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Libros nuevos relativos a Cristóbal Colón y al descubrimiento del Nuevo Mundo

Cesáreo Fernández-Duro





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1.

La patria de Cristóbal Colón, por D. Francisco Ferrucio Pasini1


La idea de celebrar el centenario del descubrimiento de América erigiendo á la memoria de Cristóbal Colón un monumento digno de su fama en las regiones del Río de la Plata, ha estimulado al Sr. Ferrucio Pasini, domiciliado en ellas, á colaborar en la obra de monumento más grande; de la historia del Almirante de las Indias, que en puridad no existe todavía, y pensando que la gloria de los varones eminentes, más particularmente se refleja sobre el país que los vió nacer y sobre las familias de que salieron, trata de investigar por principio cuál fué el lugar de su cuna, toda vez que, teniendo por indiscutible que estuviera en Liguria, no   —210→   son en su juicio concluyentes las razones alegadas hasta ahora por los pueblos que se la disputan.

No parece, á pesar de todo, que den las suyas mayor luz á una cuestión tan debatida. Contradice las de la ciudad de Génova; refuta las de Plasencia; no concede importancia ni menciona siquiera las de Cogoleto, Saona, Quinto, etc., pareciéndole evidente que nació D. Cristóbal en Terra Rossa, en el valle de Sturla, municipio de Moconessi, cerca de Chiavari, provincia de Génova, porque según el P. Las Casas, conforme con D. Fernando Colón y con la dedicatoria escrita en una carta de marear por D. Bartolomé, hermano del Almirante, firmándose Colombos de Terra Rubra, lo declaraban.

Satisfecho el Sr. Ferrucio Pasini con este fundamento, que no ha pasado inadvertido para los anteriores estudiosos del problema, concede plena fe al codicilo more militari escrito en las guardas del libro encontrado en la Biblioteca Corsini de Roma el año 1783 ya que le sirve para sostener que designó el navegante por patria suya á la República y no á la ciudad de Génova; niega en cambio la autenticidad del testamento é institución de mayorazgo suscrito por Don Cristóbal, y es natural, pues de admitirla (como aquí por todos se admite sin género de duda) la terminante declaración que hizo del lugar de su nacimiento, hiciera inútil el trabajo que se ha tomado para rectificar el de los biógrafos que por genovés, de la ciudad de Génova, lo dan á conocer.




2.

Las cadenas.


Conocido es el opúsculo del Sr. M. A. Mizzi titulado Cristoforo Colombo Missionario-navigatore ed Apostolo de la Fede por la impresión de Malta de 1890 en que por principio declaraba el autor haber recogido y extractado sus datos de la obra del insigne Roselly de Lorgues La Cruz en los dos Mundos. Ahora en segunda edición ha corregido y ampliado el texto2, adornándolo con   —211→   retrato de Colón (hermoso grabado de un cuadro de la Galería de Florencia), enriqueciéndolo además con cartas congratulatorias y apéndices, y uno de estos nominado Le catene di Cristoforo Colombo merece noticia.

Asegura el Sr. Mizzi que de las cadenas con que el envidioso ministro del Rey de España (Bobadilla) aprisionó las manos del inmortal navegante genovés, han tratado varios escritores, el primero D. Fernando Colón que en la historia de su padre traducida por Ulloa, dijo3: «L' ammiraglio avea deliberato di voler salvare quei ceppi per reliquie e memoria del primo dei suoi molti servizii, siccome anco fece egli perciocchè io gli vidi sempre in camera cotai ferri, i quali volle che con le sue ossa fossero sepolti».

Sin embargo, cuando los restos mortales se exhumaron con objeto de trasladarlos desde Valladolid á Sevilla honrándolos con la fúnebre ceremonia ordenada por Fernando V, no se encontraron los grillos, corriendo la voz entonces de haber sido sustraídos por disposición de la Corte de España, avergonzada de haber hecho aprisionar de aquel modo al más grande de los marineros. Subsistiera aún la creencia á no haber declarado en confianza un descendiente del posadero en cuya casa murió el Almirante que el precioso recuerdo había sido guardado por su familia y transmitido de padres a hijos con la veneración que merece. El secreto tanto tiempo guardado, llegó á noticia del Sr. Giuseppe Baldi, de Génova, que no perdonó diligencia hasta conseguir la posesión de tal tesoro.

Tiénelo ahora en su casa, con otras memorias raras del Descubridor, colocado eu magnífico estuche de ébano y marfil, forrado interiormente de raso blanco y rojo, adornado por fuera con figuras y escudos de bronce dorado, y muéstralo á los que tienen gusto en admirar la inapreciable reliquia y aun en dibujarla y describirla, como lo hace el Sr. Mizzi.

En conjunto las cadenas pesan 3.400 gramos; se descomponen   —212→   en ramales destinados á los piés, á la pierna, á las manos, á la cintura y en el opúsculo están grabadas todas con indicación de dimensiones y objeto, notando que falta la parte que sujetaba al Gran paciente al muro de la cárcel y que el grillete del pié se asemeja al que se venera en la iglesia de San Pedro in Vincoli de Roma, de que hay fac-símile en la Immacolata de Génova.

Declara el autor que reconocidas las piezas por arqueólogos y anticuarios de los más expertos ha quedado reconocida la autenticidad que por otra parte acredita, sin duda alguna, la inscripción grabada en las esposas y en uno de los anillos de la cintura, inscripción abreviada por la necesidad de aprovechar el poco espacio disponible, é interpolada con símbolos segun costumbre general del siglo XV. Diseña el jeroglífico en que figuran una flecha, zapapico, paloma, casa, árbol, entre letras mayúsculas y minúsculas números romanos y arábigos, signos ortográficos y aritméticos, y pone al pié la interpretación del propietario, Sr. Baldi, que es esta4:

«La flecha de la calumnia dió estos hierros a Don Cristobal Colon, paloma de la buena nueva, ciudadano de Genova, muerto en mi casa posada, Valladolid, mayo quinientos seis en la paz de Cristo. Fco. Mro. hizo grabar en secreto este recuerdo in eterno. †XPO. FERENS†1499.»



Respetando la pericia de los arqueólogos y anticuarios italianos que se dice dan fe de la autenticidad de las cadenas, aunque no dan su nombre, la inspección y los dibujos enseñan, que si semejanza tiene el tesoro del Sr. Baldi con las prisiones quitadas por los ángeles al príncipe de los apóstoles, no se parece mucho á los herrajes usados en España desde muy atrás para asegurar á los delincuentes.

Cierto es que los poetas han tenido no poco que decir de los   —213→   que mandó poner al virrey de las Indias el comendador Bobadilla, y que los primeros historiadores hacen mención de haberse humillado á Don Cristóbal con grillos que remachó su cocinero Espinosa, á falta de otra persona que voluntariamente quisiera desempeñar el ingrato oficio del carcelero; pero ninguno explica que se extremara la prisión con esposas, cinturón ni ramal que sujetara al muro al Gran paciente. La intervención del cocinero en el acto sirve para dar á conocer que los grillos eran de perno pasante y chaveta, tales como se han usado y siguen usándose en la disciplina, penitenciaria española, y que no tenían goznes ni tornillos, como los que posee el Sr. Baldi, pues que con semejante cierre no fuera necesario remacharlos. La memoria de D. Fernando Colón lo corrobora. Ceppi, traducción de cepos ó grilletes no indica el lujo de metal férreo manifestado en los diseños, ni se concibe que fuera necesario para trasladar á un anciano desde la fortaleza de Santo Domingo hasta la carabela en que vino á Castilla.

El jeroglifico cuya interpretación acredita la penetración de ingenio del descubridor del tesoro no recomienda tanto á los egregios anticuarios y arqueólogos anónimos que han extendido su diploma de autenticidad, porque ni esa forma simbólica era por aquí usual en inscripciones durante el siglo XV, como dicen, ni las figuras mismas, el carácter de la letra, las cifras mezcladas, la puntuación, las abreviaturas, se acomodan con las lecciones de la paleografía.

Todavía más que las condiciones externas de las cadenas, hace sospechosa su fábrica, la idea que sirvió para forjarlas. El vulgo cree que D. Cristóbal Colón falleció en un mesón de Valladolid, porque así lo ha propalado el historiador francés M. Roselly de Lorgues, más que otros, ignorando que la palabra posada tiene en castellano por primera acepción el lugar en que posa la persona. De esta errónea creencia moderna traté en el informe leído á la Academia acerca de la casa mortuoria del Almirante5, investigando de paso lo que atañe á las supuestas honras tributadas   —214→   por el rey Fernando V al exhumar los huesos para trasladarlos á la Cartuja de las Cuevas de Sevilla, los descendientes del descubridor, aunque no eran necesarios los datos que aduje para comprobar el derecho que asistía á D. Cristóbal para alojarse con el decoro correspondiente á su dignidad, porque entre las mercedes que los Reyes le acordaron por repetirlas cédulas era una «que en todas las ciudades y villas le proporcionaran a él y a sus criados las mejores posadas que no sean mesones, sin llevarles dinero alguno so pena de dos mil mrs. para la cámara real y los mantenimientos y otras cosas que menester hobieren, á precios usuales», y en estas disposiciones se hace con toda claridad, distinción y exclusión de los alojamientos de albergue común remunerado, en uno de las cuales, por mayor rebajamiento y pobreza ideal quiere suponerse que finó el ilustre navegante.

Esta idea que anteriormente inspiró en Valladolid la falsedad de haberse acogido de limosna en casa del marinero Gil García6, es la misma que ahora ha dictado la inscripción en jeroglífico dando existencia al ventero Fco. Mro., nombre que pudiera interpretarse por Franco Menzognero, haciendo uso de libertades análogas á las que se toma el Sr. Baldi.

El descubrimiento de las cadenas después de cuatro siglos en que con tanta fidelidad las guardaron en secreto los vástagos de ese mesonero previsor de Valladolid, trae á la memoria el más dichoso hallazgo de los verdaderos huesos del Almirante en Santo Domingo, pues la abundancia y singularidad de letreros, la profusión de hierros con h y sin ella; la precaución de haber grabado en las esposas, donde no hacía gran falta, declaración de ser Colón ciudadano de Génova , y la circunstancia de favorecer á italianos la fortuna en los encuentros, establecen relación palpable entre ellos, abonando la diligencia aunque no el conocimiento.

Muchos son menester para emular con aquellos fabricantes de las famosas antigüedades de Granada que pusieron en duda y aprieto á los más sabios examinadores.



  —215→  
3.

Los hebreos en el descubrimiento de las Indias.


Al dar cuenta á la Academia de la noticia publicada en Méjico por D. Francisco Rivas Puigcerver7 asegurando que en las carabelas de Colón embarcaron marineros judíos y moriscos, y que á la expresión de uno de ellos señalando la tierra nueva ¡uaana hen-i! corresponde el nombre de la isla Guanahani que siempre se ha creído vocablo de lengua americana, porque sin duda alguna es india la raíz gua, decía que el autor de la publicación tenía propósito de dar á conocer los fundamentos de su creencia.

Me ha favorecido con carta fechada el 7 de Diciembre último en que cumple la oferta desde Tacubaya, donde actualmente ejerce el profesorado de lenguas orientales en el Colegio nacional. Oriundo de Mahón y contando entre sus ascendientes á D. Isaac Abarbanel, conserva (dice) papeles del ilustre físico, entre ellos romance ó más bien rima trilingüe que le envió desde Berbería uno de los judíos españoles expatriados.

La composición viene á decir lo mismo que el Sr. Riva Puigcerver había narrado, y es ingeniosa pero no parece escrita en el siglo XV á juicio de inteligentes8.

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Él procura concordarla con los hechos, examinando el Diario de Colón; y viendo, á 2 de Noviembre de 1492, en río de Mares de la isla de Cuba, apuntado por el Almirante, que acordó enviar en busca del Gran Can á dos hombres españoles: el uno llamado Rodrigo de Jerez, que vivía en Ayamonte y el otro un Luís de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía diz que hebráico y caldeo y aun algo arábigo. Esperaba que entre los dos lograran cumplir la misión, pues si Torres de arábigo solo sabía algo, el morisco Rodrigo de Jerez, acaso el propio «marinero que en Guinea había andado en lo mismo», aunque ignorase las otras lenguas era maestro en algarabía.

Poco después, habiendo llegado á la isla Española, á fin de que los indios tuvieran idea de los efectos de las armas, «el almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, e hizo tirar a un hombre de su compañia que sabia dello.»

Puede presumirse que fuera también morisco y del número de los que temían volver á España por la Inquisición según referencia del Diario al decir: «Y bien es verdad que mucha gente desta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse.»

El hecho es, sigue notando el Sr. Rivas Puigcerver, que en la fortaleza de Navidad dejó D. Cristobal arraez y baharies, y alhaquin y alfageme, albarmilí, metardar ó almimar tubaji y alfayate. Al visitar el lugar en el segundo viaje todos habían perecido, pero pudo recogerse una gentil almalafa.

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En cédula de los Reyes Católicos á Colón, al emprender el cuarto viaje se lee: «A lo que decis que queriades llevar uno ó dos que sepan arábigo paréscenos bien, con tal que no os detengais». Sabido es por otro lado que Luís de Santángel, el escribano racional de Aragón, amigo y favorecedor del Almirante era de familia hebrea, y que en el testamento del Descubridor dejó legado de medio marco de plata «á un judío que moraba á la puerta de la judería de Lisboa.»

Estos datos unidos á la evidencia de componer la población de España, el año memorable de 1492, tres razas y religiones distintas, inclinan al autor de la carta á la afirmación de haber ido judíos y moriscos en las carabelas que hicieron el descubrimiento del Nuevo Mundo, y á la de que es debido á los primeros el nombre de Uaana hen-i que se dió á la isla de las Lucayas, vista en la alborada del 12 de Octubre.

Es posible que en las carabelas tuvieran cabida algunos moriscos y judíos á más de Luís de Torres que se sabe lo era, así como también que quedó y murió en la isla Española; un documento hallado en el Archivo de Indias recientemente, que es información hecha en la villa de Moguer el 29 de Enero de 1552 ante el magnífico Sr. Pedro de Santiago de Hugarte, corregidor y justicia mayor, á petición de Alonso Vanegas, presbítero, nieto de Juan Niño, dueño de la carabela Niña, con la cual acompañó á Colón en el primer viaje9, indica la probabilidad.

El testigo Juan de Aragón, vecino de Moguer, de edad de 70 años, declaró entre otras cosas, «que al tiempo que de esta tierra se fueron los judíos, que podrá haber tiempo de cincuenta y cinco años, antes más que menos, este testigo se fue por grumete en un navio, e yendo por la mar, a la salida del rio de Saltes, vido que Don Cristobal de Colon (sic) estaba puesto con tres navios para ir a descubrir las Indias, que entonces nombraban Antilla... y esto seria por el mes de agosto ó setiembre; y despues volviendo este testigo del viaje despues de haber dexado los judios en las partes de allende, en otro año, viniendo por la mar, encontraron   —218→   con un navio de un Martin Alonso Pinzon, el cual le dijo á este testigo y a los demas, que el dicho D. Cristobal Colon y Juan Niño y sus hermanos y parientes habían descubierto Indias...».

De la declaración se deduce que la expulsión de los judíos del condado de Niebla coincidió con la partida de las carabelas, y como para la tripulación de estas se buscaba por entonces gente de buena voluntad sin reparo en antecedentes, sería natural que procurando eludir efectos del edicto de expatriación se enrolaran hebreos naturales de la tierra y de las inmediatas, esperando que durante el viaje, que había de ser largo, quedaran olvidados sus nombres, ó bien que los méritos de la expedición los exceptuaran del ostracismo, si las islas buscadas no les ofrecían perspectiva mejor que la de Berbería á que estaban constreñidos.

Madrid, 5 de Febrero de 1892.





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