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Manuel Ugarte. Tomo I: Del vasallaje a la liberación nacional [Selección]

Norberto Galasso






Capítulo VI (1901)


Piense usted en su país...

A principios de 1901, Ugarte se preocupa por editar su primera novela. «El comienzo de mi labor activa como escritor está marcado por la peregrinación que realicé visitando casas editoras con mi primer libro bajo el brazo... Los Paisajes parisienses pasaron, durante largas semanas, de mano en mano, rechazados siempre con la misma sonrisa a media luz: -"La firma es nueva...". A lo largo de los murallones del Sena, me detuve a menudo perplejo y desalentado, hasta que me decidí, tristemente, contrariando todos los orgullos, a hacer la publicación por mi cuenta, en uno de esos tomos desamparados y sin atmósfera, destinados a circular entre amigos... Felizmente el éxito sobrepasó las previsiones y tres meses después, el editor Garnier, que había rehusado la obra, me compraba la propiedad de ella, ofreciéndome contrato para otras. La sensación de ver mi nombre en Biblioteca consagrada y en compañía de autores célebres, es una de las que más hondamente se marcan en mi vida. Porque yo no perseguía la apariencia, sino la realidad. No necesitaba en aquellos tiempos la recompensa pecuniaria -por otra parte, mezquina- que me brindaba el editor. Pero la ansiaba ardientemente, a la manera de ciertos pescadores paradojales que luchan horas enteras para extraer un pez que arrojan al agua de nuevo. Lo que yo quería era dar el salto del "amateur" al profesional, probarme a mí mismo que mi trabajo era un valor en circulación, hacer que mis páginas fuesen a las prensas y llegasen al gran público formando parte del conjunto en marcha del pensamiento universal. Confieso que aquella tarde, junto al Sena, el agua me pareció más limpia y el cielo más azul»1.

Los Paisajes parisienses se componen de varios relatos, entre ellos Graveloche, aquella novela corta que le había publicado El Tiempo. En algunos se observa el propósito social del autor tomando como personajes a los ex hombres del París de los suburbios. En otros, es el tema de la bohemia, la estudiantina y los amoríos de las muchachas del Moulin.

Aun sin conocerlo personalmente, Ugarte ha solicitado un prólogo a Miguel de Unamuno y éste, haciendo gala de su espíritu gruñón, lo redacta en tono sumamente crítico. Allí afirma que «Los Paisajes son monótonos, monocromos... con notas tristes de arrastrada melancolía, que parecen surgir del cementerio del viejo romanticismo melenudo y tísico... Una vez más la bohemia, las grisetas, los estudiantes, los pintores, las aventuras amorosas fáciles, Murger de nuevo... Cuando acabé de leer el manuscrito de esta obra fuime a contemplar campo abierto al cielo y por la luz de éste bañado, paisaje libre, la llanura castellana, austera y grave, amarilla en este tiempo por el rastrojo del recién segado trigo. Era que me sentía mareado y oprimido, habíanme dejado los Paisajes parisienses cierto grado de tristeza, de confinamiento, de aire espeso de cerrado recinto. Quería respirar a plenos pulmones»2. Con relación al aspecto formal, Unamuno reconoce la importancia de su carácter renovador, pero observa que «este lenguaje, hasta cuando es correcto, parece traducido del francés» y agrega: «Se trata de un lenguaje desarticulado, cortante y frío como un cuchillo, algo que rompe con la tradicional y castiza urdimbre del viejo castellano, un lenguaje de ceñido traje moderno con hombreras de algodón en rama, con angulosidades de sastrería inglesa, con muy poco de los pliegues de la capa castellana»3.

Con motivo de este prólogo, Darío le escribe a Ugarte: «Querido amigo: tiene usted razón. Unamuno es lo que dice: un hombre con un siglo de atraso, vasco jansenista de gran ingenio, metido en Salamanca. No hay más que hacer... Creo que jamás nos entenderemos con él... Después de este prólogo lo castigaría casándolo con Gómez Carrillo y haciéndole vivir en Montmartre...». A los pocos meses, Garnier lo llama para hacer una nueva edición de los Paisajes... En ella, Ugarte agrega un epílogo firmado por François de Nion donde éste refuta las apreciaciones del prólogo: «Unamuno reprocha amistosamente a Ugarte que algunas de sus frases son pura y exclusivamente francesas. Y eso no es cierto. Si dijera modernas, el reproche caería, se convertiría en elogio y eso sería justo... Tan pronto como que se quiere escribir "a la moderna" se emplean estos procedimientos, pero por eso no se "afrancesa"»4.

Este epílogo provoca a su vez un cambio de alfilerazos entre Darío y Unamuno. El rector de Salamanca protesta: «Estos floretazos del Conde de Nion me deciden a decir de una vez cuanto pienso de la literatura francesa... A pesar de mi empeño por gustarla, no me entra. Reconozco cuanto se dice en elogio de ella, pero no la trago... El cosmopolitismo de los franceses es falso. Cuando elogian a un extranjero parecen decir: "Para ser ruso o español o italiano, no lo hace tan mal...". ...No puedo con esos monos de Europa, ni con su literatura tan clara, tan fácil, tan bien hecha, tan fría»5. Darío recoge el guante y contesta: «Yo no sé si estos monos de Europa tienen inaptitud metafísica, pero sí sé que hubo un macaco llamado Descartes que algo entendía de eso y en cuanto a la lírica, ese gorila de Víctor Hugo creo que no es completamente despreciable»6. Ugarte recordará años después: «Unamuno se levantó en espuma de colores contra el contradictor inesperado, circunstancia que aprovechó después Rubén, al hablar sobre mi segundo libro -Crónicas del boulevard- para lanzar saetas injustas y sonrientes: -Unamuno es villorrio y Francisco de Nion es ciudad, decía en síntesis. A lo cual replicó injustamente, a su vez, el vasco orgulloso: -Lo que diga Darío no me interesa, porque él copia y yo escribo»7...

Pero más allá de esta polémica en torno a las formas, queda en pie la otra crítica apuntada por Unamuno: la de orden temático. Los Paisajes... expresan el cansancio, el aburrimiento, la melancolía, en fin, los tonos grises y otoñales de la bohemia parisiense que nada tienen que ver, por supuesto, con el ímpetu y la emoción iberoamericana que sería justo exigirle al joven argentino. En este mismo sentido, llega desde Buenos Aires la crítica de su amigo Adolfo Saldías: «En vez de aire sano, los Paisajes... me acercan bocanadas del perfume embriagador que satura ese mercado de carne humana en pública subasta que se llama París... Probablemente yo exagero porque desearía ver a usted en otro orden de ideas. Pero por sobre todo (y esto va como amistoso reproche) usted ha pecado de lo que pecó Ventura de la Vega. De lejos, no ha tenido un recuerdo para su país, ni siquiera en sentido comparativo... Pienso que para sentir en el alma las armonías espléndidas de la naturaleza hay que contemplar las montañas de mi país, altas como los ideales, lozanas como las ilusiones de la edad primera... Piense usted en su país y se sentirá capaz de grandes acciones»8.




Los «sueños» de Ugarte, según Rubén Darío

En esa época, Ugarte estrecha la amistad con Darío y con Nervo, quienes habitan juntos en el N.º 29 del Faubourg Montmartre. Muy politizado ya, el argentino trata de convencer al poeta nicaragüense de las bondades del socialismo y lo lleva consigo a varios mítines. Pero el intento por quebrar la indiferencia social de Darío resulta inútil. «Hemos asistido juntos -recuerda Darío- a reuniones socialistas y anarquistas. Al salir, mis ensueños libertarios se han encontrado un tanto aminorados... No he podido resistir la irrupción de la grosería, de la testaruda estupidez, de la fealdad, en un recinto de ideas de tentativas trascendentales... No he podido soportar el aullido de un loco desastrado, al salir a recitar un artista de talento, porque estaba condecorado con la Legión de Honor, o el grito grotesco de un interruptor incomprensivo en una peroración grave y noble, o al furioso cojo Libertad, vociferando contra el poeta Tailhade y amenazando en plena escena con su muleta, en la fiesta misma en honor de Tailhade... o a cuatro "anarcos" rabiosos, gesticulantes alrededor de Severino, enlutada y pacificadora... No, no he podido resistir... Y sin embargo, Ugarte, convencido, apostólico, no ha dejado de excusarme esos excesos y se ha puesto hasta de parte del populacho que no razona y me ha hablado de próxima regeneración, de universal luz futura, de paz y trabajo para todos, de igualdad absoluta, de tantos sueños... Sueños...»9.

Ugarte comenta entonces la aparición de España contemporánea y allí critica la actitud elitista de Rubén: «Los 42 capítulos abarcan todos los aspectos de España menos uno: la España hambrienta. Darío confiesa una repugnancia instintiva por los harapos. "No gusto mucho del contacto popular, la muchedumbre me es poco grata con su rudeza y con su higiene". Le agradan las reuniones populares por su aspecto oleoso de mar, por su soplo de tormenta -hemos asistido juntos a varios mítines-, pero individualmente no siente simpatía por los miserables. Los problemas de la hora actual no le interesan. Es el gran reproche que debemos hacerle a Darío. El arte mismo es, en sí, comunista, puesto que generaliza y reparte lo más noble que hay en el hombre: el pensamiento. ¿Por qué obstinarnos entonces en conservar un arbitrario orden de cosas que nos perjudica y en combatir otro que pudiera sernos favorable? Si el ideal del artista es ser libre, ¿cómo no desear la libertad para los demás? Si el corazón de los poetas desborda de ternura, ¿cómo no defender la causa de los que sufren? El fermento popular es la única atmósfera respirable... El gran soplo que ha sacudido a la Europa se comunica de caserío en caserío a nuestra América»10.

Estas disidencias no debilitan la relación entre ambos. Por el contrario, durante ese verano pasan juntos una temporada en el balneario de Dieppe, sobre el canal de la Mancha. Allí Ugarte conoce más a su compañero: «El eje de su carácter era la timidez, una timidez hecha -como la timidez de todos los hombres inteligentes- de un miedo atroz al ridículo, de la excesiva importancia otorgada a lo que podían decir o pensar los demás, del desdoblamiento de su ser en múltiples personalidades que le llevaba a presentir el pensamiento no expresado de los interlocutores, de una red complicadísima de bifurcaciones mentales que daba por resultado un alejamiento total de la realidad. Si empezó a beber, fue esperando adquirir seguridad para la batalla diaria. Los desengaños y las zozobras le llevaron a abusar del expediente y a afianzar una reputación de dipsómano que le amargó la vida... Asumía la responsabilidad de pronunciarse contra las Academias, pero le asustaba ir a cobrar un cheque o a una comida»11.

Ugarte admira a Darío como poeta y valora la renovación modernista, aunque disiente con él, pues Ugarte defiende -Jaurès de por medio- el arte social. Darío, renuente al socialismo, se aleja ahora, sin embargo, del exotismo y aunque no aborde con su lira las injusticias sociales, vuelve los ojos hacia la Patria Grande. En el prólogo a Cantos de vida y esperanza que está preparando por entonces, el poeta nicaragüense afirma: «Si en estos cantos hay política es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos ser yanquis (es lo más probable), de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter»12. Resulta significativo que en el momento en que Rubén se encuentra a diario con Ugarte, el exquisito poeta estampe estas palabras y seguidamente lance como un latigazo su «Canto a Roosevelt», recordándole que si «alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York», enfrente «Tened cuidado ¡vive la América Española!». El delicado y tímido Darío encuentra a su vez en Manuel al amigo que le da fuerzas, que lo levanta de sus desánimos y le resuelve esos nimios problemas cotidianos que son para él verdaderas tragedias. «Sigo muy mal de mi dolor de espalda... Déme las señas de su médico»13, escribe en enero de 1901. Y poco después: «Mi muy querido amigo: me pasan mil y mil cosas, para las cuales necesito su consejo. Venga cuanto antes. Pronto saldré para Centroamérica. Ya le contaré. ...No tengo cabeza para escribirle más largo. Rubén»14.

Tres meses más tarde, pasan unas semanas juntos en Brujas, «la ciudad de los canales silenciosos y las calles sepulcrales». «Al regreso, el 18 de setiembre, la ciudad parecía un manicomio con motivo de la visita del Zar de todas las Rusias... Estábamos con Rubén en Reims y allí aquella visita hacía respirar desconfianza. Reims es una de las ciudades más democráticas de Francia. Quiere más a Tolstoi que al Emperador. La sombra de Gorki desterrado, los estudiantes rusos enviados a la Siberia y el recuerdo de las represiones de Varsovia y Moscú, contribuyen a indisponer las voluntades... El soberano moscovita pasa a cinco metros de nuestro observatorio, envuelto en un torbellino de coraceros. Es la cara pálida, los ojos azules y la barba amarilla, cortada en punta, que todos conocen. El uniforme verde de general ruso y el gorro negro de astrakán le dan un aspecto de oleografía. Saluda con torpeza, llevándose la mano delante de la cara, como si se atajara de un golpe... Algunos grupos corren a la par de los caballos agitando pañuelos. Un señor de bigotes blancos y sombrero de copa, repite obstinadamente un grito estentóreo de "¡Vive l'armée!". Algunos le contestan: "¡Vive la republique!". Otros hombres agitan desde un techo una gran tela roja. Y la multitud nos arrastra, a pesar nuestro»15. Poco después, Ugarte se solaza al observar que «una vaga inquietud apresa al zar. El brillo de las recepciones no ha podido impedirle recordar el origen y la historia de esa Marsellesa que se ha visto obligado a escuchar de pie. Símbolo de una revolución que destruyó lo que él personifica, ha tenido que inspirarle amargas reflexiones y hacerle ver la inestabilidad de su trono, que la justicia tendrá que conmover fatalmente»16.

El bárbaro imperio de los zares caerá seguramente y una sociedad igualitaria vendrá a reemplazar a tanta opresión social, piensa Ugarte. Y así lo afirma en una crónica que envía a El País. Pocas semanas antes, con motivo de la llegada de Kruger, presidente de Transvaal, ha escrito: «El Transvaal no es el único país que ha perdido su libertad en estos últimos años. ¿Por qué no ha manifestado Francia los mismos sentimientos generosos cuando los Estados Unidos se apoderaron de Cuba? ¿Por qué no se ha apasionado por los filipinos, que han opuesto la misma resistencia que los bóers y con más éxito que hasta ahora? Dejemos que los europeos utilicen estos acontecimientos para sus fines de política internacional y renunciemos a vivir de agitaciones extrañas a nuestro medio. Tengamos vida propia. Nuestro héroe (ya que en estos momentos parece indispensable tener un héroe) debe ser Aguinaldo. Su obra nos interesa porque es nuestra, historia que resurge... Aguinaldo ha sido un héroe desgraciado. Las agencias noticiosas de Nueva York le cantarán ahora un rápido responso y el ogro yanqui plantará en Filipinas su bandera y su ley de Lynch, entre el ruido de los zapatos gruesos de sus soldados... Los invasores de hoy lograrán dominar el archipiélago al abrigo de sus cañones, pero no conseguirán impedir que un violento deseo de independencia siga fermentando en las almas»17. Así, Ugarte persiste en manifestar el socialismo de los países oprimidos, donde confluye la reivindicación social de la clase explotada (en este caso, obreros y campesinos rusos), con la reivindicación nacional de un pequeño país atropellado por el imperialismo (en este caso, Cuba y Filipinas). El socialismo, el antiimperialismo y la unidad de América Latina brotan ya comúnmente en sus crónicas y dentro de pocos meses les dará forma en artículos abiertamente políticos. Por ahora vive en el agitado mundo de la política («Jaurès calcula que después de las elecciones de 1902 el Partido Socialista tendrá cien diputados en la Cámara, las huelgas de Marsella han terminado en un arreglo»), de la literatura («Hanotaux prepara un libro sobre Balzac, Octave Mirbeau está por publicar un libro terrible, Heredia seguirá creando poemas») y del teatro («Decadence, la pieza de Croizet prohibida por la censura será presentada a fin de semana, esta noche se presenta el Ouragen con letra de Zola en la Ópera Cómica»)18.

Las colaboraciones periodísticas y la selección de crónicas para su próximo libro, así como las lecturas políticas y el estudio atento de los sucesos mundiales le insumen mucho tiempo, pero no lo alejan, sin embargo, de los altares de su vida: la amistad y el amor. Últimamente su vida sentimental parecía haberse estabilizado con Mimí, pero una tal Marcela -que será luego personaje de un cuento- se cruza en su camino. «¿Es constante el amor? -se preguntará Ugarte más tarde-. El poeta deserta a veces del mundo para volar como los pájaros prisioneros de la misma libertad de sus alas. Es fiel en el ímpetu, en el arranque, en la ilusión que le lleva a pretender escalar todas las cimas, pero el mantenimiento de esa misma exaltación exige cambios de sujetos, porque la única manera de no ver que cae la flecha lanzada hacia el cielo es lanzar otra y seguirla con los ojos en su ascensión hacia el azul...»19. Con esta teoría intenta justificar sus aventuras, pues durante la mayor parte de su vida continuará «lanzando nuevas flechas hacia el azul»...

Sin embargo, Mimí gana esta vez la partida y Amado Nervo, que vive preocupado por la inconstancia de Manuel, respira tranquilizado: «Me alegro de que te hayas salvado de una locura... A cierta edad aprende uno a tener miedo de arrojar un cariño cierto por la ventana. ¡Es tan difícil sustituir un cariño!...»20. En esta misma carta queda probado el apoyo permanente brindado por Ugarte a sus amigos: «Gracias por tus buenas palabras paternales. Es cierto, si por primera vez en mi vida recurro a alguien, será a ti. Cuando me llegue el agua al cuello te gritaré, recurriré a mi amigo que sé que me quiere, pero sólo cuando me llegue el agua al cuello. Déjame seguir bregando aún contra la corriente. Quedan poquísimas fuerzas, pero hay que gastarlas. Escríbeme, escríbeme, escríbeme. Rubén te envía un saludo. Y yo, a mi vez, mi fraternal cariño»21. Las dificultades que envuelven al mexicano aparecen una y otra vez en su correspondencia. Encontrándose Manuel en Brujas, con Darío, recibe estás líneas de Nervo: «Llevo una vida de anacoreta. Trabajo mucho, especialmente en mis traducciones y no hablo con casi nadie. Esto me proporciona la ventaja de no gastar ideas, como tú dices. Me las guardo para los libros... pero ¿conoces algún editor que quiera ideas en los libros? ¿Verdad que no?... Un abrazo para Rubén y otro para ti»22. Y poco después: «Me alegro saber que tus males mejoran... He desertado de la cremería. Yo mismo me hago mi comida en casa. Soy algo cocinero y mi mujer es una guisandera excelente. Así economizo mucho y vivo más tranquilo»23...

También Unamuno se preocupa por la salud de Manuel, quebrantada en esos momentos por una afección pulmonar: «Siento mucho su estado de salud para el que no creo sea lo mejor el clima de París. Le agradezco las líneas que en El País dedicó a mi discurso de apertura... Manténgase animoso y procure ahogar su dolencia»24... Junto a estas cartas amistosas, llega una de contenido político, producto de una relación enhebrada en las pocas horas que permaneció en La Habana en 1899. Desde la Cuba encadenada, un amigo le relata la tragedia: «No supimos comprender que los amigos, los aliados, los protectores, con quienes festejábamos el triunfo de nuestras esperanzas, eran los mismos que debían matarlas... Hemos pasado de una cárcel a otra, atravesando la ciudad. Y lo hemos perdido todo, hasta la esperanza. Sólo nos queda una bandera rota y el recuerdo de Martí... Si nos sentíamos capaces de morir, ¿por qué nos obstinamos en seguir viviendo?... Lo hemos perdido todo y sólo nos queda el recuerdo de lo que pudimos ser... Si consideras la obra emprendida, comprenderás que era irrealizable. ¿Cómo conservar la libertad de un país pequeño y débil en medio de las acechanzas de los poderosos? Estábamos fuera de la ley humana... y éstos o aquéllos habrían acabado por ponernos la rodilla sobre la garganta»25. Estos párrafos amargos lo hacen vibrar de indignación. La conquista prosigue paso a paso y esa misma carta está gritando que no hay liberación sin unificación. Es necesario dar el alerta en defensa de la Patria Grande, piensa Ugarte y esa misma noche prepara un artículo antiimperialista para El País. Se titula «El peligro yanqui» y el diario de Pellegrini lo publica el 19 de octubre de 1901. Así inicia Manuel Ugarte la lucha de toda su vida.






Capítulo VII (1901-1902)


«El peligro yanqui»

Voces aisladas señalaron al enemigo décadas atrás, desde el gran Capitán Bolívar hasta el lúcido Juan Bautista Alberdi y más últimamente el revolucionario José Martí. Pero esas denuncias se renuevan con mayor periodicidad en los últimos años del siglo XIX, inmediatamente previos a «El peligro yanqui» que Ugarte publica en El País en octubre de 1901. En 1893, el brasileño Eduardo Prado escribe La ilusión americana, en cuyas páginas denuncia las tropelías cometidas por los yanquis en Hispanoamérica. En 1899 el venezolano César Zumeta da a conocer El continente enfermo, donde afirma que «Sólo una gran energía y una perseverancia ejemplar pueden salvar a la América del sur de un protectorado norteamericano». En 1900, el uruguayo José Enrique Rodó publica su Ariel, convocando a la unidad de Hispanoamérica contra el Calibán del norte. En esos últimos meses de 1901, el colombiano José María Vargas Vila tiene en prensa una formidable diatriba contra Estados Unidos titulada Ante los bárbaros, que aparecerá a principios de 1902. Y por esa misma época, el venezolano Rufino Blanco Fombona refuta, con su vigor de polemista temible, las pretensiones vertidas por el norteamericano Stead en La americanización del mundo en el siglo XX.

No es mera casualidad que en menos de diez años surjan fiscales antiyanquis desde los más diversos rincones de la Patria Grande. El ingreso del capitalismo norteamericano a su fase imperialista provoca, al par que sus aventuras anexionistas y la inauguración de la política del Big Stick por parte del presidente Roosevelt, el reclamo airado de los países ofendidos. Sin embargo, estas acusaciones latinoamericanas se encuentran en gran parte debilitadas por enfoques parciales y a veces contradictorios. Prado, por ejemplo, es partidario de la monarquía y su antiimperialismo, fundado en la vinculación de los republicanos brasileños con los Estados Unidos, adquiere así contornos reaccionarios. César Zumeta no profundiza sus ideas y queda sujeto a los vaivenes de la política venezolana. Rodó, por su parte, desarrolla una crítica romántica al capitalismo yanqui, idealizando el pasado y tiñendo a su mensaje de conservadurismo. Con respecto a Vargas Vila, militante del Partido Liberal colombiano y a Blanco Fombona, enemigo a muerte del imperialismo, sus denuncias pierden fuerza a menudo al caer en un individualismo anarquizante. El antiimperialismo de Ugarte resulta entonces, por provenir de un hombre de izquierda, el más coherente, pues lucha contra la opresión de un país por otro, al tiempo que lo hace contra la opresión de una clase por otra dentro de sus fronteras. De ahí la peligrosidad que adquiere su prédica.

En su artículo de El País Ugarte denuncia el peligro de la expansión yanqui en perjuicio de América Latina: «Le Matin alertaba días pasados sobre la anunciada intervención de Estados Unidos en el conflicto Venezuela-Colombia... Muchos europeos suponen que los Estados Unidos sólo esperan un pretexto para intervenir en esa región soñando renovar lo que hicieron en Méjico. Basta un poco de memoria para convencerse de que su política tiende a hacer de la América Latina una dependencia y extender su dominación en zonas graduadas que se van ensanchando primero con la fuerza comercial, después con la política y por último con las armas. Nadie ha olvidado que el territorio mejicano de Texas pasó a poder de los Estados Unidos después de una guerra injusta... Si vemos que las repúblicas hermanas van cayendo lenta y paulatinamente bajo la dominación o influencia de una nación poderosa, ¿aguardaremos para defendernos que la agresión sea personal? ¿Cómo suponer que la invasión se detendrá al llegar a nuestras fronteras? La prudencia más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer atacado. Somos débiles y sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre los otros. La única defensa de los quince gemelos contra la rapacidad es la solidaridad»26.

Luego analiza el mecanismo de la acción imperialista. Comienza por expresar: «Hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas modernas difieren de las antiguas en que sólo se sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo período de infiltración o hegemonía industrial capitalista y de costumbres, que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro invasor. Por eso, al hablar del peligro yanqui no debemos imaginarnos una agresión inmediata y brutal que sería hoy por hoy imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que se iría acreciendo con las conquistas sucesivas»27... Afirma luego que esa penetración económica se origina en el alto desarrollo de las fuerzas productivas y la formación de poderosos monopolios que se han hecho dueños del poder en la nación imperialista: «Los que han viajado por la América del Norte saben que en Nueva York se habla abiertamente de unificar la América bajo la bandera de Washington. El partido que gobierna se ha hecho una plataforma del "imperialismo"... Los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De ahí el deseo de expansión»28. Agrega a continuación que la dominación imperialista no sólo es la política de la clase dominante del país imperialista sino que las demás clases sociales coparticipan, aunque en menor medida, del botín colonial: «No hay probabilidad de que tal política cambie, o tal partido sea suplantado por otro, porque a fuerza de dominar y triunfar se ha arraigado en el país esa manera de ver hasta el punto de darle su fisonomía y convertirse en su bandera»29... Para redondear su imagen del imperialismo sostiene, en el mismo artículo, que la «ayuda» y la «protección» son las banderas que comúnmente pretenden enmascarar la invasión: «Según ellos, es un crimen que nuestras riquezas permanezcan inexplotadas a causa de la pereza que nos suponen... Se atribuyen cierto derecho fraternal de protección que disimula la conquista»30.

Pero Ugarte no se detiene aquí. Considera necesario mostrar la compatibilidad de estas afirmaciones antiimperialistas con la ideología del proletariado internacional. Dice entonces: «Hasta los espíritus más elevados, que no atribuyen gran importancia a las fronteras y sueñan con una completa reconciliación de los hombres, deben tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la América sajona. Carlos Marx ha proclamado la confusión de los países y las razas, pero no el sometimiento de unas a otras»31. En otras palabras, Marx ha predicado el internacionalismo, pero cuando una gran nación se lanza a engullirse a una pequeña, el internacionalismo proletario no puede justificar en modo alguno un silencio y una inacción cómplices. El nacionalismo tiene carácter reaccionario cuando resulta la expresión avasallante del capitalismo en función conquistadora de colonias, pero tiene un carácter progresivo en las colonias y semicolonias donde la reivindicación primaria es la liberación nacional.

Otro argumento poderoso que lleva a los socialistas a proclamarse antiimperialistas reside en que la expansión imperialista permite la consolidación del capitalismo como sistema mundial y tampoco eso se le escapa a Ugarte: «Además, asistir con indiferencia a la suplantación sería retrogradar en nuestra lenta marcha hacia la progresiva emancipación del hombre. El estado social que se combate ha alcanzado en los Estados Unidos mayor solidez y vigor que en otros países. La minoría dirigente tiene allí tendencias más exclusivistas y dominadoras que en ninguna otra parte. Con el feudalismo industrial que somete una provincia a la voluntad de un hombre, se nos exportaría además el prejuicio de las "razas inferiores". Tendríamos hoteles para hombres de color y empresas capitalistas implacables. Hasta considerada desde este punto de vista puramente ideológico, la aventura sería perniciosa. Si la unificación de los hombres debe hacerse, que se haga por desmigajamiento y no por acumulación. Los grandes imperios son la negación de la libertad»32. Esta concepción del imperialismo -quince años antes de que Lenin expusiera su teoría- se constituye en el primer gran intento de comprender este fenómeno por parte de un socialista no europeo. Más aún, no es aventurado afirmar que son pocos los miembros de la Internacional Socialista que poseen ideas tan claras al respecto.

Con este artículo, Manuel Ugarte ha iniciado la batalla. Veinte días después, también desde El País, asesta un nuevo golpe con «La defensa latina», donde completa su concepción, propugnando la unificación latinoamericana. Allí afirma: «A todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental. Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas más opuestas de la América Latina, hay menos diferencia y menos hostilidad que entre dos provincias de España o dos estados de Austria. Nuestras divisiones son puramente políticas y por tanto convencionales. Los antagonismos, si los hay, datan apenas de algunos años y más que entre los pueblos, son entre los gobiernos. De modo que no habría obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países que marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte. Y esa unificación no es un sueño imposible»33. Insiste luego en que «otras comarcas más opuestas y más separadas por el tiempo y las costumbres, se han reunido en bloques poderosos y durables. Bastaría recordar cómo se consumó hace pocos años la unidad de Alemania y de Italia»34. Y como si temiera que el recuerdo de Bismarck viciara su socialismo, insufla a esa unificación de contenido popular: «La unidad de los países se ha realizado casi siempre por generales victoriosos, pero nada más odioso que esa sacudida brusca en la que un nombre se erige en tutor de inmensas comarcas. En principio, no es justo que una unidad se sustituya a la muchedumbre... Si el acuerdo se estableciera, habría de ser por voluntad colectiva»35. Este llamado a la unificación latinoamericana, proveniente de un socialista que erige a las masas populares en actoras protagónicas del proceso, resulta quizá el primer antecedente de aquella consigna que lanzará León Trotsky, cuatro décadas después, desde su exilio en México: «Por los Estados Unidos Socialistas de América Latina...»36.

Ugarte estudia luego de qué manera podría operarse la unificación: «La primera medida de defensa sería el establecimiento de comunicaciones entre los diferentes países de la América Latina. Actualmente, los grandes diarios nos dan día a día detalles a menudo insignificantes de lo que pasa en París, Londres o Viena, y nos dejan casi siempre ignorar las evoluciones del espíritu en Quito, Bogotá o Méjico. Entre una noticia sobre la salud del emperador de Austria y otra sobre la renovación del ministerio en Ecuador, nuestro interés real reside naturalmente en la última. Estamos al cabo de la política europea, pero ignoramos el nombre del presidente de Guatemala... Las líneas de comunicación, para ser eficaces, habrían de ser construidas o administradas directamente por las repúblicas, utilizando diferentes capitales europeos de modo que se neutralicen... En segundo lugar, el más importante recurso para defenderse de la infiltración yanqui sería el contrapeso que los intereses europeos deben ejercer... Se dirá que es defenderse de un peligro provocando otro. Pero si los europeos están de acuerdo para oponerse a las pretensiones de los Estados Unidos, no lo están para determinar hasta qué punto deben graduar las pretensiones propias. Forman un bloque de oposición ante la amenaza americana, pero están divididos entre sí por antagonismos insalvables. Las ambiciones de Inglaterra se ven contrarrestadas por las de Francia y así sucesivamente. De modo que estaríamos defendidos contra los americanos, por los europeos, y contra los europeos, por los europeos mismos... Ésta es, sin embargo, un arma de reserva de la que no sería prudente echar mano en toda circunstancia, pero que, en casos excepcionales, puede cortar el nudo»37.

Ugarte no propone -como pretenden algunos de sus difamadores- oponerse al imperialismo yanqui arrojándose en brazos del inglés. Está clara aquí la prudencia con que aconseja la incorporación dosificada de capitales europeos de diverso origen para que ninguno de ellos sea capaz de ejercer un predominio colonialista. Esta estrategia puede ser aceptada globalmente para América Latina en 1901, aunque es cuestionable para el Río de la Plata, convertido ya prácticamente en heredad británica. Pero ni Ugarte ni nadie podía avizorarlo en ese momento. La infiltración del imperialismo británico fue una obra maestra de simulación y aún más, provocó en Uruguay y Argentina el desarrollo de determinadas áreas de producción (agricultura y ganadería fina). Los más lúcidos pensadores nacionales de ese tiempo sólo criticaron parcialmente la actividad del capital inglés en una u otra rama -por ejemplo, Magnasco, Rafael Hernández, Estanislao Zeballos-, pero no la dominación semicolonial. Ésta sólo fue visible muchos años después -cuando se produce la crisis del 30- y es puesta al descubierto, en el caso argentino, por Raúl Scalabrini Ortiz. Por otra parte, si en varias oportunidades Ugarte propone acercarse prudentemente al capital europeo para compensar la presión yanqui, en muchas otras denuncia rotundamente los atropellos de Inglaterra, Alemania y Francia.

El artículo finaliza haciendo referencia a la posibilidad de la revolución social en los Estados Unidos, lo que facilitaría la unificación y liberación de América Latina: «Además, la concentración de las fortunas y el aumento de los monopolios tienen que provocar en Estados Unidos, quizá antes que en Europa, esos grandes conflictos económicos que todos han previsto. Además, Estados Unidos soporta un antagonismo de razas que, bien utilizado por un adversario inteligente, puede debilitarlo mucho»38.

Por esa época -y como si quisiera dejar claramente sentada su posición contra el ansia de rapiña de los europeos- escribe en El País: «Cuando los oficiales franceses Vaoulet y Chanoine talaron los caseríos del Congo dejando tras de sí millares de muertos o cuando el general Weyler inauguró en Cuba su violento sistema de conquista, nadie habló seriamente en contra de ellos. Ahora, a propósito de la masacre de China, sólo se oyen gritos de venganza. Sin desearlo se llega a la conclusión dolorosa de que la pretendida matanza de Pekín sólo tuvo importancia porque fue realizada por los chinos en detrimento de los europeos y que, de haber sido a la inversa, nadie habría protestado... Cada pueblo se defiende de la agresión a su modo. El único responsable es el que le ataca»39...

Así, agudo y combativo, encuentran las navidades a este hombre de tez trigueña y ojos negros y profundos que habita en la rue Poisonier de París, a este hombre a quien Darío no quería presentarle mujeres por considerarlo un Barba Azul, que vive de sus colaboraciones en los diarios y de las periódicas remesas que le envía don Floro. En el departamentito que alquila junto con Mimí, los libros y las revistas desbordan de los anaqueles y son cada día más frecuentes las visitas de poetas y escritores de los más lejanos puntos de América Latina, a quienes Ugarte ya está en condiciones de introducir en la Ciudad Luz. A veces, cuando el hambre acosa a sus amigos, Manuel abandona su estilo de salón y muerde un insulto. «París vivía en plena orgía de fiestas, homenajes, conmemoraciones y aniversarios iberoamericanos. Dios sabe hasta qué punto se desbordó el Amazonas vanidoso de la raza. No hubo primario en viaje de exploración que no se pusiera en evidencia con vistas al cable laudatorio destinado a inmortalizarlo en el terruño. Ligados éstos a los políticos en auge, representantes aquéllos del grupo adinerado y exhibicionista, todos hacían la pirueta que rebotaba en ditirambos en la prensa local. Los únicos cuya labor en Europa fue silenciada, los únicos a quienes no se dio oportunidad para intervenir, fuimos nosotros. Ni nos invitaban siquiera a las Legaciones, a las ceremonias prodigadas en épocas en que trigo, salitre, guano y café, entregaban su Pactolo a la dilapidación universal»40. Por eso le duelen las dos cartas que recibe sobre el fin de año: «Mi muy querido Manuel: debo partir hacia Méjico. No tengo para completar el viaje y recurro a tu vieja amistad paternal... ¿Quieres prestarme cien francos? Te los devolveré en el primer cambio de fortuna. Amado Nervo41. «Querido amigo: un feliz año para usted... Estoy terminando su prólogo. Él tendrá de todo y hasta un cierto cargo a Unamuno. Yo, lo mismo que siempre, con mis nervios, mi hígado, mis males, todo, mis nervios sobre todo. Me mudo de casa dentro de una semana por "motivos"... Deséole felicidad. Recuerdos de Francisca. Rubén»42.




Socialismo y nacionalismo latinoamericanos

Los primeros meses de 1902 lo encuentran insistiendo en su denuncia acerca del imperialismo. El 24 de febrero sostiene desde El País: «En los últimos tiempos es mayor el interés de Europa y Estados Unidos por nosotros. Algunos autores llegan a suponer que ciertas naciones del Viejo Mundo llegarán con el tiempo a establecer en determinadas provincias o repúblicas sudamericanas una hegemonía o control, ya por la fuerza de sus capitales que acabarán por absorber las riquezas del país, ya por el número de emigrantes establecidos. Es innegable que Europa mira con interés nuestros inmensos territorios»43... Sin embargo, Ugarte no cree en el peligro europeo. Afirma que «ninguna nación europea afrontaría las consecuencias de un conflicto armado con Estados Unidos. La doctrina Monroe prohíbe expresamente toda injerencia del Viejo Mundo en los asuntos del nuevo»44. Considera, en cambio, que el verdadero peligro reside en el imperialismo yanqui: «Naturalmente, el interés de los Estados Unidos ha sido conservar esa hegemonía y esa protección que les permite preparar y asegurar su progresiva marcha invasora, su expansión futura y su dominio sobre toda América... Los Estados Unidos nos defienden de Europa, pero, ¿quién nos defiende de los Estados Unidos?»45.

Ugarte entiende que el peligro se origina en el enorme desarrollo del capitalismo yanqui, distinguiendo la anterior etapa competitiva de la actual etapa monopólica: «El principio del exclusivismo de la política yanqui fue excelente -en tanto cerraba el paso a las potencias europeas- cuando los Estados Unidos eran sólo una nación comercial e industriosa, pero resulta incómodo ahora, después de su transformación en potencia imperialista»46. Por eso ahora, sostiene Ugarte, los socialistas deben comprender claramente el peligro imperialista para adecuar a él su conducta: «En las épocas tumultuosas que se preparan, el imperialismo alcanzará su tensión extrema. Es lo propio de todos los sistemas que decaen: antes de morir, hacen un supremo esfuerzo y muestran un vigor que, a veces, no tuvieron en sus mejores años. Pero este sistema condenado por los filósofos y destinado a desaparecer fatalmente puede tener una agonía más o menos larga durante la cual pondrá en peligro quizá la homogeneidad de nuestro grupo etnológico. Y a pesar de los ideales internacionales que se afirman cada vez con mayor intensidad, fuerza será tratar de mantener las divisiones territoriales. Los renunciamientos serían nocivos a la buena causa, porque sólo conseguirían acrecer la omnipotencia de las naciones absorbentes. Y además -agrega, insistiendo en su profesión de fe socialista- en las grandes transformaciones futuras, la justicia reconciliará primero a los ciudadanos dentro de la patria y después a las patrias dentro de la humanidad»47. Seguidamente, profetiza con aguda lucidez: «Los Estados Unidos continuarán siendo el único y verdadero peligro que amenaza a las repúblicas latinoamericanas. Y a medida que los años pasen, iremos sintiendo más y más su realidad y su fatalismo. Dentro de veinte años, ninguna nación europea podrá oponerse al empuje de esa enorme confederación fuerte, emprendedora y brutal, que va extendiendo los tentáculos de su industria y apoderándose del estómago universal hasta llegar a ser el exportador único de muchas cosas». El artículo finaliza con una invocación a la unidad: «La opinión europea puede servirnos de guía. Paul Adam, Cornely, Barrés, han dicho ya que la América del Sur sólo podrá salvarse a condición de unificar su esfuerzo. Y entre los peligros que la acechan, el mayor, el que sintetiza a todos los demás, es la extraordinaria fuerza de expansión de la gran República del Norte que, como el Minotauro de los tiempos heroicos, exige periódicamente un tributo en forma de pequeñas naciones que anexa a su monstruosa vitalidad»48.

Poco después, vuelve a martillar: «Nadie ha olvidado el famoso artículo que The Mail and Express, de Nueva York, publicó hace algunos meses. En él se confesaba la política que los yanquis entienden adoptar para con los latinos, se hablaba de una pretendida hegemonía moral, se insinuaban intervenciones para garantizar en los países del Sur (como en Cuba) la existencia de un gobierno estable y se declaraba, al fin, el deseo de extender los beneficios de la dominación norteamericana a todas las repúblicas del Continente»49... Ugarte reitera entonces que «la solidaridad entre las diferentes repúblicas podrá levantar una muralla franca y sólida que destruirá toda veleidad de enredo»... Finalmente, hermanando socialismo y nacionalismo-latinoamericano, afirma: «La derrota de los latinos en América marcaría un retroceso del ideal de solidaridad y un recrudecimiento del delirio capitalista que haría peligrar el triunfo de los más nobles propósitos... No es posible olvidar que, según previsiones autorizadas, Norte América será quizá el último baluarte del régimen que decae. El egoísmo general tiene allí raíces más profundas que en ningún otro país. Por eso es doblemente justo defender esa demarcación de la raza. Al hacerlo, defendemos la bandera del porvenir, el ensueño de una época mejor, la razón de nuestra vida»50, el socialismo. Es decir, la Revolución Nacional en los países coloniales y semicoloniales es doblemente progresiva porque no sólo pone fin a la expoliación imperialista sino que reintroduce la crisis en las grandes metrópolis, creando posibilidades socialistas que hasta ese momento habían sido neutralizadas por las jugosas rentas coloniales que moderaban los antagonismos de clase.

En otro artículo, aparecido apenas mes y medio después, el escritor argentino define claramente la diferencia entre el nacionalismo de los países opresores y el de los países oprimidos. Él, que ha venido insistiendo en sus últimos artículos en la necesidad de reivindicar las banderas nacional-latinoamericanas para oponerlas al avance imperialista, opina ahora acerca del «nacionalismo» en Francia: «La revolución de 1789, que no ha triunfado definitivamente en los espíritus, que no ha recibido aún su completa consagración en los hechos, se ha visto obligada hasta ahora a contemporizar con el pasado, para mantenerse en el presente y salvar el porvenir. La timidez que ha mostrado en el período que va desde 1789 a la fecha, sólo ha conseguido alentar las esperanzas de la contrarrevolución. El mundo viejo no se resigna a morir. Emplea todas las artes imaginables para reconquistar su poder. En la imposibilidad de presentarse bajo su forma legendaria de opresión y de injusticia, se esfuerza en explotar los últimos atavismos de la concepción social que muere. La monarquía se disfraza de patriotismo, de orden, de legalidad, se presenta como protectora de la propiedad individual amenazada por el colectivismo... Su última encarnación es el nacionalismo, partido multicolor que simboliza el gusto de la guerra, el respeto del dogma, el culto de la tradición, el retroceso moral... El nacionalismo formará el núcleo de oposición al nuevo ministerio y será el alma del gran grupo negativo que intenta detener la marcha de la humanidad y andar contra la corriente del progreso. Porque el nacionalismo es el pasado en todo cuanto tiene de más inaceptable, de más oscuro, de más primitivo. Es el atavismo mental de la hora que ruge su sangriento egoísmo en santa ley, es la barbarie dorada de las monarquías, es la confiscación de la intelectualidad, la tiranía del acero. De ahí que está en contradicción con las doctrinas de paz y de concordia de los nuevos partidos populares y de ahí que exista entre el nacionalismo y el socialismo un inextinguible estado de guerra que durará hasta que uno de ellos sea devorado por el otro»51.

Con absoluta claridad, Ugarte se define en contra del nacionalismo y a favor del socialismo en Francia, considerándolos alternativas ineludibles, rivales a muerte. Con la misma claridad ha dicho antes que el nacionalismo latinoamericano -que otorga libertad a los pueblos subyugados y, al mismo tiempo, debilita profundamente al imperialismo- es compatible, inevitablemente compatible, con el socialismo. La distinción que hace Ugarte es nítida y Lenin la resumirá tiempo después afirmando la sustancial diferencia entre el nacionalismo de los países opresores -reaccionario y antihistórico- y el nacionalismo de los países oprimidos, históricamente progresivo.




Hacia una cultura nacional

En esos primeros meses de 1902, un enredo femenino pone fin a la relación con Mimí, muchacha que lo ha acompañado en el último año y medio y con quien la vida sentimental de Manuel parecía haberse aquietado. La ruptura se lleva a cabo amigablemente, pero el regreso a la soltería, es decir al desorden, a la ausencia de horarios y al enfrentamiento con los problemas domésticos, viene a complicar sus días. A ello se suma el recrudecimiento de su enfermedad pulmonar que le obliga a un reposo de varias semanas. «Espero que se reponga de su dolencia... Reposo, tranquilidad y sistemática sobrealimentación», le aconseja Unamuno52. Estas dificultades físicas y sentimentales no perturban, sin embargo, sus colaboraciones periodísticas. Su pluma afilada sigue marcando mojones en los distintos aspectos de la política y la cultura. Desde El País defiende ahora la necesidad de un teatro popular, abierto al viento de los barrios obreros: «...La reforma del teatro es una de las que más importancia tiene para el porvenir... Las nuevas ideas tienen que apoderarse de ese valioso medio de vulgarización que ahora está al servicio de pasiones censurables. Y en el futuro el arte dramático volverá a ser una diversión y una enseñanza a la que asistirán todos y de la que ningún hombre estará excluido»53. Poco después, comenta libros de varios escritores latinoamericanos (Alberto Ghiraldo, Fabio Fiallo, Luis Bonafoux, Elysio de Carvalho, Ángel de Estrada) y agrega: «Todos los que tenemos una pluma debemos ayudar a poner en evidencia los méritos de todas las nobles tentativas que se vienen acumulando para crear en nuestras tierras un ambiente favorable a la intelectualidad... Somos obreros anónimos de un trabajo colectivo de orientación y de primer empuje y tenemos que fraternizar en una especie de comunismo de las ideas»54.

A mediados de 1902 aparece su segundo libro: Crónicas del boulevard. En el prólogo, Darío se refiere a Ugarte con estas palabras: «Poeta, ha cantado a los caídos, periodista, ha procurado difundir entre nosotros las ideas que cree justas y verdaderas... Es loable su tendencia a la literatura de ideas, en oposición al fácil surgir de la literatura de glosas, recetas y palabras... Es consolador ver que existan almas decididas por la lucha de las nobles ideas. Nuestros países necesitan particularmente de estos abiertos y sanos talentos jóvenes». Y contagiado acaso por el entusiasmo de Ugarte, Rubén llega a afirmar: «Los hacedores de la patria de mañana no han de ser gárrulos danzarines, ni tocados de superhombría, ni payasos neronistas, ni clubmen pomposos, han de ser obreros unidos y fraternales, alejados de todos los sectarismos y de todas las imposiciones, llenos de la ardiente ilusión de realizar el soñado propósito en la inmensa concepción de la vida y de la humanidad»55.

Este libro se compone de crónicas que ha publicado en los últimos meses. Si algunas pecan de frivolidad y sufren demasiado el transcurso del tiempo, otras, en cambio, van dirigidas a exaltar las simpatías por Jean Jaurès y sus amigos, por la literatura y el teatro de izquierda. Unamuno lo considera «muy superior a Paisajes parisienses... con un estilo más llano, más natural, sencillo y fluyente y un castellano más puro y castizo». Y agrega: «Es uno de esos libros que se leen con deleite y con provecho, lo cual es difícil de encontrar»56. Rufino Blanco Fombona lo felicita por su «hermoso libro» y le dice: «Su talento madura... Usted ama las ideas y hasta una crónica le sirve para hacer la buena propaganda. Una de las cosas por las cuales mi espíritu fraterniza con el de usted, es porque usted es o tiende a ser, americano, es decir de los pocos que, sin encastillarse en un ridículo orgullo de campanario, ama y predica el amor de nuestra gran patria hispanoamericana. Salúdeme a Darío, cuyo prólogo me gustó, no por literario o mejor dicho, literatura aparte, sino porque él también pone el dedo en las llagas. Veo con gusto que nuestro gran poeta toma el buen camino»57. El mismo día, desde Dieppe, Luis Bonafoux le escribe a Darío: «Recibí Crónicas del boulevard, al cual he dedicado un suelto en El Heraldo de París... Como paisajista y cuentista, me gusta más Ugarte que como cronista. Pero en todo resulta lo que gráficamente ha dicho usted... Un buen escritor y un escritor bueno. Siempre agradeceré a usted el habérmelo presentado. ¡Son tan escasas las ocasiones de conocer personas decentes! Ugarte tiene per se ideas y sentimientos muy nobles y esto le salvará de la inmundicia del medio ambiente literario...»58.

Todavía aparecen críticas sobre Crónicas del boulevard cuando El País le publica, algunos ensayos sobre América Latina. Bajo el título de «Estudios americanos» escribe sobre los indios y los negros, reivindicando en ambos casos a los explotados, pues «hoy no cabe el prejuicio de los hombres inferiores y todos pueden alcanzar su desarrollo si los colocamos en una atmósfera favorable»59. ¡A qué enorme distancia galopa ya su pensamiento respecto a tantos racistas criollos desde Sarmiento hasta Octavio Bunge, pasando incluso por su amigo Ingenieros!

Poco después, con motivo de la muerte de Emilio Zola publica un artículo laudatorio: «Hay hombres que son en la vida como pirámides, que el tiempo pone, de largo en largo, para marcar la ruta intelectual de la humanidad: Homero, Dante, Shakespeare, Hugo... Zola... Los Rougon Macquart son la requisitoria más implacable y severa contra la sociedad corrompida y venal que preparó la derrota de 1870... De la cloaca de los Rougon surgirá luego, con los Froment, la semilla de la transformación que debe convertir el pantano en un jardín... Fecundidad y Trabajo levantan hasta las nubes sus minaretes de ensueño»60.

En estos meses, reelabora ideas respecto a la cuestión cultural. Ugarte ha expuesto tiempo atrás su concepción acerca de la misión del escritor, desde una óptica socialista: «El escritor es quien indica rumbo, quien hace el gesto que todos repetirán mañana... Todo lo que puede influir sobre la suerte de la humanidad le concierne. El productor de belleza ha de ser apóstol, porque la belleza está en los hechos, no en las palabras y la verdad es belleza en acción, suprema belleza. Ocuparse de los asuntos inmediatos de la comunidad no es descender, es alzarse... Hemos dejado muy lejos la concepción egoísta del arte por el arte, el diletanttismo de la belleza exterior... Al artista le corresponde velar más por los demás que por él mismo... Si la calumnia le alcanza, soporte sin protesta... Que nada consiga apartarlo de su derrotero, ni la avidez del triunfo, ni los bajos apetitos, ni el afán de medrar. Ha de ser como los árboles seculares que sufren impasibles sin dejar de levantar los brazos al cielo»61.

Esta inclinación a lo social lo ha llevado últimamente a desarrollar sus primeras aproximaciones sobre el carácter nacional que debe asumir la cultura en países semicoloniales como la Argentina. Así ha escrito, en un comentario sobre el estreno de Juan Moreira en España: «Fuerza es confesar que como realización de arte, los dramas criollos dejan mucho campo a la crítica... Los que han aplaudido La Gioconda de D'Annunzio, donde todo es delicadeza y perfume, se aventuran difícilmente a aprobar las congojas de Vicenta. Son delicadezas de estómagos bien alimentados y es innegable que el drama criollo huele a cocina de mesón... Pero en el fondo de toda esa vida de las pampas, hay mucha "cantera" de arte para el porvenir. Con esos materiales se puede realizar belleza. Lo que nos disgusta ahora es la forma y no el fondo... Es evidente que nadie puede aventurarse a defender por ahora, desde el punto de vista del arte, nuestras tentativas de música o de literatura nacional. Pero si nos limitamos a considerar las manifestaciones burdas e ingenuas del alma de la multitud, podemos adelantar que hay tanta poesía en un "triste" santiagueño como en una de esas "soledades" que se cantan en los arrabales de Sevilla... Es necesario confesar que esa rama netamente criolla de la literatura nacional no ha sido fecundada hasta ahora por ningún talento sobresaliente. Pero también es innegable que no pasarán muchos años sin que un verdadero artista se sienta atraído por el misterio de esa vida original y escriba la epopeya de los bohemios de la pampa... Y no está lejano el día en que podremos hablar de "nuestra literatura"»62.

Ahora, da término a su primer libro realmente nacional: Cuentos de la pampa. En él describe paisajes, personajes y situaciones de la realidad argentina que conoció en sus primeros veinte años de vida. Compadres y gauchos, extranjeros recién llegados e indios en malón, la Buenos Aires de 1890 con enfrentamientos políticos e incluso insurrecciones como la radical de 1893, se suceden con trazos a tinta china, prietos de emoción, salvajes por momentos. Ugarte se desprende aquí de la melancolía gris de Paisajes parisienses y también del romanticismo coqueto de sus madrigales, para emplear una prosa fuerte, auténtica, expresión genuina de un latinoamericano del sur. Los Cuentos de la pampa se colocan entonces en la línea de la obra de «los hombres del ochenta», de la novela Libro extraño de Francisco Sicardi, de Los versos del barrio de Evaristo Carriego y de los apóstrofes tonantes de Almafuerte, del acuarelismo popular de Fray Mocho y de los relatos criollos de Ghiraldo, es decir, en la vereda de la cultura nacional que sufre ya en esos años, el embate de la colonización a través de los libros exóticos, los diarios entregados y la inteligencia encaramada en la dirección de las escuelas.

Meses después, cuando su libro se difunde en Buenos Aires, Juan Pablo Echagüe comenta: «Los Cuentos de la pampa son la respuesta de Ugarte a la alusión que se le dirigiera reprochándosele el mundo extraviado y exótico de la intelectualidad argentina... Hay que labrar el oro nativo. El espíritu nacional ha menester que se lo retemple... Debe trabajarse en literatura por la cohesión y el nervio de la nacionalidad»63. Manuel Gálvez, por su parte, le escribirá: «Los Cuentos de la pampa, quebrando la índole de su obra, quizá desluzcan algo en este ramillete de flores exquisitas y suaves, pero un elogio todavía: esos cuentos son su obra más bella»64.

Este ingreso a la senda de la cultura nacional lleva a Ugarte a varias discusiones con Darío. El nicaragüense, no obstante la reorientación de Cantos de vida y esperanza, sufre aún la influencia de las exquisiteces y el exotismo. «Cuando se hablaba de estas cosas, él, tan grande en su poesía, perdía pie en el mar. "La literatura criolla -decía Darío- será una literatura inferior, para gauchos y cocineras. Hay que hacer arte exquisito. Si no nos comprende el público, peor para él...". Pero el gran lírico se equivocaba. Él también, a pesar de su talento, se resentía de la enfermedad general. La lectura diaria de los cables nos ha ido identificando gradualmente con el ambiente europeo hasta desplazarnos por un fenómeno de ilusión de nuestro propio ser»65.







 
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