Los adolescentes, ¿leen o no leen?
Antonio Rodríguez Almodóvar
Publiqué un artículo en el año 95 (CLIJ n.º 72) que levantó algunas ampollas. Hice en él una cierta defensa del derecho de los adolescentes a no leer, por varias razones: porque no se fían de nosotros, los adultos, ni del sistema educativo que se empeña en que lean cosas que a ellos no les interesan un rábano; porque están mucho más capacitados de lo que creemos para moverse en la turbulencia semiótica de nuestro mundo. En esa turbulencia (cine, Internet, publicidad, televisión...), manejan mucha más información de la que nosotros podemos aportarles, y se hacen expertos en fantasear a su gusto, descubrir mentiras oficiales, además de encontrar los libros que verdaderamente les interesan, y que nosotros, los mayores, tendemos a creer que son «difíciles», «prematuros», «escabrosos»... Cuando nos damos cuenta, ya han leído La casa de los espíritus, El guardián en el centeno o el Diario de un artista adolescente, además de El señor de los anillos, las Narraciones extraordinarias o Doctor Jekyll y Mr. Hyde. O sencillamente han dejado de leer, porque no tuvieron suerte en sus pesquisas particulares. Como remate de mi alegato, escribí: «también los malos libros son enemigos de la buena televisión».
Que no es tan malo que no lean, o que lean a su aire, lo demuestra el hecho de que las calles se están llenando hoy de jóvenes en protesta por la inicua guerra de ocupación de Irak, como se llenan contra los crímenes de ETA. Y son ya generaciones que pasaron por un sistema que nada les motivó para que leyeran y se hicieran juiciosos con los libros recomendados. Luego, de alguna otra manera se han formado un criterio sólido sobre la justicia, la solidaridad y la democracia. Es el mundo de los mayores, por el contrario, el que sigue estando lleno de falsedades y de engaños. Si ellos hubieran sucumbido al torbellino que vaticinó Morris, al bombardeo de los múltiples sistemas de signos, ya tendríamos aquí a la primera generación de idiotas. Tal cosa, por fortuna, no sólo no ha ocurrido, sino que se han hecho expertos en leer el caos. En consecuencia, hay que cambiar el concepto de lectura, el de educación literaria y, como de costumbre, el sistema educativo.
Por eso encontrar libros que a ellos parecen gustarles, o que utilizan un punto de vista que podría resultar atractivo, se convierte en motivo de gozo. Y si queremos centrarnos en Andalucía, o en autores andaluces, tanto más excitante.
Por su quinta edición va ya La isla de los espejos, del jerezano Miguel F. Villegas, en Ediciones Aljibe (que, junto con la colección Meridiano, de Algaida, es de las pocas que apuestan por libros juveniles en nuestra región). Libro de aventuras fantásticas, al estilo de Ende, destinado, me parece, a crear símbolos iniciáticos en un ambiente culturalmente más cercano. Va bien en el entorno de los 12-13 años.
Para el siguiente tramo, de los 14 en adelante, acaba de aparecer El último gigante, del jiennense Miguel Fernández Pacheco, un autor veterano y colmado de méritos en su doble vertiente de escritor y diseñador de excelentes libros. Nos cuenta aquí la historia de un gigante colosal que se enfrenta a las SS alemanas en tiempos de la persecución de los judíos por Hitler, con un aporte de elementos culturales muy amplio (historia, pintura, religiones...), como quien no quiere la cosa, y un recorrido conceptual igualmente complejo que hace reflexionar sobre las condiciones en que se repiten las tragedias contemporáneas.
En un tono más amable, Guadalquivir, la memoria del agua, relata las vicisitudes culturales de nuestro gran río, desde una primera persona bien construida por el periodista Antonio García Barbeito y en una edición muy cuidada de la Caja San Fernando.