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Miguel Ángel Asturias: el hombre y la obra

Giuseppe Bellini


Università di Venezia



Pocos meses después de la muerte de Pablo Neruda, moría en Madrid, el 9 de junio de 1974, otro «gigante» de las letras hispanoamericanas: Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel 1967. Con él desaparece uno de los máximos narradores del idioma español, quizás el más grande del Novecientos, y un hombre que durante toda su vida dio el ejemplo de una resistencia que jamás cedió ante la dictadura ni ante los halagos del dinero y del poder.

Había nacido el 19 de octubre de 1899 en la ciudad de Guatemala; sus padres, -él abogado y ella maestra- destituidos de sus empleos por el dictador Estrada Cabrera, al cual se oponían implacablemente, habían tenido que refugiarse en una ciudadela del interior donde se habían dedicado al pequeño comercio, para poder subsistir. En contacto con el mundo rural y con la dura vida de los campesinos, Miguel Ángel Asturias escoge su camino, que será siempre el de la defensa de los débiles y la oposición a los tiranos. Cuando vuelve a la capital para iniciar sus estudios universitarios, ya es uno de los opositores más activos al dictador y pertenece al grupo de los principales organizadores de la huelga estudiantil de 1920 que provoca su derrocamiento. A partir de este momento, y en toda su existencia, Asturias llevará a cabo una lucha tenaz en defensa de la libertad y de la dignidad del hombre, sin plegarse jamás a las adulaciones o a las amenazas y soportando a menudo hasta la miseria.

La formación literaria de Asturias, cuyas disposiciones hacia la poesía y la narrativa se manifiestan muy temprano, se realiza sobre todo en París, ciudad que visita en 1921. En la capital francesa asiste a los cursos que Georges Raynaud dicta en la Sorbona sobre las religiones y los mitos mesoamericanos; pronto se convierte en un importante colaborador para el maestro, y bajo su guía inicia varias investigaciones, adquiriendo consciencia del valor de las civilizaciones indígenas. En efecto, Asturias traduce la «Biblia de los quichés» el Popol Vuh1 y los Anales de los Xahil2 de los «cakchiqueles»; pero más que el rigor científico lo atrae la creación literaria. Es en estos años cuando escribe las Leyendas de Guatemala, que se publicarán en 19303, y una novela que le dará un renombre internacional: El señor presidente. Este libro, ya terminado en 1932, sale a luz sólo en 19464; ello representa el comienzo de un viaje, jamás concluido, en una particularísima región sentimental, donde los valores del mundo guatemalteco se exaltan cual esencia del mundo americano. Asturias ahonda en un clima poético que surge de la época colonial y prehispánica. En la evocación de la complejidad espiritual de este mundo, de la naturaleza animada por una vida íntima sutil, se inicia el «realismo mágico»: la dimensión de la realidad confunde continuamente sus contornos con la leyenda, la vida real irrumpe frecuentemente en el sueño.

El carácter inédito de las Leyendas impresionó a Paul Valéry; al presentar la traducción francesa, en 1931, definió el libro como un conjunto de «historias-sueños-poesía» en el cual veía mezclarse con gracia, «Las creencias los relatos de todas las edades de un pueblo de orden natural, todos los productos sustanciosos de una tierra poderosa y siempre en convulsión, donde los diversos tipos de fuerzas que generaron la vida después de haber exaltado la decoración de rocas y de humus, todavía son amenazantes y fecundos, como dispuestos a crear, entre dos océanos, a golpes de catástrofe, nuevas combinaciones y nuevos temas de existencia»5.

El entusiasmo del poeta francés también tiene sus raíces en la atracción hacia lo exótico, pero no estaba equivocado cuando subrayaba el valor poético de las Leyendas. En ellas se revive la atmósfera mítico-sagrada del Popol Vuh, junto a la fascinación del mundo colonial. En este libro, Asturias es un insuperable creador de magias, de arquitecturas nuevas y fantásticas, donde la realidad pierde la dureza de sus límites.

El carácter vigoroso del novelista se manifiesta ya desde El Señor Presidente. Las notas poéticas que penetran las Leyendas se atenúan en la novela, frente al compromiso con el cual el escritor denuncia la condición americana bajo la dictadura. Atesorando las experiencias literarias parisinas, en particular la surrealista, Asturias renueva de un solo golpe la narrativa hispanoamericana con un libro cuya actualidad todavía sigue vigente. Partiendo de la dictadura de Ubico, es decir de la participación concreta en el drama patrio, aunque sin vínculos de tiempo y de espacio, el escritor construye una novela en la cual se refleja el problema de todo un continente. La lucha entre el bien y el mal tiene lugar entre singulares representaciones surreales y «esperpénticas» -la lección de Valle-Inclán es determinante- afirmando una realidad violenta, un infierno dominado por la arbitrariedad del poderoso, en el cual la existencia cotidiana está ligada a un humillante silogismo: «Pienso como el señor Presidente, por tanto existo»6.

De este libro oscuro, muy amargo, emana sin embargo cierta luz: las afirmaciones positivas hacia el camino de la esperanza. Y sobre todo el hecho de que el mal, por poderoso que sea, no puede sofocar el bien ni destruir la calidad espiritual de un pueblo. Basado en el ritmo de un tiempo siempre igual y dominado por un mismo espectáculo, hileras de prisioneros políticos que se dirigen a la cárcel, se concretiza un mensaje de fe en el día de la libertad y de la justicia.

Con la novela siguiente, Hombres de maíz, que aparece en 19497, Miguel Ángel Asturias inaugura definitivamente la «nueva novela» hispanoamericana, ahora con el predominio del hombre sobre las sugestiones del ambiente y del folklore, como el principal protagonista de su propio mundo, aunque sin rechazar la magia del mito y de la naturaleza. Hasta el momento del Premio Nobel el libro fue poco valorado, incluso se mantuvo algunas reservas en cuanto a su estructura, a la acción de los personajes y a la concepción de la obra, que parecía traicionar las formas tradicionales de la novela8. Pero era precisamente en Hombres de maíz donde Asturias revolucionaba la tradición novelesca; el libro, dividido en varios episodios que se conectan apenas con un tenue hilo, persigue y alcanza un fin principal, el de denunciar, en la lucha entre «maiceros» e indígenas, un ulterior aspecto de la dramática condición americana sometida a la arbitrariedad del poder y del dinero. Los «maiceros», en efecto, destruyen las selvas para extender las áreas propicias al cultivo del maíz, únicamente con fines de lucro; se oponen los indígenas, para los cuales -según lo atestigua el Popol Vuh- este cereal es sagrado, ya que participó en la formación de los primeros hombres.

Aparentemente el argumento es demasiado simple, pero para comprender Hombres de maíz es necesario tener presente el objetivo de Asturias: denunciar el poder maléfico del dinero. Lejos de ser un libro de evasión, la novela es una nueva toma de consciencia respecto a la realidad americana; con él se inicia la elegía y el himno al mundo feliz ya perdido, destruido por la maldad de los hombres, por la sed de riquezas y de poder.

El compromiso de Miguel Ángel Asturias se manifiesta en un marcado tono político presente en los libros que siguieron a Hombres de maíz; desde Viento fuerte (1949)9, a El Papa Verde (1950)10 y a Los ojos de los enterrados (1960)11, con el amargo intermedio de Week-end en Guatemala (1956)12, el escritor acentúa su dedicación a la causa de la libertad. Los primeros tres libros mencionados constituyen la «trilogía bananera», producto de «episodios nacionales» que presentan las vicisitudes de la lucha contra la explotación norteamericana y por la defensa de la democracia; mientras que Week-end en Guatemala emana de una reacción violenta ante la invasión mercenaria del país, apoyada por los Estados Unidos y contra el gobierno democrático de Jacobo Arbenz. En ese entonces, Asturias era embajador en El Salvador y a la caída del gobierno legítimo -que había intentado sostener con su prestigio de todas las maneras posibles- partió hacia el exilio; primero encontró hospitalidad en su amigo Neruda, en Chile, y luego en Argentina, donde concluyó Los ojos de los enterrados.

Las reservas de algunos en lo que se refiere a la «trilogía bananera» y a Week-end en Guatemala, atestiguan una vez más la escasa comprensión de las motivaciones asturianas y de su arte13. Aunque el móvil político en los libros mencionados sea evidente, nunca se transforma en nota propagandística: en Asturias predomina el narrador genuino. En Viento fuerte se exalta la confianza en el trabajo, pronto defraudada, de los pequeños plantadores de bananas; se denuncia la explotación del capital extranjero, el sometimiento al poder del dinero y la pérdida de la libertad. Lo más importante de la novela es el vigor con el cual el escritor presenta un aspecto de la realidad americana: la vida en las plantaciones, y la eficacia con la cual eleva los valores positivos de su gente, continuamente vejada y explotada, la afirmación, pues, de una moralidad sobre la cual se funda la certeza de un futuro distinto. Aunque materialmente sea el vencedor, el «Papa verde», dueño omnipotente de la compañía «frutera», «señor de cheque y cuchillo, navegador en el sudor humano»14, está destinado a la derrota. En efecto, en la novela homónima, donde la presencia del mito parece disputarle el lugar a la denuncia, éste está condenado a la soledad y a ver cómo su imperio se acaba con él, en cuanto solamente es fruto de pecaminoso egoísmo. En el libro, la condición del pueblo guatemalteco parece ser desesperada, y sin embargo, por encima de la tragedia, el mito trae un mensaje de esperanza: los brujos que comunican con el mundo de los espíritus e interpretan el lenguaje de los muertos, afirman la inevitabilidad de la victoria: «Nuestros pechos quedarán en quietud bajo las aguas, bajo los soles, bajo las semillas, basta que llegue el día de la venganza, en que verán los ojos de los enterrados»15.

Para comprender El Papa verde es necesario tener presente el contexto político al cual se refiere, la situación determinada de la dictadura de Ubico, y el momento en el cual escribe Asturias. En efecto, acababa de instalarse el gobierno de Arbenz y, reconstruyendo la historia de su país, el escritor iba a celebrar la victoria de la democracia; pero el 7 de junio de 1954 comienza la invasión mercenaria. Superada la reacción del momento -cuyo fruto es Week-end en Guatemala- Asturias concluye el tercer volumen de la trilogía, Los ojos de los enterrados. Al comienzo, la novela desorienta al lector, pero pronto se le muestra como un gran fresco del mundo guatemalteco, donde cada detalle tiene una vida autónoma y, al mismo tiempo, forma parte imprescindible del cuadro. La sucesión de escenas, de personajes, el desmenuzamiento de la trama, todo responde a un único fin: el de introducir en la condición más íntima de un pueblo la convicción de que la dictadura y la corrupción, que es su consecuencia, no han logrado vencer. Novela de tesis, de viva participación, que se adhiere a una realidad que el escritor experimenta intensamente, pero permeada también de sutil poesía por la presencia del mito y de la leyenda y por la vivacidad cromática de una naturaleza que parece repetir el paraíso terrenal, Los ojos de los enterrados estimula en el lector la reflexión hacia los problemas fundamentales que conciernen al hombre, entre los cuales el primero es el de la libertad.

Con la citada novela se cierra el paréntesis político más ardiente de Asturias; aun cuando continúe participando activamente en los problemas de su mundo, el llamado del mito, con el cual se iniciaron las Leyendas, se hace irresistible. Ello queda mostrado en un libro de remota gestación, en 1961, El Alhajadito16, y en Mulata de tal17, que aparece dos años después. En El Alhajadito el animismo, la magia del sueño, el dominio sofrenado de la fantasía, dan vida a un mundo de dimensiones interiores de insólita riqueza espiritual, accesible solamente a los iniciados. Estas categorías y características se potencian en Mulata de tal, donde la fantasía se adueña de todo movimiento. Entre creaturas divinas y demoníacas, entre enanos y «gigantones», en un universo deforme y hostil, dominado por los «demonios terrígenos» y por el demonio «cristiano» en lucha entre sí, el escritor atestigua la excelencia del mundo aborigen por encima del europeo de la Conquista que introdujo las raíces del mal. Miguel Ángel Asturias declaró18 que al escribir este libro su intención había sido la de fijar para siempre las características indohispánicas de Guatemala, a punto de desaparecer con el impacto de la civilización mecanizada. En Mulata de tal la nostalgia por todo lo que es indígena se manifiesta irresistiblemente, sin que ello signifique la adhesión pasiva al folklore sino más bien la identificación sincera con lo que representa para el escritor un reino incontaminado de valores. La complicada estructura de la novela confirma el barroquismo asturiano, en un documento de singular importancia artística donde queda reafirmada una fundamental concepción moral, según la cual el hombre es devuelto a su plena responsabilidad como artífice de su propio destino, pero también como condicionador de los destinos ajenos.

El llamado del mundo indígena, de sus rasgos mágicos, queda consolidado también en los libros siguientes, desde los cuentos de El espejo de Lida Sal (1967)19 hasta las últimas novelas Maladrón (1969)20 y Viernes de dolores (1972)21. En El espejo de Lida Sal domina un clima de «paisajes dormidos», iluminados por una «luz de encantamiento y de esplendor», en la celebración de Guatemala como «País verde, País de los árboles verdes. Valles, colinas, selvas, volcanes, lagos verdes, verdes, bajo el cielo azul sin una mancha. Y todas las combinaciones de los colores florales, frutales y pajareros en el enjambre de las anilinas. Memorias del temblor de la luz. Anexiones de agua y cielo, cielo y tierra. Anexiones. Modificaciones, Hasta el infinito dorado el sol»22. Es una atmósfera de magia, en la cual los límites de lo real se confunden con lo irreal, aunque para imponer continuamente una lección ética, que se manifiesta en el contraste entre un mundo de valores puros y aquel pesadamente real contaminado por el pecado.

El insistente regreso de Asturias a Guatemala tiene una razón que también es sentimental, determinada por su condición de exiliado. En efecto, Maladrón rebosa de «pasión guatemalteca», libro este en el cual la «elegía de los Andes verdes» representa una nueva inmersión en la espiritualidad del mundo americano. Partiendo desde la época de la conquista y afirmada la grandeza heroica de los indígenas en el choque con los exponentes de una civilización -la española- técnicamente más adelantada pero no superior, el escritor canta la desgracia de su gente, el ocaso de los mitos y de la magia, para subrayar, sin embargo, el poder del vencido que termina por adueñarse del espíritu del vencedor y, a través del mestizaje, determina las premisas del futuro. La frase recurrente es: «¡Todo ya está lleno de comienzo!». La espiritualidad indígena está destinada a redimir al conquistador, después de haberlo desorientado con la dimensión inalcanzable de su esencia.

En la novela que le sigue a Maladrón, Viernes de dolores, el escenario se aleja del tiempo de la Conquista y se instala en el de las luchas democráticas, época en que Asturias era estudiante universitario. Lo más importante del libro es el renovarse de esas cualidades de «tabulación» que caracterizan la narrativa asturiana: sus prodigiosas facultades lingüísticas. Ello se puede comprobar sobre todo en la primera parte de la novela, donde el mundo periférico de la capital, que vive en contacto con la muerte -el cementerio y el barrio que lo rodea- se convierte en protagonista. El poderoso claroscuro propicia la referencia a los Sueños de Quevedo, pero con un rasgo original de «humour» no familiar al escritor español del Seiscientos, y el surgimiento de la muerte como dimensión única de un microcosmos que ya parece vivir en el subsuelo.

Escritor extraordinario, comparable a los más grandes autores de la narrativa europea que se afirmaron entre el siglo XIX y el XX, Miguel Ángel Asturias es también un poeta y un dramaturgo. Su poesía capta la esencia de las pequeñas cosas, las sensaciones delicadas, los rasgos más íntimamente espirituales de su mundo y, al mismo tiempo, proclama una doctrina de la «indianidad», basada en la conciencia de un glorioso pasado civil, en el rechazo de la condición presente y también en la inquebrantable fe en el futuro. Una raíz profunda conecta esta poesía con la espiritualidad maya, con las expresiones artísticas de la literatura indígena, mediante un «indianismo» que, según Asturias, redime la imagen de su gente de la barbarie contingente, impuesta por aquellos que perdieron el contacto vivificante con el pueblo.

Los primeros cuadernos poéticos de Miguel Ángel Asturias son de 1918; en 1944, Sien de alondra recoge la producción siguiente, que aún se amplía en 1955 en las Obras escogidas y donde también se incluye un libro fundamental de 1951, Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de Horacio23. Pero la obra poética más importante es posterior, en parte es contemporánea a los Sonetos de Italia (1965)24 -colección ampliada después en los Sonetos venecianos (1973)25- y a Clarivigilia primaveral (1965)26, donde el autor alcanza un nivel elevadísimo, mediante la absoluta novedad de acentos, cantando los orígenes de las artes y de los artistas. Con una distancia de siglos, la literatura indígena mesoamericana encuentra en estos poemas una inesperada y singular continuidad en el idioma español.

La adhesión de Asturias a su mundo no se manifiesta solamente en la recreación del mito, en la magia con la cual transforma la realidad, sino en un compromiso bien definido. La celebración de los mitos y de la naturaleza y la denuncia de la condición humana reafirman continuamente una inquebrantable fe en el futuro. Es este el mensaje que emana de toda la producción del escritor guatemalteco, desde la narrativa hasta la poesía y el teatro; en este último sector ello queda comprobado en La Audiencia de los Confines (1957)27, donde la figura del Padre de Las Casas, «Apóstol de las Indias», es rescatada en nombre de su participación activa y dolorosa en el drama americano28.

(Traducción al español de Márgara Russoto)





 
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