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ArribaAbajoTercera parte

Comienza la vida de fray Junípero


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ArribaAbajoCapítulo I

De cómo fray Junípero cortó un pie a un cerdo para dárselo a un enfermo


Fray Junípero fue uno de los selectísimos discípulos y compañeros de San Francisco; hombre de profunda humildad y de gran fervor y caridad; hablando del cual, San Francisco dijo una vez: «Buen fraile menor será quien al mundo venciere como lo ha vencido fray Junípero».

Cierto día, estando en Santa María de los Ángeles, llevado del fuego de la caridad de Dios, visitaba a un fraile enfermo, cuando le preguntó con mucha compasión:

-¿Te puedo prestar algún servicio?

A lo cual contestó el enfermo:

-Gran consuelo habría si me trajeras una patita de cerdo.

Y dijo súbitamente fray Junípero:

-¡Déjame hacer y te la traigo enseguida!

Y cogió un cuchillo, creo que de la cocina, y con fervor de espíritu fuese a la selva donde pacían algunos cerdos, y echándose sobre uno de ellos le cortó el pie y huyó de prisa, dejando cojo al animal. Volvió al convento y lavó el pie, lo sazonó y lo coció, y con mucha diligencia y caridad presentó luego el pie del cerdo al enfermo. Y éste se lo comió a su vista con mucha consolación y avidez, con no poca alegría de fray Junípero, el cual, para hacer fiestas al enfermo, le fue contando el asalto a la piara de la selva. Entretanto, el porquero, que había visto cómo un fraile cortaba el pie, fuese a su amo y le contó la historia del asalto con todos sus pormenores. Informado el amo, fue hecho una furia al lugar de los frailes y los llama hipócritas, ladronzuelos, falsarios, malandrines y malas   —172→   personas. «¿Por qué habéis cortado el pie al cerdo?». Y tanto ruido metía, que San Francisco y los demás frailes se acercaron, e ignorando lo sucedido excusábanse con toda humildad, y con el fin de aplacarle le prometían resarcirle del daño. Pero el amo no se dejaba calmar, sino que, con mucha villanía, grandes amenazas y no poca ira, dejó a los frailes, murmurando que maliciosamente le habían cortado el pie al cerdo; y fuese escandalizando, sin admitir ni excusas ni promesas. Entonces San Francisco, lleno de prudencia, pensó y dijo consigo mismo: «¿Por ventura habrá hecho esto fray Junípero, llevado de un celo indiscreto?». Y mandó llamar a fray Junípero secretamente, y le dijo:

-¿Has sido tú quien ha cortado el pie a un cerdo de la piara de la selva?

Y entonces fray Junípero, no como quien ha cometido una falta, sino con la conciencia de haber hecho una gran caridad, contestó lleno de alegría, y dijo:

-Dulce padre mío: en verdad fui yo quien ha cortado el pie; y la razón, si quieres conocerla, óyela compadeciendo: Yo fui a visitar a tal fraile enfermo... (y le contó por su orden todo lo acontecido); y añadió: Yo te digo que, considerando el consuelo que este fraile ha tenido y las fuerzas que ha recobrado comiendo ese pie, yo hubiese cortado el pie a 100 puercos más, como lo hice a uno, con la seguridad de que Dios tendríalo por bueno.

A lo cual San Francisco, con celo de justicia y con cierto dejo de amargura, contestó:

-¡Oh, fray Junípero! ¿Por qué has dado tan gran escándalo? Porque no sin razón aquel amo se queja y está irritado contra nosotros; y quizá a estas horas nos esté difamando por la ciudad según lo sucedido, y tendrá razón. Por lo cual, yo te mando, en virtud de la santa obediencia, que corras detrás de él hasta que lo alcances, y cuando le encuentres, échate a sus pies y le confiesas tu culpa, prometiéndole satisfacer de tal modo que no pueda tenernos odio; porque ciertamente lo hecho constituye un gran exceso.

Mucho maravillábase fray Junípero oyendo a San Francisco; y maravillábase tanto más viendo atónitos a los demás frailes, entendiendo que un acto de caridad no debía turbar a nadie; porque él tenía por nada las cosas temporales y solamente les daba algún valor cuando servían caritativamente al prójimo. Pero contestó fray Junípero:

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-No dudes, padre mío, que yo pagaré enseguida y le dejaré contento. Y, por lo demás, ¿por qué he de turbarme yo sabiendo bien que el puerco a quien corté el pie es más de Dios que del amo y que he hecho una gran caridad?

Mas luego se puso a correr, llegando adonde se hallaba el hombre irritado sin medida y sin ninguna paciencia; y le contó por qué había cortado el pie al cerdo con todo fervor y alegría, como la de quien ha prestado un gran servicio; por el cual el amo aún debía estarle agradecido. El amo, vencido por la furia, dirigiose con mucha villanía a fray Junípero y le llamó fantástico, loco, ladronzuelo y pésimo malandrín. Pero fray Junípero no daba por dichas tales palabras villanas y aún se deleitaba recibiendo injurias; y como creía que el amo no le había entendido bien, y como el hecho le parecía motivo de alegría y no de rencor, repitió de nuevo la historia y después echose a su cuello y le abrazó y le besó, diciéndole que fue hecho por caridad, convidándole a ella con tanta humildad y simplicidad, que aquel hombre echose al suelo, volviendo en sí; y después, reconociendo las injurias que había hecho a los frailes, cogió al cerdo, lo sacrificó y se lo llevó a Santa María de los Ángeles para que se lo comieran.

Y considerando San Francisco la simplicidad y la paciencia en la adversidad del dicho fray Junípero, dirigiéndose a sus compañeros y a los que le rodeaban, dijo:

-¡Quiera Dios, hermanitos míos, que tengamos de tales Juníperos19 toda una selva!




ArribaAbajoCapítulo II

Fray Junípero da ejemplo de su gran poder contra el demonio


En el hecho siguiente aparece claramente que los demonios no podían consentir la pureza de la inocencia y la profunda humildad de fray Junípero.

Una vez, cierto endemoniado, contra costumbre, echose con mucha furia al camino, emprendiendo veloz carrera por diversas encrucijadas, y así anduvo corriendo siete millas, yendo sus padres   —174→   detrás de él, hasta que le pudieron dar alcance; y entonces, con gran amargura, preguntáronle por qué hacía esto. Y contestó:

-La razón es ésta: porque fray Junípero pasaba entonces por allí y no me fue posible sostener su presencia, ni esperar que pasara, y por esto huí hacia el bosque.

Y para certificarse de la verdad, hallaron que fray Junípero, efectivamente, había pasado en aquella hora, como había dicho el endemoniado. Por lo cual San Francisco, si no curaba los endemoniados que le eran presentados, decía:

-Si tú no sales de esta criatura, enviaré contra ti a fray Junípero; y como el diablo no podía sufrir la virtud y la humildad de este siervo de Dios, súbitamente se partía del poseso.




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo, por entuerto del demonio, fray Junípero fue condenado a la horca


Una vez, queriendo el demonio hacer miedo a fray Junípero y darle escándalo y tribulación, fuese a un tirano cruelísimo que tenía por nombre Nicolás, el cual por aquel entonces hallábase en guerra con la ciudad de Viterbo, y le dijo:

-Señor, guardad muy bien vuestro castillo, porque en breve llegará un gran traidor enviado por los de Viterbo con el fin de asesinaros y pegar fuego a vuestro castillo. Y para que veáis que os digo la verdad, os doy las señales siguientes: Vendrá vestido como un pobrecito, con los vestidos todos rotos y despedazados, y con la capucha maltrecha echada a la espalda; y llevará consigo una cuchilla para mataros y una piedra de fuego con su mecha para incendiar el castillo; y si halláis que no es cierto cuanto os digo, obrad contra mí en justicia.

Nicolás, oyendo tales palabras, quedó pensativo y sintió gran miedo, porque aquél que le hablaba parecía ser buena persona. Y mandó que las guardias se montasen con toda diligencia, y que si llegaba a las puertas del castillo un hombre de aquellas señales, le fuese enseguida presentado.

En esto llegó solo fray Junípero, porque, por su perfección, tenía licencia de ir y estar solo como le pluguiese. Encontrose con algunos   —175→   jovenzuelos, los cuales, burlándose de él, hicieron escarnio de fray Junípero. Pero él permanecía imperturbable y hasta parecía que les inducía a multiplicar las burlas. Y en llegando a la puerta del castillo y los guardias en viéndole tan roto y casi desnudo, porque parte de los hábitos los había dado durante el camino a los pobrecitos, de modo que no parecía fraile menor, creyendo ver en él las señales dadas por el delator, fue llevado furiosamente a presencia del señor, el tirano Nicolás; y cacheado para ver si llevaba armas, hallósele la cuchilla de zapatero con que se arreglaba las sandalias, y la piedra y la mecha que solía llevar para hacer lumbre, porque, con frecuencia, habitaba en los bosques y en los desiertos. Viendo Nicolás las señales que le había dado el demonio delator, ordenó que le pusieran una estrecha soga al cuello;20 y así se hizo, con tanta crueldad, que la cuerda le entró en la carne. Después se le puso al tormento del potro, estirando sus miembros y dejándole el cuerpo todo maltrecho, sin misericordia. Y habiéndole preguntado quién era, contestó:

-Yo soy un grandísimo pecador.

Y preguntándole si quería traicionar el castillo y entregarlo a los de Viterbo, contestó:

-Yo soy el mayor traidor del mundo e indigno de cualquier bien.

Y preguntándole si con aquella cuchilla quería matar al tirano Nicolás, contestó:

-Esto y cosas mayores haría si Dios lo permitiese.

Con esto no quiso Nicolás preguntar más; lleno de ira y sin dar tiempo a más, condenó a fray Junípero, como traidor y homicida, a ser atado a la cola de un caballo y arrastrado así hasta la horca y colgado. Fray Junípero, sin inmutarse, nada hizo a su favor, sino que, como persona que por el amor de Dios hallaba contento en las tribulaciones, manteníase alegre y risueño. Y fue puesto en ejecución el mandato del tirano, y ligado fray Junípero por los pies a la cola de un caballo, y siendo arrastrado no protestaba ni se dolía, sino que, como manso corderillo levado al matadero, permanecía en la humildad. Todo el pueblo concurrió en masa a este acto inesperado y súbito de la justicia, aprisa y con crueldad; y nadie le conocía. No obstante quiso Dios que un buen hombre que había visto   —176→   cómo se apoderaron de fray Junípero y que le querían ajusticiar, corrió al lugar de los frailes menores, diciendo:

-Por Dios os ruego que vengáis enseguida, porque ha sido cogido un pobrecito y se le ha sentenciado rápidamente y es llevado a la muerte; venid al menos para que ponga el alma en vuestras manos. Venid enseguida...

El guardián, que era hombre muy piadoso, fue enseguida para subvenir a la salud espiritual del condenado; y en llegando, era tanta la muchedumbre de gente reunida para contemplar la ejecución, que no podía dar con la entrada, y estando así observando oyó una voz entre la gente que decía: «Malditos, no lo hagáis así, que me hacéis daño en las piernas». Y esta voz le hizo entrar en sospechas que fuese la de fray Junípero; y así, con fervor de espíritu, se abrió paso entre la gente, y llegando al condenado vio que no era otro que fray Junípero; y por compasión quiso quitarse la capa y recubrir con ella a fray Junípero. Y éste, con el semblante alegre y casi riendo, dijo:

-¡Oh, guardián! Tú estás gordo y te sentaría mal viéndote la gente desnudo; yo no quiero que te desnudes por mí.

Entonces el guardián, con gran llanto, rogó a los ejecutores de la justicia y a todo el pueblo, que, por piedad, esperasen un poco el cumplimiento de la sentencia, yendo él a ver al tirano para interceder a favor de fray Junípero. Consintieron todos, creyendo que el condenado fuese un pariente del guardián; y fuese éste con toda devoción al tirano Nicolás, y díjole con amargo llanto:

-Señor; estoy todo admirado y amargado, en tanto grado, que no sé cómo puede hablar mi lengua; porque creo que hoy se ha cometido en esta tierra el pecado más grande que se ha realizado en el mundo, de modo que no existe mayor desde los tiempos antiguos.

Nicolás le escuchó pacientemente y le preguntó:

-¿Cuál es este pecado y este mal que hoy se ha cometido en la tierra?

Contestó el guardián:

-Señor mío: uno de los frailes más santos que existen en nuestra Orden de San Francisco, de quien sois tan devoto, ha sido juzgado con cruel justicia, y creo que sin razón.

Dijo Nicolás:

-Decidme, guardián: ¿Quién es éste? Porque tal vez sin conocerlo he cometido esta falta.

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Dijo el guardián:

-Éste a quien habías condenado a la horca es fray Junípero, compañero de San Francisco.

El tirano Nicolás quedó estupefacto, porque sabía bien cuál era la fama de santa vida que llevaba fray Junípero; y atónito y pálido, fuese con el guardián adonde se hallaba fray Junípero, y desatándolo de la cola del caballo le libró, y a la vista de todo el pueblo se echó a sus pies, y con grandísimo llanto confesó su error y la culpa de la injuria y de la villanía que había hecho al santo fraile, y añadió:

-Creo verdaderamente que los días de mi mala vida se terminan, porque he atormentado a este santo hombre sin razón alguna. Dios hará que yo muera de mala muerte, aun cuando haya cometido el hecho con ignorancia de lo que hacía.

Pero fray Junípero perdonó enseguida al tirano Nicolás de modo espontáneo; y Dios permitió que de allí a pocos días dicho tirano acabase su vida de una manera harto cruel; y partiendo luego fray Junípero, dejó muy edificado a todo aquel pueblo.




ArribaAbajoCapítulo IV

De cómo fray Junípero, por amor de Dios, daba a los pobres cuanto podía


Fray Junípero sentía tanta piedad y compasión de los pobres, que cuando veía a alguno que fuese mal vestido o casi desnudo, súbitamente se quitaba los hábitos y se los daba; ora la túnica, ora la capa, ora la capucha; de modo que el guardián tuvo que mandarle, por la virtud de la santa obediencia, que no diese los hábitos enteramente.

Sucedió por casualidad que, pasados algunos días, hallose con un pobre casi desnudo, el cual le pidió limosna por amor de Dios; y fray Junípero, movido por gran compasión, le dijo:

-Nada tengo que darte si no es mi túnica, y mi prelado, por la obediencia, me ha mandado que no la pueda entregar a nadie; pero si tú me la quitas de encima, yo no te pondré obstáculo.

No lo dijo a ningún sordo; porque el pobre le quitó la túnica al revés dejando desnudo a fray Junípero.

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Y llegando fray Junípero al lugar, le preguntaron dónde estaba la túnica, y contestó:

-Una buena persona me la quitó de encima y se la llevó.

Y creciendo en él la virtud de la piedad, no sólo daba su túnica, sino también los libros, los ornamentos o el manto, y todo lo que tenía a mano, a los pobrecitos. Y por esta razón los frailes no dejaban nada a la vista, porque fray Junípero todo lo daba por amor de Dios, y a su loor.




ArribaAbajoCapítulo V

De cómo fray Junípero quitó ciertas campanillas del altar y las dio por amor de Dios


En cierta ocasión, estando fray Junípero en Asís, en altísima contemplación, durante la Natividad, ante el altar de Cristo del convento, cuyo altar adornado y arreglado guardaba por encargo del sacristán mientras éste comía, una pobrecita mujer se le adelantó pidiéndole un poquito de limosna por amor de Dios.

A la cual contestó fray Junípero:

-Espera un poco y veré si puedo darte algo de lo que hay en este altar.

El dicho altar tenía un friso dorado muy adornado y señoril con campanillas de plata de gran valor. Y dijo fray Junípero consigo mismo: «Estas campanillas están de más»; y cogiendo un cuchillo las quitó del friso y se las entregó a la pobrecita mujer, por piedad.

Después que el sacristán hubo comido dos o tres bocados, recordó las costumbres de fray Junípero y dudó que no quitase algo del altar tan bien adornado como tenía, por celo de caridad. Y en esta sospecha abandonó la mesa y fuese a la iglesia mirando si faltaba algún ornamento; y vio cómo faltaban las campanillas del friso; por lo cual se enfadó mucho, quedando escandalizado. Viendo fray Junípero al sacristán tan enfadado, le dijo:

-No te turbes por las campanillas, porque las he dado a una pobrecita mujer que tenía grandísima necesidad; aquí no hacían nada y aún constituían una pompa mundana y vana.

Oyéndole el sacristán, recorrió toda la iglesia y fuese luego a la ciudad todo afligido para ver si encontraba a la mujer; pero ni la halló ni dio con persona alguna que la hubiese visto. Retornó, pues,   —179→   al lugar, y furiosamente quitó el friso y llevolo al general, que a la sazón se hallaba en Asís, y le dijo:

-Padre general: Os pido justicia contra fray Junípero, porque me ha echado a perder este friso que era lo mejor que teníamos en la sacristía; ved cómo lo ha dejado, arrancando todas sus campanillas, diciendo que las ha dado a una pobre mujer.

Contestó el general:

-Esto no lo habrá hecho fray Junípero, sino tu locura; porque debes conocer de sobre su natural; y aún me maravillo que no lo haya entregado todo entero; pero le corregiré de esta falta.

Y llamando a Capítulo a los frailes, hizo que fray Junípero se presentase; y en presencia de todos reconvino ásperamente a fray Junípero por haber arrancado las campanillas; y tan furiosamente gritó, que quedó casi ronco. Fray Junípero no se fijó mucho en sus palabras, porque se deleitaba viéndose envilecido por los demás; pero sintiendo compasión del general por el furor que manifestaba, pensaba consigo mismo lo que tenía que decir. Y recibida la reprensión del general, fuese fray Junípero a la ciudad y mandó hacer una buena pollenta21 con manteca; entretanto había llegado la noche y estaba ya muy avanzada, y llegó al convento, encendió lumbre, y con la escudilla en la mano fuese a la celda del general y llamó. El general abrió, viéndole con la candela en una mano y la escudilla en otra, y dijo asombrado:

-¿Qué es esto?

Contestole fray Junípero:

-Padre mío: cuando me reprendiste por mis defectos, noté que habías quedado ronco, fatigándote mucho; y pensando en el remedio que te podía dar, he pensado hacer esta pollenta que te pondrá bien el pecho y la garganta.

Dijo el general:

-¿Y a estas horas vienes a inquietar?

Contestó fray Junípero:

-Mira que para ti la he hecho, yo te ruego que te dejes de razones y la comas, que te hará mucho bien.

El general, enfadado por lo avanzado de la hora y de la importunidad de fray Junípero, le recomendó que marchase de prisa y que a tal hora no quería comer; y le llamó con nombre vilísimo y malo.

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Viendo fray Junípero que ni los ruegos ni los halagos conmovían al general, dijo:

-Padre mío: como no la quieres comer, puesto que para ti ha sido hecha, ruégote que tengas la candela y yo me la comeré.

Entonces el general, como piadosa y devota persona, atendiendo a la piedad y a la simplicidad de fray Junípero, y que todo lo había hecho llevado de su devoción, contestó:

-Bien está: puesto que tú también quieres comer, comamos los dos juntos.

Y ambos juntamente comieron aquella escudilla de pollenta hecha por una caridad importuna.

Y más les recreó la devoción que el yantar.




ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo fray Junípero se mantuvo en silencio durante seis meses


Una vez fray Junípero se propuso guardar silencio durante seis meses, del siguiente modo: el primer día, por amor del Padre Celestial; el segundo día, por amor de Jesucristo su Hijo; el tercer día, por amor del Espíritu Santo; el cuarto día, en reverencia a la Santísima Virgen María; y así, por orden, cada día por amor de algún santo, observó rigurosamente silencio durante seis meses, sin decir una sola palabra.




ArribaAbajoCapítulo VII

Ejemplo contra las tentaciones de la carne


Cierta vez estaban reunidos fray Egidio, fray Simón de Asís, fray Rufino y fray Junípero, hablando de Dios y de la salud del alma; y dijo a los demás fray Egidio:

-¿Qué hacéis vosotros, en la tentación carnal?

Dijo fray Simón:

-Yo considero la vileza y la torpeza del pecado carnal, y se me sigue una abominación grande, y así la huyo.

Dijo fray Rufino:

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-Yo me echo de bruces en tierra y ruego con instancia, pidiendo clemencia a Dios y a la Madre de Jesucristo, y me siento libre.

Respondió fray Junípero:

-Cuando yo siento el estrépito de la diabólica sugestión carnal, corro enseguida y cierro la puerta de mi corazón, y para mayor seguridad de la fortaleza de mi corazón me ocupo en santas meditaciones y cristianos deseos; y de esta suerte, cuando viene la sugestión carnal y toca a la entrada del corazón, yo contesto desde dentro: «¡Largo de ahí! Porque la venta está tomada y no puede entrar más gente». Y así no quiero que entre pensamiento alguno carnal; y en viéndose vencido, se larga de mí y de cuanto me rodea.

Respondió fray Egidio:

-Fray Junípero, yo soy de tu parecer; porque contra el enemigo de la carne no se puede combatir tan fácilmente como huirle; porque dentro con el apetito carnal y fuera por los sentidos del cuerpo se deja sentir un tan fuerte enemigo, que sólo huyendo es como se le vence. Y cuando se le quiere combatir frente a frente, sucede con frecuencia que a la fatiga de la batalla se aúna la derrota. Luego, huye del vicio y serás victorioso.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De cómo quiso envilecerse fray Junípero, en loor de Dios


Cierta vez fray Junípero, queriéndose humillar mucho, se despojó de sus ropas, y haciendo un hatillo con ellas se lo puso a la cabeza y entró así, desnudo, en Viterbo, y fuese a la plaza pública para mayor vituperio. Y estando así desnudo, la chiquillería y los jóvenes le corrían detrás, tomándolo por loco, y le hacían mil villanías, echándole fango y piedras y empujándolo de acá para allá y de allá para acá, con palabras de mucha burla; y así fue escarnecido durante gran parte del día; y después, aún desnudo, retornó al convento. Y en viéndolo los frailes desnudo, se turbaron mucho contra él. Y mayormente cuando supieron que había andado desnudo por toda la ciudad con el hatillo sobre la cabeza, y reprendiéronle ásperamente. El uno decía: metámoslo en la cárcel; y otro: ahorquémosle; y otros: no podremos hacer justicia de tan gran escándalo   —182→   que ha dado éste contra sí mismo y contra la Orden. Y fray Junípero estaba muy contento y contestaba con toda humildad:

-Tenéis razón; porque de todas estas penas soy digno y aún de muchas más.




ArribaAbajoCapítulo IX

De cómo fray Junípero, con el fin de envilecerse, jugó al columpio


Una vez que, fray Junípero fue a Roma, donde la fama de su santidad estaba muy divulgada, muchos romanos le salieron al encuentro con gran devoción. Fray Junípero, viendo tanta gente como se le iba acercando, quiso que su santidad fuese tenida como fábula y su devoción en burla. Había allí dos niños que jugaban al columpio, esto es, que habían atravesado dos leños el uno sobre el otro, y sentados, el uno acá y el otro allá, en los extremos del palo subían y bajaban. Fue fray Junípero, y apartando a uno de los niños se sentó en su lugar y siguió con el otro el juego.

Entretanto, llegó la gente, maravillándose de ver cómo jugaba fray Junípero como un chiquillo; no obstante, le saludaron con mucha devoción, y esperaron que terminase el juego para acompañarle solemnemente a la ciudad. Mientras, fray Junípero no se cuidaba poco ni mucho de sus saludos y reverencias, ni de que le esperaban, sino que seguía el divertido juego del balancín. La gente, después de esperar largo rato, comenzó a cansarse y a decir: «¿Pero qué infeliz es éste?». Algunos, conociendo sus costumbres, tomaron mayor devoción; pero todos fueron alejándose poco a poco, dejando a fray Junípero balanceándose.

Y habiendo partido todos, fray Junípero, bien consolado, porque algunos le habían tomado en burla, bajó del leño y entró solo en Roma con toda humildad y mansedumbre, y llegó así al convento de los frailes menores.



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ArribaAbajoCapítulo X

De cómo fray Junípero cocinó para los frailes, por quince días, de una vez


Estando una vez fray Junípero en un lugarcito de los frailes, por cierta causa razonable tuvieron que ir de camino todos ellos, quedando solo en la casa fray Junípero. Díjole el guardián:

-Fray Junípero: salimos todos nosotros; guísanos tú algo para que recobren las fuerzas los frailes cuando vuelvan.

Contestó fray Junípero:

-De muy buena gana lo haré; dejádmelo por mi cuenta.

Y habiéndose ido todos los frailes, como se ha dicho, díjose fray Junípero: «¿Por ventura no es una solicitud superflua ésta de que un fraile esté tanto tiempo en la cocina, sin atender mucho a la oración? ¡Y por cierto que esta vez soy yo el que ha quedado para cocinar! Lo mejor será que haga tanta comida que aun cuando fuesen más los frailes, baste para quince días».

Y con toda solicitud fuese a la huerta y cogió un gran caldero, y se procuró carne fresca y seca, pollos, huevos, verduras; y metiéndolo todo en el caldero, esto es, los pollos con las plumas y los huevos sin abrir, y así las demás cosas, hizo una gran hoguera.

Estando de vuelta los frailes, uno que conocía bien la simplicidad de fray Junípero, entró en la cocina, y viendo el gran caldero, el mucho fuego, etc., se sentó, y sin decir nada fue observando a fray Junípero atareado en cocinar. Y como la lumbre era mucha y las llamas grandes y no había manera de acercarse sin quemarse, cogió fray Junípero una tabla, y con una cuerda se la ató al cuerpo muy apretada, y después iba de un caldero al otro con mucho contento. Considerando estas cosas con gran placer, el fraile que le observaba salió de la cocina, y llamando a sus compañeros, les dijo:

-Venid a la cocina, que fray Junípero prepara unas bodas.

Pero los frailes, creyendo que bromeaba, no le hicieron caso.

Entretanto, fray Junípero retiró los calderos del fuego y tocó a comer. Acudió la comunidad al refectorio, presentándose fray Junípero muy acalorado por la fatiga y por el ardor de la lumbre; y dijo a los frailes:

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-Comed bien, y después iremos todos a la oración y nadie habrá de preocuparse luego de la comida, pues hice tanta que bastará para quince días.

Pero nadie comía, y fray Junípero, para animar a los compañeros, alababa su guiso y decía:

-Estas gallinas sirven para confortar el cerebro... Esta vianda conservará fresco el cuerpo. ¡Está más rica!

Pero aquel mejunje era tan repugnante que no habría en toda la ciudad de Roma un cerdo, por hambriento que estuviese, que hubiera querido comer de aquel caldero. Los frailes estaban muy admirados considerando la devoción y la sencillez de fray Junípero. Pero el guardián, indignado por tanta simpleza y despilfarro, reprendió ásperamente a fray Junípero, el cual, echándose enseguida a sus pies, a éste y a los frailes confesó su culpa de este modo:

-Yo soy un hombre muy perverso. Si a fulano, que cometió tal pecado, le fueron arrancados los ojos, ¿por qué no a mí, que soy muchísimo peor? Si zutano, por sus defectos fue ahorcado, ¿no merezco yo mucho más por mis obras depravadas? Y ahora he sido derrochador de los bienes de Dios y de la Orden.

Y lamentándose de este modo, lleno de amargura, abandonó el refectorio, y durante todo aquel día no se atrevió a presentarse al guardián ni a los frailes; luego el guardián dijo:

-Hermanos míos carísimos: bien quisiera que este fraile todos los días disipase otros tantos bienes, si los tuviéramos, sólo para lograr el ejemplo de su edificación; porque lo que ha hecho es obra de su sencillez y caridad.

En alabanza de Dios y del pobrecillo Francisco. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XI

De qué modo fue fray Junípero a Asís para confusión suya


En cierta ocasión, morando fray Junípero en el valle de Spoleto, y sabiendo que en la ciudad de Asís se celebraba una gran fiesta y que mucha gente iba y venía con gran devoción, le vinieron deseos de acudir a ella, y lo hizo de la siguiente manera: Se quitó los hábitos, y así atravesó la ciudad de Spoleto y dos villas más, y luego, cruzando la ciudad, llegó al convento. Al verle los frailes se escandalizaron   —185→   mucho y le reprendieron duramente por haber ido de aquella manera, llamándole loco, necio y denigrador de la Orden de San Francisco; y aún hubo quien añadió que, como loco, debía ser atado. A la sazón hallábase el general en el convento e hizo llamar a todos los frailes y a fray Junípero, y en presencia de todos dirigió a éste una áspera corrección. Después de muchas palabras de rigurosa justicia, dijo a fray Junípero:

-Tus defectos son tales y tantos, que no sé qué penitencia puedo imponerte.

Y fray Junípero, como persona que se gozaba en su propia confusión, dijo:

-Padre: permite que yo te lo diga; que así como he llegado hasta aquí sin hábitos, por penitencia me hagas seguir el mismo camino a la inversa y volver a la fiesta, de igual modo.

A gloria de Jesús y de su pobrecillo Francisco. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XII

De un rapto que tuvo fray Junípero oyendo Misa


Estando cierta vez fray Junípero oyendo Misa con muchísima devoción, por maravillosa elevación de la mente fue arrobado durante largo espacio de tiempo, y dejándolo solo allí, lejos de donde estaban los frailes, cuando volvió a recobrar los sentidos, comenzó a exclamar fervorosamente:

-¡Oh, hermanos míos! ¿Quién hay tan noble en este mundo que no llevaría de buen grado por toda la ciudad una carga de estiércol, si le dieran un bolsillo lleno de oro? ¡Ay de mí! ¿Por qué no hemos de pasar un poquito de vergüenza para ganar la bienaventuranza del Cielo?

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

De la tristeza que tuvo fray Junípero cuando murió su compañero fray Amazialbene


Fray Junípero tenía un compañero fraile, llamado Amazialbene, hombre de suma paciencia y obediencia, en tanto grado que si hubiese sido azotado durante un día no se habría quejado ni hubiera dicho una sola palabra en su defensa. Por esto era enviado con frecuencia donde había gente dura y áspera de trato, de la cual recibía muchas persecuciones, que soportaba pacientemente, sin queja alguna. Este fraile, según le mandaba fray Junípero, reía o lloraba. Sucedió, pues, que este fraile, llamado fray Amazialbene, como se ha dicho, murió cuando plugo a Dios, con fama de mucha santidad; y al llegar a fray Junípero la nueva de su muerte, experimentó tanta tristeza en su corazón como no había sentido nunca por cosa alguna terrenal. Y por esto demostraba exteriormente su amargura, diciendo:

-¡Ay miserable de mí que sobrevivo a tal desgracia, y todo el mundo está contristado por la muerte de mi dulce y amabilísimo fray Amazialbene!

Y luego añadía:

-Si no fuese por temor a disgustar a los frailes, iría a su sepultura y cogería su cuerpo, y de su calavera haría dos escudillas, la una para comer por su memoria y mi devoción, y la otra para beber cuando tuviese sed.

A gloria de Jesucristo y de Francisco. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XIV

De la mano que vio fray Junípero por el aire


Estando fray Junípero en oración formando grandes propósitos, le pareció ver una mano en el aire; y oyó con sus oídos corporales una voz que le decía:

-¡Oh, fray Junípero! Sin esta mano tú no podrás hacer nada.

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Al oír esta voz, fray Junípero se levantó súbitamente, y con los ojos clavados en el cielo, iba discurriendo consigo mismo por el convento diciendo en alta voz:

-¡Bien es verdad! ¡Bien es verdad!

Y muchas veces fue repitiendo las mismas palabras.




ArribaAbajoCapítulo XV

De cómo fray Junípero fue a fundar un convento22


Fray Germano, lector de Bratislava, escribe que oyó contar a fray Juan, compañero de San Francisco, que cierto fraile lego, llamado fray Junípero, fue enviado con otros frailes a fin de fundar un convento. Pusiéronse en camino los referidos frailes, después de elegir a fray Junípero para que les procurase lo necesario durante el viaje: y en llegando a un pueblo a la hora de comer, fray Junípero comenzó a gritar a un lado y a otro en la lengua de la Lombardía:

-¿No nos albergáis? ¿No nos recibís? ¿No nos hacéis bien? ¿No es bien empleado el viaje?

Y los compañeros avergonzáronse mucho y le reprendieron porque gritaba de aquella manera en vez de procurarles sustento; pero él les contestó:

-Dejadme gritar, ya que me habéis elegido procurador vuestro.

Los indígenas, viéndoles con el hábito desconocido y pidiendo limosna de un modo tan extraño y nunca visto, maravillábanse mucho. Por fin, uno de los del país acercose a ellos y le preguntó quiénes eran y por qué gritaban de aquella manera. A lo que contestó fray Junípero:

-Somos hombres pecadores y penitentes y tenemos que buscar lo necesario para vivir; pero no merecemos que nos reciban ni nos hospeden, ni hagan bien alguno, porque hemos ofendido a Dios con muchos pecados.

Pero aquel hombre moviose a devoción oyendo estas cosas, y los llevó a su casa, les dio de comer y los trató amabilísimamente; y oyéndoles hablar como inspirados por el Espíritu Santo y reconociendo   —188→   su ingenuidad, les encargó que siempre que pasasen fuesen a hospedarse en su casa y enviasen también a ella a los demás frailes.

Prosiguiendo fray Junípero el viaje con sus compañeros, se les adelantó el diablo en forma humana, y llegándose a un castillo por donde tenían que pasar, dijo a su dueño que lo guardase bien, porque a cierta hora vendrían cuatro hombres vestidos con traje extraño, los cuales eran muy malos y querían traicionarle. Aquel señor fijose bien en la hora y dispuso la guardia; y estando vigilando vieron los guardias que cuatro frailes se acercaban al castillo, por lo cual llamaron al señor, y cayendo luego sobre ellos los maltrataron bárbaramente; entretanto, fray Junípero ofrecía el cuello a la espada, y sus compañeros se preparaban para morir. Pero el señor, viendo la mansedumbre de los presos, dijo:

-Si éstos fuesen traidores, vendrían con armas y otros preparativos.

Con todo, antes de dejarlos marchar hizo azotar bien a fray Junípero, el cual se levantó después, le dio las gracias y se retiró de allí, marchando con los demás frailes al lugar donde debían fundar el convento. Después de algún tiempo sucedió que aquel señor vino al nuevo convento, y oyendo allí la Misa vio a fray Junípero, y acercándosele éste le preguntó dónde se hospedaba; después rogó a un amigo que le hiciese la caridad de hacerle un buen regalo, como el que se podría hacer a quien ha prestado un gran servicio. Y habiéndoselo traído, lo envió al señor que lo había hecho azotar, encargando al portador que se lo enviaba un fraile menor en recompensa de la especial amistad que en cierta ocasión le había demostrado. Diole las gracias aquel señor sin conocerle, y después de la comida fuese al convento, preguntando por el fraile que le había enviado tanta prueba de amistad.

Contestó fray Junípero:

-Yo soy quien os lo ha enviado y os estaré eternamente agradecido por lo bien que habéis domado a mi enemigo.

Contestó el señor del castillo:

-Yo siempre haré lo que os agrade, pero ¿quién es ese enemigo tuyo?

Respondió fray Junípero:

-Mi enemigo es este hermano cuerpo que tan bien me domasteis cuando me hicisteis apalear en vuestro castillo; porque desde entonces me ha sido más obediente que antes.

  —189→  

El señor, muy confundido oyendo estas palabras, pidió perdón y de allí en adelante cambió para con todos los frailes, quiso hospedarlos siempre en su casa y los trató como amigos muy queridos durante toda su vida.




ArribaAbajoDe cómo San Francisco mandó a fray León que lavase cuatro veces cierta piedra23

Una vez San Francisco, estando hablando con fray León, le dijo:

-Hermano ovejuela: lava esta piedra con agua.

Y seguidamente fray León lavó la piedra con agua. Después, San Francisco, con mucha alegría y gozo, le volvió a mandar:

-Hermanito ovejuela: lava la piedra con vino.

Y fray León lo hizo conforme se le había mandado. Y por tercera vez le dijo San Francisco:

-Lávala con aceite.

Y así lo hizo fray León. Y repitió San Francisco:

-Lávala con bálsamo.

A lo cual contestó fray León:

-Dulcísimo padre mío: ¿Cómo podré hallar bálsamo en este lugar selvático?

Y dijo San Francisco:

-Has de saber, ovejita de Dios, que ésta es la piedra donde Cristo se sentó cuando, en cierta ocasión, se me apareció; y por esto te he dicho cuatro veces: «Lávala y calla»; porque Jesucristo me ha concedido cuatro gracias principales: 1.ª, que todos los que entren con buena voluntad en mi Orden y perseveren en ella, la gracia divina les concederá una buena muerte; 2.ª, que los perseguidores de esta santa religión serán duramente castigados; 3.ª, que ningún hombre perverso, si persevera en su maldad, no perseverará en ella mucho tiempo, y 4.ª, que esta religión durará hasta el Juicio Final.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.





  —190→     —191→  

ArribaAbajoCuarta parte

Comienza la vida del bienaventurado fray Egidio,24 compañero de San Francisco


  —192→     —193→  

ArribaAbajoCapítulo I

De cómo fray Egidio y tres compañeros fueron recibidos en la Orden de Menores


Para que los ejemplos de los santos hombres en la memoria de los devotos oyentes lleven la alegría en las transitorias dilecciones e inciten el deseo de la eterna salud; a loor de Dios y de su reverendísima Madre Señora Santa María y para utilidad de todos aquellos oyentes, diré algunas palabras de la operación obrada por el Espíritu Santo en nuestro fray Egidio; el cual, vistiendo aún hábito seglar y tocado del Espíritu Santo, comenzó a pensar consigo mismo de qué manera podría agradar a Dios solamente, en todas sus operaciones. En este tiempo San Francisco, como nuevo portaestandarte de Dios aparejado como ejemplo de vida, de humildad y de santa penitencia, dos años después de su conversión, indujo y trajo a la observancia evangélica y a la pobreza a un hombre adornado de admirable prudencia y muy rico en bienes temporales, el cual llamábase Meser Bernardo, y a Pedro Cattani; los cuales, por el consejo de San Francisco, distribuyeron a los pobres, por amor de Dios, todos sus tesoros temporales, tomando la gloria de la paciencia y la evangélica perfección y el hábito de los frailes menores; y con grandísimo fervor prometieron observar la Regla, y así hiciéronlo durante todo el tiempo de su vida con entera perfección. Ocho días después de la sobredicha conversión y distribución, y vistiendo aún fray Egidio vestidos de seglar, viendo el desprecio de aquellos dos nobles caballeros de Asís, que admiraba toda la tierra, encendidos en el divino amor, al día siguiente, fiesta de San Jorge   —194→   del año del Señor 1209, por mucho tiempo y como muy solícito de su salud, estuvo en la iglesia de San Gregorio, donde tenía su monasterio Santa Clara; y hecha su oración y teniendo gran deseo de ver a San Francisco, fuese hacia el hospital de los leprosos, donde habitaba aquél con fray Bernardo y fray Pedro Cattani, en un tugurio de mucha humildad.

Y habiendo llegado a un cruce de caminos y no sabiendo cuál seguir, hizo oración a Cristo, precioso guía, el cual le llevó a dicho tugurio por el camino derecho. Y pensando por qué había venido, San Francisco le salió al encuentro, viniendo de la selva adonde había ido para orar; y echose enseguida en tierra ante San Francisco, y de rodillas y humildemente le rogó que le admitiese en su compañía por el amor de Dios. Observando San Francisco el semblante devoto de fray Egidio, respondió y dijo:

-Carísimo hermanito. Dios te ha concedido grandísima gracia. ¿No se alegraría uno si el emperador viniese a Asís y quisiese nombrarle su caballero o camarero secreto? ¿Y cuán mayormente debes tú alegrarte porque Dios te ha elegido por su caballero y amadísimo servidor en la observancia de la perfección del Santo Evangelio? Está, pues, firme y constante en la vocación a que Dios te ha llamado.

Y cogiéndole de la mano, llevole consigo y le introdujo en la sobredicha casucha; y llamando a fray Bernardo, le dijo:

-Messer Domeneddio25 nos ha enviado un buen fraile; alegrémonos, pues, todos en el Señor y comamos en caridad.

Y después de comer, San Francisco fuese con Egidio a Asís en busca de paño para hacer el hábito de fray Egidio. Por el camino hallaron a una pobrecilla que les pidió una limosnita por amor de Dios; y no sabiendo cómo atender a la pobrecita, San Francisco, volviéndose a fray Egidio, con semblante de ángel, le dijo:

-Por el amor de Dios, hermano carísimo, demos esta capa a la pobrecilla. Y obedeció fray Egidio al santo padre con un corazón tan pronto, que le pareció ver volar aquella limosna hasta el Cielo y a fray Egidio con ella, sintiendo en sí mismo un gozo indecible con aquel cambio. Y San Francisco, procurando el paño para hacer el hábito, recibió a fray Egidio en su Orden; el cual fue uno de los gloriosísimos religiosos que el mundo tuvo en aquellos años en la   —195→   vida contemplativa. Inmediatamente después de la profesión de fray Egidio, salió con él hacia la Marca de Ancona, cantando con él y magníficamente alabando al Señor Dios del Cielo y de la tierra. Y dijo a fray Egidio:

-Hijito: nuestra religión será semejante al pescador que echa sus redes al agua y coge una multitud de peces y retiene los grandes y a los menores los devuelve al agua.

Maravillose fray Egidio de esta profecía, puesto que en la Orden solamente había tres frailes y San Francisco no predicaba públicamente al pueblo; sino que, yendo por los caminos, amonestaba y corregía a los hombres y a las mujeres, diciendo simplemente, con amor:

-Amad y temed a Dios y haced digna penitencia por vuestros pecados.

Y fray Egidio decía:

-Haced lo que os dice éste, mi padre espiritual, porque lo dice óptimamente.




ArribaAbajoCapítulo II

De cómo fray Egidio anduvo en peregrinación a Santiago de Compostela


Con la venia de San Francisco una vez, en poco tiempo, fray Egidio fue a Santiago de Compostela en Galicia y sólo una vez apaciguó su hambre, por la gran penuria que halló en todos aquellos lugares. Así que iba pidiendo limosna y no hallando a nadie que le hiciese caridad, dejose caer una tarde al pie de un haya donde habían quedado unos granos de habas, que recogió y constituyeron su cena; y allí durmió toda la noche, porque habitaba de buen grado en los lugares solitarios, lejano de la gente, con el fin de atender mejor a las oraciones y vigilias. Y fue tan confortado por Dios con aquella cena, que si hubiese yantado muchas viandas no hubiese tenido mejor refección.

Caminando un poco más, halló en el camino a un pobrecito que le pidió limosna por Dios. Fray Egidio, siempre caritativo, no tenía más que el hábito sobre sus carnes y así cortó la capucha y se la dio al pobre por amor de Dios. Y con esto, sin capucha, anduvo veinte días continuos.

  —196→  

Retornado por la Lombardía, fue llamado por un hombre, acudiendo él con buena voluntad, creyendo que le iba a dar alguna limosna; pero, habiendo extendido su mano, recibió en la palma unos dados y la invitación a jugar. Fray Egidio contestó muy humildemente:

-¡Dios te perdone, hijito!

Y andando de esta suerte por el mundo, sufrió muchas burlas y las recibió siempre pacíficamente.




ArribaAbajoCapítulo III

De cómo vivía fray Egidio cuando fue a visitar el Santo Sepulcro


Fuese fray Egidio a visitar el Santo Sepulcro de Jesucristo con licencia de San Francisco, llegando al puerto de Brindis, donde tuvo que esperar largo tiempo porque no salía ningún navío. Y fray Egidio, queriendo vivir sólo a sus costas, adquirió una jarra, la llenó de agua y fue gritando por la ciudad: «¿Quién quiere agua?». Y por su trabajo recibía pan y las cosas necesarias para la vida corporal para sí mismo y para su compañero; y después pasó el mar y visitó el Santo Sepulcro de Cristo y los otros santos lugares, con grandísima devoción.

De vuelta hizo parada durante muchos días en la ciudad de Ancona; y como estaba acostumbrado a vivir de su trabajo, tejía espuertas de junco que luego vendía, pero no por dinero, sino por pan para sí y para su compañero, y por el mismo precio llevaba los muertos a la sepultura. Y cuando estos trabajos no le daban, volvía a la mesa de Jesucristo pidiendo limosna de puerta en puerta.

Y de esta suerte, con mucha fatiga y humildad pudo retornar a Santa María de los Ángeles.




ArribaAbajoCapítulo IV

De cómo fray Egidio alabó más la obediencia que la oración


Una vez hallábase un fraile en su celda haciendo oración, cuando el guardián le mandó salir, en gracia a la obediencia, a pedir limosna. Por lo cual anduvo aquél enseguida a fray Egidio, exclamando:

  —197→  

-Padre mío: yo estaba orando y el guardián me ha ordenado que vaya en busca del pan; y a mí me parece mejor estar en oración.

Contestó fray Egidio:

-Hijito mío: ¿Por ventura no has entendido aún qué es la oración? La verdadera oración es hacer la voluntad de su prelado; y es señal de gran soberbia que aquél que ha puesto su cuello bajo el yugo de la santa obediencia, la obstaculiza para hacer su voluntad, aun cuando crea que obra más perfectamente. El religioso verdadero obediente es semejante al caballero que cabalga en poderoso caballo por cuya virtud atraviesa intrépido el camino; y, por el contrario, el religioso inobediente y acostumbrado a rebelarse, es parecido al que, cabalgando en caballo delgado, enfermo y vicioso, con poca fatiga pronto cae muerto o es cogido por los enemigos. Dígote que si el hombre tuviese tanta devoción y elevación de mente que hablase con los ángeles, y estando hablando de esta suerte se le ordenare algo por un superior, debe dejar enseguida el coloquio con los ángeles y obedecer a su mayor.




ArribaAbajoCapítulo V

De cómo fray Egidio vivía de su propio trabajo


Hallándose una vez fray Egidio en Roma, como conventual, según tenía por costumbre desde que entró en la Orden, quería vivir fatigándose corporalmente, de esta suerte.

De buena mañana oía Misa con mucha devoción; después se iba a la selva, que distaba de Roma ocho millas, y llevaba sobre la espalda un haz de leña que vendía por pan y otras cosas de comer. Una vez, entre otras, retornando con una carga de leña, una mujer le llamó para comprarla, y después de haber hecho el pacto sobre el medio de pagarla, se la llevó a su casa. La mujer, no obstante el pacto hecho, viendo que era religioso, le dio mucho más pan del pactado. Dijo fray Egidio:

-Buena mujer; no quiero yo que me venza el vicio de la avaricia; y así no quiero más que lo que hemos pactado.

Y no solamente no tomó lo que se le daba, sino que tan sólo quiso la mitad de lo pactado. Con lo cual tuvo aquella mujer mucha devoción.

  —198→  

Fray Egidio trabajaba por merced, atendiendo siempre a su honestidad; ayudaba a recoger la aceituna y a los vendimiadores a pisar la uva. Estando un día en la plaza, uno quería abatir nueces y rogaba a otros que se las abatiesen a buen precio; pero éstos se excusaban porque el lugar se hallaba harto lejos y les venía muy mal irse hasta allá. Dijo fray Egidio:

-Si tú, amigo mío, quieres darme parte de tus nueces, yo iré contigo a cogerlas; y hecho el contrato, partió; y haciendo antes la señal de la santísima Cruz, subió con gran temor a lo alto de un nogal, y después de coger las nueces le tocó tanta, que no las podía llevar consigo. Por lo cual quitose el hábito y después de ligar las mangas y la capucha, hizo del hábito un saco, quedando desnudo en paños menores; y llenó su hábito de nueces, partió para Roma, dándolas a los pobres, con grandísima alegría, por amor de Dios.

Con frecuencia ayudaba a otros durante todo el día, después del pacto de concederle tiempo para rezar las horas canónicas y no faltar a la oración mental. Una vez que fue a buscar agua de la fuente de San Sixto para aquellos monjes, un hombre le pidió de beber. Respondió fray Egidio:

-¿Y cómo llevaré yo el cántaro vacío a los monjes?

Y el hombre, irritado, dijo a fray Egidio palabras injuriosas y villanas; y retornó fray Egidio muy triste a los monjes; pidió un vaso grande y súbitamente volviendo a la fuente lo llenó y fuese en busca del hombre, al cual halló en el camino, y dijo:

-Amigo mío; toma y bebe cuanto quieras y no te irrites. Porque me pareció a mí cosa villana llevar agua probada a los santos monjes.

Y el hombre compungido por la caridad y humildad de fray Egidio, reconoció su culpa y desde aquella hora en adelante le tuvo mucha devoción.




ArribaAbajoCapítulo VI

De cómo fray Egidio fue milagrosamente provisto, en una gran necesidad, cuando por la mucha nieve no podía ir a pedir limosna


Viviendo fray Egidio en Roma en casa de un cardenal y llegando el tiempo de la Cuaresma mayor y no teniendo aquella quietud mental que deseaba, dijo al cardenal:

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-Padre mío: con vuestra licencia quiero ir, por mi paz, con mi compañero a hacer esta Cuaresma en algún lugar solitario.

Contestó el cardenal:

-¡Ea! Fraile mío carísimo, ¿dónde queréis ir? Porque la carestía es grande. Todavía no estáis muy acostumbrados. ¡Ea! Quedad en mi corte y tendré por gracia singular haciéndoos dar lo que os haga falta por amor de Dios.

No obstante, fray Egidio quiso marcharse y fuese de Roma a una elevada montaña donde antiguamente hubo un castillo y encontrábase ahora una desierta iglesita dedicada a San Lorenzo; y allí entró con su compañero y estuvieron en oración y en muchas meditaciones, y como eran conocidos, poca reverencia y devoción se les tenía. Por esto sostenían gran penuria; y, por añadidura, sobrevino una gran nevada que duró más de un día, por lo cual no pudieron salir de la iglesia, ni recibieron cosa alguna de vivir, de modo que estuvieron de esta suerte durante tres días naturales. Viendo fray Egidio que no podía vivir de su trabajo y menos ir a pedir limosna, dijo a su compañero:

-Hermano mío carísimo: llamaremos a Nuestro Señor en voz alta para que por su piedad seamos provistos en tanta extremidad y necesidad; porque así lo hicieron alguna vez los santos monjes y la Divina Providencia les subvino en sus necesidades.

Y pusiéronse en oración a su ejemplo, rogando a Dios con todo afecto para que pusiese remedio a tanta necesidad. Y Dios, que es la suma piedad, premió la fe y la devoción y la simplicidad y el fervor de ellos, de la siguiente manera:

Un hombre, mirando de lejos la iglesita donde se hallaba fray Egidio con su compañero, inspirado por Dios, dijo para sí: «Quizá en aquella iglesia hay alguna persona que hace penitencia y por la duración de la nieve tan multiplicada no tiene quién acuda a sus necesidades y, consiguientemente puede morir de hambre». E inspirado por el Espíritu Santo, añadió: «Por cierto que quiero saber si mi imaginación es verdadera o no»; y cogió unos panes y un poco de vino y se puso en camino. Y con grandísima dificultad llegó a la predicha iglesia, donde halló a fray Egidio y a su compañero en devotísima oración. Y estaban tan combatidos por el hambre que mejor parecían hombres muertos que vivos. Tuvo gran compasión de ellos, y refrigerados y confortados, retornó a su casa; y manifestó a los vecinos la extrema necesidad de aquellos frailes y les indujo y   —200→   rogó por Dios, de tal modo, que les proveyeran, que muchos, a su ejemplo, les llevaron pan y vino y otras cosas necesarias, por el amor de Dios; y durante toda aquella Cuaresma quisieron proveerlos en sus necesidades.

Y considerando fray Egidio la gran misericordia de Dios y la caridad de aquellos hombres, dijo a su compañero:

-Hermano mío carísimo: hasta ahora hemos rogado a Dios que nos provea en nuestra necesidad y hemos sido escuchados; ahora nos toca tributarle gracias y gloria, y orar por aquellos que nos han alimentado con sus limosnas y por todo el pueblo cristiano.

Y con gran fervor y devoción, tanta gracia concedió Dios a fray Egidio, que fueron muchos los que, a ejemplo suyo, dejaron este mundo ciego, e hicieron en sus casas grandísima penitencia.




ArribaAbajoCapítulo VII

Del día de la muerte del santo fray Egidio


La vigilia de San Jorge, a hora de Maitines, cumplidos los cincuenta y dos años, puesto que en las calendas había recibido el hábito de San Francisco, el alma de fray Egidio fue recibida por Dios en la gloria del Paraíso; esto es, en la fiesta de San Jorge.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De cómo un santo varón, estando en oración, vio que el alma de fray Egidio escalaba la vida eterna


Un buen hombre, estando en oración, cuando fray Egidio pasó de esta vida, vio a su alma con una multitud de otras salidas del Purgatorio, escalando el Cielo, y a Jesucristo saliendo al encuentro de fray Egidio con muchos ángeles, y con todas aquellas almas, con gran melodía, entrar en la gloria del Paraíso.



  —201→  

ArribaAbajoCapítulo IX

De cómo, por los méritos de fray Egidio, el alma de un amigo de un fraile predicador fue librada de las penas del Purgatorio


Habiendo enfermado fray Egidio, de modo que a los pocos días murió, un fraile de Santo Domingo enfermó de muerte. Tenía éste un amigo fraile, y viendo que se acercaba la hora de su muerte, éste le decía al fraile enfermo:

-Hermano mío; yo quiero que, si Dios lo permite, después de la muerte me visites para conocer tu estado.

Y el enfermo prometió retornar cuando le fuese posible. Fray Egidio murió el mismo día que aquél; y después de la muerte éste apareció al hermano predicador vivo, y le dijo:

-Voluntad de Dios ha sido que observase la promesa.

Y dijo el vivo al difunto:

-¿Qué te ha sucedido?

Contestó el difunto:

-Atiende bien: el mismo día que yo fallecí, murió un santo fraile menor que se llamaba fray Egidio, a quien, por su gran santidad, concedió Jesucristo que todas las almas que se hallaban en el Purgatorio fuesen llevadas por el santo al Paraíso, entre los cuales yo me contaba, sufriendo grandísimos tormentos; y ya, por los méritos de fray Egidio, me veo libre.

Y dicho esto desapareció enseguida, y el fraile no reveló a nadie esta visión. El dicho fraile enfermó, y pensando de súbito que Dios le había castigado por no haber revelado la virtud y la gloria de fray Egidio, envió a buscar a los frailes menores, y acudieron cinco parejas de éstos; y convocados con ellos los frailes predicadores, reveló, con gran devoción, la visión predicha; y buscando con mucha diligencia, hallaron que pasaron un mismo día de esta vida.



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ArribaAbajoCapítulo X

De cómo Dios había concedido su gracia a fray Egidio, y del año de su muerte


Decía de fray Egidio el fraile Buenaventura de Bagnioreggio, que Dios le había concedido una gracia especial para todos ellos que le encomendaban, con devota intención, las cosas tocantes al alma.

Durante su vida obró muchos milagros y también después de su muerte, como se lee en su leyenda.

Y pasó de esta vida a la gloria superior en los años del Señor mil doscientos cincuenta y dos, el día de San Jorge; y hállase sepultado en Perusa, en el convento de los frailes menores.




ArribaAbajoCapítulo XI

De una interesante controversia que tuvo fray Egidio con fray Gerardino26


Estando cierta vez en la ciudad de Perusa el santo fray Egidio, vino a visitarlo la nobilísima dama de Roma, ilustre Jacoba de Sietesolios, muy devota de los frailes menores. Mientras estaban platicando llegó un fraile muy espiritual y devoto, llamado fray Gerardino, el cual, en presencia de otros frailes, rogó a fray Egidio que le dijese alguna palabra de edificación. Condescendiente fray Egidio, dijo:

-Por aquello que el hombre puede llegar a lo que no quiere.

Entonces, para hacerle hablar más, dijo fray Gerardino:

-Maravíllome mucho, fray Egidio, de que por lo que el hombre puede, venga a lo que no quiere. Porque el hombre de por sí no   —203→   puede nada, y esto lo puedo probar con varias razones. Es la primera: el poder presuponer el ser, y la operación es conforme a éste, como vemos en el fuego que calienta, porque es cálido. Pero el hombre de por sí nada es. El que piensa que es algo, no siendo nada, se engaña, dice el apóstol; y si es nada, síguese que nada puede. Es la segunda: porque si pudiese algo, sería o por razón del alma separada del cuerpo, o por razón del cuerpo solo, o por la de ambos unidos. Pero el alma despojada del cuerpo no puede merecer ni desmerecer; el cuerpo sin el alma, tampoco, porque está sin vida, es decir, sin forma y todo acto es forma; pues por razón del conjunto, si el alma separada del cuerpo no puede, menos podrá unida a él, porque el cuerpo corruptible agrava al alma, y si un jumento no puede andar sin carga, mucho menos ella...

Hasta una docena de argumentos propuso fray Gerardino a fray Egidio para hacerle hablar y que se explicase; y todos los presentes se maravillaban de la argumentación de fray Gerardino. Por fin, fray Egidio contestó:

-Mal hablaste, fray Gerardino, tienes que confesar la culpa por todo esto.

Fray Gerardino la confesó sonriendo, y al ver fray Egidio que no la confesaba de corazón, dijo:

-De esta manera no vale; y cuando aun el decir la culpa es sin mérito, no le queda al hombre por dónde satisfacer -y añadió-: Fray Gerardino, ¿sabes cantar?

Y habiendo respondido que sí, díjole fray Egidio:

-Pues canta conmigo.

Y en diciendo esto sacó fray Egidio de su manga una cítara como las que los muchachos suelen hacer, y empezando desde la primera cuerda y siguiendo por las demás, fue contestando en verso, deshaciendo, uno por uno, los argumentos todos de fray Gerardino. Contra el primero cantó:


      Yo no hablo del ser del hombre antes de la Creación,
fray Gerardino;
porque entonces nada es y nada puede;
hablo del hombre ya creado, al que dio Dios
la voluntad para merecer obrando el bien o desmerecer haciendo el mal.
Has dicho mal y erraste, fray Gerardino,
porque el Apóstol no habla de la nada en cuanto al ser, ni en cuanto al
poder;
sino en cuanto al merecimiento; por esto dice:
Si caridad no tuviere, nada soy.
—204→
Del alma separada del cuerpo, ni del cuerpo muerto hablé,
sino del hombre vivo, que consintiendo a la gracia obra el bien,
y rebelándose contra ella, obra el mal;
y si la Escritura dice «el cuerpo que se corrompe, al alma agrava»,
no le niega al hombre el libre albedrío.

Y siguiendo de este modo fue rebatiendo los argumentos tan sutil y devotamente que fray Gerardino confesó de nuevo su culpa, pero esta vez reconociendo que la criatura puede algo.

Y exclamó después fray Egidio:

-Ahora has dicho bien la culpa. ¿Quieres que te demuestre aún más claramente que la criatura puede algo?

Y subiendo sobre un arca, gritó:

-¡Oh, mísero condenado que yaces en el Infierno!

Y contestándose a sí mismo, haciendo la persona del condenado, con voz fuerte, terrible y espantosa, dijo entre alaridos y lamentaciones:

¡Ay! ¡Ay! ¡Desgraciado de mí!

-Dinos -preguntó fray Egidio-. ¿Por qué te has ido al Infierno?

-Porque los males que podía evitar, no los evité; y el bien que pude hacer, no hice.

-¿Qué harías, infeliz condenado, si tuvieras tiempo de penitencia?

-Poco a poco apartaría de mí a todo el mundo para librarme de las penas eternas; ¡porque el tiempo tiene fin y mi condenación jamás tendrá fin!

Luego, volviéndose fray Egidio a fray Gerardino, le dijo:

-¿Has oído cómo la criatura puede algo? Dime ahora: Si cae en el mar una gota de agua, ¿le da su nombre al mar o el mar a la gota?

Y contestó que queda absorbida la gota y su nombre, y todo se llamará mar.

En esto fray Egidio fue arrebatado en éxtasis a vista de los presentes y entendió que la naturaleza humana respecto a la divina, fue absorbida como gota en el océano infinito de la divinidad al encarnarse Nuestro Señor Jesucristo. El cual sea bendito por los siglos de los siglos. Amén.



  —205→  

ArribaAbajoCapítulo XII

De cómo fray Egidio hizo brotar tres lirios ante un fraile predicador que dudaba de la virginidad de María


Viviendo fray Egidio hubo un gran maestro de la Orden de Predicadores el cual padeció muchos años grandes dudas acerca de la virginidad de la Madre de Dios, pareciéndole imposible que pudiese ser, a un mismo tiempo, madre y virgen. Pero como verdadero católico se dolía mucho de sus dudas y deseaba hallar algún santo varón iluminado de Dios que le librase de ellas. Teniendo noticias de la santidad de fray Egidio y de cómo muchas veces era arrebatado en éxtasis permaneciendo en el aire, se determinó a ir en busca de él para manifestarle sus dudas. Al mismo tiempo fray Egidio, estando de noche en oración, Dios le puso de manifiesto la tentación de aquel fraile y cómo a la mañana siguiente vendría para manifestársela. Fray Egidio tomó el báculo en que solía apoyarse, porque ya era muy anciano, y salió a su encuentro. En cuanto lo vio venir, sin darle tiempo a que saludase ni dijese palabra alguna, hirió la tierra con su báculo, exclamando:

-Hermano predicador: ¡Virgen antes del parto!

Y en el sitio donde había dado con su báculo brotó súbitamente un lirio hermosísimo. Dio luego otro golpe, diciendo:

-Hermano predicador: ¡Virgen en el parto!

Y de la misma manera brotó otro lirio blanquísimo.

Y por tercera vez hirió el suelo con su báculo diciendo:

-Hermano predicador: ¡Virgen después del parto!

E inmediatamente brotó un tercer lirio blanquísimo y muy hermoso. Y habiendo dicho y sucedido estas cosas, fray Egidio huyó de aquel sitio. Entretanto el hermano predicador, sintiéndose repentinamente librado de sus dudas y tentaciones, anduvo preguntando muy maravillado si aquel fraile era fray Egidio, y le contestaron que, efectivamente, lo era. Y desde entonces le tuvo siempre grandísima devoción y lo mismo a toda la Orden.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo fray Jacobo de Masa fue aconsejado por fray Egidio


Muy devoto era fray Jacobo de Masa, lego y santo varón que había estado con Santa Clara y con muchos de los primeros compañeros de San Francisco.

Teniendo el dicho fray Jacobo de Masa éxtasis por la gracia de Dios, quiso ser aconsejado de fray Egidio sobre la manera de conducirse con esta gracia.

Y contestole fray Egidio:

-Ni añadas, ni disminuyas, y huye de la multitud cuanto te sea posible.

A lo cual contestó fray Jacobo de Masa:

-¿Qué quieres decir con esto? Ruégote, reverendo padre, que me lo expliques.

Y fray Egidio contestó seguidamente al santo fray Jacobo de Masa:

-Cuando el entendimiento está dispuesto para ser introducido en aquella gloriosísima luz de la Divina Bondad, no añadas por presunción, ni disminuyas por negligencia y ama cuanto te sea posible la soledad para guardar la gracia.

En loor de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.



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ArribaAbajoApéndice a la vida de fray Egidio27

De ciertas revelaciones, visiones y tentaciones que tuvo antes de su muerte


San Francisco sabía, por la gracia del Espíritu Santo, que fray Egidio era varón de Dios y de buen ejemplo, de lo cual alegrábase mucho, y le facultó para que morase donde quisiese; pero fray Egidio le contestó que no quería vivir con tanta libertad. A los siete años de su conversión le envió San Francisco a un desierto del llano de Perusa, llamado Fabione, donde, en razón a sus buenas obras, Dios obró con él grandes prodigios. Entre otros muchos beneficios que le hizo Dios, estando cierta noche en oración, tuvo tanta consolación divina, que parecía que Dios quería llevarse su alma para sí; su cuerpo resplandecía como el sol, y el Señor le manifestaba muchos secretos, y de tal suerte le daba fuerzas en su servicio y tuvo tanto consuelo y tan elevada contemplación, que su alma arrebatada en Dios, sentía una secreta alegría que no quería descubrir. Por lo cual decía:

-¡Bienaventurado el varón que sabe guardar y conservar las cosas secretas de Dios; porque nada hay tan oculto que no sea manifiesto y revelado queriéndolo Dios! Yo tengo miedo a mí mismo y   —208→   prefiero que antes sean reveladas por otros que por mí. El enemigo de la humanidad progenie se esfuerza siempre atormentando a los santos de Dios, con permiso del Altísimo.

Poco después de estas consolaciones y en aquel mismo desierto, entrando una vez en su celda, luego de haber dicho sus oraciones, vio a Satanás, y no pudiendo sufrir su fealdad, púsose en oración, rogando con el corazón a Dios, puesto que con la lengua no podía. Y enseguida viose libre de la enojosa presencia del demonio. Pocos días después, hablando con San Francisco, le preguntó:

-¿Hay algo más doloroso que ver al demonio, que sólo durante un padrenuestro causa la muerte al hombre?

Contestó San Francisco:

-Nadie podría sufrir la vista del demonio durante el rezo de medio padrenuestro sin morir repentinamente, si Dios no le socorriera con sus auxilios.

Y oyéndole fray Egidio se convenció de esta verdad. En otra ocasión, antes de esto, estando en la iglesia de San Apolinar de la ciudad de Spoleto, donde vivían los frailes en aquel tiempo, levantose de noche y entrando en la iglesia muy de madrugada, púsose arrodillado en oración, cuando sintió sobre sí al demonio que le oprimía y molestaba. Escapando como pudo, llegó a la pila del agua bendita y persignándose con el agua se vio seguidamente libre del enemigo. Dieciocho años después de su conversión, en aquél en que pasó de esta vida al Cielo San Francisco, yendo fray Egidio y su compañero al desierto desde el obispado donde estaba el convento de los frailes, la noche siguiente a su llegada, vio en sueños a un emperador que se le mostraba con gran familiaridad, lo cual debía significar algo que le ocurriría. Entonces levantáronse y siguieron hacia el yermo, donde quería celebrar fray Egidio con su compañero la cuaresma de San Martín. Allí fray Egidio vio en visión a San Francisco, y en viéndolo le dijo:

-Quisiera que hablásemos los dos.

A lo cual contestó San Francisco:

-Me place; y no tengas pereza si quieres hablarme.

Lo cual dijo con el fin de alentarlo a prolongar su oración. Antes de Navidad, estando durante la noche orando con toda devoción apareciósele visiblemente el Señor. Fray Egidio, por el mucho olor que sentía, daba grandes voces y parecía que su naturaleza iba a desmayarse por no poder resistir a tanto goce; y como cierto fraile   —209→   oyese las voces que daba a causa de aquel suave olor, empezó a temer mucho. Y llamó a su compañero, y le dijo:

-¡Ven enseguida que fray Egidio se muere!

Y acudiendo aquél le preguntó qué tenía. Y contestó fray Egidio:

-Ven, hijo; pues deseaba mucho verte.

Porque, en efecto, le amaba mucho y confiaba en él, ya que conocía sus buenas costumbres desde la infancia. Y contole detalladamente cuanto le había acontecido. Oyendo estas cosas el compañero de fray Egidio, comprendió que todo era obra divina; y como volviera después a la celda de fray Egidio y le hallase llorando y lamentándose mucho, advirtiole que no se afligiese tanto, porque en ello íbale la vida. A lo cual fray Egidio contestó:

-¿Cómo no he de llorar yo, puesto que comprendo cuán enemigo soy de Dios y cuánto Él es misericordioso y quiere concederme tan grandísimos favores que dudo mucho que pueda cumplir su santa voluntad?

Y decía estas cosas por la gracia especial que Dios le había concedido; gracia por la cual habíase renovado maravillosamente; y dijo a su compañero:

-Hasta el presente iba adonde quería y cuanto quería hacer lo efectuaba con la ayuda de mis manos; pero de ahora en adelante no será así, puesto que siento en mí mismo lo que debo hacer y se me pide mucho más de lo que puedo dar.

Y su compañero le dijo:

-El Señor da la gracia a su sirviente y con su gracia le rige: sin embargo, bueno es tener temor.

Y esta respuesta fue muy del agrado de fray Egidio. Y no es posible decir cuánto fue el placer y el desconocido y suavísimo olor de que gozó desde tres días antes de la Natividad del Señor hasta el de la Epifanía, de día y de noche; mas no continuamente, sino con intervalos, de tal manera que le parecía que no podría resistir tanta alegría y claridad como sentía.

Rogaba a Dios fervorosamente que no le impusiera tanta carga, alegando que no era a propósito para ella, pues era tonto, no tenía estudios y mucha simpleza y torpeza. Y cuanto más indigno se creía, más le aumentaba Dios su gracia y dijo, en fin, que de la misma manera como Dios infundió el Espíritu Santo a los Apóstoles, así también se hizo con él. Cierta noche, cuando fray Egidio se   —210→   hallaba delante de su celda hablando con aquel su compañero de las cosas de Dios con mucha devoción, vieron un gran resplandor. Y preguntándole el compañero a fray Egidio qué era aquello, contestó:

-Déjalo pasar.

Había entonces un varón religioso y santo a quien Dios había revelado sus secretos, por lo cual un poco antes de que le sucediese aquello a fray Egidio, vio en sueños, aquel santo religioso, que un día apenas salido el sol se volvía a poner. Y como viera después a fray Egidio tan cambiado y tan maravillosamente exaltado de nuevo espíritu de gracia, le dijo que su fin sería al lado del Hijo de la Virgen. Luego fray Egidio, después de estas cosas, conservó la gracia con cuanta solicitud pudo; y decía:

-Sobre todas las gracias y virtudes, es la mayor seguir las virtudes y conservar las gracias que nos han sido dadas. Por esto se ha dicho que los Apóstoles, fuego que hubieron recibido el Espíritu Santo, tenían mucha más carga sufriendo las tribulaciones y conservando la gracia que les había sido concedida. De entonces en adelante fray Egidio estaba velando en su celda y evitaba cuidadosamente cualquier distracción; y si alguno le refería algo o le preguntaba alguna cosa, decía lo siguiente:

-No quiero saber el pecado ajeno.

Y cuando se le refería algo:

-Mira hermano: guárdate bien de mirar lo ajeno sino en cuanto te sea de utilidad o de interés; al siervo bueno y fiel, le da Dios mayores cosas y le aumenta la gracia dada de tal manera que no la puede ocultar.

Por esto mismo si alguno trataba con él de la gloria y de los goces del Paraíso, inmediatamente se extasiaba su espíritu y permanecía inmóvil sin hablar ni moverse del sitio, y así permanecía mucho tiempo, de día y de noche.

Por esto también esquivaba la compañía de los seglares y aun la de los frailes y religiosos. Acerca de esto, decía:

-Mucha mayor seguridad tiene el hombre de salvar su alma con pocos que con muchos; es decir, viviendo solitario, pensando únicamente en Dios y en su alma, porque sólo Dios creó el alma y el cuerpo y es su amigo y no los demás.

Y hablando por experiencia, decía también:

-¡Qué grande y extraordinaria excelencia el conocimiento de la   —211→   propia alma! Solamente la conocen Dios y aquél a quien Él se digna revelarlo. Si San Pedro y San Pablo bajaran a este mundo y me encargaran de otros, no satisfaría a las personas que quisieran hablarme y no las creería. Quien atiende mejor al negocio de su propia alma, hace mejor el de sus amigos. Y el hombre puede perder por su culpa muchas consolaciones y visitas de Dios, que no encontraría después jamás.

A ejemplo de lo cual ponía el de aquéllos que juegan a los dados, en los cuales, por un punto que es cosa tan pequeña, pierde un hombre; y así también, por un leve pecado, si el hombre no acierta a guardarse, pierde mucha ganancia en su alma.

Decía también San Francisco:

-Ten cuidado, no pierdas riendo lo que has ido ganando llorando.

Fray Egidio desde los primeros días de su conversión no se cuidó mucho de su cuerpo, poniendo siempre su pensamiento en Dios y en su alma, y así había hallado gracia en Dios y había sido honrado por Él con la apreciación de secretos celestiales. Y como en los tiempos de San Francisco pensaban como él algunos frailes, dirigiéndose a éstos les decía:

-Conviene guardar los secretos de Dios y su tesoro, con mucho temor y vigilancia.

Fray Egidio recomendaba el convento de Scettona y, por la misericordia de Dios y la gracia singular que le había sido mostrada en este convento, alabábalo sobre todos los demás de esta y de la otra parte del mar; y decía que al convento de Scettona debían ir los hombres con suma reverencia y gran devoción, porque él, con razón, decía estas cosas.

¡Oh, fray Egidio! ¡Varón verdaderamente santo a quien Dios ha concedido tanta gracia!

Refiriéndose a otra persona hablaba de sí mismo y decía:

-Cuenta San Pablo que fue arrebatado hasta dos veces y no sabía decir si en cuerpo o fuera de él. Dios sabe lo que yo no sé; de haberlo sabido, ciertamente lo hubiera dicho.

Viviendo fray Egidio en el convento del Santo Ángel, existente en el condado de Perusa, cierto día por la tarde, a la hora de los frailes acostumbraban retirarse después de cenar, comenzó a llamarlos con muchas voces y palabras muy ardientes; y se arrobó en su presencia hasta el canto del gallo. Y había una clarísima luz de   —212→   luna. Y separándose de los demás frailes y yéndose a su celda, de pronto apareció sobre él un resplandor tan grande que diríase haberse eclipsado la luz de la luna.

Ante este prodigio casi se desmayaron los demás frailes. Y como volviera con ellos el que poco antes se fuera, les dijo:

-¿Qué hubierais hecho, hermanitos míos, si hubieseis podido ver una cosa mucho mayor, si por tan poco como habéis visto casi os desmayáis?

Y añadió enseguida.

-Aquéllos que no ven las cosas grandes hácenseles grandes las cosas pequeñas; y como los demonios no pueden atacar con el miedo a los hombres santos, les atacan con cosas maravillosas, usando diversas artes de tentación; esto es: de vanagloria y soberbia.

En otra ocasión, hallándose en su celda, oyó a unos demonios que se decían entre sí:

-¿Por qué se afana tanto este hombre, puesto que ya es santo?

Después dijo él a un compañero suyo en quien confiaba mucho, que había oído aquellas palabras sin cuidarse para nada de ellas, porque conoció que eran una tentación del demonio. En otra ocasión, hallábase en el huerto del convento a la sombra de un olivo, cuando le preguntó el demonio:

-¿Qué escribes?

Y él contestó:

-¿Quieres que te lo diga?

Y como el demonio contestara: «Sí, dímelo», dijo fray Egidio:

-El fuego es para nosotros una unción y la contemplación una papilla.

Y otras cosas dijo en su lengua que yo no entendí, porque ignoraba todas aquellas cosas. Otra vez, reprendiendo con toda humildad y caritativamente a un hermano que se lo merecía, como éste se disgustara un poco, en llegando la noche tuvo una visión que le manifestó:

-No te enfades, hermano, por la reprensión del santo, que quien le crea, bienaventurado será.

El dicho hermano fuese muy luego a él, rogándole que le reprendiera más duramente.

Acercándose el tiempo de su muerte, a fin de que tuviera más descanso y más victorias, era entonces mucho más tentado del adversario;   —213→   y así, cierta noche, queriendo descansar después de una muy larga oración, comenzó el demonio a apretarle tan ferozmente, que no podía moverse; y como se quejara con muchas ansias, fray Graciano, que le servía, oyó sus quejidos, y acercándosele más y oyendo más claramente, comenzó a decir consigo mismo:

-Sigue adelante y ve lo que tiene; si está en oración, le dejas, y si tiene algo, le ayudas.

Y así llegó hasta la misma puerta de la celda y púsose a escuchar y viendo que tenía una gran fatiga, le preguntó cariñosamente qué le ocurría. Y contestó él:

-Ven, hermano, y mírame.

Y como no pudiese abrir la puerta, exclamó muy maravillado:

-¿Qué es esto que no puedo abrir?

Y fray Egidio le dijo:

-Entra, hermano; empuja fuertemente para que puedas abrir, porque yo estoy apoyado en la puerta y no me puedo levantar.

Por lo cual el fraile, empujando fuertemente, abrió, fuese a él y sacándolo al claustro, con toda su fuerza no podía lograr sostenerlo en pie ni enderezarlo.

Y fray Egidio dijo:

-Déjalo estar. Todos estamos en manos de Dios.

Y obedeciendo el fraile a su mandato, le dejó; y dejádole que hubo, el demonio llevóselo de aquel lugar. Y levantándose después fray Egidio y habiendo descansado un poco, dijo a su compañero estas palabras:

-¿Por qué se empeña tanto en impedir los beneficios de Dios? -y agregó-: ¡Bien hiciste, hermano mío, cuando viniste a mí. Dios te lo pague!

Dijo el otro:

-Padre: ¿Por qué no me llamabas ni me decías tu mal? Si entonces hubieses muerto, muy reprensible fuera en ti y en nosotros.

A lo cual contestó fray Egidio:

-¿Qué se te da a ti, hermano mío, si se vengan de nuestros enemigos? Porque cuanto más estorban nuestros enemigos los beneficios de Dios, tanto más son castigados en el Infierno. ¿Por ventura Dios no estuvo defendiéndome desde un principio? Y era obra de su misericordia que permitió perseguir al pecador que se sabe nacido y concebido en pecado, y no debe maravillarnos que el demonio se esfuerce tanto en estorbar al que quisiese escalar la cumbre   —214→   desde donde él cayó. Por esto muchas veces me ha atribulado y afligido mucho sin dejarme descansar en modo alguno.

También cierta noche cercana a la festividad de San Benito, hallándose el santo fray Egidio haciendo oración a Dios, el demonio le tentaba, mortificaba y molestaba mucho; por lo cual gritó, con mucho miedo, diciendo:

-¡Auxilio, hermanos! ¡Auxilio, hermanos!

A cuyas voces, fray Graciano, que se hallaba allí cerca, se levantó corriendo y yéndose tras él, comenzó a llamarle y decirle:

-No temas, padre, que yo te socorreré.

Y entrando en su celda, dijo:

-¿Qué tenías, padre?

Y él contestó:

-No te preocupes, hermano.

Y el fraile agregó:

-Déjame estar a tu lado, puesto que el demonio te causa tanto trabajo y molestia.

Pero fray Egidio dijo:

-¡Dios te lo pague, hermano! Has hecho bien en venir; pero ahora vuélvete a tu celda.

Y a la noche, después de comer, dijo:

-Esta noche voy al martirio. ¡Lo espero!

Como si dijera: «No lo rehúso». Por lo cual, estando hablando, dijo a su compañero:

-No habrá ninguna religión mejor ni tan acomodada para servir a Dios, como la de los frailes menores.

Acercándose el día de su muerte, llegándose a los frailes con mucha alegría, dijo moviendo conversación con un compañero.

-¿Qué te parece, hijo mío? Yo he hallado un gran tesoro, de tan grande y esplendoroso fulgor, que mi pobre lengua carnal no lo puede expresar:

Y añadió luego:

-¡Hijo mío! Yo me voy. ¿Qué te parece sobre mi marcha? ¿Seré bendito de Dios?

Y repetía muchas veces estas palabras y estaba tan contento y tan lleno de alegría, que, cuando las decía, parecía ebrio del Espíritu Santo.

Este fraile convidole a comer, y entonces le contestó fray Egidio:

-Yo tengo una vianda mejor.

  —215→  

Y el fraile, como tentándolo, contestó:

Así conviene, padre mío, que toméis buen alimento.

Pero al santo no le agradaron estas palabras, y dijo:

-No has hablado bien, hermano mío; no has dicho bien. Hubiese preferido que me hubieses dado un golpe.

Es de creer que aquella alma santa apenas se separó del cuerpo mortal iría por aquel fruto del Cielo, por aquel tesoro que tanto había deseado encontrar, desde los días de su conversión hasta aquel día, y por el cual tantísimo se había afanado. Mas aquella muerte que tanto había deseado, concediósela Dios benignísimo, según fue su voluntad; pues estando un día hablándole un hermano de que el siervo de Dios siempre debiera alentar el deseo y la sed de morir en el martirio, fray Egidio, con rostro muy suave y mirada tranquila, contestó:

Yo no quiero morir de otra muerte que de aquella que Dios Nuestro Señor quiera.

De allí a pocos días, muy cercano ya al de su muerte, comenzó a tener fiebre y a sentir mucha fatiga, mucha tos, dolores de cabeza y presión del pecho, sin que pudiera dormir, ni siquiera reposar. Y con el fin de que pudiese tener algún descanso, los frailes le llevaban al lecho.

Un día, siendo la víspera de San Jorge mártir, a la hora de rezar Maitines, habiéndole llevado los hermanos al lecho y pareciendo como que descansaba un poco, sin ningún síntoma de muerte, cerró dulcemente los ojos y los labios, y su alma santísima fue llevada al Paraíso.

Dios te condujo a San Francisco para que le siguieses, y te vistió de religiosos hábitos.

Cincuenta años después del día en que viniste a la Orden para hacer penitencia, te sacó Dios de penitencia y te ha llevado al descanso eterno.

Cierta persona, muy santa, vio en visión que el Señor, con legiones de ángeles y de santas almas, lo llevaron por el aire antes de que subiese al Cielo; y con honor, gloria y cánticos angélicos, acompañaron su alma bienaventurada.





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