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Notas sobre Bibliografía Literaria Asturiana

José María Martínez Cachero


[Nota preliminar: (Publicado en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, núm. 32, 1957, págs. 391-419).]



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Lo que sigue no son sino apuntaciones acerca de un tema -la bibliografía de la literatura asturiana- que en su momento pienso tratar con la extensión y el pormenor adecuados. Me limito aquí a ofrecer breve noticia de las actividades bibliográficas de cuatro asturianos, a saber: Carlos Benito González de Posada, Máximo Fuertes Acevedo, Julio Somoza Montsoriú y García-Sala y Constantino Suárez Fernández «Españolito», acaso los cuatro nombres mayores en la dedicación científica que nos ocupa, lo cual indica (de rechazo) que existen otros nombres -menos mayores y hasta, si se quiere, mínimos, pero todos con labor útil-, de los que ahora, deliberadamente, se prescinde1.




ArribaAbajoI. El canónigo González de Posada

De 1745 a 1831 corre la existencia de Carlos Benito González de Posada y Menéndez, primer nombre a considerar (cronológicamente hablando) en la serie formada por los bibliógrafos de nuestra literatura. A las egregias personalidades asturianas que son lustre y prez del siglo XVIII español ha de añadirse la figura modesta y simpática de este laborioso investigador.

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Cierto que el siglo XVIII fue en España débil y apagado en cuanto a la fuerza creadora precisa para escribir narraciones, o versos, o piezas dramáticas -pocos autores de entonces han resistido victoriosos el paso del tiempo y nunca su fulgor nos impresiona mucho-, pero verdad es, asimismo, que una cohorte de minuciosos y fervorosos eruditos se presenta como su símbolo más cumplido, iniciando una vasta empresa documentadora y esclarecedora que, incesante, prosigue y adelanta. A esta abnegada cohorte, cuyo premio fuera sólo la alegría del deber hecho con limpia probidad, pertenece González de Posada.

Incansable trabajador, nuestro paisano; vivo su celo día tras día por conocer la verdad sobre gentes y hechos pretéritos. Dos títulos suyos convienen a mi intento: las Memorias históricas del Principado de Asturias y obispado de Oviedo y la Biblioteca asturiana.

De las Memorias publicó su autor (Tarragona, 1794) el tomo primero, que comprende personalidades del Principado agrupadas por orden alfabético de nombres -y no de apellidos, como ahora se haría-; se llena el volumen con sólo la letra A. Parece que iban a ser diecinueve tomos más; el segundo estaba preparado para mandarlo a la imprenta y las noticias con que confeccionar los restantes ya habían sido reunidas2. Ocurrió después la tonta y lamentable desgracia que el propio interesado refiere así:

«Una vieja criada que mientras mi emigración a las Baleares [cuando la invasión francesa de 1808, Posada, canónigo de Tarragona, tuvo que huir y refugiarse en estas islas], quedó con el cuidado de toda la casa, en el saqueo de Tarragona se vio tan despojada y pobre, que ni aun tenía jergón para dormir; compró un poco de arpillera, y haciendo uno, no halló para mullirle más que mis papeles. Hasta aquí no se había perdido todo: mas los iba sacando de allí todos los días para encender fuego... ¡Adiós mi obra de romanos!».


¿Era verdad lo de los veinte tomos proyectados? ¿Era verdad lo de los diecinueve inéditos que estaban, a la altura de 1808, casi listos? ¿La destrucción aludida no dejó a salvo resto apreciable alguno? Respondamos con orden, anticipando que al hacerlo nos moveremos bastante a tientas.

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Alguien ha pensado3 que lo de unas Memorias en veinte tomos no pasó de ser ambicioso proyecto de Posada, empeñado en que nadie, por insignificante que resulte, quedara sin integrar en el cuerpo de la obra.

En la biblioteca que fue propiedad de don Francisco Díaz Ordóñez se conservaba un manuscrito de las dichas Memorias conteniendo el texto correspondiente a las letras que van de la B a la T, ambas inclusive; su portada decía: tomo segundo. (Creo no cabe el pensar que las cinco letras restantes del alfabeto ocupasen los otro dieciocho tomos). Planteadas así las cosas, véase la solución que propone C. Cabal4:

«...o la tradición corriente sobre la inmensidad de las cuartillas que redactara Posada no es tradición fidedigna, o no son las que da este manuscrito sino unas cuantas migajas de las que él en los suyos acopió. La tradición era lógica; llenando enteramente el primer tomo la letra A de su índice, había que suponer tomos sin cuento para todas las demás. Aunque lógica, no obstante, pudo fallar por diferentes causas. El título que aparece en el único tomo publicado de las «Memorias históricas...» que habrían de contener todos los nombres que merecieran elogio del Principado de Asturias y el Obispado de Oviedo, «juntábalas» el autor. En este segundo tomo, aparece el «juntábalas» también. Cuando formó este proyecto, tenía el autor y lo refiere él mismo, pretensiones ambiciosas; quería una relación definitiva de Memorias personales, genealógicas, civiles, militares y eclesiásticas, que resumieran los aspectos todos de la excelsitud de Asturias. Debió ocurrir, sin embargo, que antes de publicar el primer tomo ya renunciara a su plan. Hiciera investigaciones, acumulara noticias, buscara datos de Asturias en cuantas bibliotecas visitara y en cuantos archivos viera... «Juntaba», en fin, la cantidad enorme de «Memorias» de esta clase que le eran imprescindibles en la realización de su propósito, y fuese por lo que fuese, ya con una gran suma de elementos, de pronto renunció a él. Tenía ya terminado el primer tomo, todo de la letra «A»; no se avino a perderlo, lo dio a luz; pero los elementos que guardaba para los tomos siguientes aún resultaban escasos, y ya dejada la empresa, los conservó en un tomo manuscrito».


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Queden resueltas de este modo las interrogantes formuladas. Existe, pues, algún resto de la vasta empresa erudita de Posada (Cabal ofrece en la citada nota -págs. 247-249- varias muestras).

Una nueva pregunta se nos ocurre ahora, ésta: ¿mintió el sacerdote al acusar a su fámula de inconsciente destructora de un inestimable acervo informativo? Juzga Cabal que la aludida quema se produjo pero que no afectó a las Memorias, sino a otros papeles del docto investigador5: «Parece... que entre la muchedumbre de cuartillas que le quemó la criada, no entró cuartilla ninguna de las «Memorias Históricas6».

Acopio utilísimo el llevado a cabo por González de Posada, cuyo valor sube de punto al comprobar (como ha sucedido a bibliógrafos posteriores) que más de una vez y más de dos resulta imposible añadir algo a lo que él consignara. Quien como «Españolito» sabía no poco de estas cuestiones merced a su larga experiencia, pudo afirmar que «sin el primer tomo publicado, nada se sabría de algunas personalidades asturianas reseñadas en él y que no han dejado otro rastro conocido7».

Toca ahora, al emitir juicio sobre las Memorias, indicar cuáles son sus defectos, ya que, como casi todas las obras de esta índole, tan acechadas siempre por varios peligrosos e inesquivables riesgos, los tiene. Algunos de ellos, de mera técnica, acaso hayan de imputarse al estado contemporáneo de la ciencia investigadora, entonces todavía balbuciente, dando sus primeros pasos; otras deficiencias son imputables al peculiar entendimiento que de la materia abordada profesaba el autor, quien incluía en su recuento o generoso inventario a todo el mundo, sobreabundando en la nómina así nutrida gentes más que anodinas, y daba patente de asturianía a quienes era muy inseguro que pudieran acreditarla. Ya Jovellanos advirtió lealmente a su entrañable amigo de estos y de otros fallos.

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La Biblioteca asturiana confeccionada por nuestro bibliógrafo permaneció inédita hasta su inclusión en el tomo primero del Ensayo de una Biblioteca de libros raros y curiosos, de Bartolomé José Gallardo (Madrid, 1863). No creo sea posible precisar satisfactoriamente la relación que tal vez existe entre las Memorias históricas y la Biblioteca.

Se discutió algún tiempo sobre la paternidad de esta última. El hecho de que semejante trabajo, ya en su original o en copia, apareciera a la muerte de Campomanes en el archivo de éste hizo creer que se debía al conde. Así lo pensaba, y así lo dijo en el Bosquejo, Fuertes Acevedo, aduciendo argumentos que rebatieron Canella y Secades y Senén Álvarez; Constantino Suárez se muestra, asimismo, disconforme con don Máximo y a los reparos de don Fermín y del escritor chileno añade8 nuevas y razonables pruebas en favor de la autoría de Posada, innegable también para Somoza9.

Lo dicho antes sobre la utilidad de las Memorias debe repetirse aquí haciéndolo extensivo a la Biblioteca; otro tanto cabe en lo relativo a deficiencias. El jesuita P. Juan Eugenio Uriarte, bibliógrafo de la Compañía en el ámbito de la antigua asistencia española, hizo hincapié, acaso demasiado excesivo, en ellas; a su censura replica «Españolito», deudor a la Biblioteca de no pocas referencias10:

«Apreciada la Biblioteca de González de Posada por un asturiano dedicado a lo mismo y sin fuentes ricas a qué acudir, se la puede considerar como una verdadera joya bibliográfica. Sin ese catálogo de González de Posada sería imposible la evocación de numerosos escritores florecidos hasta mediados del siglo XVIII, como lo prueba que Fuertes Acevedo no haya podido encontrar rastros de ellos en sus muchos años dedicados a esa labor».


González de Posada abrió marcha en la bibliografía de la literatura asturiana: se propuso dejar constancia de todo y en su afán exhaustivo quizá llegó a la exageración, perdiendo tiempo con individualidades sin   —66→   relieve estimable (algo por el estilo han hecho a veces otros bibliógrafos). Pero dio no pocas noticias que de otra forma acaso no poseeríamos, y se entregó por entero y ejemplarmente a tan ingrata tarea. Fuera injusto pasar en silencio su nombre, menospreciar su obra.




ArribaAbajoII. El catedrático Fuertes Acevedo

A un catedrático de Física y Química, don Máximo Fuertes Acevedo (1832-1890), se debe la segunda contribución importante a la bibliografía literaria regional.

Canella y Secades cita entre los varios trabajos que su amigo dejó inéditos uno titulado Campoamor ante la crítica, forzosamente incompleto ya que cuando menos faltan diez años -los que van desde el fallecimiento de Fuertes Acevedo al de Campoamor, acaecido en 1901- en semejante inventario de la fortuna crítica obtenida por la producción campoamorina. También quedó inédito -en poder el manuscrito de la Sociedad Económica de Amigos del País, de Oviedo, de cuyo domicilio pasó a una biblioteca particular- un Estudio biográfico-crítico de los jurisconsultos más ilustres de Asturias, premiado en 1883 por la dicha asociación y que, a no dudarlo, contendría referencias útiles para la historia literaria asturiana.

Premiado fue, y asimismo quedó inédito, otro trabajo de nuestro bibliógrafo: su Ensayo de una Biblioteca de Escritores Asturianos. La Biblioteca Nacional de Madrid convocó durante algún tiempo (desde 1857 hasta entrado el presente siglo) certámenes encaminados a galardonar obras eruditas atañentes a la historia y literatura nacionales y de utilidad indiscutible11; en 1867 las dos mil pesetas del premio fueron a parar a manos de Fuertes Acevedo y desde entonces yace el manuscrito en la   —67→   Biblioteca Nacional. No interesa ya su publicación, puesto que el cúmulo de noticias que brinda, noticias casi todas de primera mano y segura erudición, rectificadoras de errores que han venido pasando por extremos fidedignos, noticias algunas imposibles de lograr años más tarde, fue con prudente acuerdo incorporado a los tomos de Escritores y Artistas asturianos por Constantino Suárez, quien explícita y noblemente declara su débito y expresa su reconocimiento.

En poder de los herederos de Fuertes se cita una Biografía y bibliografía general asturiana, en siete tomos, que llegaba hasta 1890, convirtiéndose así en una ampliación temporal del dicho Ensayo; su mismo título hace pensar que la ampliación se extendía además al contenido, ahora menos estrictamente literario. Informa Somoza que la Diputación Provincial de Asturias por acuerdo tomado en junta del 7-V-1896 decidió publicar esta obra, sin que la decisión se viera confirmada en la realidad12.

Sólo dos trabajos de tema literario, hoy muy difíciles de encontrar en las librerías de lance y también en las bibliotecas, dio a la luz Fuertes. Uno es el folleto conteniendo las Noticias históricas de la prensa periódica de Asturias (Oviedo, 1868), que abarca hasta ese año partiendo de la Gaceta de Oviedo que durante la Guerra de la Independencia publicaba   —68→   la Junta General del Principado y que dos veces por semana ofrecía en sus columnas noticias de la campaña, disposiciones de la Junta y documentos y avisos varios; folleto completado luego -hasta 1916- con los apuntes de Jove y Bravo13.

El otro trabajo es el Bosquejo acerca del estado que alcanzó en todas épocas la Literatura en Asturias, seguido de una extensa bibliografía de los escritores asturianos, volumen en cuarto aparecido en Badajoz, en cuyo Instituto profesaba Fuertes, el 1885, pero que se había ido insertando en la ovetense Revista de Asturias. Se trata de algo así como un manual de historia de la literatura asturiana -el primero, que da trabada arquitectura a un vasto conjunto-, muy útil en sus referencias y con la ineludible y consiguiente limitación temporal, dado que la generación post-romántica asturiana -aquella que pudieran presidir Leopoldo Alas y Armando Palacio Valdés, a la que el mismo Fuertes Acevedo pertenecía; la que se reúne en torno a la Universidad y a la aludida Revista de Asturias- estaba aún en plena vitalidad creadora, algunos de sus miembros casi comenzando, y se hacía así imposible considerarla como página de inamovible historia. Ocurre que, en compensación, el Bosquejo brinda curiosas noticias de proyectos de algunos de tales escritores, que en eso y en nada más que eso -pensamientos, proyectos- hubieron de quedar; en el caso de «Clarín», por ejemplo, puede leerse:

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«Sabemos que el Sr. Alas prepara para dar a la estampa un libro de crítica titulado Solos de Clarín, en que colecciona muchos de los artículos publicados en diversos periódicos y revistas y algunos nuevos, y otro, tanto o más importante, que aparecerá en Barcelona, ilustrado por Pellicer, con el nombre de El cerebro de España -[no llegó a publicarse]- Bien venidos sean estos libros; como desearíamos que no quedase en el olvido otra obra, Preparación a la Filosofía analítica, que el Sr. Alas tiene hace tiempo escrita -[tampoco vio la luz]14-».



A esta primera parte o introducción histórica -muy breve, sólo enunciativa, sin juicios estimativos de obras y figuras- sigue otra más extensa, bibliográfica -agrupándolos por siglos (como en la parte precedente)-, que ofrece muy completa lista de trabajos debidos a autores del Principado, ya sean impresos o manuscritos. La puntual y segura información de Fuertes Acevedo se echa de ver en estas doscientas treinta y cinco páginas, de las que se excluye a los escritores contemporáneos del bibliógrafo, con los cuales se piensa formar «un libro aparte de tanto o mayor volumen, porque la prensa periódica, las revistas y el buen gusto por las publicaciones, se han extendido entre los hijos de Asturias, así en el recinto de la provincia, como fuera de ella, de una manera maravillosa».

Mala ventura la de los trabajos bibliográficos de Máximo Fuertes Acevedo, como mala fue la de los del canónigo González de Posada. Libros de mérito los suyos, premiados incluso, y, sin embargo, se quedaron inéditos y se fueron anticuando, o desaparecieron en manos ajenas e ineficaces. Aunque poco, algo ha llegado a nosotros: lo bastante para que proclamemos el tesón ejemplar y el acierto feliz de su autor, aquel catedrático de Instituto que explicaba Física y Química...




ArribaAbajoIII. El jovellanista Somoza

Amigo de Fuertes Acevedo y biógrafo suyo15; su compañero en las tareas asturianistas de «La Quintana» (a manera de academia precursora   —70→   del Instituto de Estudios Asturianos), que desde 1881 agrupó personalidades tan relevantes como Canella y Secades, Braulio Vigón, Ciriaco Miguel Vigil, Aramburu y otras16, fue D. Julio Somoza de Montsoriú y García Sala, fallecido a avanzada edad, en 1940. Infatigable trabajador, desdeñoso de fáciles y comprometedoras popularidades; dueño de agrio carácter que alguna vez se interpuso en la serenidad de la labor científica, dedicó Somoza continua y fervorosa atención a cuanto de cerca o de lejos atañese a Jovellanos.

Su aportación al respecto es nutrida y valiosísima, no siendo este artículo lugar idóneo para comentarla con detalle. Desde 1885, cuando sacó a la luz Jovellanos: nuevos datos para su biografía, hasta el momento en que da remate a su minuciosa edición de los Diarios, depositada en la biblioteca del Instituto de Gijón como legado a la posteridad para que alguien la «imprima a conciencia» -lo que felizmente acaba de hacerse17-, la devoción de Julio Somoza a don Gaspar se mantuvo indeclinable. Desechó para siempre errores que venían siendo tenidos como verdades; aclaró puntos oscuros; reveló muchos interesantes y significativos episodios, hasta entonces desconocidos; ofreció con generosa abundancia materiales útiles al futuro estudioso jovellanista, sobre todo a quien se sienta con ímpetu bastante para realizar la debida labor sistemática y sintética: la que dé cuerpo unitario y jerárquico a tanta fragmentaria aportación, la que consiga ofrecer al lector el perfil exacto y entero de Jovellanos. Para ello se necesita una previa, fatigosa y nada lucida obra de acarreo, de descubrimiento -tal la que Somoza llevó a cabo-; acaso él no tuvo tiempo, o no se juzgó ya con fuerzas para acometer la confección de ese libro compendioso y total.

La Biblioteca Nacional de Madrid (en los certámenes atrás aludidos) premió un trabajo de Somoza: el titulado Inventario de un jovellanista   —71→   que, al revés de lo ocurrido con aquel otro de Máximo Fuertes Acevedo, se publicó en 1901. Nos hallamos ante un completísimo, quizá pudiera afirmarse que exhaustivo repertorio bibliográfico donde se recoge lo escrito por don Gaspar Melchor y lo escrito sobre él -vida y obra- hasta principios del presente siglo18. Somoza es puntual en sus referencias, acreditativas todas ellas de manejo del libro, folleto o artículo que se cita; acaso nos parezca que extrema su probidad de bibliógrafo consignando minucias desprovistas de interés, pero tan extremada exigencia nunca ha sido pecado grave o descalificador en semejantes menesteres19.

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La indignación que produjo a Somoza la edición de los Diarios realizada por Miguel Adellac y aparecida en 191520, se tradujo no en meros denuestos contra el defectuoso editor, sino en preparar otra que brindase el texto puro de tan interesante libro autobiográfico. Día tras día, con   —73→   paciencia benedictina, por simple fervor jovellanista, sin remota esperanza de que su trabajo se imprimiera, fue D. Julio compulsando, corrigiendo   —74→   y anotando para que hoy pudiéramos leer verdaderamente lo que Jovellanos dejó consignado a lo largo de unos cuantos años de su existencia21.

Entra Somoza en la lista de bibliógrafos que ocupan nuestra atención por su Registro asturiano (1927), volumen que, a expensas de la Diputación Provincial, editó el Centro de Estudios Asturianos y en el cual se recogen, según reza la portada del mismo: «obras, libros, folletos, hojas, mapas, y ediciones varias, exclusivamente referentes al Principado, que no se hallan en bibliografías anteriores». Completa Julio Somoza el Ensayo y el Bosquejo (este último en su parte estrictamente bibliográfica, que consta de 1.268 fichas) de Fuertes Acevedo, y lo hace incluyendo los escritos anónimos que éste no consignara en su obra premiada e inédita, los escritores surgidos con posterioridad a la publicación -en 1885- del Bosquejo no insertos en el mismo y, finalmente, trabajos de personas extranjeras o nacionales no asturianas sobre tema asturiano, capítulo que Fuertes no había tenido en cuenta ya que excedía de los límites de su propósito. Como Somoza persigue en el Registro finalidad distinta a la que Fuertes pretendiera, es natural que no haga figurar en su relación títulos de autores, asturianos, sí, pero con asunto bien ajeno a la patria chica, verbi gratia: los trabajos de Alonso de Proaza sobre Raimundo Lulio.

El copioso conjunto reunido por Somoza -1.701 fichas-, en buena parte catálogo detallado de su espléndida biblioteca asturianista, se ordena   —75→   en apartados que corresponden a otras tantas materias; varios de ellos -Bibliografía, Jovellanos y su obra, Literatura, Folklore, Teatro, etc.- ofrecen referencias de contenido propiamente literario. Acostumbra el autor a dar algo más que la mera referencia bibliográfica y brinda así noticia de lo que el trabajo en cuestión es y contiene, si bien a veces sus valoraciones pecan de injustas y destempladas en la expresión22.

Mucho fue lo que hizo el antiguo cronista de Gijón y cronista también del Principado por el oportuno conocimiento de la literatura asturiana. El nombre de Somoza es citado siempre que de Jovellanos se habla y su Registro ha de ser tenido en cuenta por los historiadores de nuestras letras. Allá en su villa de altas chimeneas humosas, ajeno al tráfago y al   —76→   clamoreo, en el recogimiento de su cuarto de trabajo, D. Julio lee, compulsa, llena de fina y cuidadosa caligrafía cuartillas y más cuartillas y de cuando en cuando prorrumpe en irritado denuesto...




ArribaIV. «Escritores y artistas asturianos», de Constantino Suárez

El avilesino Constantino Suárez Fernández, que firmaba también con el seudónimo de «Españolito», es el cuarto nombre máximo de la serie que venimos considerando. Fallecido en 1941 es todavía historia viva: su recuerdo, su condición de hombre bueno en el buen sentido de la palabra (como diría Antonio Machado) está presente en la memoria de no pocos asturianos, consagrados algunos de ellos a menesteres intelectuales.

En la nutrida y variada obra de «Españolito» -hizo periodismo, novela y erudición- destacan los siete volúmenes de Escritores y Artistas asturianos, fruto de unos cuantos años de paciente rebusca, de lecturas escasamente gratas, de peticiones no siempre atendidas. Para 1936 la fatigosa tarea quedó lista, mecanografiado incluso el texto. Y en este mismo año, poco antes de que comenzara la Guerra Civil española, vieron la luz los tres primeros: letras A-F. El 4 de marzo de 1941 moría en Madrid Constantino Suárez, dejando inéditos los tomos restantes. Por suerte venturosa de la que Fuertes Acevedo, por ejemplo, careció su trabajo no se ha perdido infecundo: el Instituto de Estudios Asturianos llegó a un acuerdo con la viuda para publicarlos; la edición y necesaria puesta al día de los mismos fue encomendada a quien esto escribe. En abril de 1955 concluyó la tirada del tomo IV (letras G-K); en noviembre de 1956 la del V (letras L-O), en noviembre de 1957 la del VI (letras P-R) y en agosto de 1959 la del VII (letras S-Z).

En Escritores y Artistas asturianos incluía nuestro autor a toda persona que hubiera desarrollado alguna actividad literaria -literatura era para él equivalente de lenguaje escrito; así considera escritor al que ha redactado y publicado algo, cualquiera que sea su materia o su asunto-, musical, pictórica, escultórica, arquitectónica. No importaban ni la calidad obtenida, ni la asiduidad mostrada en el ejercicio de aquélla. Es probable   —77→   que muchos en su caso no adoptasen criterio tan largamente generoso, pero «Españolito» se anticipa a semejante reparo anunciando que intenta «a manera de un censo de la población intelectual asturiana».

Ocurre que no todos los nombres que figuran insertos en la obra corresponden a gentes nacidas efectivamente en Asturias; las hay nada más que oriundas, las hay todavía menos. Ya en las páginas 24-25 del tomo I se advierte que «además de escritores y artistas originariamente de Asturias, quedan admitidos en esta galería los que, descendientes de padres asturianos o sin lazo sanguíneo alguno con gente asturiana, se les puede considerar nativos de la región por las circunstancias en que hayan desenvuelto sus vidas. Soy de los que piensan que es más patria de uno la elegida libremente por inclinaciones sentimentales o intelectuales que la asignada por el solo accidente del nacimiento. Por reunir esta consideración de asturianos van en esta obra algunas personalidades no asturianas».

El rótulo o subtítulo de «Índice bio-bibliográfico» dice claramente cuál sea la finalidad -informar- y el contenido -noticias- de la obra. La valoración crítica directa, de primera mano, no era, por tanto, objetivo perseguido por Constantino Suárez, quien en algunas ocasiones, tratándose de personalidades de especial relieve, se sirve de juicios ajenos. He aquí una limitación, todo lo importante que se desee, pero limitación voluntaria y consciente23.

Pasma considerar el tesonero esfuerzo que ha debido de ser preciso para proseguir y concluir tan meritoria y utilísima empresa. Sólo personas poseedoras de paciencia, meticulosidad y entusiasmo en grado sumo son capaces de salir con bien del empeño. Tengo que afirmar -y como testigo de mayor excepción supongo será admitido mi testimonio- que Constantino Suárez Fernández fue una de esas contadas personas excepcionales.





 
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