Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La terapia de los cuentos

Antonio Rodríguez Almodóvar





«Los cuentos son una medicina». Así de rotunda se expresa Clarissa Pinkola Estés, psicoanalista norteamericana de la escuela junguiana, refiriéndose, naturalmente, a los cuentos de tradición oral. Esta escuela, a través del concepto de arquetipos, ha desarrollado una potente intuición inicial de Freud, según la cual es posible establecer relaciones entre el mito, el sueño y la historia de la civilización; también entre el inconsciente colectivo y el individual. La dificultad estriba en saber interpretar cada cuento como si fuera un sueño persistente de la humanidad en su conjunto. El que hoy traemos a nuestro comentario es probablemente uno de los más arraigados en la cultura popular andaluza y, en general, de la española. Se trata, ni más ni menos, que de «La ratita presumida», que ya recogió Fernán Caballero (con alguna intromisión de su propio cuño), con el nombre que entonces tenía: «La hormiguita». Pues se ha de saber que el compañero elegido finalmente por ese personaje, entre sus diversos pretendientes, era «el Ratoncito Pérez», que curiosamente no es ningún ratón, sino un tisanuro, ese bichito de la humedad y los rincones de las casas, que ya apenas se ven. Andando el tiempo, se perdió la conciencia de este animalito, y se creyó que el señor Pérez era, efectivamente, un múrido. De ahí que la hormiguita se convirtiera, paralelamente, en ratita. No sé si esta apretada historia biofilológica serviría a algún psicoanalista (probablemente más de la escuela lacaniana) para interpretar el verdadero significado de esta narración encadenada de pretensiones matrimoniales, hasta dar con la horma apetecida. Lo que sí quiero despejar es la duda, planteada desde lo políticamente correcto, de si no contendrá algún mensaje machista. No desde luego en origen, pues en las genuinas versiones populares la hormiguita demanda a sus pretendientes acerca de «cómo arrullarán al niño», y no de «qué harán por la noche» (cuestión harto resbaladiza), y en la segunda parte (desgraciadamente desaparecida) la hormiguita se zampa a su maridito tras la noche de bodas, sin darse cuenta, eso sí, pero por causa de un descuido de él, que se cae dentro del puchero, a cuyo cuidado se quedó. También con las teorías de la doctora Pinkola Estés hay que valorar el verdadero significado que, según ella, tienen en los cuentos tradicionales cocinar, lavar, barrer, etcétera: «Todas estas metáforas ofrecen maneras de pensar, medir, alimentar, fortalecer, limpiar, y ordenar la vida espiritual». Mucho ojo.

Por sí, por no, los editores de esta preciosa versión actual (editorial Kalandraka), han finalizado la historia con los dos miembros de la pareja realizando equitativamente la imprescindible tarea de barrer. Bueno.

Y hablando de actualizaciones, también traemos a nuestras sugerencias una nueva edición de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, -clásico donde los haya de la llamada literatura juvenil-, por lo manejable y lo asequible, además del interesante aparato de notas que caracteriza a esta selección de otro clásico, la colección «Tus libros» (Anaya, Madrid). Para rematar, en el otro extremo de las edades, Olivia, un álbum de Ian Falconer (ed. Serres, Barcelona), donde se muestra, mediante delicados trazos, a esta activa cerdita aprendiendo a ser persona, con una inteligente combinación de juego, aprendizaje y formación estética. Muy bien desarrollada la relación intuitiva, para el niño, entre naturaleza y cultura, de la que nunca debimos salir.





Indice