D. Agustín Moreto, de quien
quedan muy pocas noticias biográficas, es el primero
de nuestros dramáticos en cuanto a la fuerza cómica.
Inferior a Calderón y a Alarcón en la elocución
y en la intriga, inferior a estos y a Lope de Vega en la
nobleza, en el idealismo de los caracteres, se acercó
más a las pasiones y a los defectos de la vida actual,
y los marcó con el sello del ridículo. Si se
lo compara con Moratín, queda muy superior en la fuerza
cómica; si con Moliere, tiene más acción,
más invención, más gracia, menos exageración,
igual fuerza por lo menos, y sobre todo más respeto
a las costumbres. Sólo se le encontrará inferior
en la filosofía, más cultivada en Francia que
en España; mas no se hallarán jamás
en el cómico español los largos razonamientos
y conversaciones que nos hacen bostezar en la representación
de El Misántropo y de El Tartufo, comedias sin acción
ni movimiento, notables sólo por la belleza de las
máximas y por los rasgos cómicos de la elocución
y de la situación que el genio admirable de Moliere
sabia sembrar tan a propósito en sus comedias.
Cáncer,
contemporáneo, amigo y colaborador de Moreto, dice
de él que estaba siempre leyendo y buscando comedias
antiguas (ya lo eran en aquel tiempo las de Lope después
que Calderón se apoderó del teatro), para convertirlas
en nuevas. En efecto, No puede ser guardar una mujer de Moreto,
tiene la misma acción que El mayor imposible de Lope.
El parecido en la Corte, es tomado de Los Menecmos de Timoneda,
y de La Española de Florencia de Lope, que lo
—247→
era
de una comedia de Lope de Rueda; y El desdén con el
desdén, quizá la mejor comedia urbana de nuestro
teatro, se roza con Los milagros del desprecio de Lope, Los
desprecios en quien ama de Montalván, Celos con celos
se curan de Tirso de Molina, y Para vencer a amor, querer
vencerle de Calderón.
Pero si Moreto imitaba la fábula,
en cuya invención no era muy fuerte, dejaba muy atrás
a sus modelos en los incidentes cómicos y en la creación
y desenvolvimiento de los caracteres. Para justificar nuestra
opinión, basta analizar El desdén con el desdén.
Nadie ignora su fábula. Diana aborrece el amor, y
Carlos obliga a aquella mujer desdeñosa a que le ame,
fingiendo desdeñarla. Este es con poca diferencia
el argumento de la fábula en los dramas antes citados
de los autores que habían antecedido a Moreto.
Pero
¡cuánta superioridad despliega éste en la composición
y conducta!, Diana no es una melindrosa y altiva, como la
Doña Juana de Lope de Vega; ni una amante que desea
arrojar a un amigo del corazón de su amante, y por
eso excita su pasión con celos, como La Sirena de
Tirso; ni una ambiciosa que lleva a mal deberle al casamiento
con su primo el estado que creía pertenecerle, como
La Margarita de Calderón. Diana es desdeñosa,
porque sus lecturas y sus reflexiones la han convencido de
los peligros del amor; está dispuesta a obedecer a
su padre y a casarse; pero sin ilusión, sin elección
propia, sin preferencia.
Diana ha tomado todas las precauciones
posibles contra el amor; pero su inexperiencia le ha impedido
tomarlas contra la vanidad. Esta la obliga a desear triunfar
del desdén de Carlos, y a hacer que se enamore de
ella. Cuantos medios pone para conseguirlo se vuelven contra
ella, e introducen el amor en su pecho; porque es imposible
que trate con él a todas horas de asuntos amorosos,
sin contraer esta pasión; y esto lo ignoraba también
Diana por su inexperiencia. Así es que, el espectador
no deja de interesarse por
—248→
ella, aunque conoce lo ridículo
de sus conatos, porque los disculpa la ignorancia.
Carlos
interesa también, aunque ama y miente. Su disculpa
es el conocimiento que a todas tiene de los proyectos de
Diana por los avisos que le da su criado y espía Polilla,
avisos que le sirven para continuar en su plan de desdén
fingido; porque su amor es tan vehemente, que sin ellos le
hubiera sido imposible conservar la máscara. Todo
está perfectamente trabado, todo previsto en el plan
y en la conducta de esta inimitable comedia.
Llámola
inimitable, y no sin razón. Moliere la tomó
por modelo en su Princesa de Elide, y se estrelló.
Su desdeñosa no tiene los mismos motivos que Diana
para serlo, y así, ni su carácter está
debidamente fundado, ni interesa. Una mujer que se declara
contra el amor por melindre o por altivez, no puede nunca
interesar.
Moliere nada añadió a Moreto, antes
le quitó mucho. Veamos si tuvo razón para ello.
Según Moreto, en el palacio del conde de Barcelona,
cuya hija era Diana, se celebraba por Carnestolendas una
fiesta en la cual salían por suerte galanes y damas;
y cada uno debía acompañar y cortejar a la
que le tocaba durante aquel día, en el paseo, en el
banquete y en el sarao. Diana, resuelta ya a vencer el desdén
fingido de Carlos, hace que la suerte los reúna, lo
que da lugar a la siguiente escena, una de las mejores de
todos los teatros, en la cual se desenvuelven con verdad
maravillosa los caracteres de entrambos protagonistas.
De esta escena no se encuentra
el menor vestigio en el drama de Moliere, por el malhadado
furor de reducir toda la acción a las 24 horas.
En
el tercer acto prepara Diana a Carlos la última y
más temible de sus asechanzas, dándole celos.
Carlos, advertido aparte por Polilla, le vuelve la flecha.
Moliere dio lugar a esta escena en su
drama; pero suprimió los versos dichos por Carlos
con entusiasmo afectado al ver a Cintia. Las mismas hipérboles
de que se vale, producen en Diana la convicción de
que Carlos ama a Cintia; además de que aquellas hipérboles
eran entonces muy acostumbradas en el discreteo palaciego.
No sabemos por qué omitió Moliere un trozo
admirable para la intriga y para pintar el carácter
que Carlos afecta.
El desdén con el desdén
es una de las composiciones más clásicas de
nuestra literatura, por la admirable filosofía con
que está concebido y ejecutado el plan. Todo es acción
en él; y siendo uno de los grandes escollos del arte
hacer variar las disposiciones interiores de un personaje,
lo salvó Moreto con suma destreza y felicidad.
Pasemos
ya a El lindo D. Diego, carácter en que Moreto no
tuvo antecesores, porque los lindos no pudieron existir ni
en la corte belicosa y política de Felipe II, ni en
la austera y devota de Felipe III. Sólo pudieron descollar,
por su ridiculez, entre las galanterías del palacio
de Felipe IV. La necedad de los Narcisos supone ya una civilización
refinada, y mucha degradación en las costumbres.
—260→
El lindo D. Diego viene a Madrid en compañía
de su hermano D. Mendo, hombre juicioso, a casarse uno con
Inés, y otro con Leonor, sus primas e hijas de su
tío D. Tello. Este trata de corregir al lindo de,
quien todos se burlan. D. Juan, amigo de D. Tello, amaba
a Inés. Su criado Mosquito, introduciendo con D. Diego,
le persuade a que aspire a un matrimonio más alto,
enamorando a una condesa, prima de Don Juan. Esta no se hallaba
a la sazón en Madrid; pero Mosquito sustituye en su
lugar a Beatriz, criada de Doña Inés, que hace
muy bien su papel. D. Diego renuncia por la fingida condesa
la mano de su prima, que casa con D. Juan, y descubierto
el engaño, queda castigado el lindo.
La exposición
es excelente; la trama bien urdida; el carácter de
D. Diego bien desenvuelto. Censurándole su hermano
que tarda tanto tiempo en vestirse y engalanarse, se disculpa
diciendo:
¿Veis este cuidado vos?
Pues es virtud más que aseo,
porque siempre que
me veo
me admiro y alabo a Dios.
Al mirarme todo entero
tan bien labrado y pulido,
mil veces he presumido
que era mi padre tornero.
Créese amado de todas
las damas:
Pues al pasar por las rejas,
donde voy logrando tiros,
sordo voy de los suspiros
que me dan por las orejas.
Cuando hace la visita de
novia a Doña Inés, dice que la cree muy feliz
en merecerlo. Su vanidad, su estupidez, compañera
inseparable de la lindeza en los
—261→
hombres, y sus modales
groseramente orgullosos, indisponen contra él a su
suegro futuro.
La escena con la supuesta condesa, que por
consejo de Mosquito le habla en el lenguaje culterano, es
una de las mejores de la comedia.
D.
Juan lo encuentra hablando con la condesa, finge enojarse
y quiere reñir con él; pero llega D. Tello
y todos se reportan. Beatriz, por no ser conocida de su amo,
se echa el manto a la cara. D. Diego y Mosquito la siguen.
Como el lindo insistiese en no separarse de ella, Mosquito,
para que la dejase libre, le dice:
MOSQUITO
Señor, advierte una cosa,
que esta condesa es golosa,
y esto lo hace por entrar
sola en ese confitero
a comprar dulces sin susto.
D. DIEGO
Tiene lindísimo gusto;
a eso entraré
yo el primero.
MOSQUITO
¿Llevas dinero?
D. DIEGO
Ni
blanca.
MOSQUITO
¿Pues a qué has de entrar allá?
—265→
D. DIEGO
¿Pues qué riesgo en eso habrá?
MOSQUITO
¿Donde está tu mano franca,
has de
consentirla que
pague lo que a comprar va?
D. DIEGO
¿Eso dudas? Claro está
que se lo consentiré.
MOSQUITO
¡A la condesa!
D. DIEGO
¿Pues
no?
¿Eso quieres que la arguya?
Ni aun a una criada
suya
no se lo estorbara yo.
MOSQUITO
¿Qué dices?
Que eso es quedar
en una acción afrentosa.
D. DIEGO
Hermano, si ella es golosa,
¿téngolo
yo de pagar?
Este es otro rasgo de carácter. Los
lindos no regalan: harto favor hacen a las damas en dejarse
querer de ellas.
D. Tello pregunta después a Mosquito
cuál era el motivo de la desavenencia entre D. Juan
y D. Diego; lo que ha lugar a una de las más graciosas
escenas que pueden presentarse en el teatro. Inés
y Beatriz oyen la conversación escondidas.
De este insigne poeta son las comedias de La Tía
y la Sobrina, llena toda de chistes y sales, de Trampa, adelante,
de El Licenciado Vidriera, de No puede ser guardar una mujer,
de La ocasión hace al ladrón, de El Parecido
en la Corte, de Las travesuras de Pantoja, de Industrias
contra finezas, de Yo por vos y vos por otro, y El Caballero,
que son las mejores que escribió en el genero cómico.
Pero también se atrevió a describir caracteres
más nobles. ¿Quién no conoce su Valiente Justiciero
y Ricohombre de Alcalá?, comedia en que describe con
suma verdad las costumbres perversas y altiva independencia
de un señor feudal, igualmente que el castigo que
recibió su osadía del rey D. Pedro, a quien
nuestros poetas dramáticos han tratado mejor que los
historiadores, no sólo porque su vida entera fue un
drama terrible, sino también por su valor personal,
prenda que entre nuestros antepasados hacia perdonar muchos
defectos.
Hé aquí el diálogo entre
D. Pedro y D. Rodrigo, quejándose éste de aquel
Rico-hombre. D. Tello le había quitado su mujer.
REY
Que digáis la queja es ley.
D. RODRIGO
Ya que la sabéis infiero.
REY
La
oí como pasagero
y la ignoro como rey,
D. RODRIGO
Pues señor, Tello García,
el Rico-Hombre
de Alcalá,
aquel a quien nombre da
—269→
del poder
la tiranía
a mi esposa me robó
del modo
que ya supisteis.
REY
Si vos se lo consentisteis
también
lo consiento yo.
D. RODRIGO
Quitome la espada, y ciego
me atajó acción tan honrada.
REY
¿Y os
quitó también la espada
que pudisteis
tomar luego?
D. RODRIGO
Yo de su poder no puedo,
señor, mi agravio vengar.
REY
¿Luego se viene
a quejar
no la injuria, sino el miedo?
D. RODRIGO
Esto, señor, no es temer
sino el poder de su nombre.
REY
¿Y cuando así sólo ese hombre,
riñe
con él el poder?
D. RODRIGO
¿Pues cuando justicia
os pido,
que riña con él mandáis?
REY
Yo no quiero que riñáis,
sino que
hubierais reñido.
D. RODRIGO
No quise, aunque
fuera airosa
la acción, darla esa malicia.
REY
No va contra la justicia
el que defiende a su esposa
y habiéndolo ya intentado
de no haberlo conseguido
quedabais más ofendido,
mas veníais
más honrado
que yo atento a la razón,
podré mandarle volver
a ese hombre vuestra muger,
pero no a vos la opinión.
D. RODRIGO
Pues
cobrarala mi pecho.
REY
Ya os costará mi castigo
si lo hacéis, que ahora os digo,
que no estuviera
mal hecho
andad, que su sinrazón
—270→
castigaré.
D. RODRIGO
¿Y
no podré,
pues sin ella quedaré,
cobrar
yo antes mi opinión
REY
Sí, y no.
D. RODRIGO
¿Pues
cuál haré yo
entre un sí, y un no,
que oí?
REY
D. Pedro dice, que sí,
y
el rey os dice, que no.
D. RODRIGO
Pues ya que en
mi honor infiero
tal mancha, lavarla es ley,
que aunque
me amenaza rey,
me aconseja caballero.
Este diálogo
solo basta para caracterizar el siglo en que se ha escrito.
Es magnífico el razonamiento en que el rey reprende
a D. Tello.
REY
En fin, ¿vos sois en la villa
quien al mismo rey no da
dentro de su casa silla?
¿El Rico-hombre de Alcalá
es más que el
rey en Castilla?
¿Vos sois aquel que imagina
que cualquiera
ley es vana,
sola la de Dios es digna?
Mas quien no
guarda la humana,
no obedece la divina.
¿Vos quien,
como llegué a vello,
partís mi cetro entre
dos,
pues nunca mi firma o sello
se obedece, sin que
vos
deis licencia para ello?
¡Vos quien vive tan
en sí,
que su gusto es ley, y al vellas,
no
hay horror seguro aquí
en casadas ni doncellas?
¿esto lo aprendéis de mí?
Pues entended
que el valor
—271→
sobra en el brazo del rey
pues sin ira
ni rigor
corta, para dar temor,
con la espada de la
ley.
Y si vuestra demasía
piensa que hará
oposición
a su impulso, mal servicio
que al
herir de la razón
no resista la osadía.
Para el rey nadie es valiente
ni a su espada la malicia
logra defensa que intente,
que el golpe de la justicia
no se ve hasta que se siente.
Esto sabed, ya que
no
os lo ha enseñado la ley
que vuestro error
despreció
porque después de ser rey
soy
el rey D. Pedro yo.
Y si a la alteza pudiera
quitar
el violento efecto,
cuyo respeto os altera,
mi persona
en vos hiciera
lo mismo que mi respeto.
Pero ya que
desnudar
no me puedo el ser de rey,
por llegároslo
a mostrar,
y que os he de castigar
con el brazo de
la ley;
y os dejaré tan mi amigo
que no darme
cuchilladas
queráis; y si lo consigo,
a cuenta
de este castigo
tomad estas cabezadas.
D. TELLO
¡Cielos, con tal deshonor
a mí ultraje tan infame
¡que para esto el rey me llame!
PEREGIL
¿Doliote mucho,
señor?
—272→
Peregil, criado de Tello, no ve en la cabezada
más que el dolor. Este rasgo de carácter es
propio del cómico de Moreto.
El rey manda prender
a D. Tello, lo condena a muerte, entra disfrazado en su prisión,
le liberta, se hace encontradizo con él en el Parque,
pelea y le vence. Después lo perdona a ruego de su
hermano D. Enrique.
Esta comedia es imitación de
El mejor Alcalde el Rey, de Lope de Vega; pero el carácter
de D. Pedro está superiormente dibujado. Aquel hombre
extraordinario que pelea cuerpo a cuerpo y solo con D. Tello
para probarle que basta por sí solo, sin necesidad
de la autoridad regia, para postrarle, tiembla con la memoria
de sus delitos, y se ve perseguido por el espectro de un
sacerdote a quien había dado de puñaladas.
Moreto es una prueba de la perfección del arte en
su época. Inventó poco en cuanto a los argumentos;
pero mejoró mucho en cuanto a los fundamentos y conducta
de la fábula, y en cuanto a los caracteres, señaladamente
los cómicos.
En el género moral e ideal escribió
La fuerza de la ley,La fuerza del natural, La misma conciencia
acusa y Hasta el fin nadie es dichoso: cuyos títulos
anuncian la intención del autor.
Moreto debe estudiarse
como un repertorio de situaciones cómicas y de sales
en la elocución. Tal vez de degenera en chocarrero:
tal vez sus gracias son no más que equívocos
fríos; pero en medio de estos defectos se encuentran
excelentes rasgos característicos, y un fondo inagotable
de chistes.
En la próxima lección analizaremos
los dramas de Rojas, el primero de nuestros poetas en el
género trágico.
—273→
27.ª lección
Comedias de Rojas
Así como Moreto es el primero
de nuestros poetas cómicos, Rojas lo es de los trágicos.
El tipo de sus dramas de este género es siempre el
que inventó Lope de Vega y perfeccionó Calderón;
y así no hay que esperar de él esa separación
absoluta de las gracias cómicas y de las situaciones
trágicas que caracteriza al teatro francés,
sino una acción bien sostenida, situaciones terribles,
y catástrofes bien graduadas. Su elocución
se acerca más al gongorismo de su tiempo, aunque él
fuese el primero en burlarse de él; y sus chistes
y sales en los dramas o escenas cómicas se fundan
muchas veces sobre el equívoco.
Es natural que empecemos
nuestros estudios de este poeta por García del Castañar,
carácter individual, colosal, tipo ideal de la antigua
virtud y del antiguo honor de los españoles; carácter
que supo apropiarse y representar fielmente nuestro célebre
actor Maiquez.
García del Castañar vivía
en sus tierras con su esposa Blanca, tranquilo y feliz, alejado
de la escena de la ambición y del bullicio de las
cortes. D. Mendo, un cortesano de Alonso XI, ve a Blanca,
se enamora de ella y la solicita. García le encuentra
en su misma casa; pero por una equivocación, justificada
en los incidentes anteriores. García cree que D. Mendo
es el rey de Castilla. Empieza la lid entre el honor y la
lealtad. Resuelve dar muerte a Blanca, aunque inocente; Blanca
se refugia en palacio al lado de la reina. Al fin García
tiene que presentarse al rey a darle las gracias por el mando
de un cuerpo de tropas que le ha concedido. Llega a la corte,
entra en palacio y en el cuarto del rey, que estaba con sus
cortesanos para recibir al nuevo capitán de frontera.
Postrase a Don Mendo y le pide la mano. D. Mendo dice:
—274→
«Aquel es el rey, García.»
En estas palabras, las más terribles que jamás
se han pronunciado en la escena, lee el auditorio la sentencia
de muerte del seductor. Póstrase al rey; le dice aparte
que está agraviado; el rey le pregunta por el ofensor;
y él sale afuera llamando a D. Mendo, y apenas le
tiene en la antecámara, lo atraviesa a puñaladas.
Hé aquí de qué manera disculpa ante
toda la corte el asesinato:
D. GARCÍA
Vivía, sin envidiar
entre el arado y el yugo
las cortes, y de tus iras
encubierto me aseguro;
hasta que anoche en mi casa
vi aqueste huésped perjuro,
que en Blanca atrevidamente
los ojos lascivos puso.
Y pensando que eras tú,
por cierto engaño que dudo
le respeté
corrigiendo
con la lealtad lo iracundo.
Hago alarde
de mi sangre,
venzo al temor con quien lucho,
pídeme
el honor venganza,
el puñal luciente empuño,
su corazón atravieso...
Mírale muerto,
que juzgo
me tuvieras por infame
si a quien de este
agravio acuso
le señalara a tus ojos
menos,
señor, que difunto
aunque sea hijo del sol,
aunque de tus grandes uno,
aunque el primero en tu gracia,
aunque en tu imperio el segundo;
que esto soy, y
este es mi agravio,
este el ofensor injusto
—275→
este el
brazo que le ha muerto,
este divida el verdugo.
Pero
en tanto que mi cuello
esté en mis hombros robusto,
no he de permitir me agravie,
del rey abajo, ninguno.
Para conocer cuánto debe ser el dolor de García
al creer que el rey quiere a su esposa, es necesario haber
visto antes cuánta es la felicidad de que gozaba en
su casa del Castañar, y esto lo describe admirablemente
Rojas en muchas y varias situaciones que no pudieran caber
en los estrechos límites de las unidades dramáticas.
Debe advertirse que García era hijo de un proscrito,
y Blanca hija de un infante de la Cerda que en la menor edad
de Alonso XI le disputó la corona, y murió
perseguido también. Sólo el conde de Orgaz
conocía a fondo el secreto de ambas familias; pero
García no ignoraba el de la suya.
En el primer acto
manifiesta García la felicidad que goza en el monólogo
siguiente:
D. GARCÍA
Fábrica hermosa mía,
habitación de un infeliz dichoso
oculto desde
el día
que el castellano pueblo victorioso,
con lealtad oportuna,
al niño Alfonso coronó
en la cuna.
En ti vivo contento,
sin desear la corte
o su grandeza,
al ministerio atento
del campo, donde
encubro mi nobleza
en quien fui peregrino,
y extraño
huésped, y quedé vecino.
En ti, de bienes
rico,
vivo contento con mi amada esposa,
cubriendo
su pellico
nobleza, aunque ignorada, generosa;
—276→
que
aunque su ser ignoro,
sé su virtud, y su belleza
adoro.
En la casa vivía
de un labrador de Orgaz
prudente y cano
víla, y dejome un día,
como suele quedar en el verano,
del rayo a la violencia,
ceniza el cuerpo, sana la apariencia.
Mi mal consulté
al conde,
y asegurando que en mi esposa bella
sangre
ilustre se esconde,
caséme amante, y me ilustré
con ella
que acudí, como es justo,
primero a
la opinión y luego al gusto.
Vivo en feliz estado,
aunque no sé quién es, y ella lo ignora
secreto reservado
al conde que la estima, y que la
adora
ni jamás ha sabido
que nació
noble el que eligió marido.
Mi Blanca, esposa amada,
que divertida entre sencilla gente,
de su jardín
traslada
puros jazmines a su blanca frente:
mas ya
todo me avisa
que sale Blanca, pues que brota risa.
El amor virtuoso de estos dos consortes se expresa en los
siguientes sonetos que recíprocamente se dicen, y
que no desdijeran en una colección de poesías
castellanas:
D.GARCÍA
No quiere el segador el aura fría,
ni por abril el agua mis sembrados,
ni yerba en mi dehesa
mis ganados,
ni los pastores la estación humbría,
ni el enfermo la alegre luz del día,
la noche
los gañanes fatigados,
blandas corrientes los amenos
prados,
—277→
más que te quiero, dulce esposa mía;
que si hasta hoy su amor desde el primero
hombre juntaran,
cuando así te ofreces
en un sugeto a todos los
prefiero:
y aunque sé, Blanca, que mi fe agradeces,
y no puedo querer más que te quiero,
aun no
te quiero como tú mereces.
BLANCA
No quieren más
las flores al rocío
que en los fragantes vasos
el sol bebe,
las arboledas la desecha nieve,
que es
cima de cristal y después río,
el índice
de piedra al norte frío,
el caminante al iris cuando
llueve,
la oscura noche la traición aleve,
más que te quiero, dulce esposo mío
porque
es mi amor tan grande, que a tu nombre,
como a cosa divina
construyera
aras donde adorarle y no te asombre,
porque si el ser de Dios no conociera,
dejara de adorarte
como hombre,
y por Dios te adorara y te tuviera.
Llegan
a hospedarse en su casa el rey disfrazado, D. Mendo, a quien
cree que es el rey por llevar una batida roja, seña
que lo había escrito el conde de Orgaz para distinguir
al monarca, avisándolo al mismo tiempo que no quería
Alonso ser conocido, y otros cortesanos. García en
conversación con los fingidos cazadores, describe
así la tranquilidad y los placeres de su vida.
D. GARCÍA
Mas precio entre aquellos cerros
salir a la primer luz,
prevenido el arcabuz,
y que
levanten mis perros
una vanda de perdices;
y codicioso
en la empresa
seguirlas por la dehesa
con esperanzas
felices
de verlas caer al suelo;
—278→
y cuando son a los
ojos
pardas nubes con pies rojos,
batir sus alas
al vuelo,
y derribar esparcidas
tres o cuatro; y anhelando,
mirar mis perros buscando
la que cayeron heridas,
con mi voz, que los provoca
y traer las que palpitan
a mis manos, que las quitan
sin disgusto de su boca;
levantarlas, ver por dónde
entró entre
la pluma el plomo
volverme a mi casa, como
suele de
la guerra el conde
a Toledo, vencedor;
pelarlas dentro
en mi casa,
perdigarlas en la brasa,
y puestas al asador,
con seis dedos de un pernil
que a cuatro vueltas, o
tres,
pastilla de lumbre es
y canela del Brasil;
y entregárselo a Teresa
que con vinagre, su
aceite
y pimienta, sin afeite
las pone en mi limpia
mesa,
donde en servicio de Dios
una yo, y otra mi esposa
nos comemos; que no hay cosa
como a dos perdices, dos;
y levantando una presa
dársela a Teresa, mas
porque tenga envidia Bras,
que por dársela a
Teresa
y arrojar a mis sabuesos
el esqueleto roído,
y oír por tono el crujido
—279→
de los dientes y
los huesos,
y en el cristal transparente
brindar y
con mano franca
hacer la razón mi Blanca
con
el cristal de una fuente
levantar la mesa, dando
gracias
a quien nos envía
el sustento cada día,
varias cosas platicando;
que aquesto es el Castañar,
que en más estimo, señor,
que cuanta
hacienda y honor
los reyes me pueden dar.
Idos los
huéspedes, convida a su esposa a gozar el fresco del
jardín.
D. GARCÍA
Y tú, bella como el cielo,
ven al jardín, que convida
con dulce paz a mi
vida,
sin consumirla el anhelo
del pretendiente que
aguarda
el mal seguro favor,
la sequedad del señor,
ni la provisión que tarda,
ni la esperanza que
yerra,
ni la ambición arrogante
del que armado
de diamante
busca al contrario en la guerra
ni por
los mares del norte
que envidia pudiera dar
a cuantos
del Castañar
van esta tarde a la corte.
¿Y
Blanca, entretenida en proponer enigmas a sus criados mientras
su esposo vuelve del campo, dándole dulces quejas
cuando llega por haberse detenido, y preparando la ropa limpia,
hilada por su misma mano?
Todo este edificio de virtud y
de felicidad doméstica viene al suelo cuando quedando
solo en un aposento
—280→
ve entrar por el balcón a un
hombre embozado. Este es D. Mendo, que creyendo a García
en la caza, ha subido por una escala a asaltar la honestidad
de Blanca.
D. GARCÍA
¡Válgame el cielo, qué miro!
D. MENDOZA
¡Vive Dios, que es el que veo
García
del Castañar!
Valor, corazón, ya es hecho:
quien de un villano confía,
no espere mejor
suceso.
D. GARCÍA
Hidalgo, si serlo puede
quien de acción tan baja es dueño,
si
alguna necesidad
a robarme os ha dispuesto,
decidme
lo que queréis,
que por quien soy os prometo
que de mi casa volváis
por mi mano satisfecho.
D. MENDOZA
Dejadme volver, García
D. GARCÍA
Eso no, porque primero
he de conocer quién sois;
y descubríos muy presto,
o de este arcabuz la
bala
penetrará vuestro pecho.
D. MENDOZA
Pues advertid no me erréis;
que si con vos igual
quedo,
lo que en razón me lleváis,
en
sangre y valor os llevo.
Yo sé que el conde de
Orgaz
lo ha dicho a alguno en secreto,
informándole
de mí:
la banda que cruza el pecho,
de quien
soy testigo sea.
D. GARCÍA
¡El rey es, válgame
el cielo!
y que le conozco sabe:
honor y lealtad,
¿qué haremos?
¿Qué contradicción
implica
la lealtad con el remedio?
—281→
D. MENDOZA
¡Qué propia acción de villano!
temor me
tiene o respeto;
aunque para un hombre humilde
bastaba
solo mi esfuerzo.
¡El que encareció el de Orgaz
por valiente! Al fin, es viejo.
En vuestra casa me
halláis;
ni huir, ni negarlo puedo
mas en ella
entré esta noche...
D. GARCÍA
A hurtarme
el honor que tengo:
muy bien pagáis a mi fe
el hospedaje por cierto
que os hicimos Blanca y yo:
ved qué contrarios efectos
verá entre
los dos el mundo,
pues yo ofendido os venero,
y vos
de mi fe servido,
me dais agravios por premios.
D. MENDOZA
No hay que fiar de un villano
ofendido; pues que puedo,
me defenderé con este.
D. GARCÍA
¿Qué hacéis? Dejad en el suelo
el arcabuz,
y advertid
que os le estorbo, porque quiero
no atribuyáis
a ventaja
el fin de aqueste suceso
que para mí
basta solo
la banda de vuestro cuello,
cinta del sol
de Castilla,
a cuya luz estoy ciego.
D. MENDOZA
¿Al fin me habéis conocido?
D. GARCÍA
Miradlo por los efectos.
D. MENDOZA
Pues quien nace
como yo
no satisface, ¿qué haremos?
D. GARCÍA
Que os vais, y rogad a Dios
que enfrene vuestros deseos
y al Castañar no volváis,
que de vuestros
desaciertos
—282→
no puedo tomar venganza,
sino remitirla
al cielo.
D. MENDOZA
Yo lo pagaré, García
D. GARCÍA
No quiero favores vuestros.
D. MENDOZA
No sepa el conde de Orgaz
esta acción.
D. GARCÍA
Yo
os lo prometo.
D. MENDOZA
Quedad con Dios.
D. GARCÍA
Él
os guarde,
y a mí de vuestros intentos,
y
a Blanca.
D. MENDOZA
Vuestra
muger...
D. GARCÍA
No, señor, no habléis
en eso,
que vuestra será la culpa;
yo sé
la muger que tengo.
D. MENDOZA
¡Ay Blanca! sin vida
estoy:
¡qué dos contrarios opuestos!
Este me
estima ofendido,
tú adorándote me has muerto.
D. GARCÍA
¿Adónde vais?
D. MENDOZA
A
la puerta.
D. GARCÍA
¡Qué ciego venís,
qué ciego!
Por aquí habéis de salir.
D. MENDOZA
¿Conocéisme?
D. GARCÍA
Yo
os prometo
que a no conocer quien sois,
que bajaredes
más presto:
mas tomad este arcabuz
ahora;
porque os advierto
que hay en el monte ladrones,
que
podrán ofenderos
si, como yo, no os conocen:
bajad aprisa; no quiero
que sepa Blanca este caso.
D. MENDOZA
Razón es obedeceros.
D. GARCÍA
Aprisa, aprisa, señor,
remitid los cumplimientos;
y mirad que al descender
no caigas, porque no quiero
que tropecéis en mi casa,
porque de ella os
vais más presto.
D. MENDOZA
¡Muerto voy!
D. GARCÍA
Bajad
seguro,
pues que yo la escala os tengo.
—283→
Sólo
la lealtad castellana y el respeto debido al rey pudieron
impedirle tomar justa satisfacción de una injuria
tan grande, que en el tercer acto poco antes de la catástrofe
al mismo D. Mendo, que cree ser respetado sólo por
ser quien es, lo dice al rey, deseoso de dar a García
el mando de un cuerpo de tropas:
...No es bueno
quien por respetos, señor,
no satisface su honor,
para encargarle el ageno.
Después de muerto
Mendo, el rey perdona a García El conde de Orgaz es
nombrado general del ejército contra el rey de Granada,
y García exclama enajenado:
Pues toque el parche sonoro,
que rayo soy contra el moro
que fulminó el Castañar.
No está descrito con menos perfección el
Caín de Cataluña. El conde de Barcelona tiene
dos hijos, Ramón y Berenguel: el primero, que debía
ser sucesor de su corona, de carácter suave, ídolo
del pueblo y de su padre: el segundo, envidioso, cruel, antojado.
Dice que nada debe a su padre, pues le hizo segundo; maltrata
a un barbero porque llegó tarde, e hizo que te afeitase
su bufón; a un cochero, porque no se paró;
a un picador, porque le mostró las faltas de su caballo,
y celebró el overo de su hermano.
Pero su principal
dote era la envidia. Trató el conde de casar a Ramón
con Leonor de Tolosa, y al punto se enamoró de ella,
y fue menester dársela por esposa porque no alborotase
a Cataluña. Ya casado con Leonor, y en este punto
comienza la comedia, se enamora de Constanza de Nápoles,
que había llegado a Barcelona para casar con D. Ramón;
y quiere anular su primer matrimonio, y quitar a su hermano
por segunda vez la esposa destinada. El conde
—284→
le riñe,
le amenaza, le halaga; todo en vano. Sólo sirvió
el rigor para obligarle a fingir. Sale a recibir a su hermano,
que volvía triunfante de los turcos, y que deseoso
de ver a Constanza, su novia, en una casa de campo, desembarcó
casi solo en las cercanías, y proporcionó a
Berenguel los medios de cometer el fratricidio.
RAMÓN
Berenguel, amigo, hermano,
¿cómo una Sangre que es tuya
derramas?
BERENGUEL
Indigno,
muere.
RAMÓN
Dime, ¿qué agravio o injuria
te he hecho yo, o por qué me has dado
la muerte?
BERENGUEL
¿Para
qué buscas
más razones a mi ira,
si tú
mismo a ti te acusas?
Honor y celos te matan.
RAMÓN
Marqués.
BERENGUEL
Es
la causa justa.
RAMÓN
Constanza.
BERENGUEL
Aun
no sale el sol.
RAMÓN
Soldados.
BERENGUEL
Nadie
te escucha.
RAMÓN
Pues ya, hermano...
BERENGUEL
No
me llames
hermano.
RAMÓN
Que
en mí ejecutas
tu crueldad, sólo te ruego...
BERENGUEL
Nada esperes que te cumpla.
RAMÓN
Que me perdones.
BERENGUEL
¿Así confesando estás
tu culpa?
no te perdono.
RAMÓN
Yo
sí
te perdono.
BERENGUEL
Ya
no pulsan
sus tibias venas, y como
es la noche tan
oscura,
distinguir es imposible,
por ser poca, o por
ser mucha,
si la sangre que el alma vierte
o se enrojece,
o se azula.
Todo el cielo me parece
que me amenaza,
trasuda
el corazón, y sus alas
las abate, y
no las junta.
Esa montaña parece
—285→
que cae
sobre mí, esas grutas
a mi error servirle, quieren
de silvestre sepultura.
¡Quién de sí
mismo pudiera
huirse! Mas de la ruda
arena quiero
cubrir
mi delito, y no mi culpa.
Cubrir el cadáver
quiero
de arena, y sobre ella algunas
penas, en tanto
que salen
a lisonjearme por duras.
De estos árboles
intento
cubrir el cadáver: rudas
ramas de las
hojas verdes,
hacedle frondosa urna.
¿Qué
me quiere el cielo? ¿el centro,
para qué le dificulta
sendas a mi planta? ¿el aire,
por qué de horrores
se enluta?
¡O nubes, ahora densas!
¡o estrellas,
tan presto oscuras!
Asústame la tiniebla,
aquella
luz me deslumbra,
todo a un tiempo me amenaza
y todo
a un tiempo me turba.
Ahora en esta ocasión,
porque el sol no le descubra
sobre el cadáver
pusiera
todo ese monte por urna.
Este pasaje anuncia
un gran poeta. En él se encuentra la versificación
cortada, las repeticiones de una misma palabra cadáver,
el trastorno de la naturaleza entera a los ojos del malvado,
el deseo de encubrir su delito, y la turbación del
remordimiento sin el menor vestigio de pesar.
En el tercero,
conocido su delito y preso, parece más bien a un insensato
o estúpido que siente maquinalmente las consecuencias
de su maldad, que a
—286→
un hombre arrepentido o a un facineroso
confirmado en la culpa. Berenguel parece incapaz de un solo
sentimiento virtuoso; pero su constitución física
no puede tolerar el peso de su crimen. Unas veces desea que
el cielo lo castigue; otras que su hermano vuelva a vivir
para volverte a matar; otras le persigue la sombra del difunto.
El tribunal le condena a muerte; su padre le confirma la
sentencia, pero lo da medios para huir de la prisión.
Berenguel no lo agradece; pero huye, valido de la ocasión.
La sombra de su hermano le persigue entonces con más
ahínco. Turbado, no sabe por donde ir, salta las tapias
del jardín de palacio, y es muerto por los guardas,
que no le conocieron.
En esta comedia nada hay digno de
atención sino el carácter de Berenguel. Hay
muchas escenas episódicas, y dos bufones que pudieran
ir a otra parte a decir sus gracias. Pero el carácter
de Berenguel, la maldad producida por el sentimiento de la
envidia, y el remordimiento, que no llega a ser arrepentimiento,
están superiormente descritos.
Concluyamos los análisis
de Rojas con la comedia de El más impropio verdugo,
en la cual se ve justificada la muerte que un padre da a
su hijo con sus propias manos. César de Salviati,
caballero de Florencia, y enemigo de la Médicis, tiene
por hijos a Alejandro, cruel y feroz, a Carlos, suave y benigno,
y a Casandra, querida de Federico de Médicis. El padre
y los dos hijos le encuentran en su casa en el momento que
acababa de triunfar del honor de Casandra, y le dan la muerte.
En esta escena concluye el segundo acto, porque los dos primeros
se emplean en desenvolver los caracteres de Alejandro y de
Carlos, y en preparar con escenas de amor y celos la muerte
de Federico.
En el tercer acto son presos el padre y los
dos hijos, y condenados a muerte por el duque de Florencia,
que era también Médicis y quería vengar
—287→
la muerte de su primo; pero faltaba verdugo para la ejecución
de la sentencia, y siendo ley que se perdonase la vida al
reo de muerte que quisiese ser ejecutor de la justicia, el
bárbaro Alejandro se ofreció ser verdugo de
su padre y hermano. César, horrorizado de semejante
propuesta, después de muchos esfuerzos inútiles
para hacer que Alejandro renunciase a su propósito,
se presenta al juez para ser verdugo de sus hijos. El duque
prefiere esta oferta a la de Alejandro. César sube
al cadalso y da muerte al malvado hijo; pero rehúsa
ejecutar la sentencia en Carlos, y pide al duque que busque
otro verdugo para el padre y para el hijo que queda. El duque,
admirado de tantos horrores y de la fuerza de alma del anciano,
perdona a los dos. La situación, aunque poco noble,
por ser patibularia, es trágica, por el contraste
de los caracteres, y la verdad de descripción en los
sentimientos de César y de sus hijos.
Las composiciones
trágicas más notables de Rojas son: No hay
ser padre siendo rey, los Áspides de Cleopatra, Casarse
por vengarse, cuya fábula insertó Lesage en
su Gil Blas de Santillana, y Progne y Filomena. La acción
del Caín de Cataluña ha sido imitada por Schiller,
y es la misma que la del Wenceslao de Rotrou, única
tragedia tolerable del teatro francés antes de El
Cid de Corneille.
Ejercitose también en el género
cómico con bastante felicidad en la elocución,
aunque muy inferior a Moreto en los caracteres y en la intriga.
Las mejores comedias en este género son: Lo que son
mujeres, Donde hay agravios no hay celos, Obligados y ofendidos,
y D. Lucas del Cigarral. En esta última empieza la
invención de los figurones o caricaturas, en que el
ridículo se exagera hasta lo sumo. Tomás Corneille
imitó, o por mejor decir tradujo algunas comedias
de Rojas.
En la lección siguiente continuaremos la
historia del teatro español, hasta mediados del siglo
XVIII.
—288→
28.ª lección
Comedias de Montalbán, Cubillo, Candamo y otros
Hemos delineado, en cuanto nos ha sido posible, la fisonomía
dramática de los grandes atletas de nuestro teatro.
Hemos mostrado las prendas y defectos de nuestros grandes
poetas: la invención y la incorrección de Lope;
la perfección de la fábula y la monotonía
de los caracteres de Calderón; la fuerza cómica
de Tirso y de Moreto; el estro trágico de Rojas, admirable
en las situaciones, aunque a veces defectuoso en el estilo;
y en fin, el genio de Alarcón, primero de los poetas
en la comedia urbana. Hemos también manifestado cuáles
composiciones de nuestro teatro dieron origen a la comedia
y a la tragedia francesa del siglo XVII, y fueron como la
chispa eléctrica que excitó al gran Corneille
a encerrar tantas y tan bellas cosas en el estrecho círculo
de las tres unidades.
Nos hemos detenido, como era nuestro
deber, en analizar bajo todos sus aspectos las comedias de
estos autores, señaladamente de Lope y Calderón,
creador el primero, y perfeccionador el segundo, del teatro
español; porque era necesario presentar a nuestros
lectores la marcha de la acción, las bellezas del
diálogo, las de la elocución y versificación,
y eso en todos los géneros cultivados por aquellos
grandes poetas.
El trabajo de los análisis se ha
concluido, porque aunque aquellos maestros tuvieron muchos
discípulos y rivales, el tipo del drama en sus diferentes
géneros, de capa y espada, ideal, histórico,
pastoril, cómico, trágico y religioso, estaba
ya dado, y poco o nada añadieron de nuevo; además,
dentro de los mismos géneros fueron inferiores a los
que ya hemos estudiado. Mas
—289→
como no es justo defraudarlos
de la parte de gloria escénica que les corresponda,
me parece que es de mi deber dar una noticia sucinta de ellos,
e indicar las comedias que creamos mejores de cada uno. Cuando
se conoce a Corneille, Racine, Crebillon y Voltaire, podemos
leer con gusto, pero sin adelantar en el conocimiento del
arte, otras tragedias francesas.
El primero de los poetas
cómicos de que vamos a dar cuenta, es el doctor Juan
Pérez de Montalbán, amigo y discípulo
de Lope, más correcto que este en la composición
de sus dramas; pero queriendo imitar la ternura que puso
su maestro en sus heroínas, la exageró hasta
el furor amoroso, y despojó al amor del atractivo
del pudor. Una dama de Montalbán, cuyo marido estaba
fugitivo por una muerte, se queja al magistrado de que
ha de faltarme la mitad del alma,
y ha de sobrarme la mitad del lecho.
Esta antítesis
basta para conocer el carácter que da Montalbán
a sus heroínas. Su elocución pasa rápidamente
por todas las gradaciones. Junto a un rasgo trivial se encuentra
otro gongorino. La mejor de sus comedias es La toquera vizcaína,
de capa y espada.
Imitadores de Moreto en el género
cómico y de carácter fueron Avellaneda, autor
de Cuantas veo, tantas quiero, Belmonte, autor y poeta, a
quien se debe la comedia de El Diablo predicador, en la cual,
además de estar perfectamente descrito el carácter
groseramente sensual y fanático de un lego, hay las
magníficas escenas entre el guardián de San
Francisco y Luzbel, obligado a ser fray Obediente Forzado:
nada hay más ideal que el carácter del fingido
religioso, que venga su rabia oprimida haciendo sentir al
humilde hijo de San Francisco la superioridad que tiene sobre
él en ciencia; Córdoba y Figueroa, autor de
Todo es enredo amor, cuya fábula insertó Lesage
como un episodio
—290→
en la historia de Gil Blas; Cáncer
y Matos, que compusieron muchas comedias con Moreto, saliendo
cada uno a una jornada: de todas las comedias que Matos,
hizo solo, la mejor en nuestro entender es El yerro del entendido;
y en fin, Zárate, a quien debemos en el género
ideal Los filósofos de Grecia, Heráclito y
Demócrito, y en el cómico de carácter,
La Presumida y la Hermosa.
Los imitadores de Calderón
fueron más numerosos. Citaremos los más notables.
Cubillo tiene comedias muy buenas de capa y espada, como
El Tramposo con las damas, y Las Muñecas de Marcela:
la primera parte de El Conde de Saldaña tiene versos
y escenas excelentes, y La perfecta casada es muy apreciable
en el género ideal.
De Coello vio conozco más
que El Robo de las Sabinas. En el giro de la acción,
en los versos y en los caracteres, podría atribuirse
a Calderón.
Diamante, que recorrió todos los
géneros, exageró a su modelo Calderón,
y llevó la versificación al más alto
punto del gongorismo. ¿Quién no conoce el principio
de la relación de El Negro más prodigioso?
Mi padre, pues otro ignoro,
fue el Nilo, undosa muralla
que siete bombas de nieve
por siete bocas dispara.
Reino de siete provincias,
monstruosa Indra de plata,
que de un cuerpo cristalino
produce siete gargantas.
Pero ¡qué disparates
tan sonoros! En ellos se puede aprender a versificar.
A
Enrique Gómez, autor de La prudente Abigail y de otras
comedias igualmente débiles, hemos visto atribuida
la de Los Bandos de Rávena, drama de gran interés.
Hay en él un carácter individual, cual
—291→
es
el de Valerio, faccioso, cruel, lleno de envidia de su hermano
Romualdo, y que bajo su nombre engaña y goza a Isabela
su amante; pero valiente y atrevido. Podría figurar
en una pieza romántica de nuestros días; pero
desgraciadamente al fin de la comedia se lo lleva el demonio
en castigo de sus maldades, y no queda el crimen triunfante,
cosa que es de obligación según los principios
de la nueva escuela.
Fernández de León, además
de muchas comedias históricas y mitológicas
en el gusto de Calderón, escribió en el de
Moreto El Sordo y El Montañés, bastante buena.
Lanine Sagredo, autor de comedias históricas; la
mejor es El primer rey de Navarra.
Monroy tuvo mucha celebridad
entre los aficionados a comedias de los lugares pequeños,
por la altisonancia de su elocución, constantemente
gongorina.
Salazar, mejor versificador y dramático
que los anteriores; suya es la comedia de El encanto es la
hermosura, que es una de las mejores de carácter que
hay en nuestro teatro.
Villegas, autor de Dios hace justicia
a todos, comedia excelente, cuya acción es la muerte
y derrota de Ladislao, rey de Polonia y Hungría, en
la batalla de Varna, habiendo emprendido la guerra, infringiendo
la paz jurada al sultán Amurates.
Dejamos para el
fin a D. Francisco Bances Candamo, y al ilustre autor de
la historia de la conquista de Nueva España, porque
estos nos parecen los últimos poetas dramáticos
del siglo XVII, aunque creemos las comedias de Solís
anteriores a las de su coetáneo.
Calderón
había pintado el amor como una religión, unida
al valor y al honor en los hombres, y a la altivez en las
mujeres. Solís, en Su amor al uso, en Un bobo hace
ciento y otras comedias urbanas, convirtió la pasión
en un comercio de galantería, y de vanidad, aunque
se abstuvo de imitar la malignidad lúbrica de Tirso.
Sus comedias fueron muy aplaudidas, quizá
—292→
porque
ya en el reinado de Carlos II habían descaecido las
costumbres urbanas y caballerosas, así como la milicia,
la marina, el saber y los demás monumentos de la gloria
española; todo estaba entonces débil, enfermizo
y endemoniado como aquel infeliz monarca.
El lenguaje de
Solís, que en las composiciones serias, como Euridice
y Orfeo, se acerca mucho al gongorismo, en los pasajes jocosos
está lleno de chistes y sales, aunque tal vez afectados,
pero siempre ingeniosos. Es un modelo que merece estudiarse,
pero con cautela. Su comedia de El doctor Carlino, es de
carácter. El de Carlino está bien dibujado.
En cuanto al movimiento de la acción, imitó
la multiplicidad de incidentes de Calderón; pero aunque
era tan felice como su modelo en el enlace, no poseía
el arte de terminar bien la fábula.
Candamo, que
según observa el señor Jovellanos, fue de todos
los imitadores de Calderón el que tuvo más
talento, desdeñó el género de la comedia
urbana o de capa y espada. Todas sus comedias son o históricas,
o ideales, o religiosas. Entre las ideales merecen ser señaladas
como de las mejores de nuestro teatro en esta línea
El esclavo en grillos de oro, en que se describe la sujeción
a que está obligado un monarca, Cómo se curan
los celos, que es la fábula de Orlando furioso, mezclada
con personajes alegóricos, y La piedra filosofal,
en que el autor intenta probar que la imaginación
es la medida de los placeres y de los infortunios.
Candamo
se dedicó exclusivamente a los géneros en que
podían brillar más sus conocimientos y noticias
políticas, a los cuales era muy inclinado, y los sembró
con abundancia en sus comedias históricas, señaladamente
en la de Por su rey y por su dama, cuya acción es
la sorpresa de Amiens por Hernán Tello Portocarrero,
en el reinado de Enrique IV, rey de Francia. Pero el gongorismo
de su lenguaje y versificación,
—293→
sobre todo en los
pasajes descriptivos, es insufrible.
Leiba, Enciso y Martínez
poseyeron alguna parte del genio trágico de Rojas.
No hay contra un padre razón, de Leiba, es notable
por el excelente carácter de un príncipe heredero
a quien persigue su padre con el objeto de asegurar la corona
a su hijo menor habido en su segundo matrimonio.
Los Médicis
de Florencia de Enciso, y Los Esforcias de Milán de
Martínez, abundan en rasgos y en situaciones verdaderamente
trágicas.
Hemos llegado a fines del siglo XVII, porque
Hoz y Mota, a quien debemos dos comedias dignas de mucha
atención, El Castigo de la miseria y El Villano del
Danubio, me parece, atendido el estilo, que floreció
a principios del siglo XVIII.
El Castigo de la miseria tiene
sobre El Avaro de Moliere la ventaja de ser una comedia española
y original. Nadie ignora que el cómico francés
imitó y perfeccionó a Plauto; pero el español
le sacó todo de su propio fondo, y no por eso es peor.
Abundan en ella rasgos de avaricia, y es bien conocido el
verso:
«Él inventó aguar el agua.»
El castigo del avaro D. Marcos Gil de Almodóvar,
consiste en hallarse casado con una mujer que él creía
que era una indiana riquísima, y halla al fin solo
es una señora de industria, pobre como una rata, y
con sus puntas y collares de liviana. Entonces, viendo el
abismo de infelicidad en que han caído él y
su dinero, exclama risiblemente:
¿Pues qué hago que en un pozo
de cabeza no me echo,
ya que por no comprar soga
de
una viga no me cuelgo?
—294→
Obsérvese que la acción
de esta comedia termina con el segundo acto. El tercero,
en que le roban su dinero y se lo vuelven, no es más
que una prolongación de su infelicidad.
El Villano
del Danubio del mismo autor es una comedia histórica,
perfectamente seguida y muy interesante. Descríbese
en ella la maldad de los romanos, pueblo civilizado, en los
países sometidos, y las virtudes rústicas,
pero efectivas, de los pueblos en el primer periodo de civilización.
«La romana cuertesía,»
como dice el gracioso, que sólo consistía
en robar los bienes y las mujeres, fue un rasgo muy repetido
y celebrado en nuestra nación, señaladamente
en la guerra de la independencia, en que los franceses oprimieron
con el pretexto de civilizar.
Llegamos, en fin, al primer
tercio del siglo XVIII, en que nuestro teatro, que en el
XVII había sido caudaloso como el Rhin, terminó
como él en dos pobres arroyuelos; D. Antonio de Zamora
y D. José de Cañizares.
Zamora es muy endeble,
y sólo se aprecia de él su farsa de figurón
de El Hechizado por fuerza. No puede ni debe decirse otro
tanto de Cañizares, poeta de más fuerza cómica
en sus caricaturas, y que sabe con una elocución fácil
y graciosa excitar una risa inextinguible. ¿Quién
no conoce su Dómine Lucas; su Cosmo de Anzures en
Yo me entiendo y Dios me entiende; su D. Lorenzo de Maqueda
en El honor da entendimiento; y en fin, su D. Policarpo en
La más ilustre fregona, tomada de una novela de Cervantes?
Cultivó también el género histórico
en D. Juan de Espina en Milán, imitación de
La prueba de las promesas de Alarcón, y en También
por la voz hay dicha, que es la fábula de Arión
y que se acerca mucho al mérito de Calderón
en la conducta y los versos,
—295→
como también El sacrificio
de Efigenia, en cinco actos, según el francés
estilo, pero con sus graciosos y sus lances de amor y de
celos, y sus tramoyas teatrales, aunque muy bien versificada.
Esta comedia me hace recordar que en el catálogo
de las de Calderón, hecho por Villaroel, hay una del
mismo título. Ni yo ni ninguno de mis amigos hemos
podido haberla a las manos, y es muy de desear que se encuentre
para compararla con la Ifigenia de Racine, y ver en lo que
convienen y en lo que se separan estos dos ilustres poetas
tratando el mismo asunto.
Aquí concluye la historia
del teatro español. Algunos autores de fines del siglo
XVIII, como Ramírez de Arellano y D. Ramón
de la Cruz Cano, el que introdujo los manolos en la escena,
escribieron algunas piezas en el género de Calderón,
pero sin gusto ni genio, y de ellas sólo ha quedado
en el teatro El Pintor fingido del primero. Luzán
había escrito su arte poética, y establecido
en nuestra literatura las reglas clásicas del teatro
francés. Y como por otra parte ya no existía
el español, tomó direcciones muy diferentes
el gusto de los autores y el del auditorio. En la obra de
Luzán empieza una nueva era escénica.
La anterior,
comenzando desde Lope de Vega, duró cerca de dos siglos;
en el primero fue nuestro teatro el más culto, el
más aplaudido, el más imitado de Europa. Desde
fines del siglo XVII empezó a decaer por falta de
genios que le sostuviesen; y las muchas e innumerables bellezas
producidas en la época anterior, yacieron sumergidas
en un olvido verdaderamente ingrato y culpable. Y ¡ojalá
que no hubiese producido peores efectos que este el furor
de renunciar a todo lo que era nacional y de imitar todo
lo que era francés! Pero una vez dado el impulso,
se extendió
—296→
a la literatura, a las costumbres, hasta
a los trajes. Dejamos de ser originales, y el genio se vengó
de nuestro servilismo abandonándonos.
Mi objeto en
estas lecciones no ha sido otro que salvar del olvido reliquias
preciosas y venerables, exponiendo al mismo tiempo las causas
de la elevación y decadencia de nuestra musa dramática.
Por eso hemos expuesto con tanta lentitud los progresos de
nuestro teatro desde La Danza de la Muerte hasta Calderón,
Moreto, Rojas y Alarcón, porque entonces cada paso
era una mejora: Juan de la Encina, Naharro, Rueda, Virúes,
Lope de Vega y Calderón son nombres a los que están
ligadas las diferentes épocas del teatro español
desde su nacimiento hasta su perfección. Su decadencia
no merece tanto estudio, porque ni halaga los corazones patrióticos,
ni hay mucho que aprender en ella. Además las cosas
humanas se elevan siempre con dificultad, pero la caída
es muy fácil.