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«Cuando se observan con calma los trabajos parlamentarios del Congreso en los dos meses transcurridos desde el 21 de noviembre de 1900 a la primera quincena de enero de 1901, un sentimiento de profunda tristeza amarga a los espíritus imparciales, prácticos y reflexivos. La síntesis de tan infructuosa tarea puede resumirse en esto: palabras, palabras y palabras, pues no hubo nada útil para el país, que necesita de reformas urgentes en su Administración, si aspiramos a contarnos en el número de los pueblos libres y cultos.

El presupuesto de ingresos y gastos, que merece un examen serio, quedó cubierto de polvo sobre la mesa presidencial de la Cámara de Diputados.

Casi todos los Parlamentos de Europa parécense en el ejercicio de sus peculiares funciones a las Juntas de las grandes compañías fabriles. Desarrollan sus temas en lenguaje claro, sencillo y concreto; sus ideas, previamente meditadas, las exponen en discursos cortos y ceñidos a la cuestión que es objeto del debate, pues comprenden que el pensamiento no debe diluirse en largas amplificaciones, propias de ateneos, academias y períodos constituyentes, pero impropias de períodos normales. Por este camino van a la cabeza del progreso, y nosotros, hablando mucho de cosas inoportunas, con olvido de otras que tienen suma importancia, vamos un siglo atrasados en comparación de aquéllos. La ineficacia de la retórica parlamentaria no puede ser más elocuente y persuasiva.

La pesadilla del Congreso ha sido el matrimonio de la princesa de Asturias y el clericalismo dominante por virtud de la preponderancia que ejercen en nuestra sociedad los múltiples conventos de religiosos de ambos sexos...» (José De PARÉS, diputado a Cortes, en la revista de Madrid España, 10 marzo 1901).

«Después de esto, las Cortes se renovaron por las elecciones generales del mes de abril (1901), y apenas hasta hoy (marzo 1902) sí han desmentido un día la monótona historia de su lamentable esterilidad. Los desastres de 1898 no han provocado en la conducta de las Cortes el más ligero cambio.»

 

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El problema nacional, cit., págs. 435-444.

 

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Discurso en el Congreso de los Diputados, 1898, citado en el libro Reconstitución y europeización de España, págs. 246-247. En otro discurso, de 1895, contestando un dilema del señor VÁZQUEZ DE MELLA (incontestable, en el supuesto de un pueblo que sabe votar y vota; en el supuesto de unas elecciones que son elecciones, de unas Cortes que son Cortes), decía, para explicar el hecho de que el mismo pueblo que había traído poco antes una mayoría liberal estaba descontado que iba a traer una mayoría conservadora: «Sin violencia por parte del Gobierno, sin coacción, se realizará una vez más ese hecho. ¿Por qué? Porque el pueblo español, ¡triste es decirlo!, siente escasa estimación por todos nosotros; ha perdido la confianza y la fe en nuestros programas, en nuestras manifestaciones, en nuestros propósitos; y con esa actitud de indiferencia, y aun me atrevería a decir un tanto despreciativa para todos los partidos políticos, será cada día más fácil, no obstante las leyes democráticas que aquí le vamos dando, que sin violencia alguna se ponga al lado del Gobierno, sea el que quiera». (Congreso de los Diputados, sesiones de 29 de marzo de 1895, Diario de Sesiones, tomo VI, 1895, págs. 2409-2410; y del día siguiente, 30, págs. 2462-2463).

 

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Igual criterio será preciso sustentar con respecto al empeño de rentas para Caja de Fomento, como antes para Caja de Guerra, y podrá suceder que deba ser sustentado con respecto a suspensión de las llamadas garantías constitucionales.

 

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En un artículo de la Contemporary Review (junio 1898), firmado por E. J. DILLON y titulado The ruin of Spain, se atribuyen los males de nuestro país y los peligros que amenazan su existencia a tres principales causas: la escasez de instrucción, la falta de verdaderos estadistas y el abuso de la retórica. «Estos grandes artistas habladores, cuyas melifluas frases son al pensamiento lo que el doublé al oro, han gobernado a España durante medio siglo; y al extranjero que quisiera conocer los resultados prácticos de su administración podría contestársele con aquellas palabras del epitafio de Teufelsdröckh en el monumento del conde de Zähdarm: si vis monumentum, adspice: empobrecimiento, atraso, desolación, ruina. Sin duda ninguna, otras causas más sutiles han contribuido a esa obra de desdichas; pero, aparte de que estadistas verdaderos habrían evitado su estrago, siempre quedarán como causa inmediata de la catástrofe nacional esos retóricos, que han cubierto con los colores espléndidos de la oratoria el sepulcro en que yace un gran poderío.»

En julio último (1901) se ha visto el caso curioso de una especie de alzamiento y confabulación de oligarcas contra uno de sus compañeros que viene ejerciendo, mediante la obstrucción, un «verdadero cacicato en el Parlamento» y que, disponiendo sólo de media docena de votos, había jurado que no se discutirían ni votarían las actas de Barcelona (vid. El Liberal, de Madrid, 12 y 13 de julio de 1901).

 

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En el régimen político de los Estados Unidos, dice LAVELEYE, «los ministros, nombrados por el presidente, no dependen de las Cámaras, en las cuales no tienen derecho a entrar ni aun para defender sus proyectos. Los Gobiernos de Gabinete no existen, pues, de ninguna forma en América. Así, el mecanismo gubernamental difiere totalmente del de Inglaterra y de los nuestros. Las Cámaras y los ministros obran en esferas enteramente separadas,.y no tienen, por decirlo así, acción alguna los unos sobre los otros. Una votación del Parlamento no puede derribar al Ministerio: en realidad, no hay sino secretarios de Estado, que dependen del presidente. Este sistema, tan contrario a todas nuestras ideas sobre el régimen representativo, ofrece, sin embargo, diversas ventajas. El presidente puede nombrar ministros a las personas de más capacidad para cada servicio o función, sin tener que atender a las exigencias de los grupos y a las intrigas parlamentarias. Los ministros, no hallándose absorbidos por el incesante cuidado exigido en Europa para conservar las mayorías, tienen tiempo de ocuparse en los asuntos del país Pueden contar con un plazo de cuatro años, y aun tal vez de ocho, si el presidente es reelegido, en vez de ser renovados cada seis meses, como en Francia y en Italia. No se hallan a merced de las exigencias de los diputados, porque éstos no pueden despedirlos. Las luchas parlamentarias no agitan apenas al país, porque los discursos pronunciados en las Cámaras son leídos como trozos de elocuencia o disertaciones instructivas que ilustran al público, pero que, no terminando por votaciones que cambien la dirección de los negocios públicos, no apasionan a la opinión. La soberanía del pueblo se manifiesta periódicamente, y entonces es absoluta, puesto que elige a todos los altos funcionarios; pero en el intermedio, aquellos a quienes ha elegido pueden gobernar en el límite de los poderes que les son conferidos» (Le gouvernement dans la democratie, por Émile de LAVELEYE; lib. X, cap. 2, París, 1891, página 120).

 

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Reconstitución y europeización de España, cit., pág. 31.

 

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A fin de aligerar todo lo posible la obra y reducirla a razonables proporciones, le ha sido preciso a la Sección extractar o concentrar, según se ha visto, buen número de informes, entre ellos todos los orales. Pues ahora, por la misma razón, omito aquí la introducción del Resumen: génesis e importancia de la Información; agradecimiento del Ateneo y de la Sección a los informantes; elogio y encarecimiento de sus trabajos, etc.

 

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No parece que pueda considerarse como excepción el señor vizconde CAMPO GRANDE (t. II, pág. 64).

 

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La señora PARDO BAZÁN aprovecha su gran erudición en letras extranjeras para hacernos ver cómo la oligarquía no es privativa de nuestro país, siquiera aquí se manifieste más intensa y maligna que en ninguna otra parte: «Nuestra forma de gobierno (dice), oligárquica realmente, no se diferencia de la de otras naciones sino en cuanto se diferencia también de ellas España»; «es cuestión de grado»; «el oligarca de países cultos no extrema, ni podría aunque quisiera extremar el abuso ni la tiranía» (t. II, págs. 291-298).

El señor GIL Y ROBLES, en el capítulo III de su testimonio, traza un vasto cuadro de la «burguesocracia» o tiranía de la clase media en Europa, que él refiere al concepto de oligarquía, afirmando que ésta no es más sino «una fase, forma y etapa de la evolución liberal, la que precede al advenimiento del cuarto estado y a los absurdos y horrores del socialismo» (t. II, págs. 150-154).

En otro orden, el señor DORADO compara nuestra oligarquía y nuestro caciquismo al género de realidad a que pertenece la mafia siciliana (t. II, págs. 268-269). El señor ALAS la considera enfermedad étnica propia de las razas mediterráneas y, por tanto, muy difícil de remediar (t. II, pág. 23).