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Libros para todos

Jaime Moll


Universidad Complutense de Madrid



Si transformamos el título de esta comunicación en una frase interrogativa, planteamos un problema que en los últimos años está teniendo nueva solución en lo que se refiere al público lector de la obra literaria. ¿Podemos asignarla según formas, géneros, por ejemplo, a un determinado grupo, nivel o clase social? Es la afición, el gusto por lo literario o un tipo determinado de literatura lo que marca la división entre lectores y no lectores de obras literarias. Incluso el nivel económico no influye decisivamente, pues un lector de pocos recursos puede tener un solo libro, aunque este, de su gusto, sea caro, que pudo también comprar de segunda mano. Por otra parte, una cosa es poseer libros, otra leerlos. El dejárselos entre amigos, el leer libros del amo, incluso el alquiler que realizan ciertos libreros, suplen la falta o imposibilidad de posesión de libros. Lo anterior sólo con unas leves consideraciones previas, que merecerían un mayor desarrollo, pero nuestra comunicación no va a tratar de los lectores de obras literarias.

Si afrontamos la producción editorial de una época, es muy habitual que para su estudio se clasifique por materias. Sin embargo, no es suficiente esta división, especialmente si pretendemos relacionar la producción con sus posibles lectores. Es preciso, en este caso, analizar el grado de especialización o divulgación de las obras, lo que nos conducirá a un tipo de lector, al margen de casos excepcionales que siempre han existido y existen. En muchos campos hay libros para el alto especialista, para el que podríamos llamar practicón y libros de divulgación para todo tipo de lector -puede ser especialista en otro campo- que necesite información o esté interesado en la materia. Vamos a analizar unas cuantas obras o grupos de obras que son para todos y que han sido objeto, precisamente por su carácter, de numerosas ediciones, a veces durante siglos.

Entremos en el campo religioso. Encontraremos grandes obras de elevada especialización, en latín habitualmente. Pero si descendemos un peldaño, aparecerán las obras que para su actividad pastoral necesitan sacerdotes o religiosos: pensemos en los innumerables sermonarios que sirven de base para la preparación del sermón dominical. Puede leerlos un seglar pero no es lo habitual. Y para un público más amplio -siempre que sepa leer, por supuesto- se publican muchos libros de espiritualidad, libros con oraciones, vidas de santos, etc., que, en muchos casos, son también usados por los dos grupos anteriores. Es un conjunto numeroso y frecuentemente reeditado, aunque, en muchos casos, pocos ejemplares -o ninguno- hayan llegado hasta nosotros.

Nos vamos a limitar, en esta primera parte de nuestra exposición, a un somero análisis de los libros de oraciones que el fiel -rico o pobre, de elevada instrucción o sabiendo sólo leer- tenía y llevaba a la iglesia en los actos de culto. El libro podrá ser más o menos lujoso, tanto en su papel e impresión y principalmente en su encuadernación. Del libro de horas al devocionario podría ser el título de un estudio sobre la evolución, relacionada con los cambios de espiritualidad, que experimentaron estos libros. Los movimientos que se desarrollan a mediados del siglo XVI tienden a substituir los libros de horas, que ya estaban bajo la atenta vigilancia de la Inquisición, principalmente por las oraciones supersticiosas, «con promesas y esperanzas temerarias y vanas»1, que introducía la codicia de los editores, dispuestos a ofrecer ediciones aumentadas, y que contribuirán a su prohibición en el índice de 1583. Como veremos enseguida, las manipulaciones realizadas al margen de los autores también afectaron a los nuevos devocionarios. Fray Luis de Granada las sufrió en las sucesivas ediciones de su Manual de oraciones. Pero si este Manual tuvo poca vida editorial, sus Oraciones y exercicios de devoción muy provechosos, recopilados de diversos graves autores acompañaron a su traducción del Kempis hasta mediados del siglo XVII, formando una unidad desglosable, y aún se reeditarán en el siglo XVIII.

Jerónimo de Campos, natural de Zaragoza, vicario general de los ejércitos españoles de Zelanda y Brabante, publicó en 1574, un Manual de oraciones de muchos padres católicos de la Yglesia, antiguos y modernos, a las que añadió algunas oraciones que compuso, indicando siempre al margen el nombre del autor. Dedicó el libro a Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla y gobernador y capitán general en los Estados de Flandes. Aprobado el 2 de diciembre de 1573 por el dominico Fray Antonio de Sena, doctor residente en Lovaina, obtuvo un privilegio real para Flandes el 13 de enero de 1574. Las ediciones de este Manual nos pueden servir de ejemplo de lo que sucedía cuando entraban en juego editores dispuestos a satisfacer la demanda creciente de este tipo de libros. Reeditado en Amberes, 1577, por Pedro Bellero, y en 1579, en Lovaina, por Juan Masio, ediciones controladas y modificadas por Jerónimo de Campos, vuelve este sacerdote a España en 1582 y se encuentra que su Manual había sido publicado en Sevilla (1580)2 y Bilbao, con licencia del Consejo de Castilla, pero, como dice el propio autor, estas «impresiones, por mi ausencia, no salieron tan perfectas como convenía y yo quisiera». Pensando reeditarlo en España, «pareciéndome tenía necessidad de corrección, assí en el romance como en otras cosas, lo limé y enmendé, quitando y poniendo lo que para su perfección convenía» y «a mayor brevedad reducí, para que por poco precio todos le comprasen y del se aprovechasen». Logró privilegio real para los reinos de Castilla y los de la Corona de Aragón, este de 8 de diciembre de 15843 reeditándose el nuevo libro muchas veces, las dos últimas impresas en Madrid el año 1587, cuando la Inquisición lo recogió y después prohibió4. Pero antes de publicarse su nueva edición española, el impresor y librero de Alcalá Hernán Ramírez, había impreso en 1584 -reeditado el año siguiente- el Devocionario o tesoro de devoción que su hijo Marco Antonio Ramírez, estudiante, había recopilado, utilizando un sistema muy fácil: juntó veintiséis oraciones del Manual de Campos con las de un libro que se había prohibido en el índice de 1583, el Consuelo y oratorio espiritual, libro muy reeditado y modificado en sus distintas ediciones5. Si los nuevos movimientos espirituales eran vistos con recelo por los inquisidores del momento, mal favor recibían de los intereses comerciales de algunos libreros editores.

Unido a la tradición por las palabras iniciales de su título, el franciscano Fray Francisco Ortiz Lucio, definidor de la provincia de Castilla y autor de varias y reeditadas obras, publicó -probablemente a principios del año 1600- sus Horas devotíssimas para qualquier christiano, por las muchas oraciones que en ellas ay y consideraciones para cada día de la semana y para la Semana Santa, con Lamentaciones de las Tinieblas y declaración de los siete Psalmos Penitenciales, para las que había obtenido privilegio real para Castilla el 26 de septiembre del año anterior6. En pocos años se publicaron varias ediciones, aunque no tuvieron estas Horas la continuidad editorial de otros devocionarios.

El jesuita Pedro de Ribadeneyra también dedicó su pluma a la preparación de un Manual de oraciones para el uso y aprovechamiento de la gente devota, para el que obtuvo privilegio real para Castilla el 24 de enero de 16047, firmando la dedicatoria el primero de marzo. En su prólogo al lector señala que «en los mismos devocionarios [en sucesivas reediciones] se ha mezclado oraciones impertinentes, vanas e indignas de la puridad y gravedad de nuestra santa religión, contra la intención de los primeros autores». Ante este hecho, al que ya nos hemos referido, se vio el P. Ribadeneyra importunado y obligado a escribir su obra, que será reeditada hasta el siglo XIX.

De nuevo es un jesuita, prolífico y vario escritor, el P. Juan Eusebio Nieremberg, el recopilador de un famoso Devocionario del Santíssimo Sacramento y de nuestra Señora y de otros santos. Como ya es habitual, no hemos podido localizar ejemplar de la primera edición, que debió publicarse poco tiempo después del 7 de octubre de 1630, fecha de su privilegio real para los reinos de Castilla8. El mercader de libros Francisco de Robles tuvo cesión del privilegio de las obras de Nieremberg -por lo tanto del Devocionario- que pasó a su viuda Lucía Muñoz, quien logró el correspondiente a la Corona de Aragón9. Posteriormente, el también mercader de libros Gabriel de León se encargó de continuar las ediciones, lo que demuestra el interés de los editores por este tipo de obras.

Un soldado y mercader de libros es el autor de un devocionario divulgadísimo, reeditado hasta el siglo pasado. El 14 de marzo de 1661, el rey concedió privilegio para los reinos de Castilla a Bernardino de Sierra, mercader de libros, para un libro titulado «ramillete de flores», privilegio prorrogado por ocho años el 11 de diciembre de 1670. El 14 de marzo de 1678, María de Ribero, viuda de Bernardo de Sierra, «mercadera de libros en esta corte», obtuvo una nueva prórroga de diez años para el citado título, renovada por un nuevo decenio a Joseph de Montalvo el 16 de julio de 1686, y poco tiempo después, el 27 de agosto del mismo año, firmó el rey un duplicado del primer privilegio, que se había perdido, «a pedimiento de Joseph de Montalvo, como marido de D.ª Teresa de Sierra, heredera de dicho Bernardo de Sierra»10. La identificación del autor del devocionario, «soldado de los cien continuos hijosdalgo de la Casa de Castilla», como se dice en la edición de Madrid, 1685, impresa por Bernardo de Villadiego, con el librero viene confirmada al indicarse en su portada «a costa de Doña María del Ribero, su muger y herederos». Esta edición, titulada Ramillete de divinas flores escogidas en el delicioso jardín de la Yglesia para recreo de el christiano lector, está dedicada al mercader de libros Gabriel de León. En la dedicatoria escribe la viuda de Bernardo de Sierra: «No parecerá impropia deformidad el que yo dedique a un León un Ramillete; quando las flores de este Ramillete casi se produxeron desde su principio, y después, con los generosos alientos de esse León. Dígolo porque a V. m. devió antes mi marido mucho impulso en la impressión primera de estos devotos pliegos; y yo, después, igual assistencia en sus repetidas copias». La identificación del recopilador del Ramillete con el mercader de libros de la calle Mayor parece clara.

Interesantes son los datos que nos aporta el texto que bajo el título «El impresor al lector» escribió Francisco Foppens, impresor y mercader de libros de Bruselas, en su reedición de 1670: «El motivo desta nueva impressión, devoto lector, ha sido el desseo que ha mostrado la nación española (principalmente los que militan en el servicio de su Magestad por la defensa y conservación destos Países-Baxos) de tener este librito todo entero, como se imprimió en España y del qual saqué a luz, años ha, solamente un abreviado, con título de Devociones y Exercicios, recopiladas del Ramillete de Divinas flores». Es una prueba más de la demanda de este tipo de obras y de las modificaciones a que les sometían los editores. Las ediciones del Ramillete son numerosísimas en el último tercio del siglo XVII y siglos XVIII y XIX, debiendo señalarse las impresiones que se hacen en París en este último siglo, que en gran parte estarían destinadas a América.

Dejemos la salud del alma y pasemos a la salud del cuerpo, como diría algún grave autor de nuestro Siglo de Oro. Y al considerar este aspecto, no pretendemos tratar de libros para médicos, en sus distintos grados, muchos traducidos a otras lenguas, pues no debemos abandonar nuestro tema, libros para todos. Destaca en primer lugar una obra medieval, cuya transmisión manuscrita se ve continuada por la impresa, en latín y en su traducción a las lenguas europeas. Nos referimos al Libro llamado thesoro de pobres en romance con el tratado o regimiento de sanidad hecho por Arnaldo de Villanoba, atribuido a Pedro Hispano, el futuro Juan XXI, aunque en el prólogo del mismo se diga que el papa Juan, sin ordinal, encargó su composición a un médico, el maestro Juliano. Se trata de una compilación de recetas, sacadas de 56 autores antiguos y medievales, aplicadas a distintas enfermedades o problemas. En cada capítulo se expone lo dicho por los distintos autores sobre el tema tratado de forma acumulativa, sin crítica ninguna. Sigue, conforme anuncia el título, el Regimiento de sanidad de Arnau de Vilanova, una serie de consejos dietéticos y de higiene.

Reeditada a lo largo de cuatro siglos, expurgada por la Inquisición, con modernización paulatina de su lenguaje, es curioso observar cómo va variando la portada. El maestro Julián pasa a ser el autor de las dos obras y se añade «aora nuevamente corregido y enmendado por Arnaldo de Villanova», lo que no impide que en el interior figure el Regimiento de sanidad atribuido a este autor. En el prólogo, el papa Juan pasa a ser el papa Juan XXII. Ya en el siglo XVIII, es frecuente en las ediciones de Barcelona unir al Tesoro de pobres las Experiencias y remedios de pobres, del italiano Antonio Bandineli, capitán de caballos en el estado de Milán, traducidas por el caballero andaluz Cristóbal Laserna, nueva serie de recetas para su aplicación casera. Inicialmente forman dos unidades bibliográficas independientes, pasando posteriormente la obra de Bandineli a incorporarse al Tesoro, con signaturas y paginación continuadas, aunque mantiene su portada.

En 1567, edita el librero de Zaragoza Antonio de Fumo11 la traducción del italiano que por su encargo realizó el vicario de San Nicolás, Pedro de Ribas, del Libro llamado el porque, provechosíssimo para la conservación de la salud y para conocer la phisonomía y las virtudes de las yerbas, de Girolano de Manfredis, escrito a fines del siglo XV. El propio librero expone en su dedicatoria al arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón, Hernando de Aragón, las razones de su interés por editarlo: «... Teniendo algunos noticia deste libro, pidíanmelo con grande instancia; viéndolo después en lengua italiana y no la entendiendo, recibían pesadumbre y molestia. Importunáronme algunos que lo hiziesse traduzir en lengua castellana para que todos puedan gozar del, pues en todos (como dize Aristótiles) es cosa natural el deseo de saber» y en esta obra, como dice el traductor en el proemio al lector «ay remedios muy útiles para la conservación de la vida humana; tiene también secretos y propriedades de yerbas, para nuestros mantenimientos necessarias, que recrearán muy mucho al que con diligencia las leyere». Esta obra se reeditó varias veces hasta fines del siglo XVI.

Desde 1598 hasta 1700, se escalonan las ediciones de la obra del médico turolense Jerónimo Soriano, Libro de experimentos médicos fáciles y verdaderos, recopilados de gravíssimos autores12, que ponía en manos de los médicos y de los profanos numerosos remedios y curas. Ello induce al protomédico de las galeras de España, el doctor Cristóbal Pérez de Herrera, a plantearse, en su aprobación para la edición de Madrid, 159913, el problema de la automedicación: «... aunque está en nuestra vulgar lengua, que es lo que pudiera tener algún inconveniente, son los remedios tan seguros, que por lo menos no pueden hazer daño a nadie y aprovechar a muchos, guardando quien los usare la observación y advertencia que el mismo doctor propone, que es aprovecharse de los remedios con consejo de médico docto, donde le huviere, o hechas primero las evacuaciones universales...».

Difusión europea logró uno de los libros del prolífico publicista y divulgador Girolamo Ruscelli, que publicó bajo el seudónimo de Alejo Piamontés y se tradujo a múltiples lenguas. Nos referimos al Libro de los secretos, verdadero cajón de sastre de fórmulas para todo lo imaginable, que el propio autor fue aumentando. Dos traducciones castellanas distintas aparecieron en 1563. Una de ellas fue editada e impresa por el librero de Barcelona Claudi Bornat, la primera parte traducida del latín por el médico y cirujano del hospital de dicha ciudad, Alonso de Santacruz, mientras que la segunda parte lo fue, en este caso del francés, por el médico y humanista gerundense Antich Roca, quien afirma en su dedicatoria a Juan Calvete de Estrella, que es obra «de grande provecho para toda manera de hombres». La otra edición de 1563, traducida del italiano, fue publicada por el anteriormente citado mercader de libros de Zaragoza, Antonio de Furno14, con una aprobación del célebre Vesalio y privilegio por diez años para los reinos de la Corona de Aragón. De nuevo Antonio de Furno nos da precisiones de gran interés en su dedicatoria a Doña Jerónima de Castro y Pinos, mujer del vicecanciller de los reinos de la Corona de Aragón y miembro del Consejo real, Bernardo de Bolea: «Entre otros libros que a mis manos vinieron, fue uno de los secretos que escrivió Don Alexo Piamontés, el qual fue tan a gusto de los que lo leyeron, que en muy poco tiempo despedí gran cantidad dellos. Considerando yo por la affición que buenos ingenios tenían a esta obra, que devía ser lo que en ella se tratava cosa digna dellos, tuve desseo que se traduxesse en español, para que no sólo gozassen deste bien los que entendían el lenguaje toscano o latino, pero también los que el español».

El 5 de abril de 1563 se terminaba de imprimir en los talleres de Bornat la primera parte del Libro de los secretos. Antes de acabar el año, el impresor Sebastián Martínez la publicaba en Alcalá de Henares. En 1564 la editaba en Amberes la viuda de Martín Nució, con privilegio para Flandes de 22 de diciembre de 1563. El éxito que el Libro de los secretos obtuvo en sus traducciones a otras lenguas también lo lograban las dos versiones castellanas, reeditadas hasta fines del siglo XVII.

A fines del siglo XVI y principios del siguiente, desarrolló en Valencia su actividad de publicista Jerónimo Cortés, matemático y médico, al parecer. Si parte de sus obras -Tratado del cómputo por la mano (1591), Compendio de reglas breves... para las reducciones de monedas (1594), Arithmética práctica (1604, 1659 y 1674) y Tratado de los animales terrestres y volátiles (1613, 1615 y 1672)- no tuvieron éxito editorial, dos de ellas lo alcanzaron ampliamente. De 1598 es la primera edición del Libro de phisonomía natural y varios secretos de naturaleza, el qual contiene cinco tratados de materias differentes, no menos curiosas que provechosas, impreso en Valencia, en casa de Crisóstomo Garriz, junto al Molino de Rovella y en venta en la propia casa del autor, junto al Estudio General. El primer tratado versa sobre la fisonomía natural del hombre, según método de filosofía y medicina. Según define el autor, «phisonomía no es otra cosa que una ciencia ingeniosa y artificiosa de naturaleza, por la qual se conoce la buena o mala complesión, la virtud o vicio del hombre por la parte que es animal». Siguen tratados sobre las excelencias del romero, las propiedades del aguardiente, secretos de la naturaleza con los efectos maravillosos que producen, propiedades de las piedras, etc., junto con la solución de problemas más prácticos: «Secretos muy ciertos y experimentados para conservar las camas sin chinches, los aposentos sin pulgas y las casas sin moscas y sin ratones». Finalmente trata de la región elementar y celeste y su influencia sobre el hombre, aclarando dudas con un diálogo entre el autor y el lector. Las reediciones se suceden -la primera madrileña es del mismo año 159815- hasta principios de nuestro siglo. De nuevo es de señalar la serie de ediciones parisinas en castellano que se publican a lo largo del siglo XIX. Se tradujo al francés y al portugués.

El otro éxito editorial de Jerónimo Cortés fue su Lunario. Pero antes de llegar a él hemos de recorrer algo más de un siglo de ediciones de esta clase de obras, considerando sólo las de amplia difusión, sin tener en cuenta los tratados de tipo científico -Jerónimo de Chaves, Rodrigo Zamorano, por ejemplo- aunque fueron reeditados muchas veces.

En 1485, el barcelonés Bernat de Granollachs publicó en Napóles su Suman de Astrología, lunario escrito en catalán, que, traducido al latín e italiano, se difundió por Europa. Su versión castellana se editó en Zaragoza, en 1487-88. La obra de Granollachs, que podía tener un público lector más o menos especializado, cambió su carácter gracias a Andrés de Li, al publicar en Zaragoza16, acabado de imprimir el 12 de agosto de 1492, su Repertorio de los tiempos, que incluye el Lunario al final del mismo. Durante más de medio siglo se suceden las ediciones del Li-Granollacs.

Andrés de Li presenta en su dedicatoria el aspecto divulgador de su obra: leyendo el Lunario de Granollachs «me paresció (hablando con reverencia de quien la hizo) tener algunas imperfectiones. No entienda, señor, su merced, que sean defectos en lo que el auctor scrivió, ca, ansí Dios me salve, es ello tan bueno que meresce mucho ser alabado. Mas, porque tratando en ella de tiempos, años, meses, semanas, días e horas; planetas e signos, los que la leherán, a mi ver, dessearan saber cada qual de aquestos tiempos qué origen tuvo e porqué fueron nombrados ansí, e no deviera celar en su obra lo que él quisiera saber en la ajena. Por ende, muy escogido señor, quise yo por una manera de addiciones acabar como pude lo que él nos dexó tan bien principiado. E de aquesta suerte, podrá quedar él sin odio e sin sobrecejo, e yo sin ser notado de vanaglorioso e de necio».

Didácticamente, va exponiendo las distintas divisiones del tiempo, los planetas, con su influencia sobre los hombres, como también la que ofrecen los distintos signos zodiacales, todo ello ilustrado con grabados representándolos. A esta primera parte, el repertorio de los tiempos, le sigue el calendario. Cada mes tiene su viñeta apropiada, siguiendo una antigua tradición, indicando las fiestas, horas del día y la noche, situación del sol, junto con consejos para las labores del campo, el baño, las sangrías y los manjares adecuados y no dañinos. La tabla para saber el signo en que se encuentra la luna da paso a la tercera parte, que aborda aspectos de medicina astrológica, con la representación del cuerpo humano mostrando los signos que dominan en cada una de sus partes. Tiempos óptimos o malos para purgas y sangrías, junto con nuevos grabados del cuerpo humano señalando las venas adecuadas para los distintos tipos de sangrías y normas para efectuarlas, concluyen esta tercera parte, a la que sigue el Lunario de Granollacs. Li supo ampliar el público lector de esta obra, que es -como muchas de las obras de amplia difusión que se reeditan durante largo tiempo- una obra abierta. Manteniendo la estructura y contenido iniciales, se van ampliando algunos aspectos tratados o añadiendo otros nuevos. Por otra parte, la exigencia de prolongar la vigencia del lunario -el de Granollacs llegaba hasta 1550- impone su modernización, indicándose en las sucesivas ediciones su responsable.

El Repertorio de los tiempos de Li-Granollacs se reedita hasta mediada la segunda mitad del siglo XVI, aunque con anterioridad -la primera edición es de Valencia, 155317- el astrólogo Juan Alemany, bachiller en artes y doctor en medicina, publicó un nuevo Lunario o reportorio de los tiempos, reeditado hasta finales del siglo XVI y, en su versión catalana, hasta muy avanzado el siglo XVII. En el prólogo al lector, Alemany denuncia los errores de anteriores Reportorios, «agora sea por descuydo de los impressores, lo que más me persuado, aunque a ellos tampoco se deve dar culpa, porque con muy grande difficultad se pueden imprimir verdaderos los dichos libros sin ser presentes los auctores dellos». A la crítica generalizada y para que no se diga que habla «de gracia», añade precisiones sobre los errores de ediciones concretas. De las ocho que menciona, editadas desde 1539 a 1552, sólo conocemos ejemplar de tres18. Para prevenirse de futuras críticas, advierte al lector: «Y porque podrá ser que por tiempo este reportorio se imprima en otra parte y por no ser yo presente se yerren, dende agora hos ruego, amado lector, no me deys a mi la culpa, como me la podréys dar si halláredes errores en estos imprimidos en mi presencia y firmados de mi mano propia». ¿Hubiera aceptado la edición catalana, impresa en Barcelona por Sebastián y Juan Matevad, en 1640, ampliado el lunario por Esteve Puyasol, doctor en filosofía?

En 1594, publica Jerónimo Cortés -lo vende en su casa, junto el Estudio General- impreso en casa de los Herederos de Juan Navarro, junto al molino de Rovella, su Lunario perpetuo el qual contiene los llenos y conjunciones perpetuas de la Luna, declarando si serán de tarde, o de mañana. Con la pronosticación natural, y general de los tiempos; y de los effectos, e inclinaciones naturales que causan los Signos y Planetas, en los que nacen debaxo de sus dominios. Finalmente contiene algunas electiones de medicina, navegación y agricultura, sin otras cosas de consideración y provecho; con un regimiento de sanidad a la postre, con el que se inicia un éxito editorial que llegará hasta comienzos de nuestro siglo. Como es habitual en obra que contiene tablas anuales, varios continuadores las irán ampliando y también modificando su texto.

En la primera parte trata del tiempo y sus divisiones. La segunda se refiere a los planetas y signos del zodíaco, sus efectos e indicación de pronósticos, y da normas para las purgas, sangrías y baños. Sigue un calendario con las fiestas y «los llenos y conjunciones perpetuas y generales de cada mes, por el orden arriba declarado. También se hallarán las obras de agricultura de cada mes, con la pronosticación general de los truenos, que naturalmente podrán suceder en cada uno de los doze meses». Encontramos también los grabados del cuerpo humano con los planetas y signos que tienen dominio en sus distintas partes y los puntos adecuados para las sangrías. La tercera parte contiene las distintas tablas lunares, con pronósticos meteorológicos, que se amplían por las señales dadas por el sol, la luna, estrellas, vientos, aves, pescados y animales terrestres; los eclipses y sus efectos cierran esta parte, a la que sigue un Regimiento de Sanidad sacado de la medicina de Avicena, «médico peritíssimo», y una serie de remedios, figurando, como en su Libro de phisonomía, los adecuados contra pulgas, chinches, piojos, moscas y ratones. Distintas reglas y avisos curiosos y otros tratados particulares dan fin a la obra, que es bastante más que un repertorio de los tiempos y lunario. Los variados elementos que la componen aseguraron su éxito durante más de tres siglos, pues un pequeño librito en octavo ofrecía por poco precio una gran diversidad de información.

A estos lunarios, cuya vida era larga, sólo limitaba por los años que abarcaban sus tablas, hay que añadir, desde el siglo XVII, el calendario anual para clavar en la pared y, más tarde, su versión en un folleto en octavo. El 15 de septiembre de 1621, Cristian Bernabé, natural de Amberes, arquero del rey, propietario de un molino de papel en Cuenca y editor de libros, obtuvo privilegio por diez años para los almanaques que había compuesto y las hojas con las fiestas que se habían de guardar en la villa de Madrid, privilegio que fue prorrogándose a favor de su hija María Bernabé y de su sobrina Magdalena19. Desde fines del siglo XVII el privilegio real para los calendarios se concedió a los sucesivos porteros de cámara del rey, que tenían a su cargo las llaves del Consejo. Estos arrendaban el privilegio a libreros o impresores, los cuales subarrendaban la impresión y distribución para ciertas regiones de España, reservándose Madrid y algunas otras zonas, con lo que se estableció una producción y distribución descentralizadas. El Almanac o Kalendario estaba compuesto por dos pliegos impresos por una cara, en disposición apaisada, cubriendo cada uno de ellos medio año. Una primera columna, que continuaba en el segundo pliego, incluía las distintas eras, fiestas movibles, témporas, el juicio astrológico del año, eclipses visibles, reglas para sangrar y purgar y para la agricultura. En las otras seis columnas del primer pliego se ofrecía el calendario de los seis primeros meses, con santoral, fases de la luna y otros detalles típicos, continuándose en el segundo pliego con los seis últimos meses. Cada una de estas doce columnas se inicia con el grabado alusivo al correspondiente mes. La difusión de estos calendarios de pared fue amplísima entre todas las clases sociales. En el siglo XVIII se imprimían ejemplares en mejor papel para el rey y las autoridades. Junto a esta forma en cartel, encontramos a fines del siglo XVII otro tipo de ajuste, en un folleto en octavo. Al imprimir el blanco y la retiración, el contenido desplegado en los dos carteles cabía en un pliego, con lo que se reducía su precio y se facilitaba el uso personal. Con el calendario se distribuía un pliego en cartel, dispuesto verticalmente, conteniendo la relación de las fiestas de guardar, vigilias del año y datos sobre días de actuación de consejos y tribunales.

El calendario anual cierra nuestra revisión de algunos libros para todos, que podría ampliarse a otros muchos campos. Son libros de uso y consumo, esta última palabra en su significado más amplio, lo que conlleva la rareza de los ejemplares conservados y el gran número de ediciones perdidas. Es un aspecto más de las variadas y múltiples posibilidades que ofrece el análisis de la producción editorial en nuestro Siglo de Oro.





 
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