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La tierra de Córdoba

Jorge Isaacs



Estarán entre la muchedumbre de las naciones como el rocío enviado del Señor, y como la lluvia sobre la hierba.


Micheas, cap. V, ver. 7                









I

¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
      titán laborador,
rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos
que tornas en vergeles imperios del condor?

¿De qué nación heroica tu grandeza  5
      en la sublime lid
que arrebató a verdugos la colombiana tierra?
¡Legión fueron tus Gracos, fue Córdoba tu Cid!

Estirpe tú del héroe de Ayacucho,
      digna estirpe de él,  10
has hecho de tus montes su templo y su sepulcro,
al numen de tus glorias y a tus banderas fiel.

Su sangre, que vertieron asesinos...
      Soberano te ungió,
y óleo de libres llevan los hijos de tus hijos.  15
Morir puedes luchando; vivir esclavo, ¡no!


II

Al golpe de tus cíclopes retiemblan
      montañas do la red
está de las profundas y codiciadas venas
que hacen argento y oro, ya en luz, resplandecer.  20

Las tumbas del quimbaya y del catío
      sus riquezas te dan;
tesoros de los dioses y de monarcas indios,
que descubrir no pudo el vándalo rapaz.

A tu querer y voz su curso sesgan  25
      el Porce y el Nechí,
y en sus playados lechos recogen y te ofrendan
oro que paga Europa como el bello de Ophir.

Y tus colonos van de cumbre en cumbre
      al Septentrión y al Sur,  30
segando vastas selvas bajo dosel de nubes:
vigor es su derecho, y su arma la segur.

Desde Anaime y Nabarco hasta las fuentes
       hoscas del Guarinó,
los Andes son el huerto feraz de tu simiente,  35
vestíbulo de Arcadias que tu poder creó.

En él ostentan diamantinos dombos
      el Tolima y el Ruiz,
gigantes ya vencidos que moles de sus hornos
lanzaron hasta el Cielo, sublimes al morir.  40

Como vierten raudales sus neveras,
      que fecundando van
los valles que tú alfombras y pampas que el sol quema,
tu savia rica y noble al patrio suelo das.


III

En lo selvoso de azuladas cimas  45
      el chocillo se ve,
donde al teñir la noche lejano fuego brilla...
Así nació Salento y Manizales fue.

Carbonizada la derriba humea
      donde incendio voraz  50
tendió luctuoso manto en vez de las florestas
y retostó los bosques del alto valladar.

Volando en las negruras de la noche,
       la mota deja oír
sus tristes alaridos, y en los tumbados robles  55
serpientes alza el viento de llama y de rubí.

En torno de su hoguera chispeadora
      descansan a placer
los Hércules, oyendo burlones las historias
que cuenta de mohanes un viejo montañés;  60

o en el marino estruendo de las selvas
      que el austro remeció,
el ronco grito escuchan del oso de las sierras,
en los ignotos valles y cumbres rey feroz.

Difúndense las sombras y el silencio...  65
      y sólo el retumbar
repiten de tormentas lejísimas los ecos,
en antros y espesuras donde a dormirse van.


IV

Pronto las mieses ondulantes bordan
      las vegas, el amor  70
de la cabaña linda que niños alborozan
a orillas del torrente de plácido rumor.

Entonces la oropéndola salvaje
      y el tordo negriazul
anidan con sus tribus en palmas y boscajes  75
y anuncian las auroras de sonrosada luz.

Al viento da su prole zumbadora
      la colmena montés,
y en el hogar piando su nuevo nido forma
la golondrina errante, del hombre amiga fiel.  80

Ubres turgentes la vacada brinda
      rumiando en el gramal,
y cantos de doncellas y sus alegres risas
se oyen en las frondas lozanas del maizal.

Hay en sus voces trinos de turpiales,  85
      dulces mimos de amor,
arrullos de palomas, caricias maternales...
susurros de sauceras do el viento revoló.

¡Bellas y pudibundas como fueron
      las hijas de Jessé!  90
En árabe tocado rebosan los cabellos,
refulgen en sus ojos las noches de Kedén.

Efluvio exhalan de la selva virgen,
      y en el talle gentil,
pudor encantos vela de Ruth casta y humilde;  95
¡Son un bendito germen vedado al vicio vil!


V

¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
      titán laborador,
que le abres amoroso tu hogar al peregrino
y tienes para humildes virtudes galardón?  100

Ellas dicha y encanto a los hogares
      de tus labriegos dan;
alejan de las mieses furor de tempestades,
el nimbo son de vírgenes, de los ancianos paz;

y lujo en la mansión del poderoso  105
      que premiado se ve,
aumentan sus rebaños, agrandan su tesoro,
abierto a desvalidos que sufren hambre y sed.

Como la vid del Maipo que sarmientos
      extiende a su redor,  110
y cuelga de los álamos y verdes limoneros
racimos que le dora y le perfuma el sol,

así tus gentes en futuros días
      ciudades poblarán
al pie del Shinundúa y del nuboso Huila,  115
sobre los montes de oro de Atrato y Urabá.


VI

La Iberia en sus conquistas no creaba
      pueblos de tu poder:
vivieron en espanto, de hinojos... turba esclava,
los que diezmó, ya indómitos, Fernando, el tigre-rey.  120

Del hierro, de la mita y los tributos
      eran sobra rüín:
si en libertad olvidan sus glorias e infortunios,
merecen en laceria y en la opresión morir.

¿España qué les dio del Nazareno?  125
       ¿La ley de paz y amor?...
Dejó de cien naciones los insepultos huesos,
pavesas de Atahualpa, del Zipa y Guatimoc.

No bastaba la cólera divina
      a herir y exterminar  130
Pizarros y Quesadas, Añascos y Valdivias,
que renacieron Sámanos, Morillos y Tolrás.

¡Y viven!.. En centurias engendrados
       de tinieblas y horror...
La ciega prole fueron de monstruos semihumanos,  135
Caínes a quien piélago de sangre no sació.

Has repudiado la ominosa herencia
      del ibero crüel:
ni tu labor es suya, ni suya la belleza
que gala es de tus hijas y orgullo de Israel.  140

No hay en ti lepra de la estirpe goda
      que al vencer a Boabdil,
lanzó de sus dominios la raza poderosa
que a España hizo el emporio del mundo y su pensil.

Hoy purga la insensata su delito  145
       de implacable crueldad,
y tú, fecundo enjambre del pueblo perseguido...
A Girardot tuviste y a Córdoba inmortal.


VII

De las vegas umbrosas del Tonusco,
      a las ricas de Otún,  150
se tornan en ciudades tus pintorescos burgos,
y en níveas torres símbolo de amor es ya la cruz.

En las altas colinas y ribazos
      los cortijos se ven,
cual las juvencas albas que dejan el rebaño  155
y van en las herbosas laderas a pacer.

Respiro de sus huertos la fragancia,
      y figúrome oír
las fuentes retozonas que los collados bajan,
¡Canciones que de labios tan dulces aprendí!...  160

En esos campos la divina Ceres
      a sus pechos crió
tus bardos y guerreros, tus Numas y Cleomenes,
extraños a molicies del ocio corruptor.

Eran así los siervos y señores  165
      hermanos al nacer,
y en Palacé afilaron las garras de leones:
los igualó su gloria primero que la ley.

¡Antákieh! ¡Antákieh, redentora Edissa!
      De sierva, como Agar,  170
se hizo libre y madre de prole bendecida:
el cedro fue bellota, y el árbol selva es ya.

En cada piedra de sus fuertes muros,
      que el tiempo enmoheció,
resuena todavía la voz de sus tribunos,  175
el himno de victoria del pueblo triunfador.

Sobre el Cauca estruendoso el alma otea...
      Limpio el cielo turquí,
los montes, en lo hondo, tapiz las agrias selvas,
Cariguañá desiertos inunda en el confín...  180

¡El nido allí de flores y de huríes!
      A luchar y vencer
sus hijos aprendieron en las gloriosas lides,
y guardan hoy de Córdoba la tumba y el laurel.

A los dones de ufano despotismo  185
       la muerte prefirió,
la tumba de los libres, de los jamás vencidos...
Él vive en nuestras almas, ¡eterno vencedor!

Cuando a la Patria la traición deshonra,
      y noche y tempestad  190
el sacro monte anublan... se ha visto airada sombra,
Y espectros de sus huestes en las tinieblas hay.


VIII

En el lujoso valle do serpean
      corrientes de zafir,
al sol que la enamora detiene y embelesa,  195
cristiana Sunamita, la hermosa Medellín.

Jazmines y floridos naranjales
       sus perfumes le dan,
y arroyos de los montes descienden a brindarle
en baños de odalisca sus ondas de cristal.  200

¡Cómo la miro en estrelladas noches
      en mis sueños aún!
Formándole cojines se agrupan los alcores,
la cubren las montañas con su azulino tul.

Hila risueña en céspede galano  205
      al despuntar el sol:
riqueza son y orgullo coronas de sus manos;
de Aholíbah las infamias y vicios execró.

Hoy juzga... como Débora en la sombra
      del añoso palmar;  210
y ella que a los númenes dictó la patria Historia,
en el Thabor sentencia con fuego escribirá.

Noviembre de 1892





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