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ArribaAbajoCapítulo IV

Mecanismo del razonamiento



- I -

La acción de la seme¡anza sobre los fenómenos del espíritu se ha reconocido, por decirlo así, en todos los tiempos; nunca ha sido difícil observar que las ideas semejantes se evocan entre sí. Bain, que ha consagrado un largo capítulo, nutrido de hechos, a la asociación por semejanza, enuncia en los términos siguientes la ley que rige a esta asociación: «Las acciones, sensaciones, pensamientos o emociones, tienden a reavivar las que se les parecen entre las impresiones o estados anteriores49». Esta fórmula es muy larga, porque comprende, no sólo las ideas, sino las emociones y las acciones; sin embargo, nos parece incompleta sobre un punto de los más importantes.

La acción reproductora de la semejanza -attraction of sameness- es un efecto vulgar y superficial, que conocemos desde Aristóteles50; en realidad, la semejanza tiene un segundo efecto, que es tan importante como el primero: la fusión. Al lado de la ley de sugestión y de recuerdo por semejanza, podemos poner la ley de fusión.

El enunciado es éste; en seguida trataremos de la demostración: «Cuando dos estados semejantes de conciencia se presentan a nuestro espíritu simultáneamente o en una sucesión inmediata, se funden y no forman más que un solo estado». Así, cuando dos sonidos de la misma altura y de igual timbre vibran al mismo tiempo, el oído más ejercitado no los disocia, no se oye más que un solo sonido reforzado, cada sonido pierde su individualidad en una resultante única. Si los dos estados de conciencia son exactamente análogos, la fusión es total; si no presentan más que una semejanza imperfecta, lo que implica una identidad parcial, la fusión es parcial.

Fusión de las sensaciones semejantes. -La mejor ilustración de nuestra teoría, en la esfera de las sensaciones, nos la suministran las sensaciones del tacto, con el experimento de Weber; este experimento nos muestra ideas idénticas que se fusionan tan bien, que la persona que no esté prevenida de que recibe dos excitaciones distintas, al experimentar sólo una sensación, cree que no se ejerce más que una presión sobre su piel. Pero este fenómeno toca con un problema de fisiología muy discutido, sobre el cual hay que dar antes algunas palabras de explicación.

El tacto es de todos los sentidos el que ocupa mayor superficie; mientras que los sentidos especiales, la vista, el oído, el olfato y el gusto, están restringidos a partes muy mínimas del organismo, el tacto se encuentra en toda la extensión de la piel y aun en algunas mucosas; las fosas nasales, la conjuntiva, la cavidad de la boca, los dos extremos del tubo digestivo, el canal de la uretra, nos dan sensaciones de contacto. Esta gran difusión del tacto en la superficie del cuerpo, se explica por el hecho de que el tacto es el sentido fundamental y primitivo, del cual han salido los sentidos especiales por una diferenciación progresiva y que, quizás con el tiempo, dará lugar a la formación de nuevos sentidos especiales. El tacto no es igual por todas partes; ciertos lugares de la cubierta general presentan una delicadeza superior a los demás. Se sabe, por ejemplo, que en medio de la espalda la sensibilidad táctil es obtusa; es más fina en la mano; todavía más en la pulpa de los dedos y alcanza su mayor grado en la punta de la lengua. Weber ha llegado a medir estas diferencias de sensibilidad empleando un compás, paseando sus dos puntas por la superficie del cuerpo. Vio que en medio de la espalda, para que se sientan las dos puntas hay que separarlas 39 líneas; mas próximas no despiertan más que una impresión única. En el pecho, la separación necesaria es de 20 líneas; en el muslo, de 16; en la parte inferior de la frente, de 10; en la palma de la mano y en la punta de la nariz, 3; en el borde del labio inferior, 2; en la punta del dedo índice por el lado de la palma, 1; en la punta de la lengua, 1/2.

Estos experimentos de medida han hecho surgir un nuevo problema. Se ha preguntado que por qué las dos puntas del compás, según la distancia que se les da, producen, ya dos sensaciones, ya una.

Se han propuesto dos explicaciones. La primera, sencilla como todas las a priori, consiste en decir que, donde se siente dos puntas, cada una de ellas ha excitado por separado una fibra nerviosa y que, por el contrario, cuando no sentimos más que una punta, las puntas del compás no han excitado más que a una sola fibra. En todos casos, se experimentan tantas sensaciones como nervios excitados. En el lenguaje ha quedado una huella de esta explicación: la frase círculo de sensación. Si se apoya una de las dos puntas del compás sobre la piel y se busca hasta qué distancia de la primera punta la segunda no despierta una sensación nueva, se circunscribe así un espacio que tiene la forma de un círculo o de una elipse. Como este espacio no puede recibir más que una sola sensación, corresponde, según la teoría, al campo de una fibra nerviosa: se le llama círculo de sensación.

Esta explicación contiene una parte de verdad. Sin duda que las porciones del tegumento, cuya sensibilidad es muy delicada, son más ricas en corpúsculos del tacto que aquellas en que la sensibilidad es obtusa. Pero de aquí a reconocer que todo círculo de sensación es, cómo se ha dicho, una dimensión anatómica, el campo de una sola fibra, hay mucho. Hay regiones en que las puntas del compás se pueden separar más de doce papilas nerviosas sin producir más que una impresión única. Agreguemos que los límites de un círculo de sensación varían singularmente bajo el influjo de la atención y del hábito; si un círculo correspondiese realmente al dominio de una sola fibra, sería de una magnitud variable. Finalmente, hay un hecho más concluyente que todos los demás: si se dibuja en el antebrazo de una persona dos círculos de sensación, cuyas circunferencias sean tangentes y se coloca una de las puntas del compás en un círculo y la otra en el otro, acercándolas lo más posible, la persona en quien se experimente no sentirá más que una sensación, para provocar dos, es preciso que las puntas estén separadas por el diámetro entero de un círculo. Si fuese cierto que a cada círculo corresponde una fibra especial, habría bastado que las dos puntas estuviesen colocadas en cualesquiera puntos de los dos círculos para que la persona sintiese las dos.

La segunda explicación es conocida con el nombre de teoría de los campos nerviosos. Se observa que, para que se distingan dos sensaciones de tacto, es preciso que haya entre los puntos de la piel excitados, cierto espacio, cierto. número de ramificaciones nerviosas, un campo nervioso. Esta distancia es necesaria y suficiente. ¿Por qué es así? Se dice que porque dos cosas no se pueden distinguir si no hay algo que las separe. La excitación de dos fibras nerviosas no puede producir dos impresiones distintas más que cuando estas dos fibras están separadas por elementos nerviosos no impresionados. Estos elementos, cuyo papel es distanciar las dos sensaciones, se representan por la abertura de las dos puntas del compás.

Esta pretendida explicación nos parece una simple tantología; afirma la necesidad de la distancia de las dos puntas, que es un hecho de observación; pero no se ve cuál puede ser el papel de las fibras nerviosas interpuestas, pues no hay nada que las impresione. Esto es lo que no puede explicar la teoría de los campos nerviosos.

La explicación que proponemos para substituir a las anteriores, se resume en pocas palabras. Supongamos, que cada uno de los puntos de nuestra epidermis tiene un modo especial de sentir; la calidad de la sensación varía con la región de la piel; por ejemplo, cuando se oprime con el dedo la frente y después la mejilla, la barba, el cuello, la nuca, se provoca cada vez una sensación táctil diferente. Sin embargo, esta variación se verifica de una manera continua de un punto a otro; si se eligen dos puntos muy próximos, podría ocurrir que la diferencia de las dos sensaciones sea demasiado pequeña para notarse y que las dos sensaciones se conduzcan prácticamente como si fuesen idénticas. La distancia a que se diferencian las dos sensaciones para la conciencia no es uniforme en todo el cuerpo, porque el matiz local de cada sensación no varía lo mismo en todas partes. Admitido esto (y en seguida vamos a enumerar los argumentos que demuestran nuestra hipótesis), ¿qué es lo que ocurre? Excitando con el compás dos puntos de la piel, se podrán provocar a voluntad, según la separación de las puntas y la región de la piel, una o dos sensaciones semejantes: serán diferentes cuando los puntos de la piel estén lo suficientemente distantes para que se note la diferencia de su sensibilidad; serán semejantes cuando los puntos elegidos estén lo bastante próximos para que sus sensibilidades parezcan de igual naturaleza.

Ahora bien: en el caso de dos sensaciones diferentes, el individuo sentirá distintamente las dos puntas; en el caso de dos sensaciones semejantes, estas sensaciones se fundirán en una sola y el individuo no sentirá mas que una punta.

El experimento de Weber se explicaría en esta hipótesis por la fusión de las sensaciones semejantes; sería un ejemplo de la ley de fusión. Pero ¿qué hay que añadir para que la hipótesis se convierta en verdad demostrada? Hay que probar dos cosas:

1.ª Que las sensaciones provocadas por las dos puntas de compás son de diferente calidad cuando el sujeto siente las dos puntas.

2.ª Que las sensaciones provocadas por las dos puntas de compás, son de la misma calidad cuando el individuo nota una sola punta.

En Alemania, Lotze, Wundt, Helmholtz, etc., han atribuido una diferencia de sensibilidad a las distintas regiones del cuerpo. Esto es lo que se llama la teoría de los signos locales. Entre las pruebas de esta teoría elegimos una, la más notable, sacada del fenómeno de la localización. Cuando se toca a una persona en cualquier parte del cuerpo, siente la excitación y al mismo tiempo la localiza. Este conocimiento de lugar no es innato, es adquirido; según toda probabilidad, se forma de esta manera. Hemos aprendido mediante la experiencia que, cuando experimentamos cierta sensación táctil, se ha hecho una presión sobre el brazo; otra sensación corresponde a una acción sobre un dedo del pie, y así sucesivamente. Con el tiempo hemos relacionado una sensación determinada con la vista de nuestro brazo, otra con la vista de nuestro dedo y, finalmente, a cada sensación diferente con la vista de un punto diferente de nuestra piel. Cuando se oprime, se pincha o se pellizca nuestro cuerpo, la sensación propia de la parte afectada despierta la imagen ocular de esta parte sólo por la fuerza de la asociación; es una ley del espíritu que, cuando se han experimentado contiguamente dos sensaciones, se adhieren de tal manera, que la que se presenta sugiere a la otra. Aquí la sugestión se verifica tan rápidamente, que la imagen visual de la región que se toca sigue inmediatamente a la sensación táctil. La localización no es otra cosa. En cuanto a la posición del punto tocado, nos la da nuestra actividad muscular. Esta explicación de la génesis del sentido de lugar supone continuamente una cosa: que dos sensaciones de contacto que se refieran a dos sitios diferentes del cuerpo, poseen cada una un signo local que las distingue e impide que se confundan. Supóngase que todas nuestras sensaciones de contacto son absolutamente uniformes. Una persona a quien se pinche en un dedo no podrá saber si ha sido en un dedo de la mano o del pie, porque si hubiese sido en el pie hubiera experimentado la misma sensación. Para que una sensación de contacto se asocie con la vista del dedo de la mano, y otra con la vista del dedo del pie, es de toda necesidad que las dos sensaciones sean diferentes, si no, se confunden, y la sensación que reside en el dedo podrá sugerir indiferentemente la imagen ocular de otra parte del cuerpo enteramente distinta.

En resumen, la localización implica sensaciones distintas. Este hecho nos pone en estado de saber cuándo son semejantes o diferentes las dos sensaciones provocadas por el compás. Si son susceptibles de localizarse de un modo claro, entonces son diferentes, y si no, son semejantes.

Usando este criterio, se ve que en todos los casos en que ambas sensaciones se sienten dobles, el individuo puede localizarlas, lo que prueba que son de naturaleza diferente. Por ejemplo: apóyense las dos puntas del compás trasversalmente en el antebrazo de una persona a una distancia de 39 líneas, separación necesaria para que el individuo sienta aisladamente cada punta. En seguida, levántese alternativamente una de las dos puntas, rogando a la persona, que tiene los ojos cerrados, que, indique si es la de la derecha o la de la izquierda la que continúa sintiendo. La persona responde siempre bien; localiza exactamente, prueba evidente de que estas sensaciones difieren un poco entre sí. Así, donde el individuo percibe dos puntas, hay dos sensaciones diferentes, como lo prueba la posibilidad de la localización clara.

A la inversa, tenemos que averiguar si el individuo puede dar una localización diferente a dos sensaciones que, provocadas al mismo tiempo, hacen el efecto de una sensación única. Se busca experimentalmente la separación que se puede dar a las dos puntas sin que dejen de confundirse, y se marca con tinta los puntos de la epidermis en que se los aplica; sin embargo, conviene no llegar a la separación máxima, porque varía un poco durante el curso de las investigaciones, sólo por el hecho de la atención y el ejercicio; podría ocurrir, pues, con la separación máxima, que las dos sensaciones, semejantes al principio, se hicieran diferentes en algún momento, lo que perturbaría el experimento. Después de estos preparativos, se excita alternativamente cada uno de los dos puntos marcados con tinta, diciendo al sujeto que indique con los ojos cerrados en cuál se apoya el instrumento. El individuo no lo consigue, o, si trata de localizar, lo hace con alternativas de acierto y error que prueban que adivina. Esta impotencia para localizar las dos sensaciones, solo puede obedecer a una causa: la semejanza de las dos sensaciones.

Es, pues, exacto que el experimento del compás nos da un ejemplo de fusión de dos sensaciones semejantes. Esto es todo lo que queríamos demostrar51.

En el experimento anterior, las sensaciones que se funden son casi o exactamente semejantes, y la fusión que resulta de su reunión es total. Daremos un ejemplo de fusión parcial. Hay con frecuencia una fusión parcial en una serie de sensaciones que se suceden y cada una de las cuales se parece, sólo en parte, a la que antecede y a la que sigue. Esto es lo que se verifica en el zootropo, el taumatropo, el fenaquisticopo, el dedáleo, etc. Estos juguetes científicos tienen por objeto producir en la retina de observador una serie de impresiones que representan las fases sucesivas de un movimiento periódico cualquiera, por ejemplo, un hombre que juega con su cabeza.

Cada figura del zootropo, considerada aisladamente, difiere muy poco de la que tiene a la derecha y de la que tiene a la izquierda; se puede, pues, expresar su semejanza por las letras que siguientes: abc-bcd-cde-def-efg-fgh, etc., que indican la parte común de dos impresiones sucesivas. Cuando se pone el juguete en movimiento y la rotación es lo suficientemente rápida, las impresiones se funden por sus puntos comunes y nos dan la ilusión de un personaje único, siempre el mismo, que hace movimientos.

El mecanismo de esta ilusión es tanto más interesante de estudiar cuanto que reproduce artificialmente lo que ocurre siempre que vemos un cuerpo que sufre cambios de forma o de posición, por ejemplo, un caballo al trote52.

Preferimos acumular hechos a entretenernos en explicaciones, que se desprenden por sí mismas. Nos limitaremos a prever una objeción posible, demostrando que la fusión de las imágenes zootrópicas se verifica en el cerebro y no en la retina, como se podría creer. Esto lo prueba, ante todo, el que las imágenes consecutivas, de la vista que intervienen en esta fusión residen en el cerebro. En segundo lugar, como prueba más directa, la fusión no se opera en conjunto, sino sólo entre las partes semejantes de las iniágenes, lo cual supone un poder de análisis de que carece ciertamente la retina.

Fusión de las imágenes semejantes. -Las imágenes se funden como las sensaciones, cosa que se comprende cuando se conoce su naturaleza, pues son sensaciones reavivadas. Ocurre con frecuencia que una serie de imágenes, semejantes en parte, desfilan por el campo del espíritu, produciendo apariencias de trasformación comparables a las del zootropo. Uno de los corresponsales de Mr. Galton, el rey. G. Henslow, siempre que cierra los ojos y espera un momento ve la imagen clara de un objeto. Este objeto cambia de forma durante todo el tiempo que lo mira con atención Mr. Henslow. Al estudiar la serie de formas que se suceden se observa que el paso de una a otra se verifica, ya por las relaciones de contigüidad, ya por las relaciones de semejanza. En uno de estos experimentos se presentaron las imágenes siguientes: un arco; una flecha; una persona tirando con el arco y de la cual sólo se veían los manos; una nube de flechas que ocupa por completo el campo de la visión; estrellas fugaces; grandes copos de nieve; una tierra cubierta por una mortaja de nieve; un presbiterio, cuyo techo y paredes estaban cubiertas de nieve; una mañana de primavera con un sol brillante y un ramo de tulipanes; desaparición de todos los tulipanes, excepto uno solo; este tulipán único se convierte de sencillo en doble; sus pétalos caen rápidamente y no queda más que el pistilo; el pistilo aumenta, los estigmas se trasforman en tres grandes cuerdas ramificadas y obscuras; un botón; el botón se dobla convirtiéndose en una mecha inglesa; después en una especie de alfiler que atraviesa un trozo de metal, y así sucesivamente. El experimentador ha logrado a veces hacer lo que llama «un ciclo visual», es decir, volver a la imagen primitiva y recorrer de nuevo la misma serie de formas. Estas visiones recuerdan la de Goethe, en que el ciclo era más pequeño. «Cuando cierro los ojos y bajo la cabeza -refiere el poeta alemán- hago que aparezca una flor en medio del campo de la visión; esta flor no conserva su primera forma, sino que se abre y de su interior salen nuevas flores formadas de hojas coloreadas y a veces verdes. Estas flores no son naturales, sino fantásticas, aunque simétricas como las rosetas de los escultores. No puedo fijar ninguna forma, sino que el desarrollo de nuevas flores continúa durante el tiempo que deseo, sin variación en la rapidez de los cambios.»

Claro es que la trasformación del objeto imaginario, se verifica por una sucesión de imágenes. Pero importa mucho comprender bien la naturaleza de esta sucesión. Las imágenes no se substituyen simplemente unas a otras, expulsando la últimamente llegada a la anterior; si ocurriese así, se tendrían imágenes distintas que se substituirían y no una imagen única que se metamorfósea. Se debe concebir que cada una de las imágenes se funde con la anterior, en virtud de los puntos comunes que ofrecen y además que las dos imágenes sucesivas coexisten durante un instante muy corto. Gracias a estas dos condiciones, las dos imágenes forman un todo y dan la apariencia de una imagen única que se modifica.

Las alucinaciones del loco presentan con frecuencia la misma evolución de formas. Magnan refiere, que un alcohólico veía en la pared telas de araña, cordajes, redes con mallas que se retorcían; en medio de estas mallas y de estas redes había bolas negras que se hinchaban, disminuían, tomaban la forma de ratones, de gatos, pasaban a través de las redes, saltaban sobre la cama y desaparecían53. Con menos frecuencia, la metamorfosis exige años enteros. Una muchacha que se volvió loca a consecuencia de una tentativa de asesinato, veía continuamente el puño y el brazo del individuo que había intentado matarla. Ahora bien, al seguir su curso la enfermedad, la alucinación sufrió una trasformación curiosa; la imagen que veía la muchacha se modificó así: aparecieron dos ojos en el puño del asesino, su brazo se alargó desmesuradamente y al fin la imagen alucinatoria se trasformó en una serpiente54. Otras veces, el contorno de la alucinación queda fijo, pero cambian sus dimensiones. En una antigua observación de Beyle, un enfermo veía una araña de tamaño extraordinario que aumentaba hasta el punto de que llenaba todo su cuarto y le ahogaba. En los sueños, se encuentran ejemplos innumerables de estas clases de trasformacione.s; a veces se ven dos personas distintas que se funden en una sola, o una misma persona que cambia de personalidad física, etc. El sueño es el verdadero tipo de las alucinaciones de metamorfosis55.

Si citamos estos casos morbosos, es porque el fenómeno que estudiamos se encuentra entre ellos aumentado y más fácil de ver. Pero también se encuentran excelentes ejemplos de fusión de imágenes en operaciones de la vida normal. Según Huxley, la formación de las ideas generales se produce por la reunión, la fusión, la coalición de varias imágenes de objetos individuales; y para representar mejor su pensamiento, el sabio naturalista se sirve de una comparación ingeniosa sacada de las Imágenes compuestas, cuya invención debemos a Galton56. «Para aclarar la naturaleza de esta operación mental, dice Huxley, hablando de la generalización de una imagen, se la puede comparar con lo que ocurre en la producción de las fotografías compuestas, cuando, por ejemplo, las imágenes de las fisonomías de seis personas se reciben en la misma placa fotográfica durante un sexto del tiempo necesario para hacer un solo retrato. El resultado final es que todos los puntos en que las seis fisonomías se parecen, resaltan con fuerza, mientras que aquellos en que difieren quedan vagos. Así se obtiene lo que se podría llamar un retrato genérico de las seis personas, en oposición al retrato específico de una sola persona57. Esta bonita invención ha dado ya brillantes resultados, a lo que parece. Reuniendo en una sola fotografía cinco medallas que representan a Cleopatra y que, lejos de dar una idea de la belleza de aquella célebre reina, tenían un aspecto repugnante, se ha obtenido una imagen compuesta mucho más agradable: es muy probable que en esta resultante los puntos de semejanza de las diversas efigies se hayan reforzado y que los puntos diferentes hayan quedado vagos, de manera que se tiene el derecho de sostener que la imagen compuesta tiene más probabilidades de parecerse al modelo que sus componentes. Por este procedimiento se han reunido también fotografías de individuos pertenecientes a las mismas categorías y se han obtenido ciertos tipos, como, por ejemplo, el tipo timador. Este método quizá sea útil algún día a la antropología criminal.

La comparación que hace M. Huxley entre estas fotografías compuestas y los conceptos se ha admitido por muchos psicólogos; se ha considerado como muy verosímil que la generalización de una imagen se forma en el espíritu como la fotografía genérica en la placa sensible, por superposición de las impresiones particulares. Añadiremos en su apoyo un argumento. M. Pouchet ha notado que las imágenes consecutivas de sus preparaciones al microscopio y que, corno ya hemos visto, se le aparecen a veces al cabo de mucho tiempo, no representan una preparación en particular, sino que son como un promedio de una serie de preparaciones del mismo género. Este hecho tiende a demostrar que la imagen genérica resulta de la coalición de muchas impresiones particulares reunidas en una sola.

Sin embargo, encontraríamos muy incorrecto explicar una operación del espíritu por una comparación puramente mecánica, si esta comparación no supusiera implícitamente la existencia de un principio de fusión. El principio es el que explica la formación de las imágenes genéricas; las impresiones particulares, al sumarse, forman una imagen genérica porque sus partes comunes se funden y resaltan con fuerza, mientras que las partes diferentes permanecen separadas y se hacen vagas.

La comparación entre la imagen genérica y la fotografía compuesta no es exacta más que hasta donde ilustra esta ley mental; al pie de la letra, no es rigurosamente exacta. «Si el ojo de un hombre, dice Mr. Galton, se pusiera en lugar del objetivo de la máquina que nos sirve para obtener retratos compuestos, la imagen que se formaría en su cerebro no sería idéntica al retrato compuesto.» Porque, al revés del efecto fotográfico, el efecto fisiológico de una impresión no es proporcional a su duración o a su frecuencia; se sabe que según la ley de Weber (ley discutible, cuyo defecto es ser demasiado concisa), la sensación varía como el logaritmo de estimulante; para que la sensación siga una progresión aritmética, es preciso que el estimulante siga una progresión geométrica. Agréguese además el influjo perturbador de la atención, de las emociones, de las ideas preconcebidas y de una gran caritidad de factores diversos que impiden al espíritu fusionar muchas imágenes con la exactitud de una placa fotográfica.

Hemos dado bastantes ejemplos para hacer comprender claramente lo que es la fusión de las sensaciones y de las imágenes. Parece imposible que un fenómeno tan fácil de observar haya pasado inadvertido. Entre los autores que han hecho alusión a él, citaremos ante todo a Spencer. Al definir un estado de conciencia, este autor dice que es «una parte de conciencia que ocupa un lugar lo bantante grande para adquirir una individualidad notoria; que está separada de las otras partes de conciencia adyacentes por diferencias cualitativas y que, cuando se examina introspectivamente, parece homogéneo58». De esta definición deduce que si las partes adyacentes del estado considerado no son diferentes, forman parte del mismo estado; ahora bien, decir esto es reconocer implícitamente el principio de fusión. Más adelante Spencer añade: «La condición de existencia de dos estados de conciencia es una diferencia59. Luego no hay diferencias, sino estado único, es decir, fusión de los dos estados en uno solo. Por estas citas de Spencer vemos que ha observado, por lo menos de paso, el fenómeno de fusión, pero sin comprender su importancia.

Bain ha dicho algunas palabras acerca del mismo fenómeno. «Cuando hay identidad perfecta entre una impresión presente y una impresión pasada, ésta se restaura y se funde con la primera instantánea y seguramente. La operación se verifica con tanta rapidez, que no nos enterarnos de ella; rara vez notamos la existencia de una asociación de semejanza en la cadena de la serie. Cuando miro la luna llena, recibo instantáneamente la impresión del estado que resulta de la suma de las impresiones que la luna ha producido ya en mí»60. La descripción se refiere a un caso que vamos a estudiar: la fusión de una sensación con una imagen. En otro lugar, el mismo autor habla de los casos en que tenemos conocimiento de una identidad sin poder decir cuál es la cosa idéntica; por ejemplo, cuando un retrato nos da la impresión de que hemos visto el original, sin que seamos capaces de decir cuál es éste. La identidad ha afectado a nuestro espíritu, pero no se ha verificado la restauración». Todo el mundo conoce ese sentimiento particular de lo «ya visto». M. Bain lo explica por la ausencia de recuerdo de las partes diferentes del objeto identificado. En efecto, para que el espíritu note la semejanza de dos imágenes, es preciso que difieran un poco; si no, se suman y no forman más que un todo. Lotze expresa la misma idea con una pesadez enteramente germánica: «No se podría saber nada de la reproducción de un estado precedente a por el actual A si existiesen juntos, sin que fuese posible distinguirlos; para reconocer que el estado actual es la repetición del precedente, tenemos que poder hacer una distinción entre ellos, y esto es lo que se verifica en vista de que, no sólo el A actual trae consigo aquel a precedente que se le parece, sino que éste va acompañado de las ideas que prueban que, anteriormente y en otras circunstancias, ha sido objeto de la percepción61».

Esta fusión ha sido también descrita por Wundt bajo los nombres de asimilación y de asociación simultánea. «La percepción que resulta de la excitación actual de cualquiera de los sentidos, se combina con una representación reproducida por la memoria». Finalmente, justo es recordar que Ampère, mucho antes que Wundt, había señalado y analizado este fenómeno, al que llamaba concreción. Ampère, nos dice M. Pilon en un luminoso artículo sobre la Formación de las ideas abstractas y generales62, fue el primero que demostró que las imágenes de las sensaciones anteriores modifican nuestras sensaciones actuales hasta el punto de hacernos ver más de lo que vemos y oír más de lo que oímos. Un hombre nos habla en una lengua que nos es enteramente desconocida: ¿por qué no distinguimos lo que articula, mientras que si habla en una lengua que nos es familiar, entendemos claramente todas las palabras que pronuncia? Es, respondía Ampère, por razón de la concreción que se verifica entre las sensaciones presentes de sonidos y las imágenes de estos mismos sonidos que hemos oído con frecuencia. «Si las palabras que se cantan en la ópera italiana, decía también, no se pronuncian con fuerza, el oyente que esté sentado en el fondo de la sala no recibe más que la impresión de las vocales y de las modulaciones musicales; pero no oye las articulaciones y, por consiguiente, no reconoce las palabras. Si entonces abre el libreto de la ópera y le sigue con la vista, oirá muy claramente las mismas articulaciones que no podía comprender antes. He aquí lo que ocurre en él: Como la vista de los caracteres que tiene ante los ojos, se compone, no sólo de la sensación visual del momento, sino de las imágenes de las sensaciones de igual especie que ha experimentado al aprender a leer el italiano, la vista de las palabras escritas despierta en él imágenes sonoras y acústicas de las palabras pronunciadas, y las imágenes de los sonidos refuerzan en su órgano las impresiones demasiado débiles que recibe del escenario, resultando una audición clara63».

Aquí terminamos nuestras citas, que bastan para mostrar que nuestro estudio sobre la fusión de los estados de conciencia carece en absoluto de originalidad, porque este fenómeno lo han notado muchos autores.

Sin querer agotar este asunto, desearíamos decir algo de su aspecto fisiológico. Se acaba de ver el papel que representa la semejanza en el dominio de las sensaciones y de las imágenes: sugiere y fusiona. El primer efecto es más conocido que el segundo; sin embargo, creemos haber puesto fuera de duda la fusión de las sensaciones semejantes y la fusión de las imágenes semejantes. Hasta suponemos, por vía de inducción, que este fenómeno se verifica siempre que notamos alguna semejanza, desde el acto insignificante que nos hace reconocer a un amigo, hasta el chispazo del genio que discierne una identidad entre los fenómenos más distantes, como la caída de una piedra y la fuerza que impulsa a la luna hacia nuestro globo.

Queda por saber si existe algún fenómeno fisiológico que se pueda considerar como la base de esta doble propiedad de la semejanza.

Se puede suponer, con mucha verosimilitud, que, en general, dos estados de conciencia que se parecen deben implicar, en totalidad o en parte, es decir, en la misma medida, el ejercicio de los mismos elementos nerviosos, células y fibras. Esta hipótesis nos parece una consecuencia forzada del principio de las localizaciones cerebrales, según el cual todas las impresiones del mismo género afectan al mismo lugar del cerebro. Pero no hay que establecerlo como regla absoluta; estamos dispuestos a admitir que en el cerebro hay territorios no diferenciados, en que aun las impresiones semejantes pueden afectar a puntos distintos. Después de haber puesto esta restricción a nuestra hipótesis, citaremos algunos de los numerosos hechos que hablan en su favor.

Todo el mundo conoce los errores involuntarios que nos hacen pronunciar una palabra en lugar de otra. Lewes refiere que un día, contando una visita al hospital de los epilépticos, y deseando nombrar al amigo que le acompañaba, que era el Dr. Bastian, dijo el doctor Brinton; se corrigió inmediatamente diciendo el Dr. Briges, y se volvió a corregir para pronunciar al fin el nombre del Dr. Bastian. «No me confundía en nada en cuanto a las personas, dice; pero habiendo colocado imperfectamente los grupos de músculos necesarios para la articulación de un nombre, el único elemento común a este grupo y a los demás, a saber, la B, ha servido para recordar a los tres.» M. Ribot, de quien está tomada la cita anterior64, ha hecho una observación análoga sobre los errores de la escritura. Queriendo escribir «doit de bonnes», escribe «donne»; queriendo escribir «ne pas faire une part», escribe «ne part faire». Nótese, además, que en las parafasias y paragraflas patológicas, la confusión se produce también con frecuencia por una identidad de letras o de consonancia.

Todo esto se explica, como observan los autores citados, suponiendo que los mismos elementos nerviosos entran en combinaciones diferentes y que, por ejemplo, los nombres de Bastian, Bridges, Brinton, corresponden a complejos de células que tienen un elemento común: el elemento que corresponde a la B. Así, la cualidad psíquica de la semejanza se traduce anatómicamente por una identidad de residencia.

Se provoca a voluntad en uno mismo un fenómeno análogo de parafasia, poniéndose como problema encontrar un nombre propio que se conozca, pero que no se tenga presente en el espíritu. Se puede así hacer psicología experimental sin laboratorio. Un día traté de recordar el nombre de uno de mis amigos, a quien quería escribir una carta, y que se llama M. Truchy. No recordé al pronto su nombre; pasé por los intermedios siguientes, que anoté conforme se me iban ocurriendo, porque suministra un buen ejemplo de parafasia:

Morny

Mouchy

Suchy

Cruchy

Truchy.

A cada esfuerzo de memoria, adquiría una o dos letras exactas. La marcha del experimento parece demostrar que las letras comunes de la serie de nombres suponen la excitación de los mismos elementos nerviosos65.

Aceptemos, pues, como una hipótesis muy verosímil, que la semejanza de dos estados de conciencia tiene, generalmente, por opuesto fisiológico, una identidad de residencia del proceso nervioso. Por lo demás, esta hipótesis ya la ha indicado Spencer: Toda representación, dice, tiende a agregarse con las representaciones, en virtud de la identidad de su residencia cerebral.

Ahora, hagamos las deducciones. Ante todo, se hace posible la explicación fisiológica de la acción sugestiva de la semejanza. Si todo estado de conciencia tiene la propiedad de reavivar a sus semejantes, depende de que los complejos de células que corresponden al estado evocador y al estado evocado tienen puntos comunes, por los cuales se desliza la onda nerviosa desde el primer grupo de células al segundo. Es igualmente fácil comprender la fusión de dos estados semejantes en uno solo, puesto que tienen por base un elemento nervioso numéricamente único.

Esta hipótesis tiene una segunda ventaja; explica cómo obra una semejanza entre ideas, aun cuando no esté reconocida por el espíritu.

Los psicólogos se han preguntado qué es lo que se puede entender por una semejanza que no se note. La semejanza, se ha dicho, supone una comparación del espíritu, y cuando esta comparación no existe, cuando no hay conciencia, tampoco puede existir la semejanza (Penjon). La verdadera solución de la dificultad nos parece la siguiente: Es verdad que no hay semejanza sin conciencia de esta semejanza, porque en realidad, las dos cosas no son más que una. Pero la conciencia no es más que un epifenómeno superpuesto a la actividad cerebral y que puede desaparecer sin que se altere el proceso nervioso correspondiente. Dos imágenes semejantes se suceden en nuestro espíritu; poco importa que notemos o no su semejanza, porque, al ser semejantes, harán vibrar un elemento celular común. Esta identidad de residencia bastará para producir todos los resultados que produce una semejanza reconocida y juzgada por una comparación consciente.

Así es que, sin la participación de la conciencia, ocurre que una imagen sugiere su semejante. Por otra parte, ¿no es así como opera siempre la sugestión por semejanza? Lo semejante evoca automáticamente a lo semejante; cuando se ha hecho la cosa, la reflexión interviene para darse cuenta de lo que ha pasado, y sólo entonces se descubre la existencia de una semejanza en la cadena de las ideas. M. Pilon ha desarrollado la misma idea con su claridad habitual: «Hay que distinguir, dice, la asociación por semejanza, de la percepción de la semejanza. No es por la relación de semejanza notada entre dos ideas por lo que una de estas ideas puede sugerir la otra, pues esta percepción de la semejanza supone que las dos ideas están presentes en el espíritu, y, por consiguiente, la asociación ya está hecha. Decir que la semejanza es un principio de asociación es decir simplemente que una idea tiene la propiedad de sugerir otra que el espíritu reconoce enseguida, en virtud de la facultad de percibir las relaciones, semejante a la primera66».

Otra deducción del mismo género que la anterior: de igual modo que la sugestión, por lo semejante, la formación de las ideas generales debe hacerse por las mismas razones, sin intervención del yo, sólo en virtud de las imágenes puestas en presencia, o, en términos más exactos, por efecto de la identidad de residencia de las impresiones particulares. Las imágenes tienen la propiedad de organizarse en imágenes generales, lo mismo que la tienen de sugerir imágenes semejantes. Así poseemos ideas generales que se han formado por sí solas en nosotros, como la idea general de una silla, de un cuchillo, etc.

Quizá se pensará que, por hipotéticas que sean estas ideas de fisiología cerebral, tienen la ventaja de satisfacer la preocupación de muchos psicólogos que quieren encontrar en las propiedades del sistema nervioso la explicación de las operaciones mentales. Aquí encontramos la ocasión de mostrar lo que vale esta opinión tan extendida, que es más exacta en apariencia que en realidad. Admitamos por un instante que no sólo sea probable, sino que esté absolutamente demostrado que dos estados de conciencia semejantes tienen por base, en el cerebro, un elemento nervioso único, y que esta unidad de residencia explique los dos efectos de la semejanza: la sugestión y la fusión. ¿Por ventura se cree que ésta es una verdadera explicación de las propiedades de la semejanza por las propiedades del sistema nervioso? Eso sería una ilusión singular. Porque en ella no hay ninguna explicación, sino una simple trasposición, en términos fisiológicos, del fenómeno que se tiene la pretensión de explicar. ¿Qué es ese elemento único que ponemos como base de la semejanza? ¿Cómo comprender la unidad, si no se tiene la idea de número, de pluralidad? Y esta idea, ¿no es, por lo menos, más compleja que la de la semejanza? «Nous voilà au rouet», como dice Montaigne.

La verdad es que no podemos conocer las cosas exteriores más que sometiéndolas a las leyes de nuestro espíritu, y que, por consiguiente, el estudio de uno de estos objetos, de un cerebro, por ejemplo, no puede dar cuenta de las formas de nuestro pensamiento, porque las supone siempre. Los que sostienen lo contrario, cometen una petición de principio67.




- II -

Entendida y modificada así, la ley de la semejanza nos permitirá comprender la génesis de la percepción exterior. Estudiemos esta génesis en sí misma, sin idea preconcebida, sin pensar que el fenómeno resulta de un razonamiento. Fieles a nuestro método, recurramos a la patología, porque los casos morbosos dejan ver con frecuencia el secreto del estado normal.

Las alucinaciones hipnagógicas suministran un vasto campo de observaciones y de experimentos. M. Maury ha tenido la ingeniosa idea de hacer experimentos en sí mismo con objeto de apreciar en qué medida intervienen en el sueño las impresiones exteriores. Por la noche, cuando comenzaba a dormirse en su sillón, rogaba a una persona, que estuviera a su lado, que provocase sensaciones en él sin prevenirle y después que le despertase cuando hubiese tenido tiempo de echar un sueño. Los resultatados obtenidos por este método pertenecen de derecho a la historia de la percepción externa, porque ¿que es un sueño provocado en estas condiciones? Es una reacción cerebral que sigue a una impresión de los sentidos, y esta definición se aplica a la percepción. Vamos a ver que los sueños del observador se pueden asimilar así a ilusiones de los sentidos artificiales. He aquí los hechos:

Se le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz, y sueña que se le somete a un tormento horrible, que le aplican a la cara una máscara de pez, y que después, al arrancarla, se le había desgarrado la piel de los labios, de la nariz y de la cara. -Se hace vibrar a cierta distancia de su oído unas pinzas, sobre las cuales se frota con unas tijeras de acero; entonces sueña que oye el ruido de las campanas; este ruido se convierte en seguida en toque a rebato y cree estar en los días de junio de 1848. -Se le hace respirar agua de colonia, y sueña que está en una perfumería, y la idea del perfume despierta la del Oriente; está en El Cairo, en la tienda de Juan Farina. -Se le aproxima una cerilla encendida, sueña que está en el mar (el viento soplaba entonces por las ventanas) y que la santabárbara salta. -Se le pellizca ligeramente la nuca, y sueña que se le pone un vejigatorio, lo que despierta el recuerdo de un médico que le cuidó en su infancia. -Se le aproxima a la cara un hierro caliente, y sueña con los fogoneros; la idea de estos fogoneros trae en seguida la de la duquesa de Abrantes, de quien supone, ensueños, que le ha tomado por secretario. En otro tiempo había leído, en las Memorias de esta mujer de talento, algunos detalles sobre los fogoneros... etc68.

Estos experimentos demuestran que la cualidad de la impresión sensorial influye en la naturaleza del sueño, porque en las imágenes fantásticas se encuentra la huella de la impresión generadora.

Pero he aquí algunas otras observaciones del mismo autor, que son todavía más tópicas: se trata de sueños producidos por sensaciones subjetivas. Una noche, M. Maury, medio despierto, vio una ráfaga luminosa (sensación subjetiva de la vista); en seguida la trasforma, cediendo ya al deseo de dormir, en un farol encendido. Después aparece ante su vista la calle de Hautefieuille, alumbrada por la noche, tal como la había observado muchas veces, cuando habitaba en ella, treinta años antes. -Otro ejemplo del mismo autor: «Cuando padezco de congestiones de la retina, veo, generalmente, con los ojos cerrados, moscas de colores y círculos luminosos que se dibujan en mis párpados. Pues bien; en los breves instantes en que el sueño me anuncia su invasión por medio de imágenes fantásticas, he notado con frecuencia que la imagen luminosa debida a la excitación del nervio óptico se alteraba en cierto modo a los ojos de mi imaginación y se trasformaba en una figura cuyos rasgos brillantes representaban los de un personaje más o menos fantástico. Han podido seguir, durante algunos segundos, las metamorfosis operadas por mi espíritu en esta impresión nerviosa primitiva, y veía todavía en la frente y en las mejillas de estas cabezas el color rojo, azul o verde, el resplandor luminoso con que brillaban a mis miradas con los ojos cerrados, antes de comienzar la alucinación hipnagógica69».

En muchos casos semejantes se puede ver que la imagen fantástica del sueño va precedida de fenómenos de excitación a quienes se supone localizados, quizá equivocadamente, en la retina. El individuo que se adormece, comienza por notar resplandores, masas confusas sembradas de puntitos coloreados, de estrías, de filamentos. La aparición de estas sensaciones amorfas precede a la visión de formas definidas. M. Maury ha emitido la idea de que la alucinación del sueño nace de estos «espectros subjetivos» y se deriva de ellos por una especie de trasformación. Aquí hay -según la propia observación de M. Maury- una de imágenes, y esta metamorfosis recuerda la del zootropo.

Pero hacer esta comparación, es no decir nada o afirmar un hecho concreto. Ya hemos visto cómo se explican los efectos de cambio que produce el zootropo; hay una serie de impresiones que se suceden a intervalos muy cortos: estas impresiones no son idénticas; tampoco son absolutamente distintas; cada una se parece en parte a la precedente y en parte a la siguiente. Gracias a esta identidad parcial, cada impresión se suelda con la contigua y forma con ello un solo todo. Esta fusión de las impresiones sucesivas, es la que da al espectador la ilusión de una impresión única. Podemos suponer, para explicar la génesis del sueño hipnagógico, que el principio de fusión se verifica, no sólo entre dos sensaciones y entre dos imágenes, sino también entre una sensación y una imagen.

Esta suposición permite analizar el comienzo de una alucinación hipnagógica. Una sensación luminosa, por ejemplo, una ráfaga atraviesa el campo de la visión; esta sensación recuerda, por efecto de la semejanza, la imagen mental de un objeto que presenta también un punto luminoso, por ejemplo, la imagen de un farol encendido. Designemos la sensación inicial por la letra A y la imagen compleja de un farol encendido por las letras ABCDEFGH, etc.: la letra A de este segundo grupo representa el punto luminoso del reverbero, es decir, el elemento común a la imagen del reverbero y a la sensación de una ráfaga. Pero hay más: los dos elementos representados por A, se funden, forman un elemento único, de tal modo, que la imagen evocada se suelda a la sensación y la ráfaga se trasforma en reverbero; después, esta última imagen recuerda la imagen entera de la calle por asociación de contigüidad.

Esta misma fusión de las sensaciones con las imágenes se encuentra en un gran número de alucinaciones tóxicas. Una señora que acababa de tomar hachís para conocer el delirio feliz que produce esta substancia en los orientales, «vio que el retrato de su hermano, que estaba encima del piano, se animaba y le presentaba una cola partida, enteramente negra, etc.». Un momento después, se dirige hacia la puerta de un cuarto próximo, que no estaba alumbrado. «Entonces, dice, se verificó en mí algo terrible; me ahogaba, me sofocaba; caí en un pozo inmenso, sin fin; el pozo de Bicêtre. Como un ahogado que busca su salvación en una débil caña, que se le escapa, de igual modo quería yo agarrarme a las piedras que rodeaban el pozo; pero caían conmigo en aquel abismo sin fondo.» A sus gritos, se la llevan a la pieza alumbrada y sus ideas cambian con las impresiones nuevas; creo que está en el baile de la Ópera; tropieza con un taburete y lo toma por una máscara tendida en el suelo y que baila de un modo inconveniente; y se pasea por en medio de un país de linternas, cuya fantasmagoría estaba producida por la llama del carbón de piedra que ardía en la chimenea70. Cuando se estudia de cerca este delirio sensorial, se sigue muy bien su desarrollo. Su origen está en las sensaciones de todas clases producidas por el mundo exterior, en medio del cual se agita el enfermo; la impresión de los sentidos lo evoca las imágenes que se le parecen; estas imágenes se oprimen, se acumulan, se trasforman bajo el influjo del agente tóxico; se apartan cada vez más de su punto de origen y crean finalmente un mundo exterior, enteramente imaginario, al que viene todavía a modificar un nuevo impulso de sensaciones. Pero en el primer momento de la evolución del delirio, hay siempre por lo menos una sombra de semejanza entre el objeto exterior y las imágenes que evoca, como se ve en la alucinación del pozo de Bicêtre, producida por la habitación oscura, y esta semejanza es la que hace la fusión.

Pasemos al delirio alcohólico. Se sabe que las alucinaciones visuales que le acompañan consisten en visiones terroríficas de animales pequeños, gatos, ratas, insectos, arañas, cabezas humanas separadas del tronco, etc. Estas alucinaciones no se constituyen de un golpe; según el testimonio de los mejores observadores, las visiones proceden de perturbaciones elementales de un carácter puramente sensorial. El enfermo ve puntos negros o manchas luminosas que están animadas de un movimiento rápido; estas sensaciones objetivas son las que han de servir de alimento a la alucinación, que el cerebro del alcohólico trasforma en seguida, a medida que el delirio se acentúe más. «En algunos casos, dice Magnan, el enfermo ve al principio una mancha sombría, negruzca, de contornos difusos y después de límites claros, con prolongaciones que se convierten en patas, una cabeza para formar un animal, un ratón, un gato, un hombre.» Este fenómeno, ¿no recuerda de un modo notable las metamorfosis del zootropo? ¿No se explica muy naturalmente por una fusión de sensaciones y de imágenes?

La misma explicación se adapta sin esfuerzo a todas las circunstancias en que nuestro cerebro hace sufrir una trasformación a las sensaciones que recibe. Uno de los ejemplos más interesantes nos lo suministra lo que se podría llamar las percepciones fantásticas. Todo el mundo habrá notado que, cuando el medio exterior se presta a ello, puede uno figurarse a voluntad la presencia de tal cuerpo y percibirlo como si existiese realmente. Se distingue un gran número de formas en las nubes, en las rocas, en las masas confusas de los objetos lejanos o mal iluminados, en las ascuas del fuego, en las desigualdades de una pared, o en las líneas, agujeros y accidentes de una mesa de madera. Parece que Leonardo de Vinci recomendaba a sus alumnos, cuando buscaban asunto para un cuadro, que estudiasen con cuidado el aspecto de superficies de madera; en efecto, al cabo de algunos minutos de atención, no se tarda en ver dibujarse, en medio de líneas confusas, ciertas formas de animales, cabezas humanas y a veces escenas enteras agrupadas de un modo pintoresco. Sobre este punto, tengo una experiencia bastante extendida; si miro atentamente una hoja de papel blanco, siempre descubro en ella alguna figura; hasta puedo calcarla, y los dibujos que obtengo por este procedimiento son, en general, muy superiores a los que puedo producir por la imaginación, aunque, en realidad, no valen gran cosa; pero todo es relativo. Con frecuencia he observado que la figura no se forma de una vez, sino lentamente por grados, lo mismo que una decoración cuyas piezas se dispusieran sucesivamente. Lo importante es coger la primera forma; si es un poco viva, no tarda en completarse y el edificio se construye sin ruido sobre esta primera piedra.

Sería muy interesante este lado fantástico de nuestra naturaleza. Quizás en él se encontraría el germen de una teoría de la invención, más seria que todas las que nos han dado hasta hoy día. Sea lo que quiera, lo que nos importa observar es que en estas percepciones el espíritu trabaja sobre semejanzas fortuitas que descubre en un objeto; por estos puntos de semejanza se evoca la imagen y se suelda con la impresión sensible. Al mismo tiempo, cosa curiosa, el espíritu desprecia sistemáticamente todos los caracteres del objeto exterior que no están en armonía con esta ficción.

Las percepciones fantásticas son de la misma familia que las ilusiones de los sentidos; se las podría definir como ilusiones voluntarias. Son las obras de teatro en que a la vez somos actores y espectadores. Las ilusiones involuntarias nos hacen asistir a hechos semejantes. Siempre que una ilusión se presta al análisis, se nota que la imagen falsa exteriorizada, que constituye, hablando propiamente, la ilusión, se parece en algo a la que le ha dado origen. Por ejemplo, cuando a distancia o a consecuencia de la oscuridad se toma a una persona por otra, o se deja uno engañar por una semejanza ruda, se comete un error de identificación: en otras palabras, la primera imagen despertada por las sensaciones exteriores, se parece a ellas y se confunde con ellas. Por otra parte, esto lo confirma la experiencia hipnótica. Si se agita la mano ante los ojos de una sonámbula, imitando con los dedos un movimiento de alas, en seguida aquélla ve un pájaro y trata de cogerlo. Si con la mano se imita un movimiento de reptación en el suelo, ve una serpiente. Regla general: el individuo ve todos los objetos cuya apariencia se simula.

Por una transición insensible llegamos desde la ilusión -o percepción falsa- a la percepción verdadera. Veamos si todo acto de percepción comienza de igual manera por una identificación.

Si cojo un libro de encima de una mesa, lo levanto, lo abro, lo leo y lo vuelvo a cerrar, todos estos actos han provocado en mí un gran número de impresiones de tacto, de forma, de peso, de temperatura, de resistencia, de movimientos, que se han unido y asociado a las impresiones visuales que experimentaba yo al mismo tiempo. Supongamos ahora que salgo de mi cuarto y que vuelvo a él después de algunos minutos de ausencia. El libro continúa en el mismo sitio; si lo miro, la impresión visual que experimento despierta en mi recuerdo las imágenes de las sensaciones de todas clases que he recibido hace poco al manejarlo. En una palabra, con la sensación visual vienen a combinarse imágenes del tacto, del sentido muscular y de los otros sentidos; luego hay percepción.

Pero ¿cómo es que esta nueva sensación de la vista puede despertar, bajo forma ideal, estas impresiones anteriores de la mano? Aquí no hay ningún lazo de semejanza, ni aun de contigüidad, porque la sensación actual de la vista es absolutamente nueva y no ha podido asociarse con impresiones de la mano que datan de varios minutos. Hay una respuesta a esta pregunta, y sólo una: que el aspecto actual del libro se parece en parte o en total al aspecto anterior, cuyo recuerdo persiste en mi espíritu. De mi experiencia anterior me ha quedado una imagen ocular del libro, asociada a impresiones de la mano. La apariencia que se ofrece actualmente a mi vista se funde con este recuerdo visual, que a su vez trae al campo de la conciencia la serie de los recuerdos táctiles y musculares a que va unido.

Según esta interpretación, he aquí cuál es la serie de estados de conciencia que se suceden en nuestra percepción.

La visión actual del libro A suscita en nuestro pensamiento, por la fuerza de la semejanza, la imagen ocular del mismo libro B, que proviene de una visión anterior, y este segundo estado de conciencia, suscita a su vez, por la fuerza de la contigüidad, el grupo de las impresiones táctiles y musculares C. El estado de conciencia B es el que permite que el primer estado suscite el tercero; por esto, propongo que se le nombre el estado de conciencia intermediario, para expresar su función.

Lo curioso es que esta imagen B, recuerdo visual del libro, no aparece, a pesar de la importancia de su papel. Cuando miramos el libro, no tenemos al mismo tiempo que la visión presente el recuerdo claro de una visión anterior. Este recuerdo constituye, sin embargo, una parte indispensable de la operación, porque sin él no habría percepción posible; en cierto modo es «invisible y presente»; se funde con la sensación visual del momento y forma un todo con ella71, de manera que esta sensación se encuentra asociada directamente con el grupo de imágenes táctiles y musculares.

Representaremos esquemáticamente la marcha del fenómeno.

La percepción del libro tiene por efecto unir una sensación visual con un grupo de imágenes táctiles y musculares. El establecimiento de esta asociación constituye la conclusión del razonamiento perceptivo. Se puede expresar esta síntesis mental por la fórmula

A-C

en que A representa la vista actual del libro, C el grupo de imágenes musculares y táctiles, es decir, al hecho inferido y el signo -el vínculo, de asociación que une estos dos términos72.

El problema psicológico planteado, corno hemos mostrado antes, es explicar la formación de esta asociación. Ahora bien, decimos que la vista actual del objeto comienza por traer el recuerdo de una vista anterior, por la semejanza de estos dos estados. Esto se puede representan también simbólicamente de la siguiente manera.

A=B

En esta fórmula, A continúa representando la visión actual del libro colocado ante nuestros ojos, B representa el recuerdo de una visión anterior de este mismo libro, es decir, su imagen visual, y el signo=marca la semejanza de la sensación y la imagen. En nuestra opinión, esta identificación es la primera parte, el primer acto de la percepción exterior.

No sólo hay un recuerdo, una evocación de la imagen B, sino que una vez evocada esta imagen se funde con la sensación A, como las dos sensaciones de las puntas del compás, en el experimento de Weber. Este resultado no tiene nada de chocante si se piensa en que la imagen es casi una sensación. Hemos consagrado un capítulo a demostrarlo. Se puede, pues, designar esta fusión del modo siguiente, que tiene la ventaja de hablar a la vista:

(A=B)

En esta fórmula, los paréntesis expresan la fusión de la sensación y de la imagen.

Aquí termina el primer acto de la percepción y comienza el segundo. En nuestro ejemplo hemos supuesto que experimentos anteriores habían fundamentado una asociación entre la vista del libro y las sensaciones muy diversas que este objeto produce cuando se coge, se abre y se lee, cuyo recuerdo se ha designado por la letra C. Esto se puede representar así:

B-C

fórmula en que B representa siempre la vista anterior del libro, C los experimentos del tacto activo y el signo la asociación formada previamente entre estas dos imágenes.

Decimos, pues, que, por la fusión de A y B, es decir a consecuencia de la fusión de la vista actual con el recuerdo visual del objeto, C se encuentra asociada directamente con A, o, en otras palabras, la idea de los atributos invisibles del objeto, se encuentra directamente asociada en nuestro espíritu con su aspecto visual. Por último, llegamos a esta última fórmula, que se explica por sí sola:

(A=B)-C

En resumen, la operación total se descompone así: una asociación por semejanza que tiene por objeto introducir una asociación de contigüidad. Como esta última es el fin, aparta la atención de la primera, que es el medio.

Sería fácil simplificar la descripción de esta operación, demostrando que se reduce a la asimilación parcial de dos imágenes. En efecto, la percepción se verifica por la fusión parcial de la sensación ocular que produce el objeto actualmente sobre nosotros con el recuerdo completo del mismo objeto o de un objeto semejante, que subsiste en nuestra memoria. Esta asimilación de dos impresiones es la propiedad biológica de que se deriva el razonamiento.

Hemos comenzado por proponer este mecanismo de la percepción como una hipótesis. Pero si se compara esta explicación con todos los hechos morbosos que se han citado, se reconocerá que la hipótesis está muy cerca de elevarse al rango de teoría. Se ha visto que, en todas las percepciones morbosas que se prestan al análisis, el fenómeno comienza por un acto de identificación; es decir, por una fusión de la sensación excitadora con la primera imagen que evoca. Entre los casos más tópicos, recordaremos a la persona que, viendo al dormir una chispa, la trasforma en un farol encendido y ve aparecer ante él una calle iluminada, por la noche; el alcohólico que, al ver puntos negros agitándose en su campo visual, los trasforma en animalillos negros, cuyas patas se prolongan; la persona despierta que, fijando su atención en las líneas confusas de una mesa, acaba por ver salir de ella formas definidas, y, finalmente, el individuo, víctima de una ilusión de los sentidos, que confunde a un extraño con un amigo, dejándose engañar por un ligero parecido de estatura, de ademanes o de vestido. Por todas partes y siempre, la percepción exterior, sea exacta, sea falsa (ilusión) o sea loca (alucinación), comienza por una fusión entre las sensaciones del mundo exterior y las imágenes que estas sensaciones hacen brotar en el espíritu.

La única diferencia es que, en las percepciones falsas, basta una sombra de parecido para efectuar la sugestión, mientras que, en una percepción correcta, sólo se tiene en cuenta un conjunto de semejanzas y basta con una sombra de diferencia para impedir la sugestión. Helmholtz ha observado que, en la disposición estereoscópica, la presencia de una sombra mal proyectada destruye la ilusión. Pero nos vemos obligados a prescindir de estos detalles, en interés de la claridad. De todo lo anterior, conservaremos únicamente el hecho de que la percepción comienza por una identificación.

Por otra parte, no es posible que suceda de otra manera. Cuando se percibe un objeto exterior, se perciben sensaciones que son siempre nuevas y distintas de todas las que les han precedido. Por tanto, ¿cómo podrían estas sensaciones nuevas evocar estados pasados, anteriores, como las imágenes, sino por el efecto de la semejanza? La semejanza es el único vínculo que puede ligar a estados separados por el tiempo. Planteemos este problema bajo una forma a priori, empleando las fórmulas que nos han servido ya. Por una parte, B está asociado a C. Por otra, A se parece a B. ¿Cómo A puede asociarse a C si no es por medio de B?

Antes de ir más lejos, vamos a demostrar que esos fenómenos complejos en que se combinan la semejanza y la contigüidad, los han vislumbrado ya los psicólogos, aunque no han comprendido su significación. Sobre esta cuestión léanse dos pasajes, uno de S. Mill (Analysis of the phenomena of the human mind, t. I, página III y siguientes), y el otro de Bain (eod. loc., página 120 y siguientes). Nosotros citaremos sólo a Sully, que, en su último libro, titulado Outlines of psychology, observa que las dos leyes de contigüidad y de semejanza, son a la vez distintas e inseparables. «Se puede decir que cada modo de reproducción implica, en diferentes proporciones, la cooperación de estos dos elementos. Así cuando el nombre de una persona evoca la imagen de su fisonomía (ejemplo que se da comúnmente de asociación por contigüidad), es porque el sonido presente se identifica automáticamente a sonidos oídos con anterioridad. Así, el reconocimiento por semejanza, implica de ordinario la contigüidad; es decir, el recuerdo de circunstancias concomitantes.» El autor simboliza la relación de las dos leyes de esta manera: en el primer caso, el

Contigüidad ASemejanza A
| |
(a) - c - (a) -
p f

proceso de identificación entre A y (a) es automático o inconsciente y los concomitantes resucitados (p) se juzgan enteramente distintos de lo que los resucita, mientras que en el segundo caso, la identificación es el momento importante del proceso y los concomitantes (c y f) no están separados claramente del elemento identificado (a). Basta comparar este esquema con el nuestro para reconocer la identidad de ambos; en él se ve, primero, la fusión de un estado de conciencia con otro estado semejante, y después la sugestión de un tercer estado que estaba asociado al segundo por contigüidad.

Pero lo que importa todavía más hacer notar es que el proceso de la percepción que hemos descrito es, según S. Mill, Bain y Sully, un proceso general que se realiza siempre que entre en juego la asociación de las ideas, es decir, a cada instante de la vida. Ahora bien: como vamos a demostrar en seguida el valor lógico de este proceso, que constituye un verdadero razonamiento, podremos considerar el razonamiento, no como un hecho accidental, sino como el elemento constante de nuestra vida, la trama de todos nuestros pensamientos. De este modo llegaremos a aceptar como una verdad demostrada esta paradoja de Wundt: Se podría definir el espíritu como una cosa que razona.




- III -

Los fenómenos que estudiamos en este momento son tan importantes, que no tememos prolongar su examen. La percepción, como hemos dicho, es una operación que tiene tres términos; ya se ha visto cuántas pruebas hay en apoyo de esta proposición. Pero queremos seguir la demostración hasta el fin, citando ejemplos de percepciones en que se reconoce directamente, con la simple inspección, la existencia distinta de estos tres términos. Esto es lo que ocurre siempre que la percepción, complicándose y evolucionando, tiende a confundirse con los razonamientos conscientes y voluntarios.

Tenemos un ejemplo sencillo, que después trataremos de complicar. ¿Qué es la lectura de una palabra escrita? Al primer examen es, sencillamente, el ejercicio de una asociación de contigüidad entre un signo gráfico y una idea. Cuando el signo gráfico es muy claro, como una letra impresa, la sugestión de la imagen sigue inmediatamente a la vista del signo; la operación parece constar de dos términos, como la mayor parte de nuestras percepciones ordinarias. Por ejemplo, la imagen de una casa aparece vagamente en cuanto se lee la palabra «casa». Pero compliquemos un poco la operación; tratemos de hacerla más lenta, con objeto de observar los pormenores, y en seguida veremos aparecer un término suplementario. En lugar de la palabra impresa, examinemos una palabra manuscrita y casi ilegible. Entonces se observa que la vista de los caracteres no basta para comprenderlos; hay, además, que reconocerlos, darse cuenta de que esta letra desfigurada es una a, aquella otra una c, y así sucesivamente. ¿Pero cómo es posible este reconocimiento, sino por una comparación entre la letra alterada y el recuerdo de la letra normal? Se afirma que aquella letra es una a, al comprobar que se parece más o menos a la letra a que se conoce. Si se elimina este recuerdo, este estado de conciencia intermedio, la operación se hace imposible.

Abundan mucho los ejemplos de este género. Pongamos otro. Hay diagnósticos tan fáciles, que se hacen a distancia; con frecuencia, a un neuropatólogo le basta ver andar por la calle a un atáxico o a un paralítico agitante (enfermedad de Parkinson) para reconocer su enfermedad. Sólo la vista de un síntoma importante evoca el nombre de la enfermedad y la representación de todos los demás síntomas que pertenecen a la misma afección. Pero, lo más frecuentemente, la vista y aun el examen metódico de los enfermos no basta; es preciso que el médico reúna sus recuerdos para hacer el diagnóstico. ¿Qué es lo que hace entonces? Compara el caso que tiene a la vista con los casos análogos que se han presentado ya. Trousseau hasta decía que en este trabajo de comparación se acordaba claramente de los enfermos que había visto en otro tiempo en el hospital, cuando era estudiante; se representaba su cara, y aun, según dice, el número de su cama. Esta vuelta consciente a los casos anteriores y semejantes pone de relieve el estado de conciencia intermedio. Este estado aparece siempre que la semejanza no obra de una manera segura e infalible.

Se puede afirmar, pues, que en la percepción de un objeto exterior se suceden tres imágenes. Nos queda que demostrar la importancia de este análisis. Se puede decir que es exacto; pero ¿para qué sirve? Es describir por describir; no suministra ningún dato sobre el mecanismo del razonamiento; después de haberse dedicado a una minuciosa disección psicológica, no sabe uno más que antes.

Nuestro objeto es poner de manifiesto con brevedad y lo más claramente posible, la significación de los resultados adquiridos. Ahora tenemos la seguridad de poder dar una teoría exacta del mecanismo del razonamiento; en efecto, gracias a la suposición de que, en toda percepción existe un estado de conciencia intermedio, (B) que sirve de lazo entre la impresión de los sentidos (A) y las imágenes inferidas (C), todo se aclara; esta suposición es como la palabra que, intercalada en un texto mutilado, revela su sentido. Vamos ahora a ver que, en la historia de la percepción reconstituida así, se pueden encontrar todas las partes que componen un razonamiento regular.

Al principio, el acto de percepción se convierte en una transición de lo conocido a lo desconocido, por medio de la semejanza -y nótese que esta es una definición burda, pero exacta del razonamiento. El hecho conocido es la naturaleza del objeto que nos da esta sensación visual. Esta noción que nos falta, la adquirimos por la sugestión de un recuerdo- la imagen de un libro, y la transición de la sensación a la imagen, del hecho conocido al desconocido, nos la suministra la semejanza entre el objeto visible y el objeto con que la identificamos.

Se dirá quizá que el razonamiento es algo más que esta consecución de imágenes; es un juicio, es la formación de una creencia nueva. Luego no basta explicar cómo se puede provocar la imagen completa y detallada del libro, con motivo de una sensación elemental de la vista o del tacto; sería también preciso dar cuenta de esta creencia nueva que nos permite afirmar que «aquello es un libro.» Una cosa es la sugestión de un hecho y otra el juicio que lo acepta como verdadero. Por ejemplo: no se explicaría el razonamiento que nos hace decir que Pablo es mortal, si sólo se expusiera cómo nos había venido al espíritu la idea de la muerte de este individuo; necesitamos que se nos diga también cómo esta idea determina nuestra convicción. Esta es la objeción que no dejarán de presentar algunos lectores. Trataremos de responder a ella.

La creencia, la convicción, el asentimiento, son fenómenos vagos, indeterminados y poco definidos, que abundan en psicología difícilmente, se podría hacer un estudio metódico de ellos. Pero los psicólogos han tomado una trasversal; han observado que la creencia proviene, en general, de una relación entre imágenes. Cuando dos hechos se presentan con frecuencia al mismo tiempo o en una sucesión inmediata, las imágenes correspondientes tienen una tendencia a creer que los fenómenos cuya idea está asociada en nuestro espíritu, están igualmente asociados en la realidad. Dicho esto, claro es que una teoría explica la formación de una creencia nueva, si explica, no sólo la sugestión de la idea que se va a afirmar, sino la asociación, la organización de esta idea con otras. Insistiremos para mayor claridad. Admitimos que no basta decir cómo ha venido hasta nosotros la idea de la muerte de un hombre, para explicar nuestra convicción razonada de que este hombre es mortal; pero desde el momento en que explicamos cómo se asocia esta idea de la muerte con la del individuo en cuestión, para provocar la creencia de que es mortal, hemos conseguido nuestro objeto y hemos demostrado lo que había que demostrar.

Pues bien: ¿se ha dado esta demostración? ¿Ha explicado el análisis anterior cómo, aparte de toda experiencia, por una simple combinación de las leyes mentales puede formarse una asociación entre dos imágenes? Se recordará que esta era una de las condiciones que habíamos opuesto a toda explicación del razonamiento; pues bien, esta condición nos parece resuelta. Ya se ha visto por qué razón la imagen detallada del libro se combina con la sensación visual del momento; porque estas dos impresiones tienen puntos de semejanza que las unen. Así se explican todas las síntesis de nuestras sensaciones y de nuestros recuerdos.

Pero no es esto todo; una conclusión de razonamiento no contiene sólo una adhesión a una verdad nueva; esta verdad presenta todavía el carácter propio de ser una consecuencia lógica de una verdad ya admitida. En términos psicológicos, la asociación de imágenes que el razonamiento establece, se verifica por la mediación de asociaciones ya existentes que se llaman premisas. Razonar es establecer asociaciones sobre el modelo de otras asociaciones ya establecidas. Queda por demostrar que nuestra tesis sobre el mecanismo de la percepción tiene en cuenta este último carácter del razonamiento. Con este objeto hay que establecer un nuevo paralelo entre la percepción exterior y el silogismo.

En primer lugar, se observará que la percepción es una operación de tres términos: A, B y C. El primer término (A) representa la vista actual del objeto, el segundo (B) su vista anterior y el tercero © las propiedades inferidas. El silogismo es también una operación de tres términos; en el ejemplo que hemos analizado antes, estos términos son: Sócrates, hombre y mortal.

Otra observación. En el silogismo, el término medio entra en la mayor, y en la menor desaparece de la conclusión, aunque ha sido él el que la ha preparado. Este término es hombre. El razonamiento, como dice Boole, es la eliminación de un término medio, en un sistema de tres términos. Este término medio decimos que prepara la conclusión, porque si Sócrates no fuese hombre, no sería mortal. Igualmente, en la percepción, el término B, el recuerdo visual del objeto, es un verdadero término medio; por una parte, se desvanece cuando se llega a la conclusión, porque se funde con la vista actual (A); por otra parte, prepara la conclusión, porque si el aspecto actual del objeto no se pareciese al aspecto anterior que ya se conoce (B), no seríamos capaces de reconocerlo.

Pero el paralelo se puede llevar más lejos: Se puede dividir el acto de percepción, como se hace con el silogismo, en tres partes, que corresponden a las tres proposiciones verbales de un razonamiento lógico.

Comencemos por traducir al lenguaje psicológico el silogismo vulgar que nos ha servido con tanta frecuencia. Consideremos primero la mayor:

Todos los hombres son mortales.

Esta proposición expresa, según el análisis de un lógico73, que los atributos connotados por hombre, no existen nunca más que unidos con el atributo mortalidad, de tal manera, que siempre que se presente el primer atributo, podemos estar seguros de la existencia del segundo. Es una relación entre dos hechos. Psicológicamente, la proposición tiene otro sentido: quiere decir que existe en nuestro espíritu una asociación entre dos grupos de imágenes un grupo de imágenes abstractas que representan al hombre y a un grupo de imágenes genéricas que representan la muerte. Por asociación queremos decir que estas dos imágenes se producen simultáneamente o en sucesión inmediata en nuestro espíritu. Se dice también que las dos imágenes son contiguas. Por consiguiente, llamaremos proposición de contigüidad a nuestra proposición mayor. Esta asociación la debemos a nuestra experiencia pasada o al testimonio de los demás; desde el momento en que hacemos el razonamiento, nos es dada, la adquirimos y la consideramos como justa. En ella se va a apoyar nuestra conclusión.

La menor del razonamiento,

Sócrates es hombre,

es de otra naturaleza. Desde el punto de vista lógico, significa que hay semejanza perfecta, identidad, entre ciertos atributos de Sócrates (color, forma, estatura, estructura interna) y los atributos de la humanidad. Esto es lo que significa la proposición; ahora, otra cuestión parte: ¿qué es desde el punto de vista psicológico? Es un acto de asimilación entre la imagen de ciertos atributos de Sócrates y la imagen genérica de la humanidad. El espíritu nota aquí una semejanza entre dos grupos de imágenes, y la proposición que expresa este acto interno se puede llamar proposición de semejanza.

La conclusión

Sócrates es mortal

contiene la verdad descubierta por deducción. Considerada desde el punto de vista objetivo, significa que hay una relación de coexistencia entre el individuo llamado Sócrates y los atributos de la mortalidad, o en otras palabras, que Sócrates posee estos atributos. Psicológicamente, esta proposición indica que se ha establecido una relación de contigüidad en nuestro espíritu, entre la imagen de Sócrates y la imagen de la mortalidad.

En resumen: el razonamiento anterior se puede descomponer en tres proposiciones: (I) una proposición de coexistencia, la mayor; (II) una proposición de semejanza, la menor; (III) una proposición de coexistencia, la conclusión74.

Ahora pongamos en frente, por un lado, las proposiciones del silogismo, y de otra parte las fórmulas simbólicas que nos han servido ya en nuestro análisis de la percepción:

Mayor: Todos los hombres son mortales B- C.

Menor: Sócrates es hombre A=B.

Conclusión: Sócrates es mortal (A=B)-C.

La mayor de nuestro silogismo es, como hemos dicho, una proposición de coexistencia: significa que la imagen genérica de hombre está asociada, en nuestro espíritu, a la imagen abstracta de mortalidad. De igual modo, en la fórmula B-C, encontramos indicada una asociación de imágenes; porque esta fórmula quiere decir que, la vista anterior del libro (B) está asociada con la imagen de sus cualidades tangibles (C). Luego por las dos partes hay la misma asociación de contigüidad.

La menor de nuestro silogismo expresa una semejanza entre la representación de Sócrates y la de los atributos connotados por la palabra humanidad. En la fórmula A=B, hay de igual modo una identificación entre la vista actual del libro (A) y el recuerdo de una vista anterior (B); es decir, entre la sensación y la imagen de un mismo objeto. Luego por las dos partes hay la misma relación de semejanza.

Finalmente: la conclusión de nuestro silogismo indica que hay una asociación de contigüidad entre la imagen de Sócrates y la imagen de la muerte. En la fórmula (A=B)-C, se ve también que se forma una asociación de contigüidad entre la vista del libro y la idea de sus atributos tangibles. Luego también aquí hay por las dos partes la misma asociación de contigüidad.

Sería superfluo insistir sobre esto. La percepción se compone evidentemente de las mismas partes que un razonamiento en forma. Pero el estudio directo del razonamiento en forma no puede conducir a una teoría de esta operación, porque los estados de conciencia que constituyen su objeto son demasiado complicados para que se pueda observar por qué ley se encadenan. Cuando yo digo: Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, luego es mortal: ¿qué es lo que se verifica en mi espíritu? No sé nada con exactitud. Me parece que veo desfilar imágenes confusas. En todo caso, no puedo comprender cómo estas imágenes se encadenan y se coordinan con el razonamiento. Empleando una comparación de Wundt, sería como un físico que quisiera estudiar las vibraciones de un péndulo, mirándolas a través del agujero de una llave, o como un astrónomo que para estudiar el cielo se estableciese en una cueva.

El estudio de las percepciones simples nos revela la ley que buscamos: nos demuestra que las sensaciones y las imágenes se organizan en virtud de las dos leyes de semejanza y de contigüidad. El estudio de los casos morbosos, sueños, alucinaciones, etc., acaba de ponerlo patente.

Por último, nuestra teoría satisface a las tres condiciones establecidas: sólo hace intervenir a las leyes ya conocidas de la asociación de imágenes; explica cómo se establece una asociación entre dos imágenes sólo por acción de las leyes mentales, y finalmente, explica cómo se forma esta asociación sobre el modelo de asociaciones anteriores.

Todo lo que se ha dicho, puede contenerse en una fórmula única, que nos servirá de definición. El razonamiento es el acto de establecerse una asociación entre dos estados de conciencia por medio de otro estado de conciencia intermedio, que se parece al primero, que está asociado con el segundo, y que, al fusionarse con el primero, le asocia con el segundo.

Con frecuencia resulta cómodo caracterizar una teoría con una palabra. Nuestra teoría del razonamiento, es una teoría de substitución. En ella vemos que el término mayor (A), se substituye por el término medio (B); es decir, que una imagen ocupa el lugar de otra imagen, que es en parte idéntica75.






ArribaCapítulo V

Conclusión



- I -

Nos parece de utilidad distinguir cuidadosamente los resultados de nuestro análisis y las conclusiones que vamos a deducir de él. Creemos que se admitirá sin dificultad que en toda percepción hay una sucesión de tres imágenes, la primera de las cuales se funde con la segunda, la cual, a su vez, sugiere la tercera. La existencia de estas tres imágenes y su coordinación parecen estar ya bien establecidas. Son hechos que pueden admitir los psicólogos de todas las escuelas, sin temor de comprometer las teorías que les gustan.

Pero las conclusiones, las interpretaciones que sugieren estos hechos, no encontrarán, probablemente, un asentimiento tan fácil, porque me voy a ver obligado a tocar algunas cuestiones sobre las cuales muchos espíritus tienen su opinión formada. Nada más justo, que añadir que estas interpretaciones están establecidas con mucha menor solidez que su punto de partida.

Al amparo de estas reservas voy a tratar de demostrar que la teoría de las tres imágenes se aplica a los razonamientos de todas clases y constituye por consiguiente, una teoría general del razonamiento. A Priori, se podría ya afirmar la legitimidad de esta investigación; porque, a menos de sostener que el razonamiento superior se ha creado con todas sus partes, hay que admitir que es el término de una evolución ascendente e indicar de qué forma inferior se produce.

El lector sabe ya que no hay ninguna diferencia marcada entre la percepción y el razonamiento lógico; las dos operaciones son razonamientos, transiciones de lo conocido a lo desconocido. La analogía es tan grande, que hemos podido comparar la percepción con el razonamiento en forma y demostrar que la percepción contiene todos los elementos esenciales de un silogismo peripatético. En suma, percepción y razonamiento lógico no son más que los dos extremos de una larga serie de fenómenos, y si se coloca uno en medio de la serie, encuentra inferencias que participan de los dos a la vez. Hay más: hemos mostrado que hay una especie de vínculo de filiación entre la percepción y los razonamientos de la lógica consciente. Así es que, cuando se hace desaparecer gradualmente en una enferma la anestesia sistemática que se había desarrollado en ella con respecto a una persona dada, lo primero que aparece es la percepción de la persona como especie; y sólo después, por una serie de evoluciones ascendentes, es cuando se verifica el reconocimiento de la persona como individuo; ahora bien, se sabe que el reconocimiento es una operación compleja que toca de cerca a los razonamientos propiamente dichos. Todas estas razones inclinan a creer que el razonamiento perceptivo y el razonamiento lógico suponen el mismo mecanismo.

Examinemos ahora las principales objeciones que se podrían hacer a esta tesis.

Uno de los caracteres que distinguen el razonamiento lógico de la percepción, es que el razonamiento lógico tiene como material los objetos y el razonamiento perceptivo, las sensaciones. De aquí resulta una segunda diferencia, sacada de la existencia del lenguaje; como el lenguaje tiene por objeto dar nombre a los objetos y no a las sensaciones, presta su apoyo al razonamiento lógico y se lo niega a la percepción. Pero dejemos a un lado esta segunda diferencia, que es secundaria y derivada, para tratar de la primera. Precisemos. ¿En qué consisten, desde el punto de vista psíquico, los términos de los razonamientos lógicos? Unos son ideas generales y abstractas; los otros son recuerdos de hechos o recuerdos de objetos particulares. Todos son residuos de percepciones anteriores; de ellas provienen más o menos directamente, pero siempre de ellas; todos son perceptos.

Hasta ahora habíamos considerado el percepto como una síntesis de sensaciones y de imágenes, o más bien como una especie de microcosmos; ahora, el percepto se convierte en unidad. Se puede comparar con un radical químico que, aunque está compuesto de átomos de diferentes cuerpos, funciona como un cuerpo simple. El percepto de una persona o de un hecho, que hemos considerado corno resultado de un razonamiento automático, llega a ser un término en los razonamientos complicados, de manera que se podría decir de estas últimas operaciones que en ellas se razona con razonamientos.

Fijado esto, la cuestión es saber si el razonamiento lógico se construye con perceptos, lo mismo que el percepto se construye con sensaciones. No hay ninguna razón de peso que alegar contra esta unidad de composición mental; no se ve por qué los perceptos, que son grupos de imágenes, han de tener otras propiedades que las imágenes y las sensaciones aisladas, ni tampoco por qué los perceptos de un razonamiento lógico no se han de asociar, por los mismos procedimientos que las imágenes y las sensaciones, en un razonamiento automático.

Para hacernos comprender mejor, invocaremos una analogía. Cuando queremos probar que el recuerdo visual determina los mismos efectos cromáticos que la vista real, operamos sobre el recuerdo visual más sencillo, la representación de un color; por otra parte, se ha visto que la idea de este color, del rojo por ejemplo, determina una imagen consecutiva verde. El experimento sólo resulta bien poniéndose en condiciones de esta sencillez; no se obtendría ninguna sensación consecutiva coloreada, representándose mentalmente un objeto complicado, como una vista de campo o el aspecto de un mercado. Sin embargo, no dudamos en trasportar a la imagen compleja el fenómeno observado en la imagen simple de un color y en hacer de este fenómeno una propiedad general de las imágenes. Creemos que la generalización es igualmente legítima cuando se trata del razonamiento; por lo tanto, pedimos que se admita que los términos de un razonamiento se encadenan por las mismas leyes que las imágenes de un razonamiento perceptivo, porque estos términos son grupos de imágenes, que deben tener las mismas propiedades, que las imágenes aisladas.

Pero hay una razón todavía más decisiva para creer que el razonamiento se construye por el mismo modelo que la percepción. Nuestro análisis de la percepción ha tomado como punto de partida el estudio del silogismo; se ha propuesto como fin encontrar en la percepción todas las partes de que se compone un razonamiento en forma; este método nos ha hecho descubrir en la percepción la existencia de tres términos y de tres proposiciones, comparables en todos sus puntos a los términos y a las proposiciones del silogismo. De esta disección ha resultado la teoría de las tres imágenes. ¿Cómo no ha de ser aplicable con pleno derecho al silogismo, si procede de él?

Terminaremos con algunas reflexiones sobre el orden en que se distribuyen las proposiciones silogísticas.

Sobre esta cuestión, Spencer ha dirigido al silogismo algunas críticas, una parte de las cuales nos parece fundada. «Sea, dice, el silogismo siguiente:

Todos los cristales tienen un plano de fractura.

Esto es un cristal.

Luego esto tiene un plano de fractura.

»Esta serio de proposiciones no puede expresar el orden en que nuestros pensamientos se suceden para engendrar la conclusión. ¿Puede sostenerse con alguna verosimilitud que antes de pensar en este cristal he pensado en todos los cristales? En esto habría una coincidencia fortuita e inexplicable. En realidad, la idea de este cristal ha debido preceder a mi concepto de todos los cristales, y, por consiguiente, uno de los elementos de la menor es el que me ha sugerido uno de los elementos generales de la mayor.» Esta objeción nos parece muy justa y nos conduce a trasponer las premisas de la siguiente manera:

Esto es un cristal.

Todos los cristales tienen un plano de fractura.

Esto tiene un plano de fractura.

Pero no podemos seguir a Spencer en sus objeciones a esta nueva disposición de las premisas. ¿Por qué, pregunta, la idea de este cristal individual me ha conducido a pensar en todos los cristales y no en cualquier otra clase de cristal? Es, se puede responder, a consecuencia de una relación de semejanza: porque aquéllo se parece a un cristal, a los cristales que conocemos, y, por consiguiente, a la clase de los cristales. -¿Por qué, dice también Spencer, cuando yo pienso en los cristales, pienso en sus planos de fractura y no en sus ángulos, en sus ejes o en cualquier otra de sus propiedades?- Pienso en sus planos de fractura a causa de una relación, establecida anteriormente, de coexistencia entre los cristales y los planos de fractura; es verdad que habría podido pensar en cualquier otro atributo, y en ese caso, la conclusión habría sido diferente, y en lugar de decir que aquel cristal tiene un plano de fractura, le habría atribuido cualquier otra propiedad. Esto es todo. ¿Tiene que ser imposible una cosa porque habría sido posible de otro modo?

En todo silogismo hay, pues, que trasponer las premisas, colocar la menor antes que la mayor y decir: Esto es un cristal -todos los cristales tienen planos de fractura- esto tiene un plano de fractura; o bien: Sócrates es hombre -todos los hombres son mortales- luego Sócrates es mortal.

Entonces se descubre una semejanza sorprendente entre el razonamiento perceptivo y el razonamiento lógico. En los dos casos la operación comienza por una asociación de semejanza. La nueva disposición de las proposiciones silogísticas está, pues, completamente conforme con la marcha que sigue el espíritu al razonar, porque reproduce la marcha del razonamiento perceptivo, que constituye el verdadero razonamiento «vivo», rnientras que los razonamientos de los tratados de lógica son razonamientos muertos y disecados por los lógicos76.




- II -

Admitamos que el razonamiento es esencialmente único, que la más simple inferencia se produce lo mismo que la más alta de las generalizaciones, por una fusión y una agrupación de imágenes. De esta definición general del razonamiento se pueden deducir su utilidad, su función, su dominio y sus límites. Si se recuerda que las imágenes son vestigios, residuos de sensaciones anteriores, que dejan en el lugar mismo en que se han recibido las sensaciones anteriores en los centros sensoriales de la corteza cerebral, se comprenderá que estas imágenes, al agruparse en razonamientos, según las leyes de su afinidad, tienen por objeto reemplazar a las sensaciones ausentes.

Esta es la función del razonamiento; amplía la esfera de nuestra sensibilidad y la extiende a todos los objetos que no pueden conocer directamente nuestro sentidos. El razonamiento, comprendido así, es un sentido suplementario, que tiene la ventaja de estar exento de las condiciones estrechas de tiempo y espacio, los dos enemigos del conocimiento humano. El razonamiento es sucesivamente el ojo que ve, la mano que toca y el oído que oye.

En la historia de las percepciones se encuentran ejemplos de estas diversas funciones.

Cuando, por la noche, atravesamos un cuarto conocido, las impresiones táctiles que experimentamos provocan imágenes visuales que nos guían entre los muebles e impiden que tropecemos y vacilemos. El mecanismo de esta cuestión es una percepción del tacto, es decir, un razonamiento. El razonamiento nos permite, pues, ver, en cierto modo, merced a una imagen visual, el objeto que tocamos en las tinieblas. Esta vista interior está extraordinariamente desarrollada en los sonámbulos, que andan lo más frecuentemente con los ojos cerrados y saben evitar los obstáculos de cualquier naturaleza mediante su sentido del tacto hiperestesiado. Es probable que si el sonámbulo no ve por sus ojos, vea por razonamiento. El razonamiento es el que, en medio de la obscuridad, le guía con una luz interior, formada por las imágenes visuales. Así se comprenden una porción de tours de force inverosímiles, como, por ejemplo, el del sonámbulo que puede escribir una cuartilla, leerla y corregirla exactamente, sin el concurso de la vista.

Se sabe la historia, muy auténtica, de un clérigo que escribía sermones durante sus accesos de sonambulismo77. Un día le pusieron una hoja de papel blanco encima de la cuartilla que acababa de terminar y él leyó por encima de la hoja, haciendo aquí y allí correcciones que coincidían exactamente con el texto de debajo. En este caso, había una imagen visual muy exacta de la página escrita y exteriorizaba esta imagen en la hoja de papel, sustituyendo así la vista por el razonamiento. Estos casos extremos nos dan la clave del estado normal.

Más difícil es demostrar directamente que el razonamiento lógico es como un sentido suplementario y que tiene por objeto suministrarnos una vista interna78 que prolonga la vista exterior. En el silogismo, el hecho que afirma la conclusión es demasiado complejo, demasiado abstracto para que su conocimiento parezca asimilable a una sensación. Sin embargo, muchos autores han sostenido una tesis análoga; Schopenhauer ha dicho que los axiomas geométricos se sienten. Perderemos toda duda sobre este punto si observamos con cuidado lo que ocurre en los histéricos, esa especie de videntes que, con mucha frecuencia, materializan las conclusiones de sus razonamientos y los convierten en alucinaciones.

Un día que W.. está en estado de sonambulismo, le sugerimos la idea de que haga morisquetas al busto de Gall, colocado en una mesa próxima79. Cuando se despierta hace el mencionado gesto, y tratando de explicar el motivo de este acto sugerido, que para ella es espontáneo y libre, dice: «Este busto es antipático». Esto es la conclusión de un razonamiento; ahora bien, nótese que esta conclusión toma la forma de una alucinación; la enferma ve el busto bajo un aspecto antipático. M. Féré me ha referido este segundo ejemplo. Un día se sugiere a otra enferma la alucinación de que M. Féré se pelea con ella; durante este combate imaginario, la enferma le da un fuerte puñetazo en la sien, que le hace caer por tierra. Al día siguiente, la enferma, despierta, ve entrar a M. Féré en la sala y nota que tiene un cardenal en la sien; este cardenal lo había producido el puñetazo imaginario que le había dado el día anterior. Aquí también la conclusión del razonamiento da lugar a una visión. La enferma ha hecho este razonamiento inconsciente: le he dado un puñetazo muy fuerte en la sien -luego debe tener la señal de él. De aquí la alucinación de una esquimosis-. Al salir de una fase de letargia profunda, que había durado a lo más cinco minutos, una enferma se figura que ha dormido varias horas. Se le dice que son las dos (en realidad eran las nueve de la mañana). En seguida la enferma siente un hambre muy fuerte y nos ruega que la dejemos ir a comer. También esto es un razonamiento (es tarde -luego tengo hambre) que produce, como conclusión, una especie de alucinación orgánica, la alucinación del hambre.

Los ejemplos anteriores son inéditos; vamos a presentar algunos otros que se han publicado ya; pero cuyo fenómeno no se ha estudiado todavía desde el punto de vista en que nos colocamos nosotros. M. Richet sugiere a miss C.., cuando está dormida, que sube en un paquebot y parte hacia Nueva York; en seguida se hace sentir el balanceo del navío; la señora palidece, y echando hacia atrás la cabeza sufre verdaderas nauseas. Esta alucinación está producida por el desarrollo lógico que el sujeto hace sufrir a la sugestión de un viaje por mar: el marco es la conclusión de un razonamiento inconsciente: Estoy en un paquebot -luego hay balanceo- luego me mareo. -M. Richet sugiere a uno de sus amigos que hace una ascensión en globo; el individuo ve en seguida una gran bola brillante, que es la tierra- esta vista se la sugiere a sí mismo y es también una deducción de la sugestión primitiva. Cuando se trata de verificar la bajada, M. Richet imagina soltar una cuerda y dejarse caer a lo largo de ella hasta tierra. Durante esta peligrosa excursión, el individuo se detiene de pronto, diciendo que la cuerda le quema las manos: otra deducción que toma forma alucinatoria.

Los autores que comentan hechos de este género, no ven en ellos más que una simple manifestación de la asociación de ideas. Por esta asociación, dicen, es por lo que experimenta náuseas la enferma que cree estar en un vapor, etc. Cuando se ha hablado de asociación, ya se cree haber dicho todo. Esto es un error. Si hay alucinaciones que apenas son más que recuerdos resucitados en una forma sensible y en los cuales el espíritu del enfermo se deja guiar por asociaciones ya establecidas, enteramente formadas, esto no constituye una regla general. En otras alucinaciones ocurre todo lo contrario: el enfermo imagina, crea, inventa, con todas sus partes, una sensación, un objeto, un acontecimiento, un cuadro, una escena, que tan nuevos son para él como para nosotros los que lo presenciamos. Lejos de experimentar asociaciones ya establecidas, crea nuevas asociaciones, como el individuo alucinado que, al subir en globo, ve a sus pies la tierra, aunque hasta aquel día no ha hecho ninguna ascensión aerostática. Ahora bien: el establecimiento de asociaciones nuevas, esta construcción de imágenes según un plan nuevo, es razonamiento. Pero claro es que entre el razonamiento y el recuerdo se encuentran todas las transiciones posibles; porque el razonamiento es la aplicación de un recuerdo a un dato nuevo, pero semejante, y, según los casos, lo que predomina en la operación, es la reproducción del recuerdo o su aplicación nueva.

He aquí algunos otros hechos que provocan las mismas reflexiones: Una de nuestras enfermas, trasformada por sugestión en sacerdote, al despertarse, se encuentra vestida con una sotana que huele mal. -Una enferma de monsieur Richet, trasformada en arzobispo de París, ve espontáneamente al presidente de la República, le felicita por el año nuevo y oye la respuesta del presidente, diciendo en voz baja: «Agua bendita de Corte». -Otra, trasformada en general, ve caballos, ayudantes que la rodean, da órdenes, regaña, se sirve del anteojo, etc. Lo curioso es que, cuando el individuo es inteligente y de imaginación, la sugestión que se le hace produce, no una alucinación aislada, sino numerosas alucinaciones que forman un cuadro. Sobre esta cuestión véanse los ejemplos citados por M. Paul Richet (alucinaciones de una comida en el campo, de una fiesta, de un baile, etc.). En estos ejemplos se ve con frecuencia en vivo el trabajo lógico del espíritu, que saca todas las deducciones posibles del sistema que se le impone. Nada mejor que esto para demostrar que el razonamiento tiene por objeto crear una especie de vista, lógica, tanto más apreciable cuanto que, en estas circunstancias, la vista lógica -o en otras palabras, alucinatoria- supera en intensidad a la vista real.

Este mismo fenómeno se encuentra con frecuencia en la enajenación mental, cuando el loco deduce de un concepto delirante una conclusión que reviste la forma alucinatoria. Todo el mundo sabe la historia de aquel hombre que, creyéndose rey, toma sus harapos por un manto real. Un caso menos conocido es el de una mujer pobre que, habiendo recibido a su marido en una alucinación, tuvo en seguida la alucinación de un embarazo. En este ejemplo, una de las alucinaciones constituye premisa, y la segunda, conclusión, convirtiéndose cada conclusión en alucinación.

En nuestra opinión, los experimentos de hipnotismo que acabamos de referir, son la demostración más bonita de un fenómeno que es dudoso y casi inapreciable en el estado normal.

Estamos inclinados a creer que los razonamientos ordinarios dan lugar a una vista semejante, pero menos intensa. Si tiramos una piedra a un estanque, la piedra, después de haber producido en la superficie del agua salpicaduras ruidosas, cae al fondo, mientras que, alrededor del punto en que ha caído, se dibujan una serie de ondas. De aquí deducimos por razonamiento que otra piedra arrojada en el mismo estanque o en cualquier otra masa de agua, producirá el mismo efecto (Bain). Pero ¿en qué consiste esta conclusión? En el momento de lanzar la segunda piedra, al deducir el efecto que va a producir, ¿qué sucede en mi espíritu? ¿No es una vista interna del agua, de las salpicaduras ruidosas y de las ondas concéntricas que se forman alrededor del punto agitado? Por lo mismo, creo que cualquier conclusión de razonamiento tiene por fin hacernos ver, por los ojos del espíritu, el objeto o el hecho que afirma la conclusión. El individuo que razona, se recoge, para mirar dentro de sí mismo, en una especie de linterna mágica, las imágenes que pasan y los cuadros que se forman. El razonamiento construye una especie de visión lógica, que llena las lagunas de la visión real y fabrica en nuestro espíritu un nuevo universo, hecho por el modelo del verdadero. En suma, este es el objeto del conocimiento: saber, comprender, explicar, conocer el por qué y el cómo de las cosas; todo esto conduce a un acto de la vista. La ciencia más elevada se reduce a esta simple palabra: ver.

La memoria, que conserva las impresiones de los sentidos, las reproduce en el momento necesario y las localiza en su sitio, en el cuadro del pasado, se podría llamar a justo título, como el razonamiento, un sentido suplementario; más exactamente: la memoria es una vista del pasado, mientras que el razonamiento es en conjunto, una previsión, es decir, unavisión del porvenir.

Estas conclusiones se ven confirmadas por los recientes experimentos sobre la imagen consecutiva, que nos hacen ver en el centro visual una retina, todos cuyos puntos están representados en la retina periférica. La expresión «ojos del espíritu» deja de ser una metáfora, y el campo del espíritu está como calcado sobre el campo visual. En efecto, al hacer experimentos con la imagen consecutiva trasmitida, se ve que esta imagen, que es cerebral, lo mismo que un recuerdo, tiene unas dimensiones definidas, una parte superior y otra inferior, un lado derecho y un lado izquierdo, una posición en el campo visual, propiedades que parecen comunes a todas las imágenes del espíritu y que hacen todavía más íntima la relación de la imagen con la sensación.




- III -

Tres imágenes que se suceden, la primera de las cuales evoca la segunda por semejanza y ésta sugiere la tercera por contigüidad: esto es el razonamiento. Si se somete al análisis un razonamiento cualquiera, no encontraréis en el fondo otra cosa. Pero sería un error creer que este proceso es especial del razonamiento. Nada de eso. Se le encuentra en todas las operaciones intelectuales: es el tema único, sobre el cual ha compuesto la naturaleza las infinitas variaciones de nuestro pensamiento.

En la base de la psicología se encuentran las dos célebres leyes de la asociación de ideas. Según las observaciones de Mill, Bain y Sully, están mezcladas entre sí de una manera tan íntima, que ninguna de ellas opera nunca aisladamente. Consideremos un caso de semejanza propiamente dicho, un retrato que recuerde el original; para que las dos imágenes semejantes no se confundan, es preciso que la segunda presente algunos rasgos un poco diferentes; ¿cómo se pueden recordar estos caracteres diferenciales? Por contigüidad. Aquí volvemos a encontrar nuestras tres imágenes y nuestras dos relaciones de semejanza y de contigüidad. Para que se note una relación de semejanza, es preciso que vaya seguida de una relación de contigüidad. Veamos ahora un caso de contiguidad. «¿Qué se necesita, pregunta Bain, para que la vista de un río nos recuerde su nombre? Es preciso que la impresión actual producida por el río restablezca, en virtud de la semejanza, la impresión anterior del río a la que estaba contigua la impresión anterior del nombre. Supóngase que este renacimiento de la antigua idea del río no se verifique en la nueva vista y el lazo de contigüidad no tendrá ocasión de entrar en juego.» Aquí están de nuevo las tres imágenes y las dos relaciones. Para que se produzca una relación de contigüidad, es preciso que vaya precedida por otra relación de semejanza.

¿Cómo es que estos recuerdos de ideas, no son razonamientos, aunque tengan estructura de ello? A decir verdad, no lo sé. Quizá haya que invocar lo que Lewes llama la actitud del espíritu; en una simple asociación de ideas no se fija uno más que en la aparición de una imagen nueva; por el contrario, en el razonamiento se tiene más en cuenta la asociación que esta nueva imagen contrae con la anterior.

La formación de una idea general, presenta el mismo fenómeno de isomería; se sabe que procede de la reunión de varias imágenes particulares que se unen por sus puntos comunes; la operación total se compone, pues, de una asociación de semejanza, seguida de una asociación de contigüidad: es el mismo proceso vulgar. Pero aquí, entre la idea general y el razonamiento, se encuentra parecido lógico que explica esta unidad de composición; la idea general es un razonamiento en germen; generalizar un objeto cualquiera es afirmar algo más que el resultado de un experimento único. La idea general de un árbol, contiene más elementos que la vista de un árbol aislado: contiene una conclusión implícita.

Todos estos fenómenos son como los primeros bosquejos del razonamiento. Hay otros mucho más complicados, que presentan la misma composición mental. Para no perdernos en desarrollos muy largos, permaneceremos dentro de los límites del estudio de la percepción exterior.

Hasta ahora, hemos admitido que toda percepción resulta de un razonamiento. Esta proposición no es cierta más que en conjunto. En realidad, otros muchos actos pueden tomar la forma de una percepción; es decir, manifestarse directamente a seguida de una impresión de los sentidos. En la percepción se pueden observar: 1.º un acto de recuerdo; 2.º una obra de imaginación.

1.º No hay distinción bien marcada entre una percepción -recuerdo y una percepción- razonamiento. «Para el psicólogo, dice Mr. Sully, casi es lo mismo que, al visitar a Suiza, nuestro espíritu esté ocupado en percibir la distancia de una montaña, o en recordar alguna excursión agradable que hemos hecho allí en otra ocasión. En ambos casos, tenemos una reaparición del pasado, la reproducción de una experiencia anterior, un acto que agrega a la impresión actual un producto de la imaginación, tomando esta palabra en su sentido más amplio. Los dos casos nos ofrecen las mismas leyes de reproducción o de asociación, es decir, una asociación de semejanza, seguida de una asociación de contigüidad. Más adelante, el autor añade una observación que prueba lo frecuente que es este fenómeno». «Cuando reconocemos un objeto o una persona, nuestro estado de espíritu es ordinariamente un estado de alternativa entre dos actos; por una parte la separación de la percepción y de la imagen mnemónica (que constituye precisamente el recuerdo del pasado), y por otra parte la fusión de la imagen y de la percepción que caracteriza el reconocimiento80».

¿En qué se diferencia un recuerdo de un razonamiento? Es muy difícil determinarlo. Con mucha más facilidad percibimos las analogías de estos dos actos, que su diferencias. Todo lo que nos muestra la observación más atenta, es que, tan pronto la imagen sugerida se proyecta y se localiza en el panorama del pasado, del cual parece ser un fragmento, como se refiere a un objeto presente y se despoja de su carácter de antigüedad para parecer actual.

2.º Ya hemos hablado de las percepciones fantásticas. No son éstas hechos raros, simples distracciones del ocio; hay que ver en ellas una de las formas de ese gusto por las ilusiones agradables, que parece inveterado en nosotros, pues se le encuentra, en el hombre adulto, en las manifestaciones del arte; en el niño, en sus juegos (escondite, marro, muñecas, etc.), y aun en los animales jóvenes, en sus combates simulados. El análisis muestra que estas ilusiones, voluntarias se construyen por los mismos procedimientos que las percepciones correctas: una asociación de semejanza, seguida de una asociación de contigüidad. En cuanto a los caracteres distintos, no se encuentran más que en la actitud del yo que acompaña a la percepción de los sentidos. El espíritu sabe que se trata de una ilusión, y no la toma en serio. Se comprende que sería muy difícil analizar un estado psíquico tan complejo.

Y ahora, ¿cómo podemos explicar esta unidad de composición entre actos intelectuales que tienen fines tan diferentes? Aquí creemos que hay que hacer intervenir a la teoría de la evolución. Nos parece probable que todos los fenómenos psíquicos, tan variados cuando se consideran en el hombre adulto y civilizado, han salido de un tronco común, y que de aquí procede su unidad de composición. Pero, en los tres hechos que comparamos, ¿cuál ha de ser el hecho primitivo al cual hay que referir los otros dos? El más necesario para el animal en su lucha por la existencia: el razonamiento.

En efecto, el razonamiento es, como hemos dicho, un sentido supletorio, libre de las condiciones de tiempo y de espacio. Gracias al razonamiento, se recibe la sensación de los objetos exteriores antes de que lleguen a estar en contacto con el organismo, lo cual permite saber de antemano la conducta que hay que seguir; sea que el animal trate de buscar su alimento, o bien de elegir su hembra, o ya de defenderse, el razonamiento, y en particular, el razonamiento perceptivo, es la base de adaptación previa del individuo a su medio.

El recuerdo, como una vista del pasado, ofrece menos utilidad que el razonamiento; con más frecuencia se necesita mirar hacia delante que hacia atrás; el contemplar las cosas del pasado, como pasadas, y sin que sirvan para la explicación de los hechos presentes, es una especie de refinamiento intelectual. Por lo tanto, nos parece probable que el recuerdo no es un hecho primitivo, sino superpuesto; se ha derivado del razonamiento en una época en que la lucha por la existencia era menos imperiosa.

Otro tanto se puede decir de la imaginación, como facultad de crear conjuntos de imágenes, que no corresponden a ninguna realidad exterior. Esta facultad debe pertenecer a un desarrollo avanzado, porque no es directamente útil a la adaptación. Antes de entretenerse con ficciones, hay que pensar en alimentarse, en reproducirse y en defenderse. Luego hay que comparar la imaginación con el razonamiento; aquella es un razonamiento desviado de su objeto, falseado, creador de quimeras que no tratamos de rectificar, porque nos gustan; así, una estatua es una mentira, con la cual nos dejamos engañar con gusto.

En resumen, todas las formas de la actividad mental se reducen a una sola: el razonamiento. La vida psíquica es una continua conclusión. El espíritu, como dice Wundt, es una cosa que razona.




- IV -

La teoría anterior explica el razonamiento por las propiedades de las imágenes y de las sensaciones y sólo por ellas. No hace intervenir a ninguna otra cosa; es decir, la expresión «yo razono», que se emplea con tantea frecuencia, es, tomada literalmente, bastante impropia. Una colección de hechos de conciencia -que no es otra cosa el yo-, no puede tener ninguna acción sobre un hecho de conciencia en particular, igualmente inexacto es decir que el yo es el acto mediante el cual el espíritu compara... Es como si se dijese que la combinación química es el acto por el cual la química reúne dos cuerpos. De igual modo que la combinación de los cuerpos resulta directamente de sus propiedades, las combinaciones mentales, y en particular el razonamiento, resultan directamente de las propiedades de las imágenes.

Se puede repetir aquí lo que M. Ribot ha dicho del acto voluntario81. «El quiero, afirma una situación, pero no la crea. La volición que los psicólogos anteriores a nosotros han observado, analizado y comentado con tanta frecuencia, no es causa de nada. Los actos y movimientos que la siguen resultan directamente de las tendencias, sentimientos, imágenes e ideas que han llegado a coordinarse bajo la forma de una elección. De este grupo es del que viene toda la eficacia.» La exactitud de este punto de vista es todavía más aparente, si es pasible, en el dominio del razonamiento. La idea que nos formamos, la atribución de esta operación a nuestro yo, a nuestra personalidad, es la de un fenómeno agregado, y no la de una parte esencial de la operación. El «yo razono» no es una causa; es un efecto. No existe en el niño, en los ignorantes y en los millones de personas que nunca han hecho psicología. Todos éstos nunca han tratado de darse cuenta de qué razonan y cómo razonan. La cosa en sí les es indiferente; se contentan con razonar sin fijarse en ello.

Los intransigentes de la psicología, los que llevan todo al extremo, han sostenido que hay que decir: Razona en mi cerebro; lo mismo que se dice: truena en el cielo. Estas expresiones, no sólo son ridículas, sino, lo que es peor, inexactas; la formación de un yo, como centro y objeto de todos los fenómenos psíquicos, no es convencional; es un fenómeno natural que se realiza en todos los hombres. No se le debe eliminar, por lo tanto. M. Richet ha observado que, en en los experimentos de sugestión hipnótica, se puede abolir y metamorfosear la personalidad del individuo, sin que por eso se suprima su yo, lo que prueba que las dos cosas son distintas. Si se trasforma al individuo en soldado, en bailarina, en niño, en obispo o en cabra, adopta sucesivamete el lenguaje y los gestos de esos diferentes personajes; pero no deja de decir «yo» al hablar de sus sensaciones y de sus actos, no deja de tener un yo: es decir, una especie de punto de inserción para todas las impresiones sensitivas y motoras que se verifican en él. (Richet, La personnalité et la mémoire dans le somnambulisme, Revue philosophique, Marzo 1883.)

Hasta ahora no se ha dicho nada del principio o postulado que, en opinión de muchos pensadores, hay implícito en toda clase de razonamiento, y que legitima el paso de lo conocido a lo desconocido. El estudio de estos principios ocupa un lugar importante en los tratados de lógica. Por ejemplo: el postulado de toda inducción sería la uniformidad del curso de la naturaleza. En efecto, dicen, para creer que lo que se ha reproducido en un caso particular se reproducirá en todos los casos semejantes, hay que creer de antemano «que, en la naturaleza, hay casos paralelos; que lo que ha ocurrido una vez ocurrirá también en circunstancias que sean lo suficientemente semejantes, y que además ocurrirá tantas veces como se presenten estas mismas circunstancias82».

Desde hace mucho tiempo se ha contestado a esto que la uniformidad de las leyes de la naturaleza, no la hemos aprendido por una revelación sobrenatural; es un conocimiento muy complejo que falta a la mayor parte de los hombres, y que, en los que lo poseen, se ha formado tarde, por una lenta acumulación de inducciones parciales. Por lo tanto, sería establecer un círculo vicioso presentar como fundamento de nuestras inducciones el resultado de una inducción particular, que no es ni constante, ni elemental, ni primitiva.

El verdadero fundamento del razonamiento se debe buscar en la ley psicológica que le rige. La organización de nuestra inteligencia está constituida de tal modo que, una vez establecidas las premisas de un razonamiento, la conclusión se deriva de ellas con la necesidad de un acto reflejo. En otras palabras, razonamos porque tenemos en nuestro cerebro una máquina de razonar. La legitimidad de nuestras inherencias tiene una base racional; no se demuestra, porque toda demostración presupone la legitimidad del razonamiento. Esta es una verdad de sentido común.

Seamos más exactos: en el razonamiento, el principal papel pertenece a las imágenes; las imágenes son las que se ordenan como razonamiento, en virtud de las propiedades que manifiestan cuando se ponen en presencia; ellas son las que construyen espontáneamente, bajo nuestra mirada interna, el cuadro del mundo exterior.

Este concepto se deriva directamente de los hechos que constituyen este libro. Hemos demostrado que la semejanza es una propiedad de las imágenes, y hemos dicho, con M. Pilon, que hay que distinguir la acción de la semejanza, de la percepción de la semejanza. De esta importante distinción, resulta: que la sugestión de las imágenes semejantes, es un primer hecho de automatismo; y que la reunión y fusión de imágenes semejantes en una imagen general, es un segundo hecho de automatismo; y que la organización de las imágenes semejantes en razonamiento, es un tercer hecho de automatismo. En todos estos casos, el yo sólo interviene cuando la obra está terminada. De igual modo que «la semejanza de dos imágenes se percibe sólo después de su sugestión» (Pilon), así, el razonamiento que forman al organizarse, sólo se percibe después de su formación.

Si tuviéramos que usar una comparación para representar el mecanismo del razonamiento, citaríamos el ejemplo de las flores que dibuja el frío en los cristales de las habitaciones. Mientras se opera la cristalización alrededor de un primer cristal, «el ángulo según el cual se agrupan las moléculas en línea recta, tiene un valor constante. Del tronco salen ramas puntiagudas, y de éstas salen otras, también en punta, pero el ángulo comprendido entre las ramas principales y las secundarias, no varía nunca83». Del mismo modo que estas cristalizaciones se producen por fuerzas de atracción inherentes a cada una de las moléculas, así el razonamiento está producido por las propiedades inherentes a cada una de las imágenes; de igual manera que la cristalización, en sus accidentes más raros, observa siempre cierto valor angular, así el razonamiento, verdadero falso, o loco, obedece siempre a las leyes de la semejanza y de la contigüidad.

Admitido esto, el razonamiento se puede hacer inconsciente, sin que haya que suponer un cambio profundo del fenómeno. Si se admite que el razonamiento proviene de una facultad del alma, ¿es ya difícil explicar la inconsciencia de ciertos razonamientos? Según nuestro punto de vista, nada hay más sencillo. El razonamiento es una síntesis de imágenes. Las imágenes, son la parte psíquica de un todo psicofisiológico; aunque faltan ellas, el proceso fisiológico subsiste; él es el único esencial y suficiente. El mecanismo fisiológico opera como si estuviese acompañado de su epifenómeno: la conciencia; ejecuta su obra sin ruido, y alcanza seguramente el resultado final.

No se puede describir este proceso fisiológico. Sobre él, tenemos que reducirnos a las hipótesis; vamos a dar un esquema que sirva sencillamente para fijar las ideas. Para concretar la cuestión, consideremos la percepción visual de un objeto particular.

Toda percepción supone estados anteriores que la preparan. Para que podamos percibir el objeto que está ante nuestra vista, reconocer su naturaleza, su uso, etc., es preciso que por experiencia anterior, hayamos asociado en nuestro espíritu la imagen visual de aquel objeto, o de otro del mismo género, con la serie de imágenes de todas clases que resumen su conocimiento. ¿Cómo podremos expresar en términos fisiológicos el producto de esta experiencia anterior? Las imágenes tienen la misma residencia cerebral que las sensaciones; se puede suponer que cada una de ellas, resulta de la excitación de éste o del otro grupo de células de los centros sensoriales de la corteza. Designemos la imagen visual del objeto por a B; estas dos letras representan las dos células del centro de la vista, que se supone que vibran cuando nos representamos visualmente el objeto; por C D E F G H... designaremos las células que sirvan de substrato a las demás imágenes del objeto; imágenes táctiles, musculares, etc.

Hasta ahora la hipótesis no presenta dificultades; pero es porque hasta ahora hemos eliminado un elemento esencial: las relaciones. El análisis psicológico demuestra que hay un lazo de asociación entre las diversas imágenes de un objeto; este lazo es el que da al grupo su coherencia y su unidad, y el que permite que un atributo de un objeto sugiera los demás, lo mismo que la voz de una persona evoca su fisonomía. ¿Cómo se puede traducir fisiológicamente esta asociación? ¿Cómo se unen en el cerebro dos sensaciones, por ejemplo, de la vista y del oído? Para eso es preciso que no se fijen la una en el centro visual, y la otra en el centro auditivo. Se ha supuesto que cuando dos grupos de células -substrato de dos imágenes- se excitan al mismo tiempo, la onda nerviosa circula de un grupo a otro por esas fibras de comunicación, tan numerosas en el cerebro. Así, como dice M. Fouillée, van una en busca de la otra las dos ondulaciones producidas en una masa de agua por dos piedras que han caído cerca. De este hecho resulta que, el camino entre los dos grupos celulares considerados se hace más fácil para las ondas futuras, y que cuando más adelante uno de los dos grupos sea excitado aisladamente, la corriente que parta de él seguirá este camino con preferencia a cualquier otro, por ser la línea de menor resistencia (Spencer). De este modo se ha traducido en términos fisiológicos el hecho elemental de la asociación de ideas. Se ha dicho que los grupos celulares excitados al mismo tiempo están reunidos por asociaciones dinámicas (Ribot), y también que forman un solo y único cliché (Taine). Así, en nuestro ejemplo, hay una asociación dinámica entre las células a B, que corresponde a la imagen visual del objeto, y las células C D E F G H..., que corresponden a las sensaciones mecánicas que da el objeto, cuando se le coge.

Agreguemos un rasgo más, y la hipótesis quedara completa. Todavía no hemos hablado de la sensación excitadora que debe hacer vibrar esta asociación de células. El análisis nos ha demostrado que, en la percepción exterior, la sensación se parece siempre, en parte, a la primera imagen que evoca; es decir, a la vista anterior o recuerdo visual del mismo objeto, que hemos designado por a B. Se pueden, pues, designar las células que vibren por el influjo de la vista actual por las letras A a; la a minúscula de esta fórmula, es el nombre del elemento común a la visión actual y a la visión pasada; porque sabemos que la cualidad psíquica de la semejanza, tiene como correlativo psicológico la identidad de lugar.

Cuando comienza la visión, la onda nerviosa, después de haber recorrido el grupo celular A a, pasa al grupo a B, mediante el punto de unión celular que le suministra la célula a. En términos psicológicos, la vista del objeto evoca, ante todo, por semejanza, su recuerdo visual. Después, la onda sigue su camino en virtud de las asociaciones dinámicas ya establecidas, y se esparce por los grupos celulares designados por C D E F G H...; al mismo tiempo, el recuerdo de todos los experimentos antiguos llega al espíritu; está oleada de imágenes, se asocia a la visión del momento y se verifica la síntesis psíquica.

En realidad, semejante concepto del juego de los centros nerviosos es una hipótesis gratuita; nosotros no tenemos medio de observar lo que pasa en el cerebro de un hombre que piensa. Todo lo que se puede afirmar es que el razonamiento podría estar producido por el mecanismo descrito, porque nuestra hipótesis neurofisiológica está calcada sobre el análisis subjetivo del razonamiento. Así, el razonamiento se podría definir, desde el punto de vista fisiológico, como la continuación de un proceso cuya primera fase (la excitación de las células A a) es la única que corresponde a un estimulante exterior. Esta definición se corresponde con la definición psicológica; el razonamiento es una extensión de la experiencia.

Dejamos al lector que decida si esta teoría mecánica despoja o no al espíritu de toda autoridad para reducirlo a un estado puramente pasivo. Este es un cargo que se ha hecho con frecuencia a la escuela inglesa, que trata de explicar todos los fenómenos del espíritu por las leyes de asociación. ¿Pero qué hay de fundado en este reproche? Las imágenes no son cosas inertes y muertas, sino que tienen propiedades activas, se atraen, se encadenan y se funden entre sí. Es un error convertir la imagen en un cliché fotográfico, fijo e inmóvil; es un elemento vivo, algo que nace, que se trasforma y que crece, como nuestras uñas y nuestro pelo. La actividad del espíritu resulta de la actividad de las imágenes, lo mismo que la vida de la colmena resulta de la vida de las abejas, o más bien, como la vida de un organismo resulta de la vida de las células.