La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente
Tomo I
Nuestra actualidad
Pedro Dávalos y Lissón
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Importancia de la fecha centenaria que vamos a conmemorar.- Vínculo que nos une a las pasadas generaciones.- Ley misteriosa que hace depender nuestro destino de las acciones remotas.- Momento de meditación, de crítica, de patriótico análisis.- Liquidación moral y material de nuestro pasado.- ¿Por qué fuimos los primeros ayer?, ¿por qué estamos tan abajo ahora?.- Lima superior a Nueva York en 1776, a Montreal en 1830 y a Buenos Aires en 1879.- Necesidad de saber lo que somos en relación con nosotros mismos y en relación con los demás.- Dos libros: uno que se ocupe de lo que somos al presente y otro de las causas que han originado nuestro atraso.
Ninguna fecha en los anales del Perú tiene la importancia suprema de la que pronto vamos a conmemorar. Un guerrero audaz echó nuestra suerte el año 1821, y del sacudimiento prodigioso que conmovió entonces el viejo edificio colonial, apenas perdura el recuerdo. Sembrado de ruinas quedó el campo de nuestros libertadores, y sobre ellas conviene meditar, porque esas ruinas demuestran cuan carcomidos estaban sus cimientos y sobre que bases se edificaron las nuevas instituciones políticas.
—6→La consagración de ciertas fechas solemnes en la historia de un pueblo, es el vínculo que une las pasadas generaciones con la presente. Viene a ser la aceptación de una herencia irrenunciable; la prueba plena de que comprendemos y sentimos la solidaridad que nos liga a nuestros predecesores, y la evidencia de que nos hallamos dispuestos a recoger los frutos dulces o acerbos de su ardua y tenaz labor.
Sondeando las profundidades de la historia se nos hace más perceptible et peso abrumador de lo acontecido, y sus días de luto nos impresionan el espíritu con cierta suspensión temerosa. La gran responsabilidad de los vivos para con los muertos que han preparado las actuales condiciones de existencia toma forma más visible; y la ley misteriosa que hace depender así nuestro destino de las acciones remotas de nuestros antepasados se nos revela en toda su trágica inflexibilidad.
Los precursores y mártires de nuestra independencia cumplieron una tarea de valentía física y de sacrificio moral. Los herederos de su obra acometieron otra labor menos deslumbrante pero más difícil y austera; sin embargo, les faltó civismo y perseverancia, y sus resultados fueron incompletos.
Dejando estas consideraciones para la parte histórica de este trabajo, y deseando partir desde un punto que sea estratégico, escojamos para emprender el vuelo el momento presente, momento de meditación, de estudio, de crítica, de patriótico análisis. Así como el rendido peregrino durante su obligado reposo, en alas del recuerdo recorre su pasada vida, así también el alma nacional rendida hoy por el desastre, agobiada por la lucha, presa de intensa congoja, necesita —7→ mirar hacia atrás, hacer historia patria y encontrar en las causas físicas y económicas y en los acontecimientos nacionales, la explicación de nuestro malestar y atraso en todo orden de cosas.
No es un libro sino varios los que será necesario escribir para hacer la liquidación moral y material de nuestro pasado; y si son los guarismos los que muestran las ganancias y pérdidas en un negocio mercantil, los hechos nacionales, favorables o adversos, respectivamente, serán los que constituyan el activo y pasivo de nuestra vida centenaria.
Si con orgullo los peruanos de ayer dieron hospedaje en su capital a los argentinos, chilenos y colombianos que a órdenes de San Martín y después de Bolívar vinieron a su suelo a darles libertad, siendo entonces Lima la primera ciudad de la América Meridional; con cuanta humildad, sus nietos, recibirán en 1921 a los embajadores de los mismos pueblos, habiendo la ciudad descendido tanto en el rol de las capitales americanas. ¿Por qué fuimos los primeros entonces?; ¿por qué estamos abajo ahora?
Todo esto lo sabremos si a estudiar nos dedicamos con sobrado tiempo, con paciencia, con elevación de espíritu, con buen criterio, con la mente sana y con muchísima actividad, porque todo en el Perú está escrito y la dificultad no está en leerlo sino en buscarlo y hallarlo.
Según planos que existen en los museos de historia de Nueva York y de Montreal, Lima era superior como población a la primera en 1776, fecha en la cual los Estados Unidos de Norteamérica proclamaron su independencia. Respecto a la segunda, todavía en 1830 el plano de Montreal revela menor tamaño al de nuestra capital en aquella fecha. —8→ Buenos Aires era inferior a Lima en todo respecto, habiendo durado esta inferioridad hasta 1879 en que principió la guerra del Pacífico. Hoy Nueva York es la segunda ciudad del mundo. Montreal tiene 800.000 habitantes, habiendo Buenos Aires pasado el millón. ¿Y Lima?
Antes de manifestar las causas que han colocado al Perú en la situación en que se encuentra, se hace necesario exponerla, conocer nuestra actualidad, saber lo que somos en relación con los demás. Estudiar el pasado sin analizar primero el presente es hacer un trabajo incompleto. ¿Cómo es posible afirmar que el origen de nuestros infortunios está en tales o cuales hechos, si antes no decimos en qué consisten esos infortunios, si con toda claridad, sin pasión y dominados por un espíritu analítico imparcial no se da a conocer lo que es hoy el Perú?
Estado tan complejo exige dividir este trabajo en dos partes: una que tenga por objeto exponer nuestra actualidad y otra que responda por las causas que la han originado. En la primera se expondrá lo que somos al presente, lo que hemos conseguido en el orden moral y en el terreno material en los cien años trascurridos; en la segunda, los motivos físicos, políticos y económicos que han retrasado nuestro crecimiento y que a la hora de la liquidación centenaria nos presentan inferiores a Brasil, a la Argentina, a Chile y a México, habiendo sido superiores a todos ellos, con excepción del último, que nos igualaba en riquezas y en cultura.
Si el cuadro que retrate el presente resulta lleno de luz, de colorido y de verdad, y más claro y cierto aún el que enfoque las causas originarias, fácil será orientarse y más —9→ fácil todavía destruir el caos de opiniones en que vivimos, y la anarquía de conceptos que entorpece el cumplimiento del programa de regeneración y de crecimiento. Si cada uno piensa de diversa manera, si unos atribuyen nuestro atraso a la diversidad de razas que pueblan el Perú, si otros a los inconvenientes del territorio, los que menos a la constitución y leyes que nos hemos dado, y no pocos a la apatía nacional y a falta de verdaderos ideales, imposible es encontrar remedios para nuestros males. Todo rumbo que no esté basado en la observación, en la verdad y en la ciencia, volverá a desviar el concepto de nuestras necesidades, y será causa de un fracaso igual al ya ocurrido en el primer siglo de nuestra independencia.
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La universalidad de conocimientos ya no existe.- Condiciones que se requieren para estudiar nuestra actualidad.- La asociación intelectual en el Perú es deficiente.- Fracaso del doctor Prado en 1900.- Nueva forma de colaboración.- Anhelos de Alejandro Garland en su obra «El Perú» en 1904.- Propósitos de «Nuestra Actualidad».- Lo que incluye y lo que excluye.- Decir la verdad sin más propósito que hacer el bien.
No es tanto tiempo como cultura en grado superlativo lo que requiere el estudio de nuestro presente. La universalidad de conocimientos es cada vez más rara: el especialista ha muerto al enciclopedista; y por lo que respecta a nuestra actualidad, solo aquellos que han leído cuanto se ha escrito acerca de ella, que han sentido la vida intensa y real de nuestra nacionalidad, que han advertido y comentado a diario nuestras deficiencias, nuestros tropiezos, nuestros pasos hacia adelante, que han tenido la ventaja de vivir en un círculo de excelsa superioridad intelectual y en contacto con los hombres que conocen la finanza, la política, —14→ la administración, la industria, el comercio, y que por lo menos han vivido un tercio de siglo, serán los únicos que a falta de una cultura completa podrán escribir acerca de lo que hoy somos.
Trabajo como este de naturaleza tan vario y complicado, debiera hacerse buscando la colaboración de muchos, si entre nosotros hubiera práctica y espíritu de asociación intelectual. Javier Prado en 1900, hizo grandes esfuerzos como presidente del Ateneo de Lima, para asociar a nuestros escritores con el propósito de que cada uno en su ramo escribieran para una obra que pretendió dar a luz con el nombre de El Perú durante el Siglo XIX. El libro debía contener cincuenta materias, y apenas cuatro de los comprometidos cumplieron su promesa.
Siendo necesario prescindir de la cooperación de los demás, esta obra que debiera ser monumental si todos contribuyeran a ella, solo será un ensayo, un bosquejo, un propósito.
Como no es posible que el autor lo diga todo porque la universalidad de conocimientos es limitada, supliremos nuestros vacíos emitiendo la opinión ajena en cada materia, y así, lo que no sea dicho por nosotros será manifestado por el especialista en el ramo, y no interpretando sino copiándole toda su oración a fin de que no se pierda un átomo de la fuerza y del espíritu que tuvo al hablar o al escribir. Este método dará a este libro la colaboración de nuestros mejores pensadores.
Alejandro Garland, uno de los hombres más notables y de más provecho que ha tenido la América del Sur, al escribir su libro «El Perú», propúsose levantar el espíritu —15→ público dando a conocer lo bueno y lo útil que teníamos en 1904. «Nuestra actualidad» no lleva ese propósito. Aspira a despertar el alma de nuestro pueblo, exponerle lo que somos y declararle verdades que nadie le ha descubierto. Este libro nos hará conocer nuestros daños y deficiencias en todo lo bueno, sin que por esto tenga tendencia pesimista. Está expresamente escrito para señalar las cosas que todavía no tenemos, los sentimientos, anhelos y aspiraciones que nos faltan. Tomará a su cargo la exposición de lo anormal, de lo deficiente, de lo incompleto, lo enfermo, lo que está podrido, lo que no tenemos aquí cuando ya lo poseen los chilenos y los argentinos.
No tendremos en cuenta la excepción, ni nos detendremos en exaltar lo bueno, cuando el conjunto es malo o incompleto. ¿No es ridículo mostrarse orgulloso de las veinte o treinta escuelas de instrucción primaria que existen con higiene y locales apropiados, cuando hay cerca de dos mil que no reúnen estas condiciones?
Tampoco mencionaremos las cosas buenas que tenemos cuando ellas ya existen en casi toda la América Latina, y existen por razón de utilidad pública, de decencia, de vitalidad nacional, de cultura, y porque sino existieran ya nos hubieran borrado en el mapa de las naciones civilizadas. ¿Debemos sentirnos orgullosos de tener una institución de crédito de primera clase que se llama Banco del Perú y Londres, cuando en todas partes los hay iguales; y poseer algunos ferrocarriles cuando Bolivia en veinticinco años ha desarrollado una red que ya alcanza a 1.700 kilómetros? En cambio, ¿no es vergüenza el no tener caminos, cárceles, agua y desagüe y en Lima ni siquiera pavimento?
—16→Nuestra labor es de análisis, de observación, de crítica. Es un ensayo sociológico. Aspiramos a decir la verdad sin más propósito que el de hacer el bien a nuestro pueblo, a fin de que conozca sus defectos, sus vicios, sus deficiencias, sus ridículas pretensiones en materia de cultura y de progreso. Es condición indispensable para conseguir una cosa saber que ella falta y que es necesaria e indispensable. Quien cree que todo lo tiene a nada aspira.
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Juicios de los que se han tomado a cargo de la crítica doméstica.- Exclusión de intelectuales.- Única ventaja del pesimismo.- Jóvenes pesimistas y viejos altruistas.- El doctor Prado en su discurso sobre las condiciones sociológicas del Perú.- El doctor Cornejo sostiene que el Perú presenta en su vida interna todas las formas del desequilibrio.- Víctor Andrés Belaúnde y la realidad nacional.- Estado de sicología social observado por el doctor Víctor M. Maúrtua.- Lo que han hecho los Estados Unidos y la Argentina.- La nota doliente en el programa del Partido Nacional Democrático.- Profunda observación del doctor Deustua.- Admirable pintura del pesimismo hecho por Leopoldo Cortés.
Para la mayoría de las gentes, esto que se llama gobierno en el Perú, es algo que no anda bien, es algo desconcertado, algo enfermo y que por acción refleja daña la voluntad y el sentimiento. Buscamos una transformación rápida y rumbos más certeros, y no siendo posible conseguirlos, vivimos en continua decepción y lamento. El ejemplo de lo que pasa en la Argentina y en el Brasil nos hace perder —18→ el juicio; y como en realidad, nuestros hombres de gobierno no reúnen toda la cultura y la austeridad que son necesarias para tratar con acierto de los asuntos del Estado, el malestar reinante es intenso y general en todas las clases sociales.
¡Qué juicios no se oyen de boca de esos individuos que han tomado a su cargo la labor de hacernos la crítica doméstica! Para esas personas, en asuntos públicos, no hay otra cosa que el interés personal, el forcejeo de los partidos, las abolladuras y los reveses que la ley ha soportado por abusos de los poderes. En realidad hay mucho de cierto en todo esto; siendo así que, hasta el más candoroso de nuestros optimistas tiene sus momentos de recelo y decepción.
A los dos años de los cuatro que gobierna un presidente de la República, ¿quién es aquel que todo no lo ve negro y que no echa la culpa de lo que sucede a los políticos que en el gabinete y en las cámaras acompañan al Jefe del Ejecutivo?
Es también causa constante de nuestro desaliento y pesimismo la exclusión que se hace de los pocos elementos intelectuales que el país posee. Con raras excepciones, los gabinetes y las mayorías de las cámaras están constituidas por personalidades mediocres, e inadecuadas para afrontar los peligros futuros y para trazar los caminos que conducen a la libertad y al progreso. El espíritu se apena, se apoca, desfallece, al darse cuenta de que por un defecto lamentable de selección, y existiendo hombres capaces de salvar la República, ésta vive a merced de las gentes audaces.
—19→Siendo esta nuestra sicología, sólo los ignorantes, los necios, y los inconscientes son los únicos que viven libres del abatimiento reinante. Por lo demás, este sentimiento, que a primera vista tiene todos los caracteres de un factor negativo, en realidad no lo es, como que sirve de control a los espíritus ligeros que todo lo ven color de rosa. Si no hay quien se lamente, quien proteste, quien maldiga, quien se desespere de los males que afligen al Perú, ¿cómo es posible que el alma nacional tenga fuerza para levantarse y energía para entrar en el camino de la reacción? Quién todo lo juzga bueno y quien se consuela diciendo que en todas partes sucede lo mismo, hace tanto daño como aquel que todo lo ve oscuro y que en cuanto acontece solo descubre maldad y desgracia.
Desafortunadamente nuestro pesimismo es exagerado. La lamentación está de moda en el Perú, no siendo los viejos sino los jóvenes, los que en proporción constituyen la mayoría de los maldicientes. Sería explicable que los primeros hubieran perdido la fe, habiendo nacido en la prosperidad y viéndose derrotados después por los chilenos en los campos de batalla. Por desgracia no es así: es la juventud la que vive renegando de su suerte, la que se queja de la labor política de sus antepasados y la que no vislumbra días de ventura, de grandeza y de revancha para la patria. Es tanta la depresión de espíritu en que vive la mocedad, son tan mermados sus anhelos, encuéntrase tan poco dispuesta a la lucha e incapaz de alcanzar en lontananza un Perú próspero y grande, que por falta de ensueño, de entusiasmo, de confianza en su propia fuerza, se asusta de la tenacidad con que Chile persevera en sus propósitos conquistadores —20→ de Tacna y Arica, cuando en ella hubieran de retemplarse para la recuperación y la reconquista.
Refiriéndose al presente, el doctor Javier Prado, en un notable discurso acerca de las condiciones sociológicas del Perú, a propósito del problema de la educación, decía en la Universidad, como rector de ella en 1915:
Avanza, aun más, el doctor Mariano H. Cornejo en sus opiniones, a juzgar por lo que dijo en su famosa conferencia el 3 de julio de 1915, en el Teatro Municipal de Lima, al tratar de las reformas constitucionales. A su juicio, el Perú es un país enfermo, incapaz de defenderse y que presenta en su vida interna todas las formas del desequilibrio. El párrafo pertinente al caso dice así:
Piensa con igual criterio el doctor Víctor Andrés Belaúnde, quien, al exponer nuestra realidad nacional, afirma que la crisis del Perú estriba, no en lo que él llama la disculpa del territorio y el pretexto de la raza, sino en que la conciencia colectiva del Perú ha estado siempre enferma y desorientada, y conceptúa en esta desviación de la conciencia nacional, deficiencias de cultura. Considerando al Perú en su aspecto síquico, nos dice:
Hablando después de la mala orientación de las aspiraciones —24→ colectivas, y en su deseo de probar que por falta de intuición y sentimiento no se ha descubierto la realidad nacional, y que no está formada la atmósfera intelectual necesaria para que sufran y se propaguen los verdaderos ideales colectivos, el doctor Belaúnde dice:
Expuestas las opiniones de los señores Cornejo y Belaúnde, no es posible omitir la del señor Maúrtua, quien sin dejar de observar que, «nuestro sistema imperfecto de libertad civil y política, las deficientes garantías que nuestras leyes prestan a la propiedad, la insignificancia de nuestros recursos y el gobierno personal detenido y templado por la revolución, constituyen un estado incipiente que nos molesta y avergüenza»; y sin dejar de reconocer que, «este descontento es muy legítimo como que nos vemos muy abajo y muy atrás, habiendo andado muy poco y habiendo podido caminar más de prisa», con profunda pena, en un interesante discurso pronunciado en la Universidad, en 1915, nos hace la pintura social del Perú, tal como la ven los demás. Al respecto nos dice:
Pertinentes al tema en estudio son las siguientes líneas del mismo discurso, líneas en las cuales el doctor Maúrtua hace brillante descripción de la labor americana y argentina en los años que precedieron a su actual grandeza:
Siendo la enfermedad del pesimismo nacional, achaque del que nadie en el Perú se escapa, la nota doliente no podía faltar en la declaración de principios del Partido Nacional Democrático. Ella contiene las siguientes creencias:
El doctor Deustua, decano de la Facultad de Letras, expone los conceptos que van a continuación. A juzgar por ellos, son causas morales, no transitorias ni atribuibles a los hombres de hoy, las que ocasionan nuestro atraso político y espiritual. A juicio del doctor Deustua, esas causas se remontan hasta los orígenes de nuestra civilización y fueron engendradas por una política exclusivamente económica, sin más base de criterio que el placer del momento y el provecho personal a corto plazo, en forma inmediata, sin grandes sacrificios y por caminos cortos:
Leopoldo Cortés, en un bien meditado artículo, «El Perú del Porvenir», artículo que obtuvo el gran premio en el Círculo de Periodistas, queriendo denunciar el pesimismo con que algunos de nuestros distinguidos ciudadanos presagian la disolución del organismo nacional, nos pinta la vehemencia, el calor, los conceptos abrumadores —34→ con que esos espíritus -que en realidad los hay- hacen el diagnóstico cruel y desconsolador de nuestra vida presente. Dice Cortés que ellos dicen:
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La nacionalidad formada.- El industrialismo la acrecienta.- Ya no vivimos una existencia ficticia.- La fe renace.- Como ve el doctor Víctor M. Maúrtua nuestro engrandecimiento.- Palabras de aliento dedicadas por el doctor Prado a la juventud en su carácter de maestro de ella.- Estadísticas del señor Francisco Enrique Málaga Grenet.
Si es cierto que los malos gobiernos y las revoluciones han detenido nuestra marcha en el camino de la libertad y el progreso, dejando en gran atraso la industria, el comercio y la ciencia, también lo es que esas mismas conmociones, ese continuo deseo de mejorar ha creado la nacionalidad, y la muestra hoy al mundo en condiciones decisivas y de robustez, como no las tuvo en 1866 cuando los españoles ocuparon las islas de Chincha. Hoy nuestra independencia no está defendida únicamente por los fusiles de nuestros soldados, como pasó en vida de Salaverry, sino también por el espíritu de los ciudadanos. Pasaron los tiempos del desastre. La —37→ República relega sus quebrantos, restaña la sangre de sus heridas y se incorpora dispuesta a nueva y más vigorosa existencia. Ya tiene caminos marcados en el campo del industrialismo y sendas seguras en el terreno económico el único que puede engrandecerla, ya que la virtud de su esfuerzo hasta ahora no tuvo éxito.
Un siglo de independencia prematura ha sido causa del estancamiento y de la tiranía doméstica en que hemos vivido; pero el ejercicio de nuestros derechos políticos a pesar de la manera inadecuada como lo hemos practicado, no ha podido menos que formar la personalidad y el carácter. Vertiendo nuestra propia sangre y en medio de horribles revoluciones, se ha formado el alma nacional y el conjunto de intereses, de aspiraciones, de costumbres, que ya nada puede disolver ni disgregar.
Las continuas desventuras por las que han pasado nuestras instituciones republicanas, han estimulado la actividad intelectual, y como producto exclusivo de nuestra propia evolución han salvado la República. Ya no vivimos como ayer una existencia ficticia, decadente, inmoral y desastrosa; ya no cometemos todo género de errores, ni nos sentimos anémicos y sin valor para afrontar nuestros radicales problemas políticos y económicos. Hemos vencido nuestras flaquezas y decaimiento y al fin constituimos una entidad política.
Estos efectos, contrarios al pesimismo reinante, han surgido como resultado de un fenómeno lógico y natural. Es la inevitable fuerza de reacción, fuerza que tiene origen en el análisis y en la fe que al fin renace entre nosotros con claridad y firmeza, dado que los que mejor observan y pintan —38→ nuestra realidad son los que con más afán se empeñen en probarnos que nuestra situación no es desesperante, y que el Perú no solamente vive sino que crece y se engrandece.
En estos anhelos, ninguno más creyente que el doctor Víctor M. Maúrtua, quién ansioso de combatir los males que el escepticismo y la desorientación causaban a la República en 1915, expuso en el mismo discurso ya mencionado, las siguientes observaciones:
Al mismo nivel que el agudo espíritu observador de Maúrtua está el del rector de la Universidad Mayor de San Marcos, doctor Prado. Designado maestro de la juventud para enseñarle rumbos y caminos de ventura y grandeza, en notable peroración se exhibió ante ella como un verdadero conductor de hombres. En ninguna otra ocasión la mentalidad del doctor Prado estuvo a mayor altura. Refiriéndose al Perú, dijo:
El señor Francisco Enrique Málaga Grenet, en un artículo titulado La transformación de un pueblo, y en su deseo de evidenciar que el progreso del Perú es una revelación de la energía latinoamericana, ha emitido los siguientes conceptos, habiendo dado, sus guarismos en pesos de oro moneda americana de cinco dollars por libra peruana.
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Causas que las han generado.- Opiniones del doctor Cornejo.- Elección del Presidente de la República por el Congreso y renovación total de las cámaras cada cuatro años.- Argumentos dados en contra.- El doctor Cornejo explica las resistencias nacionales al espíritu de reformas.- El doctor Maúrtua analiza a fondo la cuestión y deduce conclusiones adversas a las teorías doctor Cornejo.- El doctor Manuel V. Villarán sostiene que el Perú no es país enfermo sino un pueblo retardado y que necesita poblarlo, educarlo y enriquecerlo.- Reformas constitucionales que pide en su declaración de principios el Partido Nacional Democrático.
Las mismas causas optimistas que iniciaron en nuestros intelectuales la reacción bienhechora de que hemos hablado en el capítulo anterior, han generado el espíritu de reformas. Si nuestra organización política y sus consecuencias en el orden económico y en el moral no son buenas porque las leyes son malas, ¿por qué no modificarlas?
Así piensa el doctor Mariano H. Cornejo, cuya indiscutible —49→ capacidad oratoria y sólida ilustración es conocida, y a quien distingue la tenacidad singular con que persigue el triunfo de sus ideales. Cree el doctor Cornejo que los males que afligen al Perú provienen de la defectuosa organización del poder legislativo y de la manera como se elige el Presidente de la República. Como consecuencia, sostiene que la panacea redentora está en la renovación total del congreso, renovación que hoy se hace por tercios cada dos años; y en volver a los colegios electorales suprimidos hace varios lustros, a fin de que, el mandatario supremo, sea nombrado por ellos o por el Congreso.
Le han dicho los que combaten sus ideas, que la renovación del Congreso por terceras partes tiene la ventaja de moderar los abusos del Gobierno al imponer candidatos en provincias, moderación a la cual se ve obligado, temeroso de la responsabilidad que puedan hacerle efectiva los dos tercios parlamentarios que existen y que se hallan en actitud de imponer su voluntad. Sin esto, añaden los impugnadores del doctor Cornejo, el mal sería mayor si el gobernante que cesa tuviera influencia para imponer candidatos, y no siendo la elección por el tercio sino por la totalidad del parlamento, el ciudadano que le sucediera, resultaría sin amigos propios en las cámaras, sin libertad de acción y obligado a someterse a la voluntad del presidente cesante o a sacudirse violentamente de un tutelaje parlamentario, depresivo y odioso.
Ha sido combatido también, el doctor Cornejo, cada vez que ha abogado por la elección de segundo grado para presidente de la República, y mucho más cuando ha sostenido que esta misma elección debiera hacerla el cuerpo legislativo. Le han dicho respecto a lo primero, que hace veinte años —50→ fue abandonado el sistema, comprobado que fue el absurdo de interponer entre el elector y el candidato un personal inútil y sin iniciativas, cuyo voto se descuenta de antemano desde que lleva consigna irreductible a los colegios electorales. Cuanto a lo segundo, no son pocos los que sostienen que sólo podría aceptarse el plan del doctor Cornejo con respecto a la mayor verdad que habría en el voto emitido por el Congreso; pero que debiendo muchas veces los representantes su mandato al fraude y al dominio de la autoridad, la elección del Presidente de la República por el parlamento así integrado, pecaría por su base.
La idea de la renovación total del Congreso ha pasado ya del terreno científico al terreno político: la cámara de senadores en 1912, aprobó un proyecto de ley que tiende a ese fin. Igual cosa podemos decir de la elección del Presidente por el parlamento en forma radical y sin la intervención popular que pretende el señor Cornejo, habiéndose presentado en 1909 por el senador del Río un proyecto con tal propósito.
Comentando el doctor Cornejo las dificultades que encuentran sus ideas para abrirse paso en nuestro mundo político e intelectual, y atribuyéndolas a la resistencia que en el Perú se opone a todo lo que significa reforma, dijo en su notable conferencia del 3 de julio de 1915:
Señores: contra los males individuales y los males sociales no hay sino dos remedios: o la intervención de un poder extraño y poderoso, cuyo auxilio enseña a invocar la religión o la propia vitalidad cuya reacción enseña a provocar y a regularizar la ciencia. Me parece que a la Universidad le toca discutir la solución científica. La primera condición, señores, de un apostolado religioso es sentir hondamente y transmitir la fe en la realidad del milagro divino. La primera condición de un apostolado científico —51→ es sentir y transmitir la fe en la eficacia de la solución científica. He aquí el más grave problema. El vicio más grande de nuestra sociedad es su absoluta resistencia a toda reforma por insignificante que sea. Aquí pensamos que hay un antagonismo irreductible entre las ideas y los hechos, que cuando más son dos series paralelas que nunca deben encontrarse. El derecho de gentes reconoce la neutralidad en la guerra. Nosotros hemos descubierto la neutralidad en la ciencia. En el mundo se aplican y luchan doctrinas opuestas; nosotros seguimos el fenómeno con simpatía por un lado o por otro; jamás se nos ocurre que pudieran ser implantadas entre nosotros. La razón que se da todos la conocen: «no estamos preparados», como si en la evolución fisiológica o en la evolución social hubiese una preparación distinta de la necesidad. Más, señores, que en el atavismo y la inercia incaica o colonial, me parece que la causa de ese estado de espíritu debe buscarse en el arribismo, en la adaptación inconsciente o reflexiva a un medio burocrático hostil a toda innovación. Si estas conferencias pudieran siquiera hacer pensar en las reformas habríase realizado su patriótica finalidad. Los opositores a toda innovación, señores, pueden dividirse en los optimistas y en los pesimistas. ¡Ah! los optimistas nunca faltaron en las vísperas de todas las crisis trágicas. Su símbolo es aquel monarca asirio que en la noche del festín miraba, con los ojos desmesurados por la sorpresa y el terror el dedo enigmático del Destino. Representan egoísmos: ya es el plutócrata a quien le tocó el lado bueno de la barricada social y que todo lo mira con indiferencia; ya es el burócrata, larva que dormía el invierno de la inacción, convertida por el favor o la casualidad en mariposa que revolotea por el presupuesto fiscal, temeroso que toda innovación pueda comprometer sus expectativas. Hay también los prejuicios: ya es el espíritu limitado que juzga definitivas las definiciones que aprendió en la Universidad, o es el astuto que en silencios de aparente meditación oculta la vaciedad incurable de su inteligencia, los que solo interrumpe para exagerar las dificultades de todas las reformas. O es, al contrario, el doctor muy talentoso y muy ilustrado que en la intensidad de sus aspiraciones quiere convencer a sus conciudadanos de su prudencia y su reflexión mostrándoles el contraste risueño de una juventud coronada por el espíritu conservador de la vejez; o es el snob o el dilettanti que juzga de buen tono reírse de todas las teorías y llamar desequilibrio a toda actividad mental; o es, por fin la inmensa legión de aquellos que se titulan —52→ espíritus prácticos y que para probar su ciencia práctica, declaran con aires de vanidad, como si ellos fueran los bravos generales o los estupendos millonarios, declaran invencibles a los regimientos del káiser alemán y omnipotente al industrialismo americano, y como la suprema sabiduría política la máxima con que Guizot creyó salvar y llevó al abismo a la monarquía de Luis Felipe; egoísmos y prejuicios que desconocen las raíces o las finalidades ideales de todos los éxitos que olvidan que las ideas desde que aparecen gobiernan el mundo, que destruye los organismos que les resisten, y alientan los organismos que les ceden, y que forman esa luz que en el horizonte de la Historia avanza como una alborada cada vez más firme. Y los otros, señores, son los pesimistas, los vencidos en la lucha de la vida, los impotentes u orgullosos que no se aventuraron a luchar; la inmensa grey de los bienaventurados, tímidos o engreídos, que sólo contemplan el mundo detrás de las tres cruces de un exorcismo. El pesimismo social cuando predomina condena a un país a la impotencia. Su símbolo está en aquel príncipe moro que, al contemplar perdida para siempre la vega encantadora que los jazmines y los azares perfuman y que los ojos negros de las huríes reflejan, lloraba como mujer lo que no había sabido defender como hombre. Señores: en esta doctrina pesimista se encierra un vestigio de viejas ideas teológicas y morales, que han combatido la religión, la filosofía y la ciencia. El primer concepto del hombre al entrar en contacto con la realidad, dolorosa y desigual, es la idea del destino implacable, es la figura trágica de Edipo ciego perdido en el bosque de las Euménides. |
Entre los intelectuales que han combatido al doctor Cornejo, ninguno lo ha hecho en forma tan amplia como el doctor Victor M. Maúrtua. En su discurso universitario de 1915, dijo:
Hay una cantidad de proyectos pendientes más o menos ingeniosos enderezados a atacar los síntomas de nuestro desequilibrio. No es necesario hacer la estadística de las iniciativas parlamentarias o extraparlamentarias producidas en los últimos años. Se nota que tienden a aumentar en progresión geométrica. Las más importantes y las menos lejanas que valdría —53→ la pena anotar serían las de variar la forma de la elección presidencial, de variar el sistema de renovación parcial parlamentaria, de suprimir la institución de los suplentes, de restringir la responsabilidad ministerial, de diversificar el dualismo de las cámaras por una organización especial del senado que encarne la representación profesional y de los intereses, de introducir la representación proporcional. La mayor parte de esas iniciativas son movimientos artificiales. Ni brotan en el fondo del país como exponentes de una sensación colectiva de malestar. Ni ha penetrado en él por la propaganda de los intereses políticos que las inventan o de los inofensivos estudios de gabinete que las imaginan. Esta especie de arbitrariedad irrespetuosa y este vigor teórico en la iniciativa es propia de los países nuevos en los que hay muchos asuntos por hacer o por arreglar. Los teóricos parten del hecho cierto de que todos los desarrollos del derecho tienen su raíz en la opinión de pensadores aislados y de que todas las cosas buenas y sabias vienen de los individuos. Pero olvidan que la existencia y la modificación de las instituciones humanas dependen siempre y en todas partes de las creencias o de los sentimientos o, en otros términos, de la opinión de la sociedad. Olvidan que las instituciones tienen su raíz histórica que les da su fuerza de supervivencia. Y que para arrancarla es indispensable, especialmente en países de democracia, ganar la voluntad y el sentimiento, someter las ideas las iniciativas, los propósitos de reforma a una paciente labor de iluminación, a un control de impugnación multilateral, de contacto con todos los intereses, para llegar, después de una viva lucha y, si cabe, de experimentaciones parciales a una situación de ánimo propicia a la realización de la reforma. No veo nada parecido en la iniciativa de la elección parlamentaria del presidente, que es una de las cosas más inopinadas que puede presentarse. No podría decirse de dónde ni por qué ha surgido. Un resorte tradicional de la constitución de un pueblo, de una manera funcional o un procedimiento político arraigado por el tiempo o por el uso de las entrañas de la Nación, no está en ninguna parte a merced de variaciones simplemente mecánicas. Quiero contemplar de frente esta iniciativa, porque siento una especie de temor retrospectivo de que hubiera podido prevalecer. Y me asusta el imaginarse, las oligarquías bizantinas de nuestro parlamento preparando en la anarquía de sus apetitos y en sus excesos la regresión definitiva al poder personal. El ejecutivo parlamentario no tiene la consagración de las teorías políticas ni la sanción de la experiencia. No hay ninguna escuela constitucionalista —54→ que lo acepte en la manera en que ha sido planteado entre nosotros. No se hiere tampoco las dificultades para las cuales se ha propuesto. La hipertrofia de la acción presidencial es un hecho dominante entre nosotros, un hecho visible y doloroso que todos pretenden detener a la manera francesa, automáticamente, por la promulgación de una ley. Pero el desarrollo del poder ejecutivo no es obra de su forma de elección o de su origen, ni es obra, siquiera, de sus atribuciones, más amplias y más intensas que las de los reyes parlamentarios europeos. Las causas del fenómeno radican en otra parte y no pueden ser removidas por una ley ni por un conjunto de leyes. No se requiere mucha perspicacia para recibir cual sería la virulencia patológica de nuestra política parlamentaria, el día en que los pequeños leaders entrevieran la posibilidad de revocar un presidente para reemplazarlo. [...] La iniciativa de la renovación total parlamentaria tiene en su apoyo una vasta experiencia. La renovación integral domina en casi todos los países europeos y en muchos americanos. En la República Argentina, sin embargo, prevalece como en Bélgica la renovación bienal por mitades. Se ha producido en Francia un cierto movimiento para volver al mandato de los seis años, como entre nosotros, y a la renovación por tercios. Se considera la renovación parcial como un procedimiento de organización sustituido e un escrutinio de batalla. La mayoría de los autores de Bélgica prefiere el sistema de renovación parcial. Pero hay una opinión universal que rechaza el sistema de renovación por pequeñas series de tercios, cuartos, quintos o sextos. La renovación total o por mitades en períodos de cuatro o de dos años, respectivamente, puede estimarse como un régimen inobjetable, a pesar de las últimas tendencias producidas entre políticos franceses. Este problema de la renovación parlamentaria podría considerarse entre nosotros como un asunto de moral política más que de técnica. La burocratización creciente de nuestras cámaras demandaría una especie de aereación higiénica. Y no hay nada que se obtendría sometiendo a ratificar la mayor suma posible de mandatos, con la mayor frecuencia posible. |
Obligado el doctor Manuel V. Villarán a replicar un artículo enderezado a rebatir con cierta acritud apreciaciones —55→ expuestas por él en una memoria leída en el Colegio de Abogados, en lo que se refiere a reformas constitucionales dijo:
Feliz el doctor Cornejo que guarda viva la primera robustez juvenil del más ferviente amor a todo lo nuevo. Ninguna reforma le parece prematura. Los estudios sociológicos lo han confirmado en su fe innovadora. Declara al Perú enfermo, pero le trae récipes variados para curarlo a corto plazo. No le arredran las influencias retardatarias naturales, los duros tropiezos étnicos, geográficos ni históricos, que condicionan nuestra lenta gestación. Él nos enseña que el progreso social es obra de la forma y no de la sustancia de los pueblos. Según parece, al nuestro no se necesita educarlo, ni poblarlo, ni enriquecerlo; no hace falta vencer el desierto, la cordillera ni los bosques, ni multiplicar, civilizar y mejorar a los pobladores. No; lo que hace falta es cambiar la combinación de las formas y la organización legal de las instituciones. Por ejemplo, si los diputados se renovasen totalmente y no por tercios; si se despidiese a los suplentes; si se entregase al congreso la elección del presidente de la república; estas sencillas enmiendas de la ley constitucional bastarían para acabar en un momento con las revoluciones, el personalismo, las dictaduras, el fraude, la dilapidación, la intriga y todos nuestros males políticos; vendrían al punto la fuerza en lo externo y el orden en lo interno, y se abrirían de par en par al Perú regenerado las puertas de su brillante porvenir. Lógicamente, si las formas son el todo del progreso social ¿por qué no escoger las mejores, las más bellas y nuevas? ¿Por qué no imitar las instituciones más perfectas de los pueblos más cultos? Así podremos igualarlos sin más esfuerzo que copiar sus leyes. Imitemos. La imitación es la esencia de la vida social. Entreguémonos al alegre deporte del trasplante y la copia. Permítame el doctor Cornejo declarar, sin agravio a su talento, que su sabiduría política tiene, a mi escaso entender, un vicio profundo que ha hecho y seguirá haciendo muy graves daños al país. Conviene que el Perú, (pueblo retardado y no enfermo), utilice intensamente la cultura avanzada y la experiencia milenaria de Europa. Pero no confundamos el aprovechamiento de la ciencia y la experiencia extranjeras, con la adopción directa de todos los moldes extranjeros. No simplifiquemos mentalmente, como el doctor Cornejo, el proceso complejísimo de la utilización de culturas extrañas. Aprovechar —56→ de Europa no quiere decir engalanarnos exteriormente con todas las novedades del inglés o del francés del siglo veinte, si hemos de quedar, bajo las ropas, igualmente criollos o mestizos peruanos del siglo diez y ocho. Aprovechar de Europa no significa querer sembrar en las punas andinas jardines con plantas importadas de la «Cote d' Azur». Nuestro país es nuestro jardín, con su tierra, su clima y sus plantas nativas. Cultivemos nuestro jardín. Hagámoslo, con toda la ciencia del botánico y del químico europeos, pero no cometamos la locura de extirpar las únicas especies exóticas, que de fijo han de degenerar a corto plazo o secarse y morir al primer cambio de estación. |
El partido nacional democrático, de reciente formación en el Perú y que ha congregado bajo banderas, personal muy selecto de nuestra juventud, dice lo siguiente respecto a reformas constitucionales:
Somos enemigos irreconciliables del despotismo y la autocracia, queremos un Ejecutivo sin influjo omnímodo; pero no queremos su anulación, su impotencia ante las Cámaras, que sería el resultado forzoso de su elección por ellas. Un Presidente elegido por las Cámaras no puede ser en el Perú sino o bien fruto excepcional y violento de una imposición extralegal, ante la que el Congreso se incline humillándose, con el desdoro y los pavorosos males consiguientes; o bien producto de combinaciones de corrillo parlamentario, y en consecuencia personalidad borrosa, débil y mediocre, sin arraigo popular y sin las condiciones de iniciativa y decisión que el país reclama. No queremos presidentes de mero aparato, desarmados e inertes, incapaces para el bien, funcionarios decorativos que sólo encarnarían la irresponsabilidad y nulidad, como indefectiblemente habrían de ser a la larga los nacidos de la elección legislativa. Conviene dilatar la duración del período de mando hasta seis años, porque el actual de cuatro es a todas luces insuficiente para la ejecución de cualquier programa concienzudo; y porque la eventualidad de una mala administración no es argumento bastante para reducir a plazo tan corto las buenas presumibles. El período de seis años, prohibiendo la reelección durante los doce siguientes, es un justo medio que al paso que consiente desarrollar por el mismo mandatario un plan —57→ gubernativo, pone coto a las excesivas ambiciones, a la busca del dócil substituto y depositario, y por este medio a los sueños pseudovitalicios. Aseguradas de tal modo la autoridad e independencia del Ejecutivo, hay que hacer coincidir siempre con su renovación la íntegra de las dos Cámaras. La actual renovación por tercios es, según ya se ha demostrado por otros, insostenible de todo punto. Con la renovación total y simultánea de ambos poderes, el Gobierno, que no tendrá ya, por el plazo para la reelección presidencial, miras a la sucesión, no tendrá tampoco fuerza ni interés comparables a los actuales para propiciar determinadas candidaturas de representantes y los representantes, con porvenir tranquilo, en condiciones verdaderamente libre, no tendrán de otro lado motivos de bandería preconcebida, porque los dos poderes vendrán a ser emanaciones de un mismo movimiento de opinión. No puede el Senado continuar siendo lo que es: una duplicación de la Cámara de Diputados, con igual origen electoral y sacrificado por su menor número de miembros en las reuniones de Congreso pleno. Una mitad del Senado podrían componerla los representantes elegidos como hoy por sufragio directo, en proporción con el número real de electores de cada departamento y no con el número de provincias que lo forman; y la otra mitad, representantes elegidos por las Cortes Supremas y Superiores de Justicia, Universidades Mayor y Menores, miembros nacionales de las Cámaras de Comercio, Ingeniería y otras corporaciones profesionales, el Consejo de Oficiales Generales, el Episcopado y la Federación de los Sindicatos Obreros. |
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El Ejecutivo es la autoridad más visible de la República.- En lo que toca a la forma, la ley siempre se cumple.- Absolutismo del Ejecutivo en el Perú.- El Presidente interviene en todas las dependencias de la Administración y su acción alcanza hasta los más lejanos engranajes.- A menudo pasa sobre la autoridad de los ministros.- Exagerada labor.- Todo depende de él y en último término todo recae sobre él para su resolución final.- Labor exagerada y propicia al agotamiento mental. Las iniciativas de los ministros son observadas, modificadas o propuestas.- En los consejillos el Presidente ni consulta ni oye opiniones.- Responsabilidad de los ministros en el Parlamento.- Las interpelaciones.- Lo que puede costarle a un ministro su sinceridad.- Los ministros en las cámaras a merced del canibalismo parlamentario.- El Presidente se excusa con ellos y ellos con el Presidente.- Motivos para asegurar que el Presidente es el amo.- En realidad no lo es.- Fuerza moral de la opinión.- Su exteriorización en los lugares públicos y en la prensa.- Periódicos de oposición, independientes y palaciegos.- Dominio que ejercen sobre el Gobierno los gamonales, los representantes y los directores de los diarios.- Extraña sicología del hombre que gobierna el Perú.
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Es el Poder Ejecutivo en el Perú la autoridad más visible de la República, la más importante, la que tiene mayor influencia y acción en la vida interior y exterior. Es la que nombra y destituye a los funcionarios públicos y la que ejerce la superintendencia de todas las agrupaciones ciudadanas organizadas bajo el imperio de la ley. Personifica las fuerzas vivas de la Nación; recauda, administra y consume las rentas nacionales; es el personero de ese gran banco que se llama el Fisco; y como por sus propias atribuciones y por su riqueza tiene ingerencia en todos los matices de la vida republicana, directa o indirectamente, su influencia se hace sentir por todas partes.
La ley le señala el modo de ejercer sus múltiples funciones, precepto que el Presidente de la República cumple en lo que atañe a la forma, pues en la práctica, maneja los asuntos públicos como si fueran los suyos propios, prescindiendo por lo regular de la justicia y de la moral prometidas en sus programas. Consecuencia de esta acción es la constante lucha en que vive con la libertad y el derecho. No les falta a nuestros supremos magistrados probidad, honradez y aspiraciones progresistas; pero en general carecen de acierto, de justicia, de tolerancia y de respeto al concepto ajeno.
Siendo escasa la cultura nacional, el principio y la independencia de los poderes públicos tiene todavía muy pocos puntos de verdad. Solo en Haití, en Santo Domingo, en Centro América, en Venezuela, en el Ecuador y en México, hay algo superior al absolutismo del Ejecutivo en el Perú.
Nuestro gobierno es presidencial, centralista, casi autócrata, teniendo mucho del imperialismo prusiano. Vive —60→ en oposición al gobierno parlamentario, y de tal manera absorbe las atribuciones de todos los funcionarios y de todas las dependencias de la administración, que no hay asunto por simple que sea en el que el Presidente no intervenga para disponer lo que debe hacerse. De aquí que la labor administrativa siempre esté atrasada, y que por activa y vigorosa que sea la voluntad del mandatario supremo, nunca pueda ocuparse a tiempo en todas las funciones que le están encomendadas.
Personalmente, el Presidente, hace sus mensajes, arregla el presupuesto de la República, interviene en la cuenta general, recibe antes que el ministro a los gerentes de las instituciones financieras, industriales y comerciales; y muchas veces acuerda únicamente con el director del ramo lo que debe hacerse en un asunto, recabando la firma ministerial cuando todo está concluido.
Su acción alcanza hasta el nombramiento de un portero o la destitución de un amanuense. Obligado a intervenir en todo porque así lo exige la sicología nacional y porque sus mismos amigos le harían el vacío si procediera de otro modo, organiza sus gabinetes inspirándose siempre en las vinculaciones personales que le unen a los hombres de su partido. De aquí, el que estos hombres, al ser elevados al rango de ministros, no tengan voluntad ni independencia bastante, no sólo para defender la autonomía de su despacho, pero ni siquiera para dar a sus actos un rumbo propio. En días de elecciones o cuando el orden público está amagado, el Presidente se entiende directamente con los comisarios de policía o los subprefectos de provincia, pasando sobre la autoridad de los ministros y de los prefectos, aunque no sobre —61→ la del Intendente de Lima, a quien recibe a diario para saber lo que ocurre y para ordenarle lo que debe hacer.
Cotidianamente las ocho de la noche encuentran al Presidente en su despacho, muchas veces angustiado, y en espera de sus ministros, en esa hora luchando en las cámaras contra la oposición, o dando término a una operación financiera para pagar a las tropas y al la policía al día siguiente, o en los llamados consejillos, o en acuerdo ministerial. Y cuando pasada esa hora, ya cerca de las nueve, se retira a comer, no es un hombre el que llega a su casa, no es una persona con la que se puede tratar, sino un ser idiotizado por una labor intensa comenzada a las diez del día e incrementada y deprimida por un cúmulo de desabrimientos, de malas noticias, de amenazas, de irregularidades, de inconsecuencias cometidas muchas veces por sus adictos. Y este hombre que así trabaja, al día siguiente emprende de nuevo igual labor, tal vez con mayores molestias e iguales sinsabores.
De todo se le da cuenta, y por insignificante que sea un asunto administrativo, en último término cae a manos de él, y es él quien debe resolverlo favorable o adversamente.
Desde el ministro hasta el último empleado de la administración a quienes hay que ver para asuntos del servicio en la tramitación de un expediente, recomiendan la visita al Presidente como único medio de conseguir lo que en justicia se pide.- «Vea Ud. al Presidente; no pierda su tiempo entendiéndose conmigo»,- es el consejo que se recibe. Y en verdad hay que ver al jefe del Estado, en su despacho presidencial, siendo menester hacer penosa antesala, muchas veces no par horas sino por días al lado de numerosos —62→ pretendientes y reclamantes. La audiencia por lo regular es corta y al lado de otras personas; y cuando no, interrumpida frecuentemente por el secretario particular, quien al oído anuncia al Presidente que le aguardan una o dos personas citadas y a quienes no es posible demorar. Solo con oír y recordar el asunto de cada visitante, ya tiene el Presidente lo suficiente para un agotamiento nervioso ¡Pobre hombre!
Como se ve, nuestro gobierno es unipersonal. A los ministros, según la Constitución, corresponde la iniciativa, el consejo y hasta el veto. En la práctica todo esto es letra muerta. Sus iniciativas son observadas, modificadas o pospuestas; sus consejos oídos a medias, y por lo que toca al veto, facultad que pueden ejercer negándose a poner su firma en los decretos gubernamentales, imposible les sería cometer tal desacato y audacia, si junto con la negativa no presentaran también la renuncia. En los consejillos vespertinos, que por lo regular se celebran a diario, el Presidente casi nunca consulta ni toma opiniones. Los ministros oyen lo que se les dice, no preguntan lo que no se les dice aunque estén en autos, siendo cosa corriente que el Presidente tenga sus confidencias únicamente con uno o dos ministros, y que oculte a los demás lo que en administración y en política ocurre, especialmente en asuntos graves.
Lo más curioso de esta sicología gubernamental es que el ministro es el único responsable ante las cámaras de lo que hace el Ejecutivo, y que al ser interpelado en el Congreso, se ve obligado muchas veces a defender asuntos que no conoce, o a sostener opiniones contrarias a las suyas, opiniones que observó al Presidente de la República al firmar —63→ el decreto materia de la interpelación, y que éste no quiso oír. Como combate lo que no siente, su defensa es mala, y muchas veces inconveniente y desagradable para el Jefe del Estado. En otras ocasiones, precisado a dar una respuesta categórica en plena cámara, respuesta que se le exige en forma sorpresiva y sin darle tiempo para consultar con el Presidente, dice sinceramente lo que siente, y como esto no es del agrado del jefe del Ejecutivo, su renuncia es inevitable.
No existiendo partidos políticos organizados en el Perú, no habiendo verdaderas mayorías ni minorías en las cámaras, el ministro al presentarse en el Parlamento, solo cuenta con su prestigio, y con la buena voluntad de sus amigos. Quien no los tiene en las cámaras está perdido. Visto con encono por los representantes que no le creen digno de llevar una cartera, sufriendo la indiferencia y la frialdad de la opinión, la envidia de los políticos desgraciados y muchas veces la hostilidad del mismo Presidente de la República que cansado de él ve con placer su censura, la situación del ministro en los meses en que el Parlamento está reunido es azarosa y llena de incertidumbre. El canibalismo de las cámaras es algo que pasa los límites de toda exageración. Su mayor placer es comerse un ministerio. Ya que no pueden luchar con el Presidente, se ensañan con los ministros en los días desgraciados de la Patria, en aquellos en los cuales alguno tiene que pagar los platos rotos, y este es el Gabinete, el grupo más inestable entre todas las instituciones públicas.
Siendo esta la situación de los ministros en las cámaras, si alguno de ellos siente orgullo por el puesto, solo tendrá oportunidad de exteriorizarlo delante de las masas populares —64→ en los días de asistencia pública en que acompañan al Presidente de frac y de faja. En Palacio, en presencia de los gamonales de provincia, de los diputados y senadores, de los amigos del Presidente, de los banqueros, de los militares de alta graduación y de los representantes de los partidos políticos, tienen que someterse a oír pacientemente cuanto se les dice que cuanto se les pide. ¡Qué grado de paciencia necesitan para escuchar sin protesta alguna de las indignas proposiciones que se les hacen! Los ministros se excusan con el Presidente; pero el Presidente que conoce el juego, también se excusa con ellos. -«Vea usted al Presidente: en mis manos no está el servirlo». -«Vea usted al ministro que a él corresponde todo aquello». Uno y otro se echan la pelota; pero si el asunto es concedible, no es el Presidente quien deja que el ministro se lleve la gratitud del beneficiado.
Cualquiera que no conociera el Perú y que formulara deducciones de lo que hemos observado, con razón podría asegurar que el amo en la República es el jefe del Estado y que su voluntad es absoluta. Por fortuna, en la práctica no hay tal cosa. Si los ministros y las cámaras están dispuestas a sufrir la prepotencia del Presidente y a disimular su absolutismo e ingerencia ilimitada en todos los asuntos de gobierno, la opinión pública en el Perú, jamás ha seguido igual camino. Ella es franca, justiciera, elevada y de un poder formidable. Se exterioriza por medio de silbidos o de aplausos en los lugares públicos adonde concurre el Mandatario Supremo, y en forma netamente popular e incontenible en la plaza de toros, en aquellos días en que al redondel concurren de 15 a 20 mil personas. En estas manifestaciones, muchas veces, a la rechifla de los primeros instantes, sucede la desbordante —65→ y entusiasta contramanifestación, fenómeno que en honor del. señor Pardo, en 1918, vimos con satisfacción en los días en que toreaba Belmonte. La opinión sensata, reflexiva, culta, libremente se exterioriza en los clubs, en los teatros, en las reuniones privadas, pero especialmente en la prensa. Si esta es de oposición, en forma exagerada, muchas veces hiriente y hasta dañosa para los intereses del país, haciendo aparecer al Perú en el exterior como un país atrasado y sin estabilidad política. Los diarios que no están en la oposición, se limitan a silenciar los malos actos del Gobierno, o a comentarlos en términos mesurados y provechosos para la Nación. El aplauso lo prodiga únicamente la hoja palaciega que sostiene la Caja Fiscal y que nadie lee.
Ejercen también dominio en los actos del Gobierno, tal vez con mayor influencia que la fuerza de la opinión, los gamonales de provincia, los representantes a Congreso, los directores de los diarios y los miembros de la camarilla presidencial. Cada uno de estos individuos ejerce acción personal, rara vez conjunta, mediante privilegios especiales que se manifiestan y se hacen prácticos en favor de personas o de instituciones establecidas, no permitiendo que nadie les menoscabe sus privilegios, ni que se movilice de sus puestos a los que gozan de su favoritismo. ¡Qué extraña sicología la del hombre que gobierna! ¡Su conducta y sus desplantes son las del amo de una chácara; pero también, cuántas veces su situación es la de un esclavo!
El doctor Víctor Andrés Belaúnde, dando forma a los conceptos que tiene acerca del régimen personal en el Poder Ejecutivo y la función del gabinete; y al mismo tiempo, haciendo —66→ un paralelo entre el Virrey y el Presidente, ha dicho lo siguiente:
El eminente escritor inglés Bryce, cuyas observaciones sobre la América del Sur, deben ser meditadas muy profundamente, ha clasificado las democracias de la América Latina en tres grupos: el primero, en que gobierna un régimen personal y autocrático bajo la etiqueta republicana, como el de Haití; el segundo, en que el régimen personal es intenso, pero bien inspirado y con el control relativo, aunque intermitente de determinadas instituciones democráticas, como el de México; y el tercero, el de los países que, como Chile, la Argentina y el Brasil, han alcanzado ya el funcionamiento regular de las instituciones republicanas. Desgraciadamente, no puede colocarse el Perú en este grupo. En efecto, nuestra historia, como lo observa García Calderón, no presenta, el caso perfecto de un régimen republicano neto. Ha sido el régimen de caudillos, más o menos bien inspirados. En los últimos tiempos y desde la época en que el escritor citado llama «el renacimiento del Perú» y que data del 95, se inicia la tendencia a la consolidación de las instituciones; pero bien pronto asoma de nuevo la inclinación antigua a aumentar las facultades presidenciales hasta llegar a la omnipotencia del Poder Ejecutivo. |
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Los síntomas meramente políticos se manifiestan en la desaparición de la función colaboradora y controladora del ministerio. Es un hecho, por todos conocido, que, después de algunos ejemplos de gabinetes efectivos, que podían aportar fuerza política y prestigio social al gobierno, han ido sucediéndose, con el rubro de Ministerios de Administración, gabinetes sin personalidad y destinados sólo a llenar la fórmula de la refrendación constitucional. El presidente de la república, por su intervención gradual en todos los asuntos y negocios, ha ido descartando la tarea de los ministros, convertidos de ese modo en meros secretarios, con menos influencia aún que los directores de despachos, cuyos servicios técnicos les daban mayor intervención. Las dos cualidades, de los ministros, la competencia y lo que podríamos llamar la inclinación dimisionaria: la competencia que representa, la colaboración y la inclinación dimisionaria, que el control por la amenaza de la —67→ crisis, no han sido por lo general las virtudes características de los consejeros en los últimos tiempos. El síntoma anterior culmina en la solución de la crisis por medio de nombramientos ministeriales a favor de funcionarios, y aún con retención de sus cargos administrativos, lo que despoja por completo al ministerio de su alta investidura política y de la indispensable independencia personal. El gabinete es la institución -nos lo revela la historia de Inglaterra- en que se encarna el régimen parlamentario. Y aunque este no existe propiamente entre nosotros, la Constitución y las leyes han dado a este organismo una fisonomía propia, de la que se le ha ido despojando lentamente. El presidente, disponiendo de los dineros fiscales, interviniendo en todo y monopolizando, aún las tareas secundarias, tenía que llegar de modo indefectible al régimen absoluto. Alguien ha comparado al presidente del Perú con el Czar de todas las Rusias. Para perfilar mejor este cuadro, nosotros no iremos tan lejos, bastando a nuestro propósito el terminar este estudio con un rápido paralelo entre el presidente de la república y el Virrey de la época colonial. |
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El Virrey tenía, limitando su autoridad, la persona sagrada del Rey, y el prestigio religioso de la monarquía, de eficacia moral incontrastable. El presidente tiene sólo sobre sí la ficción de la soberanía popular, en la cual es el primero en no creer. El Virrey recibía las inspiraciones y los mandatos del Consejo de Indias, constituido por funcionarios que valían más que él como capacidad y como influencia. El presidente ya no oye al consejo de estado, abolido prácticamente hace mucho tiempo. El Virrey estaba obligado a escuchar, en todas las materias arduas, el consejo de los oidores, funcionarios independientes, de nombramiento real y altísima posición, en virtud de la curiosa institución del acuerdo, no estudiada todavía por nuestros sociólogos. El presidente reúne en su torno a un número de consejeros nombrados por él, a quienes puede exigir en cualquier momento la renuncia, y que no le darán otras opiniones que las que reflejen o agraven sus deseos. El Virrey no podía disponer del dinero de las cajas reales, ni hacía todos los nombramientos. La institución de los oficiales de la real hacienda le impedía lo primero. Los nombramientos —68→ de autoridades, como de corregidores y después de intendentes, eran de provisión real. El presidente de la república dispone de los dineros nacionales, nombra a los diplomáticos, presenta la terna de los obispos y de los Vocales de la Corte Suprema, y designa a todos los funcionarios de la Administración política y judicial. El Virrey sabía que su conducta iba a ser perfectamente examinada por los implacables oidores en el terrible juicio de residencia. La Constitución establece para el Presidente republicano un juicio irrisorio de responsabilidad, que jamás se ha hecho efectivo ni podrá hacerse, porque el presidente cesante ha contribuido a formar los dos tercios del parlamento que debe juzgarlo. Y como, por defectos de nuestro carácter y vicios sociales arraigadísimos, la misma suntuosidad exterior e idénticos servilismo y atmósfera de rendimiento que rodeaban al Virrey, rodean hoy al jefe del estado, reviviendo así el decoratismo colonial, podemos sostener, sin exageración, que el Presidente de la República es un Virrey sin monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores y sin juicio de residencia. |