necesidades, y será causa de un fracaso igual al ya ocurrido en el primer siglo de nuestra independencia.



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ArribaAbajoPrólogo

SUMARIO

La universalidad de conocimientos ya no existe.- Condiciones que se requieren para estudiar nuestra actualidad.- La asociación intelectual en el Perú es deficiente.- Fracaso del doctor Prado en 1900.- Nueva forma de colaboración.- Anhelos de Alejandro Garland en su obra «El Perú» en 1904.- Propósitos de «Nuestra Actualidad».- Lo que incluye y lo que excluye.- Decir la verdad sin más propósito que hacer el bien.


No es tanto tiempo como cultura en grado superlativo lo que requiere el estudio de nuestro presente. La universalidad de conocimientos es cada vez más rara: el especialista ha muerto al enciclopedista; y por lo que respecta a nuestra actualidad, solo aquellos que han leído cuanto se ha escrito acerca de ella, que han sentido la vida intensa y real de nuestra nacionalidad, que han advertido y comentado a diario nuestras deficiencias, nuestros tropiezos, nuestros pasos hacia adelante, que han tenido la ventaja de vivir en un círculo de excelsa superioridad intelectual y en contacto con los hombres que conocen la finanza, la política,   —14→   la administración, la industria, el comercio, y que por lo menos han vivido un tercio de siglo, serán los únicos que a falta de una cultura completa podrán escribir acerca de lo que hoy somos.

Trabajo como este de naturaleza tan vario y complicado, debiera hacerse buscando la colaboración de muchos, si entre nosotros hubiera práctica y espíritu de asociación intelectual. Javier Prado en 1900, hizo grandes esfuerzos como presidente del Ateneo de Lima, para asociar a nuestros escritores con el propósito de que cada uno en su ramo escribieran para una obra que pretendió dar a luz con el nombre de El Perú durante el Siglo XIX. El libro debía contener cincuenta materias, y apenas cuatro de los comprometidos cumplieron su promesa.

Siendo necesario prescindir de la cooperación de los demás, esta obra que debiera ser monumental si todos contribuyeran a ella, solo será un ensayo, un bosquejo, un propósito.

Como no es posible que el autor lo diga todo porque la universalidad de conocimientos es limitada, supliremos nuestros vacíos emitiendo la opinión ajena en cada materia, y así, lo que no sea dicho por nosotros será manifestado por el especialista en el ramo, y no interpretando sino copiándole toda su oración a fin de que no se pierda un átomo de la fuerza y del espíritu que tuvo al hablar o al escribir. Este método dará a este libro la colaboración de nuestros mejores pensadores.

Alejandro Garland, uno de los hombres más notables y de más provecho que ha tenido la América del Sur, al escribir su libro «El Perú», propúsose levantar el espíritu   —15→   público dando a conocer lo bueno y lo útil que teníamos en 1904. «Nuestra actualidad» no lleva ese propósito. Aspira a despertar el alma de nuestro pueblo, exponerle lo que somos y declararle verdades que nadie le ha descubierto. Este libro nos hará conocer nuestros daños y deficiencias en todo lo bueno, sin que por esto tenga tendencia pesimista. Está expresamente escrito para señalar las cosas que todavía no tenemos, los sentimientos, anhelos y aspiraciones que nos faltan. Tomará a su cargo la exposición de lo anormal, de lo deficiente, de lo incompleto, lo enfermo, lo que está podrido, lo que no tenemos aquí cuando ya lo poseen los chilenos y los argentinos.

No tendremos en cuenta la excepción, ni nos detendremos en exaltar lo bueno, cuando el conjunto es malo o incompleto. ¿No es ridículo mostrarse orgulloso de las veinte o treinta escuelas de instrucción primaria que existen con higiene y locales apropiados, cuando hay cerca de dos mil que no reúnen estas condiciones?

Tampoco mencionaremos las cosas buenas que tenemos cuando ellas ya existen en casi toda la América Latina, y existen por razón de utilidad pública, de decencia, de vitalidad nacional, de cultura, y porque sino existieran ya nos hubieran borrado en el mapa de las naciones civilizadas. ¿Debemos sentirnos orgullosos de tener una institución de crédito de primera clase que se llama Banco del Perú y Londres, cuando en todas partes los hay iguales; y poseer algunos ferrocarriles cuando Bolivia en veinticinco años ha desarrollado una red que ya alcanza a 1.700 kilómetros? En cambio, ¿no es vergüenza el no tener caminos, cárceles, agua y desagüe y en Lima ni siquiera pavimento?

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Nuestra labor es de análisis, de observación, de crítica. Es un ensayo sociológico. Aspiramos a decir la verdad sin más propósito que el de hacer el bien a nuestro pueblo, a fin de que conozca sus defectos, sus vicios, sus deficiencias, sus ridículas pretensiones en materia de cultura y de progreso. Es condición indispensable para conseguir una cosa saber que ella falta y que es necesaria e indispensable. Quien cree que todo lo tiene a nada aspira.





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ArribaAbajoCapítulo I

Pesimismo reinante


SUMARIO

Juicios de los que se han tomado a cargo de la crítica doméstica.- Exclusión de intelectuales.- Única ventaja del pesimismo.- Jóvenes pesimistas y viejos altruistas.- El doctor Prado en su discurso sobre las condiciones sociológicas del Perú.- El doctor Cornejo sostiene que el Perú presenta en su vida interna todas las formas del desequilibrio.- Víctor Andrés Belaúnde y la realidad nacional.- Estado de sicología social observado por el doctor Víctor M. Maúrtua.- Lo que han hecho los Estados Unidos y la Argentina.- La nota doliente en el programa del Partido Nacional Democrático.- Profunda observación del doctor Deustua.- Admirable pintura del pesimismo hecho por Leopoldo Cortés.


Para la mayoría de las gentes, esto que se llama gobierno en el Perú, es algo que no anda bien, es algo desconcertado, algo enfermo y que por acción refleja daña la voluntad y el sentimiento. Buscamos una transformación rápida y rumbos más certeros, y no siendo posible conseguirlos, vivimos en continua decepción y lamento. El ejemplo de lo que pasa en la Argentina y en el Brasil nos hace perder   —18→   el juicio; y como en realidad, nuestros hombres de gobierno no reúnen toda la cultura y la austeridad que son necesarias para tratar con acierto de los asuntos del Estado, el malestar reinante es intenso y general en todas las clases sociales.

¡Qué juicios no se oyen de boca de esos individuos que han tomado a su cargo la labor de hacernos la crítica doméstica! Para esas personas, en asuntos públicos, no hay otra cosa que el interés personal, el forcejeo de los partidos, las abolladuras y los reveses que la ley ha soportado por abusos de los poderes. En realidad hay mucho de cierto en todo esto; siendo así que, hasta el más candoroso de nuestros optimistas tiene sus momentos de recelo y decepción.

A los dos años de los cuatro que gobierna un presidente de la República, ¿quién es aquel que todo no lo ve negro y que no echa la culpa de lo que sucede a los políticos que en el gabinete y en las cámaras acompañan al Jefe del Ejecutivo?

Es también causa constante de nuestro desaliento y pesimismo la exclusión que se hace de los pocos elementos intelectuales que el país posee. Con raras excepciones, los gabinetes y las mayorías de las cámaras están constituidas por personalidades mediocres, e inadecuadas para afrontar los peligros futuros y para trazar los caminos que conducen a la libertad y al progreso. El espíritu se apena, se apoca, desfallece, al darse cuenta de que por un defecto lamentable de selección, y existiendo hombres capaces de salvar la República, ésta vive a merced de las gentes audaces.

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Siendo esta nuestra sicología, sólo los ignorantes, los necios, y los inconscientes son los únicos que viven libres del abatimiento reinante. Por lo demás, este sentimiento, que a primera vista tiene todos los caracteres de un factor negativo, en realidad no lo es, como que sirve de control a los espíritus ligeros que todo lo ven color de rosa. Si no hay quien se lamente, quien proteste, quien maldiga, quien se desespere de los males que afligen al Perú, ¿cómo es posible que el alma nacional tenga fuerza para levantarse y energía para entrar en el camino de la reacción? Quién todo lo juzga bueno y quien se consuela diciendo que en todas partes sucede lo mismo, hace tanto daño como aquel que todo lo ve oscuro y que en cuanto acontece solo descubre maldad y desgracia.

Desafortunadamente nuestro pesimismo es exagerado. La lamentación está de moda en el Perú, no siendo los viejos sino los jóvenes, los que en proporción constituyen la mayoría de los maldicientes. Sería explicable que los primeros hubieran perdido la fe, habiendo nacido en la prosperidad y viéndose derrotados después por los chilenos en los campos de batalla. Por desgracia no es así: es la juventud la que vive renegando de su suerte, la que se queja de la labor política de sus antepasados y la que no vislumbra días de ventura, de grandeza y de revancha para la patria. Es tanta la depresión de espíritu en que vive la mocedad, son tan mermados sus anhelos, encuéntrase tan poco dispuesta a la lucha e incapaz de alcanzar en lontananza un Perú próspero y grande, que por falta de ensueño, de entusiasmo, de confianza en su propia fuerza, se asusta de la tenacidad con que Chile persevera en sus propósitos conquistadores   —20→   de Tacna y Arica, cuando en ella hubieran de retemplarse para la recuperación y la reconquista.

Refiriéndose al presente, el doctor Javier Prado, en un notable discurso acerca de las condiciones sociológicas del Perú, a propósito del problema de la educación, decía en la Universidad, como rector de ella en 1915:

El Perú, después de haber sido secular asiento de asombrosas civilizaciones, centro de gobierno y de opulencia en la época de la dominación española, no ha alcanzado, ciertamente, durante los cien años que van a trascurrir del ejercicio de su autonomía republicana, a desarrollar, como debiera, sus fuentes naturales de vitalidad y de bienestar económico, ni en el orden social y político formar una nacionalidad de vida organizada y vigorosa, que corresponda a la grandeza de su pasado y al progreso obtenido por otros pueblos americanos en el proceso de su vida independiente.

Hondo problema es este, cuyas causas sociológicas hay que reconocer se encuentran, no en circunstancias ocasionales y transitorias, sino en factores permanentes, que arrancan de las raíces mismas de nuestra organización nacional. Obsérvase en su estructura y en su funcionamiento raros y crueles contrastes: entre un vasto territorio de inmensos recursos y un país pobre de escasa población; entre una inteligencia rápida y flexible y una debilidad persistente en la visión concreta de la realidad, en la comprensión de la vida y en la previsión de lo porvenir; entre una sensibilidad vibrante y emocional y una volubilidad dispersa en los sentimientos y en los actos; entre una necesidad nacional de unión, de cohesión, de organización y de solidaridad, y una oposición y lucha tenaz de pasiones y tendencias que conducen a la inestabilidad y a la segregación, y que han llegado a veces hasta los linderos de la anarquía. Su espíritu adolece de falta de intensidad de continuidad y de finalidad colectiva. No hay suficiente polarización en los ideales nacionales. Las energías morales se hallan deprimidas. Falta oxígeno espiritual en el ambiente de un pueblo que se presenta con frecuencia en su historia, enfermo del pensamiento y enfermo de la voluntad.

Al choque de la realidad, y ante la prueba de la resistencia, descúbrese fragilidad inquietante en sus resortes funcionales.   —21→   Mientras tanto, el régimen republicano, en su vida de libertad y de igualdad democrática, requiere grandes energías y virtudes, pues al destruir el antiguo régimen de los privilegios y al abrir el camino a todos los estímulos, desborda a su vez, en los fenómenos de la capilaridad social y del arribismo, impulsos y apetitos que, si llegan a predominar, convierten a los hombres y a los pueblos en esclavos de sus pasiones.

El Perú, para hacer la amplia y fecunda vida de su desarrollo, demanda recibir intensas corrientes de renovación en las ideas, en los sentimientos, en las almas. Con procedimientos y remedios exteriores y transitorios sólo se conseguirá encubrir superficial y momentáneamente el curso del proceso patológico. Hay que proceder de adentro hacia afuera: el mal, más que en las cosas, está en los hombres. El país requiere una obra de reorganización general, en la que no debe prevalecer ni la ideología especulativa que no alcanza a penetrar y a dominar la realidad, ni el empirismo rutinario, incapaz de abarcarla, de preverla y de dirigirla. La reorganización, hay que hacerla y las reformas hay que enclavarlas en la realidad misma: en la vida que vive un pueblo y en la vida que debe vivir.



Avanza, aun más, el doctor Mariano H. Cornejo en sus opiniones, a juzgar por lo que dijo en su famosa conferencia el 3 de julio de 1915, en el Teatro Municipal de Lima, al tratar de las reformas constitucionales. A su juicio, el Perú es un país enfermo, incapaz de defenderse y que presenta en su vida interna todas las formas del desequilibrio. El párrafo pertinente al caso dice así:

Señores: el Perú es un pueblo enfermo; así lo revela toda su historia que traduce un malestar crónico, y no puede atribuirse esa perturbación profunda solamente a los desequilibrios del crecimiento, no, señores; porque en el Perú, a diferencia de los demás países sudamericanos, ha determinado una evidente evolución regresiva: nosotros éramos más y ahora somos menos, ellos eran menos y ahora son más.

En su vida externa el Perú parece un organismo incapaz de defenderse. Ya son contratos onerosos con el explotador   —22→   extranjero, concluidos con liquidaciones cada vez más usurarias, en los cuales se desvanece la opulencia que nos regaló la Naturaleza; ya es la negociación diplomática concluida con abdicaciones inverosímiles; ya es el valor y el heroísmo individual no pudiendo evitar el desastre inevitable. Y en la vida interna todas las formas del desequilibrio; en la administración, el favor; en las finanzas, la dilapidación; en política, todos los vicios imaginables, revoluciones, dictaduras, anarquía, pronunciamientos, fraudes, intrigas, endémico el abuso arriba y endémica la conspiración abajo, y hasta los cortos periodos de bienestar, debidos siempre a la acción personal de un hombre superior, nunca al equilibrio normal de las cosas.



Piensa con igual criterio el doctor Víctor Andrés Belaúnde, quien, al exponer nuestra realidad nacional, afirma que la crisis del Perú estriba, no en lo que él llama la disculpa del territorio y el pretexto de la raza, sino en que la conciencia colectiva del Perú ha estado siempre enferma y desorientada, y conceptúa en esta desviación de la conciencia nacional, deficiencias de cultura. Considerando al Perú en su aspecto síquico, nos dice:

El Perú está enfermo, han repetido todos los sociólogos nacionales, empleando la efectista palabra que Zumeta aplicó al continente, y Alcides Arguedas a la tierra boliviana en un libro que pinta vicios generales de América. El Perú está enfermo, en verdad. Mas, ¿cuál es su dolencia? ¿Es física, biológica o psíquica? ¿Está en la tierra, en la raza o en los ideales y las aspiraciones colectivas? Quisiera probar en estos artículos que nuestra enfermedad es principalmente psíquica, que la postración nacional que nos preocupa tiene su raíz profunda en la falta de intensidad en las aspiraciones colectivas, en la desviación de los ideales nacionales inspirados hasta hoy en una cultura imitativa no iluminada por la visión directa del ambiente y que no ha tenido la palpitación y la savia de la realidad. Una filosofía perezosa, superficial, imbuida de un negro pesimismo, ha atribuida la postración nacional al factor desfavorable del territorio o a los inconvenientes de la raza.

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Nuestro criterio es distinto. No atiende a esas consideraciones exteriores o lineales y contempla la realidad de nuestra vida y el contenido de nuestra historia. Este criterio, que es vital e interiorista, descubre que por encima de los inconvenientes territoriales y las deficiencias étnicas, la causa fundamental de los tropiezos y. retardos en el desarrollo peruano, radican en una equivocada constitución psíquica de la sociedad, en una especie de incomprensión por individualismo, que han impedido que surgiera una conciencia colectiva o que ha determinado, en la mayor parte de los casos, una orientación equivocada o desviada de las aspiraciones generales. Se admite hoy que la sociedad es un todo psíquico y que más influencia, que los factores mecánicos del medio, y los factores biológicos de la herencia, tienen los factores psíquicos constituídos por los ideales y las aspiraciones colectivas. De dos naciones en lucha, tiene más probabilidades de triunfar, no la más rica económicamente, ni la más inteligente o culta, sino la que siente un ideal colectivo más intenso...

La eficacia de una aspiración colectiva que se traduce en leyes, actos gubernativos, vida internacional y acción social libre, depende de su relación o compenetración con la realidad. Para que la conciencia colectiva se oriente acertadamente, es necesario que descubra su realidad y que hunda en su íntima esencia las raíces del ideal que formula. En una palabra, los ideales tienen que ser adecuados, consistentes y corresponder no sólo al tiempo, sino principalmente a la tierra [...]

La conciencia colectiva en el Perú ha sido débil; las aspiraciones nacionales han estado mal orientadas; no ha existido el ambiente espiritual propicio al surgimiento de los ideales salvadores y a su realización en la vida.

La cultura peruana no ha contribuido a crear esa conciencia colectiva, ni a orientar esas aspiraciones ni a formar esos ideales. ¿Por qué esa infecundidad de nuestra cultura? Ella se debe al defecto fundamental de la falta de intuición y de sentimiento. Podrá encontrarse en nuestra cultura erudición, poder dialéctico, elocuencia y gracia; pero no encontrarnos una intensa corriente sentimental ni el relampagueo de las intuiciones que descubran a nuestros ojos ávidos nuestra propia realidad.



Hablando después de la mala orientación de las aspiraciones   —24→   colectivas, y en su deseo de probar que por falta de intuición y sentimiento no se ha descubierto la realidad nacional, y que no está formada la atmósfera intelectual necesaria para que sufran y se propaguen los verdaderos ideales colectivos, el doctor Belaúnde dice:

Así como hay aspiraciones colectivas irrealizables porque corresponden a otros tiempos y que son anacronismos, hay ideales que no se sustentan sobre el medio efectivo y que no sacan de él su savia original, y son anatopismos. Anatopismo es la expresión que indica mejor el vicio radical de las aspiraciones colectivas. En la historia del Perú el alma nacional o dormita, sin querer nada, o despierta para orientarse en el sentido de lo irrealizable o de lo equivocado. Es nuestra vida una triste sucesión de anatopismos.

Después de la violenta sacudida de la Independencia, destruidos los marcos coloniales, la aspiración colectiva debió enfocarse en el sentido de constituir una nacionalidad, que fuera la continuadora del Imperio extinguido y del Virreinato derribado. Los factores históricos engendra con ese ideal. La comunidad de raza entre el Alto y Bajo Perú y la semejanza y continuidad del territorio lo indicaban claramente; y, sin embargo, estudiando la ideología política de esa época descubrimos en ella el fervor idealista jacobino, liberal, republicano, pero no el nacionalista integral.

La sociedad de esa época no comprendió el enorme ideal de una nacionalidad más amplia ni vibró por él. Igual incomprensión, igual apatía colectiva se descubre cuando el momento histórico y el genio de un hombre brindaron la oportunidad para realizar aquella aspiración necesaria. La gran nacionalidad que vivió corta vida de las armas santacrucinas no fue comprendida ni por la sociedad de su tiempo, ni los intelectuales de la época. Los hombres del norte del Perú combatieron aquella empresa y buscaron el apoyo exterior para derrocarla; pero lo más típico es que los hombres del sur, que aceptaron la idea y que colaboraron en la obra, no la comprendieron tampoco. Para ellos la Confederación no fue una reconstrucción nacional, no fue una integración superior, sino simplemente, una división, una separación del Sur respecto del Norte, que alhagaba las pasiones regionalistas y descentralizadoras. Combatido por los contrarios, mal interpretado por los propios, la reconstrucción de la nacionalidad peruano-boliviana   —25→   sucumbió más que por la influencia de las armas extranjeras, por la falta de la colaboración de un ambiente comprensivo y propicio.

Idénticas comprobaciones alcanzaríamos acerca de nuestra enfermedad psíquica, si estudiáramos en detalle la ideología política del Perú. No hay ideología más incongruente, más dispersa, más falta de sentido de la realidad, más pobre de intuiciones, más ausente de hondos y sinceros entusiasmos y con menos influencia en la vida social y en la marcha de los acontecimientos.

García Calderón en su «Perú Contemporáneo» ha trazado un bosquejo interesante de la evolución de las ideas en el Perú, pero olvidó señalar la falta de paralelismo entre ella y los hechos del desarrollo social.

Surge después de la independencia un partido conservador que debió ser fuertemente nacionalista. El ideal de orden y de disciplina era saludable en el Perú. Pero nuestros conservadores, lejos de tener la intuición de los conservadores chilenos, como Egaña, su sentido práctico y su fuerte sentimiento nacionalista o patriótico que produjo la sólida obra de la Constitución del 32, fue más bien una agrupación literaria, aquejada de aristocratismo intelectual desdeñosa del pueblo, nostálgica de ciertos aspectos de la vida de la Colonia, que no se sentía en comunión estrecha con el medio, y que imbuida de las ideas monárquicas no comprendió lo que Bolívar, antes, y Alberdi, después, vieron con claridad genial: que la nacionalidad estaba íntima e indisolublemente unida no solo a la república sino a la franca democracia.

Desviadores de nuestra conciencia nacional fueron, igualmente, nuestros liberales. De espaldas a la tierra y a la historia, su alma sólo vibraba al compás de los ecos que se iban extinguiendo de la grandilocuencia e igualitaria de la revolución. Y estas ideas o conatos de ideas no fueron principios en lucha, fuerzas de acción, sino extraña y postiza fosforecencia sobre el contraste egoísta de los intereses y el choque brutal de las contiendas civiles.

Más apegado a la nacionalidad que el conservadorismo de Pando fue el de Herrera, en cuya obra política se descubren atisbos de la realidad patria como en el célebre discurso con que se opuso al voto de los indígenas. Sin embargo, en el momento preciso de la reconstrucción del país, la tendencia de Herrera y sus discípulos se orientó al conservadorismo clerical y reaccionario y no al puro nacionalismo. El período del 51 al 60 es un período de organización jurídica que no se realiza sobre la base de un estudio de las   —26→   necesidades nacionales: el factor preponderante no es la visión del medio, sino la imitación de la cultura exterior. Desde el 54 al 60 el Perú discute la reforma de su Constitución política. Aquella discusión revela más que nunca lo alejados que estuvieron nuestros ideólogos de un sentimiento de la realidad. Los conservadores mantienen su criterio reaccionario y hacen cuestión de Estado, de puntos de doctrina; los liberales mantienen su credo individualista y simétrico y, por lo mismo, inaplicable al medio. La polémica no versa sobre la estructura del país ni sus necesidades vitales; es un choque dialéctico sobre ideas políticas abstractas con ausencia absoluta de todo punto de vista original. Las disputas fueron teológicas o bizantinas. El resultado correspondió a esa lucha ficticia de ideales y de conceptos; la constitución del 56, la más imperfecta de nuestras constituciones y la constitución del 60, cuyos grandes errores hemos soportado en sesenta años de vergonzosa paciencia.

Para comprender que la conciencia colectiva del Perú ha estado siempre enferma, principalmente en ese período, para apreciar hasta qué punto nuestros hombres de pensamiento lejos de orientar el espíritu nacional lo desviaron y desorbitaron lamentablemente, basta comparar esa época con el período semejante en la República Argentina.

La tiranía de Rosas había hecho crisis. El ejército del general Urquiza derrota en Caseros a las tropas dictatoriales. El destino brindaba la oportunidad para reconstituir el país deprimido por la dictadura y anarquizado por la división al parecer insalvable entre la capital y las provincias. Durante el destierro, los hombres de pensamiento argentinos, avivado su sentimiento por la nostalgia de la patria, estudiaron sus problemas y sus necesidades. Sarmiento descubre con intuición genial la realidad argentina en las páginas del «Facundo», y Alberdi formula las bases de esa reconstitución en su libro inmortal en que todo es esencia de realidad, iluminación y acierto. Los pensadores argentinos no situaron sus ideas en un plano doctrinario, sino en la corriente misma de la vida. Los llamaríamos pragmáticos con el lenguaje de hoy. La Argentina tuvo conciencia de sí misma en las descripciones y trazos del «Facundo» y halló en las bases de Alberdi las orientaciones más sanas y adecuadas para resolver sus necesidades económicas y sus angustiosos problemas políticos. ¿Podría clasificarse en el marco artificioso de conservadores y liberales a Sarmiento y Alberdi? El mejor elogio que se puede hacer de ellos es decir que fueron esencialmente argentinos. Al fin supremo de la constitución de la   —27→   nacionalidad con vida propia lo refirieron todo, y su inteligencia se enfocó directamente hacia la realidad, descubriéndola y basando sobre ella los ideales que proclamaban. La obra de los hombres de estado argentinos posteriores, no fue otra cosa que la realización y desenvolvimiento del programa de Alberdi.

La constitución del 53 que consagró aquellas ideas, ha sido la base de la prosperidad de la República del Plata.

En el Perú se observa un fenómeno opuesto. Los hombres de Estado, los políticos de acción, no han encontrado los problemas nacionales ni estudiados ni resueltos por los pensadores. Los hombres de estado, intuitiva y prácticamente los han resuelto a su manera. La reconstitución nacional llevada a cabo por Castilla es obra personalísima que no fue precedida por el descubrimiento de rumbos, ni por la formación de un ambiente espiritual propicio de parte de nuestros hombres de pensamiento. Igual cosa sucede con la obra de Piérola. La literatura anterior a la guerra no forjó los rumbos ni los ideales en que debía inspirarse el autor del renacimiento peruano. El Perú puede presentar hasta dos casos de hombres de voluntad superiores; pero no ha tenido dos directores de la conciencia nacional a la altura de ellos. Elocuente contradicción al error, que tiene el carácter de verdad consagrada en que en nuestro medio el pensamiento ha culminado sobre la acción, error que confunde pensamiento con devaneo o agitación intelectual.

Y no se diga que teniendo hombres de acción intuitivos y geniales está demás la obra de los pensadores o formadores de la conciencia colectiva. Para que la obra sea fecunda no basta que sea intuitivamente ejecutada; es necesario que cuente en su gestación un ambiente intelectual que sirve después para conservarla y continuarla. Librar todo al azar de la aparición excepcional de las figuras geniales, sería esencialmente peligroso y absurdo. Precisamente la incongruencia de nuestro desenvolvimiento es efecto de la ausencia del ambiente intelectual que los directores de la conciencia colectiva debieron formar. Desaparece el hombre de acción que traza un surco; la obra existe objetivamente; pero como se ha realizado por un esfuerzo individualista, por un golpe de voluntad aislado, sin la compensación y preparación del medio, nadie continúa la obra, nadie la conserva, y se suceden luego las tendencias egoístas e incoherentes que la destruyen. Un estudio profundo de la historia del Perú comprobaría que las bases fundamentales no formuladas, pero intuitivamente seguidas por Castilla en su obra de reconstrucción nacional fueron   —28→   abandonadas por sus sucesores. Tal sucedió con la supremacía marítima, con el fomento del oriente, con la organización central de la instrucción pública; y algo semejante también ha acontecido con la obra de Piérola.

Nuestra realidad política es pobre; pero nuestra ideología política lo ha sido más.



Expuestas las opiniones de los señores Cornejo y Belaúnde, no es posible omitir la del señor Maúrtua, quien sin dejar de observar que, «nuestro sistema imperfecto de libertad civil y política, las deficientes garantías que nuestras leyes prestan a la propiedad, la insignificancia de nuestros recursos y el gobierno personal detenido y templado por la revolución, constituyen un estado incipiente que nos molesta y avergüenza»; y sin dejar de reconocer que, «este descontento es muy legítimo como que nos vemos muy abajo y muy atrás, habiendo andado muy poco y habiendo podido caminar más de prisa», con profunda pena, en un interesante discurso pronunciado en la Universidad, en 1915, nos hace la pintura social del Perú, tal como la ven los demás. Al respecto nos dice:

Hay en la actualidad un estado de psicología social que todos observamos y que todos naturalmente contribuimos a formar. En esta misma tribuna universitaria, hecha para combatir los empirismos y para estudiar a fondo y científicamente los problemas nacionales, se perciben síntomas de haber penetrado la influencia de una cierta impresión colectiva de inquietud y de pesimismo. No se cree comúnmente que este país sigue su desarrollo normal, contemplado, por supuesto, en su momento y en la relatividad de sus factores de evolución. Se habla en todas partes de diversos aspectos de una crisis integral descompuesta en una serie de detenciones y de agotamientos de todas las fuerzas vivas. Los elementos de la producción, del comercio, de la industria, la estructura financiera nacional estarían sustancialmente afectados y hondamente heridos. La enseñanza, las ideas directrices, los sentimientos, los hábitos, las disciplinas mentales y morales,   —29→   toda la vida espiritual revelaría un movimiento regresivo o una desviación de los principios de solidaridad a que tienden a subordinarse las sociedades civilizadas. El desarreglo visible y doloroso de la máquina constitucional, la hipertrofia de uno de los órganos mediatos o secundarios de gobierno, la depresión del órgano que es inmediato y principal en los pueblos en democracia, la corrupción de las costumbres públicas, la burocratización de las más nobles funciones representativas, demostrarían la inadaptación de las formas políticas adquiridas. Y en medio de este concurso de observaciones ingratas, de impresiones debilitantes, han surgido los reformadores de diversas escuelas, entre ellos principalmente los reformadores políticos, presentando con aire de maestros de ciencia sus diagnósticos, proponiendo, según sus respectivos puntos de vista, sus consejos, sus iniciativas, sus remedios. Y así transcurrimos en un concierto de quejas, de lamentaciones, de tentativas o de preocupaciones contra todos los males imaginables como los neurasténicos que pasan la vida tocándose el pulso e interrogando sus órganos. Todo esto me parece de suma inconveniencia porque entraba la vida de relación del país, porque desorienta las inteligencias, porque mina la voluntad y porque, en definitiva, canaliza las energías nacionales en una dirección de menor productividad.



Pertinentes al tema en estudio son las siguientes líneas del mismo discurso, líneas en las cuales el doctor Maúrtua hace brillante descripción de la labor americana y argentina en los años que precedieron a su actual grandeza:

Durante noventa años nos hemos ocupado en arreglar una constitución escrita más o menos artística a gusto de abogados y de retóricos. Los problemas del sufragio directo o indirecto, universal o restringido de la verdad electoral, de la organización parlamentaria han consumido las mejores energías mentales y morales, han absorbido las vigilias de publicistas y oradores, la acción de políticos y gobiernos. Semejantes ideales y maneras de acción han sido entre nosotros repercusiones tardías de la época revolucionaria. Pero esta época ha hecho su obra y alrededor nuestro todo ha cambiado. Las mejores naciones americanas viven dedicadas hace tiempo a acrecentar su fuerza fisiológica, a desarrollar su prosperidad pública, a aumentar su riqueza fiscal. Los Estados   —30→   Unidos se ha dicho, han sido menos una democracia, que una gran compañía de descubrimiento y explotación de un inmenso territorio, que ofrecía la libertad y la participación en la soberanía política, como una prima de ensanche a los obreros que demandaban la soledad y la incultura del nuevo mundo. Todo su esfuerzo ha concurrido durante un siglo a dominar la naturaleza. Toda su energía ha estado concentrada en la asimilación de un gran suelo, en la construcción de un gran patrimonio. Su enseñanza pública no ha sido orientada durante ese período de formación a levantar una «elite» idealista ni a establecer una educación común de finalidades más o menos clásicas. Su enseñanza se ha adaptado en perfecta correspondencia con las tareas dominantes de la sociedad, que exigían el fortalecimiento del carácter, el hábito del esfuerzo, la audacia, la ambición de la fortuna, el sentido de la grandeza material. Su régimen político no ha merecido en ese tiempo ni la atención secundaria de los ciudadanos. La constitución con todos sus defectos ha permitido consolidar la unión y dar a los habitantes la garantía de su independencia personal y de su propiedad. Todo lo demás ha sido colocado en un plano inferior. Ha sido mantenido como en reserva para otras oportunidades y otros esfuerzos.

Realizada la obra primaria de la fortuna, la Nación vuelve los ojos a sus intereses políticos y morales. Y ha principiado la gran empresa de la purificación del gobierno de la sociedad. Y ha comenzado con la exhuberancia del tesoro público, con el surgimiento de clases ricas, el empeño de espiritualizar la enseñanza común, de idealizar la alta enseñanza, de intensificar los estudios morales y sociales, de investigar todos los grandes y palpitantes problemas que plantean la democratización rápida de los estados modernos. Estas son las dos etapas de la vida del pueblo más sano, más vigoroso en la que llamaremos nuestra familia geográfica. Las naciones que han trastornado el orden de esas etapas y que han diluido sus pobres energías en todas las complejas tareas de la vida pública, están condenadas fatalmente a desarrollos retardados o mediocres. La idea de la urgencia diferente de las necesidades humanas es familiar al biologista [...]

Después de la evolución americana en la que se ha realizado esa marcha gradual y preferencial, podemos observar, en menor escala, el propio fenómeno en la República Argentina. Hace cuarenta años no más, Buenos Aires no era muy superior a Lima. El vasto, el riquísimo suelo argentino acababa de ser conquistado al indio alzado. Sus vías de comunicación   —31→   imperfectas y sus escasos ferrocarriles mantenían desarticuladas sus provincias y limitaban el cultivo de la tierra. Su pequeña población nativa se ahogaba en el desierto. En cuarenta años la república Argentina no ha dejado oír su voz sino para pedir la paz interna y externa. No ha resonado en su parlamento durante ese tiempo, el acento de los retóricos ni ha estado entregada su actividad a tejer y destejer constituciones y leyes. Sus políticos han sido en general una clase sin prestigio, sin influencia social que no ha arrastrado la atención de las clases trabajadoras. Y cuando principiaba a creerse en América que florecía allí una civilización material y grosera, de ricos ganaderos y sembradores de trigo, de arrivistas vanidosos y estériles, asoman, con la riqueza producida, estadistas de primera clase, desenvolvimientos y reformas trascendentales de la enseñanza, perfeccionamientos magníficos de las instituciones y de las funciones públicas, una actividad fecunda, mental y moral, que marcha al compás de su actividad material. He ahí los milagros de la riqueza. Hay en cambio una república muy parecida a nuestra república en la que domina podríamos decir el sentido político de la evolución. Me refiero a Colombia. Sus hombres públicos son como los nuestros. Sus partidos son como los nuestros, numerosos y frágiles. Sus círculos y núcleos se reproducen. Se siente más que entre nosotros un gran apogeo a las formas tradicionales. Se defiende la letra de la ley sin cuidar del derecho real ni del fondo de las cosas. Su parlamento no es como el nuestro, de constitución personal deprimida ni sumiso; es un parlamento compuesto en general de los elementos intelectuales del país y es altivo hasta ser ingobernable. La tendencia general de su política y de sus administraciones, lo mismo que entre nosotros ha sido más de discusión que de acción, más reformista y jurídica que propulsora de fuerzas vivas y productiva. Colombia, lo mismo que nosotros no ha «seriado» en verdad, la satisfacción de sus necesidades de progreso.



Siendo la enfermedad del pesimismo nacional, achaque del que nadie en el Perú se escapa, la nota doliente no podía faltar en la declaración de principios del Partido Nacional Democrático. Ella contiene las siguientes creencias:

En la profunda desorientación, que nadie se atreve a negar y que desde tan largo tiempo venimos deplorando, es urgente   —32→   constituir nuevos núcleos de opinión que reemplacen las afinidades inconveniente o superficiales del compañerismo y la adhesión personal con la reflexiva comunidad de ideas y propósitos perdurables. Solamente congregando a los que piensan y sienten de igual modo acerca de los asuntos públicos, podrá disiparse la densa tiniebla de incoherencias y ambigüedades que amenaza envolverlo todo; y se logrará al cabo despertar y concentrar las fuerzas de los numerosos ciudadanos hoy sumidos en vituperable marasmo, y atajar por fin esta afrentosa caída en que las instituciones y las leyes, las garantías, la riqueza y las esperanzas del país, en medio del desmayo universal, se van a toda prisa precipitando y aniquilando.



El doctor Deustua, decano de la Facultad de Letras, expone los conceptos que van a continuación. A juzgar por ellos, son causas morales, no transitorias ni atribuibles a los hombres de hoy, las que ocasionan nuestro atraso político y espiritual. A juicio del doctor Deustua, esas causas se remontan hasta los orígenes de nuestra civilización y fueron engendradas por una política exclusivamente económica, sin más base de criterio que el placer del momento y el provecho personal a corto plazo, en forma inmediata, sin grandes sacrificios y por caminos cortos:

España, conquistó el Perú para enriquecerse solamente, organizando una colonia en la que todo, todo absolutamente respondía a ese fin. Cuando Francisco Pizarro señaló a sus compañeros la dirección por donde se iba a ser ricos; marcó, el porvenir de estos países. Esa organización social creó el criterio utilitario como único criterio moral. Los hombres del coloniaje realizaban el funesto ideal de la metrópoli, estaban obligados a hacerlo; no se preocuparon, ni podían preocuparse de intensificar el sentimiento de libertad moral de la colonia, que ante todo y sobre todo debía poseer la virtud de la obediencia y del conformismo, que si no son el servilismo, conducen a él necesariamente.

Conquistada nuestra libertad política, los hombres dirigentes de la República, sin preparación para una vida política radicalmente opuesta a la de la colonia, sin fuerza inventiva   —33→   para crear las formas de una vida nueva, sin otros modelos inmediatos que los ofrecidos por la metrópoli, continuó con ese mismo criterio utilitario, que ha originado todos los desastres de nuestra vida política y que ha provocado el grave conflicto con el que amenazan la suerte nacional los continuadores de esa conducta.

He allí explicada la causa radical de todas las tentativas frustradas de emancipación interior. Las explosiones de la conciencia nacional surgidas del fondo de nuestra vida colectiva han sido impotentes para un cambio verdadero de los viejos métodos políticos, porque tras ellas la conciencia económica de nuestros dirigentes, movida solamente por los apetitos de una realidad aprovechable desde los primeros instantes, ha rechazado los caminos largos que conducen a la regeneración moral, los esfuerzos abnegados que dejan para futuras generaciones el goce de los frutos producidos por la obra presente. Bajo el atractivo irresistible del placer de los sentidos, dominados por la impaciencia propia de esa seducción, sin fuerzas morales suficientes para resistir a los apetitos del momento volvieron siempre al pasado menospreciando el ejemplo de unos pocos y sino rechazando, eludiendo las enseñanzas de los grandes hombres.

Las reacciones han sido así hasta hoy infecundas para el bien público. La moralidad, la verdadera moralidad no ha reinado en las alturas; y el país, que necesita heroicos y constantes esfuerzos de purificación para constituirse como entidad libre, verdaderamente independiente del pasado, ha oscilado entre la dictadura y la revolución, que se engendran recíprocamente como momentos extremos de un mismo proceso político. Por eso nos encontramos ahora desnudos de verdadera civilización, no porque no tengamos poderosas industrias, riquezas mil explotadas por el comercio; si no porque nos exhibimos sin las condiciones morales necesarias para constituirnos y. gobernarnos como una nación libre.



Leopoldo Cortés, en un bien meditado artículo, «El Perú del Porvenir», artículo que obtuvo el gran premio en el Círculo de Periodistas, queriendo denunciar el pesimismo con que algunos de nuestros distinguidos ciudadanos presagian la disolución del organismo nacional, nos pinta la vehemencia, el calor, los conceptos abrumadores   —34→   con que esos espíritus -que en realidad los hay- hacen el diagnóstico cruel y desconsolador de nuestra vida presente. Dice Cortés que ellos dicen:

Nuestra política es un abismo de vergüenzas y dolores. Los hombres que la dirigen se alimentan de ella, y ella, como Ugolino, tiene los dientes clavados en la cabeza del pueblo. ¡No hay remedio! La renovación política de los poderes del Estado es siempre un enigma. El pueblo no sabe jamás a quién elegir, porque se le ha privado de la facultad vital de hacerlo; porque ya no sabe realizarlo.

El poder ejecutivo es una tortura para los hombres de bien, un instrumento temible en los que no lo son. El parlamento si no es su perseguidor o su cómplice, es la víctima inerte de sus desdenes. O ha de hacer lo que el gobierno, su elector le ordena, o el gobierno lo desatiende y desprecia.

El amor no nos une: no nos une ni siquiera un hábil egoísmo. Peregrinamos errantes en la debilidad del aislamiento así lejos unos de otros, separados por la vanidad o el miedo, por el agravio o los recelos; por el rencor o la envidia. No nos buscamos siquiera a tientas las manos para ayudarnos a salir, como extraviados, de las sombras que nos rodean.

Vagamos solos, enteramente solos. Los buenos, sin el amparo de los buenos, a merced de los malvados; los malvados sin la sanción punitiva, represora de los buenos. Y así discurren por la vida todas, casi todas nuestras clases sociales.

Como el pueblo no interviene sino irrisoriamente en la elección de sus poderes públicos, no les ama, ni les defiende. Como los poderes públicos no nacen en las entrañas del pueblo, no le amparan ni enaltecen. De ahí los errores o deficiencias de nuestras leyes; de ahí su ineficacia, su violación habitual.

Las clases trabajadoras laboran el bienestar de los capitalistas con la inquieta resignación del necesitado. Las clases capitalistas explotan a las del trabajo con la fría indiferencia del cálculo [...]

El país se está muriendo, el país se ha muerto, repite el pesimismo desentrañado e irreflexivo.

Los pueblos carecen de verdaderos caminos para el hombre; la industria y el comercio, de extensos y múltiples ferrocarriles; las tierras, de regadío; la agricultura y el taller, de brazos diestros y fuertes; el hogar, de disciplina; el templo,   —35→   de conscientes adoradores, y hasta Dios nos faltaría, si hasta Él llegaran nuestras manos destructoras. Entonces ¿qué somos, pues? Tierra preparada para todas las servidumbres, ¡tierra sin otro porvenir que la disolución ola conquista!....

Así, con esta vehemencia, con esta suma de detalles, con este calor se ha hecho muchas veces y por espíritus de la más acreditada austeridad, el diagnóstico cruel y abrumador de nuestro Perú del presente. ¿Pudimos, acaso, persuadirnos? ¡Jamás! Lejos de eso: al escucharlo nos hemos convencido, llena el alma de amarguras, de que la más grave dolencia que nos aqueja es el pesimismo desentrañado de quienes se duelen de lo que creen que somos. El pesimismo es un hálito de muerte. En las almas que el pesimismo invade, desaparece la esperanza y huyen presurosas las ilusiones que son las alas con que el espíritu se levanta a la realización de las grandes cosas. Nada, absolutamente nada bueno debe la humanidad a estos hombres sin fe en lo porvenir, sin valor para buscarlo. La civilización, este poder misterioso que nos ha hecho señores de todos los elementos, es hija del ensueño, de la constancia en la lucha, del heroísmo en el trabajo, de la supervivencia providencial, de la esperanza.

El pesimismo razonador y bullanguero es el más grave peligro que puede caer sobre una sociedad; porque infunde el desaliento; porque postra las energías; porque es la deserción en los ásperos combates del esfuerzo; porque contagia como la epidemia y devora como las llamas. Pues si somos cuanto los pesimistas dicen, debemos afirmar que ellos son, sin embargo, la mayor y más funesta de nuestras desventuras, la piedra funeraria de una tumba sin cadáver. Y es necesario denunciarles y es útil combatirles y es un deber perseguirles. ¡Oh, no incurramos jamás en la vergüenza de dudar de nuestra patria!





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ArribaAbajoCapítulo II

La reacción


SUMARIO

La nacionalidad formada.- El industrialismo la acrecienta.- Ya no vivimos una existencia ficticia.- La fe renace.- Como ve el doctor Víctor M. Maúrtua nuestro engrandecimiento.- Palabras de aliento dedicadas por el doctor Prado a la juventud en su carácter de maestro de ella.- Estadísticas del señor Francisco Enrique Málaga Grenet.


Si es cierto que los malos gobiernos y las revoluciones han detenido nuestra marcha en el camino de la libertad y el progreso, dejando en gran atraso la industria, el comercio y la ciencia, también lo es que esas mismas conmociones, ese continuo deseo de mejorar ha creado la nacionalidad, y la muestra hoy al mundo en condiciones decisivas y de robustez, como no las tuvo en 1866 cuando los españoles ocuparon las islas de Chincha. Hoy nuestra independencia no está defendida únicamente por los fusiles de nuestros soldados, como pasó en vida de Salaverry, sino también por el espíritu de los ciudadanos. Pasaron los tiempos del desastre. La   —37→   República relega sus quebrantos, restaña la sangre de sus heridas y se incorpora dispuesta a nueva y más vigorosa existencia. Ya tiene caminos marcados en el campo del industrialismo y sendas seguras en el terreno económico el único que puede engrandecerla, ya que la virtud de su esfuerzo hasta ahora no tuvo éxito.

Un siglo de independencia prematura ha sido causa del estancamiento y de la tiranía doméstica en que hemos vivido; pero el ejercicio de nuestros derechos políticos a pesar de la manera inadecuada como lo hemos practicado, no ha podido menos que formar la personalidad y el carácter. Vertiendo nuestra propia sangre y en medio de horribles revoluciones, se ha formado el alma nacional y el conjunto de intereses, de aspiraciones, de costumbres, que ya nada puede disolver ni disgregar.

Las continuas desventuras por las que han pasado nuestras instituciones republicanas, han estimulado la actividad intelectual, y como producto exclusivo de nuestra propia evolución han salvado la República. Ya no vivimos como ayer una existencia ficticia, decadente, inmoral y desastrosa; ya no cometemos todo género de errores, ni nos sentimos anémicos y sin valor para afrontar nuestros radicales problemas políticos y económicos. Hemos vencido nuestras flaquezas y decaimiento y al fin constituimos una entidad política.

Estos efectos, contrarios al pesimismo reinante, han surgido como resultado de un fenómeno lógico y natural. Es la inevitable fuerza de reacción, fuerza que tiene origen en el análisis y en la fe que al fin renace entre nosotros con claridad y firmeza, dado que los que mejor observan y pintan   —38→   nuestra realidad son los que con más afán se empeñen en probarnos que nuestra situación no es desesperante, y que el Perú no solamente vive sino que crece y se engrandece.

En estos anhelos, ninguno más creyente que el doctor Víctor M. Maúrtua, quién ansioso de combatir los males que el escepticismo y la desorientación causaban a la República en 1915, expuso en el mismo discurso ya mencionado, las siguientes observaciones:

Hay en estos momentos un estado anormal de cosas. Nadie puede dudarlo. Lo hay desde el período político de 1908-1912. Todos sabemos que hacia 1895 hizo el país la liquidación de su gran caída y que partimos de allí, sin más desviaciones, a través de cerca de veinte años, en una marcha de trabajo y de regulación política y administrativa. No hay ningún país en América que haya hecho el esfuerzo admirable que nosotros hemos cumplido después de la derrota y de la desmembración. No hay tampoco entre los países del Pacífico del sur ninguno en análogas condiciones y con mismos materiales que haya extraído de sus elementos la cantidad de progreso que nosotros hemos extraído. El Brasil y la Argentina han sido constituidos por los brazos de sus poblaciones europeas. Chile debe su estabilidad y su fuerza, a un hecho histórico que no puede ser creación de ninguna voluntad individual, al hecho histórico de su constitución económica. No puede mencionarse después ninguna de las repúblicas hermanas de la nuestra que haya tenido la relativa fortuna de sobrepasarnos. Hay algunas, Venezuela y Colombia, por ejemplo, que son como el boulevard del continente; recostadas en el mar Caribe, por donde cruzan las corrientes comerciales entre Europa y una parte del Asia, están excelentemente situadas a una semana de New York y poseen, más que nosotros, terrenos vastos y feraces, planicies oceánicas templadas por la altura, adaptadas a los cultivos más nobles y a la cría de ganado; suman varios millones de habitantes más que nuestra población. Y sin embargo, por diversas causas, ni su vida económica, ni su vida política, ni su vida intelectual, han alcanzado el impulso inicial que nosotros sentimos. Estas cosas no son juegos de palabras, ni han de ser apreciadas por las declamaciones de nuestros   —39→   retóricos, ni por las críticas exaltadas de los políticos. Son cuestiones de hecho que es preciso estudiar con criterio científico, con un método severo comparativo y de observación. Yo he viajado durante catorce años, desde México hasta Buenos Aires, en el servicio diplomático de la república. Y no he viajado como un fardo. He entendido que la diplomacia, si ha de mantener la antigua nobleza de su función, ha de ser instrumento de intercomunicación integral de los pueblos, labor de gran interés que reclama en los agentes condiciones de preparación y de intensa dedicación al estudio. Yo he visto funcionar en su período de culminación la dictadura porfirista mexicana y he visto con infinita tristeza en varios países americanos regímenes de tiranía asiática de los que no se tiene idea completa y clara en las demás repúblicas. He vivido entre naciones subyugadas que habían perdido como los antiguos esclavos hasta el deseo de reivindicación jurídica. Y he sentido en medio de varios millones de seres cuya vida dependía toda entera de una sola voluntad, he sentido, como puede sentirla un inglés, la fruición intensa de la posesión del derecho, el goce y el sabor de la libertad.

La república firmó en 1883 la escritura de su decapitación como nación dirigente, de la sustracción violenta de su riqueza, de la desarticulación de sus órganos, de la disolución de sus instituciones. Al recobrar la república su dominio de sí misma en 1886, era mucho menos que la colonia emancipada que dejaron tras de sí San Martín y Bolívar. Porque entonces había el aliento del criollismo victorioso y optimista al lado de la cultura y del refinamiento de una burocracia educada en el ambiente de un gran país que sirvió durante siglos de centro directivo de la América del Sur. En 1886 el país era simplemente un montón de escombros. El período de 1886-1890 no fue de mera convalecencia, sino de reconstrucción fundamental y seria. La fortuna dominial del estado, que había sido el nervio de toda la acción pública, al pasar íntegra a manos del vencedor, dejó planteado el problema de la formación de una hacienda a expensas de una nación exhausta. En 1891, las aduanas no producían más de cinco millones de soles y los demás impuestos nos daban apenas un millón. En 1894, el total de ingresos fiscales era de siete millones de soles. Desde esta inopia extrema y dolorosa principiamos a subir. Y en menos de un cuarto de siglo nuestras entradas alcanzan en época normal cerca de tres y medio millones de libras y nuestro comercio exterior es de más de quince millones. Esta ascensión ha sido gradual y firme. En 1895 se   —40→   acentuó la obra de estabilidad jurídica y se abrió un período de administración científica. En el cuatrienio de 1899-1903 continuó el movimiento ascensional que culminó en una verdadera eclosión de prosperidad en el período de 1904-1908, en el cual se avanzó hacia el dominio de las fuerzas vivas del Estado y se puso por primera vez las bases de una política económica de finalidades reproductivas. En el cuatrienio de 1908-1912, las cifras-progresivas de los períodos anteriores tuvieron, como sucede siempre, por otra parte, en la historia económica, sus tendenciales parciales de detenimiento y de retroceso. Pero las cifras de 1912 y de 1913 indican la subsistencia del vigor fisiológico de la Nación y la continuación de su desarrollo normal. El comercio internacional ascendió en 1912, en números redondos, a catorce y medio millones, de libras, y en 1913 a más de quince millones, contra diez y medio y doce y medio millones en los cuatro años anteriores. La producción de azúcar, de algodón, de goma, de minerales, de lanas, etc., alcanzó a 33 millones de libras en el quinquenio de 1908-1912 y tuvo en este último año el más alto rendimiento de cerca de ocho millones contra algo más de cinco millones en mil novecientos ocho. Los ejercicios fiscales de 1912 y de 1913 produjeron cantidades mayores que los ingresos calculados. Los ferrocarriles en 1911 movilizaron algo más de nueve millones de pasajeros, y en 1913 alcanzaron a más de once millones. La carga movilizada fue de un millón doscientas mil toneladas en 1911 y de un millón ochocientas mil toneladas en 1913. En 1894, hace veinte años, el movimiento de los bancos era de Lp. 2.335.035 y el capital bancario activo y pasivo asciende hoy a más de 25 millones de libras. En 1890 teníamos 884 escuelas, con 50 mil alumnos. En 1903 nuestros alumnos de escuelas primarias alcanzaban a 100 mil y al terminar el período de 1904-1908, teníamos aproximadamente 170 mil alumnos. En 1895 no existían servicios eficaces de sanidad. Se desconocía o no se practicaba la higiene pública y la mortalidad de esta capital subía a la cantidad aterradora de 40 defunciones por mil habitantes. En veinte años de labor, a pesar de la invasión bubónica, nuestra tasa de mortalidad en Lima no pasa de 29 por mil. He ahí un puñado de cifras significativas que no quiero extender por no desvirtuar la índole de este discurso. Las cifras no gobiernan el mundo, pero enseñan cómo es gobernado el mundo. Las cifras anotadas son índices de movimiento y de vida. Me parece que todos estamos de acuerdo. No hay debilitamiento de las fuerzas productivas, ni del comercio,   —41→   ni de las finanzas. No hay estancamiento; el país trabaja y marcha.



Al mismo nivel que el agudo espíritu observador de Maúrtua está el del rector de la Universidad Mayor de San Marcos, doctor Prado. Designado maestro de la juventud para enseñarle rumbos y caminos de ventura y grandeza, en notable peroración se exhibió ante ella como un verdadero conductor de hombres. En ninguna otra ocasión la mentalidad del doctor Prado estuvo a mayor altura. Refiriéndose al Perú, dijo:

Nuestra república no ha podido vencer vicios profundos de su organización, de su mentalidad, de su carácter, de su vida. Se ha encontrado encadenada a fuertes atavismos, y el fantasma de la desunión que amargó con dolorosa visión profética al padre de nuestra independencia, ha continuado agitando sus negras alas, oscureciendo el horizonte, sembrando la discordia y el descontento y apartando al país de las anchas y hermosas playas de la verdadera democracia.

Así es como, en existencia inquieta y desorientada, el Perú no ha alcanzado a solucionar ninguno de sus problemas y ha llevado una vida institucional de grandes convencionalismos desprovistos de verdad y de justicia. Ello no debe, sin embargo, producir el desaliento sino hacer tomar conciencia de la gravedad del empeño, de los obstáculos por vencer y de la necesidad de trazarnos firmes y definidas orientaciones.

No pertenezco al número de los escépticos y pesimistas que piensan que los problemas del Perú no tienen solución. Creo firmemente que pueden tenerla, pero acometiendo, con energía, con acierto y con honradez la gran obra de la reforma nacional.

Ella debe obedecer a tres orientaciones fundamentales. 1.ª La reforma institucional de los poderes públicos realizada con espíritu patriótico, con recta conciencia, que en armonía con nuestras condiciones, nuestras experiencias y nuestras necesidades, haga la reorganización integral de las instituciones del país y las coloque en las verdaderas normas, funciones y garantías de la vida de la democracia, del respeto   —42→   de las libertades públicas, del régimen de la ley y de la justicia, y de la acción colectiva y solidaria de un país que sabe amar, dirigir y defender sus destinos. 2.ª La conservación, impulso y desarrollo de nuestra población y de su vida material y económica, condiciones esenciales de vitalidad de un pueblo que demanda salud y fortaleza para su raza, y esfuerzo empeñoso para abrir ampliamente sus fuentes de producción, sus vías de comunicación, los medios de explotar las riquezas naturales, y de alcanzar su autonomía, su poder industrial y su bienestar y prosperidad económica. 3.ª La educación nacional bajo sus diversos aspectos intelectual, moral y activo, contemplada y organizada con ánimo desprevenido de todo otro móvil que el de formar la nacionalidad peruana, el alma nacional; darle cohesión, solidaridad, conciencia; proporcionarle espíritu, aptitudes y medios de trabajo, esfuerzo viril, solidez y vigor intelectual, energía y dignidad moral, carácter y acción perseverante y eficaz, virtudes cívicas, sentimiento democrático, amor por las libertades ciudadanas y culto por la patria.

Es una gran obra de reconstrucción del país en la que vosotros jóvenes de la nueva generación debéis prepararos para trabajar con el entusiasmo, la firmeza y el desinterés, con el que los obreros de las antiguas catedrales hacían su labor colectiva, cuyo término, y compensaciones ignoraban, pero que ellos emprendían y ejecutaban con la fe y con el ardor de colaborar en una obra perdurable y gloriosa.

Preparaos para participar en esa obra noble y patriótica, fortaleciendo vuestro organismo, vigorizando vuestras energías, elevando vuestros sentimientos y nutriendo vuestra inteligencia en estudios serios aplicados a la vida.

Creed, jóvenes, que el estudio cuando se hace con conciencia de su significado y de su valor produce las incomparables satisfacciones de la vida espiritual. El estudio no es atrayente cuando le falta sentido, decisión y valor moral, cuando él introduce también en el alma de la juventud el corrosivo del engaño y del convencionalismo que la deforma, y la lleva a la falsedad y al arribismo burocrático.

Tened la convicción que el hombre que estudia y que trabaja tiene la compensación más alta que puede dar la vida: la de su propia dignidad.

La dirección fundamental de vuestros estudios debe ser de un realismo integral que los coloque en la vida misma, dando fuerza y exactitud a la visión, conocimiento claro y verdadero impulso y eficacia a la acción. El concilia el positivismo y el idealismo al fijar los problemas en las condiciones   —43→   mismas de la realidad concreta y de los valores de la vida.

Este criterio idealista conduce necesariamente a dar a nuestros problemas su carácter nacional, a contemplarlos, estudiarlos y resolverlos comenzando por nacionalizar nuestra mentalidad, nuestro carácter, nuestra actividad, para hacer la obra de concentración, de asimilación y de creación, que busca en el orden reflexivo la naturaleza de las cosas, la razón de ser, las causas y las leyes, y en el orden práctico, los efectos, las aplicaciones y las soluciones necesarias y convenientes para el bien individual y colectivo.

La vida debéis estimarla como obra seria y grave. Tened el valor de mirarla de frente, cara a cara, y de prepararos para luchar en ella con energía, con perseverancia y con dignidad. A las concupiscencias de los estímulos egoístas y materiales, hay que oponer una finalidad moral de la vida, que vigorice y ennoblezca el carácter y la acción.

Es grave signo para los destinos de los pueblos, que imperen los apetitos, los impulsos, las vanidades y las frivolidades egoístas, y con ellos la indiferencia, la repugnancia y el apartamiento del esfuerzo enérgico y desinteresado. La vida es acción abierta y generosa, y no hay obra saludable para un país si ella no está sustentada por un espíritu de alto desinterés y solidaridad en servicio del bien colectivo. Huid del peligroso espejismo de librar la suerte de un país a la sola carta de su prosperidad económica. Ella es, al contrario, funesto instrumento corruptor si no se halla sometida a los intereses morales en la vida y en la dirección de los pueblos. Cuando sobreponiéndose a éstos, son el egoísmo y los intereses materiales los que dominan a un país, a sus gobernadores y a sus gobernados, y constituyen el móvil de sus acciones, se ha abierto para él la obscura fosa de su degeneración, de su servilismo y de su ruina.

En vuestra acción, cerrad jóvenes empeñosamente, el camino a inquietas pasiones de funestas discordias. Sed benévolos y tolerantes los unos para los otros. Proceded con serenidad y con generosidad, distintivos de la verdadera rectitud y nobleza de alma. Abrid vuestro espíritu a las generosas corrientes y vínculos de unión, de armonía y de cooperación, y con ellos mantened inviolable, libre de impurezas, el amor sagrado por la patria, y trabajad con fe y con unión por su bien y su engrandecimiento.

Dad unidad de acción a vuestro esfuerzo. Las pequeñas vertientes cuando se unen forman los caudales, los torrentes y los ríos. El esfuerzo individual poco puede en sí. Para mover y dirigir un pueblo a sus destinos, es necesario despertar,   —44→   agitar, unir y hacer actuar a sus energías colectivas. Si ellas se hallan bien encaminadas y responden a un sentimiento nacional, son entonces fuerzas irresistibles que vencen los obstáculos y labran la ventura de las naciones.

Haced obra solidaria. Solo ella es fecunda. Su valor lo estamos aquí contemplando. Ved como las almas se abren y se elevan, a puras y nobles emociones cuando se les habla en nombre de generosos sentimientos. Ved como a vuestra llamada todos han acudido, estudiantes y maestros, como habéis contado con amplio y distinguido concurso social cooperando al brillante éxito de vuestras fiestas, como la ciudad entera y con ella el país, en movimiento de simpatía y entusiasmo, se unen a las obras buenas, sanas y bellas de la juventud.

Seguid ese camino: es firme y es hermoso. Lo que hoy presentáis como una manifestación, como un voto y como una esperanza, mañana se convertirá en patriótica realidad; y el pueblo os escuchará cuando le habléis el lenguaje de la verdad y del bien, porque, a través de todas las perturbaciones, hay siempre en él un instinto que no se engaña y que sabe por donde se hallan las rutas de su salud.

¡Defended esas rutas, jóvenes estudiantes, con amor y con nobleza, con ánimo entero, levantando vuestros corazones, respirando los aires puros y llevando en vuestra frente el sello del honor y el brillo de los ideales nacionales!



El señor Francisco Enrique Málaga Grenet, en un artículo titulado La transformación de un pueblo, y en su deseo de evidenciar que el progreso del Perú es una revelación de la energía latinoamericana, ha emitido los siguientes conceptos, habiendo dado, sus guarismos en pesos de oro moneda americana de cinco dollars por libra peruana.

Sede del dominio colonial en el nuevo mundo, el Perú, con oro, plata, cobre, petróleo, salitre, guano, azúcar, algodón, caucho y muchas otras riquezas, no tuvo que esforzarse por ser el primer país entre las colonias emancipadas de España, pues de hecho tuvo la hegemonía de Sudamérica, hasta la guerra que nos trajo Chile. Terminada ésta con el desastre de nuestras armas y la entrega de la indemnización más grande que registra la historia hasta los días de la paz de París,   —45→   próxima a celebrarse, caímos al nivel de la más ramplona de las pequeñas democracias del mundo de Colón; lo que quiere decir que, en orden a la importancia económica y política descendimos del primero al XVI lugar entre las repúblicas latino americanas. Y pobres, pero duramente aleccionados, sin apartar la mirada del enemigo que nos aniquilara, y sin apartar el corazón de las provincias que nos arrebatara, hemos venido trabajando con el ansia enorme de reconquistar lo perdido. Y henos aquí, hoy, ocupando el cuarto lugar entre los pueblos sudamericanos. Sólo Argentina, Brasil y Chile tienen más riqueza, más comercio, más importancia política y militar que el Perú.

Nuestro presupuesto fiscal, que a raíz del desastre de la guerra era de menos de cuatro millones de pesos oro, ha crecido en más de 550 por ciento, pues en la actualidad monta a veintiséis millones. Nuestro comercio exterior, que la guerra anuló y que en 1899 era apenas de veinte millones, asciende hoy a más de ciento sesenta, lo que significa un incremento de 700 por ciento. Y téngase en consideración que desde 1884, año en que el invasor desocupó la capital, hasta 1894, el Perú anduvo, como ya dije, unas veces a gatas y otras incorporándose y dando tumbos; con lo que quiero decir que el resurgimiento de esta nación fuerte en la adversidad, no data sino de 1895, y que a este año se refiere la primera de las cifras que acabo de apuntar como representativa de la riqueza fiscal después de la guerra. Compárese ahora estos índices de crecimiento con los que arrojan las estadísticas de los demás países latino americanos, y se verá que, si no somos los únicos, somos siempre lo primero; es decir, que no marchamos a doce, quince o veinte nudos de velocidad, sino a cuarenta.

Y este fenómeno se advierte en todas las manifestaciones de la actividad nacional. Los ferrocarriles del Estado, por ejemplo, la mayor parte de los cuales son administrados por la Peruvian Corporation Limited, empresa británica representativa de los tenedores de bonos de nuestra deuda externa -en cancelación de la cual le fueron entregados por 66 años- transportaron 442.072 toneladas de carga y 2.554.899 pasajeros en 1890, cifras que se han elevado a 2.588.329 toneladas y 25.299.737 pasajeros en 1917, lo que representa aumentos de 486 y 1.673 por ciento, respectivamente.

El tonelaje marítimo que ha servido nuestro comercio durante los últimos quince años (vapores y veleros entrados y salidos de puertos peruanos) está indicado con 1.850.383 toneladas en 1904 y 5.984.420 en 1917; lo que quiere decir   —46→   que este tráfico ha tenido un incremento de 223 por ciento en el lapso de quince años. Y debe considerarse que este coeficiente sería mayor si la campaña submarina de los alemanes y las necesidades de la guerra no lo hubieran mermado en más de 40 por ciento.

La exportación de productos nacionales ha incrementado también en proporción no menos considerable en los últimos veinte años. He aquí las cifras:

Artículos 1898 1917 %
Azúcar 108.718 212.040 105
Algodón 6.712 17.811 165
Arroz 4.295 6.164 43
Lanas 3.488 6.916 104
Petróleo 17.296 217.051 1.743
Cobre 1.642 50.013 3.559

El Padrón o Registro de las minas que pagan contribución, cerró en 1900 con 4 579 pertenencias inscritas, cifra que en el año actual ha subido a 21.633, lo que indica un aumento de 372 por ciento en el lapso de 18 años.

En 1903, la propiedad inmueble fue objeto de transacciones por valor de 456.230 pesos oro en trasferencias, $ 288.660 en hipotecas constituidas y $ 148.425 en hipotecas canceladas. Estas cifras han ascendido en 1917 a 10.236.755 pesos oro la primera, $ 7.163.450 la segunda, y $ 6.872.991 la última; lo que acusa índices de crecimiento de 2.143 por ciento, 2.381 por ciento y 4.597 por ciento, respectivamente, en el espacio de quince años.

En el mismo lapso de tiempo, el movimiento bancario del Perú está representado en la siguiente forma:

EN PESOS ORO
Cuentas 1903 1917 %
Caja 2.728.248 9.357.410 975
Cartera y Cuentas deudores 12.847.480 48.400.845 277
Muebles e Inmuebles 300.236 1.608.872 456
Varios del activo 195.344 6.534.085 324
Capital y reservas 3.215.192 9.817.120 205
Cuentas acreedoras 12.681.530 40.631.873 215
Varios del pasivo 426.726 1.380.122 223
Total del activo igual al pasivo 1.631.344 7.646.112 367
  —47→  

Por último, nuestro comercio con los Estados Unidos, que hace diez años ascendía a 1.298.412 pesos oro, monta hoy a 9.872.059, habiendo obtenido en el decenio un incremento de 684 por ciento y entrando hoy en una proporción de 6.142 por ciento en nuestro comercio total.

Es más o menos en la misma proporción que ha progresado en todos los órdenes de su actividad el pueblo ingobernable, desorganizado y revoltoso de antaño. Y para esto nos ha bastado 24 años de paz interna que hemos mantenido estimulados por el santo empeño de reconquistar, en la forma en que nos fueron arrebatadas las provincias de Tarapacá, Tacna y Arica, que, a simple título de conquista, domina Chile desde hace cerca de cuarenta años, burlando el tratado de paz que él mismo nos impuso, y resistiéndose hoy a entregar el fallo de ese pleito a la Liga de las Naciones o al Gobierno de Washington, como se ha resistido siempre a librarlo a la decisión de una conferencia Pan-Americana.





  —[48]→  

ArribaAbajoCapítulo III

Reformas constitucionales


SUMARIO

Causas que las han generado.- Opiniones del doctor Cornejo.- Elección del Presidente de la República por el Congreso y renovación total de las cámaras cada cuatro años.- Argumentos dados en contra.- El doctor Cornejo explica las resistencias nacionales al espíritu de reformas.- El doctor Maúrtua analiza a fondo la cuestión y deduce conclusiones adversas a las teorías doctor Cornejo.- El doctor Manuel V. Villarán sostiene que el Perú no es país enfermo sino un pueblo retardado y que necesita poblarlo, educarlo y enriquecerlo.- Reformas constitucionales que pide en su declaración de principios el Partido Nacional Democrático.


Las mismas causas optimistas que iniciaron en nuestros intelectuales la reacción bienhechora de que hemos hablado en el capítulo anterior, han generado el espíritu de reformas. Si nuestra organización política y sus consecuencias en el orden económico y en el moral no son buenas porque las leyes son malas, ¿por qué no modificarlas?

Así piensa el doctor Mariano H. Cornejo, cuya indiscutible   —49→   capacidad oratoria y sólida ilustración es conocida, y a quien distingue la tenacidad singular con que persigue el triunfo de sus ideales. Cree el doctor Cornejo que los males que afligen al Perú provienen de la defectuosa organización del poder legislativo y de la manera como se elige el Presidente de la República. Como consecuencia, sostiene que la panacea redentora está en la renovación total del congreso, renovación que hoy se hace por tercios cada dos años; y en volver a los colegios electorales suprimidos hace varios lustros, a fin de que, el mandatario supremo, sea nombrado por ellos o por el Congreso.

Le han dicho los que combaten sus ideas, que la renovación del Congreso por terceras partes tiene la ventaja de moderar los abusos del Gobierno al imponer candidatos en provincias, moderación a la cual se ve obligado, temeroso de la responsabilidad que puedan hacerle efectiva los dos tercios parlamentarios que existen y que se hallan en actitud de imponer su voluntad. Sin esto, añaden los impugnadores del doctor Cornejo, el mal sería mayor si el gobernante que cesa tuviera influencia para imponer candidatos, y no siendo la elección por el tercio sino por la totalidad del parlamento, el ciudadano que le sucediera, resultaría sin amigos propios en las cámaras, sin libertad de acción y obligado a someterse a la voluntad del presidente cesante o a sacudirse violentamente de un tutelaje parlamentario, depresivo y odioso.

Ha sido combatido también, el doctor Cornejo, cada vez que ha abogado por la elección de segundo grado para presidente de la República, y mucho más cuando ha sostenido que esta misma elección debiera hacerla el cuerpo legislativo. Le han dicho respecto a lo primero, que hace veinte años   —50→   fue abandonado el sistema, comprobado que fue el absurdo de interponer entre el elector y el candidato un personal inútil y sin iniciativas, cuyo voto se descuenta de antemano desde que lleva consigna irreductible a los colegios electorales. Cuanto a lo segundo, no son pocos los que sostienen que sólo podría aceptarse el plan del doctor Cornejo con respecto a la mayor verdad que habría en el voto emitido por el Congreso; pero que debiendo muchas veces los representantes su mandato al fraude y al dominio de la autoridad, la elección del Presidente de la República por el parlamento así integrado, pecaría por su base.

La idea de la renovación total del Congreso ha pasado ya del terreno científico al terreno político: la cámara de senadores en 1912, aprobó un proyecto de ley que tiende a ese fin. Igual cosa podemos decir de la elección del Presidente por el parlamento en forma radical y sin la intervención popular que pretende el señor Cornejo, habiéndose presentado en 1909 por el senador del Río un proyecto con tal propósito.

Comentando el doctor Cornejo las dificultades que encuentran sus ideas para abrirse paso en nuestro mundo político e intelectual, y atribuyéndolas a la resistencia que en el Perú se opone a todo lo que significa reforma, dijo en su notable conferencia del 3 de julio de 1915:

Señores: contra los males individuales y los males sociales no hay sino dos remedios: o la intervención de un poder extraño y poderoso, cuyo auxilio enseña a invocar la religión o la propia vitalidad cuya reacción enseña a provocar y a regularizar la ciencia. Me parece que a la Universidad le toca discutir la solución científica.

La primera condición, señores, de un apostolado religioso es sentir hondamente y transmitir la fe en la realidad del milagro divino. La primera condición de un apostolado científico   —51→   es sentir y transmitir la fe en la eficacia de la solución científica. He aquí el más grave problema.

El vicio más grande de nuestra sociedad es su absoluta resistencia a toda reforma por insignificante que sea. Aquí pensamos que hay un antagonismo irreductible entre las ideas y los hechos, que cuando más son dos series paralelas que nunca deben encontrarse. El derecho de gentes reconoce la neutralidad en la guerra. Nosotros hemos descubierto la neutralidad en la ciencia. En el mundo se aplican y luchan doctrinas opuestas; nosotros seguimos el fenómeno con simpatía por un lado o por otro; jamás se nos ocurre que pudieran ser implantadas entre nosotros. La razón que se da todos la conocen: «no estamos preparados», como si en la evolución fisiológica o en la evolución social hubiese una preparación distinta de la necesidad. Más, señores, que en el atavismo y la inercia incaica o colonial, me parece que la causa de ese estado de espíritu debe buscarse en el arribismo, en la adaptación inconsciente o reflexiva a un medio burocrático hostil a toda innovación. Si estas conferencias pudieran siquiera hacer pensar en las reformas habríase realizado su patriótica finalidad.

Los opositores a toda innovación, señores, pueden dividirse en los optimistas y en los pesimistas. ¡Ah! los optimistas nunca faltaron en las vísperas de todas las crisis trágicas. Su símbolo es aquel monarca asirio que en la noche del festín miraba, con los ojos desmesurados por la sorpresa y el terror el dedo enigmático del Destino. Representan egoísmos: ya es el plutócrata a quien le tocó el lado bueno de la barricada social y que todo lo mira con indiferencia; ya es el burócrata, larva que dormía el invierno de la inacción, convertida por el favor o la casualidad en mariposa que revolotea por el presupuesto fiscal, temeroso que toda innovación pueda comprometer sus expectativas. Hay también los prejuicios: ya es el espíritu limitado que juzga definitivas las definiciones que aprendió en la Universidad, o es el astuto que en silencios de aparente meditación oculta la vaciedad incurable de su inteligencia, los que solo interrumpe para exagerar las dificultades de todas las reformas. O es, al contrario, el doctor muy talentoso y muy ilustrado que en la intensidad de sus aspiraciones quiere convencer a sus conciudadanos de su prudencia y su reflexión mostrándoles el contraste risueño de una juventud coronada por el espíritu conservador de la vejez; o es el snob o el dilettanti que juzga de buen tono reírse de todas las teorías y llamar desequilibrio a toda actividad mental; o es, por fin la inmensa legión de aquellos que se titulan   —52→   espíritus prácticos y que para probar su ciencia práctica, declaran con aires de vanidad, como si ellos fueran los bravos generales o los estupendos millonarios, declaran invencibles a los regimientos del káiser alemán y omnipotente al industrialismo americano, y como la suprema sabiduría política la máxima con que Guizot creyó salvar y llevó al abismo a la monarquía de Luis Felipe; egoísmos y prejuicios que desconocen las raíces o las finalidades ideales de todos los éxitos que olvidan que las ideas desde que aparecen gobiernan el mundo, que destruye los organismos que les resisten, y alientan los organismos que les ceden, y que forman esa luz que en el horizonte de la Historia avanza como una alborada cada vez más firme.

Y los otros, señores, son los pesimistas, los vencidos en la lucha de la vida, los impotentes u orgullosos que no se aventuraron a luchar; la inmensa grey de los bienaventurados, tímidos o engreídos, que sólo contemplan el mundo detrás de las tres cruces de un exorcismo.

El pesimismo social cuando predomina condena a un país a la impotencia. Su símbolo está en aquel príncipe moro que, al contemplar perdida para siempre la vega encantadora que los jazmines y los azares perfuman y que los ojos negros de las huríes reflejan, lloraba como mujer lo que no había sabido defender como hombre. Señores: en esta doctrina pesimista se encierra un vestigio de viejas ideas teológicas y morales, que han combatido la religión, la filosofía y la ciencia. El primer concepto del hombre al entrar en contacto con la realidad, dolorosa y desigual, es la idea del destino implacable, es la figura trágica de Edipo ciego perdido en el bosque de las Euménides.



Entre los intelectuales que han combatido al doctor Cornejo, ninguno lo ha hecho en forma tan amplia como el doctor Victor M. Maúrtua. En su discurso universitario de 1915, dijo:

Hay una cantidad de proyectos pendientes más o menos ingeniosos enderezados a atacar los síntomas de nuestro desequilibrio. No es necesario hacer la estadística de las iniciativas parlamentarias o extraparlamentarias producidas en los últimos años. Se nota que tienden a aumentar en progresión geométrica. Las más importantes y las menos lejanas que valdría   —53→   la pena anotar serían las de variar la forma de la elección presidencial, de variar el sistema de renovación parcial parlamentaria, de suprimir la institución de los suplentes, de restringir la responsabilidad ministerial, de diversificar el dualismo de las cámaras por una organización especial del senado que encarne la representación profesional y de los intereses, de introducir la representación proporcional.

La mayor parte de esas iniciativas son movimientos artificiales. Ni brotan en el fondo del país como exponentes de una sensación colectiva de malestar. Ni ha penetrado en él por la propaganda de los intereses políticos que las inventan o de los inofensivos estudios de gabinete que las imaginan. Esta especie de arbitrariedad irrespetuosa y este vigor teórico en la iniciativa es propia de los países nuevos en los que hay muchos asuntos por hacer o por arreglar. Los teóricos parten del hecho cierto de que todos los desarrollos del derecho tienen su raíz en la opinión de pensadores aislados y de que todas las cosas buenas y sabias vienen de los individuos. Pero olvidan que la existencia y la modificación de las instituciones humanas dependen siempre y en todas partes de las creencias o de los sentimientos o, en otros términos, de la opinión de la sociedad. Olvidan que las instituciones tienen su raíz histórica que les da su fuerza de supervivencia. Y que para arrancarla es indispensable, especialmente en países de democracia, ganar la voluntad y el sentimiento, someter las ideas las iniciativas, los propósitos de reforma a una paciente labor de iluminación, a un control de impugnación multilateral, de contacto con todos los intereses, para llegar, después de una viva lucha y, si cabe, de experimentaciones parciales a una situación de ánimo propicia a la realización de la reforma.

No veo nada parecido en la iniciativa de la elección parlamentaria del presidente, que es una de las cosas más inopinadas que puede presentarse. No podría decirse de dónde ni por qué ha surgido. Un resorte tradicional de la constitución de un pueblo, de una manera funcional o un procedimiento político arraigado por el tiempo o por el uso de las entrañas de la Nación, no está en ninguna parte a merced de variaciones simplemente mecánicas. Quiero contemplar de frente esta iniciativa, porque siento una especie de temor retrospectivo de que hubiera podido prevalecer. Y me asusta el imaginarse, las oligarquías bizantinas de nuestro parlamento preparando en la anarquía de sus apetitos y en sus excesos la regresión definitiva al poder personal. El ejecutivo parlamentario no tiene la consagración de las teorías políticas ni la sanción de la experiencia. No hay ninguna escuela constitucionalista   —54→   que lo acepte en la manera en que ha sido planteado entre nosotros. No se hiere tampoco las dificultades para las cuales se ha propuesto. La hipertrofia de la acción presidencial es un hecho dominante entre nosotros, un hecho visible y doloroso que todos pretenden detener a la manera francesa, automáticamente, por la promulgación de una ley. Pero el desarrollo del poder ejecutivo no es obra de su forma de elección o de su origen, ni es obra, siquiera, de sus atribuciones, más amplias y más intensas que las de los reyes parlamentarios europeos. Las causas del fenómeno radican en otra parte y no pueden ser removidas por una ley ni por un conjunto de leyes.

No se requiere mucha perspicacia para recibir cual sería la virulencia patológica de nuestra política parlamentaria, el día en que los pequeños leaders entrevieran la posibilidad de revocar un presidente para reemplazarlo.

[...]

La iniciativa de la renovación total parlamentaria tiene en su apoyo una vasta experiencia. La renovación integral domina en casi todos los países europeos y en muchos americanos. En la República Argentina, sin embargo, prevalece como en Bélgica la renovación bienal por mitades. Se ha producido en Francia un cierto movimiento para volver al mandato de los seis años, como entre nosotros, y a la renovación por tercios. Se considera la renovación parcial como un procedimiento de organización sustituido e un escrutinio de batalla. La mayoría de los autores de Bélgica prefiere el sistema de renovación parcial. Pero hay una opinión universal que rechaza el sistema de renovación por pequeñas series de tercios, cuartos, quintos o sextos.

La renovación total o por mitades en períodos de cuatro o de dos años, respectivamente, puede estimarse como un régimen inobjetable, a pesar de las últimas tendencias producidas entre políticos franceses. Este problema de la renovación parlamentaria podría considerarse entre nosotros como un asunto de moral política más que de técnica. La burocratización creciente de nuestras cámaras demandaría una especie de aereación higiénica. Y no hay nada que se obtendría sometiendo a ratificar la mayor suma posible de mandatos, con la mayor frecuencia posible.



Obligado el doctor Manuel V. Villarán a replicar un artículo enderezado a rebatir con cierta acritud apreciaciones   —55→   expuestas por él en una memoria leída en el Colegio de Abogados, en lo que se refiere a reformas constitucionales dijo:

Feliz el doctor Cornejo que guarda viva la primera robustez juvenil del más ferviente amor a todo lo nuevo. Ninguna reforma le parece prematura. Los estudios sociológicos lo han confirmado en su fe innovadora. Declara al Perú enfermo, pero le trae récipes variados para curarlo a corto plazo. No le arredran las influencias retardatarias naturales, los duros tropiezos étnicos, geográficos ni históricos, que condicionan nuestra lenta gestación. Él nos enseña que el progreso social es obra de la forma y no de la sustancia de los pueblos. Según parece, al nuestro no se necesita educarlo, ni poblarlo, ni enriquecerlo; no hace falta vencer el desierto, la cordillera ni los bosques, ni multiplicar, civilizar y mejorar a los pobladores. No; lo que hace falta es cambiar la combinación de las formas y la organización legal de las instituciones. Por ejemplo, si los diputados se renovasen totalmente y no por tercios; si se despidiese a los suplentes; si se entregase al congreso la elección del presidente de la república; estas sencillas enmiendas de la ley constitucional bastarían para acabar en un momento con las revoluciones, el personalismo, las dictaduras, el fraude, la dilapidación, la intriga y todos nuestros males políticos; vendrían al punto la fuerza en lo externo y el orden en lo interno, y se abrirían de par en par al Perú regenerado las puertas de su brillante porvenir.

Lógicamente, si las formas son el todo del progreso social ¿por qué no escoger las mejores, las más bellas y nuevas? ¿Por qué no imitar las instituciones más perfectas de los pueblos más cultos? Así podremos igualarlos sin más esfuerzo que copiar sus leyes. Imitemos. La imitación es la esencia de la vida social. Entreguémonos al alegre deporte del trasplante y la copia.

Permítame el doctor Cornejo declarar, sin agravio a su talento, que su sabiduría política tiene, a mi escaso entender, un vicio profundo que ha hecho y seguirá haciendo muy graves daños al país. Conviene que el Perú, (pueblo retardado y no enfermo), utilice intensamente la cultura avanzada y la experiencia milenaria de Europa. Pero no confundamos el aprovechamiento de la ciencia y la experiencia extranjeras, con la adopción directa de todos los moldes extranjeros. No simplifiquemos mentalmente, como el doctor Cornejo, el proceso complejísimo de la utilización de culturas extrañas. Aprovechar   —56→   de Europa no quiere decir engalanarnos exteriormente con todas las novedades del inglés o del francés del siglo veinte, si hemos de quedar, bajo las ropas, igualmente criollos o mestizos peruanos del siglo diez y ocho. Aprovechar de Europa no significa querer sembrar en las punas andinas jardines con plantas importadas de la «Cote d' Azur». Nuestro país es nuestro jardín, con su tierra, su clima y sus plantas nativas. Cultivemos nuestro jardín. Hagámoslo, con toda la ciencia del botánico y del químico europeos, pero no cometamos la locura de extirpar las únicas especies exóticas, que de fijo han de degenerar a corto plazo o secarse y morir al primer cambio de estación.



El partido nacional democrático, de reciente formación en el Perú y que ha congregado bajo banderas, personal muy selecto de nuestra juventud, dice lo siguiente respecto a reformas constitucionales:

Somos enemigos irreconciliables del despotismo y la autocracia, queremos un Ejecutivo sin influjo omnímodo; pero no queremos su anulación, su impotencia ante las Cámaras, que sería el resultado forzoso de su elección por ellas. Un Presidente elegido por las Cámaras no puede ser en el Perú sino o bien fruto excepcional y violento de una imposición extralegal, ante la que el Congreso se incline humillándose, con el desdoro y los pavorosos males consiguientes; o bien producto de combinaciones de corrillo parlamentario, y en consecuencia personalidad borrosa, débil y mediocre, sin arraigo popular y sin las condiciones de iniciativa y decisión que el país reclama. No queremos presidentes de mero aparato, desarmados e inertes, incapaces para el bien, funcionarios decorativos que sólo encarnarían la irresponsabilidad y nulidad, como indefectiblemente habrían de ser a la larga los nacidos de la elección legislativa.

Conviene dilatar la duración del período de mando hasta seis años, porque el actual de cuatro es a todas luces insuficiente para la ejecución de cualquier programa concienzudo; y porque la eventualidad de una mala administración no es argumento bastante para reducir a plazo tan corto las buenas presumibles. El período de seis años, prohibiendo la reelección durante los doce siguientes, es un justo medio que al paso que consiente desarrollar por el mismo mandatario un plan   —57→   gubernativo, pone coto a las excesivas ambiciones, a la busca del dócil substituto y depositario, y por este medio a los sueños pseudovitalicios.

Aseguradas de tal modo la autoridad e independencia del Ejecutivo, hay que hacer coincidir siempre con su renovación la íntegra de las dos Cámaras. La actual renovación por tercios es, según ya se ha demostrado por otros, insostenible de todo punto. Con la renovación total y simultánea de ambos poderes, el Gobierno, que no tendrá ya, por el plazo para la reelección presidencial, miras a la sucesión, no tendrá tampoco fuerza ni interés comparables a los actuales para propiciar determinadas candidaturas de representantes y los representantes, con porvenir tranquilo, en condiciones verdaderamente libre, no tendrán de otro lado motivos de bandería preconcebida, porque los dos poderes vendrán a ser emanaciones de un mismo movimiento de opinión.

No puede el Senado continuar siendo lo que es: una duplicación de la Cámara de Diputados, con igual origen electoral y sacrificado por su menor número de miembros en las reuniones de Congreso pleno. Una mitad del Senado podrían componerla los representantes elegidos como hoy por sufragio directo, en proporción con el número real de electores de cada departamento y no con el número de provincias que lo forman; y la otra mitad, representantes elegidos por las Cortes Supremas y Superiores de Justicia, Universidades Mayor y Menores, miembros nacionales de las Cámaras de Comercio, Ingeniería y otras corporaciones profesionales, el Consejo de Oficiales Generales, el Episcopado y la Federación de los Sindicatos Obreros.





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ArribaAbajoCapítulo IV

Poder ejecutivo


SUMARIO

El Ejecutivo es la autoridad más visible de la República.- En lo que toca a la forma, la ley siempre se cumple.- Absolutismo del Ejecutivo en el Perú.- El Presidente interviene en todas las dependencias de la Administración y su acción alcanza hasta los más lejanos engranajes.- A menudo pasa sobre la autoridad de los ministros.- Exagerada labor.- Todo depende de él y en último término todo recae sobre él para su resolución final.- Labor exagerada y propicia al agotamiento mental. Las iniciativas de los ministros son observadas, modificadas o propuestas.- En los consejillos el Presidente ni consulta ni oye opiniones.- Responsabilidad de los ministros en el Parlamento.- Las interpelaciones.- Lo que puede costarle a un ministro su sinceridad.- Los ministros en las cámaras a merced del canibalismo parlamentario.- El Presidente se excusa con ellos y ellos con el Presidente.- Motivos para asegurar que el Presidente es el amo.- En realidad no lo es.- Fuerza moral de la opinión.- Su exteriorización en los lugares públicos y en la prensa.- Periódicos de oposición, independientes y palaciegos.- Dominio que ejercen sobre el Gobierno los gamonales, los representantes y los directores de los diarios.- Extraña sicología del hombre que gobierna el Perú.


  —59→  

Es el Poder Ejecutivo en el Perú la autoridad más visible de la República, la más importante, la que tiene mayor influencia y acción en la vida interior y exterior. Es la que nombra y destituye a los funcionarios públicos y la que ejerce la superintendencia de todas las agrupaciones ciudadanas organizadas bajo el imperio de la ley. Personifica las fuerzas vivas de la Nación; recauda, administra y consume las rentas nacionales; es el personero de ese gran banco que se llama el Fisco; y como por sus propias atribuciones y por su riqueza tiene ingerencia en todos los matices de la vida republicana, directa o indirectamente, su influencia se hace sentir por todas partes.

La ley le señala el modo de ejercer sus múltiples funciones, precepto que el Presidente de la República cumple en lo que atañe a la forma, pues en la práctica, maneja los asuntos públicos como si fueran los suyos propios, prescindiendo por lo regular de la justicia y de la moral prometidas en sus programas. Consecuencia de esta acción es la constante lucha en que vive con la libertad y el derecho. No les falta a nuestros supremos magistrados probidad, honradez y aspiraciones progresistas; pero en general carecen de acierto, de justicia, de tolerancia y de respeto al concepto ajeno.

Siendo escasa la cultura nacional, el principio y la independencia de los poderes públicos tiene todavía muy pocos puntos de verdad. Solo en Haití, en Santo Domingo, en Centro América, en Venezuela, en el Ecuador y en México, hay algo superior al absolutismo del Ejecutivo en el Perú.

Nuestro gobierno es presidencial, centralista, casi autócrata, teniendo mucho del imperialismo prusiano. Vive   —60→   en oposición al gobierno parlamentario, y de tal manera absorbe las atribuciones de todos los funcionarios y de todas las dependencias de la administración, que no hay asunto por simple que sea en el que el Presidente no intervenga para disponer lo que debe hacerse. De aquí que la labor administrativa siempre esté atrasada, y que por activa y vigorosa que sea la voluntad del mandatario supremo, nunca pueda ocuparse a tiempo en todas las funciones que le están encomendadas.

Personalmente, el Presidente, hace sus mensajes, arregla el presupuesto de la República, interviene en la cuenta general, recibe antes que el ministro a los gerentes de las instituciones financieras, industriales y comerciales; y muchas veces acuerda únicamente con el director del ramo lo que debe hacerse en un asunto, recabando la firma ministerial cuando todo está concluido.

Su acción alcanza hasta el nombramiento de un portero o la destitución de un amanuense. Obligado a intervenir en todo porque así lo exige la sicología nacional y porque sus mismos amigos le harían el vacío si procediera de otro modo, organiza sus gabinetes inspirándose siempre en las vinculaciones personales que le unen a los hombres de su partido. De aquí, el que estos hombres, al ser elevados al rango de ministros, no tengan voluntad ni independencia bastante, no sólo para defender la autonomía de su despacho, pero ni siquiera para dar a sus actos un rumbo propio. En días de elecciones o cuando el orden público está amagado, el Presidente se entiende directamente con los comisarios de policía o los subprefectos de provincia, pasando sobre la autoridad de los ministros y de los prefectos, aunque no sobre   —61→   la del Intendente de Lima, a quien recibe a diario para saber lo que ocurre y para ordenarle lo que debe hacer.

Cotidianamente las ocho de la noche encuentran al Presidente en su despacho, muchas veces angustiado, y en espera de sus ministros, en esa hora luchando en las cámaras contra la oposición, o dando término a una operación financiera para pagar a las tropas y al la policía al día siguiente, o en los llamados consejillos, o en acuerdo ministerial. Y cuando pasada esa hora, ya cerca de las nueve, se retira a comer, no es un hombre el que llega a su casa, no es una persona con la que se puede tratar, sino un ser idiotizado por una labor intensa comenzada a las diez del día e incrementada y deprimida por un cúmulo de desabrimientos, de malas noticias, de amenazas, de irregularidades, de inconsecuencias cometidas muchas veces por sus adictos. Y este hombre que así trabaja, al día siguiente emprende de nuevo igual labor, tal vez con mayores molestias e iguales sinsabores.

De todo se le da cuenta, y por insignificante que sea un asunto administrativo, en último término cae a manos de él, y es él quien debe resolverlo favorable o adversamente.

Desde el ministro hasta el último empleado de la administración a quienes hay que ver para asuntos del servicio en la tramitación de un expediente, recomiendan la visita al Presidente como único medio de conseguir lo que en justicia se pide.- «Vea Ud. al Presidente; no pierda su tiempo entendiéndose conmigo»,- es el consejo que se recibe. Y en verdad hay que ver al jefe del Estado, en su despacho presidencial, siendo menester hacer penosa antesala, muchas veces no par horas sino por días al lado de numerosos   —62→   pretendientes y reclamantes. La audiencia por lo regular es corta y al lado de otras personas; y cuando no, interrumpida frecuentemente por el secretario particular, quien al oído anuncia al Presidente que le aguardan una o dos personas citadas y a quienes no es posible demorar. Solo con oír y recordar el asunto de cada visitante, ya tiene el Presidente lo suficiente para un agotamiento nervioso ¡Pobre hombre!

Como se ve, nuestro gobierno es unipersonal. A los ministros, según la Constitución, corresponde la iniciativa, el consejo y hasta el veto. En la práctica todo esto es letra muerta. Sus iniciativas son observadas, modificadas o pospuestas; sus consejos oídos a medias, y por lo que toca al veto, facultad que pueden ejercer negándose a poner su firma en los decretos gubernamentales, imposible les sería cometer tal desacato y audacia, si junto con la negativa no presentaran también la renuncia. En los consejillos vespertinos, que por lo regular se celebran a diario, el Presidente casi nunca consulta ni toma opiniones. Los ministros oyen lo que se les dice, no preguntan lo que no se les dice aunque estén en autos, siendo cosa corriente que el Presidente tenga sus confidencias únicamente con uno o dos ministros, y que oculte a los demás lo que en administración y en política ocurre, especialmente en asuntos graves.

Lo más curioso de esta sicología gubernamental es que el ministro es el único responsable ante las cámaras de lo que hace el Ejecutivo, y que al ser interpelado en el Congreso, se ve obligado muchas veces a defender asuntos que no conoce, o a sostener opiniones contrarias a las suyas, opiniones que observó al Presidente de la República al firmar   —63→   el decreto materia de la interpelación, y que éste no quiso oír. Como combate lo que no siente, su defensa es mala, y muchas veces inconveniente y desagradable para el Jefe del Estado. En otras ocasiones, precisado a dar una respuesta categórica en plena cámara, respuesta que se le exige en forma sorpresiva y sin darle tiempo para consultar con el Presidente, dice sinceramente lo que siente, y como esto no es del agrado del jefe del Ejecutivo, su renuncia es inevitable.

No existiendo partidos políticos organizados en el Perú, no habiendo verdaderas mayorías ni minorías en las cámaras, el ministro al presentarse en el Parlamento, solo cuenta con su prestigio, y con la buena voluntad de sus amigos. Quien no los tiene en las cámaras está perdido. Visto con encono por los representantes que no le creen digno de llevar una cartera, sufriendo la indiferencia y la frialdad de la opinión, la envidia de los políticos desgraciados y muchas veces la hostilidad del mismo Presidente de la República que cansado de él ve con placer su censura, la situación del ministro en los meses en que el Parlamento está reunido es azarosa y llena de incertidumbre. El canibalismo de las cámaras es algo que pasa los límites de toda exageración. Su mayor placer es comerse un ministerio. Ya que no pueden luchar con el Presidente, se ensañan con los ministros en los días desgraciados de la Patria, en aquellos en los cuales alguno tiene que pagar los platos rotos, y este es el Gabinete, el grupo más inestable entre todas las instituciones públicas.

Siendo esta la situación de los ministros en las cámaras, si alguno de ellos siente orgullo por el puesto, solo tendrá oportunidad de exteriorizarlo delante de las masas populares   —64→   en los días de asistencia pública en que acompañan al Presidente de frac y de faja. En Palacio, en presencia de los gamonales de provincia, de los diputados y senadores, de los amigos del Presidente, de los banqueros, de los militares de alta graduación y de los representantes de los partidos políticos, tienen que someterse a oír pacientemente cuanto se les dice que cuanto se les pide. ¡Qué grado de paciencia necesitan para escuchar sin protesta alguna de las indignas proposiciones que se les hacen! Los ministros se excusan con el Presidente; pero el Presidente que conoce el juego, también se excusa con ellos. -«Vea usted al Presidente: en mis manos no está el servirlo». -«Vea usted al ministro que a él corresponde todo aquello». Uno y otro se echan la pelota; pero si el asunto es concedible, no es el Presidente quien deja que el ministro se lleve la gratitud del beneficiado.

Cualquiera que no conociera el Perú y que formulara deducciones de lo que hemos observado, con razón podría asegurar que el amo en la República es el jefe del Estado y que su voluntad es absoluta. Por fortuna, en la práctica no hay tal cosa. Si los ministros y las cámaras están dispuestas a sufrir la prepotencia del Presidente y a disimular su absolutismo e ingerencia ilimitada en todos los asuntos de gobierno, la opinión pública en el Perú, jamás ha seguido igual camino. Ella es franca, justiciera, elevada y de un poder formidable. Se exterioriza por medio de silbidos o de aplausos en los lugares públicos adonde concurre el Mandatario Supremo, y en forma netamente popular e incontenible en la plaza de toros, en aquellos días en que al redondel concurren de 15 a 20 mil personas. En estas manifestaciones, muchas veces, a la rechifla de los primeros instantes, sucede la desbordante   —65→   y entusiasta contramanifestación, fenómeno que en honor del. señor Pardo, en 1918, vimos con satisfacción en los días en que toreaba Belmonte. La opinión sensata, reflexiva, culta, libremente se exterioriza en los clubs, en los teatros, en las reuniones privadas, pero especialmente en la prensa. Si esta es de oposición, en forma exagerada, muchas veces hiriente y hasta dañosa para los intereses del país, haciendo aparecer al Perú en el exterior como un país atrasado y sin estabilidad política. Los diarios que no están en la oposición, se limitan a silenciar los malos actos del Gobierno, o a comentarlos en términos mesurados y provechosos para la Nación. El aplauso lo prodiga únicamente la hoja palaciega que sostiene la Caja Fiscal y que nadie lee.

Ejercen también dominio en los actos del Gobierno, tal vez con mayor influencia que la fuerza de la opinión, los gamonales de provincia, los representantes a Congreso, los directores de los diarios y los miembros de la camarilla presidencial. Cada uno de estos individuos ejerce acción personal, rara vez conjunta, mediante privilegios especiales que se manifiestan y se hacen prácticos en favor de personas o de instituciones establecidas, no permitiendo que nadie les menoscabe sus privilegios, ni que se movilice de sus puestos a los que gozan de su favoritismo. ¡Qué extraña sicología la del hombre que gobierna! ¡Su conducta y sus desplantes son las del amo de una chácara; pero también, cuántas veces su situación es la de un esclavo!

El doctor Víctor Andrés Belaúnde, dando forma a los conceptos que tiene acerca del régimen personal en el Poder Ejecutivo y la función del gabinete; y al mismo tiempo, haciendo   —66→   un paralelo entre el Virrey y el Presidente, ha dicho lo siguiente:

El eminente escritor inglés Bryce, cuyas observaciones sobre la América del Sur, deben ser meditadas muy profundamente, ha clasificado las democracias de la América Latina en tres grupos: el primero, en que gobierna un régimen personal y autocrático bajo la etiqueta republicana, como el de Haití; el segundo, en que el régimen personal es intenso, pero bien inspirado y con el control relativo, aunque intermitente de determinadas instituciones democráticas, como el de México; y el tercero, el de los países que, como Chile, la Argentina y el Brasil, han alcanzado ya el funcionamiento regular de las instituciones republicanas. Desgraciadamente, no puede colocarse el Perú en este grupo.

En efecto, nuestra historia, como lo observa García Calderón, no presenta, el caso perfecto de un régimen republicano neto. Ha sido el régimen de caudillos, más o menos bien inspirados. En los últimos tiempos y desde la época en que el escritor citado llama «el renacimiento del Perú» y que data del 95, se inicia la tendencia a la consolidación de las instituciones; pero bien pronto asoma de nuevo la inclinación antigua a aumentar las facultades presidenciales hasta llegar a la omnipotencia del Poder Ejecutivo.



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Los síntomas meramente políticos se manifiestan en la desaparición de la función colaboradora y controladora del ministerio. Es un hecho, por todos conocido, que, después de algunos ejemplos de gabinetes efectivos, que podían aportar fuerza política y prestigio social al gobierno, han ido sucediéndose, con el rubro de Ministerios de Administración, gabinetes sin personalidad y destinados sólo a llenar la fórmula de la refrendación constitucional. El presidente de la república, por su intervención gradual en todos los asuntos y negocios, ha ido descartando la tarea de los ministros, convertidos de ese modo en meros secretarios, con menos influencia aún que los directores de despachos, cuyos servicios técnicos les daban mayor intervención. Las dos cualidades, de los ministros, la competencia y lo que podríamos llamar la inclinación dimisionaria: la competencia que representa, la colaboración y la inclinación dimisionaria, que el control por la amenaza de la   —67→   crisis, no han sido por lo general las virtudes características de los consejeros en los últimos tiempos. El síntoma anterior culmina en la solución de la crisis por medio de nombramientos ministeriales a favor de funcionarios, y aún con retención de sus cargos administrativos, lo que despoja por completo al ministerio de su alta investidura política y de la indispensable independencia personal. El gabinete es la institución -nos lo revela la historia de Inglaterra- en que se encarna el régimen parlamentario. Y aunque este no existe propiamente entre nosotros, la Constitución y las leyes han dado a este organismo una fisonomía propia, de la que se le ha ido despojando lentamente.

El presidente, disponiendo de los dineros fiscales, interviniendo en todo y monopolizando, aún las tareas secundarias, tenía que llegar de modo indefectible al régimen absoluto. Alguien ha comparado al presidente del Perú con el Czar de todas las Rusias. Para perfilar mejor este cuadro, nosotros no iremos tan lejos, bastando a nuestro propósito el terminar este estudio con un rápido paralelo entre el presidente de la república y el Virrey de la época colonial.



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El Virrey tenía, limitando su autoridad, la persona sagrada del Rey, y el prestigio religioso de la monarquía, de eficacia moral incontrastable. El presidente tiene sólo sobre sí la ficción de la soberanía popular, en la cual es el primero en no creer.

El Virrey recibía las inspiraciones y los mandatos del Consejo de Indias, constituido por funcionarios que valían más que él como capacidad y como influencia. El presidente ya no oye al consejo de estado, abolido prácticamente hace mucho tiempo.

El Virrey estaba obligado a escuchar, en todas las materias arduas, el consejo de los oidores, funcionarios independientes, de nombramiento real y altísima posición, en virtud de la curiosa institución del acuerdo, no estudiada todavía por nuestros sociólogos. El presidente reúne en su torno a un número de consejeros nombrados por él, a quienes puede exigir en cualquier momento la renuncia, y que no le darán otras opiniones que las que reflejen o agraven sus deseos.

El Virrey no podía disponer del dinero de las cajas reales, ni hacía todos los nombramientos. La institución de los oficiales de la real hacienda le impedía lo primero. Los nombramientos   —68→   de autoridades, como de corregidores y después de intendentes, eran de provisión real. El presidente de la república dispone de los dineros nacionales, nombra a los diplomáticos, presenta la terna de los obispos y de los Vocales de la Corte Suprema, y designa a todos los funcionarios de la Administración política y judicial.

El Virrey sabía que su conducta iba a ser perfectamente examinada por los implacables oidores en el terrible juicio de residencia. La Constitución establece para el Presidente republicano un juicio irrisorio de responsabilidad, que jamás se ha hecho efectivo ni podrá hacerse, porque el presidente cesante ha contribuido a formar los dos tercios del parlamento que debe juzgarlo. Y como, por defectos de nuestro carácter y vicios sociales arraigadísimos, la misma suntuosidad exterior e idénticos servilismo y atmósfera de rendimiento que rodeaban al Virrey, rodean hoy al jefe del estado, reviviendo así el decoratismo colonial, podemos sostener, sin exageración, que el Presidente de la República es un Virrey sin monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores y sin juicio de residencia.





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