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ArribaAbajoLa yesca


ArribaAbajo-I-

Éste era un hombre casado, a quien llamaban Juan Lanas, porque era como Dios le había hecho y no como Dios quiere que nos hagamos nosotros mismos con ayuda del entendimiento que para ello nos ha dado.

Su mujer y él se llevaban muy bien; pero no por eso dejaban de tener de higos a brevas sus altercados por la falta de filosofía de Juan Lanas. Uno de los altercados que solían tener era éste:

-¡Cuidado que son dichosas las señoras mujeres!

-Más dichosos son los señores hombres.

-¡No digas disparates, mujer!

-¡No los digas tú, marido!

-Pero, mujer, ¿quieres comparar la vida aperreada que nosotros pasamos trabajando como negros para mantener a la mujer y los hijos, con la vida que vosotras pasáis sin más trabajo ni quebraderos de cabeza que cuidar de la casa?

-Y qué, ¿es poco trabajo ese?

-¡Vaya un trabajo! Parir y criar tantos y cuantos chicos, y luego cuidar de ellos y del marido. ¡No hay duda que el trabajo es para reventar a nadie!

-Ya te quisiera yo ver en nuestro lugar, a ver si mudabas de parecer.

-Pues no mudaría.

-Pues te equivocas de medio a medio: una legua andada con los pies cansa más que veinte andadas con la imaginación.

-Será todo lo que tú quieras; pero lo que yo sé es.....

-¡Qué has de saber tú, si eres un Juan Lanas!

-¡Adiós, ya salió a relucir el pícaro mote!

-Los motes no los pone el que los usa.

-¡Otra te pego, Antón! ¿Pues quién los pone si no?

-El que los merece.

-¡No, si a las señoras mujeres las dejan hablar!.....

-¡No, si a los señores hombres los dejan hacer y decir disparates!.... Jesús, ¡y luego dicen que los hombres se casan! Mentira, mentira, que las que se casan son las mujeres.

El pobre Juan Lanas, no encontrando ya razones que oponer a las de su mujer, cedía a ésta el campo y se iba a ganar la vida.




ArribaAbajo-II-

Juan Lanas era jornalero; pero cuando no tenía dónde ganar el jornal, se dedicaba a lo que salía, porque, eso sí, él, aunque de pocos alcances, era vividor, y por arte o por parte, raro era el día que no se agenciaba para ir pasando él, la mujer y los chicos.

Un día, viendo que en Valpelado (que así se llamaba, con razón, su pueblo) no encontraba ocupación, se fue a Valboscoso, que distaba de allí cuatro leguas, a ver si encontraba jornal o cosa en que pudiera ganar uno, dos o medio.

Valboscoso era célebre en toda la comarca porque tenía grandes encinares que producían mucha y buena yesca, de que se surtía todo el país, que carecía de árboles, porque sus naturales, como los de muchas comarcas del interior de España, decían que los árboles no sirven más que para criar gorriones y los gorriones no sirven más que para comerse el trigo.

Yo tengo en mi casa un gorrión que oyendo decir esta barbaridad a un campesino que vino a preguntarme cómo se las compondría para que lloviera con más frecuencia en su pueblo, habló por permisión de Dios y le puso de vuelta y media.

-Hombre, le dijo, permita Vd. que me extrañe de verle a Vd. aquí.

-¿Por qué, hombre, digo pájaro?

-Porque no sé cómo Vd. y los que como usted piensan no han reventado ya de brutos. ¿Conque convienen Vds. en que es una gran cosa el arbolado para atraer la lluvia y la frescura sobre los campos, que sin ellas son como cuerpo vital sin sangre, y aborrecen el arbolado porque favorece la cría y propagación de los gorriones? Y ustedes, pedazos de alcornoque, ¿creen que los gorriones no servimos más que para comer trigo? La plaga principal de los campos son los insectos y sabandijas que devoran o inficionan cuanto en ellos brota, y ha de saber Vd. que el único remedio de esa plaga somos nosotros los pájaros, y muy especialmente nosotros los gorriones, que si gustamos del trigo, gustamos cien veces más de los insectos y sabandijas. Hombre, no sean Vds. zoquetes, y en vez de negarnos la hospitalidad, aborreciendo los árboles que pueden dárnosla, orlen de árboles sus heredades y cubran de arboledas sus colinas, inútiles para otra cosa, y así matarán Vds. dos pájaros de una pedrada (como dicen Vds. en su afán de matar pájaros hasta de boca), proporcionando a sus campos frescura y esterminadores de insectos y sabandijas.

¿Pues creerán Vds. que el campesino convencido con este discurso, aunque el orador era pájaro que cantaba en la mano? ¡Nada de eso! Con insultar al orador, diciéndole que tenía mucho pico, se quedó tan fresco y sigue no plantando árboles por miedo de gorriones.




ArribaAbajo-III-

Pero volvamos al pobre Juan Lanas, y le llamo pobre, porque, aunque recorrió todo Valboscoso buscando jornal de casa en casa, no encontró quien se le diera.

Volvíase ya, lleno de desconsuelo, a Valpelado, cuando a la salida del pueblo vio un almacén de yesca y le ocurrió comprar media arrobita de ella para revenderla en su pueblo, dos cuartos a éste, uno al otro, un ochavo al de más allá, a ver si se ganaba siquiera un par de pesetas.

Juan Lanas era desconfiadillo, por lo cual advirtió al yesquero que no le engañara en el peso, advertencia que le supo al yesquero a rejalgar de lo fino, y así que hizo la compra, echó la yesca

en el morral y el morral a la espalda, y, hala, hala, continuó su camino hacia Valpelado.

Apenas echó a andar, le pareció que la yesca le pesaba muy poco y empezó a pensar si el yesquero, en lugar de echar en el peso la pesa de media arroba, habría echado la de cuartilla y por consiguiente le habría birlado la mitad del dinero que había dado por la yesca.

Con esta sospecha pasó un rato muy pícaro, y estuvo a punto de volver al pueblo a dar parte al alcalde de tan escandaloso robo; pero pensando que el ladronazo del yesquero podía negar el robo y además acusarle de calumnia, y en lugar de devolverle lo que le había robado, hacer que le plantaran en el cepo, desistió de aquella tentación y no le pesó de ello, pues cuando llegó al mojón de la primera legua, ya le parecía, a juzgar por el peso de la yesca, que lo más, lo más que habría hecho el yesquero era echar en el peso la pesa de cuartilla y media en lugar de la de media arroba, y por lo tanto, lo más, lo más que le había robado era media cuartilla, que no merecía la pena de andar en denuncias y pleitos que cuestan un sentido con lo sanguijuela y trapalona que es casi toda la gente de la curia.




ArribaAbajo-IV-

Cuando Juan Lanas llegó al mojón de las dos leguas, dio gracias a Dios por no haber incurrido en la ligereza de acusar de ladrón al yesquero, porque estaba ya plenamente convencido de que la yesca pesaba la media arroba que había pagado, y decía para sí:

-¡Vea Vd. qué pícara inclinación tenemos los hombres a pensar mal del prógimo! De suerte y manera que, si me dejo llevar del mal pensamiento que el enemigo me inspiró, calumnio al pobre yesquero, que será hombre honrado a carta cabal, y además de incurrir en la infamia de manchar la reputación de un hombre de bien, me expongo a que me soplen en el cepo por calumniador y malo... ¡Jesús, Jesús, bien dicen que el diablo tiene cara de conejo¡

Así pensando y así diciendo, el buen Juan Lanas continuó su camino, que por cierto nada tenía de agradable, porque hacía un sol que se asaban vivos los pájaros.

Cuando llegó al mojón de la tercera legua, le pesaba ya más que la yesca el remordimiento de haber pensado mal del yesquero, porque ya estaba segurísimo de que éste, lejos de haberle robado nada en el peso, se había equivocado dándole una cuartilla de más, o, lo que es lo mismo, echándole en el peso la pesa de tres cuartillas en lugar de la de media arroba.

-Pero, señor, decía sopesando con ambas manos el morral donde llevaba la yesca, ¿cómo pude yo pensar que esto no pesaba media arroba? Estoy seguro de que la pesa que echó en el peso fue la de tres cuartillas en lugar de la de media arroba. Vea Vd. cómo ni el más honrado y fiel de este pícaro mundo está libre de que alguno le calumnie dejándose llevar de un mal pensamiento.




ArribaAbajo-V-

Juan Lanas, cada vez más arrepentido de la ligereza con que había juzgado la probidad del yesquero, continuó hacia su pueblo, a cuya entrada estaba el mojón de la cuarta legua, donde descansó un poco y volvió a sopesar la yesca.

Esta operación aumentó sus remordimientos de haber pensado mal del honrado yesquero, porque le dio el íntimo convencimiento que había empezado a adquirir desde la tercera legua, de que la yesca pesaba aún más de tres cuartos de arroba.

-Pero, Dios mío, decía, ¿dónde demonios tendría yo el entendimiento cuando llegué hasta a pensar que la yesca no pesaba media arroba? Está visto que en este pícaro mundo hasta el que lleva los ojos más abiertos anda la mitad del camino a trompicones.

Su mujer le vio desde la ventana, donde estaba colgando un poco de ropa al sol, y como notase que llegaba fatigado, se apresuró a bajar a su encuentro y a pedirle el morral para que subiese con menos fatiga las escaleras.

-¿Qué traes aquí, hombre? le preguntó.

-Mujer, viendo que no encontraba dónde trabajar en Valboscoso, me dio la humorada de emplear los cuartos que llevaba en media arrobita de yesca para ver si gano uno, dos o medio vendiéndola aquí, dos cuartos a éste, uno al otro, un ochavo al de más allá.

-Y has hecho perfectamente.

-Pero tengo que volver a Valboscoso.

-¿Y a qué santo has de volver tú allá?

A hacer una restitución al pobre yesquero, que se ha equivocado, echando en el peso la pesa de arroba en lugar de la de media.

-¿Y qué has hecho de la media arroba que te dio demás?

-Mujer, ¡qué había de hacer! nada; ahí viene.

-¡Qué ha de venir aquí, hombre! Esto ni siquiera pesa media arroba.

-¡Ya! como tú estás descansada, te parece que pesa menos.

-¡Ya! como tú estás cansado, te parece que pesa, más.

Estas últimas palabras fueron un rayo de luz para la oscura inteligencia de Juan Lanas, que guardó silencio, y apresurándose a pesar la yesca en la tiendecilla inmediata, se encontró con que pesaba media arroba justa.

-¿Lo ves, hombre de Dios, lo ves? le dijo su mujer. Eh, no sé para qué te dio Dios el entendimiento si no has de conocer con ayuda de él lo que mil veces te he dicho.

-¿Y qué es lo que me has dicho tú?

-Que cansa más una legua andada con los pies, que veinte andadas con la imaginación.

Juan Lanas calló, queriendo entrever en lo que le había sucedido la resolución de dos problemas importantes, cuales eran el de la gravitación de los cuerpos y el de la teoría y la práctica; ¿pero la entrevió? Ca, eso se queda para inteligencias más claras que la suya y la mía.

FIN DE LA YESCA.