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La quijotesca historia de Crisóstomo y Marcela, hipertexto de «La campaña del Maestrazgo» de Galdós1

Marisa Sotelo Vázquez





Afirmar que Cervantes y, sobre todo, el Quijote fue uno de los fundamentos de la escritura galdosiana no es a estas alturas ninguna novedad. Basta una rápida revisión de la amplísima bibliografía galdosiana para comprobar que, desde los estudios canónicos sobre el autor de los Episodios Nacionales del profesor Montesinos2 hasta Cervantes en Galdós de Rubén Benítez3, por citar solo dos ejemplos paradigmáticos, muchos son los trabajos que se han publicado sobre dicho tema desde diferentes perspectivas críticas. El interés se justifica por dos motivos: la importancia indiscutible del modelo cervantino en el desarrollo de la novela española moderna y la fascinación de Galdós por Cervantes. Fascinación que fue continua y, en algunos momentos de su producción literaria, como el período correspondiente a las novelas naturalistas desde La desheredada (1881), verdadero quijote femenino, al místico quijote toledano encarnado en Ángel Guerra (1891), manifiestamente creciente4. No obstante, como la producción galdosiana fue muy fecunda y supone nada menos que treinta años de diferentes tipologías de novela, todavía podemos plantear el análisis de algún motivo estructural, episódico o de construcción de personajes claramente deudor del Quijote, por no insistir en las abundantes paráfrasis, citas literales e imitaciones conscientes del ritmo del estilo cervantino que abundan en cualquier novela de Galdós, hasta el punto de que suscribimos la sentencia de Montesinos «Cervantes le ha hecho a Galdós los ojos»5.

La campaña del Maestrazgo, fechada en Santander en abril-mayo de 1899, es uno de los mejores episodios de la tercera serie, «Cristinos y carlistas» (1898-1899), tanto desde el punto de vista estructural como en lo que se refiere a la caracterización y presentación de los personajes. La acción se centra en las cruentas batallas carlistas al mando del general Cabrera por una geografía que abarca pueblos del bajo Aragón, Cataluña y el levante español6. En este episodio, como es habitual en Galdós, no se describen únicamente los hechos históricos sino la historia e intrahistoria hábilmente novelada, y en esta segunda modalidad es donde tiene cabida revisar una serie de aspectos literarios de considerable interés. Vaya por delante señalar un aspecto que no procede desarrollar aquí y que, sin embargo, es fundamental en toda la tercera serie, el romanticismo, que tiñe todo este episodio con ecos de Don Juan Tenorio y un final de fuerte dramatismo que recuerda el de Don Álvaro o la fuerza del sino. Romanticismo también en la continua evocación de la Edad Media y, precisamente, desde ahí enlaza con ciertos aspectos de la caballería andante.

Pero centrándonos en el propósito de nuestro análisis es justo señalar que el primero que aludió, aunque de forma vaga e imprecisa, a las posibles fuentes cervantinas referidas al personaje de Marcela fue Leopoldo Alas, Clarín, en la reseña de Los Lunes de El Imparcial del 17 de julio de 1899, cuando escribe a propósito de La campaña del Maestrazgo: «También es medieval la aventura que adorna la parte novelesca del libro, o sea los amores de Nelet, el feroz sectario, y la monja andariega Marcela, que anda de risco en risco, y algo y aun algos nos recuerda a aquella otra Marcela del Quijote»7. Vamos a analizar ese algo o algos que dejó en la ambigüedad la atenta pupila crítica del autor de La Regenta, que dicho sea de paso fue el mejor lector que en su tiempo tuvo Galdós.

La quijotesca historia de Crisóstomo y Marcela -según la terminología de Genette8- funciona como un hipotexto de la historia de Marcela y Nelet en La campaña del Maestrazgo, episodio que según esa misma terminología habría que considerar un hipertexto, resultado de una imitación consciente del hipotexto cervantino. ¿En qué aspectos se produce esa transformación e imitación? En primer lugar hay que señalar que en La campaña del Maestrazgo Galdós procede estructuralmente como Cervantes en el Quijote. El relato de los amores trágicos de Marcela y Nelet son una historia interpolada, al igual que en el Quijote la Historia de Crisóstomo y Marcela. Intercalada e interrumpida por la narración de la acción principal, en el caso de Cervantes, por la conversación entre don Quijote y los cabreros que sirve de marco a la historia y por la interesantísima conversación de camino hacia el entierro de Crisóstomo que mantiene don Quijote con Vivaldo, a propósito de la caballería andante y de la necesaria condición de todo caballero de consagrarse a una dama, donde el hidalgo manchego declara: «solo sé decir, [...] que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía»9.

La historia de la Marcela cervantina, aunque con intermitencias, es bastante breve, abarca los capítulos 12-13 y 14 de la Primera Parte del Quijote. En el capítulo 12 se inicia el relato desde el final, la noticia de la trágica muerte por males de amor de Crisóstomo es el motivo desencadenante de la narración de la vida insólita y extravagante de la pastora Marcela, de la que mediante una analepsis el narrador informa de su orfandad y de su vida junto a su tío sacerdote, que no tiene interés en que se case porque se beneficia de la herencia de la joven, aunque se comenta que por su belleza y fortuna tiene muchos pretendientes. En el capítulo 13, se prosigue la curiosa historia de dicha mujer que decide hacerse pastora y vivir libremente en los montes, mientras suscita pasiones desesperadas en Crisóstomo y otros jóvenes de ella enamorados. En el capítulo 14 don Quijote junto a Vivaldo y Ambrosio se dirigen al entierro de Crisóstomo, al mismo lugar donde aquel vio por primera vez a su amada pastora. Aparece allí súbitamente Marcela, que pronunciará un largo parlamento en el que defiende su derecho a elegir libremente la vida que desea llevar y desde esa defensa a ultranza de la libertad afirma no sentirse responsable de la muerte del enamorado Crisóstomo, a quien ella nunca dio esperanzas:

«Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras, y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Crisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno de ellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en este mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino»10.


El relato galdosiano es también una historia novelesca interpolada en medio de la detallada descripción de sucesivas y cruentas batallas del ejército carlista en la campaña del Maestrazgo. Los protagonistas principales del episodio no son, como en el caso cervantino, Marcela y Nelet, sino el arrogante general Cabrera, al mando de las tropas carlistas o facciosas, y en segundo término, pero con un trazado psicológico que va adquiriendo progresiva hondura, don Beltrán de Urdaneta, noble de ascendencia aragonesa, prisionero del sanguinario general carlista y hábil consejero de Nelet en sus desventuras amorosas. La conducta de Urdaneta en algunos momentos cruciales del episodio recuerda, como veremos, también a don Quijote. La diferencia fundamental en el desarrollo de la historia sentimental galdosiana radica en que es mucho más extensa, pues de los 31 capítulos que componen el episodio abarca o se alude a ella con desigual extensión e intensidad en los capítulos V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XIV, XVI, XVII, XVIII, XXI, XXII, XXVII, XXX y XXXI. Y desde el punto de vista argumental se sigue un procedimiento contrario al de Cervantes, con un comienzo un nudo y un trágico desenlace final. La historia arranca del interés de don Beltrán de Urdaneta por encontrarse con la joven Marcela, hija de su amigo, el labrador rico Juan Luco, que vaga por los montes con fama de santidad y de vivo entendimiento, primera y breve alusión al personaje en el capítulo V. A partir de ahí la historia va punteando aproximadamente la mitad de los capítulos en los que la acción principal son las campañas bélicas de las hordas carlistas y el final trágico de estos amores lo conocemos de forma lineal coincidiendo casi con el final del episodio.

En segundo lugar, para interpolar la historia dentro de la narración principal Cervantes recurre a un narrador secundario, que en el Quijote es Pedro, el cabrero -que a pesar de su ignorancia en palabras como eclipse, estéril, astrología o sarna, en las que le corrige con gran cordura y precisión léxica don Quijote-, quien posee dotes innatas de narrador muy alabadas por el caballero, que calificará también la historia de Marcela como «sabroso cuento»11, y animará a Pedro para que prosiga la narración: «proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia»12 - dijo don Quijote. A este narrador principal de la historia de Marcela se añade hacia el final de la misma otro narrador testigo, Ambrosio, estudiante amigo del difunto Crisóstomo, que informa cómo este, con el fin de seguirla por los montes, había tomado también los hábitos de pastor a pesar de ser bachiller por Salamanca y buen conocedor de la ciencia de la astronomía. Ambrosio será también el encargado de cumplir la última voluntad de su amigo Crisóstomo, darle sepultura en el lugar dónde había conocido a su amada y dar publicidad a sus versos «Canción de Crisóstomo», que lee a la concurrencia Vivaldo.

En el episodio galdosiano los narradores de la curiosa historia de la monja andariega también son dos, Joreas, que inicia y finaliza el relato, y las aportaciones complementarias del Epístola. Ambos coinciden en señalar lo insólito de la conducta de Marcela y son los encargados de iniciar y continuar el relato en los capítulos V y VI: «Lo último que dijeron Joreas y el Epístola, al despedirse para continuar hacia Zaragoza, fue que la Marcela penitente andaba por aquellos meses en el desierto de Calanda o en tierra de Alcañiz» (p. 634).

A partir de ahí conocemos el resto de la historia a través de las intervenciones de Nelet, de las que no están ausentes sus curiosos sueños fantásticos y premonitorios, que es narrador y protagonista de la misma. Y la historia se completa también gracias a las diversas perspectivas que sobre la extravagante monja andariega van aportando indirectamente otros personajes, el propio general Cabrera, Malaena, etc. De ello se deduce que en este aspecto la historia galdosiana se construye desde una pluralidad de perspectivas y de voces narrativas mucho más compleja y elaborada.

Más allá de las similitudes en el procedimiento narrativo, estas dos historias tienen en común que son historias de caminos. Se narran mientras los protagonistas van de un lugar a otro. En el Quijote, tras el encuentro de don Quijote con los cabreros y de camino hacia el entierro de Crisóstomo, en consonancia, pues, con la propia naturaleza victoria de las aventuras caballerescas, y en La campaña del Maestrazgo porque las diferentes batallas de las tropas carlistas exigen también un continuo movimiento de un lugar a otro.

Otro aspecto común entre ambos textos son los elementos maravillosos, insólitos, fantásticos, oníricos y cierta aura de misterio que envuelve a los personajes en ambas historias, indudablemente con mucha más fuerza en el relato galdosiano, donde sobre todo los sueños, como en tantas novelas del autor, tienen un valor simbólico y a menudo premonitorio. Aun así, en el clima fantástico que tiñe la aventura de la monja andariega Marcela y de los dos sepultureros que la acompañan para dar cristiana sepultura a los combatientes caídos, y a la vez localizar las ollas llenas de onzas de oro que enterró su rico padre en diferentes lugares, resuenan ecos de las continuas referencias a los encantadores quijotescos, que median entre la realidad prosaica y la idealidad de la caballería andante, en un juego continuo que Américo Castro en El pensamiento de Cervantes definió como «realidad oscilante».

Al analizar las posibles semejanzas temáticas entre ambos episodios novelescos es necesario atender a la imagen de la naturaleza. Ambos, por decisión de las protagonistas, se desarrollan en plena naturaleza. Y si bien es cierto que la acción transcurre en un espacio concreto, en una geografía que sería fácilmente localizable -La Mancha en la geografía del Quijote y todavía con mayor precisión geográfica en el episodio galdosiano, donde se mencionan y describen los pueblos del bajo Aragón, Calanda y Alcañiz, y los del Levante español, Cheste, Villavieja, Cenia, Burjasot, Vinaroz, entre otros-, las descripciones de la naturaleza en ambos casos remiten al tópico del locus amoenus latino, como lugar idílico y propicio para el encuentro de los enamorados. Veámoslo en el episodio galdosiano, en que se puede apreciar además la influencia de la prosa cervantina:

«Para dar descanso al viejo [Beltrán de Urdaneta] pararon allí, recreándose los dos en el paisaje que a sus ojos se ofrecía: soledad en lo hondo, quietud en las alturas, la majestad de la naturaleza campando en su silencio augusto. Con precaución descendieron hacia el río profundo, que fácilmente se vadeaba, y paso a paso emprendieron la subida de la vertiente opuesta, guiados por Malaena, que sin este auxilio no habrían podido encontrar el escalonado sendero entre la peña cubierta de vegetación. Llegaron por fin a la meseta, donde había una fuente de agua cristalina dentro de un nicho de variadas florecillas. En una gruta cercana descansaron [...]. No lejos de ella, otra peña baja y extensa parecía puesta allí para que se sentaran los caballeros. Esmerádose había la naturaleza en la hechura de aquel estrado, para pláticas de novios o para honestas reuniones».


(p. 698)                


La descripción contiene prácticamente todos los elementos del tópico: lugar apartado, solitario, cubierto de verdura y variadas florecillas, con una fuente cristalina del que emana serenidad y que parecía ideado para pláticas amorosas.

El cotejo de ambas historias permite establecer una serie de relaciones entre los protagonistas del hipotexto cervantino y las del hipertexto galdosiano. En primer lugar es preciso considerar hasta qué punto pudieron servir de modelo a Galdós los personajes de Marcela y Crisóstomo en la factura de su Marcela y Nelet. Y de una forma más difusa la huella de don Quijote sobre don Beltrán de Urdaneta, e incluso sobre el propio Nelet en algunos momentos concretos de la acción, en la que el idealismo quimérico y la obstinación del personaje galdosiano nos recuerdan al hidalgo manchego.

Interesa en un principio sobre todo el cotejo de las dos Marcelas, ya que lo que sabemos del difunto Crisóstomo es a través de los narradores, su amigo Ambrosio y la propia Marcela, mientras que, en el relato galdosiano, Nelet es un personaje vivo, que cambia, evoluciona y es inconscientemente, al matar a Francisquillo, hermano de Marcela, el desencadenante del trágico final.

Partiremos en primer lugar de los elementos comunes a ambas Marcelas. Las dos son hijas de un padre rico; la Marcela quijotesca de Guillermo, el Rico, y la Marcela de Galdós de Juan Luco, labrador enriquecido, amigo de don Beltrán de Urdaneta. Y si la protagonista cervantina es huérfana desde niña de ambos progenitores y vive bajo la protección de su tío sacerdote13, que es quien administra sus bienes, en el caso de Galdós, Marcela solo es huérfana de madre, pues su padre había fallecido siendo ya anciano.

Más allá de estos aspectos comunes en el ámbito familiar, de ambas se dice que son mujeres con un gran atractivo; en el caso de la Marcela quijotesca se la describe como una mujer de extraordinaria belleza, amante de su libertad por encima de todo y por ello no quiere casarse con ninguno de los pretendientes. Mujer de carácter vivo y enérgico, aunque algo esquivo, para huir de la tutela de su tío y gozar plenamente de su libertad, decide convertirse en pastora y vagar por los montes, tal como cuenta Pedro, el cabrero narrador:

«Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mismo ganado. Y así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré decir buenamente cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Crisóstomo y la andan requebrando por los campos»14.


Por su parte, la Marcela galdosiana es también bella aunque viste con descuido y proyecta una imagen de austeridad extrema:

«Señor -dijo el Epístolas con extremos de admiración-, es mujer de tanta gallardía y belleza, que aun con aquel desavío de penitente, da quince y raya a las señoras más bien aderezadas. Y no diré yo que el empaque de santidad a lo anacoreta, como figura de retablo, la desfavorezca, que más bien me inclino a creer que su traje, al modo de mujer de la Biblia, hace lucir más todo aquel contorno de cuerpo que no tiene semejante, pues no ha visto usted escultura que pueda comparársele».


(p. 634)                


De ahí que su atractivo no derive tanto de su aspecto físico, un tanto enmascarado por el sayal de penitente que viste, sino de su extraordinaria verbosidad e inteligencia, que le han reportado fama de sabia. En sus parlamentos abundan las referencias teológicas y filosóficas:

«Había despuntado Marcela, desde su entrada en religión, por su ciencia grave y su lúcido ingenio; sabía latín, y dándose a la lectura, lo mismo platicaba de teología que enjaretaba versos y prosas en loor de los sagrados misterios -en palabras del Epístolas».


(p. 633)                


Y la voz narrativa de Joreas confirmando aquella descripción añade:

«-Me contaron -añadió Joreas- que otra más leída y escribida no la hubo nunca en aquel sacro monasterio, más antiguo que las Tablas de la Ley, pues lo hicieron en cuántico que empezó la cristiandad, hace unas docenas de miles de años. Oí que sor Marcela pasmaba a todos con sus latines hablados por gramática, y que a verla iban el arcipreste de Mequinenza, el abad de Veruela y muchos calonges y prestes de Huesca, Tarragona y hasta de Aviñón, que es la Roma de esta parte de Francia».


(p. 634)                


Extraña mujer que platica sobre cuestiones de guerra, filosofía y religión con igual energía y entusiasmo que la Marcela quijotesca lo hace sobre el amor y la libertad. Aparentemente la Marcela galdosiana quiere vivir consagrada a la vida religiosa y monacal, pero en el fondo, como la Marcela quijotesca, ama demasiado su libertad para sacrificarla y por ello acepta abandonar el convento15 y vivir como una ermitaña trashumante:

«Sor Marcela, a quien se creyó muerta o extraviada, apareció en una ermita solitaria de la Sierra de los Monegros, vestida con un saco al modo de penitente, el cabello suelto, como pintan a la Magdalena, solo que más corto; los pies descalzos, una cuerda a la cintura; y diz que iba predicando a los pastores y gente rústica para que se apercibiesen a la guerra en nombre de Cristo, peleando contra los dos ejércitos, cristino y carlino, según ella legiones de Satanás, que quieren dominar la tierra y establecer el imperio de la injusticia».


(p. 634)                


Esta curiosa mujer, tras el cerco sentimental a que la somete Nelet, acabará aceptando su amor. Sin embargo, conviene precisar que el cerco y las estrategias de conquista han sido urdidos por Urdaneta, que como experto don Juan hace gala de ser un buen conocedor de la psicología femenina. El final feliz de la historia amorosa fracasa al descubrir que es Nelet el que ha dado muerte a su hermano Francisco. A partir de ahí se precipita un trágico e inesperado final con la muerte a manos de Nelet de los dos amantes.

Ambas mujeres tienen un carácter un tanto esquivo, que las hace difíciles de trato e incluso en algunos momentos francamente inaccesibles a los demás personajes. Han elegido el medio natural para vivir y aparecen y desaparecen siempre de forma inesperada. La Marcela quijotesca es pastora honesta y vigilante de su honra probablemente en consonancia con los relatos de pastores, la ambientación del Quijote en esa Primera Parte y, sobre todo, también con el conocimiento de Cervantes de la novela pastoril. A finales del siglo XIX, sin embargo, no parece coherente convertirse en pastora, por ello la Marcela galdosiana es una monja andariega, en consonancia con el papel de ciertos estamentos religiosos en las guerras carlistas. Los dos personajes femeninos se asemejan en la manera de hablar, mediante silogismos filosóficos. En el caso de la Marcela cervantina sobre el amor, la belleza y la libertad, tal como se evidenció en el parlamento antes citado: «Yo nací libre...»16, con una evidente crítica a la interpretación que del fenómeno amoroso daba el neoplatonismo renacentista. En el caso del personaje de Galdós, en torno a la religión: «Con el estilo severo y elegante, aunque algo duro, que en la lectura de autores místicos se había asimilado, interpolando a cada instante citas de santos, o de Aristóteles, Longinos, Teofrasto Paracelso y otros sabios» (p. 651).

Por su parte Crisóstomo era «un hijodalgo rico» en tierras y ganado y bachiller por Salamanca, entendido en astronomía y que junto a su amigo Ambrosio adopta la vestimenta de pastor para poder andar tras Marcela, de la que se halla perdidamente enamorado:

«Olvidábaseme de decir como Crisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas... tanto que hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor [...] Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan extraña mudanza. [...] Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Crisóstomo, y él quedó heredado con mucha cantidad de hacienda [...] Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Crisóstomo»17.


La canción de Crisóstomo, canción desesperada que guarda Ambrosio y lee públicamente Vivaldo al pie de su sepultura, pone de manifiesto no solo el profundo sentimiento amoroso sino también las dotes de Crisóstomo como poeta.

Nelet, apelativo familiar del capitán carlista Santapau, es también un hombre rico, posee tierras y aun más en Cambrils, pero sobre todo destaca en su trazado psicológico su apasionamiento que le lleva a idealizar a Marcela. También compone versos como Crisóstomo aunque menos tristes y desesperados que los del personaje cervantino y de ínfimo valor estético, por ello serán objeto de burla por parte de Urdaneta:

«Te juro que desde que hay poesía no se han compuesto versos peores Hijo mío, vuelve en ti; acógete a la opinión leal y a la experiencia del viejo Urdaneta, y abandona un camino por donde vas, no a la conquista, sino a la total perdición de la plaza que quieres sitiar».


(p. 697)                


Y en cuanto a la imitación del modelo quijotesco, baste esta referencia en la que la conducta de Nelet recuerda uno de los pasajes más conocidos de la novela cervantina, el episodio de don Quijote velando las armas antes de ser investido caballero: «Nelet se paseaba suspirando, a la luz de la luna, en un próximo corral, como caballero que vela sus armas; y antes que fuera de día salieron los dos a pie del castillo» (p. 738).

La influencia del Quijote sobrevuela también sobre el personaje de don Beltrán de Urdaneta, sobre todo en los atinados consejos que da a Nelet sobre cómo debe tratar a Marcela, aunque en ellos se percibe también la huella de su personalidad donjuanesca. Y, además, como ocurre frecuentemente en los Episodios galdosianos, deambulan por ellos una serie de personajes secundarios que son verdaderos locos de inconfundible raigambre cervantina, quijotesca, tal es el caso de Muel, del que Galdós proporciona una espléndida descripción en el capítulo IV de La campaña del Maestrazgo18, que por razones de espacio no puedo desarrollar aquí.

La muerte está presente en las dos historias. En la quijotesca desde el principio como desencadenante de la narración de la trágica historia de Crisóstomo. En la galdosiana en el final fuertemente dramático y hasta cierto punto inesperado de la muerte de Marcela a manos de Nelet para suicidarse este después en un arrebato trágico que recuerda el final de Don Álvaro.

En conclusión, a la luz de lo analizado hasta aquí, podemos sostener que Galdós una vez más se alimentó de la lectura atenta de pasajes del Quijote tanto en la construcción y diseño de los Episodios como en la factura de los personajes. Si bien es cierto que la relación que establece Galdós con Cervantes no es nunca de mera imitación del modelo, sino que el hipotexto cervantino le sirve siempre para ir más allá, para avanzar en sus estrategias narrativas; para demostrarlo basta con cotejar la factura del personaje de Marcela y el enriquecimiento de las perspectivas y voces narrativas. En definitiva, Galdós se comporta como un alumno aventajado con respecto a su maestro, al que sin embargo siempre rinde tributo, a través del ritmo del lenguaje, del estilo o de las frases y citas textuales. El Quijote de Cervantes junto a otras muchas lecturas siempre está presente en la narrativa galdosiana, que es en muchos aspectos un extraordinario y fecundo ejemplo de palimpsesto.






Bibliografía

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  • SOTELO VÁZQUEZ, Marisa, «Ángel Guerra, místico Quijote toledano», en Yolanda Arencibia, María del Prado Escobar y Rosa María Quintana (eds.), VIII Congreso Internacional Galdosiano. Galdós y el siglo XX, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 2005a, pp. 284-294.
  • ——, «Reflejos cervantinos en Ángel Guerra de Benito Pérez Galdós (Las historias interpoladas y sus narradores)», Isidora. Revista de Estudios Galdosianos, 6, 2005b, pp. 165-177.


 
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