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ArribaAbajoPríncipes y Juglares

Deberes del Caballero para con su príncipe



ArribaAbajo- I -

De lo que hacen desventuradamente los reyes y príncipes de este mundo


(Del «Libro de Contemplación»)


¡Oh, Dios glorioso sobre todas las santidades! ¡Dios perfecto sobre todas las perfecciones!

Bendito seáis, Señor, porque habéis ennoblecido y honrado a los reyes y a los príncipes y altos barones sobre todos los pueblos de este mundo. Porque vemos, Señor, que les habéis sometido todas las gentes, a fin de que haya paz en la tierra.

Bendito seáis porque les habéis dotado de juicio y de entendimiento para que puedan gobernar rectamente a sus pueblos.

Por esto vemos, Señor, que los reyes y los príncipes eligen bailes y vegueres, procuradores y jueces en defensa de los justos; porque ellos no serían bastantes de por sí para gobernar a sus pueblos.

Pero, Señor, ¿qué vale vuestra bondad? Pues cada día que pasa da testimonio de que aquellos   —110→   oficiales que eligen y nombran son en alto grado engañadores, injuriosos y ladrones para con su Señor y para con los pueblos que debieran gobernar tan rectamente. Y así resulta que las ovejas, son confiadas a los lobos.

Verdadero Señor: Vos habéis querido ennoblecer a los reyes y a los príncipes con esclarecido linaje y otras honras que les pertenecen. Mas vemos que los más de ellos se confían, como si no fuesen sino siervos, a algún hombre depravado y de esta suerte se hacen viles en sus obras y en sus hechos.

¡Qué gran locura es ésta, Señor, hacerse siervos de hombres viles, cuando Vos los exaltáis sobre tantos hombres nobles!

Por esto, Señor, estos malvados príncipes no toman ejemplo de Vos, ni someten vuestro honor y vuestra honra al señorío, en vez de hacerlo malvado; cuando Vos, Señor, podéis quitarles la dignidad que tanto les honra.

¡Señor, ordenador de todas las cosas así temporales como espirituales!

Vemos que los reyes y los príncipes disfrutan de grandes rentas y del fruto de copiosos tributos mas vemos, Señor, que todo lo malgastan y nada les sobra nunca; porque todo lo prodigan   —111→   trivialmente en vanidades y en cosas de escaso provecho.

Vos, Señor, pusisteis a los príncipes y a los reyes sobre todos los pueblos para que en estos pueblos reine la justicia; y para que en ellos sean confundidos todos los que injurian y mienten. Mas vemos, Señor, que ocurre todo lo contrario en los más de los príncipes de este mundo; porque les vemos ayudar y proteger a los que causan injurias a sus súbditos, y a los que son enemigos y malquerientes para con los hombres que verdaderamente son de buena vida.

¡Piadoso Señor! Vos habéis sometido los pueblos a los reyes y a los príncipes para que mediante su buen gobierno haya paz en la tierra, y a fin de que las gentes vayan con seguridad por los caminos, y lleguen con la misma seguridad y paz a sus albergues.

Vemos, no obstante, que ocurre todo lo contrario. Porque es tal la codicia, la maldad y la vanagloria de los reyes y de los príncipes, que siempre tienen al mundo y sus pueblos en continuas guerras y en trabajos.

Mucho me he maravillado, Señor, de estas cosas, no sabiendo explicarme cómo tan pocos hombres como son los reyes y los príncipes tengan en tantos trabajos a tantas gentes como son en este mundo.

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¡Humilde Señor, que os humilláis oyéndonos y para hacernos bien!

Vemos que los príncipes y los altos barones de este mundo, considerando que, para nuestro buen gobierno fueron elegidos sobre nosotros cuando los hemos menester y acudimos a ellos, hallamos cerradas las puertas de sus palacios; y si pretendemos entrar, solamente hallamos las amenazas de sus porteros.

¡Bendito seáis, Señor, pues Vos no sois así! Porque en cualquier momento que queremos veros en contemplación, y hablaros, vuestra puerta está siempre abierta para nosotros.

¡Señor! Los príncipes de este mundo debieran ser verdaderos reyes y señores para con nosotros; mas en puridad de verdad y en razón de sus cargos, mejor debieran ser sometidos, procuradores y siervos de sus deberes en beneficio nuestro; puesto que debieran preocuparse y afanarse según las necesidades que sus pueblos sienten; porque según es su oficio, debieran salvaguardar, mantener en paz y administrar en conciencia.

¡Señor franco y siempre lleno de merced!

Vemos que a los reyes y a los príncipes se les presta debido homenaje, se les besa la mano y se   —113→   les tributan honores, y se les hacen muchas reverencias. Pero esto sólo es porque son nuestros procuradores en la tierra. Mas nosotros vemos que mucho príncipe malvado no Os honra a Vos ni reverencia, no Os es grato, ni se detiene a considerar en conciencia la honra que de Vos ha recibido.

Señor Dios verdadero que ayudáis a vuestros súbditos y servidores: Os sea tributada gloria, honor y alabanzas. Quisiéramos que vuestro deseo se cumpliera, viendo que los reyes y los príncipes son según las obras que su oficio exige. Pues el principado sobre los pueblos es tan noble cosa que el que posee señorío debiera ser siempre humilde, justiciero, dulce, sencillo y suave y lleno de lealtad y de misericordia.

¡Señor! Quien hallase a un tal príncipe, mucho le honraría, mucho le serviría, y mucho le amaría. Porque en todo el mundo no hay cosa mejor para los pueblos que tener un buen príncipe que sea veraz, muy entendido y de muy buenas costumbres. El príncipe que así fuese, sería muy bueno y muy grande, porque muy grande sería el bien que podría hacer, y muchos también los males que podría evitar.

Muchas veces, Señor, he preguntado a los hombres andariegos a través del mundo si han   —114→   visto a algún príncipe que sea perfecto en todo aquello, es decir, que tenga las buenas condiciones que se requieren para que un príncipe sea un buen príncipe. Y no hallé nunca nadie que pudiera darme razón de la existencia de un tal príncipe. Esto, Señor, me maravilla mucho. Todos los días experimento que se hallan piedras preciosas, tan bellas que poseen toda la nobleza y belleza de cualidades que les corresponden naturalmente; y hallamos también muchos hombres religiosos que se hallan ennoblecidos con aquella bondad y honestidad que constituyen la perfección de un hombre verdaderamente religioso. ¡Pero, Señor, por más que preguntamos y buscamos, no hallamos rey ni príncipe que tengan las perfecciones que su oficio reclama, cuando de príncipes buenos tiene tanta necesidad el pueblo! Porque tener mal rey o mal príncipe constituye un daño muy grande; siendo como es cosa tan necesaria tener buen rey y buen príncipe.

Paciente y amoroso Señor: ¡Alabado y bendecido seáis. Vos, y cuanto hay, en Vos!

Porque, Señor mío, yo aun no he visto rey alguno que por vuestro amor haya renunciado a su reino, ni que lo haya dado a los pobres; ni siquiera que lo haya puesto en orden con el fin de   —115→   enderezar a los que van errados, por el verdadero camino de lo justo. Ni que haya sido mártir, como Vos lo fuisteis por los hombres, y como lo fueron Vuestros apóstoles.

Yo no hallo ningún príncipe, Señor, que tenga como la más grande ambición y el mayor deseo de honraros y loaros más a Vos, que a sí mismo. Veo en cambio que todos los días son dadivosos y pródigos para con los logreros y los juglares a fin de que los alaben. Y veo también que todos los días se hallan metidos en guerras que no tienen otro fin que conquistar nuevos súbditos, para que nuevos hombres también los alaben y les sean súbditos.

Cuando estoy en presencia del rey, observo, Señor, que se hallan ante el muchos caballeros, barones y otras gentes. Mas también veo y oigo que sólo hablan de vanidades o de cosas que únicamente atañen a su honra propia, al propio encumbramiento y al aumento de riquezas o de la propia fama.

¡Ah, Señor Dios verdadero, que habéis creado y ordenado sabiamente todo lo que hay en el cielo y en la tierra!

Como vemos, Señor, que los reyes y los príncipes son honrados sobre todos los demás hombres   —116→   y son más poderosos y más ricos que todos, los demás, en tal guisa, Señor, bueno fuera que, los príncipes y los grandes señores procurasen estar llenos y completos en virtudes y en buenas costumbres mucho mejor que todos los demás hombres.

Y veo a muchos, Señor, que sólo ansían más reinados y principados. Porque me doy cuenta, Señor, de que todos los reyes y los príncipes por grandes y muchos reinos y principados que posean aun desean tener más. Señor: me causa mucha maravilla que hombre alguno quiera o desee ser rey o príncipe. Porque los reyes y los príncipes nunca están saciados con lo que tienen.

Vemos, Señor, que cuando el príncipe o gran barón cabalgan a través de los caminos, llevan un largo séquito de muchas gentes. Y cuando mueren, se les sepulta bajo un poco de tierra. Y pienso esto cuando veo que viviendo el príncipe nunca le es bastante la tierra de sus reinos y señoríos; y cuando ha muerto ha de contentarse con el poco de tierra que lo sepulta.

¡Oh, Señor Dios, que anunciáis, y prometéis, y concedéis a vuestros bienamados las glorias del paraíso!

Veo que todos los príncipes y grandes señores   —117→   se van a cazar con mucha voluntad, alegando que la caza es para ellos recreación y manera de huir de pecado. Y así se excusan. Y al entretanto, Señor, no les preocupa tener en su lugar, para que gobiernen su pueblo, procuradores protervos que son para aquéllos unos lobos rapaces. Y así sucede que mientras el príncipe se dedica al deporte, los lobos se comen las ovejas que les habían encargado.

Veo también, Señor, que los príncipes se adornan las manos con oro, plata y piedras preciosas. Mas, ¿qué importan todos esos adornos cuando se tienen las manos tintas en sangre humana de pobres hombres, por falta de justicia? ¿Qué le vale al príncipe ir bien vestido, gozar de los deleites y vivir bien descansado, cuando deja a su pueblo que reciba injurias, y se halla empobrecido y maltratado y martirizado, como lo es el ganado que maltratan las bestias salvajes?

Cuando el príncipe termina de comer y ha bebido mucho y se quitan los restos de la mesa, veo que entonces se le acercan los juglares, los aduladores y logreros y los hombres mundanos y vanagloriosos; y se le acercan para hablarle tan sólo de vanidades o cantarle canciones que no son sino de lujuria o de vanagloria.

Estos tales, Señor, no tienen en la memoria   —118→  

Quién sois Vos, para agradeceros vuestros bienes como debe agradecer un siervo los que recibe gratuitamente. Por esto no hacen, Señor, lo que: Os place, ni procuran evitar ocasión de olvidaros y desobedeceros.

¡Oh, Señor Dios verdadero, que constituís el placer sobre todos los placeres; y sois deseado sobre todos los deseos!

Veo que los príncipes debieran cuidarse mucho de que no faltase la verdad en la boca de los juglares, de los hombres que adulan y de los mundanos y vanagloriosos. ¡Mas experimento, Señor, no ser así! Al contrario, Señor, no se halla la verdad donde debiera hallarse y donde los príncipes debieran cuidar que hubiese. Sólo la hallo, Señor, en los hombres verdaderamente religiosos y en aquellos que, renunciando al mundo, lo menosprecian.

¡Ah, Señor! ¡Los príncipes y los grandes barones quieren que Vos los honréis también en el otro siglo! Como los habéis honrado generosamente en este mundo. Pero se engañan. No será así, Señor; al contrario, porque la verdad no es hallada donde debiera hallarse en este mundo; y en el otro mundo nadie será honrado si no   —119→   es por las buenas obras que haya hecho en éste durante su vida.

Los reyes y los príncipes, mi Señor, procuran en verdad aparecer buenos y dignos de ser honrados y amados; mas lo hacen por las honras que se les hacen; y no advierten como debieran que son dignos de ser deshonrados y desamados por las malas obras que hacen contra sus súbditos.

¡Oh, Señor Dios en Quien está toda mi esperanza y el objeto de mis contemplaciones!

Cuidan los príncipes que no haya en este mundo hombres más libres que ellos. Mas veo, Señor, que ningún hombre hay en este mundo, fuera de ellos, que sea tan súbdito como ellos son en realidad.

En efecto, más súbdito es y más cautivo se halla el hombre cuyo oficio es el de salvaguardar y enderezar a los demás hombres, que los que por estarles sometidos sólo son súbditos del príncipe.

Veo, Señor, que los príncipes, por más honrados que sean en este mundo, no por esto dejan tener hambre y sed, y sentir frío y calor como todos los demás hombres; y como ellos también se irritan y están tristes, pensativos,   —120→   miedosos, enfermos y despagados. Y como los demás hombres mueren también, y son enterrados malolientes, y se pudren.

Señor: Tampoco hallo hombre alguno en este mundo de quien se diga tanto mal como se dice de los reyes y de los altos barones. Ni como contra nadie se cometen tantas traiciones y engaños como contra ellos. Ni nadie es tan escarnecido, murmurado y afligido como son ellos.

De modo que en verdad no se da nobleza alguna tan expuesta a pesadumbre como aquella en que los reyes y los príncipes se afincan.

¡Señor Dios que abastecéis a mis ojos de lágrimas y de llantos; y a mi corazón de deseos y de amores!

Aun cuando los príncipes posean en este mundo grandes riquezas y sean objeto de grandes honores, es lo cierto que muchos de ellos tienen malas costumbres y muchos pecados. Y también que, cuanto más honrados son en este mundo, más relieve adquieren las obras viles que cometen y cuanto más grandes son ellos, tanto más son viles, feas y protervas.

Vos, Señor Dios mio, disteis los príncipes a los pueblos con el fin de que mantengan en ellos la justicia, haciendo de modo que las gentes caminen   —121→   por los justos caminos de la verdad y del bien.

¡Mas observo, Señor, que acontece todo lo contrario!

Porque si es cierto que ninguno de los hombres que son tiene tanta obligación de mantener la justicia como ellos tienen, por nadie como por ellos los pueblos abandonan los caminos de la justicia y de la verdad. Y esto es cuando los príncipes malvados tienen más amor a lo que es falso que a la verdad.

¡Glorioso Señor mío!

Vuestra voluntad es que los príncipes sean inquisidores y captadores de los hombres protervos que injurian a sus semejantes y de cuantos hunden o maltratan los pueblos.

Vemos que los príncipes persiguen por llanos y por montañas a las bestias y a las aves, que mal no les merecen; y en cambio no persiguen ni captan a los hombres malos que maltratan y destruyen los principados, cuya defensa les fue encomendada.


 
 
Aquí termina el capítulo de los reyes, príncipes y altos barones de este mundo.
 
 


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ArribaAbajo- II -

De lo que hoy hacen los juglares y trovadores pervertidos para divertir y adular a reyes, príncipes y caballeros


¡Oh, Dios, Padre celestial, en Quien es toda santidad y todo señorío!

El arte de juglaría comenzó en Vos, para loaros y bendeciros. Para esto, Señor, fueron inventados los instrumentos, los coros, las endechas y los «lays»1, y se compusieron nuevas músicas a fin de que los hombres se alegrasen en Vos.

Mas según veo, Señor, al presente y entre nosotros ha cambiado completamente el arte de   —123→   la juglaría. Porque los hombres que hoy se dedican a tañer y a sonar instrumentos, a danzar y componer trovas, no cantan ya ni usan de las músicas, ni componen versos, ni hacen canciones si no son de lujuria o de alabanza de las vanidades de este mundo.

Los que tañen, Señor, y cantan el libertinaje, y alaban en sus cantos aquellas cosas que no son dignas de ser alabadas, estos tales son unos malditos; puesto que pervierten el noble arte de juglaría, apartándolo definitivamente de aquellos bellos fines y maneras por las que comenzó este arte.

Bienaventurados sean, Señor, los que usando de los instrumentos musicales, coros y «lays» se alegran y se comportan como es debido en alabanza vuestra, en vuestro amor y en vuestra bondad. Por esto juglares nobles son, Señor, los que saben mantener en la nobleza de sus principios el arte de la juglaría.

¡Que siempre, Señor Dios, sea conocida y reverenciada vuestra Paternidad, Filiación y Procedencia en vuestra simplísima Unidad!.2

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Observamos, Señor, que los juglares y los trovadores3 son muy amados y honrados porque saben cantar y bailar y hacer versos, y componer canciones; y saben inventar nuevas danzas; y saben cantar baladas.

Y son escuchados, solicitados, llamados, muy queridos y muy amados por la belleza de sus danzas, por la hermosura de su habla, y por los nuevos argumentos que hallan y por las nuevas armonías musicales que componen:

Mas, Señor, si los hombres parasen mientes en los males que hoy se siguen por causa de los juglares y de los trovadores; y advirtiesen que en   —125→   sus cantares y con sus instrumentos sólo hacen obras de poco provecho y, lo que es peor, de gran vileza, ya no serían los juglares y los trovadores tan bien recibidos como son ni tan bien protegidos.

Porque mediante los instrumentos que suenan, y por los nuevos argumentos que inventan y cantan, por las nuevas danzas que componen y por las palabras que dicen, bien veo, Señor, que echan en olvido así vuestra gran bondad y vuestra gloria como la pena que aguarda en el otro siglo a los que faltan en éste a la justicia y a la verdad.

¡Señor! El hombre se ha hecho desobediente a su verdadero Señor y Salvador. Esta es la razón por que son recordadas todas las feas obras del pecado y son amadas todas las maneras de desobedeceros.

¡Dios eternal, en Quien hallan cumplimiento todas las glorias, todas las noblezas y todas las virtudes!

Observamos que por causa de los juglares las mujeres pierden a sus maridos, y las doncellas se corrompen y mancillan. Por obra también de los juglares los hombres se hacen siempre más altivos, más orgullosos, más olvidadizos y más desleales.

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¡Señor Dios! Vemos que los juglares durante la noche van de ronda haciendo sonar sus instrumentos por calles y plazas para mover el ánimo de las mujeres a putería y para que por eso se hagan falsas y hagan traición a sus maridos. De modo, Señor, que a esos juglares no les basta el día para hacer daño y para tratar de que se obre el mal; sino que aun quieren hacer daño durante la noche cuando todas las cosas reposan y cesan de hacer daño.

¡Señor! Vemos muchos juglares malvados que son maldicientes, que ponen querellas entre un príncipe y otro príncipe, entre un barón y otro barón, por su mala lengua infiel.

Y vemos que se destruyen imperios, reinos, condados, tierras, villas y castillos, por el odio y la mala voluntad que engendran en los barones más elevados.

Si realmente es así, Señor, ¿qué hombres hacen más daño en este mundo que los juglares?

¡Ah, Señor Dios que guardáis, salváis y beneficiáis a vuestros pueblos!

Observamos que los juglares han convertido el noble arte de juglaría en un arte y manera de mentir; cantando donosamente que son buenas,   —127→   son dignas de ser alabadas, y que por su gran vileza debieran ser menospreciadas. Y en cambio, Señor, los juglares reprenden, escarnecen, maldicen y menosprecian aquellas cosas que por ser nobles y bellas y verdaderas debieran ser ensalzadas.

Si existe algún hombre, Señor, que sea extremadamente lujurioso, gran escarnecedor, pródigo y lleno de vicios y de pecados, este hombre es precisamente el más ensalzado, ennoblecido y amado por los juglares.

El motivo único, Señor por que los juglares son tan embusteros, reprendiendo lo que debiera ser alabado y alabando aquello que debiera ser reprendido, es por razón de que los príncipes depravados y los ricos hombres son unos necios que aman lo que es falso y tienen odio a la verdad.

Por la perversión de los príncipes y ricos hombres, y por lo mucho que de ellos saben, los juglares toman ocasión de más mentir, y tienen sus complacencias adulando a los príncipes y a los grandes, loando tan sólo lo que éstos aman o desean.

¡Señor Dios! Que se conozca que en Vos sólo hay fortaleza, virtud, santidad, grandeza, bendición y nobleza!

Tengo, Señor, un gran deseo de que haya juglares   —128→   verdaderos, que loen lo que es digno de alabanza y desacrediten lo que sólo es digno de vituperio.

Y aun he deseado, Señor mío, que ningún hombre acertase en componer trovas, cantar y tañer instrumentos, a no ser que fuese servidor y juglar de verdadero amor y de verdadero valor4; súbdito y amador de la Verdad.

Todos los días vemos, Señor, que los juglares van como locos y como embebidos; y, no obstante, es tan grande su astucia que ajustan muchos dineros que arrancan de las gentes necias. Por esto son muchos los que hoy toman hábito de juglaría y aun de bobería5 con el fin de enriquecerse rápidamente. Esto que sucede me   —129→   causa gran maravilla, sobre todo no hallando a quien, por amaros, loaros y ganar de Vos la gloria, vaya cómo loco de amor a las cortes de los reyes y de los altos barones, cantando y reprendiéndoles si no cumplen vuestros mandamientos.

Mucho me maravilla, Señor, que no pueda explicarme cómo un mundo tan vil y mezquino como el que no es perdurable y que es tan pobre en todo valor, haya más juglares y más loadores que Vos, Señor mío, que sois perfectísimo, eternal y cumplido en todo bien.

Y es, Señor, que observando a los juglares que   —130→   son en este mundo, veo que ya llenan las tierras; y aun cuando el hombre es juglar para sí mismo, para alabarse y satisfacerse.

Mas, Señor, vuestros fieles juglares son tan pocos que pasan inadvertidos entre las gentes.

¡Oh, Señor, fuerte sobre todas las fuerzas! ¡Señor poderoso sobre todos los poderes!

Los príncipes y grandes de nuestro tiempo colman de dádivas a los que les adulan y alaban; y ésta es la razón porque existen tantos juglares.

Y pues que Vos, Señor, sois tan bueno y tan generoso concediendo tan grandes y tan nobles dones... ¿cómo puede explicarse que no tengáis mejores loadores que los hombres vanagloriosos de este mundo?... ¿Cómo puede ser que el hombre no estudie y se afane más en ser vuestro juglar, que Os bendiga, adornando e iluminando el lenguaje, con el fin de alabaros entre las gentes?

¡Porque en verdad, Señor, aquellos juglares son más juglares de sí mismos que de Vos!

Si todos los juglares que adulan a los príncipes y a los hombres mundanos alaban las vanidades del mundo y las propias vanidades, también por hipocresía Os alaban a veces, para ser ellos alabados de las gentes y para que así puedan conseguir dádivas y placeres temporales.

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Yo digo, Señor: Si todos fuesen puestos en una parte, es decir, estos juglares, y en otra parte los juglares nobles que Os alaben y bendicen de corazón, pocos serían los de ésta; es decir, pocos se contarían los que Os alaban y bendicen con pureza de intención y un amor verdadero.

Mas aun dado, Señor, que los juglares verdaderos que Os bendicen son pocos frente a los demás juglares mentirosos, vuestros juglares loándoos valen mucho más que éstos, por muchos y aplaudidos que sean.

Más vale, Señor, la alabanza de un juglar verdadero que todas cuantas alabanzas pueden tributar los juglares mentirosos. Porque el hombre que alaba mintiendo, que adula, en realidad no alaba, sino que desalaba. Ni honra al loado; sino que le deshonra.

¡Oh, Señor Dios verdadero, que ilumináis las ambiciones nobles de los cristianos de fe verdadera y de buenas obras!

Quisiera ver, Señor mío, juglares que vayan andariegos por las plazas de los castillos y a las cortes de los reyes, de los príncipes y de los altos barones, enseñando la propiedad que existe en los dos movimientos y en las dos intenciones6 y la   —132→   naturaleza y las propiedades que hay en los cinco sentidos corporales7; y enseñasen también las   —133→   propiedades de las cinco potencias del alma8.

Cuando los juglares lo aprendan y se adiestren en la sabiduría, entonces, Señor, serán verdaderos juglares en medio del mundo; porque alabarán en verdad lo que es digno de ser alabado, y reprenderán lo que es digno de ser reprendido.

Pero la gente no sólo no quiere ser reprendida por sus faltas, sino que aun quiere hallar excusa e incluso alabanza. Por esto hay tan pocos juglares verdaderos, y abundan en gran manera los juglares mentirosos.

Los que quisieren ser juglares verdaderos, ven, y aprendan este «Arte de contemplación». Porque en este Arte hallarán muchas y nuevas razones, y muy bellas palabras por las cuales, Señor,   —134→   podrán bendeciros, amaros y serviros ¡Pues toda esta obra, Señor mío, se comenzó y se hace para dar alabanza de Vos, para enamorar en Vos, y para honraros a Vos!

¡Señor Dios verdadero que Os habéis encarnado en nuestra Señora Santa María con el fin de recrear9 al linaje humano!

Vemos, Señor, que los juglares danzan y cantan y hacen sonar instrumentos delante de los hombres para moverlos a alegría y para que hayan placer contemplando sus danzas y escuchando sus cantares y la música de sus instrumentos10. Y vemos, que cuando el juglar los ha alegrado, entonces pide y exige de la gente.

Bendito seáis, Señor Dios, que quisisteis haceros hombre, y llorar como los hombres y estar pensativo como ellos, y como ellos angustiado, atormentado y muerto para que los hombres alcanzasen la alegría en la gloria del paraíso.

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Puesto que de Vos, Señor, derivan todos los bienes, ¿por qué los juglares no conocen en lo íntimo que están obligados a bendeciros?

Los juglares, Señor, por el arte que poseen y la sutileza de que gozan, saben concordar la nota con el baile, los coros y los «lays», haciendo sonar los instrumentos según la armonía que el corazón adivina. Si es así, ¿cómo puede suceder esta maravilla, Señor, de que no saben abrir su corazón para bendeciros, ni saben o no quieren comprender que nunca se debe alabar cosa alguna de la que provenga daño a las gentes?

¿Por qué los juglares no reconocen en sí mismos el deber de loaros, ya que de Vos derivan todos los bienes?

Muchos hombres, Señor, hay que neciamente dan a los juglares lo que no debieran darles. Ni es justo que ellos reciban de este modo lo que reciben; sabiendo que cuando los juglares han recibido abundosas y semejantes dádivas, ellos mismos juzgan como tontos y necios a aquellos que neciamente les colmaron de dones.

¡Oh, divinal Señor en Quien se ajustan todos los amores, toda contemplación y todos los pensamientos buenos!

Vemos, Señor, que los juglares son ejemplos   —136→   vivos de mentira y maledicencia; visten reales vestiduras y comen ante las mesas, de los príncipes las mismas viandas que éstos comen. Y vemos que los pobrecitos y mezquinos, por amor de Dios han de pedir limosna y han de desear comer los restos de las viandas que sobran a los juglares después de hallarse ahitos. Los pobrecitos, Señor, permanecen fuera de los palacios, van cubiertos de telas viles y desgarradas, y se mueren de hambre por no hallar quien les abra la puerta, ni les haga buena cara, ni siquiera les dirija una palabra amable.

También vemos que los juglares tienen abundancia de caballos y palafrenes: y poseen vasos de plata y nobles vestiduras; poseen mucho dinero en plata y oro, y otros muchos dones. Mas los que mezquinamente son pobres y todo el día piden en Vuestro Nombre, sólo consiguen cosas de gran vileza. Porque con una «mealla»11 o con un mendruguillo de pan o con un vestido harapiento se pretende atender al pobre en su extremada pobreza.

Vemos, Señor, que los juglares cuando reciben tan ricos dones, como los que suelen recibir, no Os dan las gracias a Vos. Y cuanto reciben lo malgastan y lo prodigan.

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No sucede así, Señor mío, con los pobres que van pidiendo limosna de puerta en puerta. Por poco que se les dé, siempre dan gracias a Dios; y guardan lo que les sobra para cuando tengan necesidad, no sea que en tal ocasión no hallen limosna.

¡Verdadero Señor Os sea tributada gloria y alabanza en todo tiempo!

No veo al presente un arte más envilecido que el de la juglaría. Y esto acontece porque los juglares son los hombres más enfadosos, ambiciosos sin escrúpulos, embusteros y aduladores de los hombres.12

Aun observo, Señor, que el arte de juglaría constituye el arte más corrompido de todas las corrupciones y de todas las vilezas. Porque no hay hombre entre los que viven como el juglar, que cause tanto suplicio a las gentes, ni que diga las cosas que el juglar dice libremente.

Se ha hecho tan protervo, Señor, el arte de la juglaría, porque los juglares sólo cuando mienten saben ensalzar a los hombres. Y también mintiendo los juglares dicen mal de los hombres, si no se les da mucho o no se les paga muy bien.

Mas como los hombres mundanos ciertamente aman la vanagloria, por esto son tan generosos   —138→   para con los juglares; unas veces para que no hablen mal de ellos; y otras veces para que digan y esparzan bien de ellos. Mas este bien que anhelan no es ciertamente el que merecen los hombres que desean ser alabados.

¡Oh, Señor! Vuestro servidor y súbdito vuestro también ha sido antes de ahora un loador falso, mentiroso y maldiciente. Mas como Vos, Señor, lo habíais mirado con ojos piadosos y llenos de misericordia, ¡de aquí en adelante propongo, Señor ser un verdadero juglar de valor, y cantar verdaderos loores a mi Dios y Señor!13


 
 
Aquí termina el capítulo de lo que hacen los juglares
 
 


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ArribaIII

El príncipe y el caballero


Advertencias que hacía Ramón Lull a su hijo Ramón en «doctrina pueril»14


Hijo: El príncipe es un hombre elegido para que ejerza señorío sobre otros hombres con el fin de que éstos vivan y permanezcan en paz por temor de la justicia.

Por esto los príncipes vienen obligados a mantener la justicia, siendo como son su salvaguardia cabe los hombres que le están debajo en nobleza: Por lo cual los nobles están más obligados para con el príncipe que los demás hombres.

Has de saber, hijo mío, que en nadie hacen más fuerza y exigen más las obligaciones del oficio que en los príncipes y en los prelados. Porque tú y yo no nos sentimos obligados más que para   —140→   un solo hombre15, que es el Rey. Y el Rey tiene obligaciones para contigo y para conmigo, y para con todos los hombres quede son súbditos por señoría.

Tanto más se halla obligado un príncipe que otro hombre cualquiera, cuanto que el príncipe tiene oficio de gobernar; y por esto es el oficio menos deseable. Y esto en tanto grado, cuanto que el príncipe tiene más cosas de que responder, que no tiene otro hombre cualquiera; y por esto mismo todos le deben ayudar más que a cualquier otro hombre.

Amable hijo: Así como el alma es enderezamiento del cuerpo, así el príncipe es enderezamiento de todo el pueblo. Y así como cuando el alma se separa del cuerpo sobreviene la muerte, así también cuando el príncipe es malvado, es la muerte y la destrucción de su pueblo.

Hijo mío: El príncipe es un hombre como los demás hombres; pero es un hombre a quien Dios ha honrado con el fin de que pudiese ser señor de muchos hombres. De esta suerte, hijo mío, cuando veas al príncipe y observes que es un   —141→   hombre como los demás, no le tengas en menos; antes bien ámalo, porque es tu semejante en naturaleza, y témelo, porque es tu señor y porque es señor de otros hombres; y esto porque Dios le ha elegido sobre ti y aun sobre otros hombres, mejores que tú.

El alma ordena el cuerpo por todos los miembros, para que el cuerpo y todos sus miembros se ayuden para con sus respectivos defectos.

Por esta razón, hijo mío, el príncipe, para ayudarse contra su impotencia, se ve obligado a mantener ordenado a su pueblo mediante hombres buenos que le ayuden en el buen regimiento de su señorío y de su casa.

Los miembros enfermos son el principio de la destrucción del cuerpo; y en tal guisa los malos oficiales y malos consejeros son la destrucción de los señoríos y de la honra del príncipe.

Un mal príncipe es destrucción de sus tierras y de sus pueblos.

Por enfermedad de los miembros sobreviene la enfermedad a todo el cuerpo humano. De la misma manera el príncipe enferma por tener malos consejeros y malos oficiales. Y si un mal pueblo hace un mal príncipe, un buen pueblo merece un buen príncipe. Porque mal pueblo hace mal señor, y buen pueblo hace buen señor.   —142→   Porque de no ser así sucedería que el mal y el bien se convendrían entre sí, mejor que bien y bien.

Ningún hombre ha de sufrir tantos ladrones, tantos salteadores, traidores, maldicientes y murmuradores como sufre el príncipe.

Por esto, hijo mío, quien deseare ser príncipe, no ha de temer a los peligros que le sobrevienen por causa de los hombres sobredichos.

Sepas, hijo mío, que si tu desamas a tu Señor natural porque hace justicia en ti, debieras también desamar al zapatero porque te cose el calzado y al sastre porque te hace tus vestiduras; porque más obligado está el Rey a hacerte justicia que el zapatero a hacerte zapatos y el sastre a coserte vestidos.

Entre Dios y tú, el mismo Dios ha puesto a tu Señor. Y, ¿sabes por qué lo ha puesto? Para que amando, honrando y temiendo a tu señor terrenal, también seas amador y honrador de Dios, de Quien aquél recibe todo su poderío.

Amable hijo: Si permaneces en la gracia de tu señor terrenal verás muy luego que serás amado y temido por sus súbditos.

Mas cuando sin culpa te sientes objeto de su ira, y a pesar de ello le amas y le honras, y reverencias no sólo a él sino también a sus oficiales,   —143→   más amable y más agradable serás a la justicia de Dios.

Es costumbre vieja perseverar en cosas semejantes y agradables. Y puesto que las buenas costumbres son amables, y las malas costumbres son aborrecibles; y, como por otra parte, todo hombre se halla en libertad de elegir las costumbres que quiera, de esta suerte, hijo mío, serás sabio y discreto si dejas las malas costumbres y adquieres costumbres buenas.

Hijo: solamente las buenas costumbres son agradables al alma. Y, ¿sabes por qué? Porque cuando se tienen costumbres buenas, reina la paz entre las buenas costumbres y la conciencia.

Por el contrario, hijo mío, nunca hay paz entre las malas costumbres y la conciencia.

La corrupción de la naturaleza por el pecado se inclina más hacia las malas costumbres que hacia las buenas. ¿Quieres saber la razón? Para que el alma tenga mayor mérito constriñendo el cuerpo a las buenas costumbres.

No ames vieja costumbre por ser vieja. Las obras de los demonios, según tal criterio serían buenas, cuando en verdad han pervertido al mundo, haciendo tanto daño. Es un sabio mercader aquel que va por diversas tierras para ganar dinero   —144→   trayendo ricas mercancías a su tierra. Y su tierra y él han ganancia de este trabajo. Pero más sabio mercader serías tú si, yendo por diversas tierras, adquirieses las mejores costumbres que hallases.

No por novedad, empero, ames costumbre nueva que a costumbre vieja. Si me preguntas por qué te aconsejo esto, te diré: Para que elijas las costumbres que sean mejores y aborrezcas las peores.

Entiende también que no se pueden conceptuar como malas a las nuevas costumbres solamente por su novedad; porque el principio del bien, si es nuevo, sería malo; y esto no es así.

Acostúmbrate, hijo, a dar limosna, para que te acostumbres a esperar en Dios.

Acostúmbrate, hijo, a la oración; para que te acostumbres a desear la gloria celestial y a despreciar la gloria mundana.

Acostúmbrate a consolarte en Dios; para que sepas agradecerle los trabajos que te sobrevienen por tus pecados y por los míos; y para que sepas agradecerle los bienes que, sin trabajo por tu parte, te ha concedido poseer.

Acostúmbrate a tener conocimiento de todas las cosas. Acostumbra a tu cuerpo al trabajo, para que tengas salud, y no seas pesado ni perezoso.

  —145→  

Para que el olvido no te lleve nuevos daños, acostúmbrate, hijo, a recordar. Acostumbra a tu entendimiento a entender, para que no sufras engaño.

Acostumbra a tu voluntad a amar; porque así serás agradable a Dios.

Acostúmbrate a ser obediente, para que nunca seas orgulloso.

Usa de la confesión, para no echar en olvido a tus pecados.

Usa de la templanza, para que no seas glotón.

Usa de la fortaleza, para que no seas vencido.

Usa de la abstinencia, para que con frecuencia pidas consejo para tu bien.

Acostúmbrate, hijo, a sentir contrición, para que te acostumbres a llorar tus pecados.

Si quieres conseguir la audacia de un corazón noble, acostúmbrate a hablar delante de los nobles.

Si quieres tratar familiarmente con los hombres buenos, ama las costumbres que ellos aman, y desama las que ellos desamen.

Ten firmeza en tu ánimo, para que no tengas que arrepentirte.

Ten mesura en las manos, para que no llegues a la pobreza.

Refrena la lengua, para que no seas reprendido. Escucha, para que entiendas bien.

  —146→  

Da, para tener cosas propias.

Devuelve lo que se te ha encomendado, para que seas leal.

Mortifica tu voluntad, para que no te hagas sospechoso.

Recuerda la muerte, para que no seas codicioso.

Ten siempre la verdad, en los labios, para que no te avergüencen nunca.

Ama la castidad, para ser limpio.

Ten temor, y tendrás paz.

Ten ardimiento, y no serás cogido.

La bienaventuranza ha sido prometida a los que son sencillos y suaves de corazón. Esta es la bienaventurada posesión que tienen los santos de la gloria en el Reino acabado y perfecto.

Amable hijo: La suavidad engendra la paz.

La paz, es razón de posesión.

Y por esta posesión mundanal y esta paz, es significada la posesión celestial.

El alma se halla en guerras y trabajo cuando no tiene perfectos los cinco sentidos corporales. Y el cuerpo se hace rebelde contra el alma, cuando el alma no posee una voluntad firme. Y por no tener voluntad firme, el hombre es poseído en este mundo por la vanidad.

Amable hijo: Ama la suavidad; a fin de que la   —147→   ira no mueva tu corazón a desobediencia; porque por la desobediencia sobreviene la esclavitud.

Humilla tu entendimiento pensando en la vileza de este mundo, para que la voluntad se acostumbre a desear sobre todo la posesión de la infinita bienaventuranza.

El amor de quien ama a Dios, hace al que es apesadumbrado, sencillo y suave.

La suavidad y la sencillez hace que los hombres humildes posean a los hombres arrogantes, y pacifiquen a los iracundos.

De esta suerte, caridad y amor son principios de posesión y de paz.

Hijo mío: Ama la suavidad. Nuestro Señor Jesucristo fue suave y dulce cuando anduvo por el mundo; y se dejó prender y colgar en la cruz, para que el humano linaje conquistase la posesión del Reino de Dios.

Obediencia, perseverancia y paciencia, son los poderes que ayudan a la suavidad. Y la suavidad combate a la crueldad y a la rebeldía, para exaltación del hombre que es dulce y suave con la bendición de Dios.






 
 
FIN