Pelayo
Tragedia en tres actos, representada la primera vez por los actores del Coliseo de los Caños del Peral en 19 de enero de 1805.
PERSONAS.
PELAYO. |
HORMESINDA. |
VEREMUNDO. |
LEANDRO. |
ALVIDA. |
ALFONSO. |
MUNUZA |
AUDALLA. |
ISMAEL. |
UN SOLDADO GIJONÉS |
VARIOS NOBLES ASTURIANOS. |
GUERREROS. - MOROS. |
Acto primero.
El teatro representa un salón de la casa de Veremundo, adornado con varios trofeos de armas. | |
Escena I. | |
ALFONSO, VEREMUNDO. | |
ALFONSO. | Sí, respetable Veremundo, hoy mismo |
De las murallas de Gijón me ausento, | |
Donde tanta flaqueza y tanto oprobio | |
Están mis ojos indignados viendo. | |
El moro triunfa, los cristianos doblan | |
A la dura cadena el dócil cuello, | |
Sin que uno sólo a murmurar se atreva | |
De opresión tan odiosa: no, aunque en medio | |
De esta vil muchedumbre apareciese | |
Del gran Pelayo al animoso aliento, | |
En vano a libertad los llamaría; | |
Ya nadie le entendiera. | |
VEREMUNDO. | Él en el seno |
De la etérea mansión goza sin duda | |
La palma que a los mártires da el cielo | |
En premio a su virtud. Fiero, incansable, | |
Los llanos de la Bética le vieron | |
Casi arrancar él solo la victoria | |
Que vendió la perfidia al agareno. | |
Él atajó el raudal a la fortuna | |
Del soberbio Tarif cuando en Toledo | |
Del victorioso ejército sostuvo | |
La terrible pujanza un año entero. | |
De igual valor fue Mérida testigo; | |
Hasta que, puesta su cabeza a precio | |
Por el infame Muza, y escondido | |
Desde entonces su nombre en el silencio, | |
Ni de él, ni de Leandro, el hijo mío, | |
La fama volvió a hablar. | |
ALFONSO. | ¡Dichosos ellos, |
Que así por fin descansarán! Sus ojos, | |
Cerrados ya con sempiterno sueño, | |
No verán el escándalo, la afrenta | |
De su sangre, el sacrílego himeneo | |
Que hoy se va a celebrar... ¡Oh Veremundo! | |
Perdona esta vehemencia a mi despecho | |
Ser Hormesinda esposa de Munuza | |
Es duro oírlo y afrentoso el verlo. | |
VEREMUNDO. | Mal pudieran las débiles mujeres |
Resistir al halago lisonjero | |
Del moro vencedor, cuando sus armas | |
Domaron ya los varoniles pechos. | |
Mira a la hermosa viuda de Rodrigo | |
Ganar desde su triste cautiverio | |
El corazón del joven Abdalasis, | |
Y ser su esposa, y ocupar su lecho. | |
Mira a Eudón de Aquitania dar su hija | |
A un árabe también, y hacerla precio | |
De una paz... | |
ALFONSO. | ¿Y la hermana de Pelayo |
Debió seguir tan execrable ejemplo? | |
Excederle debió. | |
VEREMUNDO. | Yo, deudo suyo, |
Que la eduqué, la amé cual padre tierno, | |
Disculpo su flaqueza, aunque la lloro | |
ALFONSO. | ¿Cabe disculpa en semejante yerro? |
VEREMUNDO. | Sí, Alfonso, cabe: ¿por ventura ignoras |
El bárbaro y terrible juramento | |
Que hizo Munuza? ¿Ignoras que asolada | |
Gijón hubiera sido en escarmiento | |
De su noble defensa, si Hormesinda | |
No la hubiera salvado con sus ruegos? | |
Si nuestra servidumbre es más suave, | |
Si aún ves en pie nuestros sagrados templos, | |
Los cristianos, Alfonso, a su hermosura, | |
A ese amor que te indigna lo debemos. | |
ALFONSO. | ¡Abominable amor! ¡Unión impía |
Que Dios va a castigar! Y ya estoy viendo | |
A esa desventurada, a quien seducen | |
Los engaños del moro, ser muy presto | |
Objeto miserable de sus iras. | |
¿Ignoras tú su condición? Violento, | |
Implacable y feroz, si es generoso | |
En la prosperidad, lo es por desprecio, | |
Por arrogancia. Las inquietas hondas | |
Que baten las murallas de este pueblo | |
No son más de temer en su inconstancia | |
Que su alma impetuosa. | |
VEREMUNDO. | Hasta este tiempo |
Gijón sólo conoce su clemencia. | |
ALFONSO. | Ella se acabará; que no está lejos |
(Y plegue al cielo que me engañe) el día | |
En que, soltando a su violencia el freno, | |
Del tirano engañoso que ahora alabas | |
La rabia al fin confesarás gimiendo. | |
Yo tiemblo su frenética arrogancia, | |
Y esta llegada repentina tiemblo | |
Del fiero Audalla; Audalla, conocido | |
Por su celo fanático y sangriento. | |
Adiós: a darme asilo las montañas | |
Bastarán de Cantabria, cuyos senos | |
Ofrecen a la sed del africano, | |
En vez de oro y placer, virtud y fierro. | |
Ellas me esconderán...Mas Hormesinda... | |
Escena II. | |
HORMESINDA. - DICHOS. | |
HORMESINDA. | (En el fondo del teatro.)¿Qué le diré, infeliz? A andar no acierto, |
Y mis rodillas trémulas se niegan | |
A sostenerme. | |
VEREMUNDO. | Acércate. |
HORMESINDA. | No puedo, |
Señor; que el corazón a vuestros ojos | |
Siente aumentar su tímido recelo. | |
VEREMUNDO. | ¿Dudas ya de mi amor, cara Hormesinda? |
HORMESINDA. | (Adelantándose.)¿Dudar yo? No, señor, en ningún tiempo |
A vos mi infancia encomendó mi hermano, | |
Cuando, acudiendo de la patria al riesgo, | |
Voló precipitado al mediodía | |
A probar en los árabes su acero. | |
Huérfana y sola, planta abandonada | |
En temporal tan largo y tan deshecho, | |
Sola la protección de vuestro asilo | |
Pudo abrigarme del rigor del viento. | |
En vos hallé mi padre, en vos mi hermano | |
¡Que no pueda mi amor satisfaceros | |
Tanta solicitud, tantos afanes! | |
Pero impotente el corazón a hacerlo, | |
Su inmensa deuda agradecido aclama, | |
Y para el pago la remite al cielo. | |
Él, señor, él os recompense; en tanto... | |
(Perdonad el rubor, el triste miedo | |
Que me acobarda), en tanto vuestros brazos | |
Dad a una desdichada que al momento | |
Ya a dejar este asilo de inocencia, | |
Donde sus años débiles crecieron; | |
Y sobre ella implorad una ventura | |
Que su dudoso y angustiado pecho | |
No se atreve a esperar. | |
VEREMUNDO. | ¡Ah! si bastasen |
Mis ruegos a alcanzarla, ni otro premio | |
Ni otra fortuna al cielo pediría | |
Este infeliz y lastimado viejo. | |
(Asiéndola de la mano afectuosamente.) | |
Pero, hija mía... | |
HORMESINDA. | ¡Ay! no; que las palabras |
Salgan de vuestra boca en son tremendo | |
Llamadme ingrata, pérfida; llamadme | |
Infiel a la virtud, sorda al consejo. | |
¿Qué me podréis decir que yo a mí misma | |
Con dureza mayor no esté diciendo? | |
Sabed que aqueste cáliz de dulzura, | |
Tras el que anhela el corazón sediento, | |
A fuerza de amarguras y martirios | |
Está ya en mi interior vuelto en veneno. | |
Sabed... | |
ALFONSO. | Si eso es así, ¿por qué un instante |
No levantáis, señora, el pensamiento | |
A ser quien sois? La religión sagrada | |
De la virtud os mostrará el sendero, | |
Y la sangre que anima vuestras venas | |
Para marchar por él os dará aliento. | |
Mostraos hermana de Pelayo, y antes | |
De ver que sois escándalo a los vuestros, | |
Ludibrio de los bárbaros infieles, | |
Esposa de un tirano... | |
HORMESINDA. | Deteneos; |
Que si temí las quejas del cariño, | |
A la voz del insulto me rebelo. | |
¿Por qué, si soy escándalo a los míos, | |
Si tan injustos me condenan ellos, | |
Por qué a la seducción, a los halagos | |
Del moro vencedor no me escondieron? | |
Cuando el furor y la venganza ardían, | |
Cuando ya el hambre y el violento fuego | |
Prestos a devorar nos amagaban, | |
Era justo, era honroso en aquel tiempo | |
Que yo a los pies del árabe irritado | |
Fuese a ablandar su corazón de acero. | |
Fui: mis plegarias el camino hallaron | |
De la piedad en su terrible pecho; | |
Y libre del azote que temblaba | |
Este pueblo, su frente alzó contento. | |
Todos entonces, sí, me bendecían, | |
Todos; y en tanto que, al enorme peso | |
De sus cadenas agoviada España, | |
Mira asolados sin piedad sus templos, | |
Hollados con furor sus moradores, | |
Violadas sus mujeres, en el seno | |
De la paz más feliz Gijón descansa. | |
¡Tirano le llamáis, y él en sosiego | |
Nos deja respirar, cuando podría | |
Con sola una mirada estremecernos! | |
¡Es un tirano, y amoroso aspira | |
A llamarse mi esposo! ¡Ah! no lo niego, | |
Inexorables godos: a su halago, | |
A su tierna afición, a su respeto | |
Mi corazón rendí; vuestra es la culpa, | |
Y el fruto, hombres ingratos, también vuestro. | |
Escena III. | |
ALVIDA. - DICHOS. | |
ALVIDA. | Llegó el momento, el séquito está pronto |
Que debe acompañarte al himeneo: | |
(A HORMESINDA.) | |
Munuza espera a su adorada amante, | |
Anunciando su gozo y sus deseos | |
Con su esplendor hermoso las antorchas, | |
La música festiva en sus acentos. | |
HORMESINDA. | ¡Esto es hecho, gran Dios! |
ALFONSO. | Seguid, señora, |
Por donde os lleva tan culpable fuego, | |
¿Qué tenéis que temer? Las luminarias | |
Que han de solemnizar vuestro contento | |
Solemnicen también y hagan patente | |
De vuestro hermano y patria el fin funesto. | |
Mi lengua, Veremundo, poco usada | |
De la lisonja a los infames ecos, | |
Deja este parabién a los amantes. (Vase.) | |
HORMESINDA. | ¡Qué horrible parabién! Mas ya no hay medio |
De volver el pie atrás; que mi destino, | |
Más fiero y más cruel cada momento, | |
Tras sí me arrastra, y sin poder valerme, | |
A su imperiosa voluntad me entrego. | |
Adiós, señor, adiós... | |
(Lo besa la mano, y se va precipitadamente con ALVIDA.) | |
Escena IV. | |
VEREMUNDO. | ¡Mísero anciano! |
Ya ¿qué te resta? El lúgubre silencio, | |
La amarga soledad que te rodean | |
Fieles te anuncian tu postrer momento; | |
¡Y cuán acerbo!... ¡Oh suerte! ¿A qué guardarme | |
Para tal desamparo? | |
Escena V. | |
VEREMUNDO, LEANDRO, y después PELAYO. | |
LEANDRO. | Amigo, entremos; |
Nadie nos sigue, la fortuna misma | |
Nos ha guiado hasta el solar paterno. | |
VEREMUNDO. | ¡Qué voz es la que escucho! Mis sentidos |
Me engañan... Mas no hay duda, ellos son, ellos. | |
¡Oh providencia eterna, yo te adoro! | |
¡Hijo! (Corre a abrazarlos.) | |
LEANDRO. | ¡Padre! |
PELAYO. | ¡Señor! |
VEREMUNDO. | ¡Pelayo! ¿Es cierto, |
Es cierto que vivís? ¡Ah! que aún se niega | |
A tal ventura incrédulo mi afecto, | |
Y abrazándoos estoy. ¿Cómo os salvasteis? | |
Decid, ¿cómo vencisteis tantos riesgos | |
Que la desgracia y el rencor del moro | |
Amontonaron ya para perderos? | |
El silencio, el olvido en que os hundisteis | |
Eran señal de vuestro fin sangriento | |
Para toda la España, que afligida | |
Cifró en vosotros su postrer consuelo. | |
PELAYO. | ¡Ah! si bastantes a salvarla fuesen |
La constancia, el ardor, el noble celo, | |
Firme aún se viera, Veremundo, y dando | |
Envidia con su gloria al universo. | |
Nuestras fatigas, el valor ilustre | |
De los que el nombre godo sostuvieron, | |
Hacer pedazos el infausto yugo | |
Pudieran ya que la sujeta el cuello; | |
Más vano ha sido nuestro afán, y en vano | |
Por el nombre de Dios lidiado habemos; | |
Él retiró su omnipotente escudo, | |
Y coronar no quiso nuestro aliento. | |
Vednos pues en los términos de España, | |
Prófugos, solos, deplorable resto | |
De los pocos valientes que mostraron | |
A toda prueba el generoso pecho. | |
La guerra en su furor devoró a todos; | |
No los vi perecer. ¡Oh compañeros, | |
Que en el seno de Dios ya descansando | |
De vuestro alto valor gozáis el premio: | |
Mis votos recibid y mi esperanza; | |
Vengue yo vuestra muerte, y muera luego. | |
VEREMUNDO. | ¡Admirable constancia! Más, Pelayo, |
¿De qué nos sirve contrastar al cielo? | |
Cuando a nuestros intentos la fortuna | |
Les niega su laurel en el suceso, | |
Ceder es fuerza, inútil es el brío. | |
Pernicioso el tesón. Si estando entero | |
Contra el fiero rigor de esta avenida | |
No pudo sostenerse nuestro imperio, | |
¿Te sostendrás tú sólo? ¿A quién consagras | |
Tan heroico valor, tanto denuedo? | |
¡No hay ya España, no hay patria! | |
PELAYO. | ¡No hay ya patria! |
¿Y vos me lo decís?... Sin duda el hielo | |
De vuestra anciana edad, que ya os abate, | |
Inspira esos humildes sentimientos | |
Y os hace hablar cual los cobardes hablan. | |
¡No hay patria!... Para aquellos que el sosiego | |
Compran con servidumbre y con oprobios, | |
Para los que en su infame abatimiento | |
Más vilmente a los árabes la venden | |
Que los que en Guadalete se rindieron. | |
¡No hay patria, Veremundo! ¿Yo la lleva | |
Todo buen español dentro en su pecho? | |
Ella en el mío sin cesar respira: | |
La augusta religión de mis abuelos, | |
Sus costumbres, su hablar, sus santas leyes | |
Tienen aquí un altar que en ningún tiempo | |
Profanado será. | |
VEREMUNDO. | Tu celo ardiente |
Te hace ilusión. Pelayo: ¿en quién tu esfuerzo | |
Puede ya confiar? Quien pierde a España | |
No es el valor del moro; es el exceso | |
De la degradación: los fuertes yacen, | |
Un profundo temor hiela a los buenos, | |
Los traidores, los débiles se venden, | |
Y alzan sólo su frente los perversos. | |
PELAYO. | Y porque estén envilecidos todos, |
¿Todos viles serán? yo no lo creo | |
Mil hay, sí, Veremundo, mil que esperan | |
A que dé alguno el generoso ejemplo, | |
Y el estandarte patrio levantando, | |
Despierte a todos de tan torpe sueño. | |
Yo vengo a levantarle: aquestos montes | |
Serán mis baluartes, a su centro | |
Volarán los valientes, y el Estado | |
Quizá recobre su vigor primero. | |
Entremos pues; que mi Hormesinda abra | |
A su hermano, señor, y que tendiendo | |
La noche el manto lóbrego, a seguirme | |
Se prepare. | |
VEREMUNDO. | ¡Buen Dios! llegó el momento |
Desgraciado y terrible. | |
PELAYO. | ¿Desgraciado |
El instante feliz que ansió mi anhelo | |
De abrazar a mi hermana? | |
VEREMUNDO. | ¡Ay triste! calla: |
Ese nombre en tu boca es un veneno. | |
PELAYO. | ¿Por qué, decid, por qué? ¿Vive? |
VEREMUNDO. | Sí, vive; |
Pero su muerte te afligiera menos. | |
PELAYO. | ¡Qué misterio! acabad: ¿infiel? |
VEREMUNDO. | Tu hermana |
Atajó los estragos de este pueblo... | |
PELAYO. | Seguid. |
VEREMUNDO. | Tu hermana a los feroces ojos |
Del bárbaro halló gracia... Ella es consuelo | |
De todos los cristianos que la imploran... | |
Ella hace nuestros grillos más ligeros... | |
Nada resiste al vencedor... Munuza, | |
Rendido, enamorado, al himeneo | |
De Hormesinda aspiró... Y ella, vencida... | |
PELAYO. | Por piedad no acabéis ¿Estos los premios |
Son que a tanto afanar, tantos servicios | |
El cielo reservaba? ¡El vilipendio, | |
La mengua, las afrentas! ¡Oh Leandro! | |
¿Por qué al rigor del musulmán acero | |
A par de tantos héroes no caímos | |
Allá en los campos de Jerez sangrientos? | |
LEANDRO. | Repórtate, Pelayo; a este infortunio |
Opón tu alta constancia, opón tu esfuerzo. | |
En ti la patria su esperanza fía; | |
No desmayes: aleja el pensamiento | |
De esa flaca mujer; para ti es muerta. | |
PELAYO. | ¡Muerta! ¡Pluguiera a Dios! ¿Por qué sabiendo |
(A VEREMUNDO.) | |
Tal abominación, al mismo instante | |
Un agudo puñal no abrió su pecho? | |
Ella con su inocencia moriría, | |
Yo no viviera con borrón tan feo. | |
VEREMUNDO. | A apoyar su virtud ya vacilante |
Siempre acudió mi paternal consejo; | |
La violencia jamás. | |
PELAYO. | ¡Costumbre impía! |
¡Tiránica opinión! ¡Injusto fuero! | |
¡Las mujeres sucumben, y en nosotros | |
Carga el torpe baldón de sus excesos! | |
¿Ella esposa de un moro?... Mas decidme, | |
¿Desde cuándo un enlace tan funesto | |
Se ha estrechado? | |
VEREMUNDO. | Ahora mismo, en este instante |
Se celebra quizá. | |
PELAYO. | Pues aun es tiempo: |
Volemos a la pérfida; mi vista | |
La llenará de horror; este himeneo | |
No se hará, no; si por desgracia es tarde, | |
La ahogará en mi presencia el sentimiento. | |
(Vase precipitadamente.) | |
VEREMUNDO. | Él en su ardiente frenesí se ciega: |
Sigámosle, Leandro, y a lo menos, | |
Si regir su furor no conseguimos, | |
Con él cuando perezca moriremos. |