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Las lectoras en los cuentos de Clarín. La lectura como instrumento de conocimiento de sí misma

Lieve Behiels


Lessius Hogeschool, Antwerpen



Primero recordaremos la visión de Leopoldo Alas en cuanto a la educación de la mujer y el papel que otorga a la lectura. En un segundo apartado veremos cuáles son las lecturas de los personajes femeninos de varios cuentos de Clarín y cómo los afectan. Los cuentos de los que nos ocuparemos son «Un documento», fechado en junio de 1882, «Rivales» y «La imperfecta casada», ambos de 1893.

Resulta imposible hablar de la lectura de las mujeres personajes de obras literarias del siglo XIX sin hacer referencia, aunque sea muy de pasada, a la lectura femenina fuera del ámbito de la ficción. El problema de la lectura nos remite al de la educación de la mujer, tema de debates encarnizados en el último cuarto del siglo. Alas no ofrece solución positiva a la cuestión de la educación de la mujer, pero ridiculiza la que propone la misma instrucción para chicos y chicas, como en el siguiente Palique publicado en La Correspondencia el 18 de noviembre de 1892:

Que la mujer debe instruirse es indudable. Pero instruirla como al hombre, sólo se le ocurre a quien vive sumido en el pedantismo medioeval y en medio bárbaro, que tiene brutales soluciones para todos los problemas del cielo y todos los de la tierra. [...]

Es muy fácil no asustarse porque haya en una nación veinte, cien, mil señoritas bachilleras y doctoras. Hasta ahí puede tener gracia, y sobre todo pimienta.

Pero figúrese que, como sería natural y justo, todas las mujeres, con posibles, quisieran ser médicas, abogadas, periodistas, ingenieras, catedráticas, etc., etc... como quieren todos los hombres1.



Esta negativa a que las chicas cursen las mismas carreras que los chicos se debe a la convicción, muy difundida entonces, de que hombres y mujeres eran seres profundamente diferentes en su cuerpo, diferencia que afectaba negativamente a la inteligencia de las mujeres2. Emilia Pardo Bazán, en cambio, defendía la idea de que la función reproductora no limitaba las facultades mentales y pedía una educación completa para las mujeres3.

Lo fundamental en la formación de la mujer no era tanto la instrucción sino una buena educación moral. En su reseña de Gloria de Galdós, Alas nos muestra el ideal de la mujer joven que no sólo sabe sentir, sino también pensar4:

Gloria, nunca bastante admirada, es el tipo de belleza femenil más hermoso que ha engendrado la fantasía de nuestros novelistas, y superior, sin duda, a otras muchas heroínas ya célebres en nuestra literatura contemporánea. Aquella niña que siente dentro de sí algo que es acaso el genio; que quiere someter a la autoridad su conciencia y no puede, y que arroja los libros por no juzgar, y sigue juzgando de todo con fiebre de discernimiento [...]; esa Gloria que a todo renuncia menos a pensar la verdad y a hacer bien, águila enjaulada como mísera avecilla [...]; esa Gloria que cada cual quisiera encontrar en su camino para llenar vacíos del corazón que pocas veces se colman, es perfectísima imagen de la mujer más pura, más noble, de la mujer digna en su pensamiento, como en su cuerpo, como en sus sentimientos5.



El hecho que de Gloria no haya pasado por ninguna escuela no dice nada negativo acerca de sus dotes intelectuales, casi al contrario. La independencia de juicio le proviene de sus lecturas y la joven la conserva incluso cuando, por orden de su padre, tiene que renunciar a los libros. Clarín no comparte, pues, la opinión, corriente hasta bien entrado el siglo XX, de que la lectura es enemiga de la laboriosidad en el hogar, esencial dedicación de la mujer6.

En la educación de la mujer, los libros desempeñan un papel esencial. Pero, ¿cuáles son los buenos libros a los que la mujer debería poder acceder? ¿Y a cuáles tiene acceso en la realidad?

Como en toda Europa y en Estados Unidos, en la España decimonónica se publican revistas específicamente dirigidas a las mujeres7, que vehiculan, en términos de Peter Gay, el «autorretrato femenino colectivo»8. Las mismas mujeres producen una abundante literatura, leída casi exclusivamente por otras mujeres y despreciada por la crítica contemporánea y posterior9. Clarín se expresa sobre esta producción novelesca y sus productoras con un desprecio hiriente, como, por ejemplo, en su artículo «Las literatas»10. En los hogares de la clase media estaban al alcance de las lectoras, además de revistas y novelas, los libros píos y devotos. En uno de sus solos, dedicado a «El libre examen y nuestra literatura presente», destaca como uno de los méritos de Galdós que su obra ha penetrado «en el santuario del hogar, allí donde solían ser alimento del espíritu libros devotos y libros profanos de hipócrita o estúpida moralidad casera, sin grandeza ni hermosura»11. Galdós se convierte así en autor recomendable para las mujeres porque trata de temas de actualidad de una manera que incita a la reflexión.

Clarín parece contestar positivamente a la pregunta de qué deberían leer las mujeres en un ensayo titulado La leyenda de oro que salió a la luz en un libro póstumo, Siglo pasado, publicado en 1901. El texto se presenta como un híbrido entre la crítica literaria de un libro de Paul Sabatier titulado Un nouveau chapitre de la vie de Saint François d'Assise, y un intercambio de cartas ficticias entre una mujer de 26 años, Elisena y un hombre que se supone algo mayor, Elíseo, al que pide sugerencias de lectura. Éste le sugiere La leyenda de oro, colección medieval de vidas de santos, y como Elisena le pide primero una «propedéutica»12. Elíseo la orienta hacia publicaciones recientes de historiadores fehacientes sobre temas relacionados con la religión y la vida de los santos, entre las cuales figura la publicación de Sabatier. Volveremos a este ensayo por las ideas que contiene acerca del interés de la lectura piadosa bien entendida.

El texto siguiente de Siglo pasado se titula «El arte de leer» y se dirige a un público general, no exclusivamente femenino. En él, Clarín defiende una selección de los libros inteligente, guiada por «las advertencias de la crítica concienzuda»13 y aboga por la lectura de los clásicos. Al analizar el impacto de los libros en las lectoras, habrá que tener en cuenta la siguiente observación:

La libertad del pensamiento, de la prensa, etc., nada tiene que ver con que un padre de familia, v. gr., ejerza en su casa la previa censura para las lecturas de su familia. Y téngase en cuenta que no es sólo por motivos de moralidad y de fe por lo que debe desecharse tal o cual libro. Lo necio, lo insípido, lo adocenado, lo gárrulo debe proscribirse también14.



En esta óptica, las lecturas de la esposa y de los hijos deberían ser dirigidas por el pater familias, no sólo en lo moral, sino también en lo intelectual y lo estético.

Pero ya es hora de ver qué les pasa a las lectoras de los cuentos clarinianos a consecuencia de sus lecturas. La protagonista de «Un documento» tiene treinta y seis años y aspira a otra vida, distinta de la vida inmoral y decadente que había vivido hasta entonces. Lee libros de los místicos españoles y Schleiermacher no porque se lo aconseje un guía espiritual sino porque se los regalaron unos adoradores. Las conclusiones que saca Cristina se presentan primero por el lado práctico, ya que reduce significativamente el tiempo pasado en su tocado, aunque no por ello brille menos su hermosura. La reforma interior anda mal encaminada desde el principio, puesto que leemos que «Ya no mira la duquesa como quien prende fuego al mundo, sino con ojos lánguidos, que fingen, sin querer fingir, una sencillez y una modestia encantadoras»15. Una mujer que domina como Cristina el arte de la coquetería no puede volver a ser sencilla ni modesta, aunque lo quisiera, de modo que su conversión resulta, al menos, ambigua. Su renuncia a los afectos mundanos tampoco es total: «Cristina amaba como ninguna otra mujer al adorador anónimo; a este amante no había renunciado, ni aun después de leer a San Juan y a Schleiermacher»16. Además, el narrador da a entender que al gran místico español lo ha leído mal: «Cristina [...] un mes antes estaba enamorada de San Juan de la Cruz, y hubiera dado cualquier cosa por ser ella la iglesia de Cristo, la esposa mística a quien el santo requiebra tan finamente»17. Se trata de una de las numerosas muestras de ironía del narrador, ya que la voz poética del Cántico espiritual es la de la esposa que sale en búsqueda del amado y no al revés. Y en los objetivos de Juan de la Cruz no entró jamás el que sus lectoras se enamorasen de él.

Cristina hace una lectura superficial e imitativa, propia de una adolescente. Es una manera de leer inadecuada para una mujer madura, como explica Elíseo a Elisena en «La leyenda de oro», el ya citado ensayo de Siglo pasado:

A tu edad, y con tu experiencia literaria, ya no se lee por copiar, ni de obra ni por escrito, lo leído. [...] No quiero que te excites con el ejemplo de la santidad como una chiquilla histérica de quince años. Nada de pasiones de colegiala18.



Cristina no renuncia al amor anónimo, y cuando este amor se concretiza en la figura del joven escritor Fernando Flores, quiere vivir con él el amor puro que nunca había conocido. Teniendo en cuenta la gran distancia social que los separa, Cristina tiene que animar a Fernando. El desencuentro amoroso que va a producirse entre los dos personajes viene predeterminado por el prisma literario a través del cual miran el mundo. Su primer encuentro a solas se produce en un coche de alquiler. Fernando, novelista naturalista, se pregunta si Cristina habrá leído a Madame Bovary, recordando una escena similar en la novela de Flaubert. Interviene el narrador para recordarnos que no: «No, infeliz, no ha leído tal cosa; Cristina lee a Schleiermacher y a fray Luis de Granada, no temas»19.

La información que nos da el narrador sobre estos personajes es suficiente para que la transformación del falso amor espiritual en amor carnal no nos coja por sorpresa: «Schleiermacher y los místicos se fueron a paseo»20. Para justificar la ruptura, Fernando echa mano de otro tipo de lecturas: la literatura idealista, y, concretamente, el drama Dalila de Octave Feuillet, en el que un joven artista deja el arte bajo el hechizo de una amante destructora. Como no quiere que le pase lo mismo, toma allí un argumento para romper la relación.

Hasta este punto del cuento, la literatura -mística, naturalista, idealista- ha sido el motor del amor; ahora el amor se va a convertir en pasto de literatura. Fernando decide que Cristina le «servirá en adelante como documento humano»21. Decide jugar hábilmente con las clásicas leyes de la verdad y de la verosimilitud, consciente de que la verdad, para que se considere verosímil, tiene que travestirse. Si Cristina no dramatiza la ruptura, no reacciona con la misma ecuanimidad ante la publicación de la novela. Se siente profundamente herida por el abuso de confianza y se venga de la afrenta con una carta de dos líneas en la que trata al autor de plebeyo miserable.

Cabe preguntarse si Cristina, mala lectora de literatura espiritual, es más penetrante cuando se trata de literatura naturalista. El narrador multiplica las señales de ironía al propósito:

Como obra de arte, el libro le pareció admirable. ¡Cuánta verdad! Era ella misma; se figuró que se veía en un espejo que retrataba también el alma. En algunos rasgos del carácter no se reconoció al principio; pero reflexionando, vio que era exacta la observación22.



Seguimos en la duda de si el retrato le parece logrado gracias a las habilidades del autor o debido a que ella suple inconscientemente los datos para que lo parezca, a partir del conocimiento que tiene de sí misma23.

El cuento «Rivales» puede figurar de contrapunto a «Un documento». Se trata otra vez de la relación entre un escritor de tercera fila y una lectora, pero en términos muy distintos. Víctor Cano, en su último libro, ha abandonado la literatura decadentista para «sacarle nuevo y delicadísimo jugo al oprimido limón de la moral corriente»24. La salida del libro, poco notada, coincide con el principio del verano y el escritor decide salir de Madrid y amar. Se enamora de la primera señora meditabunda con la que se encuentra en una fonda de estación. La dama está leyendo un libro forrado en papel de periódico, de modo que ni el personaje ni nosotros, lectores del cuento, consigamos verlo. Abandona la lectura para escuchar al enamorado novelista que como estrategia de seducción utiliza la fraseología de su anterior 'manera' literaria, la decadentista, que el narrador describe como un arma peligrosa: «las teorías metafísico-amorosas [...] que había vertido, como quien envenena un puñal, en la prosa de acero de su último libro»25.

El personaje, «texto vivo» (ibíd), una metáfora afín a la de «un documento», utilizada en el caso del cuento anterior, se presenta en competencia con el libro y durante un tiempo, lleva la ventaja. Cano llega a imaginarse de que su interlocutora comparte su convicción según la que la moral corriente sirve de dique de contención a las pasiones del vulgo pero que para los seres de excepción existe una moral superior que redime los amores fuera de la ley: «Llegó a creerla persuadida de que el matrimonio era un accidente insignificante, tratándose de almas místicas a la moderna» (ibíd, 66). Clarín no podía aguantar ese pseudo- o neomisticismo que escondía la sensualidad desbordante y las perversiones afectivas bajo un manto de religiosidad etérea. En el ensayo La leyenda de oro, Elíseo escribe a Elisena: «mucho menos te aconsejo que te dediques a neomística, decadente, de la clase de degeneradas, según Nordau; nada de eso» (Alas 1901:92)26 .

Cuando Víctor Cano cree llegado el momento de la «declaración mística»27, nota que su presa se le va escapando. Relaciona la falta de entusiasmo de la dama con el libro que iba terminando y que ahora ha vuelto a leer desde el principio. Y, efectivamente, cuando no puede aguantar más y declara su amor, la dama le contesta, «clavándole los ojos pensativos y cargados de lectura»28 que llega tarde, ya que tiene un rival que pudo más, un libro que supera la visión decadentista y recuerda la superioridad de la moral tradicional. En la lucha entre su supuesta superioridad pasional y su honradez burguesa recordó lo que había visto en los primeros capítulos de aquel libro, cuyo autor no recuerda: «Volví a él... y poco a poco me llenó el alma; ahora lo entendía mejor, ahora le penetraba todo el sentido»29. Cano recibe en la cara su propio mensaje, pero no el decadente de la penúltima manera sino el conservador de su manera más reciente.

En este relato no juega sólo la relación metafórica de la persona que es como un texto sino también la metonímica, la del texto que emana de una persona. La protagonista dice, sublime ironía situacional:

Si de alguien pudiera yo enamorarme sería del autor de este libro; pero la mejor manera de rendirle el tributo de admiración que merece ..., es obedecer su doctrina ... y, por consiguiente, enamorarse sólo del humilde y santo deber30.



La protagonista utiliza, pues, su lectura para orientar su conducta, en un viaje de ida y vuelta entre la experiencia vivida y la lectura, que se iluminan recíprocamente. Esta actitud la convierte en buena lectora según los criterios de Clarín. El que el autor del libro no rija su conducta según los mismos principios es una lástima, pero no cambia nada en lo esencial: cuando Cano se confiesa autor del libro que la dama tiene entre manos, ésta se aleja, desengañada ante tamaña inconsistencia ética.

«La imperfecta casada» es otro cuento dedicado a lo que la lectura hace con una mujer. El título es una referencia ni siquiera velada a la obra de Fray Luis de León, La perfecta casada, y el personaje central, «Mariquita Varela, casta esposa de Fernando Osorio» toma su nombre de doña María Varela Osorio, al que Fray Luis dedicó su obra31. Mariquita lee para llenar el vacío de sus días y empieza por los libros profesionales de su esposo, médico. Horrorizada por lo que encuentra allí, se torna hacia las humanidades. Como la literatura profana tampoco la satisface, se torna hacia la edificante. El estilo indirecto libre nos da acceso a las reflexiones de Mariquita, que empieza a tomar la lectura en serio

porque comenzó a ver en ella algo útil y que servía para su estado; para su estado de mujer que fue hermosa, alegre, obsequiada, amada, feliz, y que empieza a ver en lontananza la vejez desgraciada, las arrugas, las canas y la melancólica muerte del sexo en su eficacia32.



Mariquita ha interiorizado la perspectiva masculina dominante sobre el curso de la vida femenina en toda su crueldad. Ante la terrible perspectiva de dejar de ser la mujer que fue y la necesidad de dotarse de una nueva identidad, Mariquita busca en sus lecturas devotas una compensación y un consuelo pero lo encuentra solo al comienzo; pronto se da cuenta de su radical imperfección y de la distancia que tiene que recorrer todavía antes de ser de verdad virtuosa. La lectura la lleva a una especie de masoquismo espiritual: le sugiere que todo el mérito que pensaba sacar de la renuncia al mundo y de la tolerancia frente a los deslices de su marido no es más que engaño de sí misma. Pero el golpe de gracia le viene de la lectura de La perfecta casada de Fray Luis33 que dice a las claras que la mujer casada a quien le haya pasado por la cabeza la mera idea de la infidelidad ya es 'principiada ramera'. Mariquita se aplica la lección y recuerda que, efectivamente, hubo una época en que volvió al mundo e intentó en vano reanimar la pasión de sus adoradores de antaño.

La imagen final del cuento es de un absoluto desconsuelo: Mariquita espera al esposo ausente suspirando que la verdadera virtud le resulta inalcanzable. La lectura no ha servido más que para transformar su vago descontento inicial en un desasosiego radical y una radical soledad. El fracaso lector puede deberse a que Mariquita no considera la distancia temporal que la separa del contexto en el que escribía Fray Luis de León, como parece sugerir la lectura de otro cuento, La perfecta casada, publicado en el volumen póstumo Doctor Sutilis. Allí, el personaje Serafina se describe como

[...] la perfecta casada de fray Luis, pero a la moderna, con costumbres algo menos devotas, pues si no, hoy ya no hubiera sido la perfecta casada. Nada de gazmoñería, virtud expansiva, alegre; sacrificio constante de su egoísmo al interés de su marido e hijos, pero sin que se conociera esfuerzo alguno, con divina gracia34.



Aquí, como siempre, conviene precaverse de los riesgos de una lectura ingenua: el marido de Serafina se suicida «por no aguantar a la perfecta casada»35.

Si nos interesa saber cómo tendría que leer Mariquita podemos volver una vez más al ensayo La leyenda de oro, cuando Elíseo dice: «La lectura para el que sabe distinguir la vida de los libros, ya no es una sugestión hipnótica, sino una influencia de aluvión, a la larga y sin extremos. [...] Lo que busco es un calmante. Cierta virtud sedativa»36. La lectura de Mariquita ha conseguido el efecto diametralmente opuesto, probablemente porque no ha tenido quien la dirigiera. La perspectiva sobre la virtud absoluta que se le ha abierto sobrepasa sus facultades. Se puede reconocer el perfil psicológico de Mariquita en los «pobres espíritus» y «débiles de voluntad» descritos por Elisena en su respuesta a Elíseo:

Si no leyesen libros piadosos, de ejemplos de virtud, más que las almas decididas a emprender la vida beata, no tendría tantas ediciones el Kempis y el Año Cristiano. Bueno es que lean vidas de santos aun aquellos pobres espíritus que estén lejos del valor de obrar bien, con la debida constancia; algo les quedará; por de pronto, esa especie de música moral de las buenas acciones que halaga hasta los sentidos de los débiles de voluntad, que lleva al alma cierta serenidad propicia a la buena siembra, como en el campo el tiempo tibio37.



En los tres cuentos que hemos examinado, la lectura deja de ser un mero pasatiempo y desempeña un papel vital en la toma de conciencia y la actuación de los personajes femeninos. La protagonista de «Rivales» es buena lectora porque sabe utilizar la lectura como instrumento de análisis de la experiencia vital; el que el libro de que se sirva sea de un autor de tercera fila que no es más que un miserable no es óbice a que saque de él las conclusiones relevantes para su conducta. Clarín es el maestro de la elipsis, pero en esta ocasión habría sido interesante saber por qué caminos esta señora haya aprendido a leer tan bien. ¿Gracias a su esposo académico de la historia? No se nos informa al respecto. Cristina, la protagonista de «Un documento» se enfrasca en textos místicos que van más allá de sus facultades intelectuales; saca de ellos un ideal de amor condenado al fracaso desde el momento en que intenta ponerlo en práctica. La novela naturalista que su ex amante escribe acerca de ella después de haberla analizado como un documento humano sí que le enseña verdades sobre ella misma que antes ignoraba, aunque no es capaz de agradecérselo. «La imperfecta casada» es el relato más duro de los tres. Mariquita debe a sus lecturas piadosas la conciencia de que su renuncia al placer no es más que el disfraz de su indignidad moral pero no la encaminan hacia el consuelo espiritual.






Bibliografía

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  • Scanlon, G., La polémica feminista en la España contemporánea. 1868-1974, Madrid, Ediciones Akal, 1986.
  • Steenmeijer, M., «¿Defensa del naturalismo? Sobre 'Un documento' de Clarín'», Foro hispánico 15 (1999), pp. 91-97.


 
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