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ArribaAbajo26.ª lección

Comedias de Moreto


D. Agustín Moreto, de quien quedan muy pocas noticias biográficas, es el primero de nuestros dramáticos en cuanto a la fuerza cómica. Inferior a Calderón y a Alarcón en la elocución y en la intriga, inferior a estos y a Lope de Vega en la nobleza, en el idealismo de los caracteres, se acercó más a las pasiones y a los defectos de la vida actual, y los marcó con el sello del ridículo. Si se lo compara con Moratín, queda muy superior en la fuerza cómica; si con Moliere, tiene más acción, más invención, más gracia, menos exageración, igual fuerza por lo menos, y sobre todo más respeto a las costumbres. Sólo se le encontrará inferior en la filosofía, más cultivada en Francia que en España; mas no se hallarán jamás en el cómico español los largos razonamientos y conversaciones que nos hacen bostezar en la representación de El Misántropo y de El Tartufo, comedias sin acción ni movimiento, notables sólo por la belleza de las máximas y por los rasgos cómicos de la elocución y de la situación que el genio admirable de Moliere sabia sembrar tan a propósito en sus comedias.

Cáncer, contemporáneo, amigo y colaborador de Moreto, dice de él que estaba siempre leyendo y buscando comedias antiguas (ya lo eran en aquel tiempo las de Lope después que Calderón se apoderó del teatro), para convertirlas en nuevas. En efecto, No puede ser guardar una mujer de Moreto, tiene la misma acción que El mayor imposible de Lope. El parecido en la Corte, es tomado de Los Menecmos de Timoneda, y de La Española de Florencia de Lope, que lo   —247→   era de una comedia de Lope de Rueda; y El desdén con el desdén, quizá la mejor comedia urbana de nuestro teatro, se roza con Los milagros del desprecio de Lope, Los desprecios en quien ama de Montalván, Celos con celos se curan de Tirso de Molina, y Para vencer a amor, querer vencerle de Calderón.

Pero si Moreto imitaba la fábula, en cuya invención no era muy fuerte, dejaba muy atrás a sus modelos en los incidentes cómicos y en la creación y desenvolvimiento de los caracteres. Para justificar nuestra opinión, basta analizar El desdén con el desdén.

Nadie ignora su fábula. Diana aborrece el amor, y Carlos obliga a aquella mujer desdeñosa a que le ame, fingiendo desdeñarla. Este es con poca diferencia el argumento de la fábula en los dramas antes citados de los autores que habían antecedido a Moreto.

Pero ¡cuánta superioridad despliega éste en la composición y conducta!, Diana no es una melindrosa y altiva, como la Doña Juana de Lope de Vega; ni una amante que desea arrojar a un amigo del corazón de su amante, y por eso excita su pasión con celos, como La Sirena de Tirso; ni una ambiciosa que lleva a mal deberle al casamiento con su primo el estado que creía pertenecerle, como La Margarita de Calderón. Diana es desdeñosa, porque sus lecturas y sus reflexiones la han convencido de los peligros del amor; está dispuesta a obedecer a su padre y a casarse; pero sin ilusión, sin elección propia, sin preferencia.

Diana ha tomado todas las precauciones posibles contra el amor; pero su inexperiencia le ha impedido tomarlas contra la vanidad. Esta la obliga a desear triunfar del desdén de Carlos, y a hacer que se enamore de ella. Cuantos medios pone para conseguirlo se vuelven contra ella, e introducen el amor en su pecho; porque es imposible que trate con él a todas horas de asuntos amorosos, sin contraer esta pasión; y esto lo ignoraba también Diana por su inexperiencia. Así es que, el espectador no deja de interesarse por   —248→   ella, aunque conoce lo ridículo de sus conatos, porque los disculpa la ignorancia.

Carlos interesa también, aunque ama y miente. Su disculpa es el conocimiento que a todas tiene de los proyectos de Diana por los avisos que le da su criado y espía Polilla, avisos que le sirven para continuar en su plan de desdén fingido; porque su amor es tan vehemente, que sin ellos le hubiera sido imposible conservar la máscara. Todo está perfectamente trabado, todo previsto en el plan y en la conducta de esta inimitable comedia.

Llámola inimitable, y no sin razón. Moliere la tomó por modelo en su Princesa de Elide, y se estrelló. Su desdeñosa no tiene los mismos motivos que Diana para serlo, y así, ni su carácter está debidamente fundado, ni interesa. Una mujer que se declara contra el amor por melindre o por altivez, no puede nunca interesar.

Moliere nada añadió a Moreto, antes le quitó mucho. Veamos si tuvo razón para ello. Según Moreto, en el palacio del conde de Barcelona, cuya hija era Diana, se celebraba por Carnestolendas una fiesta en la cual salían por suerte galanes y damas; y cada uno debía acompañar y cortejar a la que le tocaba durante aquel día, en el paseo, en el banquete y en el sarao. Diana, resuelta ya a vencer el desdén fingido de Carlos, hace que la suerte los reúna, lo que da lugar a la siguiente escena, una de las mejores de todos los teatros, en la cual se desenvuelven con verdad maravillosa los caracteres de entrambos protagonistas.

DIANA
Yo he de rendir a este hombre,
o he de condenarme a necia.
¡Qué tibio galán hacéis!
Bien se ve en vuestra tibieza
que es violencia enamorar;
y siendo el fingirlo fuerza,
—249→
no saberlo hacer, no es falta
de amor, sino de agudeza.
CONDE
Si yo hubiera de fingirlo
no tan remiso estuviera,
que donde no hay sentimiento
está más pronta la lengua.
DIANA
¿Luego estáis enamorado de mí?
CARLOS
Si no lo estuviera,
no me atara este temor.
DIANA
¿Que, decís, habláis de veras?
CARLOS
¿Pues si el alma lo publica
puede fingirlo la lengua?
DIANA
¿Pues no dijisteis que vos
no podéis querer?
CARLOS
Eso era
porque no me había tocado
el veneno de esta flecha.
DIANA
¿Qué flecha?
CARLOS
La de esta mano,
que el corazón me atraviesa;
y como el pez, que introduce
su venenosa violencia
por el hilo y por la caña,
al pescador pasma y hiela
el brazo con que la tiene,
a mí el alma me penetra
el dulce ardiente veneno
que de vuestra mano bella
se introduce por la mía,
y hasta el corazón me llega.
DIANA
Albricias, ingenio mío,
que ya rendí su soberbia:
ahora probará el castigo
del desdén de mi belleza.
¿Qué, en fin, vos no imaginabais
querer, y queréis de veras?
CARLOS
Toda el alma se me abrasa,
todo mi pecho es centellas.
Temple, en mí vuestra piedad
este ardor que me atormenta.
—250→
DIANA
Soltad, ¿qué decís? soltad.
¡Yo favor! La pasión ciega
para el castigo os disculpa
mas no para la advertencia.
¿A mí me pedís favor,
diciendo que amáis de veras?
CARLOS
Cielos, yo me despeñé,
pero válgame la enmienda,
DIANA
¿No os acordáis de que os dije,
que en queriéndome, era fuerza
que sufrierais mis desprecios,
sin que os valiese la queja?
CARLOS
¿Luego de veras habláis?
DIANA
¿Pues vos no queréis de veras?
CARLOS
¡Yo, señora! ¿Pues se pudo
trocar mi naturaleza?
¿Yo querer de veras? ¿yo?
¡Jesús, qué error! ¿Eso piensa
vuestra hermosura? ¿Yo amor?
Pues cuando yo lo tuviera,
de vergüenza le callara:
esto es cumplir con la deuda
de la obligación del día.
DIANA
¿Qué me decís? Yo estoy muerta.
¿Que no es de veras? ¡Qué escucho!
¿Pues cómo aquí a hablar acierta
mi vanidad de corrida?
CARLOS
¿Pues vos, siendo tan discreta,
no conocéis que es fingido?
DIANA
¿Pues aquello de la flecha,
del pez, del hilo y la caña,
y el decir que el desdén era,
porque no os había tocado
del veneno la violencia?
CARLOS
Pues eso es fingirlo bien:
¿tan necio queréis que sea que,
cuando a fingir me ponga
lo finja sin apariencia?
—251→
DIANA
¡Qué es esto que me sucede!
¿Yo he podido ser tan necia,
que me haya hecho este desaire?
Del incendio de esta afrenta
el alma tengo abrasada;
mucho temo que lo entienda:
yo he de enamorar a este hombre,
si toda el alma me cuesta.
CARLOS
Mirad que esperan, señora.
DIANA
¡Que a mí este error me suceda!
¿Pues cómo vos?
CARLOS
¿Qué decís?
DIANA
¿Qué iba yo a hacer? Ya estoy ciega:
poneos la máscara, y vamos.
CARLOS
No ha sido mala la enmienda:
¿así trata el rendimiento?
¡Ah cruel! ¡ah ingrata ¡ah fiera!
yo echaré sobre el fuego
toda la nieve del Etna.
DIANA
Cierto que sois muy discreto,
y lo fingís de manera,
que lo tuve por verdad.
CARLOS
Cortesanía fue vuestra
el fingiros engañada,
por favorecer con ella,
que con eso habéis cumplido
con vuestra naturaleza,
y la obligación del día;
pues fingiendo la cautela
de engañaros, porque a mí
me dais crédito con ella,
favorecéis el ingenio,
y despreciáis la fineza.
DIANA
Bien agudo ha sido el modo
de motejarme de necia:
mas así le he de engañar.
Venid pues, y aunque yo sepa
que es fingido, proseguid
que eso a estimaros me empeña
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con más veras.
CARLOS
¿De qué suerte?
DIANA
Hace a mi desdén más fuerza
la discreción que el amor,
y me obligáis más con ella.
CARLOS
¡Quién no entendiese su intento!
yo le volveré la flecha.
DIANA
¿No proseguís?
CARLOS
No señora.
DIANA
¿Por qué?
CARLOS
Me ha dado tal pena
el decirme que os obligo,
que me ha hecho perder la senda
de fingirme enamorado.
DIANA
¿Pues vos, qué perder pudierais
en tenerme a mí obligada
con vuestra intención discreta?
CARLOS
Arriesgarme a ser querido.
DIANA
¿Pues tan mal os estuviera?
CARLOS
Señora, no está en mi mano;
y si yo en eso me viera,
fuera cosa de morirme.
DIANA
¡Que esto escuche mi belleza!
¿Pues vos presumís que yo
puedo quereros?
CARLOS
Vos mesma
decís, que la que agradece
está de querer muy cerca;
pues quien confiesa que estima,
¿qué falta para que quiera?
DIANA
Menos falta para injuria
a vuestra loca soberbia;
y eso poco que le falta,
pasando ya de grosera,
quiero escusar con dejaros.
Idos.
CARLOS
¿Pues cómo a la fiesta
queréis faltar? ¿puede ser
sin dar causa a otra sospecha?
DIANA
Ese riesgo a mí me toca:
decid que estoy indispuesta,
que me ha dado un accidente.
CARLOS
Luego con eso licencia
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me dais para no asistir.
DIANA
¿Si os mando que os vayáis, no es fuerza?
CARLOS
Me habéis hecho un gran favor
guarde Dios a vuestra alteza.
DIANA
¿Qué es lo que pasa por mí?12
Tan corrida estoy, tan ciega,
que si supiera algún medio
de triunfar de su soberbia,
aunque arriesgara el respeto
por rendirle a mi belleza,
a costa de mi decoro
comprara la diligencia.


De esta escena no se encuentra el menor vestigio en el drama de Moliere, por el malhadado furor de reducir toda la acción a las 24 horas.

En el tercer acto prepara Diana a Carlos la última y más temible de sus asechanzas, dándole celos. Carlos, advertido aparte por Polilla, le vuelve la flecha.

CARLOS
Vos, señora, no sabéis
lo que es querer, y así en esto
será lisonja deciros
que ignoráis el argumento.
DIANA
No ignoro tal, que el discurso
no ha menester los efectos
para conocer las causas,
pues sin la esperiencia de ellos
las ve la filosofía;
pero yo ahora lo entiendo
con esperiencia también.
CARLOS
¿Pues vos queréis?
DIANA
Lo deseo.
POLILLA
Cuidado que va apuntando
la varita de los celos;
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úntate muy bien las manos
con aceite de desprecios
no te se pegue la liga.
DIANA
Si este tiene entendimiento
se ha de abrasar, o no es hombre.
POLILLA
Eso fuera a no estar hecho
el defensivo y pegado.
CARLOS
De oíros estoy suspenso.
DIANA
Carlos, yo he reconocido
que la opinión que yo llevo,
es ir contra la razón,
contra el útil de mi reino,
la quietud de mis vasallos,
la duración de mi imperio.
Viendo estos inconvenientes,
he puesto a mi pensamiento
tan forzosos silogismos,
que le he vencido con ellos.
Determinada a casarme
apenas cedió el ingenio
al poder de la verdad
su sofístico argumento,
cuando vi al abrir los ojos
que la nube de aquel yerro
le había quitado al alma
la luz del conocimiento.
El príncipe de Bearne,
mirado sin pasión...
POLILLA
¿Celos?
Al aceite, que traen liga.
DIANA
Es tan galán caballero,
que merece la atención
mía, que harto lo encarezco:
por su sangre no hay ninguno
de mayor merecimiento,
sus partes no las iguala
el más galán y discreto.
Lo afable en los agasajos,
lo humilde en los rendimientos,
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lo primoroso en finezas,
lo generoso en festejos,
nadie lo tiene como él.
Corrida estoy de que un yerro
me haya tenido tan ciega,
que no viese lo que veo.
CARLOS
Polilla, aunque sea fingido,
vivo Dios que estoy muriendo.
POLILLA
Aceite, pese a mi alma,
aunque te manches con ello.
DIANA
Y así, Carlos, determino
casarme; mas antes quiero,
por ser tan discreto vos,
consultaros este intento.
¿No os parece el de Bearne
que será el más digno dueño
que dar puedo a mi corona?
Que yo por él más perfecto
le tengo de todos cuantos
me asisten. ¿Qué sentís de ello?
Parece que os demudáis:
¿estrañáis mi pensamiento?
Bien he logrado la herida,
que del semblante lo infiero:
todo el color ha perdido;
eso es lo que yo pretendo.
POLILLA
¡Ah señor!
CARLOS
Estoy sin alma.
POLILLA
Sacúdete, majadero,
que te se pega la liga.
DIANA
¿No me respondéis?
¿qué es eso? ¿pues de qué os habéis turbado?
CARLOS
Me he admirado por lo menos.
DIANA
¿De qué?
CARLOS
De que yo pensaba
que no pudo hacer el cielo
dos sugetos tan iguales,
que estén a medida y peso
de unas mismas cualidades
sin diferencia compuestos;
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Y lo estoy viendo en los dos,
pues, pienso que estamos hechos
tan debajo de una causa,
que yo soy retrato vuestro.
¿Cuánto há, señora, que vos
tenéis ese pensamiento?
DIANA
Días há que está trabada
esta batalla en mi pecho,
y desde ayer me he vencido.
CARLOS
Pues aquese mismo tiempo
há que estoy determinado
a querer, ello por ello:
y también mi ceguedad
me quitó el conocimiento
de la hermosura que adoro;
digo, que adorar deseo,
que cierto que lo merece.
DIANA
Sin duda logré mi intento
pues bien podéis declararos,
que yo nada os he encubierto.
CARLOS
Sí señora, y aun hacer
vanidades del acierto:
Cintia es la dama.
DIANA
¿Quién, Cintia?
POLILLA
¡Ah buen hijo!, como diestro,
herir por los mismos filos,
que esa es doctrina del negro13.
CARLOS
¿No os parece que he tenido
buena elección en mi empleo?
Porque ni más hermosura
ni mejor entendimiento
jamás en muger he visto.
¿Aquel garbo, aquel sosiego,
su agrado, no hace dichosa
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mi pasión? ¿Qué sentís de ello?
Parece que os he enojado.
DIANA
Toda me ha cubierto un hielo.
CARLOS
¿No respondéis?
DIANA
Me ha dejado
suspensa el veros tan ciego,
porque yo en Cintia no he hallado
ninguno de esos estremos:
ni es agradable, ni hermosa
ni discreta; y este es yerro
de la pasión.
CARLOS
¡Hay tal cosa!
hasta ahí nos parecemos.
DIANA
¿Por qué?
CARLOS
Porque a vos de Cintia
se os encubre el rostro bello,
y del de Bearne a mí
lo galán se me ha encubierto:
con que somos tan iguales,
que decimos mal a un tiempo,
yo, de lo que vos queréis,
y vos, de lo que yo quiero.
DIANA
Pues si es gusto, cada uno
siga el suyo.
CARLOS
¡Malo es esto!
POLILLA
Encima viene la tuya,
no se te dé nada de eso.
CARLOS
Pues ya con vuestra licencia,
iré, señora, siguiendo
aquel eco enamorado,
que el disfrazaros mi intento
fue temor que ya he perdido,
sabiendo que mi deseo,
en la ocasión y el motivo,
es tan parecido al vuestro.
DIANA
¿Vais a verla?
CARLOS
Sí señora.
DIANA
¡Sin mí estoy! ¿Qué es esto, cielos?
POLILLA
Para largo, que la pierde.
CARLOS
A Dios, señora.
DIANA
Teneos,
aguardad: ¿por qué ha de ser
tan ciego un hombre discreto
que ha de oponer un sentido
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a todo un entendimiento?
¿Qué tiene Cintia de hermosa?
¿Qué discursos, qué conceptos
os la han fingido discreta?
¿qué garbo tiene, qué aseo?
POLILLA
Cinco, seis y encaje; cuenta,
señor, que la va perdiendo
hasta el codo.
CARLOS
¿Qué decís?
DIANA
Que ha sido mal gusto el vuestro.
CARLOS
¿Malo, señora? Allí va
Cintia, miradla aun de lejos
y veréis cuántas razones
da su hermosura a mi acierto.
Mirad en lazos prendido
aquel hermoso cabello,
y si es injusto que sea
yo el rendido, y él el preso.
Mirad en su frente hermosa
cómo junta el rostro bello,
bebiendo luz a sus ojos
sol, luna, cúrellas y cielo.
Y en sus dos soles mirad,
si es digno y dichoso el yerro
que hace esclavos a los míos,
aunque ellos sean los negros.
Mirad el sangriento labio,
que fino coral vertiendo,
parece que se ha teñido
en la herida que me ha hecho.
Aquel cuello de cristal,
que por ser de garza el cuello,
al cielo de su hermosura
osa llegar con el vuelo.
Aquel talle tan delgado,
que yo pintarle no puedo,
porque es él más delicado
que todos mis pensamientos.
Yo he estado ciego, señora,
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pues solo ahora le veo,
y del pesar de mi engaño
me paso a loco, de ciego;
pues no he reparado aquí
en tan grande desacierto,
cómo alabar su hermosura
delante de vos; mas de esto
perdón os pido, y licencia
de ir a pedírsela luego
por esposa a vuestro padre,
ganando también a un tiempo
del príncipe de Bearne
las albricias de ser vuestro.


Moliere dio lugar a esta escena en su drama; pero suprimió los versos dichos por Carlos con entusiasmo afectado al ver a Cintia. Las mismas hipérboles de que se vale, producen en Diana la convicción de que Carlos ama a Cintia; además de que aquellas hipérboles eran entonces muy acostumbradas en el discreteo palaciego. No sabemos por qué omitió Moliere un trozo admirable para la intriga y para pintar el carácter que Carlos afecta.

El desdén con el desdén es una de las composiciones más clásicas de nuestra literatura, por la admirable filosofía con que está concebido y ejecutado el plan. Todo es acción en él; y siendo uno de los grandes escollos del arte hacer variar las disposiciones interiores de un personaje, lo salvó Moreto con suma destreza y felicidad.

Pasemos ya a El lindo D. Diego, carácter en que Moreto no tuvo antecesores, porque los lindos no pudieron existir ni en la corte belicosa y política de Felipe II, ni en la austera y devota de Felipe III. Sólo pudieron descollar, por su ridiculez, entre las galanterías del palacio de Felipe IV. La necedad de los Narcisos supone ya una civilización refinada, y mucha degradación en las costumbres.   —260→  

El lindo D. Diego viene a Madrid en compañía de su hermano D. Mendo, hombre juicioso, a casarse uno con Inés, y otro con Leonor, sus primas e hijas de su tío D. Tello. Este trata de corregir al lindo de, quien todos se burlan. D. Juan, amigo de D. Tello, amaba a Inés. Su criado Mosquito, introduciendo con D. Diego, le persuade a que aspire a un matrimonio más alto, enamorando a una condesa, prima de Don Juan. Esta no se hallaba a la sazón en Madrid; pero Mosquito sustituye en su lugar a Beatriz, criada de Doña Inés, que hace muy bien su papel. D. Diego renuncia por la fingida condesa la mano de su prima, que casa con D. Juan, y descubierto el engaño, queda castigado el lindo.

La exposición es excelente; la trama bien urdida; el carácter de D. Diego bien desenvuelto. Censurándole su hermano que tarda tanto tiempo en vestirse y engalanarse, se disculpa diciendo:

¿Veis este cuidado vos?
Pues es virtud más que aseo,
porque siempre que me veo
me admiro y alabo a Dios.
Al mirarme todo entero
tan bien labrado y pulido,
mil veces he presumido
que era mi padre tornero.


Créese amado de todas las damas:


Pues al pasar por las rejas,
donde voy logrando tiros,
sordo voy de los suspiros
que me dan por las orejas.



Cuando hace la visita de novia a Doña Inés, dice que la cree muy feliz en merecerlo. Su vanidad, su estupidez, compañera inseparable de la lindeza en los   —261→   hombres, y sus modales groseramente orgullosos, indisponen contra él a su suegro futuro.

La escena con la supuesta condesa, que por consejo de Mosquito le habla en el lenguaje culterano, es una de las mejores de la comedia.

D. DIEGO
¿Mosquito, está aquí?
MOSQUITO
No ves
que es la que está en esta pieza
D. DIEGO
¿Es esta? Rara belleza
descubre por el envés.
BEATRIZ
¿Quién anda en los corredores?
Míralo, Isabel.
D. DIEGO
Ya ha hablado:
hasta el tono es delicado;
en fin, manjar de señores.
CRIADA
¿Quién es?
D. DIEGO
Respóndele apriesa.
MOSQUITO
Diga usted, como D. Diego,
mi señor, quisiera luego
ver a misa la condesa.
CRIADA
Ya la tenéis avisada;
entre.
D. DIEGO
El norte lo asegura.
CRIADA
¡Jesús qué rara figura!
D. DIEGO
Ya ha caído la criada.
Mosquito, ¿ves lo que pasa?
Todo caerá.
MOSQUITO
Aqueso es llano:
mas, señor, vete a la mano,
no caiga también la casa.
D. DIEGO
El cielo guarde esa aurora.
BEATRIZ
La vuestra sea bien venida.
D. DIEGO
No he visto en toda mi vida
mejor bulto de señora.
BEATRIZ
¿Qué intento os lleva neutral
a mis coturnos cortés?
D. DIEGO
¡Jesús, cuál habla! Esto es
estilo de sangre real14.
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Señora, bueno he venido.
MOSQUITO
Qué quieres, te preguntó.
D. DIEGO
Estar bueno quiero yo;
luego bien he respondido.
BEATRIZ
De risa me estoy muriendo
y disimular no sé.
D. DIEGO
También me parece que
va la condesa cayendo.
BEATRIZ
¿En fin, venís rutilante
a mi esplendor fugitivo,
para ver si yo os esquivo
a mi consorcio anhelante?
D. DIEGO
¿No ves, Mosquito, al hablarme
con qué gracia me enamora?
MOSQUITO
¿Pues qué es lo que dice ahora?
D. DIEGO
Todo aquesto es alabarme.
Si yo aquí os he parecido
como vos significáis,
cierto que no lo arriesgáis,
porque soy agradecido.
BEATRIZ
Esplicaos de una vez.
D. DIEGO
Hablaros despacio intento.
BEATRIZ
Pues apropincuad asiento.
D. DIEGO
Mosquito, ya pica el pez.
MOSQUITO
Ya yo le he visto tragar.
D. DIEGO
Yo soy cebo de mugeres.
MOSQUITO
Ahora digo que tú eres
linda caña de pescar.
D. DIEGO
Hablarla importa con frases
de un estilo levantado.
MOSQUITO
Sí, que el estilo acostado
es para cuando te cases.
D. DIEGO
Vuestra fama sonorosa
concurso no es de estudiantes,
sino de tropas volantes...
¡Bravo pedazo de prosa!
MOSQUITO
Bueno va; adelante pasa.
D. DIEGO
Desde Burgos me ha traído
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a daros en mí un marido
que sea honor de vuestra casa,
BEATRIZ
Súbito, no meditado,
vuestro pretesto colijo.
MOSQUITO
¿Qué es, lo que ahora te dijo?
D. DIEGO
Que lo acepta de contado.
BEATRIZ
Algo de bobera en vos
presume el cándido pecho.
D. DIEGO
¡Jesús qué favor me ha hecho!
Buena pascua te dé Dios.
MOSQUITO
De risa el tonto me apura.
Prosigue, que ya está tierna.
D. DIEGO
Ahora me alabó la pierna.
Pues si vierais mi cintura
por de dentro, os admirara
su medida tamañita;
porque a mí el sastre me quita
dos dedos de media vara.
MOSQUITO
En eso no hay que dudar.
D. DIEGO
Y aun me la achica después.
MOSQUITO
Mas la media vara es
de vara de torear.
D. DIEGO
Eso, en torear, no hay hombre
como yo: con un jaez
en Burgos salí una vez
y tembló el toro mi nombre.
Yo me anduve por allí
en la plaza hecho un Medoro,
y no osó llegar el toro
a treinta pasos de mí.
MOSQUITO
¡Bravas suertes!
D. DIEGO
Y hasta el fin
ningun rocín me mató.
MOSQUITO
Pues si a ti no te alcanzó,
seguro estaba, el rocín.
D. DIEGO
Paréceme que un poquito
vos estáis de mi pagada.
BEATRIZ
Adusta sí, no implicada.
D. DIEGO
¡Toma si escampa!
—264→
MOSQUITO
¡Jesús! A Beatriz, aprisa
señas le haré por detrás,
porque si esto dura más
he de reventar de risa.
BEATRIZ
Remito por lo que espreso
la locución a otro día.
D. DIEGO
¿En efecto, seréis mía?
BEATRIZ
Cogitación habrá en eso.
D. DIEGO
Eso si al alma regala.
BEATRIZ
Pensaislo con juicio agreste.
D. DIEGO
¡Mira qué favor, aqueste!
¡Ah, bien haya aquesta gala!
BEATRIZ
A Dios.
D. DIEGO
Hasta nuestra boda.
CRIADA
¡Bravo tonto!
BEATRIZ
Ya os entiendo.
D. DIEGO
La muger se va cayendo;
pero lo mismo hacen todas.
MOSQUITO
Lográronse mis cuidados.
¿Qué dices de aquesta empresa?
D. DIEGO
Que la muger es condesa
de todos cuatro costados.


D. Juan lo encuentra hablando con la condesa, finge enojarse y quiere reñir con él; pero llega D. Tello y todos se reportan. Beatriz, por no ser conocida de su amo, se echa el manto a la cara. D. Diego y Mosquito la siguen. Como el lindo insistiese en no separarse de ella, Mosquito, para que la dejase libre, le dice:

MOSQUITO
Señor, advierte una cosa,
que esta condesa es golosa,
y esto lo hace por entrar
sola en ese confitero
a comprar dulces sin susto.
D. DIEGO
Tiene lindísimo gusto;
a eso entraré yo el primero.
MOSQUITO
¿Llevas dinero?
D. DIEGO
Ni blanca.
MOSQUITO
¿Pues a qué has de entrar allá?
—265→
D. DIEGO
¿Pues qué riesgo en eso habrá?
MOSQUITO
¿Donde está tu mano franca,
has de consentirla que
pague lo que a comprar va?
D. DIEGO
¿Eso dudas? Claro está
que se lo consentiré.
MOSQUITO
¡A la condesa!
D. DIEGO
¿Pues no?
¿Eso quieres que la arguya?
Ni aun a una criada suya
no se lo estorbara yo.
MOSQUITO
¿Qué dices? Que eso es quedar
en una acción afrentosa.
D. DIEGO
Hermano, si ella es golosa,
¿téngolo yo de pagar?


Este es otro rasgo de carácter. Los lindos no regalan: harto favor hacen a las damas en dejarse querer de ellas.

D. Tello pregunta después a Mosquito cuál era el motivo de la desavenencia entre D. Juan y D. Diego; lo que ha lugar a una de las más graciosas escenas que pueden presentarse en el teatro. Inés y Beatriz oyen la conversación escondidas.

D. TELLO
Tú has de saber de este caso
todo lo que en ello hubiere.
MOSQUITO
Señor, cuanto yo supiere,
lo diré más que de paso.
D. TELLO
Pues yo te hallé en el zaguán:
¿quién era aquella muger?
MOSQUITO
La condesa era, a mi ver.
D. TELLO
¿Quién?
MOSQUITO
La prima de D. Juan
D. TELLO
¿Qué dices?
MOSQUITO
Como ahora es día,
la vi por ella espresa.
D. TELLO
¡La condesa!
MOSQUITO
La condesa,
condada su señoría.
D. TELLO
¡Válgame Dios!
MOSQUITO
Y a mí y todo.
D. TELLO
De gran empeño salí,
—266→
estando D. Juan allí.
MOSQUITO
Y yo no andaba en el lodo.
BEATRIZ
Verás lo que se alborota.
D. INÉS
¿Pues qué semejanza tiene
con los naipes que previene
la condesa?
BEATRIZ
Esa es la sota.
D. INÉS
¡Cielos! Yo mi desengaño
agradezco haber sabido.
D. TELLO
Mosquito, estoy aturdido
de un suceso tan estraño.
¿Pues ella buscole a él,
o cómo allí llegó a estar?
MOSQUITO
¡Cielos! ¿cómo he de escapar
de aqueste viejo cruel
que a dudas me ha de moler,
y se aventura el enredo?
Mas sólo librarme puedo
no dejándome entender.
Yo, señor, al conocella,
la vi que al zaguán entró,
y un pobre entonces llegó
que no dio limosna ella.
El pobre pasó adelante,
D. Diego vino tras él,
y repitiendo el papel
vino el pobre vergonzante.
Traía un vestido escaso
de color; y Dios me acuerde,
que no era tal, sino verde.
D. TELLO
¿Pues el vestido es del caso?
MOSQUITO
Habiendo el pobre salido,
vino la condesa luego,
y cuando vino D. Diego vino,
porque había venido.
D. TELLO
¿Quién había venido?
MOSQUITO
Él15.
—267→
D. TELLO
¿Luego ella le fue a buscar?
MOSQUITO
No señor; porque al entrar
ella entraba con aquel,
y el pobre que entraba cuando
entraba él, no llegó.
D. TELLO
¿Pues quién era aquel que entró?
MOSQUITO
Eso es lo que voy contando.
Entró ella, y cuando entraba,
entró el pobre: fue D. Diego,
y como entró con sosiego,
después de entrado, allí estaba
y de esto se quedó loco,
porque entraba muy esquivo.
D. TELLO
No lo entiendo, por Dios vivo.
MOSQUITO
Pues eso, ni yo tampoco.
D.ª INÉS
Beatriz ¿qué es lo que está hablando
Mosquito?
BEATRIZ
Los naipes son.
D.ª INÉS
¿Pues qué es esta confusión?
BEATRIZ
¿No ves que está barajando?
D. TELLO
¿Quién a quién vino a buscar?
MOSQUITO
¿Luego no lo has entendido?
D. TELLO
No, ni esplicarte has sabido.
MOSQUITO
Pues vuelvotelo a contar.
Él buscó a quien lo buscaba
porque ella buscando vino,
y buscando de camino,
él buscó lo que allí estaba
y el pobre que los buscó,
no buscó duelos agenos.
D. TELLO
Ahora lo entiendo menos.
MOSQUITO
¿Pues qué culpa tengo yo?
D. TELLO
Tú has de apurar mis enojos:
¿qué dices?:
MOSQUITO
¡Ay tal rigor!
Viven los cielos, señor,
que lo vi con estos ojos.
D. TELLO
¿Qué es lo que viste?
MOSQUITO
Esta historia.
D. TELLO
¿Qué historia? Que en tu torpeza
no tiene pies ni cabeza.
—268→
Pues no será pepitoria.
D. TELLO
¿Sabes tú si de él ella es dueño,
o tiene empeño?
MOSQUITO
¡Ay tal! como
yo no soy su mayordomo,
qué sé yo si tiene empeño.
D. TELLO
Anda, vete, mentecato,
que eres un simple.
MOSQUITO
Eso quiero.


De este insigne poeta son las comedias de La Tía y la Sobrina, llena toda de chistes y sales, de Trampa, adelante, de El Licenciado Vidriera, de No puede ser guardar una mujer, de La ocasión hace al ladrón, de El Parecido en la Corte, de Las travesuras de Pantoja, de Industrias contra finezas, de Yo por vos y vos por otro, y El Caballero, que son las mejores que escribió en el genero cómico.

Pero también se atrevió a describir caracteres más nobles. ¿Quién no conoce su Valiente Justiciero y Ricohombre de Alcalá?, comedia en que describe con suma verdad las costumbres perversas y altiva independencia de un señor feudal, igualmente que el castigo que recibió su osadía del rey D. Pedro, a quien nuestros poetas dramáticos han tratado mejor que los historiadores, no sólo porque su vida entera fue un drama terrible, sino también por su valor personal, prenda que entre nuestros antepasados hacia perdonar muchos defectos.

Hé aquí el diálogo entre D. Pedro y D. Rodrigo, quejándose éste de aquel Rico-hombre. D. Tello le había quitado su mujer.

REY
Que digáis la queja es ley.
D. RODRIGO
Ya que la sabéis infiero.
REY
La oí como pasagero
y la ignoro como rey,
D. RODRIGO
Pues señor, Tello García,
el Rico-Hombre de Alcalá,
aquel a quien nombre da
—269→
del poder la tiranía
a mi esposa me robó
del modo que ya supisteis.
REY
Si vos se lo consentisteis
también lo consiento yo.
D. RODRIGO
Quitome la espada, y ciego
me atajó acción tan honrada.
REY
¿Y os quitó también la espada
que pudisteis tomar luego?
D. RODRIGO
Yo de su poder no puedo,
señor, mi agravio vengar.
REY
¿Luego se viene a quejar
no la injuria, sino el miedo?
D. RODRIGO
Esto, señor, no es temer
sino el poder de su nombre.
REY
¿Y cuando así sólo ese hombre,
riñe con él el poder?
D. RODRIGO
¿Pues cuando justicia os pido,
que riña con él mandáis?
REY
Yo no quiero que riñáis,
sino que hubierais reñido.
D. RODRIGO
No quise, aunque fuera airosa
la acción, darla esa malicia.
REY
No va contra la justicia
el que defiende a su esposa
y habiéndolo ya intentado
de no haberlo conseguido
quedabais más ofendido,
mas veníais más honrado
que yo atento a la razón,
podré mandarle volver
a ese hombre vuestra muger,
pero no a vos la opinión.
D. RODRIGO
Pues cobrarala mi pecho.
REY
Ya os costará mi castigo
si lo hacéis, que ahora os digo,
que no estuviera mal hecho
andad, que su sinrazón
—270→
castigaré.
D. RODRIGO
¿Y no podré,
pues sin ella quedaré,
cobrar yo antes mi opinión
REY
Sí, y no.
D. RODRIGO
¿Pues cuál haré yo
entre un sí, y un no, que oí?
REY
D. Pedro dice, que sí,
y el rey os dice, que no.
D. RODRIGO
Pues ya que en mi honor infiero
tal mancha, lavarla es ley,
que aunque me amenaza rey,
me aconseja caballero.


Este diálogo solo basta para caracterizar el siglo en que se ha escrito.

Es magnífico el razonamiento en que el rey reprende a D. Tello.

REY
En fin, ¿vos sois en la villa
quien al mismo rey no da
dentro de su casa silla?
¿El Rico-hombre de Alcalá
es más que el rey en Castilla?
¿Vos sois aquel que imagina
que cualquiera ley es vana,
sola la de Dios es digna?
Mas quien no guarda la humana,
no obedece la divina.
¿Vos quien, como llegué a vello,
partís mi cetro entre dos,
pues nunca mi firma o sello
se obedece, sin que vos
deis licencia para ello?
¡Vos quien vive tan en sí,
que su gusto es ley, y al vellas,
no hay horror seguro aquí
en casadas ni doncellas?
¿esto lo aprendéis de mí?
Pues entended que el valor
—271→
sobra en el brazo del rey
pues sin ira ni rigor
corta, para dar temor,
con la espada de la ley.
Y si vuestra demasía
piensa que hará oposición
a su impulso, mal servicio
que al herir de la razón
no resista la osadía.
Para el rey nadie es valiente
ni a su espada la malicia
logra defensa que intente,
que el golpe de la justicia
no se ve hasta que se siente.
Esto sabed, ya que no
os lo ha enseñado la ley
que vuestro error despreció
porque después de ser rey
soy el rey D. Pedro yo.
Y si a la alteza pudiera
quitar el violento efecto,
cuyo respeto os altera,
mi persona en vos hiciera
lo mismo que mi respeto.
Pero ya que desnudar
no me puedo el ser de rey,
por llegároslo a mostrar,
y que os he de castigar
con el brazo de la ley;
y os dejaré tan mi amigo
que no darme cuchilladas
queráis; y si lo consigo,
a cuenta de este castigo
tomad estas cabezadas.
D. TELLO
¡Cielos, con tal deshonor
a mí ultraje tan infame
¡que para esto el rey me llame!
PEREGIL
¿Doliote mucho, señor?


  —272→  

Peregil, criado de Tello, no ve en la cabezada más que el dolor. Este rasgo de carácter es propio del cómico de Moreto.

El rey manda prender a D. Tello, lo condena a muerte, entra disfrazado en su prisión, le liberta, se hace encontradizo con él en el Parque, pelea y le vence. Después lo perdona a ruego de su hermano D. Enrique.

Esta comedia es imitación de El mejor Alcalde el Rey, de Lope de Vega; pero el carácter de D. Pedro está superiormente dibujado. Aquel hombre extraordinario que pelea cuerpo a cuerpo y solo con D. Tello para probarle que basta por sí solo, sin necesidad de la autoridad regia, para postrarle, tiembla con la memoria de sus delitos, y se ve perseguido por el espectro de un sacerdote a quien había dado de puñaladas.

Moreto es una prueba de la perfección del arte en su época. Inventó poco en cuanto a los argumentos; pero mejoró mucho en cuanto a los fundamentos y conducta de la fábula, y en cuanto a los caracteres, señaladamente los cómicos.

En el género moral e ideal escribió La fuerza de la ley, La fuerza del natural, La misma conciencia acusa y Hasta el fin nadie es dichoso: cuyos títulos anuncian la intención del autor.

Moreto debe estudiarse como un repertorio de situaciones cómicas y de sales en la elocución. Tal vez de degenera en chocarrero: tal vez sus gracias son no más que equívocos fríos; pero en medio de estos defectos se encuentran excelentes rasgos característicos, y un fondo inagotable de chistes.

En la próxima lección analizaremos los dramas de Rojas, el primero de nuestros poetas en el género trágico.



  —273→  

ArribaAbajo27.ª lección

Comedias de Rojas


Así como Moreto es el primero de nuestros poetas cómicos, Rojas lo es de los trágicos. El tipo de sus dramas de este género es siempre el que inventó Lope de Vega y perfeccionó Calderón; y así no hay que esperar de él esa separación absoluta de las gracias cómicas y de las situaciones trágicas que caracteriza al teatro francés, sino una acción bien sostenida, situaciones terribles, y catástrofes bien graduadas. Su elocución se acerca más al gongorismo de su tiempo, aunque él fuese el primero en burlarse de él; y sus chistes y sales en los dramas o escenas cómicas se fundan muchas veces sobre el equívoco.

Es natural que empecemos nuestros estudios de este poeta por García del Castañar, carácter individual, colosal, tipo ideal de la antigua virtud y del antiguo honor de los españoles; carácter que supo apropiarse y representar fielmente nuestro célebre actor Maiquez.

García del Castañar vivía en sus tierras con su esposa Blanca, tranquilo y feliz, alejado de la escena de la ambición y del bullicio de las cortes. D. Mendo, un cortesano de Alonso XI, ve a Blanca, se enamora de ella y la solicita. García le encuentra en su misma casa; pero por una equivocación, justificada en los incidentes anteriores. García cree que D. Mendo es el rey de Castilla. Empieza la lid entre el honor y la lealtad. Resuelve dar muerte a Blanca, aunque inocente; Blanca se refugia en palacio al lado de la reina. Al fin García tiene que presentarse al rey a darle las gracias por el mando de un cuerpo de tropas que le ha concedido. Llega a la corte, entra en palacio y en el cuarto del rey, que estaba con sus cortesanos para recibir al nuevo capitán de frontera. Postrase a Don Mendo y le pide la mano. D. Mendo dice:

  —274→  
«Aquel es el rey, García.»


En estas palabras, las más terribles que jamás se han pronunciado en la escena, lee el auditorio la sentencia de muerte del seductor. Póstrase al rey; le dice aparte que está agraviado; el rey le pregunta por el ofensor; y él sale afuera llamando a D. Mendo, y apenas le tiene en la antecámara, lo atraviesa a puñaladas.

Hé aquí de qué manera disculpa ante toda la corte el asesinato:

D. GARCÍA
Vivía, sin envidiar
entre el arado y el yugo
las cortes, y de tus iras
encubierto me aseguro;
hasta que anoche en mi casa
vi aqueste huésped perjuro,
que en Blanca atrevidamente
los ojos lascivos puso.
Y pensando que eras tú,
por cierto engaño que dudo
le respeté corrigiendo
con la lealtad lo iracundo.
Hago alarde de mi sangre,
venzo al temor con quien lucho,
pídeme el honor venganza,
el puñal luciente empuño,
su corazón atravieso...
Mírale muerto, que juzgo
me tuvieras por infame
si a quien de este agravio acuso
le señalara a tus ojos
menos, señor, que difunto
aunque sea hijo del sol,
aunque de tus grandes uno,
aunque el primero en tu gracia,
aunque en tu imperio el segundo;
que esto soy, y este es mi agravio,
este el ofensor injusto
—275→
este el brazo que le ha muerto,
este divida el verdugo.
Pero en tanto que mi cuello
esté en mis hombros robusto,
no he de permitir me agravie,
del rey abajo, ninguno.


Para conocer cuánto debe ser el dolor de García al creer que el rey quiere a su esposa, es necesario haber visto antes cuánta es la felicidad de que gozaba en su casa del Castañar, y esto lo describe admirablemente Rojas en muchas y varias situaciones que no pudieran caber en los estrechos límites de las unidades dramáticas.

Debe advertirse que García era hijo de un proscrito, y Blanca hija de un infante de la Cerda que en la menor edad de Alonso XI le disputó la corona, y murió perseguido también. Sólo el conde de Orgaz conocía a fondo el secreto de ambas familias; pero García no ignoraba el de la suya.

En el primer acto manifiesta García la felicidad que goza en el monólogo siguiente:

D. GARCÍA
Fábrica hermosa mía,
habitación de un infeliz dichoso
oculto desde el día
que el castellano pueblo victorioso,
con lealtad oportuna,
al niño Alfonso coronó en la cuna.
En ti vivo contento,
sin desear la corte o su grandeza,
al ministerio atento
del campo, donde encubro mi nobleza
en quien fui peregrino,
y extraño huésped, y quedé vecino.
En ti, de bienes rico,
vivo contento con mi amada esposa,
cubriendo su pellico
nobleza, aunque ignorada, generosa;
—276→
que aunque su ser ignoro,
sé su virtud, y su belleza adoro.
En la casa vivía
de un labrador de Orgaz prudente y cano
víla, y dejome un día,
como suele quedar en el verano,
del rayo a la violencia,
ceniza el cuerpo, sana la apariencia.
Mi mal consulté al conde,
y asegurando que en mi esposa bella
sangre ilustre se esconde,
caséme amante, y me ilustré con ella
que acudí, como es justo,
primero a la opinión y luego al gusto.
Vivo en feliz estado,
aunque no sé quién es, y ella lo ignora
secreto reservado
al conde que la estima, y que la adora
ni jamás ha sabido
que nació noble el que eligió marido.
Mi Blanca, esposa amada,
que divertida entre sencilla gente,
de su jardín traslada
puros jazmines a su blanca frente:
mas ya todo me avisa
que sale Blanca, pues que brota risa.


El amor virtuoso de estos dos consortes se expresa en los siguientes sonetos que recíprocamente se dicen, y que no desdijeran en una colección de poesías castellanas:

D.GARCÍA
No quiere el segador el aura fría,
ni por abril el agua mis sembrados,
ni yerba en mi dehesa mis ganados,
ni los pastores la estación humbría,
ni el enfermo la alegre luz del día,
la noche los gañanes fatigados,
blandas corrientes los amenos prados,
—277→
más que te quiero, dulce esposa mía;
que si hasta hoy su amor desde el primero
hombre juntaran, cuando así te ofreces
en un sugeto a todos los prefiero:
y aunque sé, Blanca, que mi fe agradeces,
y no puedo querer más que te quiero,
aun no te quiero como tú mereces.
BLANCA
No quieren más las flores al rocío
que en los fragantes vasos el sol bebe,
las arboledas la desecha nieve,
que es cima de cristal y después río,
el índice de piedra al norte frío,
el caminante al iris cuando llueve,
la oscura noche la traición aleve,
más que te quiero, dulce esposo mío
porque es mi amor tan grande, que a tu nombre,
como a cosa divina construyera
aras donde adorarle y no te asombre,
porque si el ser de Dios no conociera,
dejara de adorarte como hombre,
y por Dios te adorara y te tuviera.


Llegan a hospedarse en su casa el rey disfrazado, D. Mendo, a quien cree que es el rey por llevar una batida roja, seña que lo había escrito el conde de Orgaz para distinguir al monarca, avisándolo al mismo tiempo que no quería Alonso ser conocido, y otros cortesanos. García en conversación con los fingidos cazadores, describe así la tranquilidad y los placeres de su vida.

D. GARCÍA
Mas precio entre aquellos cerros
salir a la primer luz,
prevenido el arcabuz,
y que levanten mis perros
una vanda de perdices;
y codicioso en la empresa
seguirlas por la dehesa
con esperanzas felices
de verlas caer al suelo;
—278→
y cuando son a los ojos
pardas nubes con pies rojos,
batir sus alas al vuelo,
y derribar esparcidas
tres o cuatro; y anhelando,
mirar mis perros buscando
la que cayeron heridas,
con mi voz, que los provoca
y traer las que palpitan
a mis manos, que las quitan
sin disgusto de su boca;
levantarlas, ver por dónde
entró entre la pluma el plomo
volverme a mi casa, como
suele de la guerra el conde
a Toledo, vencedor;
pelarlas dentro en mi casa,
perdigarlas en la brasa,
y puestas al asador,
con seis dedos de un pernil
que a cuatro vueltas, o tres,
pastilla de lumbre es
y canela del Brasil;
y entregárselo a Teresa
que con vinagre, su aceite
y pimienta, sin afeite
las pone en mi limpia mesa,
donde en servicio de Dios
una yo, y otra mi esposa
nos comemos; que no hay cosa
como a dos perdices, dos;
y levantando una presa
dársela a Teresa, mas
porque tenga envidia Bras,
que por dársela a Teresa
y arrojar a mis sabuesos
el esqueleto roído,
y oír por tono el crujido
—279→
de los dientes y los huesos,
y en el cristal transparente
brindar y con mano franca
hacer la razón mi Blanca
con el cristal de una fuente
levantar la mesa, dando
gracias a quien nos envía
el sustento cada día,
varias cosas platicando;
que aquesto es el Castañar,
que en más estimo, señor,
que cuanta hacienda y honor
los reyes me pueden dar.


Idos los huéspedes, convida a su esposa a gozar el fresco del jardín.

D. GARCÍA
Y tú, bella como el cielo,
ven al jardín, que convida
con dulce paz a mi vida,
sin consumirla el anhelo
del pretendiente que aguarda
el mal seguro favor,
la sequedad del señor,
ni la provisión que tarda,
ni la esperanza que yerra,
ni la ambición arrogante
del que armado de diamante
busca al contrario en la guerra
ni por los mares del norte
que envidia pudiera dar
a cuantos del Castañar
van esta tarde a la corte.


¿Y Blanca, entretenida en proponer enigmas a sus criados mientras su esposo vuelve del campo, dándole dulces quejas cuando llega por haberse detenido, y preparando la ropa limpia, hilada por su misma mano?

Todo este edificio de virtud y de felicidad doméstica viene al suelo cuando quedando solo en un aposento   —280→   ve entrar por el balcón a un hombre embozado. Este es D. Mendo, que creyendo a García en la caza, ha subido por una escala a asaltar la honestidad de Blanca.

D. GARCÍA
¡Válgame el cielo, qué miro!
D. MENDOZA
¡Vive Dios, que es el que veo
García del Castañar!
Valor, corazón, ya es hecho:
quien de un villano confía,
no espere mejor suceso.
D. GARCÍA
Hidalgo, si serlo puede
quien de acción tan baja es dueño,
si alguna necesidad
a robarme os ha dispuesto,
decidme lo que queréis,
que por quien soy os prometo
que de mi casa volváis
por mi mano satisfecho.
D. MENDOZA
Dejadme volver, García
D. GARCÍA
Eso no, porque primero
he de conocer quién sois;
y descubríos muy presto,
o de este arcabuz la bala
penetrará vuestro pecho.
D. MENDOZA
Pues advertid no me erréis;
que si con vos igual quedo,
lo que en razón me lleváis,
en sangre y valor os llevo.
Yo sé que el conde de Orgaz
lo ha dicho a alguno en secreto,
informándole de mí:
la banda que cruza el pecho,
de quien soy testigo sea.
D. GARCÍA
¡El rey es, válgame el cielo!
y que le conozco sabe:
honor y lealtad, ¿qué haremos?
¿Qué contradicción implica
la lealtad con el remedio?
—281→
D. MENDOZA
¡Qué propia acción de villano!
temor me tiene o respeto;
aunque para un hombre humilde
bastaba solo mi esfuerzo.
¡El que encareció el de Orgaz
por valiente! Al fin, es viejo.
En vuestra casa me halláis;
ni huir, ni negarlo puedo
mas en ella entré esta noche...
D. GARCÍA
A hurtarme el honor que tengo:
muy bien pagáis a mi fe
el hospedaje por cierto
que os hicimos Blanca y yo:
ved qué contrarios efectos
verá entre los dos el mundo,
pues yo ofendido os venero,
y vos de mi fe servido,
me dais agravios por premios.
D. MENDOZA
No hay que fiar de un villano
ofendido; pues que puedo,
me defenderé con este.
D. GARCÍA
¿Qué hacéis? Dejad en el suelo
el arcabuz, y advertid
que os le estorbo, porque quiero
no atribuyáis a ventaja
el fin de aqueste suceso
que para mí basta solo
la banda de vuestro cuello,
cinta del sol de Castilla,
a cuya luz estoy ciego.
D. MENDOZA
¿Al fin me habéis conocido?
D. GARCÍA
Miradlo por los efectos.
D. MENDOZA
Pues quien nace como yo
no satisface, ¿qué haremos?
D. GARCÍA
Que os vais, y rogad a Dios
que enfrene vuestros deseos
y al Castañar no volváis,
que de vuestros desaciertos
—282→
no puedo tomar venganza,
sino remitirla al cielo.
D. MENDOZA
Yo lo pagaré, García
D. GARCÍA
No quiero favores vuestros.
D. MENDOZA
No sepa el conde de Orgaz
esta acción.
D. GARCÍA
Yo os lo prometo.
D. MENDOZA
Quedad con Dios.
D. GARCÍA
Él os guarde,
y a mí de vuestros intentos,
y a Blanca.
D. MENDOZA
Vuestra muger...
D. GARCÍA
No, señor, no habléis en eso,
que vuestra será la culpa;
yo sé la muger que tengo.
D. MENDOZA
¡Ay Blanca! sin vida estoy:
¡qué dos contrarios opuestos!
Este me estima ofendido,
tú adorándote me has muerto.
D. GARCÍA
¿Adónde vais?
D. MENDOZA
A la puerta.
D. GARCÍA
¡Qué ciego venís, qué ciego!
Por aquí habéis de salir.
D. MENDOZA
¿Conocéisme?
D. GARCÍA
Yo os prometo
que a no conocer quien sois,
que bajaredes más presto:
mas tomad este arcabuz
ahora; porque os advierto
que hay en el monte ladrones,
que podrán ofenderos
si, como yo, no os conocen:
bajad aprisa; no quiero
que sepa Blanca este caso.
D. MENDOZA
Razón es obedeceros.
D. GARCÍA
Aprisa, aprisa, señor,
remitid los cumplimientos;
y mirad que al descender
no caigas, porque no quiero
que tropecéis en mi casa,
porque de ella os vais más presto.
D. MENDOZA
¡Muerto voy!
D. GARCÍA
Bajad seguro,
pues que yo la escala os tengo.


  —283→  

Sólo la lealtad castellana y el respeto debido al rey pudieron impedirle tomar justa satisfacción de una injuria tan grande, que en el tercer acto poco antes de la catástrofe al mismo D. Mendo, que cree ser respetado sólo por ser quien es, lo dice al rey, deseoso de dar a García el mando de un cuerpo de tropas:


...No es bueno
quien por respetos, señor,
no satisface su honor,
para encargarle el ageno.



Después de muerto Mendo, el rey perdona a García El conde de Orgaz es nombrado general del ejército contra el rey de Granada, y García exclama enajenado:


Pues toque el parche sonoro,
que rayo soy contra el moro
que fulminó el Castañar.



No está descrito con menos perfección el Caín de Cataluña. El conde de Barcelona tiene dos hijos, Ramón y Berenguel: el primero, que debía ser sucesor de su corona, de carácter suave, ídolo del pueblo y de su padre: el segundo, envidioso, cruel, antojado. Dice que nada debe a su padre, pues le hizo segundo; maltrata a un barbero porque llegó tarde, e hizo que te afeitase su bufón; a un cochero, porque no se paró; a un picador, porque le mostró las faltas de su caballo, y celebró el overo de su hermano.

Pero su principal dote era la envidia. Trató el conde de casar a Ramón con Leonor de Tolosa, y al punto se enamoró de ella, y fue menester dársela por esposa porque no alborotase a Cataluña. Ya casado con Leonor, y en este punto comienza la comedia, se enamora de Constanza de Nápoles, que había llegado a Barcelona para casar con D. Ramón; y quiere anular su primer matrimonio, y quitar a su hermano por segunda vez la esposa destinada. El conde   —284→   le riñe, le amenaza, le halaga; todo en vano. Sólo sirvió el rigor para obligarle a fingir. Sale a recibir a su hermano, que volvía triunfante de los turcos, y que deseoso de ver a Constanza, su novia, en una casa de campo, desembarcó casi solo en las cercanías, y proporcionó a Berenguel los medios de cometer el fratricidio.

RAMÓN
Berenguel, amigo, hermano,
¿cómo una Sangre que es tuya
derramas?
BERENGUEL
Indigno, muere.
RAMÓN
Dime, ¿qué agravio o injuria
te he hecho yo, o por qué me has dado
la muerte?
BERENGUEL
¿Para qué buscas
más razones a mi ira,
si tú mismo a ti te acusas?
Honor y celos te matan.
RAMÓN
Marqués.
BERENGUEL
Es la causa justa.
RAMÓN
Constanza.
BERENGUEL
Aun no sale el sol.
RAMÓN
Soldados.
BERENGUEL
Nadie te escucha.
RAMÓN
Pues ya, hermano...
BERENGUEL
No me llames
hermano.
RAMÓN
Que en mí ejecutas
tu crueldad, sólo te ruego...
BERENGUEL
Nada esperes que te cumpla.
RAMÓN
Que me perdones.
BERENGUEL
¿Así confesando estás tu culpa?
no te perdono.
RAMÓN
Yo sí
te perdono.
BERENGUEL
Ya no pulsan
sus tibias venas, y como
es la noche tan oscura,
distinguir es imposible,
por ser poca, o por ser mucha,
si la sangre que el alma vierte
o se enrojece, o se azula.
Todo el cielo me parece
que me amenaza, trasuda
el corazón, y sus alas
las abate, y no las junta.
Esa montaña parece
—285→
que cae sobre mí, esas grutas
a mi error servirle, quieren
de silvestre sepultura.
¡Quién de sí mismo pudiera
huirse! Mas de la ruda
arena quiero cubrir
mi delito, y no mi culpa.
Cubrir el cadáver quiero
de arena, y sobre ella algunas
penas, en tanto que salen
a lisonjearme por duras.
De estos árboles intento
cubrir el cadáver: rudas
ramas de las hojas verdes,
hacedle frondosa urna.
¿Qué me quiere el cielo? ¿el centro,
para qué le dificulta
sendas a mi planta? ¿el aire,
por qué de horrores se enluta?
¡O nubes, ahora densas!
¡o estrellas, tan presto oscuras!
Asústame la tiniebla,
aquella luz me deslumbra,
todo a un tiempo me amenaza
y todo a un tiempo me turba.
Ahora en esta ocasión,
porque el sol no le descubra
sobre el cadáver pusiera
todo ese monte por urna.


Este pasaje anuncia un gran poeta. En él se encuentra la versificación cortada, las repeticiones de una misma palabra cadáver, el trastorno de la naturaleza entera a los ojos del malvado, el deseo de encubrir su delito, y la turbación del remordimiento sin el menor vestigio de pesar.

En el tercero, conocido su delito y preso, parece más bien a un insensato o estúpido que siente maquinalmente las consecuencias de su maldad, que a   —286→   un hombre arrepentido o a un facineroso confirmado en la culpa. Berenguel parece incapaz de un solo sentimiento virtuoso; pero su constitución física no puede tolerar el peso de su crimen. Unas veces desea que el cielo lo castigue; otras que su hermano vuelva a vivir para volverte a matar; otras le persigue la sombra del difunto.

El tribunal le condena a muerte; su padre le confirma la sentencia, pero lo da medios para huir de la prisión. Berenguel no lo agradece; pero huye, valido de la ocasión. La sombra de su hermano le persigue entonces con más ahínco. Turbado, no sabe por donde ir, salta las tapias del jardín de palacio, y es muerto por los guardas, que no le conocieron.

En esta comedia nada hay digno de atención sino el carácter de Berenguel. Hay muchas escenas episódicas, y dos bufones que pudieran ir a otra parte a decir sus gracias. Pero el carácter de Berenguel, la maldad producida por el sentimiento de la envidia, y el remordimiento, que no llega a ser arrepentimiento, están superiormente descritos.

Concluyamos los análisis de Rojas con la comedia de El más impropio verdugo, en la cual se ve justificada la muerte que un padre da a su hijo con sus propias manos. César de Salviati, caballero de Florencia, y enemigo de la Médicis, tiene por hijos a Alejandro, cruel y feroz, a Carlos, suave y benigno, y a Casandra, querida de Federico de Médicis. El padre y los dos hijos le encuentran en su casa en el momento que acababa de triunfar del honor de Casandra, y le dan la muerte. En esta escena concluye el segundo acto, porque los dos primeros se emplean en desenvolver los caracteres de Alejandro y de Carlos, y en preparar con escenas de amor y celos la muerte de Federico.

En el tercer acto son presos el padre y los dos hijos, y condenados a muerte por el duque de Florencia, que era también Médicis y quería vengar   —287→   la muerte de su primo; pero faltaba verdugo para la ejecución de la sentencia, y siendo ley que se perdonase la vida al reo de muerte que quisiese ser ejecutor de la justicia, el bárbaro Alejandro se ofreció ser verdugo de su padre y hermano. César, horrorizado de semejante propuesta, después de muchos esfuerzos inútiles para hacer que Alejandro renunciase a su propósito, se presenta al juez para ser verdugo de sus hijos. El duque prefiere esta oferta a la de Alejandro. César sube al cadalso y da muerte al malvado hijo; pero rehúsa ejecutar la sentencia en Carlos, y pide al duque que busque otro verdugo para el padre y para el hijo que queda. El duque, admirado de tantos horrores y de la fuerza de alma del anciano, perdona a los dos. La situación, aunque poco noble, por ser patibularia, es trágica, por el contraste de los caracteres, y la verdad de descripción en los sentimientos de César y de sus hijos.

Las composiciones trágicas más notables de Rojas son: No hay ser padre siendo rey, los Áspides de Cleopatra, Casarse por vengarse, cuya fábula insertó Lesage en su Gil Blas de Santillana, y Progne y Filomena. La acción del Caín de Cataluña ha sido imitada por Schiller, y es la misma que la del Wenceslao de Rotrou, única tragedia tolerable del teatro francés antes de El Cid de Corneille.

Ejercitose también en el género cómico con bastante felicidad en la elocución, aunque muy inferior a Moreto en los caracteres y en la intriga. Las mejores comedias en este género son: Lo que son mujeres, Donde hay agravios no hay celos, Obligados y ofendidos, y D. Lucas del Cigarral. En esta última empieza la invención de los figurones o caricaturas, en que el ridículo se exagera hasta lo sumo. Tomás Corneille imitó, o por mejor decir tradujo algunas comedias de Rojas.

En la lección siguiente continuaremos la historia del teatro español, hasta mediados del siglo XVIII.



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Arriba28.ª lección

Comedias de Montalbán, Cubillo, Candamo y otros


Hemos delineado, en cuanto nos ha sido posible, la fisonomía dramática de los grandes atletas de nuestro teatro. Hemos mostrado las prendas y defectos de nuestros grandes poetas: la invención y la incorrección de Lope; la perfección de la fábula y la monotonía de los caracteres de Calderón; la fuerza cómica de Tirso y de Moreto; el estro trágico de Rojas, admirable en las situaciones, aunque a veces defectuoso en el estilo; y en fin, el genio de Alarcón, primero de los poetas en la comedia urbana. Hemos también manifestado cuáles composiciones de nuestro teatro dieron origen a la comedia y a la tragedia francesa del siglo XVII, y fueron como la chispa eléctrica que excitó al gran Corneille a encerrar tantas y tan bellas cosas en el estrecho círculo de las tres unidades.

Nos hemos detenido, como era nuestro deber, en analizar bajo todos sus aspectos las comedias de estos autores, señaladamente de Lope y Calderón, creador el primero, y perfeccionador el segundo, del teatro español; porque era necesario presentar a nuestros lectores la marcha de la acción, las bellezas del diálogo, las de la elocución y versificación, y eso en todos los géneros cultivados por aquellos grandes poetas.

El trabajo de los análisis se ha concluido, porque aunque aquellos maestros tuvieron muchos discípulos y rivales, el tipo del drama en sus diferentes géneros, de capa y espada, ideal, histórico, pastoril, cómico, trágico y religioso, estaba ya dado, y poco o nada añadieron de nuevo; además, dentro de los mismos géneros fueron inferiores a los que ya hemos estudiado. Mas   —289→   como no es justo defraudarlos de la parte de gloria escénica que les corresponda, me parece que es de mi deber dar una noticia sucinta de ellos, e indicar las comedias que creamos mejores de cada uno. Cuando se conoce a Corneille, Racine, Crebillon y Voltaire, podemos leer con gusto, pero sin adelantar en el conocimiento del arte, otras tragedias francesas.

El primero de los poetas cómicos de que vamos a dar cuenta, es el doctor Juan Pérez de Montalbán, amigo y discípulo de Lope, más correcto que este en la composición de sus dramas; pero queriendo imitar la ternura que puso su maestro en sus heroínas, la exageró hasta el furor amoroso, y despojó al amor del atractivo del pudor. Una dama de Montalbán, cuyo marido estaba fugitivo por una muerte, se queja al magistrado de que

ha de faltarme la mitad del alma,
y ha de sobrarme la mitad del lecho.


Esta antítesis basta para conocer el carácter que da Montalbán a sus heroínas. Su elocución pasa rápidamente por todas las gradaciones. Junto a un rasgo trivial se encuentra otro gongorino. La mejor de sus comedias es La toquera vizcaína, de capa y espada.

Imitadores de Moreto en el género cómico y de carácter fueron Avellaneda, autor de Cuantas veo, tantas quiero, Belmonte, autor y poeta, a quien se debe la comedia de El Diablo predicador, en la cual, además de estar perfectamente descrito el carácter groseramente sensual y fanático de un lego, hay las magníficas escenas entre el guardián de San Francisco y Luzbel, obligado a ser fray Obediente Forzado: nada hay más ideal que el carácter del fingido religioso, que venga su rabia oprimida haciendo sentir al humilde hijo de San Francisco la superioridad que tiene sobre él en ciencia; Córdoba y Figueroa, autor de Todo es enredo amor, cuya fábula insertó Lesage como un episodio   —290→   en la historia de Gil Blas; Cáncer y Matos, que compusieron muchas comedias con Moreto, saliendo cada uno a una jornada: de todas las comedias que Matos, hizo solo, la mejor en nuestro entender es El yerro del entendido; y en fin, Zárate, a quien debemos en el género ideal Los filósofos de Grecia, Heráclito y Demócrito, y en el cómico de carácter, La Presumida y la Hermosa.

Los imitadores de Calderón fueron más numerosos. Citaremos los más notables. Cubillo tiene comedias muy buenas de capa y espada, como El Tramposo con las damas, y Las Muñecas de Marcela: la primera parte de El Conde de Saldaña tiene versos y escenas excelentes, y La perfecta casada es muy apreciable en el género ideal.

De Coello vio conozco más que El Robo de las Sabinas. En el giro de la acción, en los versos y en los caracteres, podría atribuirse a Calderón.

Diamante, que recorrió todos los géneros, exageró a su modelo Calderón, y llevó la versificación al más alto punto del gongorismo. ¿Quién no conoce el principio de la relación de El Negro más prodigioso?

Mi padre, pues otro ignoro,
fue el Nilo, undosa muralla
que siete bombas de nieve
por siete bocas dispara.
Reino de siete provincias,
monstruosa Indra de plata,
que de un cuerpo cristalino
produce siete gargantas.


Pero ¡qué disparates tan sonoros! En ellos se puede aprender a versificar.

A Enrique Gómez, autor de La prudente Abigail y de otras comedias igualmente débiles, hemos visto atribuida la de Los Bandos de Rávena, drama de gran interés. Hay en él un carácter individual, cual   —291→   es el de Valerio, faccioso, cruel, lleno de envidia de su hermano Romualdo, y que bajo su nombre engaña y goza a Isabela su amante; pero valiente y atrevido. Podría figurar en una pieza romántica de nuestros días; pero desgraciadamente al fin de la comedia se lo lleva el demonio en castigo de sus maldades, y no queda el crimen triunfante, cosa que es de obligación según los principios de la nueva escuela.

Fernández de León, además de muchas comedias históricas y mitológicas en el gusto de Calderón, escribió en el de Moreto El Sordo y El Montañés, bastante buena.

Lanine Sagredo, autor de comedias históricas; la mejor es El primer rey de Navarra.

Monroy tuvo mucha celebridad entre los aficionados a comedias de los lugares pequeños, por la altisonancia de su elocución, constantemente gongorina.

Salazar, mejor versificador y dramático que los anteriores; suya es la comedia de El encanto es la hermosura, que es una de las mejores de carácter que hay en nuestro teatro.

Villegas, autor de Dios hace justicia a todos, comedia excelente, cuya acción es la muerte y derrota de Ladislao, rey de Polonia y Hungría, en la batalla de Varna, habiendo emprendido la guerra, infringiendo la paz jurada al sultán Amurates.

Dejamos para el fin a D. Francisco Bances Candamo, y al ilustre autor de la historia de la conquista de Nueva España, porque estos nos parecen los últimos poetas dramáticos del siglo XVII, aunque creemos las comedias de Solís anteriores a las de su coetáneo.

Calderón había pintado el amor como una religión, unida al valor y al honor en los hombres, y a la altivez en las mujeres. Solís, en Su amor al uso, en Un bobo hace ciento y otras comedias urbanas, convirtió la pasión en un comercio de galantería, y de vanidad, aunque se abstuvo de imitar la malignidad lúbrica de Tirso. Sus comedias fueron muy aplaudidas, quizá   —292→   porque ya en el reinado de Carlos II habían descaecido las costumbres urbanas y caballerosas, así como la milicia, la marina, el saber y los demás monumentos de la gloria española; todo estaba entonces débil, enfermizo y endemoniado como aquel infeliz monarca.

El lenguaje de Solís, que en las composiciones serias, como Euridice y Orfeo, se acerca mucho al gongorismo, en los pasajes jocosos está lleno de chistes y sales, aunque tal vez afectados, pero siempre ingeniosos. Es un modelo que merece estudiarse, pero con cautela. Su comedia de El doctor Carlino, es de carácter. El de Carlino está bien dibujado. En cuanto al movimiento de la acción, imitó la multiplicidad de incidentes de Calderón; pero aunque era tan felice como su modelo en el enlace, no poseía el arte de terminar bien la fábula.

Candamo, que según observa el señor Jovellanos, fue de todos los imitadores de Calderón el que tuvo más talento, desdeñó el género de la comedia urbana o de capa y espada. Todas sus comedias son o históricas, o ideales, o religiosas. Entre las ideales merecen ser señaladas como de las mejores de nuestro teatro en esta línea El esclavo en grillos de oro, en que se describe la sujeción a que está obligado un monarca, Cómo se curan los celos, que es la fábula de Orlando furioso, mezclada con personajes alegóricos, y La piedra filosofal, en que el autor intenta probar que la imaginación es la medida de los placeres y de los infortunios.

Candamo se dedicó exclusivamente a los géneros en que podían brillar más sus conocimientos y noticias políticas, a los cuales era muy inclinado, y los sembró con abundancia en sus comedias históricas, señaladamente en la de Por su rey y por su dama, cuya acción es la sorpresa de Amiens por Hernán Tello Portocarrero, en el reinado de Enrique IV, rey de Francia. Pero el gongorismo de su lenguaje y versificación,   —293→   sobre todo en los pasajes descriptivos, es insufrible.

Leiba, Enciso y Martínez poseyeron alguna parte del genio trágico de Rojas. No hay contra un padre razón, de Leiba, es notable por el excelente carácter de un príncipe heredero a quien persigue su padre con el objeto de asegurar la corona a su hijo menor habido en su segundo matrimonio.

Los Médicis de Florencia de Enciso, y Los Esforcias de Milán de Martínez, abundan en rasgos y en situaciones verdaderamente trágicas.

Hemos llegado a fines del siglo XVII, porque Hoz y Mota, a quien debemos dos comedias dignas de mucha atención, El Castigo de la miseria y El Villano del Danubio, me parece, atendido el estilo, que floreció a principios del siglo XVIII.

El Castigo de la miseria tiene sobre El Avaro de Moliere la ventaja de ser una comedia española y original. Nadie ignora que el cómico francés imitó y perfeccionó a Plauto; pero el español le sacó todo de su propio fondo, y no por eso es peor. Abundan en ella rasgos de avaricia, y es bien conocido el verso:

«Él inventó aguar el agua.»


El castigo del avaro D. Marcos Gil de Almodóvar, consiste en hallarse casado con una mujer que él creía que era una indiana riquísima, y halla al fin solo es una señora de industria, pobre como una rata, y con sus puntas y collares de liviana. Entonces, viendo el abismo de infelicidad en que han caído él y su dinero, exclama risiblemente:

¿Pues qué hago que en un pozo
de cabeza no me echo,
ya que por no comprar soga
de una viga no me cuelgo?


  —294→  

Obsérvese que la acción de esta comedia termina con el segundo acto. El tercero, en que le roban su dinero y se lo vuelven, no es más que una prolongación de su infelicidad.

El Villano del Danubio del mismo autor es una comedia histórica, perfectamente seguida y muy interesante. Descríbese en ella la maldad de los romanos, pueblo civilizado, en los países sometidos, y las virtudes rústicas, pero efectivas, de los pueblos en el primer periodo de civilización.

«La romana cuertesía,»


como dice el gracioso, que sólo consistía en robar los bienes y las mujeres, fue un rasgo muy repetido y celebrado en nuestra nación, señaladamente en la guerra de la independencia, en que los franceses oprimieron con el pretexto de civilizar.

Llegamos, en fin, al primer tercio del siglo XVIII, en que nuestro teatro, que en el XVII había sido caudaloso como el Rhin, terminó como él en dos pobres arroyuelos; D. Antonio de Zamora y D. José de Cañizares.

Zamora es muy endeble, y sólo se aprecia de él su farsa de figurón de El Hechizado por fuerza. No puede ni debe decirse otro tanto de Cañizares, poeta de más fuerza cómica en sus caricaturas, y que sabe con una elocución fácil y graciosa excitar una risa inextinguible. ¿Quién no conoce su Dómine Lucas; su Cosmo de Anzures en Yo me entiendo y Dios me entiende; su D. Lorenzo de Maqueda en El honor da entendimiento; y en fin, su D. Policarpo en La más ilustre fregona, tomada de una novela de Cervantes?

Cultivó también el género histórico en D. Juan de Espina en Milán, imitación de La prueba de las promesas de Alarcón, y en También por la voz hay dicha, que es la fábula de Arión y que se acerca mucho al mérito de Calderón en la conducta y los versos,   —295→   como también El sacrificio de Efigenia, en cinco actos, según el francés estilo, pero con sus graciosos y sus lances de amor y de celos, y sus tramoyas teatrales, aunque muy bien versificada.

Esta comedia me hace recordar que en el catálogo de las de Calderón, hecho por Villaroel, hay una del mismo título. Ni yo ni ninguno de mis amigos hemos podido haberla a las manos, y es muy de desear que se encuentre para compararla con la Ifigenia de Racine, y ver en lo que convienen y en lo que se separan estos dos ilustres poetas tratando el mismo asunto.

Aquí concluye la historia del teatro español. Algunos autores de fines del siglo XVIII, como Ramírez de Arellano y D. Ramón de la Cruz Cano, el que introdujo los manolos en la escena, escribieron algunas piezas en el género de Calderón, pero sin gusto ni genio, y de ellas sólo ha quedado en el teatro El Pintor fingido del primero. Luzán había escrito su arte poética, y establecido en nuestra literatura las reglas clásicas del teatro francés. Y como por otra parte ya no existía el español, tomó direcciones muy diferentes el gusto de los autores y el del auditorio. En la obra de Luzán empieza una nueva era escénica.

La anterior, comenzando desde Lope de Vega, duró cerca de dos siglos; en el primero fue nuestro teatro el más culto, el más aplaudido, el más imitado de Europa. Desde fines del siglo XVII empezó a decaer por falta de genios que le sostuviesen; y las muchas e innumerables bellezas producidas en la época anterior, yacieron sumergidas en un olvido verdaderamente ingrato y culpable. Y ¡ojalá que no hubiese producido peores efectos que este el furor de renunciar a todo lo que era nacional y de imitar todo lo que era francés! Pero una vez dado el impulso, se extendió   —296→   a la literatura, a las costumbres, hasta a los trajes. Dejamos de ser originales, y el genio se vengó de nuestro servilismo abandonándonos.

Mi objeto en estas lecciones no ha sido otro que salvar del olvido reliquias preciosas y venerables, exponiendo al mismo tiempo las causas de la elevación y decadencia de nuestra musa dramática. Por eso hemos expuesto con tanta lentitud los progresos de nuestro teatro desde La Danza de la Muerte hasta Calderón, Moreto, Rojas y Alarcón, porque entonces cada paso era una mejora: Juan de la Encina, Naharro, Rueda, Virúes, Lope de Vega y Calderón son nombres a los que están ligadas las diferentes épocas del teatro español desde su nacimiento hasta su perfección. Su decadencia no merece tanto estudio, porque ni halaga los corazones patrióticos, ni hay mucho que aprender en ella. Además las cosas humanas se elevan siempre con dificultad, pero la caída es muy fácil.




 
 
FIN