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V

El maestro y el sacerdote.

Año 1869:

     El maestro y el sacerdote son las dos palancas que han de remover los obstáculos del progreso(20). Su diligencia no debe tener límites, sus fuerzas deben ir paralelas, y los pueblos y el Estado deben prestarles firme apoyo. Porque si llegan a cruizai-se de brazos, ¿qué obstáculos apartarán de su camino? Y si no andan los dos acordes, si obran en distinto sentido, ¿qué efecto útil pueden producir? Y si la volutad suya se estrella en la impotencia, si los pueblos son un escollo, y el Estado se ocupa más de elecciones que de instrucción y de cultura, de soldar partidos más que de proclamar principios, ¿qué frutos podrá legar el siglo XIX al siglo XX? Créese que el cambio de sistemas es progreso social, y se olvida que las épocas permanecen mientras no cambian las costumbres. Una sociedad que no brilla por el honor, ni por el patriotismo, ni por las virtudes, en la escuela más bien que en el Parlamento, hallará el camino de su progreso(21).

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     La libertad tiende a separar al hombre de los hombres, y la fraternidad a unirlos todos bajo el régimen de una sola familia, de cuyas dos tendencias opuestas nace la armonía social. Son como las dos fuerzas de proyección y de atracción que retiene a los planetas en su normal carrera alrededor del Sol.

     Roto el equilibrio por mala aplicación de la primera fuerza y defecto de la segunda, es resultado necesario el odio en las familias y, el caos en los pueblos. E'l maestro y el sacerdote deben estudiar los medios de restablecer el orden, de hacer resonar en los corazones la voz del Evangelio; de definir a los ignorantes la verdadera libertad, resumen de derechos y deberes; de practicar, para su enseñanza, la fraternidad, alma de todo progreso. Fáltales autoridad, y ¿para qué negarlo? pero el lenguaje del amor es tan elocuente, que nunca podrá resistirle la naturaleza humana(22).

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     Donde hay muchas necesidades hay muchos potentados, mucha usura, uicho lujo, muchos delitos, mucha ignorancia y muy poca religión. Las necesidades provienen generalmente de falta de orden, de falta de previsión. Aquí está, pues, el caballo de batalla del maestro y del párroco. Si desprecian este medio, dudo mucho que lleguen a los fines, porque es un medio muy poderoso. E'n vano trabajará aquél en la escuela y éste en el templo, si las familias no tienen paz en el hogar; pero si ellos contribuyen a que no falte, no habrá oído que se cierre a sus consejos, ni pasión que no ceda a sus insinuaciones.

     ¿El cómo? Helo aquí: establecer en cada pueblo, por pequeño y miserable que sea, un Banco o Caja de Economías, donde los niños de la escuela por un lado y los adultos por otro, pueda imponer cantidades desde un cuarto en adelante. El primer real sería un imán para desviar otros reales del camino de la taberna, el estímulo alimentaría la afición al trabajo, y se producirían inmensos bienes con proceder tan sencillo. El maestro y el sacerdote tienen muchos medios para excitar la corriente en su principio, que después, ella misma se excitará; la idea de que con esto se convertirían en banqueros es ridícula, y no puede contener nobles propósitos. «Bueno es contar con las rogativas, pero es mejor contar con el día de mañana»; esta es la máxima. En los pueblos algo crecidos, las Cajas llegarían a convertirse en Sociedades Cooperativas de consumos, y tal vez en Banco de pequeños préstamos, con el concurso de algunos propietarios; iniciado el espíritu previsor, todo lo demás se da por añadidura.

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     Los Gobiernos hilvanan Constituciones, ¡y las solemnizan dando gratis al pueblo corridas de toros! Quien siembra vientos en nombre del progreso no puede esperar que el Espíritu Santo descienda a bendecir su obra. ¿Pero qué virtud habrá que oponer a este vicio capital, enemigo de toda civilización?

     «Lo que no quieras para ti no lo quieras para ningún ser sensible.» Yo tengo para mí que el maestro y el sacerdote descuidan esta rama de la educación, tal vez por desconocer su importancia, que es trascendental. Porque así como el que ama a su prójimo ha cumplido toda la ley, el que tiene compasión de los animales, está en camino de amar a su prójimo y ser hombre. En Alemania y en otras naciones del Norte, se tiene mucho cuidado de inspirar a los niños amor hacia los hombres, y al mismo tiempo benevolencia para con los animales, haciéndoles comprender sus padecimientos y sus servicios. Fácil sería al maestro y al sacerdote enlazar la Caja de Ahorros con una Cofradía, Orden o Sociedad en cuyos miembros se comprometiesen a no maltratar los animales puestos a su cuidado: y al decir esto, no tengo presentes las «Sociedades protectoras» de los filántropos ingleses, sino las cofradías o Sociedades de la Santa Templanza que se instituyeron en Polonia para moderar el uso de bebidas espirituosas. Muchos leerán esto, se reirán acaso y pasarán adelante; pero no escribo para los perezosos, que éstos están ya excluídos por Salomón de toda obra buena. Hasta quisiera yo ver en un rincón del patio de la escuela algunos animales domésticos, cuya cría racional formaría un curso práctico de zootecnia al alcance de grandes y pequeños. Exigua es una gota de agua, pero fecundiza los campos y taladra las rocas, non vi sed saepe cadendo. ¡Lástima que se desprecien estos medios pequeños que conducen a grandes resultados!

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     Hace ya un siglo que en los jardines de las escuelas de Suecia, se enseñaba prácticamente a los niños el cultivo y manera de injertar los árboles, cuyas lecciones dieron más frutos en un año, que en un siglo darán todos los cursos de Arboricultura de los Jardines Botánicos de Europa, y todos los tratados de lo mismo habidos y por haber. Y no lo cito precisamente por este solo ramo de la Agricultura general, digno ya por sí de toda la atención, y en este siglo más que en el pasado, sino por la Agricultura toda que podía enseñarse, prácticamente en las escuelas primarias con más seguros e inmediatos resultados que las Exposiciones, Granjas-modelos y Seminarios, si los Gobiernos quisieran atender los verdaderos intereses de la nación, si los Municipios conocieran particularmente los suyos, si los párrocos y maestros pudieran estudiar y encontraran consejo y dirección en inspectores provinciales de Agricultura instituídos ad hoc. Pero está escrito que España no tendrá nunca lo que le conviene, sino lo que le convendría no tener. En Prusia se ha hecho ya algo en aquel sentido, y no se dirá que allí lo necesitan más que nosotros; que al fin, los prusianos discurren para hacer, y aquí hacemos sin discurrir, lo cual conduce inevitablemente a que allá coman los que trabajan y aquí trabajen los que no comen, cosa menos arreglada a justicia que peligrosa para los Estados. Sabido es (y ojalá no se supiera tanto, pues de puro sabido se ha olvidado), que en España rinde el trabajo y el capital un cierto interés, en tanto se invierte en papel del Estado o se dedica a una industria, comercio u oficio cualquiera; pero que en el cultivo da productos negativos, arruinando al simple labrador, sin que éste lo conozca hasta el final, porque la previsión es cosa demasiado antigua y la contabilidad demasiado moderna para gentes que no han conservado de ayer sino lo malo, la rutina y el apego a la tradición; que no han aprendido de hoy, sino lo pésimo, la vanidad y el lujo. Un curso de Lógica Agrícola, grabado en el timón de los arados españoles, evitaría muchas lágrimas y muchos trastornos; pero no irán, no, a aprender Lógica los labradores: es preciso que la lógica vaya a buscarlos; que los ministros de Hacienda y de Fomento se acuerden una vez de que comen pan; que los Municipios no olviden que hay muchos trabajadores que no pueden comerlo; que los párrocos y maestros pongan la economía al lado del Evangelio(23), la azada junto al silabario, la conferencia práctica junto a la Caja de Ahorros... Sólo entonces podrán esperar que las pasiones entren en su cauce; que sus pláticas no sean vox clamantis in deserto; que los cánticos de los pequeñuelos hagan brotar espinas en los campos que la Fe, la Esperanza , la Caridad arraiguen en las conciencias y vengan a tiempo de curar esta sociedad que se desmorona y deshace. ¿Serán estériles mis palabras?

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     El maestro es sacerdote de los niños, y, el sacerdote, maestro de los hombres; uno y otro son los hermanos modelo y la providencia visible de los pueblos. Su amor, su bondad y solicitud deben conservar la inocencia en el corazón de los primeros y afirmar la caridad en el corazón de los segundos. Sus desvelos, sus estudios, sus combinaciones, deben enseñar a los unos el trabajo, conducir a los otros a la previsión, o inculcar a todos la filosofía del día de mañana. Y así como su palabra forma las inteligencias, sólo su ejemplo mejora las costumbres; ¡ay del que cerrase sus oídos a esta verdad! No lo olviden los párrocos y maestros: su misión es una misma, sus fuerzas deben obrar unidas, y no sólo dentro del templo y de la escuela, sino también fuera, en los campos y en los hogares. Excitar la fraternidad por medio de la asociación, como contrapeso a la violencia de las pasiones, y dirigir el trabajo para que no lo haga estéril la ignorancia: he aquí condensado en pocas palabras, el blanco que deben proponerse juntos el buen maestro y el buen párroco de los lugares. Si su posición los desanima, si la ingratitud de los hombres pudieran amortiguar en su alma el fuego de los más nobles sentimientos, levanten los ojos al cielo, nuestra morada de mañana, y no caigan en la tentación de imitar a aquellos espíritus mezquinos que obran el bien sólo por la esperanza de una recompensa. Con verdadera abnegación cristiana, las funciones del magisterio y del sacerdocio dan frutos de bendición: sembremos, pues, el bien sobre los justos y sobre los injustos, para que seamos perfectos como nuestro Padre celestial.

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     El maestro y el sacerdote tienen ratos de ocio y tal vez de fastidio en los intervalos de su trabajo cotidiano, mientras la ciencia necesita y aguarda sus servicios. En honor de la ciencia y provecho de todos, me permitiré hacer una observación, a mi juicio importantísima(24). La vida es muy corta, y se hace preciso no reposar, no vagar ni dejar para más tarde lo que pueda emprenderse ahora. Descansar no quiere decir cruzarse de brazos sino variar de ocupación, dejar el pincel y la paleta para tomar el mazo y el cincel, como decía y hacía Alonso Cano... Pues bien, parte de aquellas horas de tedio y de aquellos días de vacaciones, no podrían emplearse mejor que en la formación de un pequeño Museo universal, universal digo porque admitiría toda suerte de objetos que entran bajo el dominio de la ciencia. Local, proporcionaríalo la abadía (casa rectoral) o el Ayuntamiento, o algún ilustrado propietario. El trabajo (que para el caso no sería trabajo, sino solaz y diversión) lo pondrían el maestro y el párroco, asociados con el médico, farmacéutico, juez, etc., del pueblo. Objetos, los darían los mismos fundadores y los particulares. Apenas hay casa que no tenga en lastimoso abandono antiguallas de gran importancia histórica o arqueológica: éste daría una mesa o un estante; aquél, un cuadro o un fragmento de escultura; otro daría una medalla o una armadura; quién, un vaso de cerámica o algún instrumento de pedernal o de bronce (piedras de rayo); quién, una estampa, un documento curioso, un autógrafo, el dibujo de una puerta, de un edificio antiguo o de unas ruinas que desaparecen, un vestido, un escudo de armas, una llave, una hevilla, un capitel, una inscripción, un trozo de pavimento, hasta un juguete, suministran a veces datos inapreciables. Lástima que la piqueta, el moho y la polilla consuman para siempre tantas preciosidades en los armarios, desvanes y suburbios, donde existen en mayor abundancia de lo que vulgarmente pudiera creerse. Sólo falta una mano que levante el primero y lo lleve al sitio preparado, para que otro y otros le sigan con gran contentamiento de quien ve crecer un tesoro que sin él no existiría.

     A esto vendrían a añadirse donativos de libros y opúsculos varios, antiguos y modernos, núcleo de una futura biblioteca, como también mapas y globos, manuscritos, estados metereológicos, estadísticos y económicos, etc.; animales disecados, minerales, fósiles, herbarios (botánicos, agrícolas, industriales, médicos, etc.), colecciones de semillas, de abonos, forrajes, tierras, reactivos, maderas, plantas textiles, oleaginosas, etc... productos de la uva, objetos industriales, injertos, modelos o instrumentos de física, de agricultura, de oficios, etc., substancias coloniales, preparación de alimentos y otros muchos. No importa que no se clasifiquen científicamente: recójanse primero los materiales, que el orden vendrá después. No importa que los objetos sean vulgares, o rancios, o de filiación desconocida; que todo puede dar instrucción a los campesinos, indicios a los sabios, gratos placeres al sacerdote y al maestro. Las bellas artes les agradecerán la cooperación, y ellos agradecerán el consejo a La Voz del Magisterio.

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     Una pregunta: las escuelas de niñas, ¿han hecho mejores hijas, mejores esposas, mejores madres que la antigua educación doméstica? Categóricamente puede contestarse: no. Y así tiene que suceder. En vano esperaremos ver instruida a la mujer mientras no se instruya convenientemente a las maestras, mientras no se procure vencer la repugnancia que suelen inspirar a la familias. La mujer es la mitad de la familia: económicamente, el hombre produce, y la mujer ahorra, y ya sabemos que trabajo y economía son los elementos del capital. Jurídica y moralmente, el marido representa la familia fuera, y la mujer, sacerdotisa del hogar, la representa dentro: científicamente, la mujer, educa el corazón y el hombre la inteligencia de los hijos.

     Que no se principie por el Omega: enséñese en estas escuelas economía doméstica más bien que historia, orden e higiene antes que bordado, contabilidad práctica mejor que dibujo, previsión y no geografía, cría de aves, gobierno de los hogares, amor al prójimo, odio al lujo y a la vanidad... De este modo, con resultados tangibles y provecho inmediato, veránse pronto llenas las listas de la escuela, y no faltará relilgión en los corazones, sinceridad en los labios, sencillez en los entendimientos, contento en las familias, actividad en las jóvenes, acierto en las faenas, orden y desahogo en todas partes. Entonces habrá llegado la hora de ensanchar el círculo de la enseñanza; pero hasta ese momento, ilusiones a un lado, que por el camino que seguimos, no podemos menos de retroceder. Yo estoy en la persuasión de que la clase principal de una escuela de niñas debería ser una nueva titulada del Orden, el texto apropiado, claro, conciso y completo: el orden en el cálculo de los ahorros, en el arreglo de los enseres, en la distribución del tiempo; listas de esta distribución para un día, por horas, para una semana, para un mes por semanas. Listas-presupuestos de lo que puede gastarse en un día, en una semana, en un mes, etc., y cómo debe calcularse la compra según el resultado (estos cálculos los llevarán las niñas en cuadernos para que los hagan en casa); contabilidad de gastos e ingresos (aplicación de las operaciones aritméticas), etc.

     Para llegar antes al resultado apetecido, convendría crear conferencias semanales para adultas sobre moral, educación, higiene y economía doméstica, explicadas por la misma profesora, o tal vez mejor por las Misiones populares, con este objeto instituidas. Aseguraríase la concurrencia a ellas fundándolas bajo un pie religioso; porque (y no me cansaré de repetirlo) el magisterio y el sacerdocio son como dos ruedas de engranaje, cuyo concurso simultáneo y construcción perfecta son necesarias para que funcione y progrese la maquina social.

     Misiones populares. -¡Cuántos bienes pueden dispensar a nuestras poblaciones! No se podía imaginar medio más eficaz para popularizar la ciencia y llevar el bienestar a todas las clases sociales.

     Los individuos de la Orden de las Misiones, repartidos en grupos de dos o tres, recorren los pueblos, permaneciendo quince o veinte días en cada uno, enseñando lectura y escritura a los adultos, predicando al mismo tiempo la verdad y la virtud con el ejemplo y la palabra, estimulando el patriotismo, tan decaído hoy entre nosotros, descubriendo a los ignorantes las secretas maravillas del Universo, dando a todos reglas para dirigir el trabajo y hacerlo fecundo; para adquirir la pa z del alma y vivir bien; para educar, en fin, racionalmente a la generación que viene. La novedad de las Misiones, la abnegación de sus apóstoles, la sencillez de sus doctrinas, el carácter práctico de sus consejos y hasta la brevedad de sus estaciones, serían otros tantos atractivos y otras tantas garantías de éxito, que en vano buscaríamos hoy en el clero ni en el profesorado, sabiendo que nadie es profeta en su patria, recordando que jamás hubo en la historia grandes revoluciones sin grandes sacrificios, y teniendo presente que la rutina científica y el egoísino religioso son males demasiadamente añejos y arraigados en el espíritu de ciertas clases para fundar en ellas grandes esperanzas.

     He aquí ahora, el boceto de un programa para las Misiones populares:

     -Filosofía popular. -Dios. -Economía divina: creación, población y progreso de los mundos: movimiento universal, etc.; equilibrios naturales: estados y cambios de los cuerpos, etc.

     -Fraternidad. -Amaos los unos a los otros. Tolerancia. -Moral universal. -Juicios temerarios.

     Teoría de la pereza y de la libertad. -El trabajo y la previsión. -El capital. -Temed el préstamo. -Definición y caracteres de la caridad.

     -Los ricos y los pobres. -¿Qué cosa es la Fortuna? -los cuatro cuartos del soldado.

     -¿Hay otra vida? -Confirmación. -Arte de ser feliz en todos los estados y posiciones de la vida.

     -Los hijos. -Dos vicios capitales en su educación: caprichos de los años, vanidad de los padres. Aprovechamiento de las diversiones como enseñanza (cestería, imprenta, injertos, etc.) -Importancia y modo de consultar la vocación y la aptitud.

     Mañana. -Consideraciones que a todos debe inspirar esta palabra (Economía y Religión). Ley del progreso.

     Orden. -En la distribución del tiempo, en la colocación de los objetos, en el cálculo de los ahorros, en la formación de presupuestos para el día o el mes, etc. -Sobre el lujo.

     Pósitos. -Sociedades cooperativas. -Crédito agrícola mutuo. -Cajas infantiles. -El número dos: poder de la asociación (en inteligencia, producción de riqueza, en confianza, en poder, en Religión, etc.)

     Agricultura fundamental. -Riegos, enmiendas, prados, arbolado, ganadería, aves.

     Cultivo mínimo.

     Museos y bibliotecas populares.

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