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1

Sus privados y sus favoritos pregonaban que tenía despejo y desahogo y que despachaba con facilidad; pero el magisterio, por no decir la insolencia, con que los poderosos hablan de las personas y de las cosas, cubre a las veces su ignorancia y su incapacidad. En nuestro vivir se acrecentaba más esta audacia por lo seguro que estaba de su poder y por la humillación que los demás se le ponían.

 

2

Nulla lex satis commoda omnibus est: id modo quaeritur, si majori parti, et in summmum prodest. (Livius, lib. 34, cap.3.)

 

3

Historia de Inglaterra, cap. 69.

 

4

Tácito, Historia, lib. 1, cap. 35.

 

5

«La atención general de la Europa, dijo el Rey a las Cortes en su discurso de apertura, se halla dirigida ahora sobre las operaciones del congreso que representa a esta nación privilegiada. De él aguarda medidas de indulgencia para lo pasado y de ilustrada firmeza para lo futuro, que al paso que afiancen la prosperidad de la generación actual y de las futuras, hagan desaparecer de la memoria los errores de la época precedente, y espera ver multiplicados ejemplos de justicia, de beneficencia y de generosidad: virtudes que siempre fueron propias de los españoles, que la misma Constitución recomienda, y que habiendo sido observadas religiosamente durante la efervescencia de los pueblos, deben serlo más todavía en el congreso de sus representantes, revestidos del carácter circunspecto y tranquilo de legisladores.»

Estas palabras eran igualmente honoríficas al rey que las pronunciaba, a la asamblea que las oía, y a la nación de que se hablaba. Su noble contexto se niega a la idea de que fuesen una falsedad en los labios del Príncipe. Se dirá sin duda que esto es lo que hacía decir el partido dominante. Pero a lo menos entonces hablaba como padre de sus pueblos, ¡y después!...

 

6

Tales fueron arengar al pueblo desde sus balcones de su posada, cantar el ominoso trágala en el teatro, y aun puede añadirse que su paseo triunfal por Madrid tres o cuatro días después de haber llegado. Este espectáculo tuvo la solemnidad y oportunidad conveniente en la entrada de Arco-Agüero, se repitió con menos buen efecto en al de Quiroga, y se perdió enteramente su ilusión en la de Riego.

 

7

Omito de propósito hacer mención de aquel artículo secreto de los tratados de Viena, por el cual el Rey de Nápoles estaba inhibido de hacer novedad ninguna en el gobierno de sus reinos sin la participación y consentimiento de los aliados: artículo en que se fundaba el derecho de intervención armada que éstos se arrogaron respecto de aquel país, y que decían les faltaba para con España. Primero, porque semejante artículo es nulo de derecho, y ningún rey tiene facultad para obligarse a una cosa tan perjudicial a sus intereses y a los de sus estados. Segundo, porque aunque no hubiera existido, hubiera hecho los mismo, como después se ha visto en nuestro caso. Tercero, porque esta cavilaciones diplomáticas son buenas para engañar a simples o entretener a ociosos, pero indignas ciertamente del examen y atención de los hombres de juicio.

 

8

Ya en la carta anterior se han indicado las del primero. El segundo dio un golpe mortal al crédito, de que no pudo volver a levantar.

 

9

Como esta oposición ha sido un hecho demasiado notorio, no era posible pasarle en silencio, a pesar de la repugnancia que yo sentía al darle lugar en estas cartas. He seguido siempre banderas opuestas a este partido, si tal nombre puede dársele; pero no por eso he desconocido nunca la indisputable capacidad y los talentos que para el manejo de los negocios públicos asiste a muchos de los afrancesados. Menos he olvidado ni olvidaré jamás las relaciones de amistad, de aprecio y beneficios recíprocos que me han unido y unen con algunos de ellos. A juzgar imparcialmente del origen de estas tristes querellas, podría decirse que si hubo parte del Gobierno y de los que en él influían exceso en el desvío y en la repugnancia, ha habido de la otra una impaciencia poco prudente y un resentimiento extremado.

 

10

Montesquieu.