¡Pues
arrea! | |
Mayoral, pica el ganado, | |
que el viaje será
apreciado | |
conforme, el camino sea. | |
Y
al punto sin más azares | |
aprontaron el transporte | |
y echaron hacia la corte | |
de Olmedo por los pinares. | |
Eran
seis meses después, | |
y trocada la fortuna | |
estaba
ya para todos, | |
que todo el tiempo lo muda. | |
Lanzados del
mar del mundo | |
entre la corriente turbia | |
Margarita, don
Gonzalo, | |
y don Juan, los tres a una | |
las heces de los deleites | |
apuraban en hartura, | |
repletos hasta el hastío | |
de
sus delicias inmundas. | |
Pasado habían las fiestas | |
que los reyes acostumbran | |
a dar a sus pueblos cuando | |
su
padre baja a la tumba. | |
Fueron las que el Conde-Duque | |
dio
a Felipe Cuarto muchas, | |
y ellos corrieron en ellas | |
en brazos
de la locura. | |
Mas de su oro disipada | |
la crecidísima
suma; | |
harto don Juan de la monja, | |
que sus desvíos
acusa; | |
dudosa de los dos mozos | |
la amistad, que poco dura | |
entre quien de ella pagándose | |
inconsiderado abusa, | |
del porvenir de los tres | |
el horizonte se anubla, | |
y la
discordia fermenta | |
dentro sus almas oculta. | |
Y tantas nubes
preñadas | |
de descontento se agrupan, | |
que está
la tormenta próxima | |
a desatarse con furia | |
al menor
soplo de viento | |
que la impela o la sacuda. | |
¡Tan poco del
mundo estéril | |
las satisfacciones duran! | |
Don
Gonzalo, que debiera | |
mirar de don Juan la mucha | |
generosidad,
mostrándole | |
ciega confianza mutua, | |
pues usa de cuanto
tiene | |
y hasta de su nombre usa, | |
de su amistad poco a poco | |
afloja las ligaduras. | |
Sus negocios le recata, | |
de sus conquistas
nocturnas | |
no le da parte, y descubre | |
a Margarita las suyas. | |
De un lado atiza los celos, | |
de otro sospechas abulta; | |
y en fin, su próxima vuelta | |
a sus hogares anuncia. | |
Don Juan no lo siente y calla, | |
porque don Juan no se cura | |
más que de vivir gozando | |
mientras que sus oros triunfan. | |
Y don Gonzalo, que advierte | |
que éstos están
en las últimas, | |
pretextos busca a sus solas | |
para
afear su conducta. | |
Que es don Gonzalo
hombre pérfido | |
que la envidia disimula | |
de quien
es mejor que él, | |
y cuya alma no renuncia | |
a una venganza
que siempre | |
a medios mezquinos junta; | |
díscolo en
fin, aunque acaso | |
su educación le disculpa. | |
Entre
aquestos dos espíritus | |
maléficos que le turban, | |
Margarita el hondo cáliz | |
de las desdichas apura. | |
Margarita, que engañada | |
consintió y necia
en la fuga, | |
y salió exhalada al mundo | |
de los deleites
en busca, | |
cual mariposa perdida | |
por el aura que perfuman | |
mil flores, entre las cuales | |
vaga errando de una en una, | |
mas que al apoyarse en ellas | |
se estremecen y la asustan, | |
y aturdida y fatigada | |
no osa parar en ninguna. | |
Hoy
siente que la atormenta | |
melancolía profunda, | |
y uno
tras otro sus días | |
en el pesar se sepultan. | |
Y ve
sus mil ilusiones | |
que al precipicio se agrupan | |
del abismo
de la nada, | |
donde con mano insegura, | |
en los bordes se mantienen | |
en desesperada lucha, | |
y unas tras otras al cabo | |
sin remedio
se derrumban. | |
«¿En dónde están
-se decía- | |
los sueños de mi ventura? | |
¡Aquel
país encantado | |
que exento estaba en angustias, | |
cuadro
espléndido y magnífico | |
con una sola figura, | |
que era ese don Juan que ahora | |
duelos sobre mí acumula! | |
¿Por qué le he creído, ¡necia!, | |
por qué
le he creído nunca? | |
¿Qué he encontrado yo
en sus brazos | |
sino ficción y locura? | |
¿Qué
me ha dado en sus caricias | |
a beber más que cicuta? | |
¿Qué espero de sus promesas | |
sino que jamás
se cumplan? | |
Arrastrada entre sus vicios, | |
y sus orgías
impuras, | |
su amor me devora el alma, | |
¡y él se harta
de mi hermosura! | |
Sí, por otro amor me deja | |
encerrada
en esta oculta | |
mansión, mientras él va ciego | |
tras de quien su amor rehúsa, | |
tras esa beldad vendida, | |
que abre a la codicia pública | |
sus gracias para que
vaya | |
a hozar en ellas la chusma, | |
y cuyos torpes aplausos | |
la envilecen y la ensucian, | |
pues la apellidan a un tiempo | |
celestial y prostituta. | |
¡Ah!, los celos me devoran, | |
la
envidia, el odio me abruman. | |
¡Yo le amo!..., y es imposible | |
que su indiferencia sufra. | |
Él me sedujo; él
mis ojos | |
abrió a la luz de la culpa; | |
yo era una
pobre inocente, | |
mi alma era cándida y pura, | |
sus
palabras me eran dulces | |
como una lejana música, | |
más ardientes que un volcán | |
y más que
una lanza agudas, | |
¿qué hiciera yo más que
oírselas | |
con idolatría estúpida? | |
¡Ay!
¿Quién pudiera tornarme | |
a mi sencillez inculta | |
y
a mi inocencia del claustro? | |
¿Quién amansará
la furia | |
de este amor y esta conciencia, | |
que para herirme
se juntan?» | |
Y es cierto cuanto en su duelo | |
la niña infeliz pronuncia, | |
porque don Juan la abandona, | |
harto ya de su hermosura. | |
Mozo sumido en los vicios | |
de
juventud disoluta, | |
todos los gustos le cansan | |
si más
de una vez los gusta. | |
Y mientras hallaba encantos | |
su pasión,
entonces única, | |
de la bella Margarita | |
en la virtud,
su alma impura | |
adoraba sus hechizos | |
locamente, y más
la lucha | |
con su virtud empeñaba, | |
aún de su
victoria en duda. | |
Pero al punto en que sus ansias, | |
que
por eternas la jura, | |
trasladó a su corazón, | |
ya de su amor se disgusta, | |
y pues no espera otros nuevos, | |
a sus placeres renuncia. | |
Y sus caricias le cansan, | |
y le
enojan sus preguntas, | |
y le fastidian sus quejas, | |
y su compañía
excusa; | |
y ella, acosada de celos | |
y herida de sus repulsas, | |
sus pensamientos acecha | |
y sus palabras estudia. | |
A veces
desatinada | |
y colérica le insulta | |
a veces los pies
le besa, | |
y a veces, humilde y muda, | |
en cuantos gustos le
advierte, | |
darle contento procura. | |
Mas él ni en una
mirada | |
su amarga aflicción la endulza, | |
ni una palabra
le dice | |
que confianza la infunda. | |
La espalda vuelve en
silencio | |
y tal vez con una injuria | |
compensa sus atenciones | |
que no la agradece nunca, | |
y ella se queda llorando, | |
y
él sale, la faz ceñuda | |
tras una mirada incierta | |
de la bailarina impúdica. | |
Y entretanto don Gonzalo, | |
que calla, mira y escucha, | |
cobra hastío de don Juan, | |
cuya elegancia y bravura | |
se llevan la primer parte | |
en
amores y en fortunas; | |
y él, tiene, mal que le pese, | |
que apechar con la segunda, | |
que es, cual todos los imbéciles | |
que con los pillos se juntan, | |
un inferior que acompaña, | |
o que divierte o que ayuda, | |
pero a fin del sol del otro | |
satélite que no alumbra. | |
Mas van tres meses que
arde | |
oculto el fuego, y en suma | |
no puede cumplirse el cuarto | |
sin que a incendio se reduzca. | |