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Lo cómico en «Amalia» de Mármol

Leda Schiavo





El romanticismo en la Argentina es inseparable de las luchas políticas y de la realidad social que vivió el país después de la independencia. La época del caudillismo y de la tiranía de Rosas son el marco ideal para que los jóvenes «civilizados» por las ideas y las costumbres europeas lleven a la literatura los grandes temas románticos: la libertad, el exilio, la consecución de un ideal, el determinismo del medio, el amor y la muerte.

La trayectoria de José Mármol, el autor de la primera novela argentina de singular trascendencia, ilustra esta dependencia: todo lo que escribió está marcado por la lucha contra el tirano; al volver a Buenos Aires tras la caída de Rosas, desaparece como escritor aunque no como hombre público.

Mármol comenzó a publicar Amalia después de 11 años de exilio en el folletín de su periódico La Semana de Montevideo. El periódico «político y literario», según reza la portada, y «escrito por el Sr. D. José Mármol» apareció en abril de 1851. Se publicó semanalmente hasta que el escritor regresó a Buenos Aires tras el triunfo de Caseros. La caída de Rosas llegó antes que el fin del folletín, por lo que los lectores debieron esperar hasta 1855, fecha de la publicación de Amalia en forma de libro, para conocer los ocho capítulos finales.

La acción de la novela transcurre en 1840, cuando la dictadura, acosada por el ejército de Lavalle, desata el terror entre la población unitaria de Buenos Aires «la ciudad de las propensiones aristocráticas por naturaleza». Los héroes luchan contra la fatalidad histórica y han de caer víctimas del cuchillo, el arma degradada de los mazorqueros que gozan degollando a los adversarios. Hay una violenta contraposición entre el reino de la luz, acaparado por los personajes sublimes que luchan contra la tiranía, y el reino de la sombra, al que pertenecen Rosas, su hermana y la chusma federal, todos seres bestiales y grotescos.

Mármol conocía la teoría del grotesco expuesta por Víctor Hugo en el Prefacio al Cromwell, lectura preferida de su generación, según consta en la Autobiografía de Vicente Fidel López: «Leíamos de día, conversábamos y discutíamos de noche. El célebre prefacio de Cromwell, de Víctor Hugo, llamado entonces el nuevo arte poético, nuevo dogma literario, regía como constitución sobre las ideas». Por otra parte Víctor Hugo está citado en el texto mismo de la novela (aunque no el Prefacio).

El bufón del dictador, Viguá, es un personaje delineado sobre la teoría del grotesco. Pero donde me parece más clara la influencia de Víctor Hugo es en el equilibrio entre lo trágico y lo cómico con el que Mármol estructuró su novela.

En Amalia la tensión dramática tiene un acentuado crescendo desde el principio hasta el final. El destino fatal se va tejiendo poco a poco en torno de los héroes, víctimas inexorables de la barbarie. Pero a medida que crece la tensión Mármol intercala escenas que tienen como protagonistas a los dos personajes que acumulan rasgos cómicos: doña Marcelina y don Cándido Rodríguez. Los capítulos humorísticos son claramente anticlimáticos, producen distensión, equilibran la tragedia. Hacia el final, cuando se va cerrando la trama siniestra que aprisiona a los héroes, los capítulos cómicos aparecen con más frecuencia que en la primera parte.

Podría argumentarse que estos capítulos anticlimáticos tienen como función alargar el folletín, pero me parece evidente que no es así porque, por un lado, Mármol es un folletinista atípico: él es el dueño del periódico y no publica pane lucrando; por otro, la novela es ya suficientemente larga sin estos capítulos; en definitiva, la estructura clímax- anticlímax se advierte en toda la novela, hasta en los ocho capítulos que aparecen tras la repatriación del autor. Creo que Mármol quiere provocar en el lector una sonrisa de distensión con un «poder regenerador» que contradice la afirmación de Bajtin sobre el grotesco romántico.

Tras la muerte de los héroes, un capitulillo titulado «Especie de epílogo» está destinado a contarnos el «destino» de don Cándido y doña Marcelina, de modo que las últimas palabras de la obra son humorísticas, a pesar de que los lectores de Amalia, -aún los que hemos leído la novela muchas veces, ya que es lectura obligada en las escuelas y colegios argentinos-, podríamos jurar que acaba con la escena sangrienta de los asesinatos, porque el impresionante final dramático es el que persiste en la memoria.





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