Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Mencía» de Amado Nervo o todo sueño es Vida

Carmen Luna Sellés





Basta leer un amplio corpus de relatos adscritos al modernismo1 para percatarse que el buceo en lo irracional, en aquello que la modernidad o racionalidad no daba cuenta o no sabía, es el eje fundamental sobre el que gira toda esta corriente epocal. Y que hay una gran vía ficcional que encauza esta pretensión: la literatura onírica heredada del romanticismo2 europeo, en la que el simbolismo, la ilogidad o la confusión de fronteras entre sueño y realidad tratan de abrir puertas hacia la «explicación» de lo irracional. El deseo de penetrar en el más allá, en las regiones profundas del espíritu humano, en lo emocional y nocturno previsiblemente les lleva al interés por «lo que ven los ojos / de sombra», como gustaba decir Rubén Darío, y, consecuentemente a su literaturización. Cauce éste, por otro lado, que no se agotó en ésta primera etapa de la modernidad, pues por él también transitarán, por ejemplo, a principios del siglo XX los movimientos de vanguardia o posteriormente los escritores del llamado «realismo mágico».

El anhelo de objetivar experiencias subjetivas -entendiendo la visión subjetiva no como una válvula de escape ante la realidad sino como una forma poética de acceder al Hombre- movió a los modernistas a dar entrada en la ficción narrativa a la expresión onírica, ahora bien, desde diferentes grados de complejidad que van desde aquellos relatos que fantasean con los sueños sin perder de vista la percepción lógico-racional de la realidad empírica, hasta aquellos en los que se borran las fronteras entre vigilia y sueño, es decir, desde la fantasía hasta la fantasticidad. En fin, arco de posibilidades que va desde ensueños como realización de deseos, pasando por pesadillas en tanto que expresión de angustiosos miedos existenciales, hasta la confusión sueño-realidad como una forma de declarar la irrealidad del propio hombre y del universo. En este último contexto podemos situar la novela corta de Amado Nervo titulada Mencía3 (1917), en la que de forma muy lograda vigilia y sueño confunden sus fronteras para proclamar -como ocurre en todos los relatos que juegan con el par sueño/realidad- la complejidad de nuestro mundo; la simplicidad de nuestra percepción y las fisuras de una realidad no tan monolítica como pensamos. Si la dimensión mental y real borran sus límites en la ficción, también cabe la posibilidad, en potencia, que los borren en la realidad, como así cree que sucede el psicótico, el que está bajo la influencia de una droga o el niño en una determinada etapa evolutiva. Y es más, esta transgresión donde ficción/realidad se confunden lleva aparejada en sus últimas consecuencias una perturbadora interrogación: ¿No seremos nosotros también ficción, sueño, sombra de alguna mente o de una realidad superior?

Nervo en el prefacio titulado «Al lector» relaciona modestamente el tema de su relato con el drama de Calderón La vida es sueño (1635): «Este cuento debió llevar por título Segismundo o La vida es sueño, pero luego elegí uno más simple, como con miedo de evocar la gigantesca sombra de Calderón» (325). Y trata de justificar los posibles errores de adecuación histórica que puede tener este relato que nos habla «de cosas pretéritas», afirmando que no estamos ante un cuento histórico -¡Nada más lejos de su intención que una presunción erudita por su parte «ahora que tanto abundan los eruditos y los sabios»!- sino ante un «cuento de ambiente histórico» que «pudo haber sido», y que en todo caso -sigue argumentando-, el protagonista de esta narración es un ente de ficción, una ilusión, un sueño y, como dice Calderón, «los sueños..., sueños son». Con estas palabras preliminares Nervo, por un lado, trata de alejar su novela de toda pretensión arqueológica -con todo lo que esto supone de cientificismo, imparcialidad y erudición-; distanciarla de todas aquellas novelas históricas que eran el producto del pensamiento filosófico-cultural positivista; hijas de la novela «cientificista» de Zola. Y, por otro lado, Nervo a sabiendas descontextualiza la frase de Segismundo4, olvidándose juguetona y premeditadamente de aludir el significado profundo del fragmento calderoniano y que en resumen consiste en la afirmación lacónica de que «la vida es sueño» o de que «toda la vigilia es un sueño» como más tarde diría Borges5. La lectura de Mencía desmiente la simpleza e ingenuidad del prefacio a favor de la complejidad que encierran las palabras silenciadas en el prólogo del verso de Calderón. Toda la vigilia es un sueño y los sueños -nos sugiere el relato de Nervo- nos permiten acceder, aunque sólo sea por un instante, al mundo verdadero; al mundo platónico de los arquetipos. De esta forma, a través de los sueños podemos descubrir las esencias, lo verdaderamente constitutivo de nuestra vida. De ahí el título de nuestra comunicación: «Mencía o todo sueño es Vida», así con mayúscula. Pensamiento, éste último que, fusionado con el tema de la transmigración de las almas, de origen órfico-pitagórico, vertebra, como seguidamente veremos, el relato de Nervo. Amalgama de teorías en la que claramente percibimos la huella de las corrientes espiritualistas -sobre todo del teosofismo- tan en boga en el fin de siglo y a las que Nervo prestó un gran interés.

Veamos el tan original y borgiano argumento con el fin de ilustrar nuestras anteriores palabras, interpretando a la par los puntos, a nuestro parecer, más sugerentes: Una mañana al despertar «Su Majestad» el Rey -más tarde sabremos que se trata de «un rey viejo de un país poderoso del norte de Europa» de principios del siglo XX- descubre sorprendido que es Lope de Figueroa, platero toledano del siglo XVI, y más concretamente que se encuentra en el Toledo de 1580. Poco a poco se convence de que su vida de rey en un tiempo futuro ha sido sólo un sueño y así se lo confiesa a su esposa Mencía. A pesar de que recobra su identidad -los recuerdos, los hábitos, el mundo que le rodea cobra cotidianidad- tiene la sensación, la vislumbre de haber vivido realmente aquella vida «soñada». Y tal es así que Lope comienza a describir a Mencía hechos, palabras y artefactos desconocidos para su mujer pero que él siente como habituales. Le habla del «atentado» sufrido por su hijo el príncipe y que le causa la muerte, de los «anarquistas» -palabras que Mencía corrobora como soñadas pues las pronunció, junto con otras también para ella desconocidas, mientras dormía-, del automóvil, de máquinas que graban, fotografían, escriben y calculan, del telégrafo, de la imprenta, de los adelantos de la química, de los trenes, de armas de un alcance y precisión sorprendentes, de barcos que se movían por la fuerza del vapor y otros que se sumergían en el agua como peces, y de máquinas que hacían volar al hombre pero: «Los hombres volaban, Mencía, volaban y eran mucho más libres..., pero no felices» y «vivían una vida agitada y afanosa» (p. 330). Seguidamente con la inclusión en la escena de Gaetano, amigo pintor de Lope, el discurso se dilata en la descripción del Toledo de 1580. Gaetano, discípulo de Domenikos Theotokopulos, sirve de bisagra para la descripción minuciosa y detallista de paisajes, interiores, cuadros, hechos y corrientes de pensamiento, personajes -entre los que sobresalen El Greco y Felipe II- que conformaban el Toledo de esa fecha; descripciones en las que aflora el gusto por el detalle preciosista propio del modernismo y que emparenta este relato de «ambiente histórico» con la novela modernista La gloria de don Ramiro. Una vida en tiempos de Felipe II (1908) del argentino Enrique Larreta. Pero además, la información histórica que el relato aporta no sólo tiene función ambiental sino que también sirve para dar verosimilitud y consistencia a la vida de Lope -y más aún cuando se trata de una vida que para el propio protagonista en varias ocasiones y por breves instantes le parece ajena-. Cuando se acerca la noche, la hora de los sueños, los dos protagonistas presienten triste y angustiosamente que al dormir van a perderse el uno para el otro. Lope muy shakespearianamente se interroga sobre la naturaleza de lo que él cree realidad:

A medida que llegaban las sombras, parecíale que todo: la ciudad, las gentes, su Mencía misma, tenían menos realidad... ¡Si iría el sueño a disolver aquello como vano fantasma!

¡Si estaría aquello hecho de la misma sustancia que su ensueño!

¡Si al dormir perdería a su amada!


(p. 341)                


Y ya irremediablemente adormeciéndose, recostada la cabeza sobre Mencía, ésta le confirma que es un sueño, a través de un diálogo que nos recuerda el pensamiento de Segismundo acerca de la vida, y del que hacíamos mención más arriba como tesis profunda del relato de Nervo. Mencía le pide que no se duerma entablándose el siguiente diálogo:

-¿Por qué, amor mío, por qué?... -interrogo.

-¡Porque me perderás, porque al despertar... ya no habrás de encontrarme!

-¿Cómo? ¿Qué dices? ¡Luego tú no existes, luego esos ojos y esa boca y esos cabellos y ese amor... no son más que un sueño!

-¡No son más que un sueño! -repitió Mencía fúnebremente.

-Pero, entonces -insinuó Lope con espanto-, tú..., tú no vives; tú, Mencía, la esposa de mi corazón, la elegida de mi alma, la única a quien siento que he amado... ¡desde hace mucho, mucho, desde todos los siglos!, ¿no eras más que una sombra?

-¡Más que una sombra! -repitió fúnebremente la voz de plata.


(p. 342)                


Mencía parece decir como Segismundo que los bienes de la vida, por breves, que la vida misma es un sueño; que ella, el bien más preciado de Lope, también es un sueño, una sombra que se desvanecerá con la muerte. Pero Nervo juega con el doble significado de estas palabras -el metafórico y el real- haciendo dudar al lector de la naturaleza de Mencía y de la vida que le rodea. Cuando ya creíamos que la identidad de Rey había sido un sueño de Lope, Nervo le da la vuelta a la historia y hace despertar a «Su Majestad» habiendo soñado ser Lope. Al despertar, el Rey experimenta lo mismo que el platero cuando se despierta creyendo ser Rey: siente que lo onírico ha ocurrido realmente; que él ha visto y ha amado en verdad a Mencía. Juego de inversiones entre los límites de vigilia y sueño; ficción y realidad; pasado y presente, que adquirirá una sorprendente frecuencia a partir de la segunda mitad del siglo XX. Ejemplos significativos de este florecimiento son «La noche boca arriba» (1956) o «Continuidad de los parques» (1964) de Julio Cortázar, pero este juego de incertidumbres en las letras hispánicas está indefectiblemente ligado a muchas de las narraciones de Borges. Antón Risco (1987a: 63) analizando la modalidad que en su tipología de la literatura fantástica6 denomina «fusión de la ficción con la realidad» considera, después de un «atento recorrido por las literaturas fantásticas y maravillosas hispánicas del siglo XX», que es ésta una de las modalidades más extendidas y significativas de la época contemporánea, convirtiéndose en un mito cultural pues:

[...] Tan generalizada preocupación parece reflejar la que compromete fundamentalmente a la epistemología actual con respecto a las relaciones entre el mundo y su imagen, el signo y el referente, ya que se trata de un momento en que se han multiplicado los medios de simbolización, de figuración y de comunicación. Ciertamente, hoy en día los epistemólogos se preguntan una vez más si puede hablarse de objetividad, si ésta puede ser alcanzada por el hombre o si éste es más bien prisionero de los paradigmas elaborados colectivamente, de los códigos culturales de representación, de los mecanismos de su cerebro.


En nuestro relato, el Rey, que no quiere perder esa felicidad «soñada» o «vivida» le pregunta a su hermana, confidente de su sueño al despertar, cómo podría recobrarla y ésta le responde:

-¡Señor -replicó la princesa con voz apagada-, sois Rey, Rey poderoso; pero todo el poder de Vuestra Majestad no basta para aprisionar una sombra ni para detener un ensueño!


(p. 344)                


Frase que vuelve a enlazar este texto con La vida es sueño, pues en ella aflora la misma premisa que L. E. Palacios, en su trabajo «Don Quijote» y «La vida es sueño» (1960: 83), señala como fundamental del texto de Calderón, es decir, que la tesis de «la vida es sueño» «triunfa, mediante el desengaño de un príncipe, sobre otra tesis opuesta, que es la vida como soberbia». En «Mencía», el Rey se da cuenta de lo poco vale su poder para detener la felicidad que apenas llega a «rozar» en un sueño. Este pensamiento, en definitiva, lo que defiende, en consonancia con toda la narrativa finisecular es la necesidad de una revalorización espiritual del hombre, el cuidado de su sensibilidad frente o sobre los bienes materiales. Espiritualismo enfrentado a utilitarismo que Nervo ficcionaliza en el relato a través de la confrontación «mundo contemporáneo» -dominado por los valores de eficacia, ciencia, rapidez, utilidad-, «mundo renacentista» -caracterizado por el tempo lento y pausado, el individualismo, el arte y las corrientes de pensamiento espiritualistas-. Cuando Lope, haciendo relación a su mujer de la multitud de máquinas que rodeaban al hombre en la época que se soñó Rey, le manifiesta la sensación de que gracias a esa evolución tecnológica los hombres de aquella «fantástica» época «eran mucho más libres..., pero no felices», está también sosteniendo el anterior postulado. Muy cercana a este planteamiento se encuentra la fantasía futuro-hipotética de Nervo, envuelta en barniz pseudocientificista, titulada «Cien años de sueño» (1912)7, en la que maneja la hipótesis de que si un «dormido programado» se despertara después de cien años permanecería indiferente a los progresos materiales que tanto había deseado en su anterior etapa, pues no le solventarían sus problemas espirituales. Al despertar después de cien años podrá contar a sus tataranietos cómo era el hombre hace un siglo y comprobar los adelantos de la humanidad, pero finalmente se dará cuenta que sigue echando de menos a su compañera muerta y que, a pesar de los formidables progresos, tiene nostalgia de su mundo pues en esa «otra realidad», él, es un extraño; un hombre viviendo en un mundo que ya no le pertenece, y deseará volver a dormir pero esta vez el sueño eterno:

«Y el hombre aquél, nostálgico de su tiempo, triste de mirarse aislado, con la sensación de una infinita soledad en el alma, objeto sólo de curiosidad para los nietos de sus nietos, entre los cuales se sentirá como un extraño; indiferente a los formidables progresos de la especie, que antes deseaba ver y presentía con ansia; incapaz, en fin, de amar, porque está aún enamorado de su muerta, querrá dormir de nuevo [...] Para siempre, y volverse polvo y sombra impalpable».


(169-170)                


Esa misma sensación de pérdida y de soledad es la que siente el Rey al despertarse, pues comprende que lo único real de su vida no le acompaña, pudiendo decir como Nervo en su poema «El ensueño olvidado» (1918)8:


   Heme, pues, vanamente despierto: ¡quien asiera
los trémulos cendales de la luz de la quimera
que voló!
   ¡Qué me resta de mi obscuro pasado
si ya perdí el tesoro más rico, si he olvidado
el ensueño mejor que jamás he soñado!


O mejor dicho en relación al argumento de Mencía: «el ensueño mejor que jamás he vivido».

Nervo en este relato nos ofrece la posibilidad de dos explicaciones: una, que todo sea un sueño y estaríamos ante una explicación «realista»; dos, que nos encontremos ante un caso de metempsicosis y reencarnación9 y estaríamos ante un hecho fantástico para el común de los mortales que trata de explicarse a través de presupuestos procedentes de las corrientes espiritualistas que tan abundantemente florecieron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y que, retomando las teorías órfico-pitagóricas, consideraban el sueño como una puerta de acceso a la cuarta dimensión. Durante el sueño -considera la teoría del misticismo pitagórico- el alma, en un estado sólo en grados diferente al de la muerte, temporalmente se separa y se libera del cuerpo accediendo al mundo de los espíritus. Con palabras de Helena Ron (1995: 110-111) para los pitagóricos y, añadimos nosotros, también para Nervo «sólo el sueño y experiencias afines -que son grados inferiores al fenómeno de la muerte- permiten conocer la actividad del alma -ese segundo yo que permanece oculto en el estado consciente- y a la vez el carácter inmortal de ésta». Actividad del alma que se eleva hasta «la posesión del poder divino que fuera originalmente suyo». Esta misma autora (1995: 109) nos ofrece un diagrama ilustrativo de la teoría pitagórica del alma donde el sueño, la reencarnación, la dicotomía alma-cuerpo como «prisión» y la muerte como liberación son las ideas dominantes. Conceptos de los que, en líneas generales, se van a servir los escritores modernistas para crear y «justificar» la fantasticidad en sus relatos oníricos. Posteriormente y sobre todo a partir de los movimientos de vanguardia, como señala Risco (1987a: 60) «buena parte de los relatos de fantasía del siglo XX [...] Se ofrecen al receptor cínicamente, en toda su irrealidad agresiva, demoledora».

La posibilidad fantástica de la reencarnación se sugiere en el texto en varias ocasiones, por ejemplo, el narrador nos dice que el Rey varias veces al despertarse había experimentado «la ilusión de que flotaba entre dos vidas, entre dos mundos» (p. 325); en determinados momentos Lope también experimenta confusamente la sensación de haber vivido realmente lo «soñado» y presiente que su alma y la de Mencía, inmortales, están destinadas a encontrarse cíclicamente en el mundo:

Y parecíale a Lope que dentro de él mismo se escuchaban también los rumores de todas las épocas; que en él gritaba la voz de los que se habían callado para siempre; que era él como una continuación viva de los muertos; que siempre había vivido, que viviría siempre, juntando en su existencia los hilos de muchas existencias invisibles de ayer, de hoy, de mañana.

[...]

Y a ella, pensó Lope, al verla, que siempre la quiso. ¡Desde quién sabe qué recodos misteriosos del pasado venía este amor!

¡Era la criatura por excelencia, hecha como de una alquimia divina!

Era la compañera ideal, casta, apacible, con un poco de hermana en su abandono, con un poco de madre en su ternura.

Era el alma cuyo vuelo debía periódicamente en los tiempos cruzarse con el suyo, cuya órbita debía con la suya tener forzosamente intersecciones.


(p. 341)                


Así, por tanto, Lope y el Rey acceden a través del sueño a una dimensión donde al estar abolidas las nociones de espacio y tiempo pueden ver sus almas, «su» alma más bien, proyectadas hacia el pasado y hacia el futuro. Lope y el Rey son dos cuerpos mortales de una única alma inmortal cuya trayectoria periódicamente se cruza con la trayectoria de otra alma con la que encuentra la felicidad y de la que siempre tiene en lo más recóndito de su memoria su recuerdo, su «Mención»; su «Mentio»; su «Mencía».

Este reencuentro de dos almas que bajo una corporeidad diferente se reconocen a través de los siglos nos recuerda una narración de otro autor que como a Nervo le preocuparon, y no poco, los temas de reencarnación y metempsicosis, se trata de la fantasía que Rubén Darío incluyó con el nombre de «Pequeña ópera lírica» en el capítulo dedicada a «Florencia» de su libro de viajes Tierras solares (1904)10. En ella Darío nos dice que, después de haber leído los versos del «joven y ardoroso» poeta Rufino Blanco Fombona tuvo una «singular soñación» en la que efectuando un salto temporal del siglo XX al XVI imagina haber conocido por primera vez a Blanco Fombona en la Italia de Benvenuto Cellini, al que ambos asiduamente visitaban. El propio Darío al final de esta fantasía reflexiona sobre su veracidad y la explica incorporándola a las ideas de la preexistencia defendida por la teosofía:

...Hoy, en una mañana ardorosa de las calendas de mayo, del año 1904, en la ciudad de Florencia, he escrito las líneas anteriores, que he leído varias veces con meditación y cuidado. Lo que contienen, ¿es una creación de la fantasía, o bien un fijo recuerdo de una pasada realidad, o la concentración de un sueño?...


(p. 975)                


Reflexión que, como más arriba veíamos se ficcionaliza en el relato de Nervo: ¿Es Mencía producto de un sueño o «bien un fijo recuerdo de una pasada realidad?»; ¿una fija «mención» de una pasada realidad? A través de Mencía, el Rey accede al mundo platónico de los arquetipos universales, al mundo verdadero libre de contingencias.

En fin, Mencía es, con su juego entre sueño y realidad, la apropiación de teorías gnóstico-pitagóricas y la nostalgia de un pasado histórico, la metáfora de un deseo ante la crisis de la modernidad.






Obras citadas

  • Borges, Jorge Luis (1993), Obras completas, Tomo IV, Barcelona, Círculo de Lectores.
  • Collings, R. (Ed.) (1986), Reflections on the Fantastic, New York, Greenwood Press.
  • Darío, Rubén (1904), Tierras solares, Madrid, Leonardo Williams (Ed.) en (1950-1953), Obras completas de Rubén Darío, Tomo III, Madrid, Afrodisio Aguado, pp. 847-978.
  • Flesca, Haydée (1970), «Estudio preliminar», Antología de la literatura fantástica argentina. Narradores del siglo XIX, Buenos Aires, Editorial Kapelusz.
  • Matamoro, Blas (1990), Lecturas americanas (1974-1989), Madrid, Eds. de Cultura Hispánica.
  • Meléndez, Gloria S. (1986), «Reincarnation and Metempsycosis im Amado Nervo's Fiction of Fantasy», Collings, R. (Ed.), Reflections on the Fantastic, pp. 41-49.
  • Nervo, Amado (1991), Obras completas, Tomo I, México, Aguilar.
  • —— (1982), Poesías completas, México, Losada.
  • Palacios, Leopoldo E. (1960), «Don Quijote» y «La vida es sueño», Madrid, Ediciones Rialp.
  • Risco, Antón (1982), Literatura y fantasía, Madrid, Taurus.
  • —— (1987a), «Notas para un estudio de la literatura fantástica hispánica del siglo XX», Monographic Review, 1-2: 58-70.
  • —— (1987b), Literatura fantástica de lengua española, Madrid, Taurus.
  • Ron, Helena (1995), «Las habas pitagóricas», Ruhstaller, Stefan (Ed.), Crisol de estudios filológicos, Huelva, Universidad de Huelva, pp. 101-113.
  • Torre, Guillermo de (1951), Problemática de la literatura, Buenos Aires, Losada.


Indice