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Muerte y resurrección: el retrato áureo de Caupolicán

Rodrigo Faúndez Carreño





Para mi bello sobrino, Mateo Souto.





El cacique mapuche Caupolicán es uno de los pocos personajes históricos de origen indígena que posee una representación mítica en la cultura occidental al ser su retrato objeto de recreación durante diferentes épocas históricas por diversos géneros artísticos1. Para el caso particular del Siglo de Oro español, constatamos su presencia como personaje ficcional en tres epopeyas: La Araucana de Alonso de Ercilla, el Arauco domado de Pedro de Oña, y la Cuarta y quinta parte de La Araucana de Diego Santisteban Osorio. En algunas comedias: Arauco domado de Lope de Vega; Algunas hazañas de las muchas de García Hurtado de Mendoza, comedia de nueve ingenios; El gobernador prudente de Gaspar de Ávila y Los españoles en Chile de Francisco González de Bustos. Así también, en algunos romances y un auto sacramental, La Araucana atribuido a Lope de Vega2.

Dos factores históricos permiten explicar su constante representación en las letras peninsulares. Por una parte, el contexto bélico de las prolongadas guerras de la conquista de Chile, situación que condujo a que la corona modificase el tradicional sistema de conquista privado a cargo de un ejército de vecinos encomenderos, por uno profesional y permanente en los márgenes de la frontera, al sur del no Biobío. Esto fue consecuencia del denominado «desastre de Curalaba» de 1598, en que los mapuches decapitaron a su nuevo gobernador Martín García Oñez de Loyola y destruyeron todas las ciudades fundadas al sur de la frontera. La corona, entonces, asumió como misión de Estado la conquista del territorio mapuche a través de un impuesto virreinal -el Real situado- que financió un ejército profesional y permanente hasta los últimos años de la vida colonial chilena3.

El segundo factor se debe a una serie de problemas poético-políticos que suscitó la primera lectura de La Araucana de Alonso de Ercilla (1569, 1578, 1589) entre los círculos cortesanos del Siglo de Oro, debido a que este modificó algunos preceptos aristotélicos del género de la epopeya al participar el poeta como testigo y narrador de la gesta guerrera; omitir un protagonista central hispano por un protagonista colectivo de la guerra y exaltar a los personajes indígenas; La Araucana fue interpretada por algunos círculos nobiliarios como un poema acéfalo, concretamente como una venganza de Ercilla hacia el antiguo gobernador de Chile don García Hurtado de Mendoza, IV marqués de Cañete, con quien tuvo una rencilla en el invierno de 15994.

García Hurtado de Mendoza, con el objetivo de exaltar su «silenciado nombre», a medida que La Araucana se transformó en el poema épico español más popular del siglo con veintitrés ediciones entre 1569 y 1623, financió una de las campañas literarias apologéticas más extensas y populares del Siglo de Oro. Entre las obras que financió destaca el Arauco domado, publicado originalmente en Lima en 1596 por el primer poeta criollo del Chile colonial, el angolino Pedro de Oña. La tragicomedia de título homónimo de Lope, publicada en la Parte XX de 16255; la de los nueve ingenios en 1622, y la de Gaspar de Ávila, publicada, también tardíamente, en 16526. Sin embargo, a pesar de su común objetivo encomiástico al IV marqués, todas integran a Caupolicán como personaje ficcional. Para su construcción, se basan, principalmente, en los méritos épicos con que Ercilla inviste al personaje, y que podemos resumir en tres: 1) su representación física y moral como héroe con una fuerza sobrenatural y carácter reportado; 2) su mítica elección como cacique de Arauco en la prueba de la carga de un madero; y, 3) su simbólica muerte cristiana en la pica. El estudio de estas variantes en las mencionadas piezas teatrales y otros textos del Siglo de Oro es el objeto «biográfico» de la presente comunicación.




El héroe Caupolicán

Las primeras noticias históricas de Caupolicán provienen de algunas narraciones contemporáneas a la guerra de Arauco como una carta-relación escrita por García Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile, el 24 de enero de 1558, desde la ciudad de Cañete de la Frontera, que nuevamente se ha poblado en Arauco, que lo describe como «indio muy belicoso, desasosegado y cruel con sus indios». Sin embargo, no fue hasta la publicación de la Primera parte de La Araucana cuando el personaje adquirió una representación mítica entre los héroes de la literatura universal.

Caupolicán, al igual que muchos otros héroes clásicos, posee una genealogía ilustre. Mientras Eneas es hijo de Anquises, y Aquiles lo es de Peleo, Caupolicán lo es de Leocán, señor del valle de Pilmaiquén. Tal denominación es recurrente en la obra de Ercilla (II, 56); en el Arauco domado de Pedro de Oña (IV, 158, 14) (V, 172,15) (VI, 232, 29); la Cuarta y quinta parte de La Araucana de Diego Santisteban Osorio (I-III), y en la comedia El gobernador prudente de Gaspar de Ávila (II, 146). En cuanto a su descripción física, la mayoría de las obras le atribuye una fuerza sobrenatural; su cuerpo es bello, fuerte y fornido. Para describirlo, Ercilla utiliza ocho adjetivos reiterativos que construyen una imagen estereotipada del héroe como varón fuerte de carácter reflexivo. Léase:

Era este noble mozo de alto hecho
varón de autoridad, grave y severo,
amigo de guardar todo derecho,
áspero, riguroso, justiciero;
de cuerpo grande y relevado pecho,
hábil, diestro, fortísimo y ligero,
sabio, astuto, sagaz, determinado
y en casos de repente reportado.

(II, 47)                


La enumeración asindética de adjetivos construye una imagen arquetípica del héroe épico que Ernst Robert Curtius ha denominado como el tópico de la sapientia et fortitudo; modelo humanista del héroe clásico fundado por Virgilio en su Eneas7. Por ello, Caupolicán, al igual que Eneas y a diferencia de Aquiles, se caracteriza por controlar sus pasiones guerreras en las grandes batallas. Este aspecto, constitutivo del personaje, es una imagen que gran parte de los textos áureos desarrolló. Por ejemplo, Lope de Vega en su Arauco domado describe a Caupolicán como varón de autoridad, «señor de hombres y fieras» (p. 760), pero también como líder prudente8. Como en los parlamentos redactados por Luis de Belmonte en la comedia Algunas hazañas, escrita bajo el código de honor de la comedia áurea española. En ella, hay un cuadro en que Caupolicán reprende a Tucapel cuando con ayuda de otros araucanos intenta matar a don Felipe; le advierte: «No es valerosa / hazaña, nadie le ofenda; / que cuando solo se arroja / por el honor que ha perdido, / matarle tantos no es honra». Ante tal parlamento, exclama el personaje Marqués: «Pues, ¿no fuera afrenta / que estos bárbaros conozcan / la ley de cortesía, / pues la publican con obras / y que me faltase a mí?» (vv. 1080-1095).

Diferente es el caso del Arauco domado de Pedro Oña y El gobernador prudente de Ávila, en las cuales hay algunas variantes respecto a su original retrato bajo el tópico de la sapientia et fortitudo con el objetivo político de exaltar a su mecenas. En la primera de ellas, su participación se limita a un extenso pasaje amoroso en el que Caupolicán se distrae de la guerra con su amada Fresia (V, 162-175) y un posterior fallido asalto al fuerte de Penco del que cae, de cabeza, a un foso (VI, 234-235). Por su parte, en la comedia de Ávila, llama la atención su comportamiento barbárico. En la primera jomada hay una escena en la que celebra un rito con su sangre para infundir valor entre sus soldados (I, 141); posteriormente, mata de un golpe al mago Fitón por pronosticar la inminente derrota de los ejércitos araucanos (I, 143). Finalmente, huye de la escena tras ser derrotado dos veces. Asombrado exclama el personaje don Felipe: «Mira que es Caupolicán / el que huye». Y responde don Luis: «¿El capitán / de Arauco?» (III, 163). Solo en la más tardía comedia Los españoles en Chile, de Francisco González de Bustos, volvemos a observar su imagen como varón de autoridad y derecho a la cabeza del senado araucano (fols. 1-2).




La prueba del madero

La elección de Caupolicán como cacique de Arauco es uno de los mayores hitos épicos de La Araucana. Su concurso se describe originalmente en el canto II de la Primera parte, una vez que los araucanos descubren que los españoles no son dioses, sino «de hombre y de mujer eran nacidos» (II, 7). Su desengaño «al verse de mortales conquistado» desata la guerra épica que se inicia con una junta secreta para obtener un cacique (toqui) que los lidere. Para su descripción, Ercilla se basó en el modelo épico del inventario guerrero de Plomero en su enumeración de las naves griegas en La Ilíada (II, 484), imitado posteriormente por Virgilio en su descripción del ejército itálico en La Eneida (X, 929); por ello, en La Araucana, durante varias octavas se describe la disposición del ejército araucano: el número de sus soldados, los nombres de los caciques principales y sus particularidades bélicas (II, 45-52). Muchos textos del Siglo de Oro imitaron este impactante cuadro. Por ejemplo, la Cuarta y quinta parte de La Araucana (I, III), como también la comedia de Ricardo de Turia La bellígera española (I, 151).

En el relato original de Ercilla, una vez reunidos los guerreros araucanos, el cacique más anciano, Colocolo, propone la prueba de la carga de un madero como método de elección del nuevo toqui, «macizo Líbano fornido / que con dificultad se rodeaba» (II, 39). Su extenso parlamento -calificado por Voltaire en sus juicios a La Araucana como una de las arengas más hermosas y culminantes del poema, similar a las arengas de Néstor en La Ilíada9- da paso a la elección del nuevo líder. Los primeros en concursar fueron Paicabí, Angol y Purén, quienes sostuvieron el madero por solo unas breves seis horas. Continuaron Ongolmo, Elicura y Tucapel, que lo cargaron por un poco más de medio día. Los superó Lincoya, quien lo sostuvo por el curso de veinticuatro horas, para, finalmente, irrumpir en la narración Caupolicán quien, para el asombro de la historia, cargó el madero durante tres días y dos lunas.

El famoso hito épico, que ha despertado por siglos un profundo y acalorado debate entre la historiografía y la literatura, es un relato que gran parte de los escritores áureos imita10. Entre sus principales seguidores destaca la mencionada comedia de Turia, en la cual, si bien no se representa la prueba del madero en la escena, esta es relatada minuciosamente a través de un extenso parlamento del indígena Laupi (I, 153); como también es descrita en los inicios de la comedia El gobernador prudente cuando Caupolicán le asegura a Tucapel su autoridad sobre Arauco citando su triunfo en el madero (I, 138). Menor es su referencia en Los españoles en Chile, solo a través de un guiño en el parlamento de Mosquín, el gracioso de la comedia, quien señala: «y habrá quien diga que en cueros / pelean como borrachos / pues la fuercecilla es bona: / vive Dios, que hay araucano / que trae una viga al hombro / que no la llevara un carro» (fol. 12).

Debemos destacar como la obra más cercana al relato original de Ercilla el auto sacramental La Araucana, que postula una «versión a lo divino» a partir de su elección en la prueba del madero. En el auto, Caupolicán-Cristo se enfrenta en tres pruebas (la de salto, la de fuerza y la del madero) a los indígenas Rengo, Teucapel y Polipolo, que representan alegóricamente al Demonio, el Judaísmo y la Idolatría. Cada prueba es una epifanía que le permite demostrar su poder divino: triunfa en la primera prueba de salto relatando el discurso de su muerte y resurrección; en la de fuerza, parafraseando las tentaciones de Jesús en el desierto, y en la prueba final, del madero, crucificándose voluntariamente en él. Léase:

CAUPOLICÁN.
      Caupolicán Porque veas
hoy las grandezas mías;
y en él, Rengo infernal, vencido seas,
yo haré que eternamente,
sustentándole a él, él me sustente.
En él clavarme quiero,
porque los dos unidos de esta suerte
yo triunfe en el madero
y él triunfe en mí, quedando vida y muerte
reparada y vencida,
y Arauco con mi triunfo redimida.

(vv. 600-610)                


La alegoría Caupolicán-Cristo es para nosotros la representación cumbre del personaje literario Caupolicán al completar su máxima posible representación en los márgenes de la cultura cristiana del Siglo de Oro español. Una de las explicaciones «ortodoxas» para contextualizar dicha alegoría proviene de una serie de antecedentes cristianos relativos a su muerte como símbolo mártir, por excelencia, de las contradicciones caballerescas en la conquista americana.




La muerte de Caupolicán

Si bien el hijo de Leocán destaca como héroe guerrero en los primeros cantos de La Araucana, a partir del canto III irrumpe en la narración Lautaro, verdadero protagonista de la Primera parte hasta su muerte en el canto XIV. Desde entonces, hasta su captura en el canto XXXII, Caupolicán destaca nuevamente como su capitán.

Una vez aprisionado, el personaje hace gala de su carácter reflexivo y propone la paz con el objetivo de cristianizar el territorio. Sin embargo, es sentenciado a morir en la pica. Según Ercilla, antes de su ejecución «con lumbre de fe y conocimiento / se quiso bautizar y ser cristiano» (XXXIV, 18). Con ello, postula una variante importante al desenlace de la épica clásica (generalmente con una gran batalla final en la que intervienen los dioses) por un relato de profundo sentido verosímil e histórico. La muerte cristiana de Caupolicán se transforma entonces en un hito político que explotó gran parte de los dramaturgos áureos. Entre ellos, Lope de Vega presenta a García Hurtado de Mendoza como su captor, evangelizador y posterior verdugo. En el desenlace de la comedia hay un cuadro en el que Caupolicán aparece empalado, García Hurtado de Mendoza como su padrino de bautismo, y a su lado, una estatua de Felipe II como símbolo de autoridad. Concluye con un hermoso soneto en el cual Caupolicán (Lope) reflexiona en tomo a los objetivos y contradicciones de la conquista americana. Léase:

 

(Ábranse dos puertas, y véase a CAUPOLICÁN en un palo, diciendo así.)

 
CAUPOLICÁN.
Señor, si yo era bárbaro, no tengo
tanta culpa en no haberos conocido;
ya que me han dicho lo que os he debido,
sin pies a vuestros pies clavado vengo.
Yo confieso que tarde me prevengo;
pero dicen que, estando arrepentido,
debo creer que en este día he nacido.
Perdonadme, Señor, si me detengo.
Pasé adorando al sol mis años tristes,
contento de mirar sus rayos de oro;
pero ya sé que vos al sol hicistes.
Mi edad pasada arrepentido lloro:
¡oh sol, autor del sol, pues luz me distes,
con esa misma vuestro rayo adoro!

(p. 846)                


Su rígida propuesta (aunque ambivalente) de presentar a García Hurtado como evangelizador y verdugo de Caupolicán fue observada con reparo por el hijo del IV marqués, Andrés Hurtado de Mendoza, que financió la comedia de los nueve ingenios. Por ello, en Algunas hazañas se modificó la propuesta de Lope por una en la que su muerte se atribuye al soldado Reinoso, como supone también el original relato de Ercilla. Sin embargo, mantiene la solución «propaterna» de presentar a García Hurtado de Mendoza como su evangelizador y padrino de bautismo (vv. 3050-3063). Ávila, por su parte, desvincula totalmente a García Hurtado de Mendoza de Caupolicán, que nuevamente es ajusticiado por Reinoso. Léase:

 

(Corra una cortina, y muéstrelo empalado.)

 
DON GARCÍA.
Por vida del rey, tirano,
que estoy por darte la muerte
por hecho tan inhumano.
REINOSO.
Que murió, señor, advierte
arrepentido y cristiano.

(p. 111)                


Finalmente, en la comedia más tardía del Siglo de Oro, Los españoles en Chile de González de Bustos, también se representa la muerte de Caupolicán, aunque solo como una anécdota en la que se silencia la polémica de su conversión. Señala el personaje don Diego:

Señor, los bárbaros todos
a tu yugo se avasallan
entregándote las fuerzas
de todas estas comarcas.
Ya en Caupolicán se hizo
la justicia que tú mandas;
puesto en un palo murió,
y con la mayor constancia
que humanos ojos han visto.

(fol. 23)                





Conclusiones

A través de este breve recorrido sinóptico por algunos textos literarios del Siglo de Oro en los que Caupolicán es objeto de recreación, podemos observar que el personaje histórico presenta algunos rasgos unitarios que nos permiten hablar de un «consenso literario» entre los escritores áureos para su representación. Las variantes más destacadas obedecen a una índole política con el objetivo de exaltar algunos intereses de su mecenas, pero en general no modifican el original retrato de Ercilla. Hay algunos aspectos biográficos, de interés secundario, como su representación al lado de Fresia y su descendencia (Caupolicán II y Engol) que, debido a la extensión del presente trabajo, nos es imposible abordar y esperamos concluir en un próximo estudio.






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