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Memorias del Ecuador

Cesáreo Fernández Duro







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La Academia de la Historia ha recibido en donativo estimable dos muestras del arte tipográfico, estampadas allá, cerca de 3.000 metros sobre el nivel del mar; en la región que sirvió al conocimiento de las dimensiones verdaderas de la Tierra; en la capital que corona y conmueve á veces el volcán de Pichincha, juntamente con sus vecinos peligrosos Cotopaxi, Cayambe y Antisana. Contienen estos ejemplares dos obras del presbítero D. Federico González Suárez, que anteriormente había trabajado en la Historia eclesiástica del Ecuador, y ahora demuestra de nuevo predilección por el estudio de las materias de nuestro instituto, haciéndole el obsequio más de su gusto.

La primera obra se titula Estudio histórico sobre los Cañaris, antiguos habitantes de la provincia del Azuay en la República del Ecuador1, y es compilación y resumen crítico de lo que dijeron los antiguos cronistas é historiadores respecto á un pueblo de lengua y costumbres originales, que sometido á mediados del siglo XV por Tupac-Yupanqui, vino á formar parte del imperio de los incas, duramente castigado con pérdida de todo vestigio de su independencia.

El autor presenta modestamente el cuadro estrecho en que se encierran las noticias acopiadas, procurando dilatarlo á favor de los descubrimientos arqueológicos recientes, no del todo estudiados todavía, ya que ninguna de las provincias del citado imperio conserva restos que en importancia y número lleguen á los de la actual del Azuay. Le sirven los objetos desenterrados de las sepulturas ó huacas, singularmente de las de Chordeleg, para examinar el adelanto á que llegaron los cañaris en la fundición y obra de los metales, oro y plata, de que se conocen ejemplares notabilísimos;

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cobre, material de sus instrumentos y armas, tan abundantes, que en una sola sepultura se encontraron hachas que pesaron juntas 30 quintales. Examina también los de cerámica, más groseros que los del Perú, aunque semejantes en las formas; las acequias, rastro del cultivo de los campos y cuanto puede conducir al conocimiento de una civilización que juzga en origen enlazada con la de la raza maya de Yucatán.

En el análisis de los grandes monumentos, mejor dicho, de las ruinas grandes de Tomebamba y de los fragmentos de la Calzada ó vía real tan encomiados, piensa discretamente, que pudieran muy bien el Palacio de Inga-pircca y cualquiera de los otros edificios haber sido muy ricos por las planchas de oro y plata con que se cubrieron en aquellos tiempos las paredes, pero que los materiales toscos existentes no ofrecen indicio de suntuosidad ó magnificencia en el arte arquitectónico.

Visto el estado actual de las ruinas que describe, parécenle un tanto exageradas las relaciones que sucesivamente hicieron Zárate, el Barón de Humboldt y D. Antonio de Ulloa, llevados sin duda por impresiones de momento; opinión conforme con la emitida por el Sr. Jiménez de la Espada2 al describir el Palacio de Pachuzala ó del Callo, en territorio también del Ecuador, bien que en la provincia de los antiguos quitus, no menos ensalzado por Cieza de León, el P. Juan de Velasco, el Dr. Rocha, y también por los señores Juan Ulloa y Humboldt modernamente. D. Federico González Suárez no conocía, no cita al menos, el estudio del Sr. Jiménez de la Espada, pero la identidad de juicio se echa de ver leyendo «Los edificios que levantaron los hijos del Sol, tienen un carácter de uniformidad tan constante, que visto uno de ellos, ya puede el observador formar idea de los demás».

Tampoco habrá tenido noticia de la curiosa relación que posee inédita esta Academia3, firmada precisamente en Tomebamba á 25 de Marzo de 1550, en que el capitán Hernando de Benavente da cuenta á la Audiencia de los Reyes de lo que halló en esta región,

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la tierra más mala que en su vida había visto, al explorarla belicosamente, junto con Alonso de Mercadillo, el fundador de Zamora y pacificador de la provincia de Loja.

Por lo demás, aun el nombre de Tomebamba parece al autor desfigurado, como tantos otros de las lenguas indígenas lo fueron por los conquistadores, estimando que el de Sumag-pampa que hoy mismo tienen las orillas del Jubones, donde se hallan las ruinas, es más apropiado que el Tumebamba de Cieza de León; el Tumepumpa de Oviedo, y el Tuxipampa de Zárate.

La segunda obra de referencia es Memoria histórica sobre Mutis y la expedición botánica de Bogotá en el siglo pasado4, en que se analizan la vida, trabajos y merecimientos del insigne naturalista gaditano. Habiendo registrado el autor los archivos de Simancas y de Indias en el tiempo de su viaje por España y aumentado el caudal de noticias procuradas en los lugares componentes del nuevo reino de Granada, amplía las que contienen las anteriores biografías escritas por el Barón de Humboldt, Caldas, Colmeiro, Ferrer del Río, Groot, Vergara y Machado, que ha tenido á la vista, insertando interesantes documentos inéditos, y deteniéndose, no tanto en lo que atañe á la Flora de Bogotá, obra magna del naturalista considerada por todos, como en otras labores benéficas al cultivo de las ciencias en el virreinato; las lecciones públicas de matemáticas y filosofía newtoniana que enseñó en el colegio del Rosario; la fundación del observatorio astronómico; la de cátedras de medicina y anatomía; las investigaciones mineralógicas; las que produjeron el descubrimiento de la quina; por fin, se fija en los principales discípulos y auxiliares que formó Mutis, pues que el autor de la Memoria se propone algo más que el elogio personal de este sabio.

«Notable ignorancia hay, escribe, en cuanto á la naturaleza de los hechos importantes acaecidos en la época del Gobierno de la colonia en América, cuando estos pueblos, que hoy forman naciones independientes, hacían parte de la vasta monarquía española: el espíritu de partido ha desfigurado no pocos sucesos; y el amor

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patrio resentido, ha contribuido á falsear las cosas, describiéndolas desde un punto de vista engañoso; empero, tiempo es ya de que se conozca la verdadera índole del Gobierno colonial, y de que se le haga justicia, alabando lo que sea digno de alabanza y condenando solamente lo que mereciere censura y reprobación, sin que juzguemos las cosas con un criterio apasionado. ¿Será cierto que, durante las tres centurias de vida colonial, no hubo más que atraso é ignorancia en estas regiones? ¿Será exacto que las colonias carecían completamente de luces y de ilustración, y que no brilló en ellas ningún ingenio digno de pasar con gloria, á la posteridad? ¿Habrá verdad en asegurar que todos los reyes de España desde Carlos V á Fernando VII, no hicieron nada por el cultivo y progreso de las letras en América, y que las ciencias no le son deudoras de ningún beneficio y de ningún estímulo? La Historia debe hablar la verdad, sin contemporizar con las pasiones, reconociendo generosamente el mérito donde lo hubiere».

Va el Sr. González Suárez contestando sus propias preguntas con la demostración primero de que la suerte de las colonias americanas no podía ser distinta de la de su metrópoli, y con la evidencia luego de que, en el momento en que el rey Carlos III pudo dedicar atención á los estudios universitarios, preparó campo á las ciencias nuevas; fundó los jardines y museos y favoreció con larga mano el estudio de las ciencias naturales, no fué excepción América en el programa, de su solicitud, estimulando á D. Antonio Caballero y Góngora, tan digno prelado como celoso virrey de Bogotá para descubrir y dar á conocer á Europa las maravillas de la naturaleza del Nuevo Mundo. Entonces quedó organizada la Comisión científica confiada á la dirección de D. José Celestino Mutis; entonces se pensó en formar la Universidad para que el Nuevo Reino no careciera de las ventajas literarias de que gozaban México y el Perú; se abrió la primera biblioteca pública; se implantó la imprenta; se encomendó la explotación de minerales á personas de la suficiencia y fama de Elhuyar y Díaz; se fomentaron las industrias agrícolas y fabriles; se sentaron las bases del estudio de las lenguas de los indígenas; se formaron colecciones de objetos curiosos de todos géneros, y el P. Fr. Diego García, religioso franciscano, el fiscal D. Francisco Antonio Moreno, el proto-médico

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D. José Vicente Cansino, el químico D. Clemente Ruíz, los pintores José Calzado, Sebastián Méndez y Salvador Rizo, el Marqués de Selva-Alegre D. Juan Pío Montufar, contribuyeron á enriquecer los conocimientos con profundos estudios y con muchos y variados descubrimientos.

El autor de estas Memorias del Ecuador, D. Federico González Suárez, rompe, según se advierte, el antiguo molde de las prevenciones forjado en los momentos de lucha por la emancipación é independencia que consiguieron las colonias americanas; habla en la patria de García Moreno el lenguaje de la Historia; emprende, como otros dignos literatos de las Repúblicas hispano-americanas, la noble empresa de extinguir rencores; colabora con nosotros á estrechar distancias y á tejer los lazos de la estimación mutua que con ventaja han de sustituir á los de la dependencia política que para siempre se rompieron, y en prueba de la acogida que merecen sus escritos, los da á la imprenta, de su haber, el Municipio de Quito, y los destina por premio de aplicación á los alumnos de escuelas públicas.

La Academia pudiera significar al Sr. González Suárez, cuánto estima y agradece su presente.

Madrid 28 de Junio de 1889.





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