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1

Esta noticia salió al frente de la edición de las poesías de Meléndez hecha en la imprenta Real en 1820.

 

2

En un artículo muy bien hecho que se puso entonces en el Mercurio de Francia se decía: Jeté sur une rive etrangère, oublié, calomnié probablement par ceux qui ne tarderont pas à reclamer avec emphase l'honneur d'appartenir au ciel qui l'a vu naître, etc.

 

3

Luzán, Sedano, Moratín padre, y otros.

 

4

Don Antonio Tavira.

 

5

Ya un siglo antes de Meléndez se había representado en el teatro holandés una comedia con el título de Don Quijote en las bodas de Camacho. Su autor, Langendyk, tenía diez y seis años cuando la escribió, y después la mejoró tanto, que ha vivido en la escena por mucho tiempo. No ha sido posible adquirirla, para compararla con la obra española y dar alguna idea de su composición: es probable que en nada se parezcan una a otra.

 

6

Estaba entonces aquel grande hombre en desgracia de la corte, y desterrado bajo un pretexto honroso a Gijón: era pues bien laudable en tales circunstancias hablar de él y pedir su vuelta, como lo hizo en los versos siguientes:


Dale, y a ti y a sus amigos caros,
Y al carpentano suelo, aquel que, en noble
Santo ardor encendido, noche y día
Trabaja por la patria; raro ejemplo
De alta virtud y de saber profundo...
Debate mi amistad tan suspirada
Justa demanda, y subiré tu nombre
De nuevo, dulce amigo, al alto cielo.
Tú te conoces, y en sus hombros puedes,
No leve parte de la enorme carga
Librar seguro en que oprimido gimes.



 

7

El abate don Juan Andrés era mas franco; en la carta que le escribió entonces le decía: «¿Y qué pueden decir los más severos censores contra un magistrado que publica tan apreciables poesías? Yo antes bien creeré que una mente que con tanta verdad sigue en sus versos lo bello, no se apartará en sus sentencias de lo justo».

 

8

Los pueblos no se alteran nunca mientras su situación es agradable, o a lo menos llevadera. «No basta, dice un célebre escritor español, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y sólo en corazones insensibles o en cabezas vacías de todo principio de humanidad, y aún de política, puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo» (Jovellanos).

 

9

El Censor, El Correo de los ciegos, El Corresponsal y otros. El Gobierno al parecer había tomado entonces a su cargo confirmar el dicho ingenioso y mordaz de un escritor, que preguntado por qué los que mandaban aborrecían a los sabios, «por lo mismo, respondió, que los malhechores nocturnos aborrecen a lo reverberos».

 

10

Para los lectores que no tengan noticia de este acontecimiento singular no basta la indicación sumaria que aquí se hace, y quizá sería conveniente no sólo para satisfacer su curiosidad, sino también para escarmiento público, entrar en más largas explicaciones. Pero el pudor y la decencia no se lo consienten a la historia.