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A la mañana siguiente,
y al revolver una calle,
un mancebo de buen talle
y resuelto continente
   con otro dio que, volviendo
la esquina del otro lado,
con él se quedó encarado
cual memoria de él haciendo.
   Y al fin ambos contemplándose,
a poco reconocidos,
se abrazaron decididos,
en tal coloquio trabándose:
DON GONZALO
   ¡Por vida mía!, don Juan,
¿pues cómo en Valladolid?
DON JUAN
De paso para Madrid.
DON GONZALO
¿A las fiestas?
DON JUAN
Todos van.
DON GONZALO
   Mas falta un mes todavía.
DON JUAN
Paréceme, don Gonzalo,
que llegar pronto no es malo:
ya sabéis que es mi manía.
   Doquier que de diversión
barrunto un ligero asomo,
lo menos para ir me tomo
un mes de anticipación.
DON GONZALO
¿Y para qué tiempo tanto?
DON JUAN
Si la función sale huera,
yo no me pierdo siquiera
todo el mes que me adelanto.
DON GONZALO
   A fe que razón os sobra
y a poder irme con vos...
DON JUAN
¿Tenéis que hacer, ¡vive Dios!,
mas que ponerlo por obra?
DON GONZALO
   Y mi tutor, ¿qué dirá?
DON JUAN
¿Pensáis que en este momento
mi padre estará contento?
DON GONZALO
Vos pues...
DON JUAN
La pregunta está
   de más; mas ved que os aviso
que si os venís a Madrid,
salir de Valladolid
dentro de una hora es preciso.
DON GONZALO
¿Cosa es tan desesperada?
Yo nada tengo dispuesto.
DON JUAN
¡Por Dios que es grave pretexto!
Jamás dispongo yo nada
   y logro cuanto deseo.
DON GONZALO
Los medios que usáis ignoro.
DON JUAN
¡Busco un puñado de oro,
tomo un jaco, y Laus Deo!
DON GONZALO
¡Ya! Jacos tengo yo dos,
mas dineros...
DON JUAN
¡Grande afán!
Vended el uno a un chalán
y echad en el otro vos.
DON GONZALO
Dadlo por hecho.
DON JUAN
Atended,
don Gonzalo; mejor fuera
tomar un coche si hubiera.
DON GONZALO
¿Pues qué tiene su merced
   que le estorban los caballos?
DON JUAN
¿Qué sé yo? Tengo una yegua
que apenas anda una legua...
DON GONZALO
¿Se resiente de los callos,
   eh? Pero como gustéis;
decisión es lo que importa.
DON JUAN
Pues la cuestión es muy corta,
mis dos caballos podéis
   vender también, y en una hora
yo tendré coche buscado,
pues va otro asiento ocupado
DON GONZALO
¿Por quién?
DON JUAN
Por una señora.
DON GONZALO
   ¡Hablarais para la noche,
cuerpo de tal!
DON JUAN
Bien, pues id,
y a las puertas de Madrid,
vos con oro y yo con coche,
   dentro de una hora estaremos;
mas no digáis dónde vamos,
que somos dos y bastamos
para ir como merecemos.
DON GONZALO
Iré.
DON JUAN
La hora cabal.
DON GONZALO
Ya veréis mi rapidez:
allí estoy fijo a las diez.
DON JUAN
Pues eso es lo principal.
   Y así diciendo, a buen paso
partieron a su destino
cada cual por su camino
y no en brazos del acaso.
   Que eran amigos antiguos,
y en el tiempo que escolar
fue don Juan, para habitar
tomaron cuartos contiguos.
   Por eso se conocían
tan a fondo ambos a dos,
y el uno del otro en pos
mil locuras emprendían.
   Y aquí, lector, por no ser
en demasía prolijo,
que te imagines elijo
lo que pudo acontecer.
   Pues los mil inconvenientes
que ambos de orillar tuvieron,
y el cómo se compusieron
para obrar tan diligentes,
   te aseguro que se ignora;
mas lo cierto de ese asunto
es que estuvieron a punto
al concluirse la hora.
   Daba las diez el reló
y el coche les aguardaba,
y don Gonzalo llegaba
a quien don Juan demandó:
DON JUAN
¿Qué hay don Gonzalo?
DON GONZALO
Tomad.
DON JUAN
¿Cuánto?
DON GONZALO
Sesenta doblones.
No pude de esos bribones
conseguir más cantidad.
DON JUAN
   ¡Bah! Don Gonzalo, si os pesa
que el número sea tan vil,
yo traigo aquí más de mil
para ayuda de la empresa.
DON GONZALO
Adelante.
DON JUAN
¡Pues arrea!
Mayoral, pica el ganado,
que el viaje será apreciado
conforme, el camino sea.
   Y al punto sin más azares
aprontaron el transporte
y echaron hacia la corte
de Olmedo por los pinares.
   Eran seis meses después,
y trocada la fortuna
estaba ya para todos,
que todo el tiempo lo muda.
Lanzados del mar del mundo
entre la corriente turbia
Margarita, don Gonzalo,
y don Juan, los tres a una
las heces de los deleites
apuraban en hartura,
repletos hasta el hastío
de sus delicias inmundas.
Pasado habían las fiestas
que los reyes acostumbran
a dar a sus pueblos cuando
su padre baja a la tumba.
Fueron las que el Conde-Duque
dio a Felipe Cuarto muchas,
y ellos corrieron en ellas
en brazos de la locura.
Mas de su oro disipada
la crecidísima suma;
harto don Juan de la monja,
que sus desvíos acusa;
dudosa de los dos mozos
la amistad, que poco dura
entre quien de ella pagándose
inconsiderado abusa,
del porvenir de los tres
el horizonte se anubla,
y la discordia fermenta
dentro sus almas oculta.
Y tantas nubes preñadas
de descontento se agrupan,
que está la tormenta próxima
a desatarse con furia
al menor soplo de viento
que la impela o la sacuda.
¡Tan poco del mundo estéril
las satisfacciones duran!
   Don Gonzalo, que debiera
mirar de don Juan la mucha
generosidad, mostrándole
ciega confianza mutua,
pues usa de cuanto tiene
y hasta de su nombre usa,
de su amistad poco a poco
afloja las ligaduras.
Sus negocios le recata,
de sus conquistas nocturnas
no le da parte, y descubre
a Margarita las suyas.
De un lado atiza los celos,
de otro sospechas abulta;
y en fin, su próxima vuelta
a sus hogares anuncia.
Don Juan no lo siente y calla,
porque don Juan no se cura
más que de vivir gozando
mientras que sus oros triunfan.
Y don Gonzalo, que advierte
que éstos están en las últimas,
pretextos busca a sus solas
para afear su conducta.
   Que es don Gonzalo hombre pérfido
que la envidia disimula
de quien es mejor que él,
y cuya alma no renuncia
a una venganza que siempre
a medios mezquinos junta;
díscolo en fin, aunque acaso
su educación le disculpa.
Entre aquestos dos espíritus
maléficos que le turban,
Margarita el hondo cáliz
de las desdichas apura.
Margarita, que engañada
consintió y necia en la fuga,
y salió exhalada al mundo
de los deleites en busca,
cual mariposa perdida
por el aura que perfuman
mil flores, entre las cuales
vaga errando de una en una,
mas que al apoyarse en ellas
se estremecen y la asustan,
y aturdida y fatigada
no osa parar en ninguna.
   Hoy siente que la atormenta
melancolía profunda,
y uno tras otro sus días
en el pesar se sepultan.
Y ve sus mil ilusiones
que al precipicio se agrupan
del abismo de la nada,
donde con mano insegura,
en los bordes se mantienen
en desesperada lucha,
y unas tras otras al cabo
sin remedio se derrumban.
   «¿En dónde están -se decía-
los sueños de mi ventura?
¡Aquel país encantado
que exento estaba en angustias,
cuadro espléndido y magnífico
con una sola figura,
que era ese don Juan que ahora
duelos sobre mí acumula!
¿Por qué le he creído, ¡necia!,
por qué le he creído nunca?
¿Qué he encontrado yo en sus brazos
sino ficción y locura?
¿Qué me ha dado en sus caricias
a beber más que cicuta?
¿Qué espero de sus promesas
sino que jamás se cumplan?
Arrastrada entre sus vicios,
y sus orgías impuras,
su amor me devora el alma,
¡y él se harta de mi hermosura!
Sí, por otro amor me deja
encerrada en esta oculta
mansión, mientras él va ciego
tras de quien su amor rehúsa,
tras esa beldad vendida,
que abre a la codicia pública
sus gracias para que vaya
a hozar en ellas la chusma,
y cuyos torpes aplausos
la envilecen y la ensucian,
pues la apellidan a un tiempo
celestial y prostituta.
¡Ah!, los celos me devoran,
la envidia, el odio me abruman.
¡Yo le amo!..., y es imposible
que su indiferencia sufra.
Él me sedujo; él mis ojos
abrió a la luz de la culpa;
yo era una pobre inocente,
mi alma era cándida y pura,
sus palabras me eran dulces
como una lejana música,
más ardientes que un volcán
y más que una lanza agudas,
¿qué hiciera yo más que oírselas
con idolatría estúpida?
¡Ay! ¿Quién pudiera tornarme
a mi sencillez inculta
y a mi inocencia del claustro?
¿Quién amansará la furia
de este amor y esta conciencia,
que para herirme se juntan?»
   Y es cierto cuanto en su duelo
la niña infeliz pronuncia,
porque don Juan la abandona,
harto ya de su hermosura.
Mozo sumido en los vicios
de juventud disoluta,
todos los gustos le cansan
si más de una vez los gusta.
Y mientras hallaba encantos
su pasión, entonces única,
de la bella Margarita
en la virtud, su alma impura
adoraba sus hechizos
locamente, y más la lucha
con su virtud empeñaba,
aún de su victoria en duda.
Pero al punto en que sus ansias,
que por eternas la jura,
trasladó a su corazón,
ya de su amor se disgusta,
y pues no espera otros nuevos,
a sus placeres renuncia.
Y sus caricias le cansan,
y le enojan sus preguntas,
y le fastidian sus quejas,
y su compañía excusa;
y ella, acosada de celos
y herida de sus repulsas,
sus pensamientos acecha
y sus palabras estudia.
A veces desatinada
y colérica le insulta
a veces los pies le besa,
y a veces, humilde y muda,
en cuantos gustos le advierte,
darle contento procura.
Mas él ni en una mirada
su amarga aflicción la endulza,
ni una palabra le dice
que confianza la infunda.
La espalda vuelve en silencio
y tal vez con una injuria
compensa sus atenciones
que no la agradece nunca,
y ella se queda llorando,
y él sale, la faz ceñuda
tras una mirada incierta
de la bailarina impúdica.
Y entretanto don Gonzalo,
que calla, mira y escucha,
cobra hastío de don Juan,
cuya elegancia y bravura
se llevan la primer parte
en amores y en fortunas;
y él, tiene, mal que le pese,
que apechar con la segunda,
que es, cual todos los imbéciles
que con los pillos se juntan,
un inferior que acompaña,
o que divierte o que ayuda,
pero a fin del sol del otro
satélite que no alumbra.
Mas van tres meses que arde
oculto el fuego, y en suma
no puede cumplirse el cuarto
sin que a incendio se reduzca.