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KIRKPATRICK, Susan: op. cit., p. 197.

 

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Es el caso de Faustina Sáez de Melgar, que tras la muerte de su hijo se refugia en la escritura con el apoyo de su marido como una forma de distracción, nunca una profesión. Esta mujer recopila sus composiciones poéticas en 1859 bajo el nombre de La lira del Tajo.

 

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Citado por Carmen Bravo Villasante en Vida y obra de Emilia Pardo Bazán, Madrid, 1962.

 

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Es el caso de Clarín que distingue entre ella, escritora y literata en el buen sentido de la palabra y las demás «literatas».

 

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Hay algunas excepciones como la de la revista La ilustración de la Mujer (n.º 6 del 15 de agosto de 1883, p. 46) dirigida por Josefa Pujol, que ensalza a la escritora gallega cuando publica La cuestión palpitante aunque de una manera muy superficial ya que afirma no tener datos suficientes.

 

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Algunos escritores como Castelar, aceptaban la «rara posibilidad» de que hubiese alguna mujer que tuviese facultades para escribir poesías; sin embargo, les negaban la capacidad de explicar por qué escribían; según Castelar, la poesía femenina tan sólo era producto del sentimiento, nunca de la razón porque no les concedía a las féminas la posibilidad de tener esa cualidad.

 

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El poema al que nos referimos comienza así: «¡Ya viene, mírala! ¿Quién? / -Ésa que saca las coplas / -Jesús, qué mujer tan rara / Tiene los ojos de loca». Esa composición fue la respuesta de Carolina contra el despecho y la incomprensión de la gente del pueblo. El insulto que le lanzan es el de ser «poetisa» -o lo que es lo mismo, mujer-escritora- y ella lo rebate calificándolos de murmuradores. Parece que, lamentablemente, no tiene otro argumento menos fútil para defender la literatura femenina.

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